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La ingeniera y la socióloga que van a hacer las calles más seguras para las españolas

Cuando empecé a salir sola, de las primeras cosas que me desaconsejó mi madre fue cruzar uno de los barrios en el que se encuentra la calle con más denuncias de apuñalamientos de Madrid.

Barrio que no estaba muy lejos de nuestro piso, así que nos pillaba de camino en muchas ocasiones.

Aunque seguí a rajatabla aquella recomendación, y busqué rutas alternativas, de adulta no me quedó otra que frecuentarlo, ya que me mudé con mi pareja a la calle perpendicular.

mujer andando calle

PEXELS

Si bien nunca vi un navajazo (aquello sucedía de madrugada), no había día en el que no me hicieran algún comentario por la calle. Incluso llegaron a seguirme en bicicleta durante un tramo de mi camino.

Para mi exnovio aquello no era para tanto y tenía que aprender a relativizar. Para mí era un desgaste normalizarlo.

Pensarás que tuve mala suerte con mi barrio, pero el acoso callejero se ha repetido por Gran Vía, por Retiro, por Príncipe Pío y hasta por Castellana, cuando un desconocido paró su coche en uno de los laterales del Ministerio de Defensa y me invitó a subir con él.

Y en todas y cada una de las veces, mi reacción fue la misma: agachar la cabeza y apretar el paso. Tampoco es que hubiera otra opción, ¿no?

Contra esta idea fue que se revelaron Begoña Guadaño y Clara Espinosa, ingeniera de caminos y socióloga especializada en tecnología y violencia de género respectivamente.

Acaban de lanzar un proyecto, B.MUUN que aún está en fase beta, pero apunta maneras, ya que su objetivo es convertir las ciudades españolas en lugares más seguros para las mujeres.

La herramienta se encuentra todavía en desarrollo y funciona por invitación, sin embargo algunas periodistas pudimos probarla hace unos días.

Al acceder muestra un navegador que va marcando rutas, un sistema de navegación diseñado en base a la información recibida por otras usuarias que hayan reportado situaciones de acoso.

Es decir, te lleva a casa por la vía que considera más segura teniendo también en cuenta el trazado urbano.

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Otro de los pilares de esta web, que ha sido financiada por el Ministerio de Igualdad después de que Begoña y Clara presentaran el proyecto a concurso, es la creación de una red de espacios concienciados y preparados para socorrer en situaciones de riesgo.

Su objetivo es que establecimientos de nuestros barrios reciban una formación de atención y recepción de víctimas de acoso y abuso sexual callejero a los que se podrá acudir en caso de peligro.

Aunque también ‘pone en el mapa’ qué negocios como peluquerías, restaurantes o tiendas están concienciados en lo que a seguridad de las mujeres se refiere.

Y quizás en esa colectividad reside la emoción de este proyecto, en sentir que tienes una mano amiga a tan solo unos metros de distancia y que, a la vez, son otras mujeres las que han ido avisando de sus experiencias, cuidando todas de todas.

Un botón de socorro

Aunque lo más interesante es el botón de SOS, una opción que comparte la ubicación con los contactos que se hayan elegido previamente y comienza a registrar en audio lo que sucede desde ese momento.

Una vez pulsada la opción de auxilio, el navegador te dirige al punto B.MUUN más cercano donde, entre los protocolos a seguir, está el de llamar al 112.

Poco después del evento de presentación, le contaba a mi padre lo que me conmovía que se tomara el acoso callejero como un tema serio que se debe combatir.

Él opinaba que no debería haber una lista de calles con un ‘visto bueno’ para circular, porque las mujeres tendríamos salir a la calle sin miedo y sin evitar ningún lugar, ya que todos deberían ser seguros para nosotras.

Yo le comentaba que, por desgracia, aplicación móvil o no, ya vamos buscando esas vías alternativas que -creemos- nos mantienen más a salvo, en vez de otras donde nos sentimos más expuestas.

Sí, en un mundo ideal las mujeres podemos volver a casa como nos da la gana, incluso solas y borrachas sin sufrir ataques físicos o verbales. Pero no estamos en un mundo ideal.

No quita que, de manera paralela, no se destinen esfuerzos para concienciar a los hombres de que una mujer andando por la calle no invita a comentarios ni tocamientos no deseados.

Pero si, mientras tanto, aparecen recursos que tienen en cuenta nuestra manera de movernos, que nos dan opción de mandar localización inmediata y hasta grabar lo que nos rodea (por si necesitamos pruebas para emprender medidas legales) o cualquier cosa que nos haga sentir un mínimo de seguridad, lo cogeremos sin dudar.

Mara Mariño

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Las inteligencias artificiales ya son cómplices del ‘revenge porn’, ¿por qué no lo evitamos?

Han pasado unas semanas desde que aquellos alumnos de Almendralejo usaron la inteligencia artificial para modificar fotos de sus compañeras. Un periodo en el que no hemos perdido de vista qué medidas se iban a tomar al respecto.

El proceso de movilización mediática y judicial tenía en el punto de mira a los chavales por crear y difundir pornografía infantil.

Pero de lado ha quedado un tema que preocupa más abordar por su complejidad, ¿qué pasa con las consecuencias en la inteligencia artificial?

mujer inteligencia artificial

PEXELS

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La tentación (y posibilidad) de desnudar a cualquier mujer del mundo está ahí y es tan fácil como subir una foto de su cara.

Así que la pregunta que incomoda, que realmente no se quiere poner sobre la mesa, es por qué si la inteligencia artificial ejecuta según lo que se pide de ella, no hay una forma de evitar que esto pueda repetirse, de ‘bloquear’ el uso de quitar la ropa a quien sea.

No debería ser tan complicado teniendo en cuenta que ya existen algoritmos que detectan si aparece un pezón en redes sociales y rápidamente se encargan de borrarlo, para proteger a un posible público sensible, pero ¿por qué no protege cuando convierte una imagen desnuda de una vestida?

La mayoría ni entendemos cómo funciona la IAs ni la controlamos, tenemos sentimientos encontrados de si van a mejorar el mundo o a dejarlo más tocado, pero lo que sí hemos visto es que pueden hacer mucho daño.

Sacándole el tema a una amiga que trabaja en ciberseguridad le dije que me parecía impensable que no existiera forma de ponerle algún tipo de código a las inteligencias artificiales para evitar que esto se repitiera en un futuro.

Podemos ver las ventajas de tener un sistema que nos ayude a hacer listas, preparar presentaciones, crear contenidos y hasta sacar ideas para el cumpleaños de tus seres queridos, ¿de verdad cambiaría tanto la cosa si cuando subes una foto al programa que sea y buscas el retoque ‘mágico’ de la desnudez el sistema detecte que es una persona y lo evite?

Su respuesta fue que todo es programable, así que me queda claro que, si no se hace, es porque no interesa. Y a nadie nos pilla por sorpresa.

Porque aunque las damnificadas empiecen a ser cada vez más (Rosalía y Laura Escanes también lo vivieron anteriormente y ya hay otro caso en Alcalá de Henares), la sensación con la que me quedo, viendo que no es algo que ni se plantee, es que da igual.

Puede que haya cambiado la forma de conseguir el material, pero el revenge porn contra las mujeres es el mismo que ya conocíamos. El acoso a las de siempre por parte de los de siempre.

Te compro el discurso de que las IAs por sí mismas no son malas, pero no el de que van a hacernos «mejores personas», como dijo una experta.

Malo es el uso que se les da. Y si los humanos que hacen uso de estos sistemas viene de una sociedad donde las formas de violencia hacia nosotras son algo normal, lo mismo van a hacer estos programas perpetuándolas.

Nadie va a hacer por cambiarlo de la misma manera que los esfuerzos por prevenir o disminuir la violencia fuera de la pantalla van también al ralentí.

Pero si alguien descubriera la forma de usar la inteligencia artificial para transferir dinero de las grandes fortunas del mundo a la cuenta bancaria propia, este código o programación de la que os hablo iba a empezar a funcionar en menos de lo que tardas en hacer un click.

Mara Mariño

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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

PEXELS

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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Lo que revela la tendencia ‘camisa de Metro’ contra el acoso sexual

Es llegar el calor y según suben las temperaturas va creciendo de manera directamente proporcional el acoso callejero. No es que en invierno no exista, sigue ahí. Pero es en verano cuando más lo notamos porque se multiplica.

Hasta el punto de que las neoyorquinas, cansadas de las miradas y los comentarios obscenos, han viralizado un método «la camisa de Metro» Subway Shirt.

Un ‘truco’ que consistiría en llevar una camisa de botones o camiseta de algodón ancha que deja cubierta parte del cuerpo.

Chica camisa blanca metro

@itssophiemilner

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De hecho, en todos los vídeos que hay en redes sociales con este nombre encuentras desde maneras de conjuntarla, cómo elegirla o anécdotas llevándola al salir de casa y luego quitándosela cuando llegan a su destino.

«El bloqueador de hombres», «la capa de seguridad de la moda» o «yo prefiero coger Uber cuando llevo ropa atrevida porque solo me gusta arriesgarme con el maquillaje», son algunos de los comentarios que se pueden leer en estos vídeos.

Que esto se haya convertido en una estrategia popular es triste por varios motivos, empezando porque no deberíamos ser nosotras quienes tuviéramos que ingeniárnoslas para no ser acosadas.

Recordemos que el acoso sexual es cuando una persona desconocida realiza comentarios, silbidos u otras acciones en espacios públicos que son indeseados para quien los recibe.

En segundo lugar porque alimenta la idea de que si te acosan es culpa tuya por cómo ibas vestida, por haber cogido el metro con esa ropa, por haberte dejado la camisa en casa. Cuando la culpa, por si aún queda alguna duda, es de quien acosa.

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En tercer lugar porque por mucho que hablan maravillas de la prenda y sus poderes ‘antiacoso’, están empezando a salir vídeos de mujeres confusas porque su camisa no ha funcionado, ya que incluso llevándola puesta han recibido comentarios.

«Creo que estamos en un momento en el que los chicos acosan a cualquier persona porque llevo con la camisa una hora y he sido acosada en tres ocasiones», reflexionaba una usuaria en su Tiktok.

Es la mentalidad resignada del «no debería pasar, pero pasa» de la Xunta de Galicia contra las agresiones sexuales. O en otras palabras, la mentalidad de seguir normalizando una forma de violencia contra las mujeres.

No, ni en el metro, ni en el autobús ni por la calle ni en ningún lugar debería pasar. Sentirnos seguras pasa por concienciar desde que somos pequeños que este comportamiento es inaceptable.

De la pasividad a la acción

Pero también por poner más medidas en caso de que se reciba, por poder denunciarlo de una manera más efectiva que tenga una sanción inmediata, se me ocurre.

O incluso de mentalizar al resto de la población de que se involucren si son espectadores de una situación del estilo, donde ven a alguien sufriendo acoso.

Yo, personalmente, soy muy partidaria de contestar.

Porque además de la satisfacción personal de no haberlo pasado por alto, me ayuda recordar que se lo pensará dos veces antes de decir nada a la que vaya detrás de mí (por si le vuelve a caer un chorreo verbal públicamente).

Y porque, spoiler, vamos a seguir recibiendo acoso incluso aunque llevemos un jersey de cuello alto o un chándal porque se trata de una cuestión de mostrar su poder en la calle. De ahí que la respuesta no sea pasiva, sino activa.

A ver si lo que interesa es que sigamos pensando que esto es nuestra responsabilidad y optemos por camisas o maneras de pasar desapercibidas y hacernos pequeñitas en vez de empoderarnos, increpar al autor y defendernos, reivindicando el hacernos dueñas de los que también son nuestros espacios.

Mara Mariño

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¿En qué momento hacer ‘topless’ se convirtió en vía libre para el acoso?

No soy especialmente fanática del topless, pero sí que he estado en la playa o la piscina con amigas que, nada más pisar la arena, se han sacado las tetas fuera.

chica topless

chica topless

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En ese momento, entro en modo ‘torre de vigilancia’ y me paso el resto del tiempo en alerta.

Vigilando -más o menos disimuladamente- que nadie a nuestro alrededor haga cosas raras.

Y es que en cuanto una mujer se encuentra con el pecho descubierto, el riesgo de ser acosada crece exponencialmente.

Esas tetas, como cantaba Rigoberta Bandini, solo dan miedo en Instagram -donde se censuran- o cuando se amamanta y hay quien se atreve a llamar la atención.

Uno de los pocos lugares donde, más que motivo de miedo, se interpretan como invitación, son las piscinas y las playas.

Porque hay quienes leen en un pezón a la vista una carta blanca, en vez de las simples ganas de tomar el sol con comodidad para una misma.

Siempre empieza con lo mismo: una mirada más intensa de lo normal, que puede llegar a convertirse en algo que hace sentir incomodidad.

Hasta el punto que te dan ganas de preguntar si es que nunca ha visto unas tetas en su vida o «sentir que eres como una especie de muñeca hinchable», me comenta una seguidora.

«Nunca me he sentido tan sexualizada». «Me miran como si estuviera buscando el acostarme con alguien».

Y eso si tienes la ‘suerte’ de que no hay un teléfono a mano. El acoso 2.0 no solo te permite capturar momentos con tu cerebro, sino llevártelos en formato digital a sabiendas de que, de preguntarle a la improvisada ‘modelo’, no tendrías su consentimiento.

«Ya van varias veces que cada vez que hago topless en la playa pillo a alguien haciéndome fotos o vídeos. Nunca he llegado a decir nada por vergüenza», me dice otra.

Vergüenza, un sentimiento que ni está ni se le espera cuando se habla de la persona que está apropiándose de tu imagen más íntima.

Acoso sexual, el deporte del verano

De mirar o fotografiar, se pasa a invadir el espacio personal y hasta ejercer el acoso sexual, otros de los comportamientos que como admiten muchas de mis seguidoras, les hace vivir la experiencia con disgusto.

«Estaba en la playa con mis amigos y yo tendría 16 años y estaba muy desarrollada. Decidí hacer topless porque me apetecía. Un hombre, que era mi vecino, nunca me había mirado de forma lasciva, pero ese verano lo hizo. Empezó a mirarme mucho y se comenzó a masturbar disimuladamente. Yo lo noté, fue muy asqueroso».

«Estaba en Menorca y vino un tío desnudo a rodear la zona donde estaba sola. Me pidió que le hiciera fotos con su móvil y me sentí muy incómoda».

«En una playa naturista un tipo se me quedó mirando con una sonrisilla. Estaba empalmado tumbado de lado de cara a mí como si estuviese invitándome a comérsela».

«Primero me miraba con un espejo de mano. Cuando se dio cuenta de que le miraba, se sacó todo».

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Hasta ahora, cuando esto pasaba, sabíamos que era lo que había que hacer. Cubrirnos el cuerpo, llevarnos a otra parte esos pechos de goma dos y nitroglicerina (que parecen detonar el deseo sexual allá por dónde van) o incluso volver a la seguridad de casa.

«Estaba de rodillas en topless poniendome la crema. Un chico se pone a mi lado y empieza a hacer el pino para llamar mi atención. Cuando lo miro me pregunta que si necesito ayuda para ponerme la crema. Le digo que no varias veces, él insiste. Me termina diciendo que es un experto en poner cremas (a mi lado, sus diez amigos se ríen). Acto seguido me suelta que también es experto en perforaciones. Paso de él. Me doy la vuelta. Al rato, al levantarme para ir al agua, me miran el culo y sueltan ‘ahora sí’ entre risas y grititos. Menos mal que a los 20 minutos se fueron, porque estuve a punto de irme».

«Hacía topless con mi amiga en la playa. Al ir al agua un hombre empezó a seguirnos y nos fuimos».

Porque mientras nos tapamos, movemos de sitio, recogemos la toalla pensando que no aguantamos más y encima nos sentimos unas exageradas o paranoicas por hacerlo, pasamos por alto el verdadero problema.

Y es que seguimos sin sentirnos tranquilas en los espacios públicos, aquellos donde nos convertimos en un mero objeto sexual para un espectador, por supuesto, heterosexual y masculino.

Así que igual es el momento de reivindicar que la playa y las tetas también son nuestras y empezar a reservarse un derecho de admisión que nos proteja de estas experiencias.

Que quienes tengan ese tipo de comportamientos, no puedan acceder a los sitios donde no saben comportarse.

E igual así ellos aprenden que la clave estaba en compartir el espacio tratando a las mujeres como personas y no como trozos de carne.

Mara Mariño

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Tenemos que hablar del acoso que están recibiendo las sexólogas en redes sociales

Irene Negri, Melanie Quintana y Sara Izquierdo tienen algo en común, las tres se dedican a la sexología y utilizan las redes sociales para la divulgación.

También tienen en común que las tres han sido víctimas de acoso sexual, en la misma plataforma, por su profesión.

mujer teléfono

PEXELS

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Recibir una ‘fotopolla‘ o una invitación sexual de alguien a quien acabas de conocer, es algo a lo que la mayoría de mujeres -por desgracia- nos hemos enfrentado alguna vez. Pero hablando con ellas, me doy cuenta de que esta situación, en su caso, es casi el pan de cada día.

Poco a poco, es un problema que se empieza a denunciar en redes sociales, ya no queda solo entre ellas, como antes. Y la única conclusión, tras compartir el acoso constante con mensajes que se alejan de lo profesional, es que tiene que parar.

Instagram o Facebook son dos herramientas fantásticas para divulgar e interaccionar con seguidores de diferentes edades y partes del mundo. Como afirma Irene, «tu contenido y trabajo se ven expuestos a mayor cantidad de personas».

El problema empieza cuando, en palabras de la sexóloga, «las redes sociales deshumanizan a las personas. La gente es super maleducada, no te saluda no te da las gracias… Tienen esta idea de que nuestro tiempo no vale y si te hacen una pregunta, tienes que responder. De ese lugar parte el acoso».

Melanie pone también en el foco el desconocimiento de su ciencia: «La mayoría de las personas aún hoy en día se piensa que enseñamos a follar bien. En gran parte por ese motivo llegamos a recibir fotopollas no solicitadas, mensajes de hombres que se piensan que enseñamos a follar o que directamente nos dedicamos a follar por dinero y quieren solicitar nuestros ‘servicios’».

«Y digo hombres porque la mayoría que mandan ese tipo de mensajes son hombres cis», afirma.

De las imágenes íntimas a las proposiciones sexuales

«Lo del tema de las fotopollas da para libro y es constante», dice Melanie. «Directamente te abren conversación con la foto o te preguntan si pueden enseñarte algo antes de mandártela. Yo tiendo a bloquearlos pero ha habido ocasiones en los que he denunciado harta de la reiteración».

«Una vez, cansada, a uno le dije que fuera al médico porque tenía una malformación en el glande que era preocupante. Él estaba bien, pero se asustó bastante y declinó en una conversación donde le expliqué los motivos por los que no podía seguir mandando ese tipo de mensajes, y que si se los mandaba a una profesional no esperara otra cosa que no fuera una valoración. El gran problema es que se creen que así nos seducen».

Como ella misma aclara, el sexting no tiene nada que ver con mandar una foto de este estilo. La diferencia es que es una imagen íntima no solicitada.

Otro ejemplo es el que relata Sara Izquierdo cuando ha compartido fotografías suyas en su cuenta.

«Lo que más me sorprendió fue uno que me dijo que me quería hacer de todo», explica. «Te quiero dar placer en esa postura», escribió un seguidor. «Me encantaría comerte el coño y follarte el culo», escribió otro.

«Luego me dijo ‘con perdón’», cuenta Sara. «Realmente se pensaba que estaba siendo educado y que me iba a gustar eso. Se pensaba que no estaba haciendo nada mal con ese comentario».

«Me pasa mucho que tengo seguidores que son súper majos que me responden a todo de buenas, que son simpáticos y punto, pero luego, en cuanto pueden soltar alguna, ya me dicen que o dónde vivo o que si quedamos a tomar algo. En seguida sabes que no están siendo majos, sino que quieren sexo», afirma.

La experiencia de Melanie con las proposiciones sexuales pasa porque incluso ha intentado -como dice ella- ponerse en modo sexóloga, e intentarles explicar que no es la forma de aproximarse de manera íntima a alguien.

«Hay tíos que te mandan mensajes preguntando si pueden follar contigo gratis y cuando les dices que no, y que esa no es forma de entrar a una mujer -porque no activa su deseo-, se enfadan y alegan cosas como ‘pero si eres sexóloga'».

Menos acoso, más educación

Para Melanie, gran culpa de esto la tiene la pornografía que se empieza a consumir a edades muy tempranas: «La interacción con el porno les ha construido unos patrones en la interacción que nada tienen que ver con la realidad o con los patrones de activación del deseo o la seducción».

No quita que, como ella dice, no pueda haber quien se excite con un mensaje directo o una foto privada: «Aunque seguro que haya mujeres que les ponga esto, no se puede dar por hecho. Primero pregunta o conoce a esa tía antes de entrarle así».

«Que seamos mujeres y nos dediquemos a hablar de sexualidad, produce dos cosas. Por un lado un efecto de fascinación, de wow, qué raro lo que haces, qué exótico, qué extraño. Por el otro lado hay esta idea de que si eres sexóloga eres una diosa del sexo, como si esto no fuese una carrera profesional que depende de un montón de conocimientos», explica Irene.

«Es súper frustrante, te encuentras con hombres que tienen estas fantasías y asumen que tienes mucho sexo, asumen que eres muy buena teniendo sexo y asumen que tienes un deseo tan ferviente que, cada día de tu vida, necesitas tener sexo».

Y más allá de las imágenes no solicitadas o las proposiciones, exigir recibir respuesta a cualquier duda es también una forma de acosar a las profesionales.

«Hace poco una persona me preguntaba muy obsesivamente si estaba bien que tuviera un fetichismo de los pies, que qué opinaba yo al respecto… Fue una conversación muy incómoda (no por el fetichismo de los pies), sino por lo insistente que se puso. No aceptar un no también se puede considerar como violencia», dice la sexóloga.

¿Les pasa a los sexólogos hombres?

Hace poco, estando en medio de un directo en Instagram con José Alberto Medina (también psicólogo y sexólogo), un espectador pedía a mi interlocutor que le contestara una consulta personal que le tenía que hacer.

Llegó a tal punto la insistencia que José Alberto, en plena emisión, tuvo que pedirle que por favor le contactara por mensaje privado, en vez de utilizando la sección de comentarios del directo.

Cuando acudió a su bandeja de entrada, se encontró una consulta medio habitual: «Te voy a preguntar algo. Me cuesta ahora empalmarme. ¿Por qué puede ser?».

En esos casos, la respuesta del sexólogo suele ser la de facilitarle su mail, pidiendo que le cuenten un poco sobre el tema, e invitar a hacer la sesión online, lo que hizo también con él.

La sorpresa fue cuando, la respuesta que recibió a su mensaje, fue si lo «quería ver un momento». El psicólogo le aclaró que esa no era una manera profesional de abordar el tema -si ese era su objetivo- y que de otra forma estaría encantado de atenderle.

Curiosamente, por mucho que se ofrece una asesoría online para tratar lo que muchos califican como un ‘problema’, no suelen terminar teniendo lugar. Lo que demuestra que el objetivo de los que contactan no tiene mucho que ver con el ejercicio de los sexólogos.

Así que, con este último ejemplo, hay algo más que debo añadir a la reflexión con la que empezaba el artículo.

Irene, Melanie, Sara y José Alberto, no solo tienen en común su profesión y que, por ejercerla en redes o divulgar conocimientos sobre ella, sufren acoso.

Sino que, quien les acosa, son hombres.

Puedes encontrar en Instagram a todos los participantes de este artículo: Irene Negri (@sexeducando), Melanie Quintana (@mel_apido), Sara Izquierdo (@vozdelagarta) y José Alberto Medina (@sex_esteem).

Amigo, así es cómo te afecta la ley del ‘Solo sí es sí’

¿Piensas que es muy complicado ser hombre hoy en día? ¿Que vas a tener que ir con un contrato en el bolsillo y firmar ante notario si quieres tener sexo con una chica?

Este artículo es para ti.

UNSPLASH

Vengo a explicarte de una forma sencilla cómo te afecta la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o, como la conocemos coloquialmente, la del «Solo sí es sí».

Por lo pronto, abuso y violación han pasado de ser considerados delitos diferentes a que ambos vayan a juzgarse como agresión.

Es decir, ya no es necesaria que haya violencia o intimidación para que puedas ir a la cárcel si haces algo en contra del consentimiento de otra persona.

Y cuidado, porque esto se aplica también a lo que suceda en la calle.

Si por un casual eres lectora, recordarás con todo lujo de detalles aquella vez que te tocaron por sorpresa en el vagón de metro, en unas fiestas de pueblo o cuando te asaltó ese desconocido en el parque siendo tú pequeña.

Ahora todo acoso callejero es considerado delito leve y se puede penar con multas o hasta un año de cárcel. ¿El secreto para evitarlo si eres un hombre? Tan sencillo como no tocar a una mujer que no te ha dado permiso.

De tanto reivindicar que las calles también son nuestras, la nueva ley también recoge el acoso callejero.

Comportamientos no deseados verbales que violen la dignidad de una persona -y sobre todo si se crea un ambiente intimatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo (cada vez que te sueltan el comentario troglodita de turno, en resumen), también será castigado.

Ante la duda guárdate para ti la opinión sobre cómo nos queda ese escote o las piernas que tenemos. No te la hemos pedido.

Respecto a tener que llevar siempre boli y papel encima para que quede claro que la relación entre ambos fue consentida, decirte que no, que no hace falta que vayas cargado.

Solo que aprendas que ni quedarse en silencio ni adoptar una postura pasiva significan que estén aceptando tener sexo contigo. Que esta vez no vale lo de «ella no opuso resistencia».

Y con los agravantes de si además se hace en grupo, es la pareja, un familiar o se usan sustancias para anular la voluntad de la víctima.

Así que antes de que salgas con el «Es que ya no vamos a poder hacer nada», déjame aclararte que no te tienes que preocupar.

Que vas a poder hacer de todo, pero con consentimiento, claro. Que igual es de lo que te estabas olvidando hasta ahora.

Y antes de despedirme, una noticia que, si eres amante del teclado, te puede interesar. Hasta el 26 de septiembre puedes inscribirte en los XV Premios 20Blogs y, además de llevarte el premio de 5.000 euros, formar parte de la familia bloguera. Si te quieres apuntar, tienes toda la información aquí.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué si una mujer habla de sexo es una ‘guarra’?

Querido lector,

Hoy te hablo a ti directamente. A ti, que desde, que empecé a escribir en 2017, me has llamado de todo.

Bueno, de todo no. Me has dicho «guarra», «cerda», «puerca», «marrana», «zorra», «puta», «perra»…

Me lo has llamado sin conocerme de nada. Sin saber quién soy, dónde me encuentro, cómo me llamo ni cómo me siento al respecto.

Me lo has llamado por escribir aquí, de sexo.

SAVAGEXFENTY

Y me lo has llamado tantas veces desde hace 4 años, hablara de lo que hablara, que ya no es que no te guste un tema concreto, un enfoque, mi opinión del ghosting o del sexo anal.

Me lo has llamado por ser mujer y por la temática del blog.

Porque ha sido compartiendo en este espacio mi opinión sobre un tema tan natural como es el sexo, que merezco, bajo tu punto de vista, ser insultada.

Y no insultada de manera constructiva, animándome a mejorar la escritura, sino con la que es la ofensa más fuerte hacia la mujer, la perla de los improperios, la estrella de la colección, el comodín que vale para todo lo que hacemos que está mal para ti, ya sea escribir, rechazarte en un bar o tener un salario más alto que el tuyo.

No puedo evitar preguntarme -ya que la mayoría de los insultos vienen de hombres como tú-, si se daría el caso contrario si fuera un Duque Doslabios, un Pepito Miravet o un Luis Blue el que escribiera un espacio sobre cómo disfrutar del sexo, cómo hacer una buena comida de coño.

Me pregunto si a diario se meterían mujeres en la sección de comentarios a faltarle el respeto, a tacharle de pervertido, a decirle, -como me dices tú-, que es un puto, un perro, un marrano.

Es obvio que no, vosotros os libráis porque pensáis que seguís pudiendo encabezar la caza de brujas del siglo XIX, demonizando a las mujeres que, como yo, experimentamos nuestro deseo sexual.

Las que hablamos del placer, nos acostamos con ese tío que hemos conocido en un bar porque nos pone y que ni lo tapamos ni lo escondemos, quienes no oprimimos nuestro deseo ni seguimos haciendo como si no existiera.

Esas que lo vivimos por y para nosotras en vez de para tu disfrute.

Ya no te compramos que, para que nos aceptes, para que nos consideres decentes, tengamos que mantener esa parte bien escondida, ser damas en la calle, pero putas en la cama. Seremos lo que nosotros decidamos y te tocará respetarnos igualmente por ello.

Si tanto te molesta como hombre que yo hable de la igualdad en la cama (de mis deseos y de los de otras compañeras que puede que no tengan un blog en un diario), es que dejas en evidencia la falta que hace de que existan profesionales como yo, que se dediquen a publicar estas ideas.

Así que tengo una mala noticia que darte: por cada «guarra», «cerda», «puerca», «marrana», «zorra», «puta» o «perra», escribo con más ganas.

Porque me das gasolina al saber que tienes tanto interés en que deje de hacerlo. Y con cada artículo que animo a otras mujeres a verse, sentirse, reivindicar que no van a quedarse a medias nunca más, jugar en igualdad de condiciones, follarse a un desconocido o decir ‘No’ si cambian de idea, se prende una chispa.

La liberación de la mujer no es solo poder abrirnos una cuenta en el banco, votar o decidir si nos quedamos en casa o salimos a trabajar. Lo queremos todo. La libertad es también que podamos disfrutar y hablar de esto en las mismas condiciones que lo haces tú.

Querido lector, a mí y a mis compañeras nos gusta el sexo (tanto como a ti), nos ponemos cachondas, nos tocamos, nos corremos (incluso varias veces seguidas) y somos igual de respetables por ello.

Aunque te pese, nuestra sexualidad es solo nuestra y ni tú ni nadie nos va a juzgar por cómo la decidimos vivir. Bienvenido a 2021.

Duquesa Doslabios.

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No existen las ‘zorras’, existen las personas enfadadas con mujeres

A lo largo del día escucho tantas veces la palabra «zorra» dirigida a mujeres, que he tenido que hacer el ejercicio de reflexionar sobre ella. Y he llegado a la conclusión de que una zorra no existe.

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Te pongo un ejemplo. Despega los ojos de la pantalla y mira a tu alrededor. ¿Qué ves? La ventanilla del metro, el café del desayuno, tu teléfono, el teclado… Son cosas reales, tangibles. Objetos que seguirían estando ahí si el ser humano se extinguiera de un día para otro.

¿Pasaría lo mismo con una «zorra»? No a no ser que se trate de la hembra del zorro, y te diré por qué.

Una «zorra» es un apelativo que se basa en una construcción social, pero no de cualquier tipo, sino una patriarcal. Esto significa que quien ejerce el papel dominante es el hombre, por lo que la mujer se encuentra siempre por debajo.

Es decir, «zorra» no es otra cosa más que el antiguo «bruja» con unas pequeñas diferencias. La palabra que invocaba a la hechicería tenía un objetivo claro: eliminar a aquellas mujeres que pudieran suponer una amenaza por cualquier motivo, ya fuera su influencia, su posición, sus actividades o, simplemente, en aquellas que no eran muy apreciadas por los vecinos.

Una palabra tan poderosa (perdonad el juego, pero hablando de brujería tenía en bandeja la expresión) que servía para quemarla viva y sacarla de en medio. En otras palabras, el paraíso de los hombres que consideraban a una mujer un peligro para su existencia.

Puede que «bruja» se haya quedado anticuado y ya no sirva para subir a la receptora del apelativo a la hoguera.

¿La nueva estrategia? Buscar una nueva palabra que sirviera para ‘quemar’ socialmente a aquellas que no se sometieran, ya sea en redes sociales, en la universidad, en el trabajo ¡y hasta en el colegio!

Para «zorra» no hay un significado unánime, es un término que sirve para todo. Y con todo, me refiero por supuesto, a todo lo que esté sujeto a ser criticado.

«Zorra» puede ser la que tontea en un bar. «Zorra» es la que te rechaza porque no le gustas. «Zorra» es la funcionaria que te dice que te has equivocado de centro de la Seguridad Social. «Zorra» es la que es infiel (si es a ti o a otra persona es lo de menos). «Zorra» es la que aprueba el examen a la primera. «Zorra» es la que perrea hasta el suelo con Daddy Yankee. «Zorra» es a la que le dan el trabajo cuya entrevista no pasaste.

¿A qué conclusión se puede llegar? Que cuando se usa ese término es fruto de algún sentimiento negativo que puede ir desde la envidia al deseo, pasando por el rencor.

De hecho, se ha vuelto tan famosa la palabra que, como «bruja», incluso las propias mujeres la usamos entre nosotras para desprestigiarnos.

Al final, como apuntó un amigo mío: «No existen las zorras, solo personas enfadadas».

Duquesa Doslabios.

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Acoso sexual, el verdadero ‘secreto’ de Victoria’s Secret

Mientras que las mujeres de Hollywood o del mundo del deporte alzaban la voz para denunciar todo tipo de agresiones, un sector parecía resistirse a los embistes de la violencia de género: la fantasía lencera de Victoria’s Secret.

Si ya de por sí, solo por nacer mujer, tienes un 30% de posibilidades de sufrir violencia (a lo que se le puede sumar que 4 de cada 5 mujeres en España han sido acosadas), parecía imposible que en el desfile más visto del mundo en el que la ropa interior era denominador común, se escapara.

Casi como si las modelos más famosas de la industria de la moda hubieran encontrado un universo alternativo en el que era segura la (casi) desnudez.

O al menos hasta que un reportaje de The New York Times ha sacado a la luz que no todo eran push ups, tangas y alas de ángel.

Las modelos han hablado en ‘Ángeles en el infierno: La cultura de la misoginia dentro de Victoria’s Secret‘ porque llevan mucho calladas.

Andy Muise o Alyssa Millerson algunas de las que han denunciado una figura fundamental en toda la trama del gigante de la lencería: Ed Razek, quien era director ejecutivo hasta 2019 y encargado de los célebres castings para el desfile.

Las quejas que llegaron al departamento de Recursos Humanos de la firma iban desde tocamientos hasta comentarios lascivos, una serie de comportamientos que la empresa justificaba como algo ‘normal’ en ese trabajo sin darle ninguna importancia.

En el caso de Andy, el resistirse a los intentos del director de tener un encuentro sexual con ella tuvo una consecuencia inmediata: no volver a ser llamada para recorrer la pasarela.

Aunque es quizás Bella Hadid en nombre más destacado del artículo, quien también ha tenido mucho que decir sobre Razek y sus comentarios sexuales en fittings previos al desfile o en el mismo día del espectáculo.

Tocamientos a la fuerza, sesiones de fotos con las modelos desnudas que nunca habían sido aprobadas por la agencia, viajes con hombres mayores con los que debían flirtear y hasta una red de captación de mujeres para la prostitución son algunas de las ‘perlas’ detrás de la fantasía de color de rosa.

Afortunadamente, por motivos alejados de las acusaciones, Victoria’s Secret está cayendo por sí sola junto a su rancio estereotipo de belleza.

No serán las únicas historias de supermodelos que escucharemos (¡tiempo al tiempo!). No descarto que llegue el día en que Cindy Crawford, Naomi Campbell o Claudia Schiffer digan lo que han visto o vivido.

Duquesa Doslabios.

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