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‘¿Me invitas a tu boda? No, te invito yo a tu boda’, la controversia que circula en redes sociales

Hace unos años, recibir una invitación a una boda, era sinónimo de alegría e ilusión.

Pero de un tiempo a esta parte, una opinión popular que va ganando fuerza siente todo lo contrario.

boda pareja

PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

«Que te inviten a una boda es lo peor, ya me puedo poner a ahorrar», «Pierde todo el encanto que te inviten a una boda sabiendo que tienes que dar una suma de dinero acorde con el precio del menú para cubrir tu gasto como invitado» o «No puede ser que el que te inviten a una boda sea un gasto de dinero tan grande que te descuadre las cuentas durante meses», son algunas de las opiniones que se pueden leer en Twitter al respecto.

Sí, siendo una generación precarizada, hay quienes han caído en que las bodas son un ataque al bolsillo tal y como están planteadas hoy en día.

Porque se juntan varios factores que son los que hacen que esa corriente de detractores de las bodas las vea como desajustes presupuestarios y no celebraciones del amor.

Por un lado está el hecho de que antes, las parejas iban a vivir juntas después de la boda, por lo que cuberterías, manteles, pequeños electrodomésticos, juegos de toallas o cualquier regalo para el futuro hogar, era lo más deseado.

A día de hoy, esos amigos que se dan el «Sí, quiero» llevan años juntos conviviendo en un piso perfectamente equipado, por lo que jugársela con otra batería de cacerolas no parece la mejor de las ideas.

Es el motivo por el que, de un tiempo a esta parte, no falta en las invitaciones de boda la cuenta bancaria para que el regalo sea un ingreso, algo que los novios usan para recuperar el altísimo desembolso de la fiesta.

Y, aunque cada persona debería dar una cantidad acorde a su situación económica, la frase que nos han contado nuestros padres, por activa y por pasiva, de que el regalo de boda debe cubrir el cubierto, se nos ha quedado marcada.

Según ellos, es de buena educación al menos pagar la cantidad que va a costar el menú que vas a consumir.

Sin embargo, los millennials tenemos un problema con esto. En primer lugar, como los usuarios de Twitter comentaban, el de que nuestras finanzas se quedan descolocadas cuando llega una boda.

Si de algo se han aprovechado las empresas que están metidas en el sector nupcial español es de inflar los precios.

Y de inflarlos hasta el punto de que con pagar dos platos ya se equipara al precio de irte una semana de vacaciones fuera de tu ciudad.

Quizá la generación de nuestros padres sí puede permitirse dar con desahogo ese dinero, pero nuestra situación es que los alquileres nos asfixian, tenemos unos ingresos irregulares o que se acercan al SMI incluso a nuestros treinta.

Costear una comida nupcial, añadir un vestido a la ecuación y la parte correspondiente a la despedida de soltera -otra fiesta que ha pasado a ser un compromiso económico importante-, hacen que no salga a cuenta recibir una invitación.

En ningún caso la culpa es de los novios, quienes organizan con todo su amor el evento (y nunca van a esperar que vayas por el dinero), sino de quienes han pasado de ver las bodas de negocio a negocio muy rentable.

Porque para sorpresa de muchos, no estoy hablando de una celebración digna de la revista ¡Hola! con una noria, fuegos artificiales o un concierto del cantante de moda de turno.

Si no de una boda normal donde ya solo el cóctel, el menú y la barra libre hasta las 5 de la mañana suponen más de 160 euros por cabeza. 

Puede que los haters nupciales cambiaran de idea si adoptáramos, por ejemplo, el método inglés. Donde cada invitado paga unas 50 libras como regalo con la condición de que se costea el alcohol de su bolsillo.

Sería la manera de contar con quienes dicen que no a una invitación de boda, por muchas ganas que tengan de ver a sus amigos contraer matrimonio, porque no pueden permitirse el gasto que sienten que deberían hacer.

Pero también la manera de ayudar a los novios a que el coste de cada invitado fuera menor, ya que las bebidas que consumas corren de tu cuenta.

¿Lo popularizamos?

Mara Mariño

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A mi amiga que se casa hoy

Querida amiga, hoy es el día.

(Madre mía, cuánto voy a llorar escribiendo esto).

boda amigas dama de honor

PEXELS

Parece que fue ayer cuando nos sentábamos en el pasillo de la facultad a hablar de esos chicos de clase que nos habían hecho gracia (¡y encima eran amigos entre ellos, como nosotras!).

Han pasado 12 años de eso y desde hoy, de alguna manera, tu vida no volverá a ser la misma. Y tú tampoco.

Sé lo que estaré sintiendo al verte de blanco entrando a la iglesia. Una mezcla abrumadora de orgullo y emoción.

Porque se te verá radiante, segura y guapísima, al igual que, al que a está a punto de convertirse, de manera oficial, en el compañero de tu vida.

Más madura, más adulta, consciente del peso de los votos que vas a prometer y de lo todo lo que vendrá después. Pero sobre todo con la convicción de que queréis hacerlo de la mano.

Y yo sé, mejor que nadie, lo que habéis pasado hasta haber llegado a este momento.

La de lágrimas que has dejado por el camino (porque alguna tiene que haber), la de carcajadas (mucho más frecuentes y la mayoría gracias a él), la de sueños cumplidos…

Has crecido a su lado y verte hacerlo ha sido una mezcla constante entre preocupación y, finalmente alegría, al ver que ibas floreciendo.

Porque ese es el mayor miedo de una amiga.

Al tener un amor que está al nivel de la idolatración de una abuela (siempre me vas a parecer demasiado buena para cualquier hombre de la faz de la tierra), temía no saber al 100% si la pareja que acompaña a una de las personas más importantes de mi vida sería capaz de hacerla feliz y dejarla brillar, sin cortarte las alas ni hacerte pequeñita.

Pero yo puedo decir que ha sido vuestro caso. Has perseguido tus objetivos con esa determinación que te caracteriza, has evolucionado y te has convertido en esa mujer fuerte e independiente, siempre llena de garra e iniciativa, que tanto me inspira.

Y él estaba aplaudiéndote con cada escalón que subías, queriéndote de la manera más sana. Luego fue tu turno de hacerlo.

De alguna manera, los dos habéis sabido convertiros en lo que necesitaba el otro en cada momento de estos 10 años incluso durante la convivencia. Habéis crecido juntos.

Y si algo me ha quedado claro viéndote (y viéndoos) es que en equipo, cuando tu compañero es el apropiado y está de tu lado, las cosas se consiguen antes y mejor.

Poco puedo enseñarte yo de relaciones de pareja o del amor cuando has sido tú quien me ha dado las mayores lecciones hasta hoy.

La de estar ahí cuando la vida se pone complicada, la de encontrar la vía de solucionar las cosas, la de mostrarte vulnerable y dejar que te vean rota porque, tu pareja es, ante todo, tu mejor amigo.

Así que solo me queda desear que esa felicidad, que llevas compartiendo a su lado todos estos años, siga por el resto de tu vida.

Y aunque no sea en un altar, delante de amigos y familiares, yo te prometo seguir también a tu lado. Pase lo que pase.

Porque el mío también es amor del bueno.

Mara Mariño

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Mi amiga se ha casado y…

Mi amiga se ha casado.

Ha tenido una de esas bodas preciosas de cuento de hadas. La misma en la que vas con invitada y piensas «sí, definitivamente el amor era esto».

boda pareja

PEXELS

En la mesa del banquete donde me tocó sentarme, cada una de mis compañeras tenía una historia diferente.

Estaba la que también llevaba varios años con su novio y acababan de mudarse a su segundo piso juntos.

La que se planteaba la convivencia en un futuro cercano, la que veía ese paso todavía muy lejos, la que acababa de darlo pero a él le había surgido trabajo en otro país e iban a pasar el próximo año separados.

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Estaba yo, que, con mi enésima mudanza, ya estaba inmersa en el mundo de las relaciones a distancia y estaba la que se encontraba recientemente soltera.

Y la novia, claro, que se había casado después de 10 años de noviazgo.

Todas compartíamos lo mismo, nuestras maneras de vivir las relaciones de pareja eran las correctas.

Entre el final de los 20 y los primeros años de los 30 si algo nos unía también era que, en esa etapa, estábamos contentas con nuestra situación sentimental. Éramos felices.

Atrás han quedado los tiempos en los que el paso por el altar -igualmente emocionante para quien quiera darlo- era el único sinónimo de disfrutar del amor en una relación.

El compromiso, si bien no estaba afirmado ante los ojos de Dios o un juez, era algo que no faltaba en nuestro día a día.

Si a esta boda, tan digna de reportaje de la revista ¡Hola! como de película Disney, llego a venir hace unos años, mis sentimientos habrían sido muy diferentes.

Casi de urgencia, de querer ser la siguiente porque se supone que es el próximo escalón que me tocaría subir.

Ahora me doy cuenta de que no es que hayan cambiado los tiempos -que un poco también, no me malinterpretes-, pero sobre todo he cambiado yo.

Porque comprendo mejor que la suerte no es un «sí, quiero» delante de la familia y amigos. Sino encontrar a una persona con la que la felicidad es la constante.

Alguien que te tranquiliza, anima, cuida, escucha, apoya, acompaña, te acepta con tus luces y tus sombras, te ve guapa devorando los espagueti con tomate o babeando sobre la almohada.

Y seguir disfrutando a su lado es lo que importa. Sin pensar en qué vendrá detrás porque la etapa del amor no es algo que va a llegar más adelante con un vestido blanco.

Sino que ya estamos en ella.

Mara Mariño

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¿Soy mala feminista si quiero que me pidan la mano?

Esta semana una de mis compañeras de trabajo nos ha dado el notición: su novio le hizo la gran pregunta y se casan el año que viene.

Además de la alegría que me ha dado comprobar que no solo las historias de amor llegan a su fin en estos dos años tan raros, hablaba con ella sobre si el hecho de tener ilusión por recibir la petición nos convertía, instantáneamente, en malas feministas.

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Ya no basta con defender los derechos de las mujeres a nuestra manera, movilizándonos en redes o en persona, sometemos a un escrutinio constante situaciones de nuestra vida como puede ser esta. Y el miedo ante nosotras mismas, de no estar a la altura de nuestra propia ideología, nos paraliza.

Si retrocedo en el tiempo, buscando el origen histórico de la pedida de mano y cómo ha evolucionado desde entonces, la respuesta es rápida y tranquilizadora.

La herencia de las peticiones de matrimonio clásicas vienen del Derecho Romano, ya que era el padre quien tenía el poder para conceder su autoridad al pretendiente.

No era más que un mero intercambio del dominio sobre la mujer -que por cierto, ni pinchaba ni cortaba-, quien pasaba desde la boda a pertenecer al marido.

Por suerte, el emancipamiento femenino ha convertido en una costumbre libre de connotaciones posesivas el trámite de la pedida.

Nosotras decidimos a quién damos la manus (nombre que recibía la norma, de ahí que hablemos de pedir la mano) o si solicitamos por nuestra cuenta la de la otra persona.

El primer triunfo del feminismo fue que dejáramos de ser considerada una mercancía a la hora de unir nuestra vida a la de alguien más. El segundo, poder tomar la decisión de cómo queremos que suceda la pedida.

Es raro que el tema no salga en algún momento mientras dura la relación con otra persona. Por lo general, sentar las bases y llegar a un punto que satisfaga a ambos en una conversación (o varias) es también establecer un acuerdo igualitario.

En el caso de mi compañera, sabiendo su pareja la ilusión que le producía la tradición, el ‘trato’ era que él hiciera la pregunta en algún momento.

Para lectoras que, como yo, vemos la boda propia como un momento especial -pero tampoco nos entristecería que no llegara a suceder-, no tendría problema en ser quien hincara rodilla si sé que la otra persona quiere de corazón vivir esa experiencia.

Ambos casos pueden parecer distintos, pero el trasfondo es el mismo. Cada mujer es un mundo y tener la posibilidad de hacerlo de la manera que queramos -porque es cada una quien lo ha decidido así-, es un logro de la igualdad.

Conclusión: es tan feminista una pedida como la otra.

Ahora, ¿son igual de populares? Todavía no, pero tiempo al tiempo.

Aunque cada vez se vea con más normalidad que salga de nosotras la propuesta o sea una conversación entre ambos -como fue el caso de mis padres-, los años adoptando un papel pasivo pesan a nuestras espaldas.

Hace unos meses, en una tarde melancólica que solo parece pedir una buena película romántica, cayó Tenías que ser tú.

Una enamorada Amy Adams recorre Irlanda para pedirle a su pareja la mano porque, según a tradición irlandesa, el 29 de febrero una mujer puede proponerse.

Esta trama con pedida de mano a la inversa estaría bien planteada de no ser por el mensaje de fondo, ese de que, en cualquier otra fecha, que una mujer hiciera eso le haría quedar como desesperada (una idea que sí me parece machista, por ejemplo, aunque la banda sonora es una fantasía).

En 11 años que han pasado desde que salió la película han cambiado las cosas. Y quiero pensar que si fuera un filme moderno de Netflix no solo la protagonista le pediría casarse en cualquier momento, sino que lo haría en un fotomatón o en un festival itinerante por el desierto.

Volviendo al hilo, el feminismo es un aprendizaje constante que nos hace cuestionarnos todo lo que hemos aprendido, las propias decisiones que tomamos y el mundo que nos rodea, pero es tan sencillo como limitarlo a la igualdad entre hombres y mujeres, sea la situación que sea.

En este caso, ser tan libres como ellos de diseñar el matrimonio desde el momento de hacer oficial el compromiso.

Nos permite preguntarnos si realmente queremos pasar por una tradición como es una boda, una pedida al borde de un acantilado o cualquier costumbre que traemos ‘de serie’ pero igual, razonándola un poco, no van con nosotras.

Si por lo que sea, ese romanticismo nos encanta, por favor, no renunciemos a celebraciones con cientos de flores, discursos de amor eterno o que nuestro padre nos lleve del brazo al altar. La igualdad significa que nuestra vida sea lo que decidamos libremente y podamos ser quienes queramos.

Duquesa Doslabios.

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Inés, la diseñadora de vestidos de novia que te ayuda a ligar (y quizás casarte) en tiempos de Covid

Sabía que las cosas estaban mal para aquellos sin pareja. Que si tener citas es casi como un juego de azar -que podía salir medio bien, regular o fatal-, el Covid lo ha convertido en un deporte de riesgo.

Algunas preguntas parecen de obligado cumplimiento, como si se ha pasado el virus, si por un casual todavía se tienen anticuerpos o fijarse disimuladamente en si la otra persona tiene las precauciones suficientes manteniendo círculos más o menos cerrados y procurando desinfectarse a menudo.

Lo mismo que sucede con el miedo a una cobra -ese que podía ser paralizador-, elevado a la máxima potencia de complejidad en el momento en el que entra la mascarilla de por medio.

INÉS MARTÍN ALCALDE

Aun así, hay románticos que no han perdido la esperanza e incluso se han animado a participar en ‘Ligar en tiempos de Covid’, una iniciativa ideada por Inés Martín Alcalde, diseñadora de vestidos de novia.

Con un año en el que la mayoría de las bodas se han pospuesto y un panorama futuro tanto o más desolador con la ausencia de interacción social, la diseñadora llegó a la conclusión de que, si quería revertir la situación en 2021, no podía sentarse a esperar la vacuna.

«Queríamos hacer algo distinto que hiciese feliz a la gente, que volviese a sonreír y, por otro lado, generar nuevas bodas«, declara Inés.

¿Su estrategia? Animar a través de sus redes a que las personas solteras mandaran su número de teléfono con breves descripciones y poder crear chats uniendo –al estilo de una celestina moderna– a los más compatibles según la ciudad, edad y aficiones.

El único requisito, no tener pareja, ha hecho que más de 3.000 personas se inscribieran, lo que llevó a crear una lista de espera.

La intervención de un grupo de restauración en Madrid fue clave a la hora de organizar los encuentros en la capital. «Fue para facilitarles quedar en un sitio. Ellos se ponen de acuerdo y, si quieren, las de grupo Lalala les reservan el día. Fuera de Madrid hacemos los chats y la gente queda donde quiera», contesta Inés.

«En el chat se ponen de acuerdo para quedar un día y previamente se van conociendo por ahí«, declara la diseñadora.

Aunque su papel como hada madrina moderna (por aquello de que además de diseñar el vestido sin necesidad de varita mágica, también ayuda a encontrar el match perfecto) no ha quedado solo en formar chats.

«Tenemos que estar muy pendientes de los grupos por si hay que reubicar personas. Hay gente que tiene menos disponibilidad o está fuera», responde Inés respecto a los retos de su iniciativa.

Para aquellas personas que no llegaran a tiempo a la primera ronda, la diseñadora no descarta repetir la experiencia (eso sí, animando a participar a más solteros, ya que la cantidad de hombres es mucho menor).

«Nos gustaría hacer futuras convocatorias, aunque no tenemos nada cerrado todavía«, afirma.

Pero, al menos de los primeros encuentros, parece que comienza a verse la luz al final del túnel para sus creaciones nupciales. Inés confía en que alguna boda saldrá del experimento: «Ya ha surgido alguna pareja».

Duquesa Doslabios.

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