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Así es la ‘monogamish’ o monogamia con excepciones

Hace unas semanas os contaba que, de todas las formas de relacionarme, la monogamia era la que más me encajaba.

Aunque sí que es verdad que, como digo yo en cuanto empiezo a conocer a alguien más a fondo, si entra David Beckham por la puerta ofreciéndome una noche de pasión, estoy soltera.

pareja feliz monogamia

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Vale, lo comento a modo chiste porque sé que es bastante improbable que suceda.

Pero el hecho de que tenga esa mentalidad sobre la excepcionalidad si aparece mi amor platónico celebrity, o si es algo que le sucede a mi pareja (que encima es una actriz española y lo tiene más fácil solo por la distancia), es algo que contempla una variante de la monogamia.

Lo que se conoce como «monogamish», que viene de unir «monogamia» e «ish» («casi» en inglés), es un tipo de pacto que permite encuentros de carácter sexual, muy de vez en cuando, dentro de la monogamia.

Esa excepción es la broma que hago acerca de tener un ‘pase libre’ con las celebridades que son nuestros amores platónicos (aunque entre broma y broma, la verdad se asoma).

El término monogamish fue acuñado en 2011 por el periodista especializado en sexo Dan Savage para definir esta situación, pero también una posible formalización más allá del encuentro con nuestro crush famoso.

Es decir, es el pacto de que el «vínculo tiene prioridad sobre cualquier conexión externa, pero que las aventuras ocasionales son aceptables y quizás incluso deseables para mantener encendida la llama».

Puede ser, previo acuerdo, desde tener terceras personas de vez en cuando a una noche donde todo vale.

Según el libro Ética Promiscua, supondría una buena alternativa para las personas que no quieren dar el salto al poliamor, pero les atrae la excitación de tener un «devaneo ocasional fuera de su relación».

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Lo que cabe recordar es que, por muy raramente que suceda esa historia fuera de la relación monógama, la gestión emocional y logística hay que hacerla igualmente.

Es decir, dentro de la monogamish también hay que comunicar de forma honesta los deseos, trabajar la gestión de celos y poner los límites -un ejemplo, que el encuentro no sea en el piso donde vive la pareja-.

Sin olvidar la planificación de cuándo se va a hacer, para que no afecte a otro compromiso que se iba a hacer con la pareja (de manera que siga sintiendo que es la prioridad).

Ahora que conoces de qué va, ¿lo propondrías?

Mara Mariño

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El amor que calma

He salido con red flags con patas, personas que llevaban la señal de «No pasar» en la frente.

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El que tenía una relación tóxica con sus padres y me ocultaba una adicción a las apuestas deportivas.

El que me decía que sí, que íbamos a vernos, que qué fin de semana cuadrábamos, que tenía muchas ganas, para luego nunca mover ficha y decir que en ningún momento me dio esperanzas.

El que estaba abrumado por la ‘loca’ de su ex, que no le dejaba en paz (quizás no habría pasado si no hubiera roto con ella sin darle explicaciones, pero claro, en ese momento no lo vi así),

El que recelaba de mis amistades, que no entendía que hiciera planes fuera de su círculo o que mi disponibilidad no fuera toda para él.

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He salido con ellos porque en aquel momento, les veía solo como víctimas de sus circunstancias, justificaba todas y cada una de sus actitudes como si no tuvieran otra manera de comportarse.

Les respaldaba.

Les he entendido, apoyado y he seguido tirando del carro, con la esperanza de que en algún momento, las cosas irían a mejor.

Y no entendía que la coyuntura podría cambiar, pero ellos no.

Ahora he cambiado yo -a falta de hacerlo otros- y mi idea del amor ha evolucionado conmigo.

Ya no me pierdo por emociones artificiosas, dramas eternos irresolubles, idas y venidas, los nervios de la espera, la expectación de no saber si me está ignorando o no lo ha leído…

No busco dopamina.

Busco un amor que me dé paz, en vez de uno que me complique la vida todavía más.

Busco la calma de saber que, quien está, está porque me valora al completo: por quien he sido, soy y quien quiero ser en un futuro.

Y quien quiere estar porque sus acciones, pensamientos y palabras son idénticos y se mueven en la misma dirección, hacia mí.

Busco la seguridad, la normalidad, la rutina, si me apuras.

Una relación donde las emociones vengan de empezar un hobby juntos, de escoger cada uno una fantasía sexual, exponerla al otro y saber que va a cumplirla en algún momento o de la excitación de preparar un viaje sabiendo que crearemos recuerdos por el camino.

Busco la estabilidad de que nos encontramos en el mismo punto. Y la felicidad de que sirva como base para construir un futuro, creciendo juntos en todas las esferas de nuestra vida.

La serenidad de poder mandar cada día un WhatsApp de «Buenos días» sin la preocupación de si le resultará agobiante que sea en quien piense nada más despertar por la mañana.

Porque ahora busco un amor que sea calma.

Mara Mariño

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¿De verdad va todo tan bien o es la ‘Energía de la Nueva Relación’?

Hace unas semanas quedaba con un amigo con el que llevaba tiempo sin coincidir. En el último momento invitó a la chica con la que se estaba viendo.

Estaba embobado, no podía parar de hablar de ella: le encajaba absolutamente todo.

Era como si, después de su etapa de soltería, hubiera dado con una persona perfecta para él.

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El giro dramático de los acontecimientos es que al tiempo, dejaron de verse.

«Me entiendes seguro», me dijo hace unos días, cuando le recordaba que me había convertido en una sujetavelas improvisada.

¿Que si lo entiendo? La ENR estaba haciendo de las suyas, y sé bien lo que es eso.

Lo que no le ponía era nombre, pero la ENR (o Energía de la Nueva Relación) es un término que popularizó en los 80 la activista Zhahai Stewart y que define lo que le estaba pasando a mi amigo.

En esa etapa, los neurotransmisores se producen a niveles altísimos, lo que se traduce en adrenalina y fascinación.

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Es el fenómeno biológico que explica por qué todo es maravilloso y no puedes dejar de pensar en esa persona, de hablar de sus cualidades, de querer pasar más tiempo a su lado aunque hayáis estado viéndoos durante 72 horas.

Ese chorreo de sustancias se da en las etapas iniciales del cortejo y viene acompañado de una mayor conectividad emocional, receptividad sexual y un mayor nivel de excitación (¿entiendes ahora por qué no podéis quitaros las manos de encima?).

Lo que sucede es que es algo que termina antes o después y, hay quien interpreta esa diferencia de sensaciones que había al principio como que la relación no puede seguir funcionando.

Que no digo que le pasara a mi amigo porque fueron otros factores los que entraron en escena, pero no está de más recordar que es habitual que esa ‘calma’ llegue tarde o temprano.

El problema es cuando los miembros de esa relación no entienden que es una evolución normal a la siguiente fase de la relación y saltan a otra pareja cuando la ENR se acaba.

Lo que sucederá será que volverá a enfrentarse al mismo problema de ver que la rutina llega a la relación, porque la ENR no dura para siempre.

Cuando esta energía llega a su fin, tiene que quedar un vínculo que se ha ido construyendo durante ese tiempo, uno basado en sentimientos, compatibilidad, proyecto de futuro… En definitiva, en una serie de factores que le dan estabilidad.

Esa estabilidad que proporciona la seguridad emocional es justo todo lo opuesto a la sensación de novedad y adrenalina del principio, pero tenemos que entender que es lo normal, es la señal de que eso va por el buen camino, que tiene posibilidades de funcionar.

Y puede que no sea tan emocionante como al principio, pero esa conexión y compromiso que se va fortaleciendo, es la base de una relación sana.

Así que antes de plantearte que igual tu relación ya está acabada, hazte la pregunta de si de verdad va todo tan bien con esa persona que acabas de conocer, y merece la pena dejarlo todo, o es tan solo el enganche del principio.

Mara Mariño

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¿Y si la persona tóxica de la relación soy yo?

Con una relación de violencia y dos terapeutas -uno especializado en pareja- a mis espaldas, el tema de los comportamientos tóxicos me lo conozco al milímetro.

Es más, soy toda una experta en analizar si la persona que tengo delante es potencialmente tóxica o no.

Pero, ¿qué pasa conmigo? Porque mucho hablo de los demás, pero ¿soy la más indicada para hacerlo?

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Este proceso de conocer cómo vivo mis vínculos emocionales ha sido liberador y doloroso a partes iguales por encontrar en mí misma comportamientos que no encajan en lo que son relaciones sanas.

Hablando con Isabel Zanón (psicóloga feminista que me concedió una entrevista muy interesante hace unas semanas) me queda cada vez más claro que el término más popular de internet, se ha diluido al ser usado tan coloquialmente.

Ahora lo más frecuente es llamar ‘tóxico’: si una amiga dice algo que no nos gusta escuchar, se lo soltamos, al igual que si nos contestan de manera más brusca a algo por marcarnos un límite.

Todo es toxicidad y nunca es la nuestra.

«Es importante desterrar el concepto de relaciones tóxicas, o al menos, definirlas muy bien. Creo que es importante delimitar las relaciones tóxicas a esas relaciones que no te sientan bien», explica Isabel.

«No porque la otra persona sea tóxica, sino porque esa dinámica de pareja en cuestión a ti no te hace feliz; por ejemplo, porque no compartís los mismos valores y sin embargo o tú o la otra persona, o ninguna conseguís dejar la relación. Es lo que solemos llamar dependencia emocional», afirma.

Cuando me contaba que le parecía que era una persona tóxica, entiendo a que se refiere Isabel con «el problema es que es una palabra que a menudo lo que consigue es invibilizar las relaciones donde en lugar de primar el buentrato, hay violencia».

«Puede normalizarse porque acabamos usando lo de que ‘tóxico’ o ‘tóxica’ ante comportamientos como los celos o el control», explica.

Tengo un caso reciente de una amiga que dejó de quedar con un chico porque su idea de futuro era que ella dejara de trabajar para que se quedara con los niños.

¿Tóxico? No. ¿Machista? Seguro. La diferencia de compatibilidad hizo que ella saliera de la relación y cada uno siguiera con su vida.

Pero volviendo a cómo saber si soy yo esa persona, si nunca he tocado a mi pareja -porque no es el único maltrato que existe- Isabel da las claves para averiguarlo:

«Podemos preguntarnos lo siguiente: Cuando hay un conflicto de intereses o algo que negociar con mi pareja ¿llegamos a un acuerdo que nos convenga a ambos? ¿Nos sentimos seguros y libres dialogando? ¿Acabo presionando para conseguir lo que quiero? ¿Cedo de vez en cuando? ¿Insisto cuando ya me ha dicho que algo no le parece bien? Lo mismo a nivel económico y gastos: ¿nos convienen los acuerdos económicos a ambos?», comenta.

«Cuando nos peleamos ¿me cuesta mantener el respeto en las palabras que utilizo? ¿Puedo mostrar mi legítimo enfado sin gritar o caer en faltas de respeto como los insultos o los desprecios? ¿Cómo noto a mi pareja: la noto segura y tranquila cuando está conmigo? ¿Se expresa con libertad? O más bien ¿creo que puede tener miedo de que la juzgue o de cualquier otra reacción?»

«¿Alguna vez me ha dicho mi pareja que no está cómoda conmigo? Si es así, ¿en qué tipo de situaciones? ¿La escucho cuando cuenta algo importante? ¿le doy importancia a la conversación cuando me habla de sus sentimientos, aunque me incomode? ¿Sé qué cosas le preocupan y qué cosas le parecen importantes? ¿Le digo cómo tiene que sentirse o acepto cómo se siente sin juzgar? ¿Le doy mi versión de los hechos tirando abajo la suya o asumo que los dos podemos tener dos puntos de vista diferentes?»

«Cuando me equivoco ¿sé reconocerlo o le resto importancia aunque le haya dolido? ¿Puedo hacer esa autocrítica aunque me duela en el orgullo o echo balones fuera (hacia mi pareja o hacia el contexto)? ¿Cómo me siento cuando no sé dónde está o lo que está haciendo? Y más allá de cómo me siento ¿qué hago? ¿Qué me gustaría que hiciera mi pareja si estuviera en mi misma situación?»

«En cuanto a sus amistades y familia ¿me incomoda la relación que mantienen? Y más allá de cómo me siento, ¿qué hago al respecto? ¿Hago algo que directa o indirectamente condicione ese contacto social? ¿Comprendo que una pareja no tiene que cubrir todas las necesidades de apoyo de mi pareja y aun así estoy disponible como apoyo? ¿La tengo en cuenta para tomar decisiones que nos afectan como pareja? ¿Ambos tomamos decisiones y tenemos voz y voto? Si convivimos, ¿cómo están repartidas las tareas y el tiempo de descanso? ¿Hay reciprocidad en los gestos de cuidado y ternura que tenemos el uno con el otro o más bien suele haber alguien que cuida y alguien que se deja querer?».

Si respondiéndolas descubrimos que hay cosas en las que podemos mejorar, es probable que tengamos ciertos hábitos tóxicos. Pero lo esperanzador es que está en nuestra mano cambiarlos.

Mara Mariño

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Síndrome de Wendy: cuando en vez de su novia te sientes su madre

Tengo una amiga que, estando en una relación, estaba pendiente de limpiar y recoger todo lo que iba manchando su pareja, de que nunca faltara en la nevera lo que a él le gustaba.

Hasta empezó a dedicar sus horas libres a arrancar un proyecto laboral de su novio para que este pudiera ‘cumplir sus sueños’.

Esa amiga cayó en el Síndrome de Wendy. Y la amiga soy yo.

pareja discusión

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Veía la película de Peter Pan con la misma cercanía con la que veía mi día a día. Como hermana mayor, estar pendiente del pequeño de la casa siempre ha sido lo más natural del mundo.

Querer protegerle y ayudarle en todo lo que estuviera en mi mano era mi forma de mostrarle mi cariño.

Podía sentirme identificada con Wendy, que vigilaba que sus hermanos pequeños estuvieran siempre a salvo y cómodos y lo hacía extensible a Peter Pan.

Años más tarde, aquello salía a la luz en mi relación de pareja. Yo estaba convirtiéndome en su madre sin darme cuenta.

Nadie me había dicho que tenía que asumirlo, como tal. No me habían sentado en una sala a aleccionarme sobre cómo debía hacer para que no le faltara de nada.

Pero al verle tan ‘dejado’, directamente asumí el rol de cuidadora sin tener una conversación al respecto ni plantearme si era lo que quería hacer.

También me limitaba a repetir lo que llevaba viendo hacer toda la vida: a mi madre en modo multitasking encargándose de todo lo que implicara la gestión de la casa y el cuidado de sus tres hijos, mi hermano, mi padre y yo.

No sé cómo llegué al punto de estallar por hartarme de la situación, cuál fue la gota que colmó el vaso, pero aquello terminó reventando.

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Porque llegó un momento en el que vi que era yo quien estaba asumiendo más carga de trabajo y encima estaba poniendo su autorrealización laboral por encima de la mía.

El Síndrome de Wendy campaba a sus anchas en nuestra relación. Yo sentía que para ser valorada en la relación debía comportarme de esa manera.

Mi espontaneidad a la hora de que no me estresara el desorden o aceptar que tenía que ayudarle, porque parecía que solo no podía sacar su proyecto adelante, dejaba de lado mis propias necesidades.

Para mí, amor era sacrificio de mi tiempo, de mis sueños. Para él, comodidad y ser el protagonista de la historia.

Así pues, aunque esa relación no terminó funcionando, me ha servido para darme cuenta de que ese síndrome no puede venirse conmigo.

Porque una relación es entre dos personas independientes que deciden empezar un camino juntas en igualdad de condiciones.

Y claro que habrá veces en que uno tenga que tirar más, pero el compromiso y la implicación a la hora de hacer las tareas, debe ser 50-50.

Necesitamos ser individuos capaces de poner una lavadora, pero también de perseguir nuestros sueños sin que alguien nos lleve de la mano para hacerlo.

Valorar a la pareja no debe ser recibir el apoyo en forma de todas esas cosas tediosas que no se quieren hacer (pero que son necesarias).

Contar con una figura maternal que te cuida y te permite que disfrutes haciéndose cargo de esas responsabilidades.

Peter Pan necesita crecer y ser autónomo para que Wendy pueda ser feliz volviendo a dedicarse a sí misma.

Mara Mariño

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¿Existe alguna manera ‘buena’ de discutir en pareja?

Discuto fatal. Y es algo que pueden confirmarte mis parejas, mis amigas, mi familia y varios porteros de discoteca.

Aunque en mi defensa diré que no me pareció justo que no nos dejaran entrar por estar celebrando una despedida de soltera.

Pero, ¿cómo voy a saber gestionar una bronca de forma madura y tranquila si he crecido viendo Pasión de Gavilanes y Aquí no hay quien viva?

pareja discusión

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No son precisamente las mejores referentes de asertividad y buenos tratos

Si a eso le añades que en general soy española y soy de un país en el que gusta eso de alzar la voz, y hacer aún más aspavientos a la hora de expresarnos, das con el combo ganador.

Me considero la Serena Williams de las discusiones, me crezco en el terreno de la polémica, disparo mis argumentos a degüello, como la tenista sus mejores tiros.

‘Intensa’ es la palabra que mejor define su forma de jugar y la mía de discutir.

Pero no es ni la mejor ni la más práctica.

Así que lo he pensado largo y tendido y he llegado a la conclusión de que tengo que parar, o al menos cambiar y dar con un sistema que no requiera tanta energía ni me deje los ánimos por el suelo.

Y esto es algo que puedo aplicar a discutir en pareja, con familia, con amigas (y con porteros de discoteca).

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No puede ser esto de que cada vez que empieza un desencuentro, termine tan mal hasta el punto de necesitar un segundo o tercer round solo para comentar lo que ha pasado en la propia discusión que se ha salido de madre.

Al final me alejo tanto del motivo principal, que discutir conmigo es como una saga cinematográfica. No se resuelve hasta la quinta entrega.

Y sé que discutir es normal, la teoría me es familiar, he ido a terapia de pareja.

«Es la manera de enfrentar dos puntos de vista diferentes y llegar a un lugar en el que se sientan cómodas las partes implicadas porque renuncian a algo, pero ganan algo a cambio». Casi me parece oír a mi último psicólogo, una de las personas más sabias que conozco.

Pero la respuesta emocional, la primera que me sale, la de vomitar cómo me siento en ese momento sin hacer el ejercicio de buscar la razón tras esos sentimientos, nunca funciona.

Me pierde la prisa de dejar salir el temperamento.

En cambio, probar con un enfoque más ‘mecánico’ es algo que me funciona. El ‘dime qué te ha dolido y yo te digo qué me ha dolido a mí’.

Es cuando me dispongo a escuchar a la otra persona sin interrumpirla.

Luego será mi momento de expresarme y me recuerdo que también dispondré de ese tiempo de que mi versión sea escuchada.

Para darle carpetazo y dejar atrás el conflicto (ya bastante mochila emocional llevamos encima como para añadirle discusiones del día a día) me recuerdo que cada persona es diferente.

Puede que yo necesite cerrarlo todo rápido y mirar hacia delante, seguir sin rencor, sin volver sobre el tema.

Pero él (o ella) puede necesitar desahogarse más sobre lo que ha pasado, hablarlo en otro momento o, directamente, escuchar un ‘lo siento’.

El trabajo de asumir qué se ha hecho mal -aunque quizás no se ha hecho a propósito, pero se ha hecho daño a la otra persona igualmente y también necesita una disculpa-, implica dejar el ego a un lado.

Que no, que no cuesta tanto, que bien que lo hacemos cuando nos da el síndrome de impostora en el trabajo y pensamos que no valemos lo suficiente como para estar en ese puesto.

Y, para terminar, pedir disculpas.

Aunque mi momento ‘favorito’ después de resolver el conflicto, es el after care.

Cuando de verdad me propongo ser más empática y afilo mis sentidos para tomar nota de la discusión, sacar mis conclusiones y aprender de lo que fue mal en la anterior para que no se repita.

Sé que llegará tarde o temprano la siguiente, pero podré hacerlo mejor.

Mara Mariño

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¿Es el momento de abrir la relación de pareja? Tres ‘swingers’ te dan consejo

En el Salón Erótico de Barcelona tuve la oportunidad de conocer a tres swingers.

Y claro, con tantos años de relación abierta a sus espaldas, una de las primeras preguntas fue cómo saber si era el momento de, estando en pareja, dejar entrar a más personas.

abrir relación pareja

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Si algo me quedo claro después de hablar con ellos, es que no es tan sencillo como empezar a tener sexo a diestro y siniestro -quizás una de las ideas más equivocadas que tenemos de quienes se mueven en este mundillo-.

«Cada pareja tiene su momento» y no se referían solo a llegar a la edad en la que más gente decide abrir la relación (a partir de los 35 años).

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El requisito básico es «concebir el sexo solo como un juego». Y, además, el ritmo debe ser como un convoy, siempre a la velocidad del más ‘lento’ para que funcione.

Según mis entrevistados es a los 35, porque es la edad a la que las parejas están ya afianzadas y tienen estabilidad y madurez.

Sí, la madurez es imprescindible ya que la gestión emocional de ver a tu pareja disfrutando con otras personas, no es poca.

«Hay que hablarlo mucho y trabajar la parte emocional. La comunicación es súper importante», me dice una de los swingers.

Es decir, no solo entra en juego el grado de madurez individual, sino también el de la pareja. De ahí que, como ellos mismos admiten, «hay gente que lo prueba y no lo sabe llevar«.

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La certeza de que «vas a pasártelo bien», algo que no necesitaría que me afirmaran, porque es la motivación de abrir la pareja, no es la única.

Al preguntarles qué otras cosas gana la relación me contestan que mucha complicidad, un sexo excelente y por supuesto cumplir esas fantasías sexuales que tenías en la cabeza.

Claro que, tampoco significa que la pareja deba estar siempre abierta si uno de los dos quiere bajar la velocidad. De hecho, una de ellos comenta que «se hacen parones para desconectar, aclarar las ideas o bajar el ritmo».

Y la pregunta del millón: ¿y si quieres empezar? El consejo que dan es el de ir poco a poco.

Recomiendan hablar con parejas que ya están dentro antes de entrar y, sobre todo, ir a la vez (no abrir la relación solo porque uno de los miembros de la pareja quiere hacerlo).

También me parecía interesante saber algunos de los tópicos que se relacionan con esta forma de vivir las relaciones de pareja.

«Los swingers no salimos del armario, no está bien visto», me contesta uno de ellos.

Y es que en muchos casos sigue la mentalidad machista de que «tu marido te está ofreciendo», dice ella. A lo que contesta su pareja: «no puedes compartir nada que no sea tuyo y mi pareja no es mía».

También que todos los que hacen esto son adictos al sexo, que todos los días hay fiestas o que las parejas no se quieren, que es algo que se hace para reactivar la vida erótica, son otras ideas preconcebidas que no se corresponden con la realidad.

De hecho, al terminar la entrevista, uno de los swingers me contesta que lo primero es arreglar los problemas que tengas en tu relación de pareja y, si eso, «diviértete después».

Gracias a Su y Ni de @su_ni87 y a @Erotonomia por contestar a todas las preguntas, podéis encontrarles en Twitter.

Mara Mariño

‘Yo es que no creo en las relaciones’

Hay dos red flags que puedes percibir al poco de conocer a una persona. La primera es que te diga que «No soy machista, pero…«. Porque da igual como termine la frase, es machista.

La segunda, que te salga con que no cree en las relaciones de pareja.

hombre emocionalmente inaccesible

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El 100% de nosotros estamos aquí por una relación, sexual, vale. Pero la inmensa mayoría también porque a esa relación sexual le acompañó una sentimental.

Las relaciones no son los Reyes Magos, no es cuestión de creer o no en ellas porque en el momento que has visto a tus padres seguir juntos, después de tropecientos años de casados, no puedes no ser creyente ni plantearte su existencia.

Entonces, ¿por qué se repite hasta la saciedad y hay quien incluso la suelta con orgullo (como tú alguna vez, por ejemplo)? El trasfondo no es que no se crean en las relaciones, sino que no crees que las relaciones sean para ti.

Y está genial haber llegado a esa conclusión. No tiene nada de malo querer estar a tu aire, sin nadie al lado, ni contemplar la idea de casarte.

Si estás feliz con tu vida así, es perfecto.

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El problema es que la frase produce un efecto curioso en quien la escucha. De reto, desafío, ganas por ser -sobre todo si eres mujer- quien le haga cambiar de idea y le demuestre las ventajas de estar en pareja.

Desde aquí le doy las gracias a los mitos románticos por meternos en la cabeza que tenemos que ser centros andantes de rehabilitación del corazón, las salvadoras del amor.

Soy la primera que afirma que sí, que es culpa nuestra cuando nos enganchamos a una persona que, al poco tiempo, ya ha salido con la frasecita.

Es evidente que no busca compromiso, sino una diversión sin fin. Y, por muy en todo su derecho que esté, nos toca el ego.

Como seres sociales, necesitamos sentir que gustamos y que nos quieren.

Así que, cuando eso pasa, es raro que no te venga el pensamiento de qué problema tienes para que te diga eso sin apenas conocerte.

Así que si te ha pasado como a mí, y te toca una persona así, pero sobre todo, tú sí crees en las relaciones, déjala que siga circulando.

Porque está claro que contigo no es.

Porque tú lo vales todo.

Si eres quien se considera ateo del amor, cerrarse en banda, mantenerte siempre emocionalmente inaccesible y no permitirte al menos sopesar conocer a una persona más allá de un ratito, seguirás en tu línea de quedar libre de todo compromiso.

Y seguirás solo también.

Mara Mariño

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Pasar del ‘chico malo’ y quedarse con el ‘buen tío’

Tú y yo seguro que compartimos que, lo fácil, que viene en bandeja y no nos supone ningún esfuerzo, deja de interesarnos rápido (si alguna vez nos llamó la atención).

Nos puede el desafío, lo complicado, que nos lleven la contraria -hasta cierto punto-, que nos hagan un lío.

pareja

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Esto se traduce, o al menos en mi caso, en engancharme con personas montaña-rusa, que hoy te quieren y mañana te ignoran.

Las mismas que no he llegado a entender porque no querían que lo hiciera.

Llegaba un punto en el que, más que comunicación, sentía que estaba descifrando continuamente lo que podía significar eso que había dicho.

Son también quienes desaparecen cuando la cosa les asusta, aunque eran los primeros que venían diciendo que también querían eso, que estaban preparados para volver a empezar algo nuevo.

Y, cuando más adelante volvían, que no se me ocurriera decir nada de su ausencia.

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Así que, cansada, tuve una intervención conmigo misma. Se había acabado dedicarles mi tiempo y energía.

Desde ese momento, solo iba a conocer más a fondo a la clase de tío con el que me gustaría ver a mi mejor amiga, uno bueno.

Si me ha costado tanto tiempo llegar a la conclusión de que era el momento de dejar al ‘chico malo’ es porque, socialmente, al ‘buen tío’ nos lo pintan menos interesante.

Como si ser tratada bien, con afecto, con respeto, por alguien que se comunica y expresa su sentimientos sin juegos, fuera aburrido.

Amigas, ese es el objetivo.

En que esté ahí cuando tienes un resultado médico que te da miedo recibir, en que te dé espacio cada vez que lo necesitas, sin montarte un escándalo, en que respete tus tiempos y tu vida fuera de la relación, porque es normal que ambos tengáis otros círculos.

En que te escucha cuando algo te preocupa, dedicándote toda su atención. En que te prioriza.

En que no esté contigo como si no estuvierais juntos, yéndose por las ramas a la hora de ponerle nombre a lo vuestro porque eso significaría centrarse solo en ti (y te mereces quien lo haga, si es lo que quieres).

En que te apoye en el trabajo porque ve lo lejos que estás yendo. En que no tenga envidia, no te haga sentir chiquitita, sino que te diga que está ahí para lo que necesites, que no estás sola y sois un equipo.

Así que, por mi parte, dejo a los ‘chicos malos’ donde pertenecen, que en mi caso es el pasado, los libros, las películas y las series de comedia, donde van en motos a 200 km por hora con su chupa de cuero y su inaccesibilidad emocional.

Me quedo con el buen tío. El que va en chándal, llama a su familia con regularidad y me presta un libro, porque sabe que me va a gustar.

Me quedo con lo sexy que me resulta una persona estable y cariñosa.

Mara Mariño

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