Archivo de octubre, 2023

El sujetador con pezones de Kim Kardashian, ¿un hito feminista o mera sexualización?

Si pensabas que las velas con olor a vagina de Gwyneth Paltrow iban a ser lo más extremo en materia de productos que verías sacar a una famosa, vengo a sorprenderte: Kim Kardashian ha sacado un sujetador con pezones.

Kim Kardashian sujetador con pezones

@kimkardashian

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Las publicaciones con la prenda de lencería se han vuelto virales acumulando varios miles de comentarios y con legiones tanto de defensores como de detractores.

Y, después de tomarme mi tiempo viendo el producto, cómo se ha anunciado en redes y cómo se ha representado, es el momento de aclarar que tiene poco o nada de elemento revolucionario para el feminismo.

Kim ha tirado de la opresión de siempre: la de convertirnos en objetos sexuales y, de paso, lucrarse de ello.

Por lo pronto, la simple idea de poner a la venta un sujetador con pezones ya habla por sí sola, ya que se está haciendo negocio de algo que muchas llevamos años haciendo, ir sin sujetador por comodidad o rebelión política.

Bien porque no nos apetece ir con el pecho apretado, y preferimos llevarlo suelto, o bien porque no consideramos que tenga que tener una forma y altura impuestas.

El sujetador de la celebrity ‘vende’ un tipo de pecho muy concreto: el que tienen casi todas las mujeres de la familia Kardashian, es decir, la apariencia de haber pasado por quirófano.

«Tendrás el lift de una operación de pecho», dicen en su página de Instagram.

Esto no solo resulta bastante hipócrita teniendo en cuenta que utilizan la palabra «natural» en todo lo relacionado con su nuevo lanzamiento -y poca naturalidad hay en un pecho modificado a golpe de bisturí-, sino porque también aumenta la presión estética que ya sentimos sobre nuestro cuerpo y cómo debe ser su aspecto para encajar en los ideales de belleza.

Elimina todos los tipos y formas de pezones que existen ofreciendo una única fisonomía de teta sobre la mesa.

Y, por supuesto, niega una vez más que las tetas no estén bien altas y simétricas. Esta zona del cuerpo suele caer por la gravedad, si nuestro peso varía, le salen estrías y, por lo general, una de ellas siempre es algo más grande que la otra. Esa es la verdadera naturalidad.

 

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El pezón falso del sujetador tampoco se escapa del look cliché, más propio de las mujeres que vemos en videojuegos, que de las que nos rodean en nuestro día a día: la areola no existe y el pezón se asemeja a una naricita de gnomo, pareciendo que siempre está erecto.

Una visión muy estereotipada que además intentan convertir en divertido diciendo que «aunque las temperaturas del planeta están aumentando, tus pezones tendrán el aspecto de que siempre tienes frío».

Con mensajes de este estilo, no es de extrañar que mujeres como Laura Escanes, por ejemplo, hablen de que han pasado por cirugías por ver sus pezones como «demasiado grandes».

Pero, una vez más, se invisibiliza que las tetas caen, los pezones se agrandan por el calor, y no tienen que estar siempre como si no hubiéramos puesto la calefacción en casa.

Y eso sin olvidar que la marca de Kim Kardashian ofrece donar el 10% de las ventas a la asociación 1% for the Planet para ayudar a reducir las emisiones de dióxido de carbono, algo bastante irónico teniendo en cuenta que viene de una persona que se mueve con su familia en jet privado y una sola hora de vuelo ya genera toneladas de CO₂.

Es como para pensarlo.

No es el único intento de lavado de cara del producto. Hay quienes han saltado a mediar por la empresaria diciendo que estos sujetadores son ideales para mujeres mastectomizadas.

Que no te cuelen el pinkwashing, el objetivo de esta prenda no ha sido el de pensar en aquellas que han tenido cáncer de mama (que además en España son un 0,04% quienes han pasado por esta intervención), sino en el público en general.

Solo hay que fijarse en los mensajes que aparecen junto a las fotos o incluso en las propias fotos, las modelos posan de manera sugerente, con camisetas mojadas, junto a copys como «haz que te miren», «prepárate para girar cabezas» o «algunos días son duros, pero estos pezones lo son más».

Cero unidades de referencias a las mujeres que están pasando por esa enfermedad o incluso mujeres comentando que se han sometido a esta cirugía afirmando que les va a cambiar la vida.

Lo que sí trasciende, en cambio, es una sexualización descarada de los pezones, que Kim Kardashian pretende hacer pasar por embellecimiento, como cuando ha vendido su maquillaje.

De la misma manera que ya lo ha hecho con pintalabios o sombras de ojos, el mensaje que repite es el de «Vas a verte más guapa con esto».

Mercantilizar el acoso sexual

Sin embargo, lo cierto es que no necesitamos emular lo que ya está en nuestro cuerpo, hombres y mujeres traemos pezones de serie.

De hecho, desde que empezó el #Freethenipple en el año 2012, la lucha que mantenemos las feministas es que, precisamente, a nosotras se nos sexualiza por ir sin sujetador, ya recibimos comentarios obscenos, miradas insistentes o se nos hace abandonar ciertos espacios públicos en el caso de estar amamantando.

El sujetador de Kim no hace más que animar a que esta cosificación continúe, viendo como algo erótico un pezón cuando es simple y llanamente nuestro cuerpo, el cual deberíamos poder vestir como quisiéramos sin que sea sinónimo de que nadie nos tenga que hacer sentir incómodas.

Está mercantilizando algo que nos hace víctimas del acoso diario tanto en persona como en el ámbito digital.

Curiosamente los pezones reales de mujeres desaparecen de la red social a la velocidad del rayo, los pezones falsos de Kim Kardashian campan a sus anchas sin miedo a la censura.

Cabe preguntarse cómo es posible que los pezones masculinos y los pezones de mentira no resulten un problema para el algoritmo, mientras los pezones femeninos sí.

Y mi duda es también por qué siempre somos las mujeres el target de mercado, ya que nadie se plantea hacer un calzoncillo con relleno falso para que parezca que los hombres tienen una erección.

Quizás porque socialmente ellos tienen el privilegio de que no son percibidos como objeto de consumo.

Mara Mariño

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¿Por qué se juzga diferente a hombres y mujeres infieles?

Hace unos días me terminé Llámame Nia, el libro de Cris Vatra que además es compañera, ya que ambas hemos sido publicadas por sellos de Penguin Random House (¿no te ha llegado el spam de que he sacado libro? Aquí está de nuevo).

Al acabar su novela me sentí un poco liberada porque, cuidado spoilers, su planteamiento de la infidelidad femenina no se quedaba en que la protagonista se iba con su amante a costa de perder a su marido y su familia.

Su marido le perdonaba y juntos encontraban la manera de trabajar en su relación para que esta continuara, dejando la deslealtad atrás.

infidelidad femenina

PEXELS

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Lo refrescante es que esta mentalidad de «pasado pisado» para con las mujeres infieles no es habitual.

En cambio, las historias con hombres que son infieles, se arrepienten y vuelven para ser perdonados es bastante clásica. Casi parece que suele estar reservado a ellos el privilegio de ser perdonados del todo y recuperar su vida tal y como era antes.

Yendo a un ejemplo que encontré hace poco, en la serie de Guía astrológica para corazones rotos el exnovio de la protagonista engañaba a su prometida (embarazada) en varias ocasiones, pero al final quedaba redimido de sus affaires.

Vale que no es la realidad, sino ficción, pero como parte de la cultura popular mainstream (al final hablamos de una serie que está en una plataforma que llega a todas partes del mundo) eso crea un «efecto halo» en la sociedad de normalizar que ellos pongan los cuernos.

Se construye una mentalidad que se traduce en un discurso y unas acciones respecto a las deslealtades más o menos permisiva en función de quien cometa la traición.

Así que hablando claro y rápido: la percepción de la infidelidad es muy diferente si la hace un hombre o una mujer, ya que está influenciada por los estereotipos machistas.

La infidelidad femenina está mucho más estigmatizada porque, para empezar hay un doble estándar de género a la hora de juzgar a hombres y mujeres.

Mientras que la infidelidad masculina a menudo se ve como un signo de virilidad, la infidelidad femenina puede estigmatizarse como un signo de inmoralidad perpetuando la idea de que los hombres tienen más libertad sexual que las mujeres.

Y eso sin hablar de «la carga de culpa enorme que hay sobre una mujer atendiendo a su deseo, cuando no hay una maldad de decir quiero estar con cinco hombres, sino simplemente como dejarte ir», explica Cris Vatra.

La culpa y el perdón parecen las dos caras de la misma moneda que siempre nos afecta en mayor medida a nosotras.

Como la escritora comenta, también existe cierto «adoctrinamiento cultural para que las mujeres lo perdonen y aguanten todo y los hombres crean que hay que aguantarles y perdonarles todo».

«Un hombre que perdona a su mujer parece algo imperdonable, como algo que no es de hombre. Poner el amor a tu mujer por delante del orgullo se ve como una traición, como un pecado», afirma.

Lo que es curioso, porque como la escritora recuerda, esa «comprensión, ganas de arreglarlo y obtener la felicidad con tu pareja, es algo que las mujeres llevan haciendo toda la vida» en cuanto a enfrentarse a una infidelidad se refiere.

El peso de la traición que comete una mujer infiel es mucho mayor en parte también por el prisma de la cosificación a través del que se nos observa.

Socialmente las mujeres se ven como objetos de deseo para los hombres, por lo que la infidelidad masculina se puede justificar en términos de «naturaleza masculina».

En cambio la infidelidad femenina se ve como una traición porque aún persiste en ciertas personas esa idea arcaica de que pertenece al hombre, como si fuera su cartera o un par de zapatos.

Además, históricamente, el machismo ha intentado controlar la sexualidad de las mujeres, así que no extraña que la infidelidad femenina a menudo se vea como una amenaza para el control masculino.

¿No te lo crees? Deja que te recuerde la popularidad del concepto body count, o que aún se relacione la idea de que la dignidad de las mujeres va de la mano con una vida íntima lo más breve posible.

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Aunque en mi opinión, también tiene mucho que ver el hecho de que el poder tanto político como social y de los discursos se le haya dado en mayor medida a los hombres.

En el momento en el que tienes a tu disposición más control sobre las relaciones y las normas sociales puedes hacer más tolerable que tú o tus semejantes cometáis una infidelidad (y por tanto se vea como algo menos negativo).

Especialmente si se combina con la proclama lastimera de «él no estaba satisfecho», «su mujer no le hacía caso, lo fue a buscar fuera», lo que pone la carga de la responsabilidad en la persona traicionada en lugar de en el infractor, reflejando una vez más, la mentalidad sexista.

Esta desproporción también es algo sobre lo que reflexiona la escritora: «Aparte de la culpabilidad que sientes por hacer daño a alguien que quieres, sin saber muy bien por qué, tienes que soportar toda la carga enorme y desproporcionada».

«Lo de los hombres está normalizado», afirma, «pero una mujer que ha sido infiel tiene el estigma social de no se merece nada, es lo peor. Antes te lapidaban, ahora es el divorcio, que te quiten los hijos… Algo muy desproporcionado».

Vale que ya no estamos en la Antigua Mesopotamia donde «adulterio» era solo que una mujer se acostara con un hombre que no fuera su marido (en cambio el esposo podía acostarse con cuanta mujer soltera se le antojara), y el castigo a pagar era ser arrojada al agua bien atada.

Pero la asimetría de los cuernos continúa a día de hoy, aunque sea en menor medida.

Quién nos iba a decir que también habría que reivindicar la igualdad a la hora de ser infieles.

Mara Mariño

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Los hombres no hablan de estas cosas

Cómo cambia todo con el tiempo. En el colegio eras los chicos quienes tenían carta blanca para hablar de sexo. Las pajas, los dedos, si esa o aquella era una guarra

Todas esas cosas parecían reservadas a ellos. A nosotras ni se nos ocurría mencionarlo, ¿qué iban a pensar nuestras compañeras?

hombres hablando

PEXELS

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De adultas, el giro ha sido de 180 grados. Raro es que en una conversación con tus amigas no salga el tema del sexo, que qué tal os va a nivel erótico, si habéis tenido algún incidente, la salud íntima…

Además de conectarnos entre nosotras, hablando de situaciones algo vulnerables, lo que siempre fortalece cualquier vínculo, también es la manera de tranquilizarnos: lo que sea que nos pasa no es tan raro.

Preguntar a otras mujeres nos puede dar la solución, ya que pueden haber pasado por lo mismo, o, si no, siempre conocen a una prima de una amiga que puede servirnos de referencia.

En caso de que la primera línea de apoyo no pueda ayudarnos, no dudamos en buscar un libro que pueda darnos la respuesta o incluso investigar a golpe de buscador un retiro o curso que nos permita reconectar o, simplemente, conocernos mejor.

Considerando ese bagaje de autoformación, siento que nosotras hemos llegado al punto de educarnos que podría ser considerado de posgrado si hubiera una equivalencia oficial.

Pero los hombres con los que nos emparejamos no.

La asimetría en las relaciones heterosexuales es más que evidente y solo crece pese a la facilidad de encontrar información al alcance de un click.

Nosotras nos formamos, aprendemos, nos preocupamos por saber, practicamos lo leído, apostamos por alternativas si lo anterior no funciona, buscamos soluciones…

En cambio, lo habitual es terminar con una pareja que no solo no ha tenido el mismo camino de autoconocimiento, sino que parece resistirse al más mínimo cuestionamiento.

La principal dificultad está en que ellos si hablan de sexo, debe ser -según la masculinidad hegemónica-, en un tono de conquista, presumiendo de hazañas y números como si fuera un debate político donde gana el que lleve las barras más altas.

Se da por hecho que los hombres deben ser sexualmente seguros, con experiencia y además dominantes en sus relaciones, lo que ejerce mucha presión para que oculten cualquier falta de conocimiento o inseguridades en torno a la educación afectivo sexual.

Todo lo que no sea una autoestima sexual digna de espartano se puede percibir como una amenaza a su masculinidad.

Otro ejemplo es que si se interesan por descubrir su cuerpo, no son lo bastante hombres por el estereotipo de que tienes que venir de serie con la virilidad por las nubes y un pene funcional 24/7 como único órgano importante de la anatomía.

Sí, muchos temen ser percibidos como «poco masculinos» si demuestran interés en aprender sobre el placer y las relaciones sexuales de una manera abierta y respetuosa.

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Pero si parten con la premisa de que como hombre ya lo saben todo de lo que has visto en el porno y la extensa práctica de estos años, ¿cómo vas a necesitar ir a un taller, leer un libro o hablar con una experta que les enseñe a nada?

A eso hay que añadirle que, en muchas sociedades, el tema de la educación afectivo sexual sigue siendo tabú. La incomodidad y desinformación está a la orden del día y hay quien todavía se atraganta con la aceituna del aperitivo si le preguntas qué opina de una buena comida de culo.

Esa carencia de no haber tenido la oportunidad de recibir una educación adecuada sobre las relaciones afectivas y sexuales en su juventud, puede llevar a una falta de interés o conocimiento en la adultez. Y somos nosotras quienes sufrimos las consecuencias (y a este vídeo me remito).

 

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Por último, la masculinidad hegemónica también promueve esta idea tan casposa de que los hombres no deben expresar emociones o mostrar su vulnerabilidad.

Ya que la educación afectivo sexual a menudo implica discutir emociones, intimidad y comunicación en las relaciones, nuestros compañeros lo encuentran desafiante debido a estas presiones sociales.

Sin embargo, hoy vengo a recordar que no esperamos dar con parejas que hayan nacido sabiendo todo, y que mucho menos vamos a juzgar quienes tengan interés en mejorar su esfera íntima. Al contrario.

Aprender sobre relaciones afectivas y sexuales es un acto de responsabilidad, respeto y cuidado tanto para uno mismo como para las parejas.

Y dar con un novio que se interesa por ello es una suerte.

Mara Mariño

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‘Lovebombing’: aprende a reconocer la táctica de manipulación más dulce

Acabas de conocer a alguien y, curiosamente a diferencia de tus últimas experiencias que iban lentas y a trompicones, es como si hubierais pasado de cero a cien.

Excesiva atención constante (¡no hace ghosting!), gestos románticos, admiración hacia tu persona (lo que te mereces, te diré) y verbalización de que se avance en la relación. ¿Demasiado bueno para ser real?

pareja regalo romántico

PEXELS

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Si tienes los deberes de autocuidado al día, sabrás que te mereces eso, claro que sí, pero que puede que ese derroche de comportamientos románticos no tenga la mejor de las intenciones.

No es que no nos fiemos, es que las posibilidades de que te estén haciendo lovebombing son muy altas.

Pero, ¿cómo saber la diferencia entre lovebombing y simple interés romántico real?

Diría que la duración es una de las variables más fiables. Quien tiene interés en tu persona y esos gestos van con su forma de ser, no dejará de tener detalles contigo.

Es su personalidad y, por tanto, algo que se sostiene con el paso del tiempo.

El lovebombing, por otro lado, es una demostración exagerada de sentimientos a través de detalles que, además, se da en un momento muy prematuro de la relación.

Claro que te pueden regalar unas flores -o una cesta de aguacates, si me preguntas qué prefiero-, pero quizás nada más haberos visto se siente precipitado.

Vale que cada persona tiene sus ritmos (y habrá quien practique ese love language sin segundas intenciones), pero lo primero que caracteriza al lovebombing es sentirlo demasiado apresurado, como que no pega todavía tener o tanto gesto romántico o tan desmesurado.

Pero es que ahí reside el objetivo de esta táctica: abrumar a la persona a conquistar, porque se nutre de la idea de que es algo que va a hacer sentir especial, ya que se nos socializa en que los detalles son una forma de cortejar.

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Por otro lado juega con la idea de que te hace sentir tan especial como nunca antes en tu vida, hasta el punto de que sientas que nadie más te va a tratar de esa manera.

Quien practica el lovebombing sabe que en estos tiempos de mostrar interés a cuentagotas, apostar por el romanticismo o ir fuerte, no es algo habitual.

Otra señal de alarma es que en seguida habla de vuestro futuro, sí, incluso aunque solo llevéis unas pocas citas.

De esta manera va creando un ambiente falso que te propicia a pensar que es él o ella la persona definitiva de tu vida, quien ha venido a quedarse.

Sin embargo lo que está es idealizando su persona y creando una imagen que no se corresponde a la realidad.

Todo esto te genera cierta dependencia porque sientes que estás en ‘deuda’ por ese trato tan especial recibido, o la seguridad que lleva mostrando desde el minuto uno en vuestra relación, y que no eres suficiente.

Por último, se puede identificar que es lovebombing no solo porque llega a su fin, sino porque se ve sustituido por un sentimiento opuesto: el del malestar.

Esa fase de cortejo, donde te sientes especial, se sustituye por enfados, culpabilidad, amenazas y una tensión que va in crescendo.

Con esto no digo que no vuelvas a fiarte de quien llegue a tu vida con ganas de hacerte sentir excepcional, solo que lo disfrutes, pero siempre sin cegarte por lo que está pasando.

Y, ante la duda, el tiempo te dará la razón de si era lovebombing o amor.

Mara Mariño

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‘No vamos a tener nada serio, pero ¿nos acostamos?’

No seré yo quien critique el sexo esporádico, que, además de ser algo que en momentos de mi vida haya podido apetecerme más, veo estupendo que se puedan tener encuentros con la única motivación de pasar un ratito de placer.

Es sano para el cuerpo, para la mente y te da un chute de bienestar importante gracias a las hormonas.

Pero, por supuesto tenía que venir un «pero», sí creo que merece la pena analizar cómo se llega a esos encuentros, ya que en muchas ocasiones nos pierden las formas.

chico teléfono móvil

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Voy con un ejemplo, el de un chico que llevaba bastantes años en mi vida, de esto que te das cuatro besos de adolescente y ya le tienes en Instagram por los siglos de los siglos.

Se genera esa relación distante, pero digitalmente activa, en la que nunca falta mirando tus stories o lanzando de vez en cuando el clásico fueguito que todos sabemos que significa «hola, sigo aquí y me pareces atractiva».

Ni conversaciones, ni coincidencias en todos esos años donde el trato fue única y exclusivamente dar algún que otro like sin más pretensión (una forma de ‘ligar’ de la que hablo mucho en mi libro, por cierto).

Cambiaron las tornas cuando estando soltera me mandó un mensaje directo. Que a ver si quedábamos.

En ese momento, con el corazón roto por el desengaño amoroso, no estaba yo con mucha intención de quedar con nadie y así se lo hice saber.

Su respuesta me descuadró un poco cuando dijo “Bueno, no es para tener nada serio, pero podemos acostarnos”.

Si ves en esto un alarde de sinceridad, algo digno de quien es valiente como pocos y va de cara, déjame decirte por qué creo que no fue la mejor manera de expresarse.

Para empezar, sabiendo que acabo de salir de una relación muy larga (aunque si hubiera sido corta daría igual), mi estado emocional no es de su interés cuando en ningún momento pregunta cómo estoy.

Sino que va directo a ver si puede pasar algo físico, lo que me hace sentir disociada de mi persona a través de su mensaje, como que solo vale el componente de mi aspecto y mis sentimientos tienen menos importancia.

En segundo lugar, cuando lees que no es para tener nada serio, por tu cabeza no pasa la idea de «Ah qué bien, placer sin compromiso», sino «¿Qué está mal conmigo para que esta persona no me considere como opción?».

Es de primero de overthinker. El problema no es él, siempre soy yo.

Y seguramente, como fue mi caso, ese chico ni siquiera te guste, pero ya te deja tocada la autoestima que, tras una rupturas está en una etapa muy vulnerable.

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Cuando es alguien que, como digo, ha tenido entre poca y ninguna relación cercana contigo, que te suelte ese comentario puede hacerte sentir bastante cosificada y molesta, ya que tú tampoco le has dado ninguna señal de que te haga una proposición del estilo.

Especialmente si, cuando rechazas la propuesta, lo primero que hace es desaparecer del radar dejándote de seguir.

En resumen: que su estrategia de tenerte en redes sociales todos estos años era por la hipotética posibilidad de que quizás pillaba cacho.

Así que no digo que no te sinceres y digas si sexo va a ser solo sexo, es importante saber de primeras si se está o no en la misma página.

Pero que antes de nada, intentes empatizar con la otra persona con la que quieres acostarte.

Porque el hecho de que solo vayas a tener un polvo, en caso de que suceda, no te exime de recordar que es una persona con sentimientos y que quizás está en un momento delicado donde no tiene cabida una proposición de ese estilo.

Mara Mariño

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Cómo Tom Holland se convirtió en nuestro Imperio Romano

Es 2017, suena I’m singing in the rain. Un Tom Holland, vestido al estilo de Gene Kelly, aparece bailando en un plató de televisión con sombrero y paraguas en mano.

Una veintena de segundos después los acordes de Umbrella de Rihanna interrumpen la canción y el protagonista de Spider-man reaparece en el escenario ataviado como la de Barbados en el videoclip de su canción.

Tom Holland Rihanna Umbrella

YOUTUBE

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El vídeo de su actuación tiene más de 146 millones de visualizaciones en Youtube (y todas las mujeres que conozco somos responsables de una docena de ellas, por lo menos).

Lo curioso es que si comparas a Tom Holland con el resto de actores de Hollywood, o más en concreto con quienes han sido sus compañeros de rodaje en las películas de Marvel, prever este éxito habría sido poco probable.

Cualquiera diría que estando al lado de Chris Hemsworth, Chadwick Boseman o Chris Evans, quien se metió en el papel del hombre araña no tenía las mismas posibilidades de triunfar entre el público femenino.

Menos musculoso que ellos, bajito y siempre con ese papel de eterno adolescente, si por algo se distingue en el casting de las películas de acción es por no encajar en el molde del superhéroe ‘macho-man’.

Ahí reside para muchas uno de sus mayores atractivos, en interpretar al héroe poco popular, algo patoso y friki, pero tierno hasta la médula.

Trabajos cinematográficos aparte, en aquel show televisivo Tom nos dio algo que ninguno de los demás pudieron.

No hablo de bailar de maravilla, de clavar la Lyp Sinc Battle o de que el traje de Rihanna dejara a la vista que, además, está en una forma física al nivel del personaje inventado por Stan Lee.

Tom nos conquistó con la seguridad plena de bailar vestido de mujer de la manera más digna posible, sin convertirlo en algo cómico ni ridículo, que es como suele verse en televisión.

Otros cómicos o actores se han metido en la ‘piel’ de otras cantantes para hacer mofa de ello, Arturo Valls mal imitando a Shakira o a Miley Cyrus, son dos ejemplos que se me ocurren que llegaron a marcarnos.

Mientras que Tom no exagera ni ridiculiza los movimientos de la artista original, no hace de la feminidad una caricatura, sino una obra maestra.

Fue la normalidad lo que no olvidamos de aquella performance. Sentir que lo hizo desde el respeto nos choca, porque vivimos en un mundo donde disfrazarse de mujer en una despedida de soltero es la cumbre de la diversión, el chiste se cuenta solo.

El actor mostró algo inusual: un lado femenino bailando y vistiendo como una mujer, lo que desafiaba la representación viril según la masculinidad hegemónica.

Aquel empoderamiento suyo propio -y extensivo a todas las mujeres-, hizo que lo interpretáramos como sensual. Se convirtió en todo un mito erótico.

Así que se entiende que, aún a día de hoy, haya quien escriba «Me desperté esta mañana y pensé que era el momento de volver a ver este vídeo», «Este video vive en mi cabeza sin pagar alquiler» o «Sé que han pasado varios años, pero siempre que lo recuerdo, vuelvo a mirarlo».

Tom Holland bailando Umbrella es nuestro Imperio Romano.

Mara Mariño

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¿Qué es el ‘síndrome del impostor queer’?

En un mundo regido por los estereotipos (donde incluso ser feminista se cuestiona en caso de que no se ajuste a una idea específica), las orientaciones sexuales no se escapan de los clichés.

Parece irónico porque nunca habíamos hablado tanto de nuestra sexualidad, es tema recurrente en podcast, películas e incluso la protagonista de series de televisión.

Y, sin embargo, sigue quedándose encasillada hasta el punto de que hay quienes encuentran difícil de asimilar su propia orientación, por las reacciones de terceras personas, cuando intentan relacionarse.

pareja queer

PEXELS

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Es lo que está pasando entre las personas bisexuales, un colectivo dentro de la comunidad LGTBIAQ+ que sufre lo que se conoce como ‘síndrome del impostor queer.

A los datos me remito: gracias a la aplicación Hinge ya hay cifras para ratificar lo que viene siendo un secreto a voces, ya que el 65% de sus usuarios bisexuales lo han experimentado.

Analizando los resultados de su estudio, los expertos de app de citas confirman que aún tenemos pendiente librarnos del estigma de la bisexualidad.

Otras actitudes señaladas por los usuarios serían aquellas que han vivido con sus matches digitales, que les ha hecho no sentirse plenamente aceptados en la comunidad.

O que la gente piense que solo están «experimentando» (algo que dicen haber sentido el 56% de los participantes), considerando que es una especie de etapa de transición y no una orientación más.

Esto sin olvidar el miedo al juicio una vez habiéndose sincerado sobre su sexualidad con una posible pareja heterosexual, lo que temen el 54% de los usuarios bisexuales de la app.

¿De dónde viene el estereotipo?

Esta idea de que las personas que nos identificamos como bisexuales estamos simplemente probando, porque al final tenemos que decantarnos por uno u otro ‘lado’, es un prejuicio dañino que desafía la autenticidad de quienes abrazamos esta orientación sexual.

La solución para superarlo, pasa por fomentar la educación, la comprensión y el respeto. Y es que la bisexualidad es una orientación sexual tan válida como cualquier otra.

Las personas bisexuales experimentamos atracción emocional, romántica y sexual hacia personas de más de un género, por lo que es importante destacar que nuestra orientación no es una fase temporal ni un mero acto de experimentación.

Cada individuo es único, y la bisexualidad es una parte fundamental de la identidad de muchas personas.

De ahí que, una vez más, toque reclamar la importancia de que haya una educación sexual a edades tempranas, un antídoto en cuanto a eliminar estereotipos se refiere.

Al proporcionar información precisa sobre la bisexualidad, se promueve una comprensión más completa de esta orientación sexual (entre muchas otras cosas).

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Más allá de la labor educativa, que las personas bisexuales nos sintamos apoyadas y validadas está muy a mano.

Implica escuchar nuestras experiencias, luchar contra la discriminación y el prejuicio, y promover la visibilidad bisexual en la sociedad.

Solo se puede terminar con los estigmas que rodean la bisexualidad haciendo un esfuerzo colectivo para educar, fomentar la empatía y celebrar la diversidad de orientaciones sexuales.

Al hacerlo, avanzamos hacia una sociedad más inclusiva y comprensiva, donde cada persona es respetada y aceptada por ser quien es.

Mara Mariño

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Cuidado con la romantización de los Beckham

Mentiría si no admitiera que me he ventilado el documental de Netflix sobre la trayectoria de David Beckham en menos de 24 horas.

Y no he sido la única. Aquella fiebre que viví de pequeña ha vuelto a desatarse.

Hilos de Twitter con los mejores momentos de la pareja, fotos de ambos de fondo de pantalla por todas partes, reposteos de sus looks de los 2000 en Instagram…

David y Victoria Beckham

@DAVIDBECKHAM

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Pero sobre todo me preocupa la urgencia femenina de tener que categorizar cualquier pareja de celebridades bajo el paraguas de #relationshipgoals, relaciones ideales, a las que aspirar.

La estrategia de David y Victoria es la misma que sigue Leonardo DiCaprio con su vida personal: darnos a entender que estamos al tanto de todo, que nos colamos hasta en los detalles más casuales como que se vuelva viral la ‘pillada’ de que Posh spice no es de clase obrera por el tipo de coche que conducía su padre.

Pero lo cierto es que a lo largo de los episodios vemos una imagen muy cuidada, pensada y, sobre todo, controlada.

Los largos silencios, las miradas huidizas del jugador de fútbol cuando se habla de su etapa en Madrid y sus amoríos, de los que se hizo eco la prensa del momento, son el mejor ejemplo.

Me escribía mi hermano por WhatsApp poco después de ver el documental: «Hay una cosa que no me ha quedado clara, ¿le fue infiel a Victoria? No lo dicen muy claro ni le dedican mucho».

Dio justo en el clavo.

El escándalo a voces que fueron los affaires del deportista aparecen en el documental de manera muy velada. No se habla de cuernos, escarceos o aventuras extramatrimoniales, sino de «historias de la prensa».

La ilusión de la ‘pareja perfecta’

«Keep calm and carry on», el lema inglés de mantener la calma que se creó para la Segunda Guerra Mundial y se volvió filosofía nacional, es el que predomina en este tema tan candente sobre el que se pasa de puntillas, sin confirmar ni desmentir.

Que es también una forma muy hábil de aumentar el misticismo de la pareja: «No sé cómo superamos eso, sinceramente no lo sé», dice un apesadumbrado David a la cámara.

El misterio de la magia de su relación cobra fuerza y da alas al mito romántico de «el amor todo lo puede». Casi 25 años después de su boda, los Beckham lo vuelven a conseguir: son la relación más admirada.

Y yo no entro en cómo David y Victoria gestionaron en su momento sus problemas de pareja, ni en cómo lo han querido contar en un documental cuyo objetivo es engrandecer la leyenda del jugador.

A lo que voy es a apelar el pensamiento crítico de quienes lo hemos visto, especialmente a nosotras, que somos las más predispuestas a romantizar relaciones de pareja que vemos en redes sociales, revistas o programas.

No tengo dudas de que David y Victoria habrán pasado por momentos muy duros, que se habrán planteado ponerle fin a su historia en algún momento y que la maquinaria de control de daños y trabajo en resolución de conflictos, que habrán tenido que poner en marcha para estar donde se encuentran ahora, habrá sido gigantesca.

Nada de eso lo veremos ni sabremos, pero debemos creer que existe y que incluso las parejas que más brillantes nos parecen, tienen sus momentos oscuros.

Porque solo de esa forma conseguiremos entender, cuando estemos en una de esas etapas, que es normal que las relaciones tengan altibajos, que la clave está en involucrarse juntos, en escuchar las necesidades de la otra persona.

Y que, si viene un conflicto, no es sinónimo de que es un amor menos perfecto que el de los Beckham.

Mara Mariño

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Si crees que tu pareja besa mal, así puedes sacar el tema sin que resulte ofensivo

Hace unos días una seguidora me pedía consejo sobre la manera en que su pareja besaba. «Besa mal y no sé cómo decírselo», me escribió.

Entendía su agobio, cuando te gusta una persona sobre el papel, quieres que pase lo mismo en la práctica. De no hacerlo, es cuando te preguntas si realmente sois compatibles físicamente.

beso mujeres

PEXELS

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Por desgracia, tenemos una imagen preconcebida de lo que deben ser estos encuentros, de los besos o polvos «de película».

Si no lo sentimos como un espectáculo de fuegos artificiales, ya no nos vale.

Lo que le expliqué a mi seguidora era que aquello de bien o mal eran términos muy relativos. No creía que su pareja no besara en condiciones.

Más bien la reflexión que le hice fue que la forma en la que él acostumbra a besar no es una manera que entre en los gustos de ella.

Siguiendo este razonamiento, no hay un ranking en el que podamos calificar todos los besos porque no nos hemos puesto de acuerdo en unos parámetros universales que nos gusten a todos.

Habrá quien disfrute de besos cortos, quien los quiera largos y con mucha saliva porque los encuentra realmente excitantes y quien prefiere que las lenguas se hagan el torbellino.

Sobre besos hay mucho escrito, pero es subjetivo.

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Hacemos lo que podemos literalmente, porque aprendemos basándonos en la práctica y, por mucho que haya artículos donde supuestamente te enseñan a mejorar tu forma de hacerlo, lo que pueda preferir quien tenemos delante, es un misterio.

Se puede comparar a cuando invitas a alguien a cenar a casa, puede que le encante la comida italiana que has preparado, pero a lo mejor no le gusta nada la pasta porque es más de arroces y no significa que no te haya quedado rico o que debas cuestionarte tus habilidades culinarias, pero sí que para otra, mejor preguntarle qué plato le gustaría encontrar la próxima vez.

Una vez aclarado esto a mi seguidora, pero entendiendo también que la forma en la que se besaban no fuera de su agrado, le sugerí que le comentara de que forma le gustaría a ella ser besada.

Siempre desde el enfoque de «a mí me gustaría más un beso así» y no el de «no me gusta cuando me besas así».

La manera en la que decimos las cosas es importante, y más si el objetivo es conseguir un cambio tras la conversación.

Haciéndolo asertivamente, le estaría comunicando a la otra persona su gusto personal sin hacerla sentir mal o poco habilidosa (lo que además puede tener como resultado un golpe importante a la autoestima).

En caso de recibir un comentario de este estilo, recordar que no es tanto cómo besamos, algo que podemos cambiar, es cómo le gusta a la persona que tenemos delante ser besada.

Lo que se puede aplicar a cómo le gusta ser tocada, cortejada, de qué manera te gusta que te hablen, que te escriban, si eres de motes cariñosos o si la legua la quieres en la boca o en otro sitio.

Mara Mariño

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