Por primera vez desde que estoy con mi pareja, ha llegado algo más fuerte que nos ha separado: el verano.
O más bien, las altísimas temperaturas que, sumadas a vivir en Madrid, nos han llevado a tomar la decisión de probar a dormir separados.
Las dos primeras noches nos atenazaba la culpa y la preocupación. ¿Era una señal de que no estábamos como antes? ¿Habíamos perdido puntos como pareja por priorizar el descanso?
![pareja cama](https://cdnb.20m.es/sites/108/2024/07/pexels-kampus-5990952-620x413.jpg)
PEXELS
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Después de esas 48 horas, no teníamos dudas: había sido la mejor de las decisiones y hasta se lo comentamos a algunos amigos, que en ningún momento nos miraron como si estuviéramos al borde de la ruptura, por suerte.
Es más, con la nueva calidad del sueño nos notábamos descansados y de mejor humor.
Lo que no le contamos a nuestros amigos, es que seguíamos nuestra ‘rutina’ de buenas noches, es decir, dedicar unos minutos antes de irnos a dormir a darle las gracias a la otra persona por algo que hubiera hecho.
Nuestra forma de mostrar gratitud por las pequeñas cosas y terminar el día con buen pie.
Y también mantenemos la rutina de las mañanas, que suelen ser unos minutos de mimos y un café en la cama a quien le cuesta más abrir el ojo (no diré si soy yo).
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Creo que lo que más nos preocupaba era que eso pudiera hacer estragos, emocional o sexualmente, en nuestra relación y ha servido para demostrarnos que ni dormir físicamente juntos es tiempo de calidad, ni que solemos esperar a última hora del día a que pase nada entre nosotros.
Pero claro, la presión social por compartir almohada es tan grande que suponía enfrentarnos a terreno desconocido. Como cuando coges un vuelo de Ryanair últimamente y, si no pagas el extra, te sientan de manera premeditada en asientos que están en los extremos del avión, aunque haya otros libres a tu lado.
Y la realidad de la separación (forzosa en el caso de la aerolínea) es que, por muy acostumbrados que estemos a que ciertos espacios se compartan en pareja, hay ciertas ventajas de ese rato por cuenta propia y ponerte al día con tus podcast lo demuestra.
Compartir cama, ¿beneficioso o perjudicial?
Especialmente si nos referimos al lugar del que depende el descanso. No todo es tan maravilloso como parece con lo de dormir en la misma cama y a los datos me remito.
Estudios como el de la Universidad de Michigan han descubierto que dormir en pareja pone en jaque la calidad del sueño por ronquidos, insomnios o movimientos involuntarios y que es algo que resiente las relaciones.
La investigación de la Universidad de California comprobó que, después de una mala noche de sueño, una pareja tiene más probabilidades de tener una discusión.
Con este calor dormir con tu pareja en verano está sobrevalorado.
No es una señal de amor, es tortura.— Irene Jotadé (@IreneJotade) June 18, 2022
Hay medios que a esta tendencia de coger el sueño por separado lo llaman sleep divorce, «divorcio de sueño» en castellano, y aunque nos suene raro, ni lo de dormir en la misma cama es algo inherente al ser humano -es una tendencia que ha ido yendo y viniendo con los siglos- ni la intimidad se construye cuando estamos inconscientes.
No digo que esta sea la solución para todo el mundo, pero si en algún momento ves que estás durmiendo peor y que hacerlo en compañía es la culpable de la situación, ¿por qué no probar algo distinto y ver cómo afecta a vuestra convivencia?
Puede ir desde trasladarte al sofá, hacerte con un sofá cama, poner un colchón en otra habitación (si tienes el espacio) o dos colchones separados en el mismo dormitorio, como hacían mis abuelos, dicho sea de paso.
El miedo de que pueda ser la señal de que algo está pasando se te va a ir en cuanto veas que, tanto tu pareja como tú, dormís a pierna suelta y estáis con más energía para hacer cosas juntos y conectar cuando estáis completamente despiertos, te doy mi palabra.