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Y de lo que más discuto con mi pareja es…

Por sorprendente que parezca, el motivo por el que más a menudo discuto con mi pareja, no es la cantidad de sexo ni las respectivas familias de cada uno. No es por nuestras salidas nocturnas con amigos, por el tiempo que pasamos separados o por nuestras complicadas agendas de millennials en edad laboral.

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El motivo por el que más discuto con mi pareja es por las tareas del hogar.

Y sí, entiendo que puede parecer una nimiedad, sobre todo cuando, muchas de ellas, son cosas de poca importancia.

«Hija, tampoco te vas a herniar por hacerlo tú», puedes pensar. Pero no es el hecho de que me haga cargo en ese momento, es que muchas de esas tareas ni siquiera pasan por la cabeza de mi pareja. Es como si en su universo no existieran o no viera que hay que llevarlas a cabo.

Por eso, cuando veo un calzoncillo (suyo) en la almohada, me veo con el dilema de la semana. ¿Qué hago? ¿Le digo que lo recoja y discutimos porque siente que estoy demasiado encima de él -pese a que ni se acuerda de que lo ha dejado ahí- o me ocupo yo de devolverlo a su sitio, sin enfado de por medio?

La segunda es la que siempre me seduce más, la menos problemática, casi hasta la fácil, aunque implique que me encargue yo de más cantidad de tareas.

Pero me niego a hacerla porque no soy yo quien tiene que hacerle la vida más fácil. Al igual que él no me la tiene que hacer a mí.

Los dos nos tenemos que encargar, en igualdad de condiciones, de gestionar las cosas de la casa. Un proceso que va desde las tareas más clásicas, como poner lavadoras, a las más específicas de cada hogar como, en nuestro caso, fregar de vez en cuando el escurreplatos que tenemos, porque tiende a acumular manchas de jabón y polvo.

En mi cerebro, tanto las tareas grandes como las pequeñas, están en la categoría de ‘deberes domésticos’. En el suyo, en cambio, he podido comprobar que solo están las generales, las que hemos hecho juntos. No se hace cargo de aquellas, aparentemente, más tontas, pero que también hay que solucionar y que terminan llevando su tiempo.

Afortunadamente, cuento con una pareja comprensiva y trabajadora. Después de una charla a corazón abierto, le hablé de la gestión del hogar al completo, de esas cosas en las que él no se fijaba, pero que podían terminar derivando en algo más serio (hace unos años tuve una plaga de cucarachas en un piso universitario por una compañera que dejaba la comida tirada en el suelo).

Al hacerle saber que también formaban parte del mantenimiento del hogar, y que yo no tenía que estar detrás de él diciéndole que había que controlar esas cosas (al igual que él no me las tenía que ir diciendo a mí, porque me daba cuenta sola), entendió que me resultaba incómodo tener que estar recordándoselo.

Si veíamos el asunto en perspectiva, mi pareja tiene las dos opciones que suele contemplar en estos casos: enfadarse conmigo porque, según él, pienso que no hace suficiente o entender que es una reivindicación lógica y que tiene que poner de su parte en solucionarlo.

Por suerte, ha escogido la opción B.

Y para terminar, ¿por qué no quiero hacer yo esas cosas? Porque tengo ejemplos de sobra en mi familia de mujeres que llevan el peso por completo de la casa con maridos que han pasado toda su vida cómodamente, con una carga doméstica mental mínima.

No tengo miedo a discutir, a hablar, a poner las cosas sobre la mesa y a exigir el mismo nivel de trabajo hogareño para los dos. Se llama igualdad y no voy a aceptar nada que no sea eso.

Duquesa Doslabios.

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