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El morbo (machista) de las agresiones sexuales

Hace poco, una seguidora me preguntaba si, como periodista, veía normal la cobertura que se había hecho de un asesinato por violencia machista en su ciudad.

En el artículo que me enviaba, no faltaban detalles acerca de qué partes del cuerpo de la víctima -y de qué manera- había forzado el agresor.

«No he podido terminar de leerlo», me escribió confesando que le daba náuseas. Respondiendo a su pregunta, sí, ese tratamiento mediático es lo normal.

mujer violencia machista

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De las primeras cosas que nos contaban en la carrera de periodismo es que cubrimos el servicio de informar a la ciudadanía de manera veraz, que nos debemos a la audiencia y a la objetividad.

Y, de la misma forma, el periodismo se moldea a la sociedad a la que comunica, convirtiéndose en un reflejo de sus valores e intereses.

Así que no se puede evitar: el periodismo es machista.

El periodismo es machista cuando hay un perfil concreto que es un factor añadido de interés, el de las víctimas femeninas.

Delitos a menores de edad y mujeres son los sucesos que más atraen a la ciudadanía. Y vemos ese alto impacto en casos como Diana Quer o Marta del Castillo.

La amplia cobertura responde al «síndrome de la mujer blanca desaparecida», que lo llama la periodista Paula Carroto, refiriéndose a la atención que se produce sobre un caso en el que una mujer joven, atractiva, de clase media o alta, procedente de una familia estructurada, está desaparecida o es asesinada.

Son las que se usan como gancho para que esa voracidad informativa se vea satisfecha. Y la razón responde al problema estructural del machismo, ya que el público percibe a las mujeres y los menores como sujetos débiles.

De esta concepción parte la conmoción ante los hechos que hayan podido experimentar y es cuando el sensacionalismo brilla en todo su esplendor.

Del sensacionalismo del crimen a la sensibilidad

Temáticas como la violencia, el escándalo, la polémica, una tragedia, el sexo u otras intimidades son empleadas para lograr una mayor efectividad a la hora de transmitir la noticia.

Por ello, esa excesiva narración de las agresiones es algo intencionado para aumentar el interés (y los clics) del público sobre el caso.

Pero aquí encontramos dos problemas: que o bien se potencia la brutalidad de los hechos delictivos o bien lo sucedido a las mujeres raya la pornificación, por la manera en la que se construye la narrativa.

«Lo que tienen que relatar son las lesiones resultantes, no las agresiones, a mi modo de ver», explica Cristina Fallarás, escritora y periodista española que además ganó el Premio Buenas Prácticas de Comunicación No Sexista.

«Es decir, no ‘penetración anal’ sino desgarro anal severo, alteración en las funciones del esfínter, trastornos varios… No cómo sucedió la agresión, sino qué lesiones de todo tipo provoca en la víctima y cuáles son sus consecuencias».

El sesgo de la cobertura mediática ‘normal’ -normal por frecuente, no porque sea su estado natural- se hace aún más evidente cuando nos resulta imposible imaginar esas descripciones que leemos diariamente a la inversa, es decir, si fueran sufridas por hombres.

O si imagináramos las acciones de un cura pederasta -que en nuestro país tenemos unos cuantos casos- en ese mismo estilo de crónica de sucesos.

Nos llevaríamos las manos a la cabeza y tacharíamos a ese medio de hacer apología de la pedofilia, así como de violar los derechos fundamentales de los menores.

Puede parecer sorprendente para un 44% de la población, pero las mujeres también tenemos derecho a nuestra intimidad y a ser tratadas dignamente.

Rehumanizar a las víctimas

No cebarse en la escabrosidad no es ocultar información ni negarle información a la ciudadanía, es respetar ese derecho humano de mantener una parcela privada, sin intromisiones de terceros, pero también dar ese trato mediático igualitario a las mujeres.

La apelación a la emoción de la audiencia, como afirma Cristina, no debería ir ligada a la lectura de hechos violentos y crueles, porque son caldo de cultivo de la revictimización.

Exponer a las víctimas a los detalles puede llevarles a recordar lo que sucedió, evocando su trauma.

Una cobertura más cuidadosa alejada de la ultraexposición promueve la recuperación, pero también evita que pueda afectar negativamente a su vida personal y profesional.

No necesitamos piezas informativas de alta calidad desde el punto de vista del morbo, sino de alta calidad humana, de concienciación, que fomenten la empatía y la comprensión del impacto de las agresiones sexuales.

Centrarse menos en la cosificación de las agresiones y más en la responsabilidad del agresor, es lo que conseguirá una nueva definición de periodismo de sucesos normal y un cambio más profundo como sociedad.

Esa sí es una manera efectiva de comprometerse con la erradicación de la violencia machista: dejar de hacer de ella un espectáculo.

Mara Mariño

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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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Estuve con un entrenador y mi relación con la comida se volvió tóxica

Ayer me compré un paquete de galletas. Me apetecían. Y me las tomé dos días después de haber cenado hamburguesa con patatas.

Algo que no tendría por qué tener nada de especial con la diferencia de que, hace unos años, habría sido incapaz de hacerlo por lo que pudiera decirme mi novio de aquel entonces.

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Abracé el mundo del deporte gracias a la recomendación de una psicóloga y me aficioné más a él cuando empecé con mi ex, entrenador personal.

El ejercicio y la alimentación saludable eran los otros dos miembros de la relación.

Al ser su profesión, para mí se convirtió en lo más normal del mundo adaptar mis hábitos a su estilo de vida.

El cheat meal (la comida basura) solo podía ser el sábado, el destino vacacional preferiblemente con gimnasio, en la cesta de la compra no entraban snacks de ningún tipo y, cuando llegaba el verano, era el momento de pesar con báscula todo.

En varias ocasiones me encontraba pensando que tenía mucha suerte de tener una pareja tan preocupada por la salud.

En otras, solo sentía el enfado por la merienda: un sandwich de pavo cambiando el pan por hojas de lechuga, porque ya había consumido las calorías que me correspondían ese día.

Hace unos años, no me parecía extraño que me quitara la bandeja de frutos secos de la que estaba picoteando porque ya había «comido suficiente».

Tampoco que el día de mi cumpleaños, como estábamos en déficit calórico, solo pudiera tomarme un trocito de una versión más saludable de una tarta (ni una tarta ‘normal’ podría tomar…).

O que en Navidad solo tuviera la mañana del 25 de diciembre para tomar una porción de roscón y pasar el resto de las celebraciones sin tocar los polvorones o turrón, que son de las cosas que más me gustan.

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La culpabilidad que me producía escuchar algunos comentarios por su parte, me llevaba a que si comía algún dulce que por un casual había sobrado de un cheat meal anterior, me organizara para sustituirlo antes de que volviera a casa para que no se percatara.

Pero lo peor eran los 3 meses previos al verano, cuando con la cinta métrica tomaba medidas de nuestros cuerpos y llevábamos la cuenta de los centímetros que decrecían los contornos de la cintura o los muslos.

Cuanto más bajaran las cifras, más me motivaba él a seguir por mucho que mis niveles de ansiedad eran inversamente proporcionales.

Hace unos días, hablándolo con una amiga, me contó una experiencia parecida tras haber estado, como yo, varios años en una relación con un entrenador personal.

Lo que ambas teníamos en común era la liberación de comer, a día de hoy, como se nos viniera en gana sin ningún remordimiento ni un novio que vigilara con lupa nuestro menú.

Nuestra relación con la comida empezó a mejorar al poco de que las parejas terminaran y por eso hoy vivo con una curiosa satisfacción de que si algo me apetece -sea el día de la semana que sea, haya entrenado o no, sea verano o invierno-, pueda comerlo sin restricciones externas.

El policía de la nevera

La pregunta que me hice al conocer las similitudes con la historia de mi amiga fue si más mujeres en relaciones con entrenadores personales habrían terminado teniendo esa relación tan negativa con la comida (y sus cuerpos).

No hay datos como para poder hablar de un patrón que puede nutrirse inconscientemente de la violencia estética que sufrimos las mujeres.

Además, hay entrenadores que no tienen ningún problema en tener como parejas a personas que no comparten sus hábitos.

Pero sí que encontré foros donde mujeres denunciaban el control de sus novios (sin estar ligados al sector fitness) en la dieta y preguntaban cómo cambiar la situación.

Además hablamos de casos en los que además es claro el body shaming o incluso tácticas más radicales como que les tiren la comida más calórica o la escondan para que no se la coman, situaciones que sí podrían definirse como abuso.

En mi caso, siento que, sencillamente, lo tenía normalizado y no había caído en lo disfuncional que era.

Así como el efecto tan negativo que tenía en mi salud mental no poder disfrutar de alimentos en ciertos momentos de mi vida hasta salir de la relación.

Pienso que si volviera a ese momento, habiendo identificado el problema y la incomodidad que me generaba al respecto, lo hablaría con mi pareja y, quiero pensar, se habría solucionado.

Le diría que soy una adulta funcional que es libre de elegir lo que come, cuándo, cómo y dónde y él debe respetar esa decisión. Que no soy una modelo de fitness ni él un policía asignado a controlar mi dieta.

Que a veces solo quiero un Kinder Bueno.

Mara Mariño

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No identificamos que nos manipula nuestra pareja por las siguientes razones

Una de las preguntas más difíciles que me encontré al contar que había estado en una relación de maltrato, era que cómo no me había dado cuenta, que con lo espabilada que soy por qué no había identificado las señales.

Yo misma me hacía la pregunta sin parar ni encontrar una respuesta que me satisficiera.

Hasta que la terapia puso las cosas en su sitio y me ayudó a entender que aquello que me había pasado no era ni por poco avispada ni porque él me diera varias vueltas, sino por una serie de factores externos.

pareja abuso emocional

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Si he recordado esta etapa es porque Sarah Brady, la exnovia del actor Jonah Hill (Infiltrados en Clase, El lobo de Wall Street…) ha compartido una serie de mensajes de cuando salía con el intérprete.

Conversaciones que ilustran a la perfección cómo, en el momento, somos incapaces de ver que estamos siendo víctimas del abuso emocional.

Visto desde fuera, parece hasta obvio el comportamiento manipulador de su anterior pareja, pero lo cierto es que la clave de que se dé es que es algo tan sutil que pasa desapercibido.

Sobre todo en el caso del actor, que empleaba lenguaje terapéutico para aislar, controlar y manipular a su novia en función de sus necesidades.

Parece de conocimiento universal que, si te pide la contraseña, que dejes de vestir de cierta manera o que hables con chicos (curiosamente nunca es con chicas), estamos de acuerdo en que es un comportamiento controlador y, por tanto, tóxico.

 

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Sin embargo, identificarlo desde dentro no es tan sencillo.

Al principio ignoramos las red flags. Con el cóctel de sentimientos que empiezan a florecer, pasas por alto actitudes que, sin esas emociones, te harían sospechar.

La propia sociedad normaliza estos comportamientos tóxicos a través de las series o películas románticas.

Los celos, sinónimo de amor, son el mejor ejemplo. Al no ver en ellos o en otras actitudes las señales de alarma que son, no se identifican como problemáticas.

Es decir: si no lo identificas, no buscas ayuda. Y cuando te das cuenta seguramente no tienes a quién acudir porque te han aislado de tu círculo.

También cabe recordar que estamos hablando del abuso más discreto, el abuso emocional, que es el que se vale del maltrato psicológico.

No habiendo violencia, un golpe es mucho más escandaloso que un comentario, no se activa el radar que nos dice que estamos siendo víctimas de una agresión porque no es física.

A eso hay que sumarle que recibes constantemente por parte de tu pareja el mensaje de que no encontrarás a nadie igual, así que no quieres dejarlo por la inseguridad que empieza a invadirte.

Crees que tu alternativa es estar el resto de tu vida en soledad y sintiéndote infeliz (cuando la infelicidad es esa relación).

Prefieres pensar que vuestra historia no es perfecta, que todas las parejas tienen problemas, pero no llegas a la conclusión de que estás en una relación de maltrato psicológico (y seguramente no lo descubras hasta mucho después de haber salido de ella).

Culpabilidad y dudas

Como la exnovia de Jonah Hill, surfista que competía en bañador muy a pesar del actor, crees que son tus acciones -aunque también extensible a palabras u otras cosas- las responsables de cómo reacciona tu pareja.

No sospechas que esté adoptando una actitud de apelar a tu cargo de conciencia para que cambies tu vida.

Además, durante todo este proceso de construcción de la tela de araña del abuso emocional, tiendes a dudar de ti por defecto.

No es que la otra persona se esté pasando de la raya: eres tú quién está exagerando, quien es demasiado sensible, la que está loca.

Si algo tienen en común el maltrato psicológico y el físico es que, en cuanto la víctima llega al límite, la persona que ejerce el abuso se disculpa y se esfuerza por enmendarlo, así que piensas que ha sido algo excepcional.

Que volverá a ser la romántica pareja que era al principio y de la que te enamoraste.

Porque esa es otra, que en la mayoría de ocasiones estás enamorada o al menos queriendo a esa persona. Y esos sentimientos te hacen pasar por alto cualquier cosa.

Mara Mariño

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¿Por qué hay rebajas de penas o excarcelaciones? Un abogado nos resuelve las dudas sobre la ley del ‘Solo sí es sí’

Puede que no lo supieras, pero esta es la primera vez de la historia de nuestro país en la que se legisla de algo tan importante y complejo para el sistema judicial como es el consentimiento.

De hecho, esa debería ser la razón por la que la Ley de Garantía de Libertad Sexual o conocida como Ley del ‘sí es sí’, debería ser famosa.

Y no por las rebajas en las penas y las excarcelaciones de los agresores, lo que realmente ha conseguido que esté en boca de todos estos días.

mujer 8m Ley Libertad Sexual

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Yo he sido la primera que, defendiendo la libertad sexual, no entendía cómo podía ser que una ley que supuestamente la garantiza, tuviera una cara tan oscura como la de liberar a agresores condenados con antelación.

«¿Es que nadie había pensado en las víctimas?», me preguntaba.

Y sí, sí que se ha pensado en las víctimas, pero hay tantos factores alrededor de una ley que pueden verse afectados por razones externas, que acudí a un amigo abogado para que me ayudara a entender lo que estaba sucediendo.

Mi entrevista con Emilio Marfull, abogado penalista experto en extranjería, comienza por la razón que hay detrás de esas excarcelaciones (20 hace unos días) y las 259 reducciones de pena.

Algo que se resume en que se han unificado los delitos de abuso -cuando no había fuerza e intimidación- con violación -casos en los que sí lo había- pasando a llamarse todo ‘agresión sexual’.

Con este cambio se evitaría que la víctima tenga que demostrar si hubo o no fuerza, todo lo que implique falta de consentimiento explícito sería considerado agresión.

«Es una mejora para las víctimas, que no tienen que demostrar el uso de la fuerza para que sea considerado agresión, pero un fallo en cuando a la duración de las penas«, dice el letrado.

Pero, ¿cómo no se pensó en la consecuencia? «Es una cosa bastante evidente hasta para una persona que no tiene conocimiento de Derecho. El problema es que no hay que ver las decisiones en penal como solo ese delito aislado», dice Emilio.

«Se pedía una rebaja porque no tiene coherencia con las penas no tan elevadas respecto a las que tienen delitos sobre la vida como el homicidio», explica. Es decir, para distanciar más el bien jurídico de la vida y el de la libertad sexual, ya que el de la vida está bastante por encima, de ahí que se reduzcan los años de todo lo que no atente a esta.

«Pero la diferencia de penas no representaba esa distancia. Había que reducir las penas de ciertos delitos, ya que en relación a ellas, otros delitos que afectan a bienes jurídicos más importantes quedarían infrapenados», comenta el experto, aunque si bien admite que «se preveía que esto iba a pasar», dice en cuanto a las rebajas y excarcelaciones, la consecuencia más directa.

«Al reformar un delito para englobar otro delito que ya existía, tienes que hacer este tipo de ingenierías», explica el letrado. Así como analizar «qué penas hay con bienes por encima y bienes por debajo, para que el catálogo de penas en su conjunto tenga una sistemática».

«Mirándolo desde una justificación teórica puede estar bien ajustar las penas para que sean coherentes. Pero no si te lo dicen desde una perspectiva más práctica, pensando en las propias asociaciones de víctimas y de juristas», afirma Emilio.

Ahí es donde reside una de las críticas en la elaboración de la ley, que no se haya escuchado como se debería a quienes verían y vivirían las consecuencias que iba a tener esto de ver a sus agresores puestos en libertad antes de tiempo, con el impacto que puede causar en sus vidas.

Uno de los mayores problemas, según el abogado, es que el «el Sistema Penitenciario está infradotado de recursos para generar la reinserción social y evitar reincidencias», comenta el penalista.

Y es algo que se ve en el perfil de algunos de los excarcelados, como por ejemplo un hombre en Oviedo, ​condenado por dos delitos de violación consumada, un delito de violación en grado de tentativa y un delito de agresión sexual en grado de tentativa. O el hombre que violó a sus hijas menores de edad en varias ocasiones.

El primero ya ha sido excarcelado, el segundo ha tenido una rebaja de pena de dos años y cinco meses.

 

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A favor del reo, el artículo 2

Que tantas penas se encuentren en revisión se debe a que la ley se va a aplicar con carácter retroactivo, lo que significa que los casos de violencia sexual cuyos agresores hayan sido expresamente condenados a la pena mínima, siempre que no concurran agravantes, verán que esa pena mínima se ha reducido tras la reforma del código penal. Aunque existen mecanismos para evitar esa reducción de penas.

O, al menos, eso es lo que dice la teoría de la ley. «Desde la teoría tienen razón porque no deberían ocurrir estas rebajas si se interpreta la ley como hay que interpretarla, de manera sistemática» explica el jurista. «Es decir, entendiendo la normativa penal en su conjunto y no el nuevo delito de agresión sexual de manera aislada».

«Los jueces que interpretan así se están centrando en un artículo, que es el artículo 2. Si existía una pena mayor, y la nueva norma prevé una pena menor, se aplica la nueva norma por ser más favorable. Las normas penales solo tienen efecto retroactivo cuando son favorables, dice el artículo, que es un principio muy básico del derecho penal. Al llegar la nueva ley, lo fácil es aplicarla conforme al artículo 2, sin entrar en interpretaciones más complejas», comenta.

Pero ahí es donde entra que los jueces no estén contemplando la imagen en su totalidad, sino yendo a la aplicación de un artículo aislado y punto.

«Desde una perspectiva de lo que hay que hacer, según la interpretación hermenéutica tienes que juntar todo, entenderlo todo de manera sistémica, no quedarte solo con ese artículo. Qué más da que te bajen la pena mínima del delito de agresión sexual si luego tienes dos artículos abajo que te meten los agravantes», explica el letrado, ya que los agravantes suman años de condena.

En su opinión: «Los jueces comprometidos con el problema del machismo harán interpretación sistémica y tendrán en cuenta el resto del articulado del código. El legislador esperaba que ese ‘desvalor de la acción’ causado por el delito, fuera suplido por una interpretación judicial acorde a otros artículos del código penal -entre ellos los agravantes- y no quedara ahora cubierto ante la reducción de penas».

Siendo la primera vez que se está legislando sobre el consentimiento sexual «los jueces no se la juegan a ir a la par con la novedad. No se juegan su carrera supliendo con interpretaciones complejas la falta de una redacción más impecable por parte del legislador», comenta Emilio.

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Aunque también entra en escena la cultura patriarcal que pueden tener los jueces: «Son los políticos quienes les dejan margen de interpretación para poner en acción su cultura patriarcal. Si la ley se redacta de manera más estricta, menos interpretable, limitas el margen en que un juez puede verter su moral y su ideología en la aplicación de las normas».

«En el momento que la judicatura es pagada con dinero público para juzgar, los políticos tienen la responsabilidad de minimizar su margen de interpretación, más cuando se trata de una norma tan revolucionaria, tan nueva, y que sabes que puede encontrarse con el obstáculo de una justicia patriarcal». Algo que califica de «un error de novato».

«Tendrían que haber hecho una ley más perfecta. Desde una perspectiva electoral se podría haber aprovechado mucho más», opina.

¿Y la solución?

Aunque ahora mismo, según el abogado, «No hay tiempo para cambiar la ley», se ha propuesto desde el ministerio de Igualdad el plan con 10 medidas para subsanar los efectos adversos de la ley.

Aunque es algo que el PSOE ha rechazado por el momento anunciando que sí que habrá «retoques».

Preguntándole a Emilio cuáles serían las medidas para poder solventar los efectos de la ley, comenta como prioridad «reducir el margen de interpretación que puedan tener los jueces explicando cómo tiene que aplicarse la ley, para minimizar la existencia de la justicia patriarcal».

«Con esto limitas la aplicación del artículo 2», explica. «O directamente metes una disposición transitoria que dice que estas normas no se aplicarán ante delitos ocurridos con anterioridad a la aplicación, así sorteas la retroactividad».

Aunque eso no solucionaría el problema de que, en delitos futuros, las penas fueran menores. Pero no en un caso para el que afirma que no habría que centrarse en «establecer coherencia entre las penas de distintos delitos, ni equiparar las penas con los bienes jurídicos; no es el momento -y menos esta ley-, de jugársela con eso».

También hace hincapié en la concienciación de los jueces de cara a que incluyan los agravantes, ya que estos son los que pueden ‘compensar’ la reducción de años de pena con años extra. «Haber incorporado algún agravante como trato degradante o vejatorio, que haya varios involucrados…» son algunos ejemplos que aumentan el tiempo de condena.

«Ateniéndose a la reducción de pena del artículo 2, no se podría reducir la condena, porque quedaría parte de la acción sin castigar», explica reflexionando sobre el hecho de que los agravantes pudieran no haberse tenido en cuenta.

Lo que me queda claro, después de la conversación con el abogado, es que es un tema lo bastante importante como para que, la crítica que hagamos al respecto, sea constructiva.

Sí, que la aplicación teórica de la ley era una buena idea pensando en las víctimas en primer lugar, no tienen lugar a dudas.

Ahora, sabiendo que en su aplicación no se ha visto igual de reflejado y entendiendo que siendo algo nuevo y siendo todos humanos, errar es algo común, lo que resultaría decepcionante es que no aprendieran de sus errores.

La intención era (y es) buena, ahora necesitamos que la práctica también lo sea.

Mara Mariño

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¿Qué significa que diga que sus exnovias están locas?

Hay momentos cuando conoces a alguien en los que sabes que el tema de conversación va a ser definitorio.

Un speech sobre su ideología política o su punto de vista -tan diferente al tuyo- del aborto, son cosas que van a hacer que termines de formar la imagen de tu acompañante.

Y no tienen por qué encajarte, lo que puede significar que es el momento de que le pongas punto y final o, ¿por qué no?, que te limites a que sea algo meramente físico, porque no quieres conectar más allá.

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Hablar sobre las exparejas entra en la lista de temas más delicados que el cristal.

Puedes sacar tantas lecturas de lo que dice de las personas con las que ha estado…

Por lo pronto, si no deja de hablar de él (o ella), te llega la sospecha de que es probable que no haya pasado página.

Que lo vuestro vaya a ser algo de un mes pero nada más.

Que al principio todo será estupendo, pero luego empezará a flaquear y terminará diciendo que no puede seguir porque no siente que esté en ese punto en el que tú sí que estás.

No tiene por qué pasar en todos los casos. Quizás justo mientras os vais conociendo, por su parte, lo va superando.

Pero mantente en alerta por si se da lo contrario.

Sobre todo presta atención a cuando lo que diga de sus exs no sea del todo bueno. O directamente si es malo y punto.

Quédate con esos comentarios sutiles, si te dice que no le dejaba en paz, que se enfadaba por cualquier cosa, que le tenía machacado, que era posesiva y celosa, que estaba loca de la cabeza…

Que le hacía unas broncas espectaculares o que a día de hoy, sigue obsesionada con volver juntos.

Piensa que lo que está haciendo es posicionarte para que empatices con él. Vas a conocer solo su versión, no vas a poder hablar con ninguna de ellas.

Coge esas respuestas con pinzas y cuestiónate todo. Cuestiónate por qué ella se tenía que enfadar tanto con él, cómo había llegado al punto de ser celosa, qué tanto daño le hizo tu pretendiente para que él considere que estaba desquiciada.

En vez de ponernos del bando de quien nos cuenta su versión, empaticemos más con la mujer que no está presente. Hagamos piña con ella, aunque sea mentalmente.

No hagas lo que hace él, no invalides las emociones de sus anteriores parejas por mucho que sea lo más fácil o porque él te parece muy atractivo.

Nosotras también hemos sido la ex de alguien y sabemos que para llegar a los enfados, los comportamientos desesperados o los abusos han tenido que hacernos mucho daño.

Desacreditar y mentir son dos cosas que hacen las personas manipuladoras cuando buscan esconder la verdad y enredar a alguien nuevo. Desconfía de quien hable así.

Además consigue que si la exnovia intenta ponerse en contacto contigo o prevenirte, no escuches sus palabras y pienses que forma parte de que está haciendo una de sus escenas.

Porque amiga, si te dice que todas sus ex novias están locas, ten cuidado.

Lo probable es que el loco de quien tienes que protegerte sea él.

Duquesa Doslabios.
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Así es cómo mi colegio permitía el abuso sexual hacia las alumnas

Creo que no hay una sola vez de las que un desconocido me ha metido mano en público en la que no me haya planteado si podría haber hecho algo para evitarlo.

Pero nunca si él podría haber hecho algo para evitarlo. Como decidir no tocarme en contra de mi voluntad, por ejemplo

Aunque fueron ellos los que tomaron la decisión de ir a por mi culo o pasarme la mano entre las piernas sin preguntarme, sin que yo quisiera, en mi cabeza le seguía dando vueltas a mi responsabilidad.

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¿Puedes culparme de verlo así? Piensa que fui a un colegio de monjas donde el uniforme era obligatorio. Y el de las niñas, por supuesto, era una falda de tablas.

Desde primaria hasta el último curso de secundaria corrías el riesgo de que alguno de tus compañeros tuviera la ocurrencia de levantarte la falda.

Y daba igual que fueras a quejarte a los profesores. El «son cosas de niños» le quitaba peso a su abuso.

Nosotras, en cambio, sentíamos la vergüenza por parte doble. Primero porque nos habían dejado, literalmente, en bragas.

Segundo porque era delante de toda la clase.

Y con una sensación de injusticia e impotencia de ver que nadie te ayuda, que nadie se lo toma en serio y que te toca aceptar algo desagradable. Eso se convierte en el día a día.

Dejaba el mismo sabor amargo que termina por convertirse en familiar cuando un grupo de desconocidos te grita obscenidades o pasa por delante de ti un hombre trajeado recién salido de trabajar, e invadiendo tu espacio personal, te dice que te lo quiere comer.

Pero tú te callas, porque por mucha vergüenza que pases, eso es más seguro que responder y que pueda reaccionar con violencia.

Para los profesores era una «trastada» sin ninguna maldad. Para nosotras el suplicio de que nuestra intimidad se viera expuesta.

Y ya ni te cuento de la pesadilla en que se convirtió cuando entramos en los años en los que nos venía la regla. Que pudieran ver las alas de la compresa era el culmen de la humillación.

Así que la solución del centro escolar, ante la creciente oleada de «subefaldas», fue la de aconsejarnos a las alumnas llevar pantalones cortos por encima de las bragas.

Si no queríamos quedarnos en ropa interior, teníamos que cambiar nosotras nuestra manera de vestirnos todos los días.

No se quedaba ahí. Quienes no llevaban este tipo de shorts y su ropa interior quedaba a la vista, eran consideradas unas «guarras».

Porque aún con la alternativa de los pantalones, preferían no llevarlos. Señal de que les gustaba que se lo hicieran y realmente querían quedarse en bragas.

Mi colegio nunca se planteó coger a los chicos de cada curso y enseñarles que lo que estaban haciendo estaba mal. Que debían respetarnos.

Lo que lograron fue que ellos pasaran todos sus años escolares aprendiendo que podían invadir la intimidad de sus compañeras mujeres sin que pasara nada.

Y nosotras la misma cantidad de años aprendiendo que era nuestra responsabilidad protegernos. Porque de no hacerlo el castigo sería ser humilladas con el estigma de disfrutar de aquel abuso.

Cuando cada día de los primeros años de tu vida aplicas el mensaje de que solo tú eres responsable de un abuso, ¿cómo no llegar a la edad adulta sintiéndonos nosotras culpables de que nos fuercen, nos silben, nos besen, nos violen o nos maten?

Y ¿cómo esperar que ellos respeten nuestro cuerpo, sin que nosotras les dejemos, cuando llevan accediendo a él desde siempre?

Duquesa Doslabios.
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No tienes perdón si te quitas el condón

Sí, sabemos que el preservativo no es lo más cómodo del mundo. Que os aprieta, que os quita sensibilidad, que no lo notáis igual y que preferís tener sexo sin él.

Pero también sabemos que no tenemos garantía de dónde la habéis metido previamente (por mucho que nos juréis que solo lo habéis hecho una vez con vuestra novia de toda la vida) y que preferimos no arriesgarnos a tener una ETS por un rato incómodo que podáis pasar.

Además, cada vez hay más opciones de diferentes tamaños, texturas y grosores para que sea casi como estar piel con piel.

UNPLASH

Lo que no se justifica en ningún caso es que, en pleno polvazo, hagas la de quitártelo sin decir nada.

Si alguna vez lo has llevado a cabo, deberías saber que acabas de cometer un delito que se llama stealthing, ya que penetrar sin preservativo ni consentimiento es una forma de abuso sexual. Y en España, desde 2020, está penado con la cárcel.

Amiga, si eres tú la que ha sido víctima (además de mandarte mucho apoyo) quiero recordarte que puedes ir a denunciar. Nadie tiene derecho a decidir sobre tu cuerpo, tu voluntad debe ser respetada en todo momento.

Están atacando tu libertad sexual y haciendo un contacto con el que tú no estás de acuerdo.

Que por mucho que tengas ganas de sexo, nada justifica que te veas en una situación de peligro (que además de afectar a tu salud, puedes jugártela con un embarazo no deseado).

Y si eres tú el que se plantea ponerlo en práctica -o alguna vez lo has hecho porque eres así de egoísta y kamikaze (tú también te puedes contagiar de una venérea, no te olvides)-, decirte que muchas de nosotras lo pasamos (realmente) mal con la regla y no vamos lanzando tampones manchados a la gente.

Nos aguantamos y respetamos que puede que el señor que espera el Metro no tiene por qué querer llegar a la oficina con un churretón de sangre menstrual.

Es tan fácil como respetar la decisión de la otra persona y que si dice con condón, es con condón en todo momento. Sin negociación.

Duquesa Doslabios.

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¿Una diferencia entre ‘Los Bridgerton’ y ‘Juego de Tronos’? Cómo se graban las escenas de sexo

Hay todo un mundo de distancia entre los desnudos o escenas íntimas que podíamos ver en Juego de Tronos y las de ahora en series como Los Bridgerton, Sex Education o Euphoria.

Antes bastaba con incluir en el guión que tocaba quitarse la ropa, un coito, la interpretación de una felación… Las nuevas producciones cuentan con una figura nueva en el set: la coordinadora de intimidad.

Netflix

Un puesto que idea la coreografía para la filmación de los momentos sexuales después de un encuentro previo al rodaje entre los actores, comunicando sus preferencias.

Una reunión para saber qué les haría sentir cómodos para crear una escena capaz de respetar todos los límites.

Como si fueran una lucha o parte de un momento musical -con todos los bailarines moviéndose de un lado al otro- las escenas de besos y caricias, se ensayan y se graban siguiendo los pasos.

Y lo raro es que, hasta ahora, esto no existiera, no fuera necesario. Que todo lo relativo a escenas íntimas quedara en manos de un director que hacía y deshacía sin tener en cuenta los deseos de los actores.

Solo si nos da por repasar algunas de las escenas de películas de éxito podemos entender la dimensión del problema. Cuando no siempre los contactos físicos o la desnudez han sido fruto del consentimiento.

Como el caso de una Maria Schneider de 19 años que no sabía que iba a ser forzada por Marlon Brando debido a la ocurrencia de Bernardo Bertolucci en El último tango en París.

Por su idea de untar sus genitales con mantequilla delante de la cámara sin que ella estuviera informada y quitándole hierro con el «Es solo una película».

Ese es el problema, que cuando ella pasó el resto de su vida sin poder volver a desnudarse delante de una cámara -con varios intentos de suicidio por el camino y adicción a las drogas-, no es solo una película ni una serie.

Es la historia de siempre, de forzar en contra de la voluntad. Y, en este caso, en el nombre de un bien mayor, que ya puede ser la próxima película ganadora de varios Oscar o la serie estrella de la plataforma de streaming de turno.

Porque solo sabiendo a qué atenerse, qué va a pasar y respetando dónde están los límites, se puede trabajar con dignidad.

Eso también forma parte de los derechos humanos, el derecho a «condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo», condiciones que no pasen por sentir miedo, humillación, sometimiento o abuso.

Así que si la solución es convertirlo en una danza de caricias y besos detallada en el guión, que se haga desde ahora y en todas las producciones, ya sean películas o series.

Sin que se repita la historia de una Emilia Clarke llorando en el baño antes de rodar la escena de Daenerys desnudándose, la de una Emma Stone padeciendo un ataque de asma en plena escena de sexo por la tensión a la que estaba sometida o la de Evangeline Lilly en Lost sin poder dormir después de ser grabada semidesnuda.

Sin más nombres de mujeres que terminan con los nervios destrozados en el nombre del séptimo arte ni de ningún otro.

Duquesa Doslabios.

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¿Qué hay de pegar cuando sufres maltrato por parte de tu pareja?

El caso de Amber Heard y Johnny Depp me resulta familiar. Una pareja, loca de amor al principio, que termina envuelta en una espiral de violencia donde hay que meter, como no podía ser de otra manera siendo dos celebridades, a la prensa y el impacto mediático que eso conlleva.

PIXABAY

De la segunda parte no puedo decir nada, pero puedo hablar (y mucho) de la primera. Sobre todo porque, después de vivir en tus propias carnes una experiencia de ese estilo, reconoces a la primera algunas cosas de las relaciones tóxicas.

La última pieza del puzzle, ha conseguido que los fans del actor den un suspiro de alivio: se han filtrado los audios de Amber en los que admite haber pegado al actor.

Como si eso fuera a todo lo que se reduce el problema. Como si eso la convirtiera automáticamente en la agresora.

No puedo evitar pensar en mi caso. En lo que habría dicho sobre nosotros mi expareja si hubiéramos sido estrellas del universo celebrity.

Más que seguramente, en defensa de su ‘inocencia’ habría declarado que, la última vez que nos vimos, recibió una bofetada por mi parte.

Bofetada que le di cuando, tras pedirle que no se acercara a mí, intentó besarme a la fuerza.

Su reacción se me clavó en el alma. En vez de responder con violencia, como había visto todas las veces hasta ese momento, se tapó la cara gritando que le había pegado, que cómo había sido capaz de hacerle eso.

La culpabilidad por un lado, y la incredulidad por otro, me ahogaban por dentro. Yo, que soy contraria a la violencia física. Yo, que tan mal lo había pasado cada vez que él me había puesto -o incluso acercado- la mano.

¿En qué me convertía que yo hubiera recurrido a la violencia? ¿En una maltratadora? ¿En alguien como él?

Varios meses en la psicóloga me ayudaron a resolver mis dudas. Ni era violenta ni maltratadora por naturaleza. Aquella bofetada no había sido más que el valor de, por primera vez, recurrir a la defensa propia.

Puede que en ese momento él no hubiera mostrado una reacción violenta, pero como tantas otras veces, empezaba a sobrepasarse usando la fuerza en contra de mi voluntad cuando ya le había pedido que no me tocara, que no se acercara, que no me lo hiciera.

Ver a mi ex novio llorando en el asiento delantero del coche, por aquella bofetada, que no fue más que la prueba de que no estaba dispuesta a seguir dejando que abusara de mí, hizo que mis cimientos se tambalearan.

Más tarde comprendí que sus reacciones y las mías no jugaban en la misma liga.

Porque había una gran diferencia entre nuestros usos de la violencia. Cada vez que él me había cogido, estrangulado, tirado al suelo, amenazado con un filo, inmovilizado, reventado algo a golpes hasta hacerse sangre con las manos a lo largo de esos meses, había sido para someterme, asustarme, callarme o ‘castigarme’.

La única vez yo la usé contra él (y con una bofetada, que no le quito peso, pero no fue precisamente un puñetazo en la cara) fue para hacerle ver que solo necesitaba a una persona para protegerme: yo misma. La misma que hasta ese momento se había dejado controlar.

Una reacción que solo quería decir: «Este cuerpo es mío y voy a protegerlo de ti».

Duquesa Doslabios.

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