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Narcisistas en el amor: cuando el encanto se convierte en toxicidad

Hasta hace poco, cada vez que hablábamos de relaciones donde la sensación de malestar o el daño eran el denominador común, las definíamos como «relaciones tóxicas».

Te sonarán porque, a modo resumen, son aquellas en las que brillan por su ausencia el respeto y los cuidados, la culpabilidad es tu fiel compañera y, aun notando que algo no está funcionando, te es prácticamente imposible imaginarte saliendo de ahí.

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Salvando las diferencias, esas son algunas de las características más comunes de este tipo de vínculos destructivos.

Sin embargo, hoy me gustaría darle una vuelta y preguntar si deberíamos empezar a hablar más de relaciones con narcisistas.

Porque puede que no todas las relaciones tóxicas sean con narcisistas, pero sí que todas las relaciones con narcisistas son tóxicas.

Una persona narcisista es como un insecto palo: si te lo describen, sabes reconocerlo a la perfección, pero una vez está en su ambiente, te cuesta identificarla hasta el punto de que pasa desapercibida ante tus ojos.

Así que, como expareja de un narcisista, quería compartir mi experiencia con algunos ejemplos concretos por si, a diferencia del insecto, te vuelves inmune a su mimetismo.

Lo primero que debes saber de un narcisista (voy a emplear el masculino porque aludiré a mi caso, pero también puede darse el narcisismo en mujeres) es que es una persona que te atrapa de primeras.

Nada más conoceros es todo amabilidad y encanto. Imposible que no caigas rendida, como fue mi caso, ante esa persona tan carismática que te cuenta una vida que daría para serie de Netflix.

Además de parecerte alguien de admirar -se pintan a sí mismos como auténticos cracks de lo que sea, los aires de grandeza son propios de esta personalidad-, su interés por ti solo va a más.

Cuando te quieres dar cuenta está haciendo gestos románticos sin parar e incluso alguna prueba de amor que te parece algo desmesurada para la etapa de conoceros en la que estáis.

No es la prueba de que sea la persona de tu vida, es el lovebombing (de lo que te hablé aquí).

Una vez estás conquistada, ennoviada y convencida de que aquello es amor, la fachada comienza a desmoronarse.

Las palabras románticas, los detalles, la sensación de que eres única en el mundo cada vez son menos frecuentes.

Se ven sustituidas por la inseguridad y culpabilidad por tu parte, generalmente porque te hace sentir inferior respecto a él, por cualquier cosa: puede ir desde querer tiempo para ti, hacerle un comentario que no le ha gustado escuchar, derramar un vaso de agua o llegar tarde al concierto.

En cualquiera de esas ocasiones, su actitud es la de reprenderte como si fueras una niña pequeña y entráis en una dinámica maestro-alumna: bien porque sabes menos que él (o eso dice), porque tienes menos experiencia o menos poder y tienes que ser aleccionada de alguna manera.

La relación ya no es entre iguales, dejáis de ocupar la misma posición. La persona narcisista patroniza: te domina y tú ejerces un rol de plegarte a lo que quiere. La codependencia está servida.

Y es que el narcisista ya ha conseguido su objetivo, que era el de tener una relación que le sirviera a modo de fuente de alimentación de su ego, un vínculo en el cual satisfacer sus necesidades sin tener en cuenta las tuyas.

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Si algo se ha repetido en las ocasiones en las que me he encontrado con narcisistas es que nunca te abandona la sensación de que vas pisando huevos.

El agobio de que cualquier cosa pueda sentarle mal pesa en tu vida hasta el punto de que realmente crees que tienes la responsabilidad de sus comportamientos (e incluso te empieza a afectar al sueño).

Si además se da alguna situación de tensión en la que ves las orejas al lobo y tratas de abordarlo desde una perspectiva asertiva, marcando tus límites, la respuesta que sueles recibir es la del gaslighting.

«Eso no ha pasado», «Estás exagerando», «Creo que estás un poco alterada«, son algunas maneras de desacreditarte, también clásicas de la manipulación emocional.

Abordar discusiones con personas narcisistas es una misión imposible y no las tramas de las películas de Tom Cruise, que en comparación son pan comido.

Y es que como los narcisistas tienen la necesidad de estar siempre en el centro, de sentirse importantes en todo momento y sobre todo de que su ego no se vea tocado por nada, la inteligencia emocional les resbala como el aceite. No asumirá una sola crítica.

Así que la resolución de conflictos es que su pareja asuma todo lo sucedido o bien hacer uso de humillaciones, comentarios que despierten su culpabilidad o, directamente, amenazas.

Si por un casual te encuentras con alguien así, no es tu deber rescatarle ni hacerle ver nada. No va a aceptar que hay algo de su personalidad en lo que puede trabajar ya que se siente superior.

Si no ves por su parte que esté dispuesto a escuchar, a asumir responsabilidad, disculparse, examinarse sin empequeñecer al resto y compromiso con su cambio que pase por regular sus emociones o reconocer los sentimientos de los demás, sal de ahí y no mires atrás.

Mara Mariño

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Estuve con un entrenador y mi relación con la comida se volvió tóxica

Ayer me compré un paquete de galletas. Me apetecían. Y me las tomé dos días después de haber cenado hamburguesa con patatas.

Algo que no tendría por qué tener nada de especial con la diferencia de que, hace unos años, habría sido incapaz de hacerlo por lo que pudiera decirme mi novio de aquel entonces.

relación comida mujer

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Abracé el mundo del deporte gracias a la recomendación de una psicóloga y me aficioné más a él cuando empecé con mi ex, entrenador personal.

El ejercicio y la alimentación saludable eran los otros dos miembros de la relación.

Al ser su profesión, para mí se convirtió en lo más normal del mundo adaptar mis hábitos a su estilo de vida.

El cheat meal (la comida basura) solo podía ser el sábado, el destino vacacional preferiblemente con gimnasio, en la cesta de la compra no entraban snacks de ningún tipo y, cuando llegaba el verano, era el momento de pesar con báscula todo.

En varias ocasiones me encontraba pensando que tenía mucha suerte de tener una pareja tan preocupada por la salud.

En otras, solo sentía el enfado por la merienda: un sandwich de pavo cambiando el pan por hojas de lechuga, porque ya había consumido las calorías que me correspondían ese día.

Hace unos años, no me parecía extraño que me quitara la bandeja de frutos secos de la que estaba picoteando porque ya había «comido suficiente».

Tampoco que el día de mi cumpleaños, como estábamos en déficit calórico, solo pudiera tomarme un trocito de una versión más saludable de una tarta (ni una tarta ‘normal’ podría tomar…).

O que en Navidad solo tuviera la mañana del 25 de diciembre para tomar una porción de roscón y pasar el resto de las celebraciones sin tocar los polvorones o turrón, que son de las cosas que más me gustan.

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La culpabilidad que me producía escuchar algunos comentarios por su parte, me llevaba a que si comía algún dulce que por un casual había sobrado de un cheat meal anterior, me organizara para sustituirlo antes de que volviera a casa para que no se percatara.

Pero lo peor eran los 3 meses previos al verano, cuando con la cinta métrica tomaba medidas de nuestros cuerpos y llevábamos la cuenta de los centímetros que decrecían los contornos de la cintura o los muslos.

Cuanto más bajaran las cifras, más me motivaba él a seguir por mucho que mis niveles de ansiedad eran inversamente proporcionales.

Hace unos días, hablándolo con una amiga, me contó una experiencia parecida tras haber estado, como yo, varios años en una relación con un entrenador personal.

Lo que ambas teníamos en común era la liberación de comer, a día de hoy, como se nos viniera en gana sin ningún remordimiento ni un novio que vigilara con lupa nuestro menú.

Nuestra relación con la comida empezó a mejorar al poco de que las parejas terminaran y por eso hoy vivo con una curiosa satisfacción de que si algo me apetece -sea el día de la semana que sea, haya entrenado o no, sea verano o invierno-, pueda comerlo sin restricciones externas.

El policía de la nevera

La pregunta que me hice al conocer las similitudes con la historia de mi amiga fue si más mujeres en relaciones con entrenadores personales habrían terminado teniendo esa relación tan negativa con la comida (y sus cuerpos).

No hay datos como para poder hablar de un patrón que puede nutrirse inconscientemente de la violencia estética que sufrimos las mujeres.

Además, hay entrenadores que no tienen ningún problema en tener como parejas a personas que no comparten sus hábitos.

Pero sí que encontré foros donde mujeres denunciaban el control de sus novios (sin estar ligados al sector fitness) en la dieta y preguntaban cómo cambiar la situación.

Además hablamos de casos en los que además es claro el body shaming o incluso tácticas más radicales como que les tiren la comida más calórica o la escondan para que no se la coman, situaciones que sí podrían definirse como abuso.

En mi caso, siento que, sencillamente, lo tenía normalizado y no había caído en lo disfuncional que era.

Así como el efecto tan negativo que tenía en mi salud mental no poder disfrutar de alimentos en ciertos momentos de mi vida hasta salir de la relación.

Pienso que si volviera a ese momento, habiendo identificado el problema y la incomodidad que me generaba al respecto, lo hablaría con mi pareja y, quiero pensar, se habría solucionado.

Le diría que soy una adulta funcional que es libre de elegir lo que come, cuándo, cómo y dónde y él debe respetar esa decisión. Que no soy una modelo de fitness ni él un policía asignado a controlar mi dieta.

Que a veces solo quiero un Kinder Bueno.

Mara Mariño

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Si has sufrido bullying es más probable que termines en una relación de maltrato

Tras salir de una relación de maltrato, estuve un tiempo yendo a terapia y sacando hacia fuera lo que había pasado entre los dos. Todas y cada una de las cosas que había hecho en contra de mi voluntad durante esos meses.

Y una de sus preguntas fue que de dónde creía que me venía esa necesidad de complacer constantemente, incluso hasta el punto de poner por delante los deseos de otra persona antes que los míos.

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Pasé mucho tiempo pensando que podía deberse a lo que había visto en casa, a una madre que hace todo lo que está en su mano por el bienestar de sus hijos.

Que incluso cansada o con otras cosas que hacer, siempre te dice sí a todo y está ahí hasta para la cosa más simple que se pueda necesitar.

Sin embargo, escuchando un podcast en el que se analizaba el bullying, me sentí demasiado identificada con alguna de las consecuencias que comentaban como para no atar cabos.

No, no creo que el ejemplo de mi madre fuera tan decisivo como sí lo fue haber sido acosada en el colegio.

Son unos años donde la pertenencia al grupo se convierte en la única motivación que te garantiza un paso tranquilo por el centro escolar.

Y, en mi caso, el bullying fue evolucionando, sufriendo desde violencia física a verbal para terminar, casi al final de la etapa, sufriendo slutshaming (o la «guarra» del colegio, para que nos entendamos).

Intentaba encajar hasta el punto de que me moldeaba por completo para cumplir unos estándares que me permitieran ser aceptada y querida por el resto.

Ahí empezó esa necesidad de gustar, de caer bien, de hacer lo que otros querían, de cambiar cómo vestía para que no se metieran conmigo, para poder seguir en el grupo como una más y no como el centro de las burlas.

De depilarme para que no hicieran comentarios delante de toda la clase, de hasta quitarme con cera los pelos de los brazos, todo con tal de hacer desaparecer lo que era motivo de insulto.

Cuando llegas a la conclusión siendo tan pequeña de que para no sufrir tienes que amoldarte a los demás, eso te pasa factura en el futuro.

Por eso una parte de mí veía ‘normal’ acceder a todo lo que mi pareja exigía con tal de que siguiera a mi lado. Esa era la manera de evitar más insultos, discusiones o violencia.

Cuidarme de no hacer nada que le pudiera enfadar.

La conexión entre violencia escolar y violencia en pareja

Investigándolo un poco, la cantidad de datos que vinculan sufrir acoso escolar y terminar en una relación de maltrato, son escalofriantes.

Según un estudio realizado por la NHS de Estados Unidos en 2019, las personas que hemos sufrido bullying tenemos el doble de posibilidades de ser víctimas en relaciones de pareja tóxicas que quienes no lo han sufrido.

Y, de la misma manera, en otro estudio descubrían la relación entre la continuación del acoso entre las personas que ejercían bullying en el colegio, ya que ejercían violencia doméstica (fuente: estudiantil de Harvard School of Public Health).

Han pasado 24 años desde la primera vez que una excompañera me pegó en el autobús que nos llevaba a casa.

Pero fue el comienzo de unos cambios que me pasarían factura más adelante cuando empiezas a normalizar las agresiones.

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Cuando estamos creciendo, nuestras primeras relaciones nos condicionan. Y aunque somos muy conscientes de que el bullying se debe combatir, viendo cómo he arrastrado sus consecuencias, pienso que se deberían poner más medidas y protocolos efectivos en los centros.

Sí, el bullying tiene consecuencias a largo plazo como es el de ser más tolerante con un comportamiento violento hacia tu persona.

Y de no atajarlo, es un caldo de cultivo ideal de agresores y víctimas también en la edad adulta.

Porque a lo mejor si no hubiera normalizado que esa niña me empujara para tirarme al suelo, tampoco habría normalizado que mi ex me tirara por las escaleras.

Mara Mariño

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‘La última’ de Aitana y Miguel: otra serie con mitos del amor romántico y relaciones tóxicas

Hay cosas que no cambian, fue lo primero que pensé cuando vi el tipo de personaje que encarnaba Miguel Bernardeau en la serie de Disney+.

Hache, perdón, Diego, tiene demasiado en común con Hugo, de Tres metros sobre el cielo.

Candela Diego La última

LA ÚLTIMA

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Seguimos viendo a chicos violentos que no saben hacer gestión emocional y se amparan en los puñetazos para dejar salir su rabia contenida.

El que siempre lo arregla (o complica) todo a base de ostias.

Y tienen, por supuesto, una devota pareja que lo aguanta y le sirve de apoyo, Candela, interpretada por Aitana Ocaña.

A quien, si fuera tu amiga -y empezara a tener éxito en la industria de la música-, solo le dirías: «Aléjate de ese chico, que lleva la palabra problemas tatuada en la frente».

Puede que hayamos avanzado, que seamos más conscientes que nunca de lo que es un gaslighting, una relación tóxica, el maltrato psicológico…

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Pero mientras se sigan romantizando películas o series donde nosotras nos sacrificamos, en el nombre del amor, por una persona violenta, seguiremos viendo con buenos ojos los golpes -seamos o no receptoras de ellos-.

Seguiremos haciendo de tirita emocional, siempre sobreempáticas y poniéndonos en su lugar justificando todos sus arranques (claro, es que no tiene dinero, es que no tiene madre, es que no tiene buena relación con los amigos, es que se ha metido en un lío…).

Seguiremos pensando que con nuestra ternura y dedicación, él va a cambiar.

Porque mientras tanto, recibiremos el mensaje de que todo ese sacrificio merece la pena porque lo que conseguimos a cambio es algo mucho más valioso que la fama, el dinero, los conciertos… El amor verdadero.

Él, en cambio, nunca hace el mismo sacrificio, o, si lo hace, vuelve al poco a las andadas.

Si Tres metros sobre el cielo y La última demuestran algo es que seguimos estancadas en la etapa del héroe violento y atormentado que necesita una psicóloga y la encuentra en su novia, la verdadera heroína romántica de ambas tramas.

Yo, que ya me comí una relación de maltrato en parte por haber minimizado cualquier comportamiento de celos o rabia gracias a películas como la de Mario Casas y María Valverde, veo esta desde un punto de vista de melancolía -por todas las similitudes- pero también de preocupación.

Porque sé a lo que lleva suspirar por un novio que va en moto, te miente, sigue y persigue. El mismo al que luego ves tan desvalido y solo que piensas que, sin ti, no va a salir adelante.

A mí, la historia de La última me pilla con la lección aprendida. Pero me preocupan todas esas niñas y adolescentes que la estén viendo ahora y piensen que eso es lo que quieren en su vida.

Porque cuando compartes tu vida con una persona así, la realidad de esa relación no viene con una canción de Aitana de fondo, sino que es una auténtica pesadilla.

Mara Mariño

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¿Y si la persona tóxica de la relación soy yo?

Con una relación de violencia y dos terapeutas -uno especializado en pareja- a mis espaldas, el tema de los comportamientos tóxicos me lo conozco al milímetro.

Es más, soy toda una experta en analizar si la persona que tengo delante es potencialmente tóxica o no.

Pero, ¿qué pasa conmigo? Porque mucho hablo de los demás, pero ¿soy la más indicada para hacerlo?

pareja relación tóxica

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Este proceso de conocer cómo vivo mis vínculos emocionales ha sido liberador y doloroso a partes iguales por encontrar en mí misma comportamientos que no encajan en lo que son relaciones sanas.

Hablando con Isabel Zanón (psicóloga feminista que me concedió una entrevista muy interesante hace unas semanas) me queda cada vez más claro que el término más popular de internet, se ha diluido al ser usado tan coloquialmente.

Ahora lo más frecuente es llamar ‘tóxico’: si una amiga dice algo que no nos gusta escuchar, se lo soltamos, al igual que si nos contestan de manera más brusca a algo por marcarnos un límite.

Todo es toxicidad y nunca es la nuestra.

«Es importante desterrar el concepto de relaciones tóxicas, o al menos, definirlas muy bien. Creo que es importante delimitar las relaciones tóxicas a esas relaciones que no te sientan bien», explica Isabel.

«No porque la otra persona sea tóxica, sino porque esa dinámica de pareja en cuestión a ti no te hace feliz; por ejemplo, porque no compartís los mismos valores y sin embargo o tú o la otra persona, o ninguna conseguís dejar la relación. Es lo que solemos llamar dependencia emocional», afirma.

Cuando me contaba que le parecía que era una persona tóxica, entiendo a que se refiere Isabel con «el problema es que es una palabra que a menudo lo que consigue es invibilizar las relaciones donde en lugar de primar el buentrato, hay violencia».

«Puede normalizarse porque acabamos usando lo de que ‘tóxico’ o ‘tóxica’ ante comportamientos como los celos o el control», explica.

Tengo un caso reciente de una amiga que dejó de quedar con un chico porque su idea de futuro era que ella dejara de trabajar para que se quedara con los niños.

¿Tóxico? No. ¿Machista? Seguro. La diferencia de compatibilidad hizo que ella saliera de la relación y cada uno siguiera con su vida.

Pero volviendo a cómo saber si soy yo esa persona, si nunca he tocado a mi pareja -porque no es el único maltrato que existe- Isabel da las claves para averiguarlo:

«Podemos preguntarnos lo siguiente: Cuando hay un conflicto de intereses o algo que negociar con mi pareja ¿llegamos a un acuerdo que nos convenga a ambos? ¿Nos sentimos seguros y libres dialogando? ¿Acabo presionando para conseguir lo que quiero? ¿Cedo de vez en cuando? ¿Insisto cuando ya me ha dicho que algo no le parece bien? Lo mismo a nivel económico y gastos: ¿nos convienen los acuerdos económicos a ambos?», comenta.

«Cuando nos peleamos ¿me cuesta mantener el respeto en las palabras que utilizo? ¿Puedo mostrar mi legítimo enfado sin gritar o caer en faltas de respeto como los insultos o los desprecios? ¿Cómo noto a mi pareja: la noto segura y tranquila cuando está conmigo? ¿Se expresa con libertad? O más bien ¿creo que puede tener miedo de que la juzgue o de cualquier otra reacción?»

«¿Alguna vez me ha dicho mi pareja que no está cómoda conmigo? Si es así, ¿en qué tipo de situaciones? ¿La escucho cuando cuenta algo importante? ¿le doy importancia a la conversación cuando me habla de sus sentimientos, aunque me incomode? ¿Sé qué cosas le preocupan y qué cosas le parecen importantes? ¿Le digo cómo tiene que sentirse o acepto cómo se siente sin juzgar? ¿Le doy mi versión de los hechos tirando abajo la suya o asumo que los dos podemos tener dos puntos de vista diferentes?»

«Cuando me equivoco ¿sé reconocerlo o le resto importancia aunque le haya dolido? ¿Puedo hacer esa autocrítica aunque me duela en el orgullo o echo balones fuera (hacia mi pareja o hacia el contexto)? ¿Cómo me siento cuando no sé dónde está o lo que está haciendo? Y más allá de cómo me siento ¿qué hago? ¿Qué me gustaría que hiciera mi pareja si estuviera en mi misma situación?»

«En cuanto a sus amistades y familia ¿me incomoda la relación que mantienen? Y más allá de cómo me siento, ¿qué hago al respecto? ¿Hago algo que directa o indirectamente condicione ese contacto social? ¿Comprendo que una pareja no tiene que cubrir todas las necesidades de apoyo de mi pareja y aun así estoy disponible como apoyo? ¿La tengo en cuenta para tomar decisiones que nos afectan como pareja? ¿Ambos tomamos decisiones y tenemos voz y voto? Si convivimos, ¿cómo están repartidas las tareas y el tiempo de descanso? ¿Hay reciprocidad en los gestos de cuidado y ternura que tenemos el uno con el otro o más bien suele haber alguien que cuida y alguien que se deja querer?».

Si respondiéndolas descubrimos que hay cosas en las que podemos mejorar, es probable que tengamos ciertos hábitos tóxicos. Pero lo esperanzador es que está en nuestra mano cambiarlos.

Mara Mariño

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Por qué te enganchas tanto a quien pasa de ti (según la psicología)

Que levante la mano quien nunca ha estado detrás de una persona que parecía dar señales intermitentes.

Hoy le interesas, mañana te ignora por WhatsApp, pasado vuelve a la carga, al día siguiente hace como si no existieras y, de repente, te propone quedar y veros.

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Estas idas y venidas son lo que se podría considerar por los expertos en psicología un refuerzo intermitente.

Aunque en el mundo de las citas le hemos puesto un sinfín de nombres en inglés porque siempre queda más guay (o eso pensamos).

Es lo que explica los fenómenos de benching (estar en el banquillo), breadscrumbing (dar pequeñas muestras de afecto o atención que, a modo de miguitas de pan, animan a ‘seguir sus pasos’) y, por supuesto, el famoso ghosting.

El rey de los desplantes consiste en que la otra persona desaparece de tu vida de un día para otro, sin dar ninguna explicación, y después vuelve como si nada.

En definitiva, son todos los comportamientos que reproduce alguien que no se va del todo, pero tampoco se quiere quedar a intentar tener algo más.

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Y, aunque nos cueste admitirlo -porque cada vez tenemos más herramientas para afrontar estas situaciones-, tendemos a engancharnos a quien nos trata así.

No es que seamos masoquistas cuando a la quinta vez que nos hacen lo mismo, sigamos ahí, a la espera de una sexta.

Es que biológicamente esa intermitencia nos genera adicción.

Todo viene al experimento que hizo Skinner (el psicólogo, no el director de los Simpson) con unas ratas.

Estas tenían que pulsar una palanca y, en ocasiones recibían comida y en otras no, pero era de manera aleatoria.

Así que los roedores se veían pegados a la palanca pulsándolo una y otra vez a ver si había suerte, por lo que el nuevo elemento condicionó su comportamiento.

¿Te suena familiar?

La golosina, en nuestro caso, sería que te va a prestar atención, dar conversación, dedicarte un rato para quedar…

Por eso, en cuanto el trato cambia y entramos en una fase más fría o distante por su parte, quedamos a la espera y estamos con una predisposición positiva si vuelve a tratarnos de esa forma, sin perder la esperanza.

Siempre confiando en que, en alguna de las ocasiones que respondemos su historia y nos quedamos en ‘Visto’, contestará. Porque hemos aprendido que ya ha sucedido en el pasado, solo que no sabemos cuándo.

La promesa de que ya hemos tenido ese interés en algún momento -y puede volver cuando menos lo esperemos- es el mejor incentivo.

Pero, a diferencia de las ratas, tenemos algo que nos distingue.

Los pobres animalitos de Skinner estaban en una jaula. Destinados a participar cada día en sus experimentos psicológicos.

Su única opción era la de pulsar la palanca bajo la atenta mirada del experto, sin ninguna otra alternativa que la de esperar su premio.

Tú no.

Lo que te mereces es una persona que se quede porque se quiere quedar, que te muestre un interés constante, que te respete, que valide tus emociones, que te dé estabilidad mental, cariño constante y no ande descolocándote con idas y venidas.

Tienes la libertad de, ahora que te sabes la teoría y puedes identificar cuando te están haciendo caso a momentos, decidir que te vas, que ‘sales’ del experimento y te quedas donde (o con quien) el buen trato no cambie a la velocidad de un parpadeo.

Puede que hayas caído en el ‘condicionamiento’ de tu crush, pero ponerle fin es tu elección.

Mara Mariño

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Estas películas de Disney te han enseñado una idea del amor equivocada

Soy la primera que responde «Disney» cuando le preguntan qué clase de cosas me han ido metiendo el machismo en la cabeza.

Y mira que me han encantado esas películas. Me sé los diálogos de memoria. De las canciones ya ni hablamos.

Hay dos tipos de personas, las que piden Camela en el karaoke y las que piden «Un mundo ideal». Yo soy del segundo grupo.

La bella y la bestia

DISNEY

Pero no quiero irme por las ramas. Esta vez voy a ir directa al grano con un análisis en el que me ha tocado remover algunos de los éxitos que han marcado mi infancia.

De hecho, la han condicionado hasta tal punto, que son las principales responsables de que a día de hoy me siga creyendo mitos del amor romántico.

Todo esto sin que yo me diera cuenta, por supuesto. He normalizado tanto los tipos de relaciones que veía en la pantalla, que repetía esos patrones, porque creía que era como debían suceder las cosas.

La tarea de deconstruirme de ellos tiene mucho que ver con empezar a identificarlos y encontrarles el fallo, de ahí que haya decidido haceros un pequeño resumen de las que más he visto (y por tanto más tocada me han dejado).

  • La bella y la bestia: el amor tiene el poder de cambiar a la persona amada. Incluso cuando te trata mal. Si resistes como Bella, merecerá la pena porque tendrás un príncipe azul con el que vivirás feliz por siempre jamás. O eso dicen. Lo más probable es que estés aguantando los malos tratos de una pareja insegura que no te sabe valorar y lo único rojo de vuestra relación no es la rosa, sino la red flag.
  • Blancanieves: por amor vale todo. Hasta que te bese sin tu consentimiento un tipo que no conoces prácticamente de nada. Él está enamorado, así que como eso es lo que predomina, tú a callar. En La Bella Durmiente es igual. Solo se habían visto una vez en el bosque, ¿quién le da derecho a plantarle un morreo? ¿Te imaginas el susto después de estar un tiempo dormida? Yo infartaría.
  • La Cenicienta: el príncipe azul es la solución a tus problemas. Pues no amiga, si Ceni se hubiera sacado un módulo de diseño, habría arrancado su propio taller de costura en el pueblo y sus vestidos habrían sido un exitazo. No necesita un novio rico, necesita un salario decente para no ser dependiente toda su vida. También en esta película aprendemos que las mujeres somos enemigas y nos despellejamos y solo puedes confiar en tu amor, que es el que te va a sacar de la situación de precariedad.
  • La Sirenita: otra que lo deja todo por amor, como Disney manda. La diferencia es que Ariel renuncia a toda su familia -que sí que la quiere- y amigos por irse con Eric, con el que no ha mantenido ni media conversación. ¿Cómo vas a casarte, para empezar con 16 años, con un señor del que no sabes qué clase de género musical le gusta? Eso va a condicionar toda vuestra relación, a lo mejor nunca podéis ir juntos de concierto. Y come pescado, ¿verle cenar a sus amigos en salsa verde no le parece una señal de alarma? Al menos, que sea vegetariano…
  • Aladín y La Dama y el Vagabundo fomentan también esta mágica idea de que, en el amor, los polos opuestos se atraen y completan, aunque no tengas nada en común. El amor es una especie de sustancia con poderes que sobrevuela el ambiente y te pilla desprevenida enganchándote por el resto de tu vida a tu contrario. Y vale que hay flechazos a primera vista, nadie lo pone en duda, pero el amor necesita algo más que una atracción de un ratito. Es conocer a la otra persona a fondo, descubrir sus defectos y, aún con ellos, quererla porque entiendes que es un pack de cosas buenas y menos buenas.
@meetingmara No mi siela, no eres tú. Es Walt Disney y su idea del amor romántico 💁🏻‍♀️❤️ #love #amor #disney #disneymovie #pareja #enamorarse #enamoramiento #lovegoals #couple #relationshipgoals #beautyandthebeast #sleepingbeauty #cenicienta #labellaylabestia #peliculasdisney #lasirenita #ariel #amorromantico #amortoxico #relacionestoxicas ♬ An Unusual Prince / Once Upon A Dream – Soundtrack – Mary Costa & Bill Shirley & Chorus – Sleeping Beauty

Para terminar, el culmen de todas las relaciones monógamas y heterosexuales (no existen otras en la franquicia) es el matrimonio, único fin que transmite la peligrosa idea de que solo pasando por el altar llegaremos a conseguir el ‘felices para siempre’.

Pero no todo una a ser malo. Por suerte, en las películas más recientes de Disney, cada vez son menos los desenlaces de este estilo.

Incluso Elsa de Frozen, Mérida de Brave o Mirabel de Encanto terminaban las películas sin necesidad de un compañero sentimental, siendo las únicas heroínas de una trama en la que la familia o la amistad eran más importantes.

Siempre y cuando los finales que nos ofrezcan sean esos, dejaremos de poner al amor romántico como único protagonista, pasando incluso por encima de nosotras mismas.

O al menos, ahora que nos hemos dado cuenta, es cuando deberíamos dejar de seguir replicando las historias.

Sí, por mucho que nos gustara verlas de pequeñas, porque solo son eso… Ficción.

Mara Mariño

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Las señales de que tu nuevo ‘crush’ es tóxico que deberías aprender a identificar

Me gusta especialmente la frase de “El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” porque tiene una excepción: los maltratadores.

O quizás, más bien, las mujeres que hemos estado en sus manos.

UNSPLASH

Hace ocho años, ese era mi caso. Tras una relación con violencia de todo tipo, amenazas de suicido, persecuciones, etc la terapia con una psicóloga me abrió los ojos sobre un maltrato que, incluso con todo eso a mis espaldas, era incapaz de ver.

Nunca me he sentido agradecida por haber vivido aquello. Sí por salir a tiempo (y vivir para contarlo), pero no por haber tenido la experiencia.

Creo que decir que las mujeres que seguimos teniendo pesadillas con estos seres tenemos que estarles agradecidas porque ahora somos más fuertes es una barbaridad inmensa.

No siento que me haya hecho un favor tratándome de esa manera. O no lo sentía hasta hace poco.

Fue cuando, de nuevo abriendo el corazón, presentía que podía estar ante el comienzo de algo grande, nuevo, bonito, profundo, real, pero ante todo, sano.

Empiezan a darse las primeras discusiones y lo achacas a que os conocéis desde hace poco tiempo, que has podido hacerlo mejor y por eso se ha molestado, que la partida aún se puede remontar.

Y llega otra, y otra después, y otra más. Y ves como por mucho que hagas, nadie te libra del día negro de la semana, ese en el que te sientes físicamente mal, intranquila, sin poder descansar de lo alterada que estás. El día a la semana se convierten en dos y hasta en cuatro (o cinco si no lo empiezas a cortar).

Llegan los comentarios sutiles, las manipulaciones pequeñas, el «¿no te basta lo que te doy yo?» el «pues para subir cosas a Instagram sí que tienes tiempo» y empieza a sonarte familiar.

Porque ya eres capaz de leer entre líneas lo que pasa, lo que quiere decir sin decirlo directamente.

Y es que cambies tu comportamiento, que te amoldes a sus “sugerencias”, a lo que te dice expresándose “fruto de la más pura y sincera honestidad” en el nombre de sus sentimientos más auténticos -esos que tú dañas cada dos por tres con tus actitudes según él-.

Que no es otra cosa más que un intento de que se imponga siempre su voluntad. Simplemente porque la tuya no sirve. Se tiene que plegar.

Solo que esta vez, lo ves venir al vuelo. Eres capaz de adelantarte, reconoces los patrones y sabes lo que viene después.

Sabes que tras machacarte, señalarte, juzgarte e intentar amedrentarte, de ponerte como la que siempre falla de los dos, como vea que quieres escapar, va a cambiar la estrategia.

A la de ponerte de lo peor. Pero no es la primera vez que te acusan de ser cruel o poco humana por hacer valer tus ideas y defender tu libre albedrío. No es la primera vez que, ante un razonamiento impecable, te acusan de atacar.

Todo lo que haga falta con tal de desestabilizarte. Incluso negarte una y otra vez que, lo que oíste con tus propios oídos, nunca llegó a pasar.

El clásico gaslighting para hacerme dudar de unas percepciones que, ocho años atrás, sí me hicieron plantearme si mi juicio atinaba. Esta vez no di la oportunidad.

Y cuando, viviéndolo casi desde un segundo plano, tomas distancia, dejas las cosas claras, le dices que no es bueno para ti y que te vas, llega el momento final de la interpretación. El tercer acto: pena.

Apelaciones al cariño, a su salud psicológica, a que está pasando un día de mierda en el trabajo por tu culpa, de los peores de su vida, a que lleva esperando todo el día la ocasión de hablar, a que no pide tanto, a que lo que ha hecho no es tan grave, que no ha matado a nadie, que no fue con mala intención (pero tú sí eres mala dispensándole ese trato).

Aquí y solo aquí, me he sentido agradecida de haber vivido antes la experiencia. Porque sé al 100% en qué deriva esta toxicidad si se le da margen.

Porque he estado ahí, en lo más oscuro, en el mayor de los miedos, en la anulación de mi voluntad como persona y empezó de la misma manera.

Siempre empieza de la misma manera.

Ocho años después, me he encontrado la misma piedra en el camino. La diferencia es que la he visto a tiempo y no he llegado a caerme. La he saltado -porque saltar implica impulsarte y, por unos segundos, volar- y he seguido adelante.

Es la prueba de que hay que estar siempre atenta a lo que pueda pasar, a quién pueda traernos la vida. Porque yo he evitado caerme a tiempo, pero la piedra sigue ahí, esperando a la siguiente.

Y, por desgracia, no es la única.

Duquesa Doslabios.

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Rocío Carrasco o por qué hablar del maltrato no es suficiente

Hace unos meses compartí en una de mis redes sociales la sesión de fotos que me hizo un exnovio que me maltrataba.

Aquellas imágenes, acompañadas de algunos textos en los que contaba lo que no se veía -mis ataques de ansiedad, pánico, el miedo que me quitaba el sueño o el acoso- hicieron que muchas de mis seguidoras me escribieran.

Algunas preocupadas, queriendo saber cómo había llegado a ese punto, otras para darme apoyo y varias para felicitarme por contar uno de los episodios más oscuros de mi vida.

@salvameoficial

Pero con quién me quedé fue con las que, como yo, habían vivido casos parecidos y compartieron sus experiencias conmigo.

Seguidoras que conocía en persona, pero también otras desconocidas, fueron abriéndose y plasmando, bajo mi publicación, algunas de sus historias. Palabras que me resultaban tan familiares que era como estar leyendo diferentes versiones de la mía.

Lo que pude comprobar es que, cuando una mujer habla de esto, se abre y se sincera, saca lo más crudo que ha vivido con una pareja y lo pone sobre la mesa, hay quien tras sufrir algo parecido que se anima a sumarse al diálogo.

No sé si es el efecto ‘bola de nieve’ o que nos sentimos cómodas confiando entre nosotras, incluso cuando no existe amistad de por medio, al tratarse de un tema tan crudo.

Si eso pasó en mi cuenta personal, Rocío Carrasco ha llevado el fenómeno a otro nivel.

Admito que me he voy enterando a trompicones de las entregas del programa. Y aunque no estoy muy puesta en la vida de las celebridades del país, hay un dato que explica la importancia de su testimonio.

Desde que Rociíto ha empezado a hablar por televisión, las llamadas al 016 subieron en un 42% tan solo una semana después de que se emitiera el primer episodio.

Una mujer hablando de cómo había sido maltratada se tradujo en unas 2.050 consultas telefónicas pidiendo información o ayuda, en un incremento de los mails al correo electrónico (016-online@igualdad.gob.es) y al WhatsApp (600 000 016).

Quizás no soy una gran fan de Telecinco o, más allá, de los programas que suele hacer Mediaset. Pero dar la oportunidad de contar su versión, con la influencia que siempre ha tenido la hija de Rocío Jurado y, sobre todo, de narrarlo en un medio nacional, habla por sí solo.

Este problema es interseccional. Afecta a la rica, a la pobre, a la que no tiene estudios, a la que tiene tres carreras, a la empresaria y a la cajera. Afecta a las mujeres en general.

Y mientras Rocío sigue dejándonos en shock con sus palabras, se hace más evidente que no solo necesitamos espacios para alzar la voz ante un maltrato, sino medidas al respecto.

Hablar de ello es el primer paso para ponerlo sobre la mesa, identificarlo y señalarlo. Pero no es suficiente con eso.

Necesitamos cambios: una educación feminista, desterrar el machismo de nuestra sociedad, un nuevo enfoque para las generaciones que vienen…

Si no lo ponemos en práctica, solo nos quedará hablar en redes sociales, pequeños grupos o en televisión, consolarnos entre nosotras y seguir llamando a líneas de ayuda. Y eso es ponerle la tirita a una herida, pero en ningún caso ponerle solución al problema.

Duquesa Doslabios.

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María Esclapez, la psicóloga que se ha vuelto viral por analizar ‘La isla de las tentaciones’

Tengo por costumbre ver La isla de las tentaciones. Aunque, más que los del programa en sí, mis momentos favoritos son al día siguiente.

El primero, leyendo la reseña de mi compañero en Reality Blog Show (Hola, Gus) y, a continuación, viendo en las redes de María Esclapez su opinión sobre el episodio.

Y es que la psicóloga y sexóloga -a cuyo perfil llegué precisamente por hacer este tipo de análisis sobre los comportamientos de los concursantes- no hace otra cosa más que señalar, una por una, las conductas más tóxicas con las que, desgraciadamente, no puedo evitar sentirme identificada en alguna ocasión.

@islatentaciones

Además de generar debate en el tablón de comentarios (¿en serio hay personas que siguen viendo los celos como algo normal a día de hoy?), he querido saber qué le llevó a tomar nota de lo que veía en la televisión y, sobre todo, compartirlo.

La manera en la que muchos de sus followers hemos descubierto que todavía nos queda tanto por aprender en esto de las relaciones sanas, dicho sea de paso.

«Sentí la necesidad porque yo lo veía y pensaba en todas las personas que repiten los mismos patrones y tienen los mismos comportamientos o ideas sobre el amor. Entonces caí en que era buena idea colocar todos los comentarios que hacía en mi cabeza en un orden coherente y hacerlos llegar a más gente para evitar normalizar los numerosos comportamientos tóxicos que tienen las parejas del programa», me confirma la experta.

Porque eso es algo que tiene la televisión pública, que como es un medio de gran alcance y, sobre todo, con un éxito tan fulgurante, podemos pensar que lo que sucede en las villas -lo que dicen o la forma de tratar a sus parejas-, es de lo más normal.

Aunque sus seguidores suelen estar de acuerdo con sus reflexiones (podéis ficharlas en su perfil @maria_esclapez), «alguna persona hay que se niega a entender otra realidad y se ofende con las cosas que digo, pero suelen ser muy pocas», dice la psicóloga.

@maria_esclapez

Una de mis preguntas es si cree que la emisión de programas con tantos mitos del amor romántico es un paso hacia adelante (podemos identificarlos con más facilidad) o un retroceso que nos lleva a normalizar algunas conductas.

«Yo creo que ni una cosa ni la otra. Considero que el programa pretende entretener, no educar. De lo que vemos podemos sacar la parte pedagógica que tanta falta hace, eso sí», afirma.

Y es que nuestro deber como espectadores sería poner en tela de juicio si realmente estamos de acuerdo con lo que hemos visto en la pequeña pantalla o hay formas más empáticas de tratar a las personas.

«La clave está en el conocimiento. Si tienes información, tienes el poder de decidir qué quieres, qué no quieres y qué es lo mejor para ti y para tu salud mental y emocional», opina María Esclápez.

Quizás una buena modificación, de cara a próximas ediciones, sería incluir una figura que gestionara las situaciones más difíciles, algo que según ella sería el único cambio necesario en el programa.

«Simplemente incluiría un profesional de la Psicología que asesorara y acompañara a los/as participantes del reality en el manejo del malestar generado. Así están acompañados/as durante los posibles conflictos y aprenden a gestionar sus vínculos de pareja de una manera sana (o al menos entienden que puede haber otras opciones de pensamiento sobre el amor y las relaciones de pareja) y ya de paso, aprende también la audiencia que esté viviendo o pasando por algo parecido a nivel personal», dice la psicóloga.

Pero hasta que llegue ese momento (si llega) nos toca adoptar un rol más activo.

Pensar en cómo consumimos el programa. Si nos está sirviendo solo para desconectar, si criticamos cuestiones que igual deberíamos replantearnos porque han quedado un poquito desfasadas y, sobre todo, si nuestra gestión emocional se parece en algo a la de los concursantes, porque, en ese caso, nos queda mucho camino que recorrer a la hora de aprender a sentir, a pensar y a comunicarnos.

Duquesa Doslabios.

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