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¿Por qué se juzga diferente a hombres y mujeres infieles?

Hace unos días me terminé Llámame Nia, el libro de Cris Vatra que además es compañera, ya que ambas hemos sido publicadas por sellos de Penguin Random House (¿no te ha llegado el spam de que he sacado libro? Aquí está de nuevo).

Al acabar su novela me sentí un poco liberada porque, cuidado spoilers, su planteamiento de la infidelidad femenina no se quedaba en que la protagonista se iba con su amante a costa de perder a su marido y su familia.

Su marido le perdonaba y juntos encontraban la manera de trabajar en su relación para que esta continuara, dejando la deslealtad atrás.

infidelidad femenina

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Lo refrescante es que esta mentalidad de «pasado pisado» para con las mujeres infieles no es habitual.

En cambio, las historias con hombres que son infieles, se arrepienten y vuelven para ser perdonados es bastante clásica. Casi parece que suele estar reservado a ellos el privilegio de ser perdonados del todo y recuperar su vida tal y como era antes.

Yendo a un ejemplo que encontré hace poco, en la serie de Guía astrológica para corazones rotos el exnovio de la protagonista engañaba a su prometida (embarazada) en varias ocasiones, pero al final quedaba redimido de sus affaires.

Vale que no es la realidad, sino ficción, pero como parte de la cultura popular mainstream (al final hablamos de una serie que está en una plataforma que llega a todas partes del mundo) eso crea un «efecto halo» en la sociedad de normalizar que ellos pongan los cuernos.

Se construye una mentalidad que se traduce en un discurso y unas acciones respecto a las deslealtades más o menos permisiva en función de quien cometa la traición.

Así que hablando claro y rápido: la percepción de la infidelidad es muy diferente si la hace un hombre o una mujer, ya que está influenciada por los estereotipos machistas.

La infidelidad femenina está mucho más estigmatizada porque, para empezar hay un doble estándar de género a la hora de juzgar a hombres y mujeres.

Mientras que la infidelidad masculina a menudo se ve como un signo de virilidad, la infidelidad femenina puede estigmatizarse como un signo de inmoralidad perpetuando la idea de que los hombres tienen más libertad sexual que las mujeres.

Y eso sin hablar de «la carga de culpa enorme que hay sobre una mujer atendiendo a su deseo, cuando no hay una maldad de decir quiero estar con cinco hombres, sino simplemente como dejarte ir», explica Cris Vatra.

La culpa y el perdón parecen las dos caras de la misma moneda que siempre nos afecta en mayor medida a nosotras.

Como la escritora comenta, también existe cierto «adoctrinamiento cultural para que las mujeres lo perdonen y aguanten todo y los hombres crean que hay que aguantarles y perdonarles todo».

«Un hombre que perdona a su mujer parece algo imperdonable, como algo que no es de hombre. Poner el amor a tu mujer por delante del orgullo se ve como una traición, como un pecado», afirma.

Lo que es curioso, porque como la escritora recuerda, esa «comprensión, ganas de arreglarlo y obtener la felicidad con tu pareja, es algo que las mujeres llevan haciendo toda la vida» en cuanto a enfrentarse a una infidelidad se refiere.

El peso de la traición que comete una mujer infiel es mucho mayor en parte también por el prisma de la cosificación a través del que se nos observa.

Socialmente las mujeres se ven como objetos de deseo para los hombres, por lo que la infidelidad masculina se puede justificar en términos de «naturaleza masculina».

En cambio la infidelidad femenina se ve como una traición porque aún persiste en ciertas personas esa idea arcaica de que pertenece al hombre, como si fuera su cartera o un par de zapatos.

Además, históricamente, el machismo ha intentado controlar la sexualidad de las mujeres, así que no extraña que la infidelidad femenina a menudo se vea como una amenaza para el control masculino.

¿No te lo crees? Deja que te recuerde la popularidad del concepto body count, o que aún se relacione la idea de que la dignidad de las mujeres va de la mano con una vida íntima lo más breve posible.

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Aunque en mi opinión, también tiene mucho que ver el hecho de que el poder tanto político como social y de los discursos se le haya dado en mayor medida a los hombres.

En el momento en el que tienes a tu disposición más control sobre las relaciones y las normas sociales puedes hacer más tolerable que tú o tus semejantes cometáis una infidelidad (y por tanto se vea como algo menos negativo).

Especialmente si se combina con la proclama lastimera de «él no estaba satisfecho», «su mujer no le hacía caso, lo fue a buscar fuera», lo que pone la carga de la responsabilidad en la persona traicionada en lugar de en el infractor, reflejando una vez más, la mentalidad sexista.

Esta desproporción también es algo sobre lo que reflexiona la escritora: «Aparte de la culpabilidad que sientes por hacer daño a alguien que quieres, sin saber muy bien por qué, tienes que soportar toda la carga enorme y desproporcionada».

«Lo de los hombres está normalizado», afirma, «pero una mujer que ha sido infiel tiene el estigma social de no se merece nada, es lo peor. Antes te lapidaban, ahora es el divorcio, que te quiten los hijos… Algo muy desproporcionado».

Vale que ya no estamos en la Antigua Mesopotamia donde «adulterio» era solo que una mujer se acostara con un hombre que no fuera su marido (en cambio el esposo podía acostarse con cuanta mujer soltera se le antojara), y el castigo a pagar era ser arrojada al agua bien atada.

Pero la asimetría de los cuernos continúa a día de hoy, aunque sea en menor medida.

Quién nos iba a decir que también habría que reivindicar la igualdad a la hora de ser infieles.

Mara Mariño

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Adiós al mito: las parejas con vida sexual pobre no son las que más engañan

Hay una norma no escrita que forma parte del imaginario colectivo: una vida íntima activa en pareja es la clave para evitar infidelidades.

Es algo que nos hemos creído con expresiones como «si no lo tiene en casa, tendrá que buscarlo fuera», «Mujer cascarrabias, marido en otra cama» o «Mujer, huerta y molino, piden uso de continuo», siempre con ese carácter punitivo o la amenaza velada de que el secreto de la lealtad se escondía en la práctica sexual constante.

pareja infidelidad

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Por lo pronto, estos refranes se nutren de la extendida idea -y acuerdo tácito-, de que la fidelidad es sinónimo de exclusividad sexual, que quizás es otra creencia que tendríamos que plantearnos.

Según nuestra concepción de las relaciones en torno a esa teoría, lo único que podría evitar una aventura del otro miembro de la relación es que haya relaciones sexuales. Y muchas, a ser posible.

Pero hay dos aspectos a analizar de esta representación de la fidelidad: por lo pronto que la frecuencia no es sinónimo de calidad.

Podemos ir a la cama muy asiduamente sin tener encuentros en los que logramos sentir el placer que deseamos o no conseguimos conectar con nuestro cuerpo o la otra persona, por poner unos ejemplos.

Y el segundo aspecto es que el sexo no es el pilar sobre el que sostiene una pareja, es una parte de la relación como muchas otras (comunicación, confianza, afinidad, respeto, cariño…).

Esto es algo que ha demostrado un estudio reciente que ha puesto en el punto de mira cómo era la vida sexual de matrimonios heterosexuales que llevaban juntos tres años analizando su reacción ante personas atractivas, con las que engañarían a sus parejas según el experimento.

El estudio que ha derribado el mito

La Universidad de Florida ha dado un golpe sobre la mesa con los resultados de su curioso análisis (para la fortuna de quienes aún ven en su intimidad la panacea).

Contrariamente a lo que creemos, no son aquellas personas que pasan una mala racha íntima las que pueden tener interés en un escarceo.

Publicado en el diario Journal of Personality and Social Psychology, el estudio ha demostrado que eran las personas con un alto índice de relaciones y satisfacción en su relación de pareja las que tenían más probabilidades de ser infieles.

Su hipótesis es que a mayor satisfacción sexual, más deseo por nutrirla, lo que lleva a mantener una vida íntima muy activa e incluso buscar opciones que aumenten el placer.

¿Significa esto que ahora debemos tener esta información presente y medir la cantidad de sexo con cuentagotas, no vaya a ser que desencadenemos a la ‘bestia’ erótica que habita en nuestra pareja?

Para nada. Más bien eximirnos, de una vez por todas, de la responsabilidad que podamos tener si somos víctimas de una infidelidad.

Y, sobre todo, recordar que engañar es una cuestión de voluntad, una decisión tomada de manera consciente. Por mucho que quien la elija esté en la relación más sana y satisfactoria del mundo, si quiere ser infiel, lo será.

Lo que sí cabe recordar es que, antes de vivir con el miedo de que pueda darse o no esa situación, centrarnos más en tener la conciencia tranquila de que hemos dado lo mejor como miembros de la relación en cada momento.

Es lo único que podemos controlar y merecemos a quien sepa valorarlo.

Mara Mariño

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Todas somos Shakira (y todas somos Clara Chía)

Y si no lo has sido todavía, ya te llegará, amiga.

Pero hasta que no te des cuenta de que has estado en ambos lados, seguirás convencida de que una es la buena y otra la rompehogares.

No te culpo, la sociedad lo ha hecho genial en ese aspecto. Las redes sociales, las películas, las canciones de Olivia Rodrigo

mujeres unidas sororidad

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Se nos ha enseñado que, si hay una infidelidad o, si después se empieza otra relación, la comparación está servida.

En primer lugar física, por supuesto. Porque es lo que asegura que sigas preocupada de la última crema antiarrugas del mercado, de estar delgada, de matarte en el gimnasio.

De seguir gastando, ya de paso, para competir en ese certamen de belleza que parece que es lo único que nos valida ante la mirada masculina.

Pero también de comparar los logros o de echarnos la culpa a nosotras.

En llamar a una ‘la mala’ y a otra ‘la buena’, que son roles que se pueden intercambiar en función de cómo cada quien analice la relación.

Si ella ha sido lo que consideramos una ‘mala compañera’, normalizamos que él vaya en busca de la felicidad.

Si ella era lo bastante buena, no nos sorprende que él vaya buscando algo nuevo porque se cansó.

La cosa es que nunca centramos los reproches en él, que es quien toma la decisión de terminar la relación anterior y empezar algo nuevo.

Porque, peleadas entre nosotras, somos menos fuertes. Hacemos bandos, nos dividimos según nuestras opiniones y es más fácil para el siguiente que lo haga, recibir el mismo trato.

En cambio poniendo el foco en que él no ha obrado de la mejor manera, pierden la libertad de hacerlo sin recibir ninguna crítica al respecto.

Incluso de ser perdonado en el futuro (las idas y venidas de Khloé Kardashian con Tristan Thompson son la mejor prueba, mientras que Jordyn Woods sigue repudiada por el klan).

Posicionarnos como feministas en algo de este tipo pasa por empatizar con ambas mujeres, en no juzgarlas, señalarlas, ni culparlas. En dejar de compararlas como si fueran cromos intercambiables. En elegir la sororidad.

Y feminismo es también ser críticas con la exposición mediática que tiene un tufo casposo, ella siempre tildada de destrozada, él con ánimo positivo.

Es el momento de cuestionarnos por qué hay ese sesgo a la hora de tratar las rupturas en los medios.

Porque ellas, independientemente de lo que hagan, son tildadas de demacradas, tristes y abatidas, mientras que ellos viven su vida ‘con ilusión’ y recuperan ‘la fe en el amor’.

Tampoco nadie se plantea -ni ocupa ninguna columna de opinión- qué hace Piqué con alguien 12 años más joven. El Enrique Ponce de 2022.

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No me vendáis la moto de que nosotras nos desarrollamos antes. A mis 30 siguen sin parecerme ‘muy maduros para su edad’ los chavales de 18.

No falta tampoco la pullita de los suegros para añadirle más leña al fuego. La enésima muestra de machismo en esta historia.

Ya que se considera como algo positivo la buena relación de la nueva pareja de Piqué, como si fuera un determinante.

La buena nuera no falta en la metáfora del cuento. Mientras Shakira, que no terminaba de congeniar con ellos, se ve como menos valiosa.

Toda la presión recae en que, además de ser buena novia, buena mujer o buena nuera, también debemos ser buena amante.

¿Y él? Él es quien tiene el privilegio de que puede ser o hacer lo que quiera.

Mara Mariño

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El verdadero triunfo de La isla de las tentaciones: infidelidad es sexo y nada más

Ayer, tras apagar la televisión, después de la última entrega de La isla de las tentaciones, miré largamente a mi pareja. «¿Sabes qué? Mejor no vamos», le dije tras ver que casi todas las parejas, también de esta edición, habían terminado.

@ISLATENTACIONES

Aunque la mayoría de los comentarios de estas semanas en redes se centraban tanto en Tom como en Mayka, veíamos en Melodie y Beltrán la relación con más peligro.

Él había conseguido hacer que se sintiera escuchada, apoyada, valorada… En definitiva, querida. Y por mucho que Christian no viera peligro alguno porque, según él «no se habían besado», para mí el fin de su historia de amor parecía tan señalizado como un cartel de tráfico.

Christian representa lo que el programa de Telecinco parece querer enseñarnos en sus, hasta ahora, dos ediciones: si no folla, no falla.

Algo que sus compañeros también sostenían cuando comentaban que las novias «de provecho» o «buenas» eran Patry y Melyssa.

Curiosamente, las dos únicas del programa que se recluían en sus habitaciones, solas, tristes y, muchas veces, llorosas.

Porque eso es, lo que ante sus ojos, hacía de ellas «buenas mujeres». Que vivieran la separación de sus parejas aisladas, que su experiencia en la isla fuera equiparable a un retiro espiritual sin relacionarse con nadie.

Encerradas en el bucle de las dudas, las imágenes de la tablet de Sandra, las películas en su cabeza y el echar de menos.

Para los concursantes solo se puede hablar de infidelidad en el momento en el que se da acceso consentido al cuerpo, o, más en concreto, a los genitales.

Sí, por mucho que ser infiel signifique romper el vínculo, el compromiso, el trato preestablecido entre dos, en definitiva, mantener otra relación, en el reality show no va más allá de la relación sexual.

Y no de cualquier tipo. La máxima indignación venía de la mano con la penetración.

«Se la han follado», decía Pablo mientras sus compañeros se reían con sorna.

Pablo, al igual que Lester, solo ve (y con desprecio) que su pareja ha tenido sexo. Para él el peor momento fue cuando Mayka «tiraba hacia delante», admitió anoche: «Cuando vi besos y que se acostaban juntos».

El coitocentrismo hace acto de presencia en el momento en el que es la penetración la mayor traición.

Como explicó una de mis predecesoras en este mismo blog, el coitocentrismo es considerar el coito la práctica sexual por excelencia. El resto de ellas no tienen la misma validez.

Algo que incluso los concursantes que no llegaron a acostarse con sus ‘tentaciones’ expresan si sabemos leer entre líneas sus palabras.

«La iba a respetar hasta el final y he cumplido», dice Christian, quien se dejó acariciar y besar en varias ocasiones por Andrea. «Fui a confiar en Christian y realmente él no hizo nada», decía Melodie después de haber visto esas imágenes.

También sería interesante analizar cómo el sexo vaginal se ve de una u otra manera según quien lo comente.

Por un lado tenemos a Lester, que justifica que la suya es una infidelidad ‘bonita’ porque siente amor por Patry, a quien ha conocido en la isla.

El mismo que pone verde a Marta por tener sexo sin emociones, algo que -bajo su punto de vista-, hace que la de su ex pareja sea una actitud más reprobable.

De hecho, tanto Tom como él encuentran en las emociones una manera de quitarse responsabilidad («Sandra me da cariño, Melissa nunca lo hacía»), mientras que ellas, por no tener «motivos de peso» más allá de su deseo (que es igual de válido), se les culpabiliza.

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Algo de lo que ellas mismas se encargan también. No olvidemos que Marta es la primera en llamarse «mala», «pecadora» o «infiel», así como en automandarse una y otra vez al infierno por el mismo comportamiento que ha tenido su pareja.

Mayka no solo fue castigada por sus acciones con la quema de un peluche al que tenía mucho cariño en su última hoguera, anoche se arrepintió admitiendo que no había obrado bien y disculpándose una vez más ante su antigua pareja.

Ni Lester ni Tom hicieron la más mínima autocrítica o intento de disculpa.

Para ir terminando, que hoy había mucha tela que cortar, quiero dejar mi reflexión final. ¿En qué momento hemos convertido los genitales en lo único importante? ¿Si nuestra pareja no tiene sexo, cómo es que el trato sigue intacto ya que no nos importa en la misma medida que pueda crear una conexión sentimental?

Son preguntas que me hago. Al final, una relación romántica no es solo alguien con quien te acuestas. Las faltas de respeto que hemos visto en el programa como ofensas o mentiras también entran -o al menos para mí- en la categoría de traiciones.

Duquesa Doslabios.

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Besos, abrazos, cogerse de la mano… ¿qué cuenta (y qué no) como infidelidad?

Llevamos solo 23 días de 2020 y dos parejas de mi círculo cercano han puesto fin a su relación después de varios años juntos. Aunque había muchos factores que les ha llevado a tomar la decisión, en ambas, una infidelidad, había sido la explosión.

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En ninguna de las dos situaciones el sexo había hecho acto de presencia. Se habían limitado a besarse, pese a que en el caso de uno solo sirvió para darse cuenta de que quería a su actual pareja, y, en el de la otra, había sido una noche de fiesta un poco borrosa.

Si bien mis cuatro amigos rompieron, tengo también ejemplos de parejas que lo han superado y otras que siguen juntas cuando uno de los miembros tuvo sexo con un tercero.

Así que más bien lo que cabe preguntarse, más que sobre los límites de la infidelidad una vez ha sucedido, qué bases de fidelidad sentamos previamente con nuestra pareja.

Los besos son una forma de intimidad emocional y sexual (según a quién preguntes), pero también puede serlo dormir en compañía, hacer la cucharita en la cama, cogerse de la mano o acercarse emocionalmente. Otras formas de conectar que se consideran un engaño.

La verdad es que no hay una respuesta universal con la que todos estemos de acuerdo.

Es algo que depende por completo de los límites de cada pareja -que deben ser respetados-. Puede que lo que algunos consideren un engaño, otros estén dispuestos a pasarlo por alto.

Lo que sí es imprescindible es que se dé una comunicación abierta al respecto.

Una serie de preguntas que van desde el «¿Estamos solo los dos porque se trata de una relación exclusiva?» al «¿Qué acciones son las que consideramos como ‘poner los cuernos’?»

A fin de cuentas, hablarlo es una manera de marcar los límites. Unas bases que, tratándolas a tiempo, pueden evitar ‘malentendidos’ en la pareja si uno de los miembros piensa de manera diferente.

Si después alguien cruza la raya a sabiendas de lo acordado, ya sabe a qué se expone.

Duquesa Doslabios.

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Infidelidad monetaria, cuando te pone los cuernos… con el dinero

He discutido por celos, por familia, por trabajo, por amistades, pero no he discutido tanto por ninguna de esas cosas como he discutido por el dinero.

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Al principio no sospechaba nada, mi relación era como otra cualquiera. Felicidad, cariño, amor, respeto y sinceridad. O al menos al comienzo.

Las señales de alarma de mi cerebro llegaron de forma inconsciente, ese sexto sentido que se empeña en activar la campana de notificación de «¿Segura que está todo bien? Haz una actualización es estado».

A veces indagando, y otras de manera accidental, llegué al punto de averiguar que no estaba bien, estaba del revés.

Primero fueron cosas pequeñas, cantidades sin importancia, de apenas 20 euros. Luego llegaron los dos ceros, y ahora los tres.

Pero lo peor no eran las cifras, era la mentira que las ocultaba, la forma de no mencionarlas como si no existieran cuando compartíamos, noche tras noche, la misma almohada.

No fue hasta que llegué a Google que pude ponerle nombre a lo que estaba pasando. Estaba siendo engañada económicamente, aquello tenía nombre, «infidelidad», y apellido, «monetaria».

Y eso que parecía que todo estaba hablado desde un principio, de manera adulta y sana, clara y concisa, como otros temas que poníamos sobre la mesa desde el principio de la relación.

Independientemente de su destino u origen, año tras año, las cantidades se seguían escondiendo delante de mis narices. Y, cada vez que descubría el nuevo engaño, era más devastadora que la anterior.

Lo que él no llegaba a entender es que por mucho que no hubiera una tercera persona con la que engañarme, el fraude seguía estando presente.

Las mentiras y ocultamientos que quedan al descubierto hacen que una confianza, ya de por sí resquebrajada, se rompa por completo.

Y mira que intentaba hacerle entender que, como si de una relación a tres se tratara, la doble vida del infiel monetario siempre terminaba por salir a la luz.

Aquella experiencia me hizo reflexionar sobre la fidelidad monetaria, algo que no puede existir sin la transparencia absoluta.

No solo en su obtención sino también en su administración, desde que entra hasta que se va de la cuenta o si está en otros depósitos escondidos.

Algo que, por mucho que vaya de billetes y monedas o cifras en el extracto, no viene a ser nada más que mantener la sinceridad de la relación, el auténtico pilar.

De no hacerlo -y como si de otra infidelidad se tratara-, el daño provocado es inmenso. Un dolor que, no solo afecta a la relación sino que viene acompañado de la pérdida total de la confianza.

Duquesa Doslabios.

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Flirtear por mensajes, ¿la nueva infidelidad?

Cada pareja tiene una dinámica diferente, eso para empezar, pero al mismo tiempo la mayoría funcionamos con una línea parecida de división entre lo correcto y lo incorrecto.

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Por mucho que haya evolucionado desde los tiempos de nuestros abuelos la manera de relacionarnos -no faltan la mensajería instantánea o las redes sociales en nuestros noviazgos- algunas cosas se mantienen idénticas.

Un ejemplo sería escribirse con tono de flirteo vía mensajes privados de cualquier red social o mensaje instantáneo, algo que quizás no conocían ellos hace sesenta años, pero que ahora puede llegar a ser considerado infidelidad.

Esa es la conclusión a la que han llegado las sexólogas de Plátanomelón.com tras ver los resultados de una encuesta realizada entre sus usuarios, con el objetivo de conocer cómo funcionan los modelos de relación.

Si bien la monogamia en la que los miembros se guardan fidelidad continúa siendo el modelo más común, ante los mensajes, las personas encuestadas se mostraron tajantes. Más de la mayoría, un 57%, consideró infidelidad el flirteo virtual aunque no existiera un contacto físico.

Claro está que cada pareja puede interpretar esa manera de contactar de manera diferente. Para María Hernando, una de las sexólogas, «hay que diferenciar la infidelidad sexual de la emocional«.

Mientras que la sexual se refiere a toda actividad íntima física fuera de la pareja estable, la emocional ocurre cuando uno de los miembros de la pareja centra su tiempo y atención en alguien más.

Una vez en ese punto, cabría preguntarse hasta qué punto es una práctica honesta. En primer lugar, por mucho que haya quien piense que es inocente ligar vía WhatsApp, ya que no se busca culminar el flirteo, se están alentando las esperanzas de otra persona.

También se mantiene una relación a nivel íntimo, aunque sea vía móvil, con alguien que no forma parte del núcleo de la pareja. Y si todavía hay quien sigue sin ver maldad, solo queda reflexionar sobre por qué se hace a las espaldas cuando no tendría que haber ningún tipo de secreto en la relación.

Quizás hasta ahora era algo que muchos ni nos habíamos planteado, pero el trasfondo de crear algo con alguien a expensas del conocimiento de con quien tienes un compromiso, no puede ser ignorado.

Hablarlo es el primer paso según la sexóloga: «No podemos dar por sentado que nuestro compañero o compañera va a sentirse traicionado por lo mismo que nosotros. Por eso es importante la comunicación con la pareja para determinar qué prácticas o conductas concretas nos harán desconfiar o sentirnos engañados».

Hablando rápido y claro, dejar decidido de antemano si es una práctica aprobada o si por el contrario, se considera engañar.

También creo que habría que hacer un poco de autocrítica y pensar por qué se mantiene esa relación vía WhatAapp. Quizás es porque algo no funciona en la pareja, lo que podría indicar que igual es el momento de tener una conversación.

Pero si lo que más pesa es la relación, cuidarla con honestidad y sin terceras personas (aunque sean vía digital) debe ser la prioridad.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Quien come bien en casa no se va de restaurante»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Hace poco, uno de mis lectores me recordó una frase con la que estaba más que familiarizada. «Quien come bien en casa no se va de restaurante» me escribió comentándome que, seguramente, me estaban siendo infiel.

Es curioso como a lo largo de mi vida he oído esa frase en varias ocasiones y estoy segura de que o bien esa o diferentes variantes, la han escuchado otras mujeres.

¿No te suena? Igual no la has oído todavía, pero hay una que seguramente sí.

Recuerdo que una de mis mejores amigas, estando con su novio, este la presionaba para tener sexo por primera vez. «Yo te quiero, ¿y qué es hacer el amor si no la prueba de que tú también me quieres?». Chantaje emocional con la típica herramienta para controlar a las mujeres que se lleva usando desde el final de la Segunda Guerra Mundial: el amor romántico.

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Como mi amiga seguía sin querer, él empleó una táctica más sibilina: «Pues como no lo hagamos igual termina aquí la relación, porque yo tengo unas necesidades». Utilizaba la palabra «necesidad» como si el sexo fuera para él algo como el oxígeno o el agua en el cuerpo, algo imprescindible biológicamente hablando.

Esa ya empieza a sonarte, ¿verdad? Ya estaba la amenaza flotando en el aire. Si mi amiga no se acostaba con él, que como su novia y enamorada, era su ‘deber’, él recurriría a otra persona.

Cuando empecé en la universidad, también escuché a algún compañero decir que era normal poner los cuernos si la novia «no te tocaba ni con un palo». Y la verdad es que ambos razonamientos tienen un ligero tufillo a machismo falocéntrico, a que ellos deben conseguir sus deseos (porque no es una necesidad, es un deseo) sin importar cómo se sientan sus parejas. ¿Lo notáis? Agudizad el olfato y quitaos la venda de la nariz.

Anteriormente, no sé si mis abuelas, pero seguramente sus coetáneas, vivían con el miedo de que si en casa sus maridos no estaban satisfechos, irían al club más cercano donde tendrían compañías que no les molestarían con las historias del mercado o con lo cansadas que estaban después de arar la huerta y cuidar a los niños.

Ya lo decía El manual de la buena esposa, libro que se utilizaba para ‘educar’ a las mujeres a partir de los años cuarenta: «Luce hermosa. Sé dulce. Hazlo sentir en el paraíso».

Por tanto pensarían que, entre eso y aguantar un rato, imagino que preferirían pasar el trago, por si al marido se le ocurría buscar sexo fuera de casa. Y aun así, en el caso de que lo hiciera, que tampoco se le ocurriera a su mujer decir nada, ya que él estaba «en su derecho».

El problema es, como explica Leticia Dolera en Morder la manzana, que «históricamente se ha establecido y aceptado que en la pareja heterosexual (considerada como la forma de organización social y amorosa correcta), por naturaleza y fuerza mayor, el hombre necesita saciar sus necesidades sexuales fuera de ese pacto».

Pero que se haya aceptado, que lo viéramos como una cosa normal, no significa que ahora tengamos que estar de acuerdo o que debamos seguir perpetuando esas ideas tan anticuadas. Por mi parte, hasta aquí.

Los cotidianos refranes o frases hechas machistas para tenernos a las mujeres sometidas como, por ejemplo, «Más puta que las gallinas», «La suerte de la fea, la guapa la desea» o «Calladita estás más guapa» están concebidos para fomentar la rivalidad entre las mujeres y el control sobre nosotras. Son un arma de doble filo ya que construyen el tejido del imaginario colectivo y forman, por tanto, nuestra identidad, de ahí que debamos empezar a replanteárnoslos.

Porque ‘lamento’ comunicar que las mujeres no somos una barra libre. Estar en una relación tampoco significa que tengamos que estar abierta las 24 horas del día. La frase, utilizada como amenaza, juega con la culpabilidad, el reproche y de fondo, el miedo al abandono y a la soledad.

Si un hombre quiere ‘comer en casa’ y tú no estás con ‘hambre’, él puede ‘comer’ solo y no pasa absolutamente nada, que para algo tiene una mano y mucha imaginación. Y si por no querer ‘comer solo’ se va ‘de restaurante’, se está retratando completamente.

De un hombre así, puedo garantizar que es mejor estar lejos, ya que nosotras no somos solamente un agujero y no merecemos a una persona que solamente nos valore como tal.

Una relación sexual es un intercambio, un lenguaje, uno de los pilares que puede tener diferente importancia ya que cada pareja es un mundo.

La sexualidad es algo personal, no es como un mueble de Ikea que viene con instrucciones para que todos tengamos el mismo diseño en casa. Cada persona la vive y desarrolla de diferente manera.

Si por lo que sea no quieres tener sexo, háblalo, piensa a qué se debe, si crees que necesitas ayuda, búscala, y si estás bien así, no te preocupes. Hay gente que le gusta el helado de pistacho y gente a la que no le gusta en absoluto.

Recuerda que sea como sea, la comunicación es básica. Hazlo si quieres, si no quieres no lo hagas, y si tu pareja no lo entiende, y quiere ‘buscar la comida’ fuera de casa, cito textualmente al dúo Aitana War: «Pa fuera lo malo».

Duquesa Doslabios

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Pornografía, ¿diversión «inocente» o infidelidad?

Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. Pero ¿y si los ojos ven y lo que miran es pornografía?

YOUTUBE/Padre de Familia

Tengo 26 años y llevo viendo porno desde los 17, que fue cuando tuve un portátil para mí sola (y cuando aprendí a borrar el historial).

En este tiempo nada ha hecho que dejara de verlo. He tenido épocas de mi vida en las que lo veía con más frecuencia, otras menos y otras, prácticamente, nada.

Es algo un poco aleatorio y no depende de si tengo o no pareja, a veces me apetece, a veces no, a veces tiro de archivo o me meto a leer relatos eróticos… Lo que tiene el porno es que es un recurso fácil que, como dice una amiga mía, nos apaña porque lo tenemos «a mano», y literalmente.

No hace falta pensar, basta mirar y atender a la respuesta física. Como animales que somos, los estímulos visuales de la pornografía nos producen excitación. Como cuando alguien bosteza y seguidamente te entran ganas de repetir la acción aunque no tengas sueño.

Así como también nos lo puede producir además de la película, un recuerdo o una fantasía salida de nuestra imaginación.

Sin embargo, son vivencias que forman parte de nuestra vida sexual individual, no por hacerlo solos, sino por que hablo de aquella propia de cada individuo.

La cabeza es libre, no hay intimidad real con otra persona, y, como dice otro amigo (pregunté a muchos al respecto) «pensar en robar un banco no significa que lo vayas a robar».

Otra cosa es que la pornografía se convierta en una obsesión y reste tiempo de estar con nuestra pareja, altere nuestros hábitos o produzca ansiedad por no vivir en carnes esa «realidad sexual» que termina al grito de «Corten» (aunque eso no lo veamos).

El porno es un show, un espectáculo, un producto para pasar un buen rato y debe ser tratado como tal, no como un reflejo fiel de la realidad.

Además de usarlo a solas o en compañía, podemos «tomar nota» y usarlo como fuente de ideas para ponerlas luego con alguien a prueba. Si se atreve…

Duquesa Doslabios.

¿Estás micro-engañando a tu pareja?

Antes que nada: ¿micro-engañar? ¿Pero eso existe? Yo también pensaba que lo de engañar era o blanco o negro, o lo haces o no. No que existía un nivel de engaño tan pequeño que se conocía como ‘micro-engaño’.

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El micro-engaño es tan relativo que comprende todo aquello que para algunos puede ser considerado infidelidad mientras que para otros no.

El hecho de dar «me gusta» a alguien en una fotografía, poner un comentario en una red social o compartir chistes privados son, para ciertas parejas, digno de considerar como una falta de concentración en la relación.

Pero, teniendo en cuenta que el mundo virtual es el nuevo espacio de las relaciones sociales, ¿es cualquier interacción con una persona del género contrario (o del mismo si hablamos de alguien homosexual) una traición?

Yo creo que todo reside en el propósito que se tenga con esa persona. Amigos virtuales no tienen por qué ser un problema siempre que ambos tengan claro la relación de amistad. Para mí, si no hay una intención escondida tras los intercambios, no hay engaño.

Otro caso muy diferente es el de quienes cambian sus horarios para coincidir con dicho tercer elemento o ponen un pseudónimo para poder seguir comunicándose a espaldas de su pareja, ya que eso sí que se podría considerar que se está centrando en tener una conexión más cercana y recíproca con alguien fuera de la relación.

Si leer un comentario de nuestra pareja en una cuenta o si le felicita a su ex pareja el cumpleaños ya hace que salten todas nuestras alarmas, (además de que todos habríamos micro-engañado miles de veces) lo que debemos hacer es una introspección de si realmente tenemos confianza en nuestro compañero (algo que, como todos sabemos, es la base de cualquier relación).

A lo largo de nuestra vida, si estamos en una relación, seguiremos conociendo gente, alguna interesante, otra nada, alguna atractiva, otra no… Pero será en ese momento en el que debemos confiar en que la relación es lo bastante fuerte como para no querer perder a la persona que tenemos al lado por mucho que aparezcan otros elementos por el camino.

Duquesa Doslabios.

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