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La ingeniera y la socióloga que van a hacer las calles más seguras para las españolas

Cuando empecé a salir sola, de las primeras cosas que me desaconsejó mi madre fue cruzar uno de los barrios en el que se encuentra la calle con más denuncias de apuñalamientos de Madrid.

Barrio que no estaba muy lejos de nuestro piso, así que nos pillaba de camino en muchas ocasiones.

Aunque seguí a rajatabla aquella recomendación, y busqué rutas alternativas, de adulta no me quedó otra que frecuentarlo, ya que me mudé con mi pareja a la calle perpendicular.

mujer andando calle

PEXELS

Si bien nunca vi un navajazo (aquello sucedía de madrugada), no había día en el que no me hicieran algún comentario por la calle. Incluso llegaron a seguirme en bicicleta durante un tramo de mi camino.

Para mi exnovio aquello no era para tanto y tenía que aprender a relativizar. Para mí era un desgaste normalizarlo.

Pensarás que tuve mala suerte con mi barrio, pero el acoso callejero se ha repetido por Gran Vía, por Retiro, por Príncipe Pío y hasta por Castellana, cuando un desconocido paró su coche en uno de los laterales del Ministerio de Defensa y me invitó a subir con él.

Y en todas y cada una de las veces, mi reacción fue la misma: agachar la cabeza y apretar el paso. Tampoco es que hubiera otra opción, ¿no?

Contra esta idea fue que se revelaron Begoña Guadaño y Clara Espinosa, ingeniera de caminos y socióloga especializada en tecnología y violencia de género respectivamente.

Acaban de lanzar un proyecto, B.MUUN que aún está en fase beta, pero apunta maneras, ya que su objetivo es convertir las ciudades españolas en lugares más seguros para las mujeres.

La herramienta se encuentra todavía en desarrollo y funciona por invitación, sin embargo algunas periodistas pudimos probarla hace unos días.

Al acceder muestra un navegador que va marcando rutas, un sistema de navegación diseñado en base a la información recibida por otras usuarias que hayan reportado situaciones de acoso.

Es decir, te lleva a casa por la vía que considera más segura teniendo también en cuenta el trazado urbano.

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Otro de los pilares de esta web, que ha sido financiada por el Ministerio de Igualdad después de que Begoña y Clara presentaran el proyecto a concurso, es la creación de una red de espacios concienciados y preparados para socorrer en situaciones de riesgo.

Su objetivo es que establecimientos de nuestros barrios reciban una formación de atención y recepción de víctimas de acoso y abuso sexual callejero a los que se podrá acudir en caso de peligro.

Aunque también ‘pone en el mapa’ qué negocios como peluquerías, restaurantes o tiendas están concienciados en lo que a seguridad de las mujeres se refiere.

Y quizás en esa colectividad reside la emoción de este proyecto, en sentir que tienes una mano amiga a tan solo unos metros de distancia y que, a la vez, son otras mujeres las que han ido avisando de sus experiencias, cuidando todas de todas.

Un botón de socorro

Aunque lo más interesante es el botón de SOS, una opción que comparte la ubicación con los contactos que se hayan elegido previamente y comienza a registrar en audio lo que sucede desde ese momento.

Una vez pulsada la opción de auxilio, el navegador te dirige al punto B.MUUN más cercano donde, entre los protocolos a seguir, está el de llamar al 112.

Poco después del evento de presentación, le contaba a mi padre lo que me conmovía que se tomara el acoso callejero como un tema serio que se debe combatir.

Él opinaba que no debería haber una lista de calles con un ‘visto bueno’ para circular, porque las mujeres tendríamos salir a la calle sin miedo y sin evitar ningún lugar, ya que todos deberían ser seguros para nosotras.

Yo le comentaba que, por desgracia, aplicación móvil o no, ya vamos buscando esas vías alternativas que -creemos- nos mantienen más a salvo, en vez de otras donde nos sentimos más expuestas.

Sí, en un mundo ideal las mujeres podemos volver a casa como nos da la gana, incluso solas y borrachas sin sufrir ataques físicos o verbales. Pero no estamos en un mundo ideal.

No quita que, de manera paralela, no se destinen esfuerzos para concienciar a los hombres de que una mujer andando por la calle no invita a comentarios ni tocamientos no deseados.

Pero si, mientras tanto, aparecen recursos que tienen en cuenta nuestra manera de movernos, que nos dan opción de mandar localización inmediata y hasta grabar lo que nos rodea (por si necesitamos pruebas para emprender medidas legales) o cualquier cosa que nos haga sentir un mínimo de seguridad, lo cogeremos sin dudar.

Mara Mariño

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El mensaje detrás de la masturbación colectiva protagonizada por estudiantes brasileños

Los canales de difusión masiva han cambiado de manera radical cómo se difunden las noticias. De esta manera no solo nos enteramos al instante de lo que pasa en cada momento, sino que lo vemos también independientemente de la parte del mundo en la que se encuentre.

Es lo que ha pasado con el beso de Luis Rubiales y la vuelta al mundo que ha dado, pero también con las fotos modificadas por IAs de las alumnas de Almendralejo.

Pareciera que, de un tiempo a esta parte, los hombres mayores o menores de edad españoles, están encargándose de dejar bien claro que, por mucha igualdad que ostentemos en permisos de maternidad y paternidad, el nuestro es un país machista. Punto.

São Paulo

PEXELS

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Quienes hemos entonado el #SeAcabó que inició Jenni Hermoso, llevamos toda la vida con la misma cantinela.

Que esto no son manzanas podridas ni casos aislados, que no son casualidades ni una mala racha, que esto es un sistema que victimiza a todas las mujeres que se llama patriarcado.

Y sobre todo que es algo que pasa en todo el mundo, no solo en España.

Gracias a esa civilización informativa de la que formamos parte, nos ha llegado otro ejemplo de violencia machista ejercido por los estudiantes de medicina de la Universidad de Santo Amaro en São Paulo.

Las imágenes y vídeos virales de la veintena de chavales con los pantalones y los calzoncillos bajados masturbándose delante de dos equipos de voleibol femenino que estaban compitiendo, podrán hacernos dudar de si las nuevas generaciones de verdad harán del mundo un lugar mejor de las anteriores.

Pero no nos deja dudas del mensaje que transmiten sus acciones: «Nosotros tenemos el control».

«El control sobre nuestro cuerpo y nuestra polla, el control de sacárnosla cuando y donde queramos. El control de masturbarnos incluso en un lugar público sin que puedan pararnos».

«El control sobre el espacio, da igual que sea a plena luz del día o en un sitio frecuentado por gente, da igual que sea enfrente de un campo donde estáis practicando un deporte. A puerta cerrada en casa o en el campo de juego, todo es nuestro».

«El control sobre vosotras y vuestra sexualización. Vemos erótico que juguéis y así os lo hacemos saber. El control sobre vuestra concentración en el partido, da igual que estéis jugando, no sois más que el objeto de deseo de nuestras pajas».

«El control del foco de atención, el protagonismo. No es vuestro triunfo ni vuestra competición lo importante del día, es controlar la narrativa del momento y que sea, más que un evento deportivo, una película porno live action».

«El control de demostrar que somos muy machos. Fíjate si somos masculinos que nos pajeamos delante de todo el mundo en grupo. Y además gritamos mientras tanto para que a nadie se le escape lo varoniles que somos. Y nos aseguramos de hacerlo delante de un grupo de mujeres, por supuesto, porque si fuera frente a un equipo de hombres sería de gays y la masculinidad hegemónica ve con malos ojos la homosexualidad».

«El control del presente, porque la única consecuencia es una expulsión momentánea de la universidad durante unos días, y del futuro, porque somos estudiantes de medicina y en unos años estaremos trabajando de ginecólogos, cirujanos o anestesistas con mujeres adultas y/o menores de edad en consulta».

«Y también las controlaremos».

Mara Mariño

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Lo que revela la tendencia ‘camisa de Metro’ contra el acoso sexual

Es llegar el calor y según suben las temperaturas va creciendo de manera directamente proporcional el acoso callejero. No es que en invierno no exista, sigue ahí. Pero es en verano cuando más lo notamos porque se multiplica.

Hasta el punto de que las neoyorquinas, cansadas de las miradas y los comentarios obscenos, han viralizado un método «la camisa de Metro» Subway Shirt.

Un ‘truco’ que consistiría en llevar una camisa de botones o camiseta de algodón ancha que deja cubierta parte del cuerpo.

Chica camisa blanca metro

@itssophiemilner

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De hecho, en todos los vídeos que hay en redes sociales con este nombre encuentras desde maneras de conjuntarla, cómo elegirla o anécdotas llevándola al salir de casa y luego quitándosela cuando llegan a su destino.

«El bloqueador de hombres», «la capa de seguridad de la moda» o «yo prefiero coger Uber cuando llevo ropa atrevida porque solo me gusta arriesgarme con el maquillaje», son algunos de los comentarios que se pueden leer en estos vídeos.

Que esto se haya convertido en una estrategia popular es triste por varios motivos, empezando porque no deberíamos ser nosotras quienes tuviéramos que ingeniárnoslas para no ser acosadas.

Recordemos que el acoso sexual es cuando una persona desconocida realiza comentarios, silbidos u otras acciones en espacios públicos que son indeseados para quien los recibe.

En segundo lugar porque alimenta la idea de que si te acosan es culpa tuya por cómo ibas vestida, por haber cogido el metro con esa ropa, por haberte dejado la camisa en casa. Cuando la culpa, por si aún queda alguna duda, es de quien acosa.

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En tercer lugar porque por mucho que hablan maravillas de la prenda y sus poderes ‘antiacoso’, están empezando a salir vídeos de mujeres confusas porque su camisa no ha funcionado, ya que incluso llevándola puesta han recibido comentarios.

«Creo que estamos en un momento en el que los chicos acosan a cualquier persona porque llevo con la camisa una hora y he sido acosada en tres ocasiones», reflexionaba una usuaria en su Tiktok.

Es la mentalidad resignada del «no debería pasar, pero pasa» de la Xunta de Galicia contra las agresiones sexuales. O en otras palabras, la mentalidad de seguir normalizando una forma de violencia contra las mujeres.

No, ni en el metro, ni en el autobús ni por la calle ni en ningún lugar debería pasar. Sentirnos seguras pasa por concienciar desde que somos pequeños que este comportamiento es inaceptable.

De la pasividad a la acción

Pero también por poner más medidas en caso de que se reciba, por poder denunciarlo de una manera más efectiva que tenga una sanción inmediata, se me ocurre.

O incluso de mentalizar al resto de la población de que se involucren si son espectadores de una situación del estilo, donde ven a alguien sufriendo acoso.

Yo, personalmente, soy muy partidaria de contestar.

Porque además de la satisfacción personal de no haberlo pasado por alto, me ayuda recordar que se lo pensará dos veces antes de decir nada a la que vaya detrás de mí (por si le vuelve a caer un chorreo verbal públicamente).

Y porque, spoiler, vamos a seguir recibiendo acoso incluso aunque llevemos un jersey de cuello alto o un chándal porque se trata de una cuestión de mostrar su poder en la calle. De ahí que la respuesta no sea pasiva, sino activa.

A ver si lo que interesa es que sigamos pensando que esto es nuestra responsabilidad y optemos por camisas o maneras de pasar desapercibidas y hacernos pequeñitas en vez de empoderarnos, increpar al autor y defendernos, reivindicando el hacernos dueñas de los que también son nuestros espacios.

Mara Mariño

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¿Por qué no hay mujeres exhibicionistas?

Hace unos días me encontraba un vídeo del monólogo de la cómica Silvia Sparks -a la que por cierto, deberíais ver en directo haciendo su show-, en el que preguntaba si alguna vez habíamos caído en que no hay mujeres exhibicionistas.

mujer gabardina exhibicionista

PEXELS

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De verdad que fue escuchar esa frase y aquello me desbloqueó varios recuerdos.

Como que, cuando sale el tema con amigas, de alguien siguiéndonos a casa, acercándose en su coche, encontrándose de frente en una calle, y enseñando los genitales o incluso masturbándose delante, siempre había sido un hombre.

Y nosotras, tanto menores como mayores de edad, pero con el común denominador de estar solas o acompañadas de una amiga.

Aunque el exhibicionismo, se califica como parafilia, creo que es una nomenclatura a la que tendríamos que dar una vuelta, ya que se trata de una práctica sexual no consentida, que en su mayoría ejercen los hombres.

Haciendo la comparativa es como si empezamos a tratar las violaciones de fetichismos en vez de agresiones sexuales.

Pero volviendo al monólogo humorístico, cabe darle una vuelta a los motivos detrás de esa diferencia entre el género de los exhibicionistas.

Es inevitable analizar la sociedad en la que nos encontramos en la figura del exhibicionista. Porque, por un lado, la exhibición nunca es de las nalgas o los pectorales, sino del pene.

Que sea del pene es porque, quien lo ejerce, exhibe lo que culturalmente es la muestra de la sexualidad masculina, un símbolo que históricamente se ha relacionado con el poder y la virilidad.

Esto está intrínsecamente relacionado con el rol del hombre en la sociedad, quien se siente en la posición de ejercer su poder y solo a través de ello logra la excitación.

La satisfacción es la de haber hecho eso sin el consentimiento de la otra persona, solo con su voluntad de por medio.

El exhibicionista es exhibicionista cuando la otra persona no quiere verlo. Si hay deseo de ver desnudo a la otra apersona, estamos ante un acto sexual libre, consentido y deseado.

¿Sirve de algo denunciar el exhibicionismo?

Cualquier mujer que haya sido víctima del exhibicionismo podrá concordar en que, aunque no haya habido contacto físico, sigue habiéndolo sentido como una agresión porque, a fin de cuentas, es participar en un acto sexual no consentido.

Sin embargo, el Código Penal no refleja este tipo de agresiones, a no ser que se haya realizado ante menores de edad o personas con discapacidad.

El problema es que esta sigue siendo un acto que además de seguir realizándose (durante la pandemia incluso se volvió más difícil de perseguir por el uso de mascarillas) ha saltado a Internet.

En nuestra cabeza rápidamente dibujamos a ese hombre sin cara con una gabardina larga cuando hablamos del exhibicionista, independientemente de que sean personas que trabajan en la tienda del barrio, vayan vestidas con un anorak corto o alguien que lleva un chándal.

Lo cierto es que estamos mucho más familiarizadas con el exhibicionista 2.0, que es el que te manda una foto de sus partes en cualquier momento.

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Y, como el exhibicionista analógico, comparte que logra excitarse con el hecho de tener el poder de enfadar, asustar o molestar.

De hecho ahí radica que se considere una agresión, porque, si nos ponemos a analizar un poco cómo nos excitamos las mujeres, ver unos genitales no suele entrar en el top de la lista.

Y no solo eso, sino que la desigualdad en la sexualidad entre hombres y mujeres queda aún más evidente cuando, contando este problema, hay quien te dice que le encantaría recibir fotos de tetas.

Con la diferencia de que para ellos, protagonistas en un mundo donde no son cosificados ni expuestos ni corren el riesgo de recibir acoso o ser despedidos por la filtración de sus imágenes íntimas o lleguen al punto de plantearse el suicidio, recibir esas fotos es algo deseable.

Para nosotras, algo asqueroso y hasta amenazante.

Lo más sorprendente es que, si el exhibicionismo continúa dándose (y más de uno sigue mandando sin parar la foto de su dedo gordo sin uña) es por la falta de consecuencias.

Y no hablo solo de que quizás muchas de nosotras ni supiéramos que es algo que podíamos denunciar -yo personalmente me he enterado haciendo este artículo-, sino también porque no se tome en serio ni entre en el Código Penal.

Pero mientras añadimos esto a la lista de reivindicaciones que harían de la sociedad un lugar más seguro para las mujeres, es el momento de concienciar de la importancia de tomar cartas en el asunto.

Por eso es tan importante que recuerdes que tanto vivirlo en persona como recibir una imagen no solicitada es una infracción de exhibicionismo del artículo 37.5 de la Ley de Seguridad Ciudadana, por lo que puedes denunciarlo y se puede multar con 600 euros.

Que igual, si le llegan unas cuantas, se le pasan las ganas de seguir difundiendo su entrepierna (y si sigue haciéndolo, ya es ciberacoso que sí está penado con prisión).

Mara Mariño

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¿En qué momento hacer ‘topless’ se convirtió en vía libre para el acoso?

No soy especialmente fanática del topless, pero sí que he estado en la playa o la piscina con amigas que, nada más pisar la arena, se han sacado las tetas fuera.

chica topless

chica topless

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En ese momento, entro en modo ‘torre de vigilancia’ y me paso el resto del tiempo en alerta.

Vigilando -más o menos disimuladamente- que nadie a nuestro alrededor haga cosas raras.

Y es que en cuanto una mujer se encuentra con el pecho descubierto, el riesgo de ser acosada crece exponencialmente.

Esas tetas, como cantaba Rigoberta Bandini, solo dan miedo en Instagram -donde se censuran- o cuando se amamanta y hay quien se atreve a llamar la atención.

Uno de los pocos lugares donde, más que motivo de miedo, se interpretan como invitación, son las piscinas y las playas.

Porque hay quienes leen en un pezón a la vista una carta blanca, en vez de las simples ganas de tomar el sol con comodidad para una misma.

Siempre empieza con lo mismo: una mirada más intensa de lo normal, que puede llegar a convertirse en algo que hace sentir incomodidad.

Hasta el punto que te dan ganas de preguntar si es que nunca ha visto unas tetas en su vida o «sentir que eres como una especie de muñeca hinchable», me comenta una seguidora.

«Nunca me he sentido tan sexualizada». «Me miran como si estuviera buscando el acostarme con alguien».

Y eso si tienes la ‘suerte’ de que no hay un teléfono a mano. El acoso 2.0 no solo te permite capturar momentos con tu cerebro, sino llevártelos en formato digital a sabiendas de que, de preguntarle a la improvisada ‘modelo’, no tendrías su consentimiento.

«Ya van varias veces que cada vez que hago topless en la playa pillo a alguien haciéndome fotos o vídeos. Nunca he llegado a decir nada por vergüenza», me dice otra.

Vergüenza, un sentimiento que ni está ni se le espera cuando se habla de la persona que está apropiándose de tu imagen más íntima.

Acoso sexual, el deporte del verano

De mirar o fotografiar, se pasa a invadir el espacio personal y hasta ejercer el acoso sexual, otros de los comportamientos que como admiten muchas de mis seguidoras, les hace vivir la experiencia con disgusto.

«Estaba en la playa con mis amigos y yo tendría 16 años y estaba muy desarrollada. Decidí hacer topless porque me apetecía. Un hombre, que era mi vecino, nunca me había mirado de forma lasciva, pero ese verano lo hizo. Empezó a mirarme mucho y se comenzó a masturbar disimuladamente. Yo lo noté, fue muy asqueroso».

«Estaba en Menorca y vino un tío desnudo a rodear la zona donde estaba sola. Me pidió que le hiciera fotos con su móvil y me sentí muy incómoda».

«En una playa naturista un tipo se me quedó mirando con una sonrisilla. Estaba empalmado tumbado de lado de cara a mí como si estuviese invitándome a comérsela».

«Primero me miraba con un espejo de mano. Cuando se dio cuenta de que le miraba, se sacó todo».

Te puede interesar leer: Tenemos que hablar del acoso que están recibiendo las sexólogas en redes sociales

Hasta ahora, cuando esto pasaba, sabíamos que era lo que había que hacer. Cubrirnos el cuerpo, llevarnos a otra parte esos pechos de goma dos y nitroglicerina (que parecen detonar el deseo sexual allá por dónde van) o incluso volver a la seguridad de casa.

«Estaba de rodillas en topless poniendome la crema. Un chico se pone a mi lado y empieza a hacer el pino para llamar mi atención. Cuando lo miro me pregunta que si necesito ayuda para ponerme la crema. Le digo que no varias veces, él insiste. Me termina diciendo que es un experto en poner cremas (a mi lado, sus diez amigos se ríen). Acto seguido me suelta que también es experto en perforaciones. Paso de él. Me doy la vuelta. Al rato, al levantarme para ir al agua, me miran el culo y sueltan ‘ahora sí’ entre risas y grititos. Menos mal que a los 20 minutos se fueron, porque estuve a punto de irme».

«Hacía topless con mi amiga en la playa. Al ir al agua un hombre empezó a seguirnos y nos fuimos».

Porque mientras nos tapamos, movemos de sitio, recogemos la toalla pensando que no aguantamos más y encima nos sentimos unas exageradas o paranoicas por hacerlo, pasamos por alto el verdadero problema.

Y es que seguimos sin sentirnos tranquilas en los espacios públicos, aquellos donde nos convertimos en un mero objeto sexual para un espectador, por supuesto, heterosexual y masculino.

Así que igual es el momento de reivindicar que la playa y las tetas también son nuestras y empezar a reservarse un derecho de admisión que nos proteja de estas experiencias.

Que quienes tengan ese tipo de comportamientos, no puedan acceder a los sitios donde no saben comportarse.

E igual así ellos aprenden que la clave estaba en compartir el espacio tratando a las mujeres como personas y no como trozos de carne.

Mara Mariño

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Amigo, así es cómo te afecta la ley del ‘Solo sí es sí’

¿Piensas que es muy complicado ser hombre hoy en día? ¿Que vas a tener que ir con un contrato en el bolsillo y firmar ante notario si quieres tener sexo con una chica?

Este artículo es para ti.

UNSPLASH

Vengo a explicarte de una forma sencilla cómo te afecta la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o, como la conocemos coloquialmente, la del «Solo sí es sí».

Por lo pronto, abuso y violación han pasado de ser considerados delitos diferentes a que ambos vayan a juzgarse como agresión.

Es decir, ya no es necesaria que haya violencia o intimidación para que puedas ir a la cárcel si haces algo en contra del consentimiento de otra persona.

Y cuidado, porque esto se aplica también a lo que suceda en la calle.

Si por un casual eres lectora, recordarás con todo lujo de detalles aquella vez que te tocaron por sorpresa en el vagón de metro, en unas fiestas de pueblo o cuando te asaltó ese desconocido en el parque siendo tú pequeña.

Ahora todo acoso callejero es considerado delito leve y se puede penar con multas o hasta un año de cárcel. ¿El secreto para evitarlo si eres un hombre? Tan sencillo como no tocar a una mujer que no te ha dado permiso.

De tanto reivindicar que las calles también son nuestras, la nueva ley también recoge el acoso callejero.

Comportamientos no deseados verbales que violen la dignidad de una persona -y sobre todo si se crea un ambiente intimatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo (cada vez que te sueltan el comentario troglodita de turno, en resumen), también será castigado.

Ante la duda guárdate para ti la opinión sobre cómo nos queda ese escote o las piernas que tenemos. No te la hemos pedido.

Respecto a tener que llevar siempre boli y papel encima para que quede claro que la relación entre ambos fue consentida, decirte que no, que no hace falta que vayas cargado.

Solo que aprendas que ni quedarse en silencio ni adoptar una postura pasiva significan que estén aceptando tener sexo contigo. Que esta vez no vale lo de «ella no opuso resistencia».

Y con los agravantes de si además se hace en grupo, es la pareja, un familiar o se usan sustancias para anular la voluntad de la víctima.

Así que antes de que salgas con el «Es que ya no vamos a poder hacer nada», déjame aclararte que no te tienes que preocupar.

Que vas a poder hacer de todo, pero con consentimiento, claro. Que igual es de lo que te estabas olvidando hasta ahora.

Y antes de despedirme, una noticia que, si eres amante del teclado, te puede interesar. Hasta el 26 de septiembre puedes inscribirte en los XV Premios 20Blogs y, además de llevarte el premio de 5.000 euros, formar parte de la familia bloguera. Si te quieres apuntar, tienes toda la información aquí.

Duquesa Doslabios.

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Las mujeres queremos que se sepa

Hace dos días, ‘tropecé’ virtualmente en Instagram con una frase con un color rojo de fondo que llamó mi atención. «Que se sepa», ponía. Así de atrevido, conciso y directo.

GTRES

Una declaración de intenciones que ha puesto en marcha Devermut, la pareja de youtubers que hace un año sacaron un libro en el que cien mujeres contaban sus historias.

Esta vez han vuelto a la carga con un estudio que pretende batir récords con la mayor encuesta del mundo sobre la violencia sexual que las mujeres experimentamos a diario, ya sea con el piropo callejero de turno o el que te manda genitales por mensaje privado.

En QueSeSepa.org encontrarás una serie de preguntas totalmente anónimas con un objetivo concreto: reflejar una realidad que ni políticos ni medios, están interesados en contar.

Y como periodista, muchas veces me avergüenzo de lo poco y mal que se trata el tema de la violencia de género en mi sector. Este espacio y la encuesta son pequeñas formas de plantarle cara a algunas de las malas artes de mi profesión.

No ha sido fácil. Hay preguntas que despiertan emociones que, en mi caso, llevaban años enterradas. Pero si quiero que esto cambie, hay que hacer de tripas corazón y marcar lo que ha pasado.

He participado porque quiero que se sepa todo. Quiero que se sepa que sin haber cumplido todavía los 10 años un desconocido me metió mano en el Metro, que a los 15 un hombre paró el coche y me invitó a subir, que de pequeña recuerdo a un señor de la piscina pública haciéndome fotos en bañador.

Que hace cinco años mi empareja me hacía chantaje para que me abriera de piernas, que tuve sexo con un ligue de una noche al que le iba el rollo violento porque me daba miedo que me hiciera algo que me negaba.

Y aunque muchas de esas cosas las sabe mi familia, mis amigos y hasta mi antigua terapeuta, algunas de ellas han salido por primera vez en la encuesta. La última que os he contado, por ejemplo.

Quiero que se sepa porque me ha tocado escuchar que no lo he dicho, que por qué me callo. Pues es el momento de que nos escuchen, de que hablemos, de que sepan. De que definamos entre todas esa violencia de género, la misma que todavía hay quienes nos niegan en la cara.

Toca que si no tienen interés en encuestarnos, en dejarnos hablar, en invitarnos a expresar nuestra opinión o en dejarnos hacerlo desde la comodidad de casa (los estudios a pie de calle, sobre asuntos tan delicados, no permiten que las mujeres podamos responder en muchas ocasiones de manera sincera), con la seguridad del anonimato, podamos hacerlo ahora por nuestra cuenta. Sin pedir perdón ni permiso. Con un par de ovarios.

Solo admitiendo que hay un problema y evaluando cuáles son sus dimensiones, podremos empezar a pensar en soluciones.

Duquesa Doslabios.

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Que te toquen el culo en la discoteca y todo lo que no es ‘normal’ por ser mujer

Todas coincidimos en que es mejor ir con zapato plano en vez de sacar los tacones. «Yo quiero ir cómoda», dice una. Aunque no lo pongamos por escrito sabemos que, en el caso de tener que correr, es preferible ir con un calzado bajo.

FACEBOOK TOMORROWLAND

Quedamos poco antes de que abran la discoteca y vienen los dos de turno. «¿Por qué estáis tan solas?», dicen a ese grupo de cuatro amigas.

Sabemos qué hacer en esos casos. El corte más ‘limpio y rápido’, la baza del novio. Una vez saben que «estamos todas cogidas», se van. La excusa de siempre que, cuando surge, te garantiza la ‘libertad’, algo que sabemos todas, por lo que utilizarla es ya normal.

Entramos a bailar. Pedimos copas y recordamos cómo nuestros padres dejaban el vaso en la barra con una servilleta por encima, para que no les echaran drogas. Nos reímos de aquel acto pero no soltamos el nuestro, no vaya a ser. De modo que se convierte en habitual ese baile a una mano mientras con la otra mantenemos la bebida va bien sujeta. Hasta ahí todo normal.

«Voy al baño», dice una. Da igual la distancia al servicio, es una norma no escrita acompañarnos. Son muchas las historias de amigas que, ante las ganas de hacer pis se han alejado y han aparecido en un piso desnudas al día siguiente.

Las colas en los baños de mujeres son siempre infinitas, todas llevamos compañía, como es normal.

Una vez reunidas de nuevo, seguras por la fuerza del grupo, el baile es más pleno. Hasta que, en la décima bajada al suelo -cambiando solo el peso de las caderas de una a otra rodilla-, hay quien nota una mano indiscreta.

Pena que, al girarse, haya un grupo de ocho o nueve chicos. Imposible dar con el autor del roce. Aunque claro, con tanta gente, y bailando hasta el suelo, es normal que se den ese tipo de choques. Que no empiece la paranoia.

Vuelve a notarla y al minuto se arrepiente de haberse puesto minifalda, no como sus amigas -más expertas en materia-, que prefieren los pantalones largos para evitar, como es normal, los manoseos que suelen acompañar aquí, en Valencia, en Cáceres, en Murcia o en Málaga, los acordes de Daddy Yankee. Pero ella no cayó en eso, solo quería estrenar su nueva compra.

Así que se resigna y entiende que el toqueteo será el nuevo normal de la noche.

Las horas se agotan y los pies, incluso sin tacones, también. Es el momento de despedirse. Dos comparten taxi, otra irá en autobús nocturno y la última, que no ha bebido, prefiere coger un coche de alquiler.

Tras los besos y abrazos, la promesa de todas las noches. «Avisad al llegar». Es el voto normal en estos casos en los que la oscuridad todavía hace mella en el cielo.

El coche está más lejos de lo que se pensaba. Tiene que andar sola un trecho e incluso pasar por delante de un grupo de hombres que también acaban de salir de otra discoteca.

«Hola bebé, ¿te acompaño?». Risas del grupo, él se ha puesto casi enfrente suyo. Ella le esquiva y aprieta el paso, mirando con desesperación el mapa del móvil para localizar el vehículo.

Por mucha rabia que le dé confesarlo, ese tipo de encuentros son lo normal cuando vuelve a casa. El miedo apretándole la boca del estómago durante los últimos metros antes de abrir la puerta -que muchas veces alcanza corriendo- se ha convertido casi en el denominador común, lo raro es que no le digan algo. El broche de siempre a sus veladas con amigas.

Finalmente llega a casa, es la última en hacerlo. Escribe que ya está en la cama y aprovecha para revisar por última vez Instagram. El chico al que le dijo su perfil le ha escrito un mensaje. Uno detrás de otro, viendo que ella no le contestaba.

Que si quiere terminar la noche por todo lo alto. Que por qué no le contesta. Que hay que ver estas feminazis que se asustan por todo. Que quién se cree que es. Que es una zorra calientapollas por haber bailado así. Que tampoco está tan buena. Que ojalá se muera.

Y ella apaga el móvil y se va a dormir después de pasarle el pantallazo a sus amigas, que, poco o nada extrañadas, le dicen que así son muchos tíos. No les sorprende a estas alturas porque tienen en sus bandejas de entrada textos parecidos. Es hasta normal.

Solo que nada de lo descrito como normal en este texto lo es. Por mucho que socialmente hayamos aprendido a normalizar las agresiones sexuales, las intimidaciones, es el momento de desaprenderlo.

Que lo normal empiece a ser no tener miedo porque no haya ningún motivo para ello.

Duquesa Doslabios.

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Cariño, tengo miedo de andar sola por la calle

La semana pasada fue difícil. Difícil de esas en las que me cuesta ser mujer porque no ha habido un solo día en el que no haya recibido comentarios indeseados, miradas intimidatorias (no nos parecen algo sexy, nos dan miedo) o cruces por la calle con hombres que han pasado casi pegados a mí, cuando había acera de sobra, haciéndome sentir incómoda.

PIXABAY

No voy a ir de valiente. Vivo en uno de los barrios más peligrosos de Madrid y frecuento sus calles todos los días. Si en mi anterior zona no tenía ningún problema en responder, aquí, conociendo que las armas y las peleas son el pan de cada día, agacho la cabeza, aprieto los dientes y acelero el paso, confiando en que quede solo en eso.

Pero hace poco, un aviso me alertó de que una chica, también del barrio, había desaparecido. Hablándolo con mi pareja, le comenté que, en el caso de que algún día yo desapareciera, comentara también a la Policía mis inseguridades respecto a alguna calle concreta de la zona.

«No me digas esas cosas, que me rallo».

No

me

digas

esas

cosas

que

me

rallo.

Una frase que se me quedó grabada, palabra por palabra, y me sentó como haber bebido algo en mal estado.

Estaba manifestándole a mi pareja un miedo con el que convivo todos los días de mi vida, una serie de comentarios, de miradas, de frases, de uno que disminuye el paso para ir a mi lado, pero él lo que no quería era ni oír hablar de mis preocupaciones, de si algún día me pasaba algo, para no rallarse.

Lógicamente, por si a estas alturas del texto no lo habías imaginado ya, mi pareja es un hombre. Un hombre de casi dos metros al que, las pocas veces que han podido decirle algo por la calle por parte de una mujer, me ha admitido, nunca le hizo sentirse amenazado.

Con esto no digo que sea una paranoica y quisiera contagiarle a él mis temores, sino simplemente hacerle consciente de lo que es mi día a día y, también claro, de las preocupaciones que pueda tener.

Una respuesta correcta (y empática) por su parte habría sido la de ponerse en mi piel, escucharme y, después, preguntarme si hay alguna manera, al alcance de nuestras posibilidades, de ponerle remedio. Interrumpirme y silenciar el que estaba siendo un discurso de desahogo de una persona preocupada por un hecho que no puede cambiar (haber nacido mujer), no.

Por otra parte, mi pareja estaba teniendo la sensibilidad de una piedra al poner su paz mental por delante de mí. Lo importante en ese momento era que él no se rayara. Que yo viviera con miedo, no tanto.

Y no solo eso, el hecho de que mi situación fuera la de riesgo por haber nacido con doble cromosoma X, porque como repito, somos las mujeres las que sufrimos las agresiones verbales (no solo yo), tampoco era lo bastante importante para él antes de que me soltara esa frase.

Aquello me recordó a una frase que me dijo una conocida de ambos hace poco. «Lo malo del feminismo es que importuna demasiado a los hombres, no tenemos que molestarles con esas cosas».

Así fue, exactamente en ese momento, cómo mi pareja me hizo sentir. Una reivindicación más que válida de que quería ir por la calle tan segura y tan tranquila como él, le estaba importunando y prefería dedicarse a pensar en otras cosas.

Afortunadamente, una vez razonado, explicado y hablado, pudo entender mi situación y adoptar una postura más afín a lo que le estaba planteando.

Pero tuve que hacerle entender que, por mucho que él no quisiera oír hablar del tema (algo egoísta, vamos a decirlo claro), aquello no significaba que mi riesgo fuera a ser menor.

Simplemente estaba entrando en el modo de «Ojos que no ven, corazón que no siente», manteniéndose ajeno a mi situación y a mis sentimientos.

Por supuesto que no quiero que me pase nada, pero si vivo de manera rutinaria el acoso callejero, problemas de violencia verbal y en ocasiones casi con roce físico (en serio, ¿no habéis oído hablar nunca del espacio personal?), qué menos que mi pareja se ponga en mis zapatos, aunque no pueda andar con ellos.

Que tampoco le pido que salga a partir piernas, solo que me preste su hombro para desahogarme.

Duquesa Doslabios.

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¿Eres mujer? Consejo de la Ertzaintza: ni tengas citas a ciegas ni camines sola de noche

«No aceptes citas extrañas, ni citas a ciegas. No transites de noche a solas, por lugares apartados o poco iluminados.»

GTRES

Estos ‘consejos’ (por llamarlos de alguna manera) son los que promulga la policía del País Vasco para, en su opinión, que las mujeres eviten las agresiones sexistas durante las fiestas.

Unos consejos que vienen diciendo que, si queremos estar seguras, vayamos siempre bien acompañadas, por sitios bien iluminados. O lo que es mejor, que no salgamos de casa no vaya a ser que pase algo.

Pero, ¿incluye el folleto alguna mención hacia los hombres diciéndoles que respeten a las mujeres que están disfrutando de las fiestas? Os dejo adivinar la respuesta.

Y como mujer -pero encima como mujer joven que sale de fiesta, ha tenido citas a ciegas y vuelve sola a casa- estoy harta. Harta de que la culpa de que me pase algo sea mía. Harta de que hasta la policía me diga que si no quiero que me pase nada, no haga nada. Con nadie. Nunca.

Si me paro a pensarlo, me parece tan ridículo como lo sería pedirle a una persona de etnia bereber que no se relacionara con ninguna persona caucásica, para evitar agresiones racistas.

Que no se le ocurra salir a la calle exhibiendo su piel oscura. Que para evitar provocaciones se la aclare con un maquillaje, que se ponga una careta, que se tape las manos con guantes para que no parezca que va buscando guerra.

Que procure evitar a ciertas horas del día y por ciertos barrios de la ciudad donde las personas caucásicas abundan. Que procure evitar subir en ascensor, quedarse a solas en el portal de casa con alguien caucásico por si le ataca, que no intime ni quede con nadie de piel blanca.

Pero es que también podemos aplicar el mismo razonamiento a una persona homosexual. La policía vasca podría pedirle que no entre en un local de ambiente por si, en un ataque de homofobia, alguien se lía a tiros dentro del bar.

O incluso que no vaya de la mano con alguien de su mismo sexo. Que no le bese. Que no vista con un arcoíris estampado en la camiseta «por si acaso».

¿Ridículo? Así suena la lógica de la policía vasca, que, casualmente, solo aplica este discurso cuando son las mujeres las posibles víctimas.

Querida policía vasca, catalana, madrileña o andaluza, querida policía de toda España: las mujeres no vamos a encerrarnos en casa. No vamos a dejar de salir, de enamorarnos, de beber, de bailar, de volver a las tantas de la mañana. No vamos a dejar de vivir esta vida tan bonita que hemos tenido la suerte de encontrarnos.

Y no deberían animarnos a dejar de hacerlo como «recomendaciones por nuestra seguridad». Deberían enseñar a los hombres que el hecho de que hagamos todas esas cosas es respetable y no da ningún derecho a gritarnos, a agredirnos, a violarnos ni a matarnos.

Duquesa Doslabios.

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