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¿Por qué hay hombres que nos mandan fotos (que no hemos pedido) de sus genitales?

La primera vez que recibí una dick pic, el nombre que reciben las fotografías de genitales masculinos, se había colado en mi buzón de entrada de la página de Facebook que utilizo profesionalmente. Ahí estaba, sin comerlo ni beberlo (literalmente). El pene de un desconocido que se había hecho un perfil falso para poder mandar impunemente sus partes íntimas.

DIM Facebook

En el momento me sentí asqueada. No se me ofenda nadie, pero no es que lo que los hombres tienen entre las piernas sea precisamente ‘instagrameable’.

Era el hecho de que no le conocía de nada y me había mandado aquello sin tan siquiera preguntar si me apetecía verlo, sin ningún tipo de confianza, sin calzoncillo ni nada.

Igual era mi moralina de ex alumna de colegio de monjas lo que hacía que sintiera aquello como algo malo. Luego, hablando con otras mujeres de mi entorno, descubrí que lo de descubrir ‘fotopenes’ era más habitual de lo que sospechaba.

Y no solo en páginas de Facebook. Redes sociales de conocer gente, privados de Twitter, WhatsApp… ¡Hasta por AirDrop!

Lo que realmente me intriga es qué lleva a un hombre a compartir esas imágenes. No digo que las mujeres no compartamos este tipo de fotografías (aunque me consta que lo de mandar la vulva a desconocidos no es algo que estemos habituadas a hacer). Por lo general solemos esperar a que haya más confianza con la otra persona

Así que, para arrojar algo de luz sobre el asunto, os sugiero que me acompañéis en este paseo por el cerebro masculino.

Lo que averiguo según diferentes psicólogos de rincones variados del globo, es que las ‘fotopolla’ forman en mayor medida parte de la estrategia masculina. Incluso encuentro algunos estudios al respecto, extranjeros en su mayoría, que establecen en un 40% el porcentaje de mujeres que han padecido estas imágenes.

Y sí, digo padecido porque solo tienes que hablar con las mujeres de tu entorno para confirmar que lo de recibir en los mensajes directos fotos de penes no es ni tan ajeno como nos gustaría, ni algo que nos haga ilusión encontrar.

Los mismos expertos son los que han tratado de buscarle una explicación lógica a esta conducta afirmando que hay quien lo hace porque lo consideran su orgullo, algo digno de admirar y reverenciar, por lo que es considerado un gancho tan bueno para suscitar interés como cualquier otra parte del cuerpo.

Quienes pretenden conquistar viven ajenos a que es algo que nos hace sentir incómodas. En su cabeza el plan es espectacular: mágicamente ver eso va a hacernos dar el siguiente paso. El efecto que consigue es que demos pasos, sí, pero en dirección contraria preguntándonos a nosotras mismas si realmente tenemos suficiente ciudad para no cruzarnos nunca con esa persona.

Lo único que me gustaría aclararle a esos caballeros es que solemos preferir una foto de los ojos o de los labios. Que igual si empiezan por ahí es menos violento y no termina la conversación en un silencio incómodo o en un bloqueo.

Los profesionales afirman también que es una manera de enfrentarse al miedo al rechazo, una manera de pasar la prueba sin tener que afrontar en persona la situación. Si la foto consigue pasar la ‘nota de corte’, es para ellos una manera de recibir validación, de que aumente su seguridad, en otras palabras: una inyección de autoestima.

Es una especie de El Gran Gatsby versión 2.0, solo que, en vez de pasearte por las fastuosas fiestas, el Jay moderno te manda la foto de un pene para impresionarte.

En mi opinión, añadiría que quien hace esta práctica la utiliza también porque es una manera de ejercer poder, ya que no puedes evitar recibir ese tipo de imágenes que no suelen pedirte permiso para mandártelas. No es una foto que entre dentro de un contexto, no es porque la conversación fuera sobre penes, aparece ahí y ya.

Se puede llegar a considerar una práctica violenta porque es una evolución del exhibicionista con gabardina que saltaba de repente de una esquina y huía tras impactar a sus víctimas.

Como es algo imposible de prevenir (nunca sabes de dónde te va a venir la siguiente captura), hago un llamamiento para que, si realmente hay hombres ahí fuera que tienen la urgente necesidad de mandar sus partes íntimas, pregunten primero. Que se nos dé la opción de poder decir que no y sea, como debería ser siempre, una respuesta que se respete.

Duquesa Doslabios.

(Y acuérdate de seguirme en Twitter y Facebook).

Pornografía para mujeres: identificadas pero no vejadas

Estamos expuestos a la pornografía, ya sea porque la buscamos a propósito, porque aparezca por despiste o porque se nos crucen esos obscenos anuncios cuando estamos cargando el enlace de la película que le vamos a poner a nuestros hijos (¡o a nuestros padres!).

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Pero es una pornografía que, aunque veamos tanto hombres como mujeres, parece únicamente destinada a complacer a los espectadores masculinos: planos de las mujeres casi exclusivamente (los escasos que hay de hombres solo son para enfocarles el cimbrel), gemidos femeninos ensordecedores (ruidos masculinos casi inexistentes), monólogos femeninos («Oh si, dame, soy una perra» etc, etc), un final nada sorprendente en el que el susodicho desparrama todo el esperma sobre una mujer que parece estar más feliz pringándose la cara en lefa que en un día de rebajas en Ikea.

La comparativa podría extenderse, pero hoy no es el día de analizar la pornografía (que lo haré, podéis estar tranquilos). Hoy es el día de ahablar de cuando descubrí el porno femenino.

Para empezar no me gusta que exista una distinción cuando es algo que consumimos todos. Es como si, por usar más cremas las mujeres que los hombres, se convirtiera en un producto exclusivamente nuestro.

Casi me puedo imaginar a dos amigas en un supermercado:

-¿Has visto a ese chico? Está comprando la mascarilla exfoliante.

-Mmmmm…qué travieso. Seguro que le encanta sentir su piel suave después de la limpieza facial

-Qué suerte debe tener su novia. A mí me encantaría que mi pareja se me acercara con un bote de gel desincrustante y me dijera que vamos a limpiarnos el cutis toda la noche.

Suena raro, pero si cambiamos las tornas y sustituimos las dos amigas por dos amigos y las cremas por la pornografía… ¿a que empieza a cobrar sentido?

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Nomenclaturas aparte y volviendo al porno femenino (que pierdo el hilo), ayer estuve curioseando a Erika Lust, que por lo visto es la única en darse cuenta de que las mujeres no terminamos de sentirnos del todo satisfechas (en todos los sentidos) con la pornografía convencional.

Sus películas (podéis echarles un vistazo a Cabaret Desire y a XConfessions) son realmente películas eróticas. Tenemos una trama (para aquellos que gozáis de meteros en situación) y escenas explícitas de sexo.

El desarrollo de la acción es interesante, ya que podemos sentirnos identificadas (¿quién no ha fantaseado alguna vez con su monitor del gimnasio en plena clase colectiva?) pero no vejadas. Y esa es la clave.

No es una pornografía perfecta, alguien debería decirle a Erika que lo de meter música ratonera a todo volumen mientras los protagonistas están chingando es algo que se quedó en los 90 por algo, pero es un comienzo.

Es un punto de partida para que otros directores vean las posibilidades y se animen en hacer de la pornografía algo para uso y disfrute de todos.

Duquesa Doslabios.

¿Has sufrido Tindstagramming?

Todos hemos usado Internet para ligar, todos. Y quien esté libre de pecado que niegue haber dado nunca un like con segundas intenciones.

GTRES

Hace diez años, el ligoteo se daba a través del Messenger, con esas conversaciones tan llenas de emoticonos que hacían las palabras innecesarias, con los zumbidos urgentes que seguían los apremiantes «cnt» o «ctxt» y con abreviaturas que harían las delicias de cualquier desencriptador.

Después pasamos a las redes sociales, a Tuenti, Facebook, Instagram y esos «Me gusta» que en realidad significan «Me da absolutamente igual lo que publiques porque quien me gusta eres tú«.

Es algo tan natural y a lo que estamos tan acostumbrados que ya nadie se sorprende cuando te dicen que dos personas se han conocido en la red, especialmente desde el desarrollo de aplicaciones como Loovoo, Tinder, Happn, Meetic… o un sinfín más de juegos de palabras en inglés convertidas en los nuevos puntos de encuentro en la era 2.0.

Algunas, como es el caso de Tinder, te permiten enlazar tu cuenta de Instagram con el perfil del programa, lo que significa que se da acceso a las imágenes de la red social y permite a los que ven tu perfil conocerte más allá de la información que se escriba en la aplicación.

Sin embargo, hay ciertos usuarios que, no contentos con el unmatched (cuando el otro usuario decide que no está interesado y elimina a esa persona de la lista de usuarios que pueden verla o mantener conversación con él o ella) deciden salir de la aplicación e iniciar conversaciones en Instagram, llegando incluso al punto de, en algunos casos, insultar a la persona por no haberle dado la oportunidad de conocerse.

Esto, además de demostrar la incapacidad de más de uno (o de una) de no aceptar un «no» por respuesta, es una falta de respeto hacia la voluntad de la otra persona y algo que demuestra que no se tiene mucho amor propio a la hora de forzar una conversación, que por uno de los lados no es deseada, de esa manera.

No olvidemos que una cosa puede ser insistir y otra muy diferente acosar. Y me temo que los hay que tienen los conceptos mezclados.