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Vida en pareja feminista: ¿cómo repartirnos los gastos?

Hace unos meses dejé mi trabajo de jornada completa para lanzarme al vacío de volver a estudiar. Y digo vacío porque mi cuenta bancaria fue la primera que apreciaría la nueva situación de dejar de recibir aquellos ingresos estables.

Estando independizada, con un alquiler, las facturas de la casa y una nevera por llenar, de repente, aquello de estar independizada se sentía como una carga. Una carga cara que mantener a costa de mis ahorros.

Mi pareja lo veía distinto, durante esa nueva fase de estudiante quería ser él quien se encargara de los gastos.

pareja gastos

PEXELS

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Pero claro, educada en el feminismo, en la independencia, aquello me hacía sentir fatal conmigo misma.

En la medida que pudiera, quería aportar, así que al final quedamos en hacer una distribución equitativa que ha llegado para quedarse.

Y es que, por primera vez, le vi las goteras al discurso de la igualdad entre hombres y mujeres. Nos vamos a convivir con nuestra pareja pagando todo al 50%. Pero, ¿nuestros ingresos son los mismos?

Me encantaría dar un golpe en la mesa con cifras paritarias en lo que a salarios de la gente de mi edad se refiere. Pero no puedo hacerlo.

En la mayoría de parejas de mi entorno, nosotras ganamos menos que ellos. El desfase de la muestra podría no ser representativo, pero que, llevado a la población española, se mantiene.

Es lo que conocemos como «brecha salarial» o que cobremos un 28,6% menos que nuestros novios o maridos (según datos de Técnicos del Ministerio de Hacienda del año 2020).

¿Igualdad? Mejor equidad

Después de hablarlo con mi pareja instauramos una nueva distribución de los gastos.

Ajustando mi porcentaje de participación a los ingresos que recibo, como puede ser esta colaboración con 20 Minutos o trabajos puntuales, coincidimos en que tenía todo el sentido del mundo dividirlo de esa manera, más justa.

A fin de cuentas, los dos nos estamos beneficiando de vivir juntos en un piso que nos encanta y él tiene una situación mucho más desahogada que la mía.

Aunque debería ser ‘lo normal’, igualmente me sorprendió ver su mentalidad de equipo, su predisposición a que este cambio se hiciera cuanto antes porque, en su opinión, tenía que centrarme en los estudios y olvidarme del resto.

Y no porque le urgiera que, en cuanto empezara a trabajar, «devolviera» la parte que él había puesto de más.

Más bien por el simple motivo de que quiere verme crecer y su forma de apoyarme en el proceso es disipando agobios externos que pueda tener.

Porque, como sabemos, si las tornas se invirtieran, yo haría lo mismo por él.

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Nuestro caso no es el habitual, ya que el reparto que se hace normalmente es del 50-50. Algo muy asimétrico, por otro lado.

No digo que este sistema sea el modelo perfecto, pero sí que bien merece la pena revisar cuáles son las condiciones económicas de los miembros de la pareja para ver de qué manera se puede equilibrar la balanza.

Es una manera de hacer activismo feminista sin salir de casa y que -aprovecho para hacerme publicidad, que como te he dicho más arriba ahora mismo llevo vida de estudiante y la venta de libros me viene como agua de mayo- explico largo y tendido en Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo (Grijalbo, 2023).

Quiero terminar el artículo con una reflexión final para quienes todavía no ven esto claro.

Estamos a favor de que las personas con rentas altas paguen más impuestos y, las personas con rentas más bajas, menos, lo que se conoce como equidad distributiva.

Esta proporcionalidad tributaria se basa en que los gastos públicos no sean desmesurados en cuanto a las capacidades económicas, porque beneficiarían a los contribuyentes económicamente privilegiados.

Si eso implica que se reconozcan las características y condiciones personales, para asegurar que todo el mundo tenga acceso a lo necesario para vivir dignamente, ¿por qué en pareja no es igual de habitual llevarlo a cabo?

Mara Mariño

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¿Alguna vez te has masturbado junto a tu pareja mientras dormía?

Si en una sala llena de hombres y mujeres preguntamos quién se ha masturbado al lado de su pareja mientras la otra persona estaba durmiendo, seríamos nosotras las que más levantaríamos la mano.

O, al menos, a esa conclusión llegó la encuesta que realizó JOYclub, comunidad basada en la sexualidad liberal.

LELO

Fue el 71% de mujeres las que admitieron esta práctica frente a un 61% de los hombres. E, independientemente del resultado, la conclusión es clara: darse placer no tiene nada que ver con tener pareja.

Después de derribar el primer mito, cabría preguntarse, en todo caso, por la razón por la que la pareja no entra en ese momento íntimo.

Para mí está claro. Al igual que me levanto a coger un yogur de la nevera si me he quedado con hambre después de cenar, responder a mis ganas de placer si me apetece antes de dormirme, me resulta natural de la misma manera.

Y es que dentro del universo que se crea en una relación, es importante guardarnos algunas parcelas de uso y disfrute individual.

Partes de nuestra vida que pueden ir desde cultivar nuestras aficiones, quedar con una amiga o engancharse a una serie.

La masturbación entraría en esa lista, por supuesto.

Puede ser también porque el deseo sexual se despierta en una franja horaria en la que hay pocas posibilidades de conciliarlo conjuntamente.

También tocarse es la forma de que las ganas no entren en conflicto con el descanso de la otra persona, que se encuentra roncando al otro lado de la almohada después del cansancio de todo el día.

Al final, ya sea por esto o por querer mantener ese rato único y exclusivo para ti, si tu pareja no tiene interés en el libro que estás leyendo o no le apetece ese snack de la nevera, no hace falta que te pongas a leerle párrafos en alto o le des explicaciones de por qué te estás comiendo una onza de chocolate.

Con esto es un poco lo mismo, basta con disfrutarlo a solas.

Duquesa Doslabios.

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Si no sales de fiesta con tu pareja, te estás perdiendo un mundo

Este fin de semana, volvimos a salir juntos. No fue hasta que bailábamos con una jarra de cerveza en la mano una canción de Raphael que me di cuenta de lo que lo había echado de menos.

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Porque, de muchas cosas que eres, una de ellas es esta.

Eres tú mi compinche, mi amigo de juergas, el que se encarga de que -ya sea un festival, un concierto o una fiesta de pueblo-, me lo pase bien hasta el último momento, hasta el segundo antes de meterme en la cama (con más o menos acierto) y pensar que ha vuelto a ser una noche genial.

Eres tú el primero que baila sin vergüenza, con ese movimiento tuyo de hombros que me produce entre risa y ternura y, según avanza la noche, produce otras cosas que merecen otra entrada.

Porque hay que ver lo que mola saber dónde empezamos la noche, pero no dónde vamos a acabarla.

Si en un garito en el centro, con música que no hemos escuchado en nuestra vida, o en la discoteca de moda de turno donde hay quienes bajan hasta el suelo a perrear.

Y lo mejor de todo es que, en muchas de esas ocasiones, ni siquiera necesitamos en el equipo más de dos miembros, tú y yo. Bailando cogidos del brazo como si fuéramos dos tiroleses o incluso rompiendo las vallas que cierran el festival en busca de intimidad.

Riéndonos hasta que duele la tripa de lo mal que nos inventamos la letra de las canciones en inglés, de recordar que llegamos al apartamento de alquiler y estaba el casero disfrutando de su nudismo o de la noche que terminamos bañándonos en una piscina en ropa interior.

La cosa es que contigo, siempre hay una historia que contar.

Me gusta que siempre te encuentres gente en todas partes, especialmente si están en los primeros puestos de alguna cola que nos iba a tocar hacer para entrar, y que me guardes la espalda si le recrimino a un tío que deje de llamar a una chica «zorra».

No pasa siempre, por suerte. A lo que sí estás más acostumbrado es a aguantarme el bolso y vigilar que no venga nadie si tengo que hacer pis en un momento de necesidad.

Necesidad, como la que nos entra al final con la tontería de bailar tan pegados y terminar con las manos imantadas en el uno sobre el otro.

Es cuando me doy cuenta de que ser compatibles como pareja puede que no empiece por ser compatibles como colegas de fiesta. Pero ser lo segundo hace lo primero increíblemente divertido.

Duquesa Doslabios.

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Mis 8 votos antes de irnos a vivir juntos

Hace un rato te he dicho que ya lo tenía todo casi listo y que no podía esperar para cumplir una lista de momentos que disfrutar viviendo en pareja, que mi pie ya estaba en camino para dar ese gran paso.

PIXABAY

Y aunque sabes que soy de hacer más que de decir, he querido escribir esto para nosotros, para que tengas algo sobre el papel (que es la pantalla hoy en día) y puedas leer cuando quieras.

Prometo buscar el momento para decirte las cosas delicadas. Y, si no lo encuentro, te haré saber que tenemos un tema sensible pendiente de hablar para que te prepares y me digas cuando podemos hacerle un hueco. Porque como bien dice nuestra amiga de apellido impronunciable, la privacidad no nos la va a dar el piso ni las puertas (y menos con ese tamaño), sino la persona con la que lo compartamos.

Prometo enseñarte cuando no sepas hacer algo que a mí me hayan enseñado y prometo poner todo de mi parte para que me ilustres tú cuando sea el caso contrario. Ya sea a fregar unos platos de la manera más eficiente o a limpiar la vitrocerámica para que no quede con marcas. El motivo es lo de menos, lo demás es entendernos.

Prometo echarle paciencia, mucha. Fíjate si me lo he propuesto en serio que hasta voy a sacar la que no tengo mientras nos adaptamos a ese ritmo en el que tú y yo marcaremos los compases. También prometo decirte las cosas con calma, ya de paso (por lo menos hasta la tercera vez, a partir de la cuarta que tenga que repetir algo no prometo nada).

Prometo no asustarme a la primera de cambio, no darlo todo por perdido, no pensar que nos hemos precipitado. Prometo esperar, darme (y darnos) tiempo para empezar a rodar.

Discutiremos. No sé cuánto, ni por qué pero sé que a veces será por tonterías. Cuando eso pase, no olvides que te quiero. Y que, aunque no lo admita, prometo que ya estoy pensando en arreglarlo contigo.

Porque quiero ser tu compañera de equipo, tu apoyo, tu aliada, quien te cubra siempre las espaldas. Podrás contar conmigo para desahogarte, porque prometo estar ahí para ti. Para los días buenos en los que salgamos a correr después del desayuno. Para los malos en los que no nos pongamos de acuerdo porque tú quieres poner una planta con flores, siendo yo más de hojas verdes, y terminemos destapando la caja de Pandora.

Prometo que haré todo lo que esté en mi mano para convertir nuestra casa en un hogar. Darte espacio cuando lo necesites, respetar tus cosas y, por qué no, cogerte alguna camiseta de vez en cuando (sabes que me gustan oversize y que lo de compartir ropa estaba en el contrato verbal entre nosotros desde un principio).

Al final, va a ser, como es todo entre nosotros, sencillo, natural y fluido.

Aun así te prometo que estamos juntos en esto y que funcionará porque te quiero. ¿Que cuánto? Como nos decimos, muchísimo más que mucho.

Duquesa Doslabios.

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