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¿Lo más importante es la penetración? Según un estudio, los preliminares no están de acuerdo

En la cama cometo varios errores, de eso estoy segura. Pero uno de los que más he tardado en darme cuenta ha sido del error de los preliminares.

GTRES

No porque se me resista la técnica, sino porque, hasta hace relativamente poco, formaba parte de ese grupo que consideraba que no eran más que una práctica de segunda categoría.

Una manera de preparar el terreno de juego, y nada más lejos. Mi experiencia sexual me ha ido poniendo en mi sitio, y si algo he sacado en claro es que era precisamente en ese momento, cuando mis posibilidades de tener un orgasmo se multiplicaban.

Me toca entonar el mea culpa, pero al mismo tiempo señalar que, cómo no iba a tener esa idea del sexo, y, sobre todo, esa manía de considerarlos parte del calentamiento, si nadie me había enseñado lo contrario.

En las series o películas con escenas subidas de tono, lo realmente importante y urgente era la penetración. Todo lo demás o salía en una menor medida o ni hacía acto de presencia.

Lo que construye, poco a poco, la presión social de que, pase lo que pase, hagas lo que hagas, si no entra, no cuenta.

No fui solo yo quien hizo este descubrimiento, era algo que entre amigas no era un secreto, ya sabíamos cuál era nuestra parte favorita.

Ni somos rara avis ni somos las únicas.

Un último estudio al respecto, realizado este año por Bijoux Indiscrets, tienda erótica, ha averiguado que somos un 66,8% los que preferimos la masturbación o el sexo oral, frente al 6,59% que prefiere la penetración.

El 26,54% restante elige los besos y las caricias.

¿La conclusión que podemos sacar entonces de esa idea de los preliminares? Pues como afirma Elsa Viegas cofundadora de la marca encargada del estudio: «Excluye la sexualidad de muchas personas. Tanto hombres como mujeres consideran que estas prácticas están llenas de placer y por lo tanto forman parte del sexo».

Al darles ese nombre, ya estamos condicionando que se tratan de un paso anterior a lo realmente importante, cuando la realidad es que son igual de válidas y de protagonistas.

Es una tara social que nos toca asumir como parte de la falocracia, mediante la cual el hombre es más importante en todos los ámbitos, lo que se traduce en el sexo a que todo gira alrededor de la penetración.

El estudio no hace más que probar que es un pensamiento que ha quedado antiguado. Llega el momento de desaprenderlo y aprender a tener sexo de nuevo.

Un cambio que tiene que empezar por nuestra manera de pensar para que se vea después en el comportamiento en la cama.

Duquesa Doslabios.

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Cinco consejos para elegir un (buen) vibrador

Elegir un compañero de cama (el que guardáis en la mesilla de noche, no el de carne y hueso) parte de una necesidad que tenemos las mujeres que me gusta llamar «el picorcillo».

Listo para matarte (de placer). Foto de Duquesa Doslabios.

El picorcillo es una alegría que te entra en la entrepierna cada vez que Jaime de Outlander se quita la camisa o cuando el puertas de la discoteca te agarra de la cintura aunque solo quisiera pedirte que si por favor puedes dejarle pasar, que estás en medio del pasillo.

Para esas ocasiones en las que estás en casa sin más compañía que la de tu imaginación, tenemos el vibrador. Un amigo fiel con el que divertirse tanto por nuestra cuenta como en pareja y cuyo objetivo no es otro que el de traernos alegrías a la vida.

Descubrir cuál es el que mejor va contigo no es tarea sencilla, sobre todo teniendo en cuenta que la variedad de los juguetes sexuales es incluso comparable a la diversidad de yogures que encontramos en el supermercado.

Y si es verdad que en casa acumulo varios amigos de silicona, hay una serie de requisitos a tener en cuenta.

  • Forma: las características externas del producto, su diseño, no ya por razones estéticas sino por su funcionalidad. Mi consejo es que te fijes en aquellos que tienen forma ligeramente curvada ya que estimulan la zona bautizada como «punto G». Especialmente recomendables aquellos que, al mismo tiempo, estimulan el clítoris.
  • Dimensión: el tamaño no importa hasta que tienes que hacer la maleta y quieres llevarte el vibrador de viaje. Por experiencia, dimensiones descomunales no son necesarias. Con hacerte con un juguete cuya zona a introducir oscile entre los 10 y 12 centímetros da más que de sobra por mucho que las películas porno hagan parecer que si el juguete no mide por lo menos como una barra de salami, no lo vas a notar. Recuerda que es al principio de la vagina donde hay más terminaciones nerviosas.
  • Vibración: he encontrado diseños que tienen hasta 12 tipos de vibraciones diferentes. En un lateral, en la parte de abajo, con el movimiento en cascada, vibración intermitente… Y por muy divertido que pueda ser experimentar con todas y cada una de ellas, al final, como con la alcachofa de la ducha, hay una que siempre va a ser tu favorita. Si la conoces, limítate a buscar un modelo que la tenga (los básicos de vibración contínua suelen ser siempre un acierto).
  • Potencia: los vibradores cuya dimensión iguala a una barra de labios están muy bien para hacerle la broma a tu mejor amiga el día de su cumpleaños, pero por experiencia, la pila de botón no suele ser suficiente. No es que mi clítoris sea especial y necesite cargas eléctricas de alto voltaje sino que, por lo general, la potencia de los dispositivos a pilas es mucho menor que los de mayor tamaño que puedes enchufar a la corriente. Es preferible que escojas uno un poco más potente, aunque salga algo más caro, ya que terminas amortizando el gasto (en orgasmos).
  • Sonido: siempre que tengas dudas, enciende el juguete antes de comprarlo. Aunque afortunadamente cada vez resultan más discretos, todavía hay modelos comparables al ruido de un cepillo de dientes eléctrico. Aquellos diseños silenciosos son ideales para preservar la atmósfera de intimidad.

Duquesa Doslabios.

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¿Provida de quién?

Poco después de cumplir los 18 años, esperaba al otro lado de la puerta de un servicio público de una conocida estación de autobuses madrileña a que una amiga meara en un palito.

PIXABAY

Estábamos asustadas, con un nudo en la garganta y la cabeza llena de interrogantes. La universidad acababa de empezar, la independencia era nula y lo único que se nos acumulaba, además de los apuntes, eran los miedos de lo que podría suceder desde ese momento.

Aquello salió negativo y nos quitamos un peso que volvería años más tarde. Solo que esa vez el resultado sería distinto.

Y si a mí se me vino el mundo encima, no os quiero contar cómo estaba mi amiga.

Porque por mucho que le habría gustado que fuera de manera diferente «no tienes dónde caerte muerta» y entiendes que ser madre no es solo la acción biológica de reproducirse.

Ser madre es una responsabilidad, la de poder dedicarles a tus hijos el tiempo que sea preciso y de poder proporcionarles los medios para salir adelante.

Pero mi amiga, con un contrato de prácticas de 40 horas semanales, de esos que tanto abundan aun cuando hace tiempo que has acabado la universidad, cobrando poco más de 300€, mientras vivía con sus padres, y un novio que solo se dedicaba a estudiar, lo tenía complicado.

Ella sabía que continuar solo habría significado no poder seguir trabajando y, por tanto, pedirle ayuda a sus padres y suegros para criar a la criatura. Es decir, sacrificar el presente de varias vidas, la suya, la de su pareja y la de los padres de ambos, por el hipotético futuro de una.

Esos fueron sus motivos para no seguir adelante con el proceso, y qué menos que poder tener la opción de ser tú, y nadie más que tú, la que decides sobre tu propio cuerpo.

La diferencia es que mi amiga es española y abortó, algo que no habría podido hacer si hubiera sido argentina. Porque una vez más, se nos ha quitado a las mujeres la posesión de nuestro cuerpo. Tu útero no es tuyo, es terreno a legislar.

Y cuando son hombres los dos tercios de los votos afirmativos, para aprobar la ley que prohíbe el aborto, queda claro quién está mandando sobre nosotras.

A las mujeres argentinas les han quitado la voz y la opción de decidir libremente su maternidad. Solo queda preguntarnos por qué, en pleno siglo XXI, cuando se toma una medida provida es la vida de la mujer la menos importante.

Duquesa Doslabios.

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