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¿Cómo podemos seguir creyendo en el amor los ‘millennials’?

No es por ser catastrofista, pero el panorama actual de las citas está peor que nunca.

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En la pospandemia vamos arrastrando las consecuencias de un encierro que hizo que nos planteáramos toda nuestra vida.

Queremos libertad absoluta, pasarlo bien, viajar, ser nuestra única prioridad.

Además nos conocemos mejor que nunca, hemos convertido la terapia en una compañera habitual y a medio camino entre el fin de los 20 y los comienzos de la treintena, por fin hemos conseguido gustarnos (de verdad).

Desde fuera parecería que se reúnen las condiciones necesarias idóneas para dar con una pareja a largo plazo, alguien con quien compartir la vida.

Y sin embargo hemos sido la generación que le puso nombre al ghosting, al benching, al orbiting… A las peores conductas posibles, además de sufrirlas de primera mano.

Tengo la sensación de que a los millennials nos ha pasado con el amor algo parecido a lo que nos pasó cuando terminamos la universidad.

Nuestros padres nos habían jurado y perjurado que hiciéramos una carrera universitaria, que lo complementáramos con algún idioma, que nos marcháramos un año de Erasmus para tener más experiencia…

Todo ello tendría como recompensa dar con ese trabajo que, después de tanto esfuerzo, nos merecíamos.

Esa nómina que nos iba a permitir vivir con la misma comodidad que a ellos.

Lo que nos encontramos fueron eternos contratos de prácticas o un salario como lo que nos parecía el futuro, muy limitado.

El amor ha ido por el mismo camino. Todas, repito, todas las películas de nuestra infancia terminaban con un «Felices para siempre» y fueron seguidas por las series de nuestra adolescencia.

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También lo tuvieron Ron y Hermione, Edward y Bella, Troy y Gabriela, Bridget Jones y Mr. Darcy, Carrie y Big, Rachel y Ross (aunque odiemos a Ross) y Chuck y Blair.

Así que, con trabajos precarios, la dichosa inflación o los precios de los alquileres tan inalcanzables emocionalmente como nuestros matches, ¿cómo esperar que mantengamos la esperanza?

¿Cómo seguir creyendo en el amor?

Todo es líquido, instantáneo, fast, de consumo rápido, de «aquí te pillo aquí te follo», «Mejor vamos viendo», «Ya te escribo yo, que tengo mucho lío», «No, no hace falta darnos los teléfonos».

Quizá, justo por ello, somos la generación con más posibilidad de triunfar en el amor.

Porque tenemos todas las ganas del mundo en conocer a alguien, porque sabemos lo que es esforzarnos al máximo, hemos empezado de cero tantas veces que no tenemos problemas ni nos preocupa hacerlo de nuevo.

Porque hemos cambiado de países y hemos mantenido a la gente que nos importaba en nuestra vida, pero sobre todo porque ante tanta incertidumbre en todas partes, ya le hemos perdido el miedo.

Y, como me decía una amiga, «estando dispuesta a que te hagan daño», porque ese riesgo forma parte también de una relación.

El consuelo es que siempre tendremos la ocasión de volver a refugiarnos en las amistades -si sucediera-, que, a diferencia de la prolífica carrera laboral o el triunfo en el amor (los dos grandes mitos para la generación Y), esas relaciones sí nos han salido buenas.

Mara Mariño

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Del ‘ghosting’ al poliamor, así han cambiado nuestras relaciones en estos 10 años

Estamos a punto de vivir el cambio de década, -qué bien sonáis, nuevos años 20-, y, ya que se trata de una fecha destacada, hay un poco de nostalgia en el ambiente.

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Todavía recuerdo como si fuera ayer la entrada a 2010. Estaba en el colegio y eran otros tiempos para ligar.

Por entonces era, casi todo, analógico. Vale, puede que empezáramos a hacer nuestros primeros pinitos ligando por internet.

¿Quién no se acuerda de bombardear al que le gustaba de clase a base de zumbidos de Messenger? Y si encima te ponía un comentario en la foto de Tuenti, ya tenías anécdota para contar a las amigas en el recreo.

Desde ese momento hasta ahora, las redes sociales se han convertido en el nuevo punto de encuentro.

Es raro que en algún grupo de amigos no des con una la pareja que se conoció por Instagram o aquellos que lo utilizaron para retomar el contacto después de años.

Internet lo ha puesto tan fácil que en estos diez años hemos vivido el boom de las aplicaciones para ligar. Tinder, Grindr, Happn, Badoo, Meetic…

Las opciones han sido tantas que, si no has ligado a través de alguna de ellas, ha sido -como diría tu abuela-, porque no has querido.

Esa velocidad a la hora de conocer gente y tener encuentros sexuales casi inmediatos (vamos a ser sinceros, nadie usaba las apps para encontrar pareja con la que ir a ver arte al Museo Reina Sofía), se ha traducido también en una serie de tendencias de las que la mayoría hemos salido escaldados.

El ghosting, el benching o el orbiting  nos han pasado factura. Las malas prácticas derivadas del fast dating nos han llenado la década de mensajes leídos y nunca respondidos, enigmáticos ‘me gusta’ que nunca venían acompañados de mensajes o el resurgir de un antiguo ligue sin venir a cuento.

Teniendo esto en cuenta, el panorama sentimental con el que entramos a 2020 no es, precisamente, el mejor.

Aunque me gustaría destacar que parece que, por fin, el consentimiento ha hecho acto de presencia en las relaciones de cualquier tipo, algo que hasta ahora muchos hombres no consideraban que fuera imprescindible.

Respetar el «No», seguirá siendo el básico de los próximos diez y, me aventuro a decir, cien años. Así como seguir debatiendo sobre la explotación sexual hasta erradicarla, así como el revenge porn, difundir imágenes privadas para hacerle daño a una persona.

Desde 2010 las relaciones han evolucionado. Los posmillennials han sido clave en enseñarnos que, aunque sea novedoso, el poliamor también es una opción. Así como su manera de tener sexo, mucho menos heterosexual que la que practicamos las generaciones anteriores.

Afortunadamente, también el final de la década nos deja algunas cosas que merecen la pena.

El despertar del empoderamiento femenino a la hora de reivindicar el placer (los succionadores son el mejor ejemplo) y el slow sex, que invita a poner la intimidad en el lugar que le corresponde dedicándole no solo tiempo sino la totalidad de nuestra atención.

Duquesa Doslabios.

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No estoy más sola, soy más libre

Cada vez que quedo con mi abuela, me pregunta hasta el hastío que cuando me voy a casar, que ella con 26 años ya tenía un hijo (mi padre). Sabe que los tiempos han cambiado, pero no se hace una idea de cuánto.

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La principal diferencia es que las mujeres ya no tenemos miedo de la soledad. Ella creció escuchando que tenía que cuidar la casa, ser buena esposa y buena madre, a cambio su marido se encargaría de todo lo demás.

La generación de mis padres puede que tuviera algo menos de presión, sin embargo continuaban todavía muy lastrada por el modelo familiar tradicional que aún prevalece en España (el hombre sustenta y la mujer vive mantenida). Pero poco a poco, las cosas empiezan a cambiar.

Cada vez somos más libres económicamente hablando gracias a la educación que nos han dado nuestros padres babyboomers. «Que no tengas que depender de nadie» es seguramente una de las frases que más nos han dicho hasta que se nos ha quedado grabada.

Ya no es necesario formar parte de una pareja para tener un sustento, para viajar, para salir, para abrirte una cuenta en el banco o para disfrutar de la vida. Entiendo que en la época de mi abuela todo a lo que podría aspirar una mujer era a hacer de secretaria o taquígrafa, pero la batalla que luchamos contra el techo de cristal nos acerca, espero, a puestos de mayor importancia y, por tanto, a más remuneración económica.

No podemos olvidarnos, si hablamos de la libertad de la mujer, de la Iglesia, por supuesto, ese órgano supresor que te condenaba al infierno si ibas a vivir en pecado con tu pareja sin pasar por el sacramento. Cuando la educación que recibes dice que el centro de tu vida es tu marido, tu Dios, tus hijos y tu casa, ¿qué queda para ti?

¿Qué clase de escapatoria podrían tener quizás de un matrimonio en el que no eran felices si ni siquiera sabían qué les gustaba a ellas mismas? Y claro, ¿cómo tomar esa decisión? Con lo mal visto que iba a estar entre las vecinas. Y ya si se enteraban en el pueblo mejor ni hablamos.

Quizás actualmente estamos tan absorbidas entre el trabajo, las amigas, las series e Netflix y las manifestaciones feministas que lo último que nos preocupa es si vaciamos la lavadora aunque luego suponga una discusión con la compañera de piso de turno.

Y aún con todos estos pasos hacia adelante, hay quien se atreve a criticarlos. Se nos acusa, injustamente, de haber perdido el romanticismo, de no ser lo bastante dedicadas a las relaciones, a las parejas, a la crianza de los hijos. Se nos acusa de lo que los hombres llevan haciendo toda la vida. «Con dinero pero pobres en espíritu» es como una escritora inglesa, Suzanne Venker, nos ha definido a las millennials.

Claro que nuestra percepción del dinero ha cambiado. Dinero es poder, dinero es éxito, el dinero representa felicidad ya que, ¿qué puede hacerte más feliz que trabajar por y para ti misma? Estamos centradas en llegar a la cima de nuestras carreras y si no es la cumbre, todo lo alto que podamos subir mientras tanto.

Por mucho que sepamos hacer la declaración de la renta, construir edificios o salir airosas de operaciones a corazón abierto según ella y sus hordas de seguidores, no tiene ningún valor ya que hemos perdido la noción básica de criar a un bebé. Qué contrariedad. ¿Ya soy menos mujer? Casi parece con esa manera de pensar que por no dejar el trabajo y quedarnos en casa la sociedad está abocada al desastre.

A ella y a quienes compartan ese punto de vista, les pediría que no miraran solo la paja en el ojo ajeno. A fin de cuentas, lo único que consiguen con esas ideas es mantener que son los hombres los que pueden elegir tenerlo todo y nosotras las que, sin más opción, nos toca quedarnos con solo una de las caras de la moneda. Pero es que queremos ambas, queremos lo mismo que ellos, es decir, todo.

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Así que quienes nos compadecen a las mujeres de estas nuevas generaciones, estas que no sabemos cambiar un pañal ni falta que nos hace (además si lo necesitaríamos ya buscaríamos un tutorial en Youtube), que nos ven ricas pero miserables por preocuparnos solo por el trabajo sin centrar todas nuestras energías en encontrar una pareja, decirles que no estamos solas, que somos libres y felices de serlo.

Duquesa Doslabios.

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