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‘¿Cuándo toca?’ El desafío sexual en las parejas que conviven

Hay un cambio que he identificado en mi vida sexual de cuando paso de estar saliendo con alguien, a cuando se sube el siguiente escalón: el de la convivencia.

El sexo fluye distinto, antes de compartir piso solía surgir en cualquier momento que coincidiéramos -bastaba una puerta de por medio, que nos diera algo de intimidad-.

Pero cuando comparto el espacio, empiezo a preocuparme por los tiempos. A ver si me explico…

pareja cocina

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Cuando la relación no se da bajo el mismo techo, esas ganas de estar a solas con la otra persona se cultivan.

Crece la expectación de cuándo será el próximo encuentro y te regodeas con lo que harás en el momento que os encontréis de nuevo.

Con esa anticipación construida, se entiende que lo primero que hagáis, nada más veros, sea desnudaros.

Pero cuando el espacio es común, una de las primeras cosas que notas es la dificultad de que vuestros deseos coincidan. La intimidad cambia y nadie te avisa de ello.

O bien una persona tiene prisa porque tiene que salir de casa, o está liada haciendo algo -trabajo, carga doméstica, llamada a sus padres…- o simplemente no le apetece a la vez que a ti.

Que es algo normal y todo lo que tú quieras (de hecho te hablé más en profundidad sobre el tema en este artículo). Sin embargo es lo que hace que tan pronto como sucede que las libidos se ponen de acuerdo y echamos un polvo, me pregunte «¿cuándo será la próxima vez?».

Mi agobio viene de todos esos artículos de «Cuál es la media de los españoles en la cama», «Esta es la frecuencia ideal de las parejas duraderas», «La adecuada cantidad de veces que las parejas deben tener sexo»

¡Si hasta Broncano pregunta a sus invitados cuánto sexo han tenido en el último mes!

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Hay una presión social de que la frecuencia importa, o eso pienso yo cuando empiezo a hacer el cálculo mental de si tuve sexo el martes, ¿puedo proponerlo el jueves o va a ser muy temprano?

Lo que antes de convivir sucedía de manera orgánica ahora se siente como intentar resolver una ecuación de segundo grado: ni quieres sentir que agobias a tu pareja yendo demasiado detrás, ni que tampoco piense que no tienes interés.

Le comentaba esta preocupación a una amiga sexóloga y me tranquilizó (un poco) saber que a ella también le pasaba.

Así que ahora me pregunto si es una rayada que también sofoca a nuestros novios o es solo cosa nuestra. Prometo informar de mis pesquisas cuando haya avances.

De cualquier manera, ahora que he identificado que esto se ha convertido en un interrogante inherente a mi vida en pareja, estoy trabajando en darle una vuelta.

Intento olvidarme del tema de la periodicidad sexual porque, como sexóloga en ciernes, sé de sobra que no existe una media universal que debamos cumplir para que sea una vida íntima satisfactoria.

He reflexionado en cómo quiero que sea mi vida íntima conviviendo con mi pareja, y puede que ya no me regodee en el factor sorpresa del tiempo, pero sí en el de lo que quiero hacer (que va desde fantasías a prácticas o probar juguetes nuevos).

Ya no construyo expectación de que en cuanto le vea voy a arrancarle la ropa aprisa y corriendo, pero sí la de imaginarme qué vamos a hacer la próxima vez que estemos, sea cuando sea.

El estándar no debería ser de frecuencia, sino de calidad, y de ahí que sea con el deseo correspondido para que nos pille encendidos y con las ganas de que suceda.

Mara Mariño

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Así es la coerción, la sutil forma de presionarte para tener sexo que debes identificar

¿Sabes esas noches en las que estás viendo una serie antes de ir a dormir, entre la modorra y la pantalla? En una de esas ocasiones mi ex me preguntó si se la podía chupar.

Había tenido un día muy duro, según él, y aquello le haría sentir mejor.

pareja cama enfadada

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En aquel momento no tenía el conocimiento como para ponerle nombre a lo que estaba pasando. Solo sabía que quería seguir viendo la tele y no me apetecía hacer nada con él.

Cuando comuniqué cómo me sentía, su reacción fue la de aumentar la presión, que cómo podía ser tan egoísta, que no me costaba nada, que iba a ser un rato de nada…

Terminé accediendo para que no siguiera haciéndome sentir mal y porque no entendía que mi falta de ganas era un motivo lo bastante válido como para vencer todos sus argumentos.

Pero tardé muchos años en ponerle nombre a aquella práctica sexual que consentí, sin desear: coerción.

«Coerción» es un concepto que puede verse confundido con el consentimiento, porque una de las partes cambia de idea y termina accediendo, lo que no significa que esa decisión se haya tomado de manera libre.

Sin embargo, si no quieres mantener una experiencia íntima del tipo que sea y lo haces finalmente por motivos ajenos, no estás consintiendo voluntariamente, sino que es fruto de factores externos.

Entre ellos está la insistencia (a la que quieres poner fin), la culpabilidad que crece dentro de ti por no cumplir la expectativa de pareja que se espera, el miedo a la reacción que pueda tener tu negativa, las amenazas, persuasiones, incomodidad…

La coerción puede llegar en cualquier momento de tu vida, bien por parte de esa persona que estás empezando a conocer -y con la que todo parece ir de maravilla-, hasta tu pareja, con la que llevas varios años de relación.

Al principio puede tomar muchas formas: «No seas monja, todo el mundo ha tenido sexo a tu edad», «Llevamos viéndonos unos meses, ¿cuándo va a ser el momento?», «Solo es sexo, le das demasiada importancia», «No debes de ser tan buena en la cama, igual por eso estás soltera»…

¿Cómo se ve la coerción en pareja?

Aunque, por experiencia personal, es dentro de una relación estable cuando más sucede la coerción.

Y uno de los motivos sería que todavía hay personas que forman este tipo de vínculos con la equivocada idea de que estar en una pareja significa tener una barra libre de sexo.

Quizás es más difícil de identificar porque cuesta pensar que nuestro novio o novia está mirando únicamente por sus deseos (y no le importan los nuestros).

También porque puede disfrazarse de varias maneras, como ‘transacción’: «Recojo la ropa del tendedero, pero luego un poco de sexo» o «¿Seguro que no te apetece si te doy un masaje?».

Es también coerción hacer hincapié en los tiempos cuando estás en un momento en el que no te apetece, por la razón que sea: «¿Crees que esta noche te vas a sentir con ganas?», «No puedo esperar a que se te pase esta etapa tan rara», «Llevamos mucho sin tener sexo, me cuesta cuando pasa tanto tiempo»…

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O como chantaje emocional: «Las parejas tienen sexo, si no vamos a hacerlo deberíamos terminar», «Lo necesito ahora», «Si no tienes ganas conmigo debe ser porque me estás engañando y estás poniéndome los cuernos con otros»

Y, por supuesto, otro factor coercitivo es apelar a la culpabilidad de estar en deuda con la otra persona: «¿Cómo que no quieres? Es San Valentín», «No creo que me quieras tanto como dices» o «Tienes suerte de que siga contigo, podría estar buscando sexo fuera de la relación».

A modo de friendly reminder, quiero repetir que tenemos el derecho de decidir cuándo nos apetece tener sexo y un «no» debería ser siempre respetado, venga en la manera que venga, ya sea expresado alto y claro o en forma de lenguaje corporal.

Se puede cambiar de idea y que el deseo se reactive, claro, la diferencia es que la decisión parte de ti, mientras que todas las estrategias que busquen convertir nuestra falta de ganas en un «sí» son coerción.

Que no se nos olvide que el sexo no es algo que se hace, es algo que se comparte.

Mara Mariño

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Así afecta a tu satisfacción sexual hacerlo por ‘obligación’ o por deseo

Para mí, la principal diferencia entre no ponerle nombre a algo y empezar a llamarlo ‘relación de pareja’, radica en el compromiso.

El compromiso de trabajar en los diferentes pilares de la relación como son la comunicación, la confianza, la afinidad, el cuidado y respeto y la afectividad, muy relacionada con la vida sexual.

pareja satisfacción sexual

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Mostrar la libido y compartir el placer también nutren la relación. Nos hacen sentir que la otra persona nos desea y nos atiende.

Pero siendo una de las esferas de toda pareja hay quien puede vivirla como un deber, especialmente cuando se trata de relaciones largas en las que puede haberse instaurado la monotonía o, directamente la motivación por tener sexo ha caído en picado.

Dentro de que son muchas las causas que entran en juego si se dan estas circunstancias (que antes había mayor tiempo para experimentar e introducir novedades, pero ahora la rutina impide mantener el mismo espacio, por poner un ejemplo), nadie debería hacer nada porque lo siente su deber.

Primero porque el sexo es algo que debería vivirse desde el deseo y segundo porque tiene unas consecuencias desastrosas.

Que es algo que ha revelado un nuevo estudio de la publicación Journal of Sex Research.

Los resultados mostraron que aquellas personas que tenían cualquier tipo de sentimiento de obligación hacia las relaciones sexuales, experimentaban menor satisfacción que aquellas que lo veían como hacer algo bonito por la pareja.

Este grupo tenía la misma satisfacción sexual que las parejas que afirmaron tener sexo por deseo.

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La conclusión a la que llegaron fue que la satisfacción es un factor que está ligado a la percepción que tengas de ese encuentro.

Una deducción que va en la misma línea de otros estudios previos que descubrieron que quienes tenían sexo por la motivación del placer físico, tenían emociones positivas, mayor deseo sexual y satisfacción en la relación.

Mientras que quienes lo hacían por evitar conflictos (tener que dar explicaciones del rechazo, por ejemplo), experimentaban emociones negativas, terminaban teniendo conflictos igualmente y un menor deseo sexual.

A toda esta información es interesante añadir el dato del género de los votantes, ya que la mayoría de las personas que en el estudio eligieron la opción de sentirse obligadas fueron las mujeres, un dato que se ha repetido en una encuesta rápida que he replicado en mi Instagram.

La visión coitocentrista

Y es algo que encaja si tenemos en cuenta dos factores: el primero que cuando hablamos de ‘tener sexo’ pensamos automáticamente en el coito, porque es la práctica que nos han dicho que es perfecta para parejas.

Pero lo cierto es que las mujeres que llegan al orgasmo a través de este método no alcanzan ni el 30%, por lo que si seguimos pensando en la penetración como práctica por excelencia, es normal que la motivación por el placer físico sea menor.

En segundo lugar que somos nosotras quienes a día de hoy seguimos recibiendo mensajes de que si no le ‘damos’ a nuestra pareja lo que quiere, corremos el riesgo de que corra a buscarlo en otro lado.

Si dejamos de pensar en el sexo como una sucesión de polvos en distintas posiciones y más como un universo de exploración, donde todas las prácticas tienen cabida, quizá nosotras también tendríamos el mismo interés.

Y también recordar que si la única motivación que tiene una persona para seguir en una relación es metérnosla, es el momento de buscar nosotras a alguien mejor.

Porque satisfacción sexual es también construir una intimidad al lado de quien te hace sentir valorada al completo.

Mara Mariño

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De los cinco sentidos, este es el que más nos excita a las mujeres

Dicen que la unión de los cinco sentidos en el ámbito sexual hace la fuerza. O, más que la fuerza, tratándose de la intimidad, el placer.

Sí, vivir(nos) con todas las percepciones que nos llegan desde los órganos que nos permiten conocer el entorno -permitidme que me ponga técnica- potencia la experiencia, aunque muchas veces no pensemos en involucrarlos de manera activa.

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Hay quienes prefieren el poder se una mirada y quienes se decantan, en cambio, por degustar ese buffet libre de sabores y texturas que es el cuerpo del otro.

En teoría, se dice que mujeres y hombres preferimos uno u otro sobre los otros cuatro. Y, una encuesta en mi Instagram entre mis seguidoras confirma el que dicen que es el sentido que más nos excita a nosotras.

El oído es el que sirve de calentamiento, sí, pero también gatillo para disparar un orgasmo. Y es el sentido que más veces se repite en las respuestas de diferentes maneras.

Aquí van algunas ideas:

«Susurros al oido», «que hable sexy», «dirty talk», «que me diga lo que les gustaría hacerme al oído», «escucharlo a él gemir», «que me llame por mi nombre»…

Se llevan la segunda posición las miradas, representantes de la vista, como punto de encuentro entre los participantes, pero también para darle suelta al voyeurismo que llevamos dentro viendo de primera mano el placer que siente la otra persona.

«Miradas intensas», «que haya contacto visual», «que me mire fijamente a los ojos», «mirar a los ojos y ver cómo está disfrutando locamente»…

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En tercer lugar son los mordiscos, una mezcla entre gusto y tacto, que representan esa línea entre placer y dolor que muchas recorremos con gusto e incluso pedimos con más fuerza (y para prueba las respuestas).

«Mordiscos», «que me muerdan y morder», «que me muerdan en el cuello en plan heavy», «morder partes erógenas»…

Fuera del top 3 de la clasificación quedan las caricias, ligadas con el sentido del tacto puro y duro, pero más sutil, para llevarnos a un estado de mindfulness siendo capaces de conectar hasta con el roce más delicado en la piel.

«Soft touches», «recorrer con los sentidos toda la superficie de la piel», «que me acaricie»…

Pero también resulta muy votado la estimulación de los pezones con la boca de la manera que sea: «Que me coman los pezones», «que me lama los pezones»…

Mis seguidoras resaltaron también la conexión, del sexo oral, los besos en el cuello (y otras partes erógenas), la masturbación y la comunicación como factores que les pierden en la cama.

Así que ahora que lo sabes… ¿A qué esperas para calentar la voz?

Mara Mariño

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La disritmia sexual: cuando vuestras ganas no coinciden

Si hay ocasiones en las que es imposible ponerse de acuerdo para escoger el sitio donde ir a cenar, ¿cómo vamos a coincidir con nuestra pareja siempre que tengamos ganas de sexo?

No, eso de que se sincronicen las libidos, y además tengamos un momento libre y -me invento-, la casa disponible sin padres, hijos o compañeros de piso, no es lo habitual.

pareja cama deseo

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Aunque ya hace unos meses os contaba cómo hacer si lo que pasaba era que tenía menos ganas que tú o al revés, no es lo mismo si ambos queréis pero os pilla el deseo en ocasiones distintas.

El deseo depende de un montón de factores: entre ellos está el estrés, el cansancio, los problemas laborales, familiares o de pareja.

Así que cuando aparece, y los calendarios eróticos no se encuentran, es lo que se conoce como disritmia sexual.

Por experiencia propia, puedo decir que la convivencia es la primera que genera desajustes (sí, por raro que parezca).

Si se comparte el mismo espacio, ¿cómo no va a darse una coincidencia en algún momento de todas las horas del día?

Somos animales de costumbre y pasamos de la jornada de 8 horas en la oficina al gimnasio, después el plan con amigas y luego la serie de turno al terminar de cenar.

La otra persona tiene también la misma rutina. Y salir de ella, aunque sea para pasar un buen rato, nos da una pereza tremenda y nos descoloca.

Cuando esto sucede, la comunicación -como en todo- es la clave. Expresar que en ese momento no apetece o que no se está de humor por cualquier cosa.

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Así que, si somos quien no quiere continuar, nuestra responsabilidad hacia la otra persona es decirle qué nos sucede y por qué no queremos seguir.

Por otro lado, si recibimos esa respuesta, lo suyo es que entendamos que se trata de un momento puntual, mostremos apoyo y comprensión (en ningún caso forzando a continuar el encuentro) y lo dejemos para otra.

No es el fin del mundo ni tiene mayor importancia.

Si que haya deseos a destiempo tiende a repetirse, mi consejo es que lo planifiquemos.

Más que nada porque a veces, tener sexo con tu pareja, es como quedar con esa amiga que llevamos siglos sin ver.

Podemos tener muchas ganas de ponernos al día que, si no hacemos un esfuerzo en hacernos hueco y acudir a la cita, seguiremos con el «tenemos que vernos» sin que nunca llegue a pasar.

Y, además de utilizar el calendario como aliado, tampoco está de más que nos planteemos qué buscamos en un encuentro sexual cuando tenemos ganas de disfrutar.

Pensamos que la penetración es lo único que cuenta como sexo, pero podemos hacer otras cosas.

Si solo tenemos 5 minutos, puede ir desde a acariciarse a besarse, pasando por tocarse brevemente o hacer cualquier cosa que no necesariamente termine en penetración. 

De esa manera ganamos en variedad y diversión y le abrimos la puerta a otras prácticas que quizás tenemos más olvidadas o en segundo plano.

Mara Mariño

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Sí, puedes tener un orgasmo y no sentir placer

¿Hay algún momento de nuestra vida donde pasen cosas más curiosas que en el sexo? Tengo mis dudas…

Objetos inesperados, posturas que solo se limitan por la imaginación, sonidos que nunca habías escuchado y sensaciones que, hasta ese momento, desconocías.

Resumen: en la cama y fuera de ella puede pasar de todo.

pareja cama placer

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Pero -claro que tenía que haber un pero-, aunque sea algo que practicamos por puro placer, no siempre lo conseguimos.

A mí me ha pasado que, justo cuando todas las señales de mi cuerpo indicaban que estaba a punto de caramelo, cuando parecía preparada para tener un orgasmo espectacular, se ha quedado en nada.

Me ha recorrido un pequeño temblorcillo y fin. Hasta ahí. Como cuando pones cava en una copa y parece que estás desbordando, pero luego apenas llega el líquido a la mitad.

Además, sabía que había terminado todo porque, si seguía tocando, mi cuerpo respondía raro. Con ese espasmo incómodo que parece decir «Ya. Se acabó. No doy más».

La primera vez que me pasó, me quedé helada. «¿Pero dónde está?». Casi me daban ganas de buscar entre las sábanas o mirar debajo de la cama.

¿Es posible que se me haya perdido un orgasmo? Lo cierto es que sí, no todos los orgasmos son iguales y el caso que he relatado, es más común de lo que parece.

Porque podemos alcanzar el clímax sin que el placer le acompañe.

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La práctica llevada a cabo es algo que tiene poca relevancia, da igual si sucede durante la penetración, sexo oral…

Desde Lelo, la marca de juguetería erótica, desvelan el misterio de los orgasmos poco placenteros: es una falta de entendimiento entre la excitación del cuerpo y la mente.

Lo que significa que, de la misma manera, nos puede pasar sin estar en compañía de nadie durante una sesión de masturbación -especialmente si es durante el teletrabajo, porque la cabeza puede seguir ‘conectada’ al ordenador dándole vueltas al mail sin contestar-.

También puede que haya motivos físicos o psicológicos de por medio (que pueden necesitar que lo abordes con un profesional).

O, directamente, una falta de deseo porque una de las dos personas está más predispuesta que la otra.

En mi caso, siendo algo tan puntual, tiendo más a pensar que mi cabeza no estaba donde tenía que estar.

Por eso, en vez de agobio, me ha servido como reflexión, la de que el orgasmo no puede ser el fin último.

Porque puede darse o no. Y, si se da, quizás no es tan placentero como esperábamos. Entonces podemos seguir obsesionándonos con perseguirlo como si fuera el único premio…

O empezar a disfrutar de una relación sexual desde el momento que comienza en nuestra cabeza, con la anticipación de que va a llegar un encuentro con otra persona, y hasta que nos vestimos de nuevo.

Porque el placer está en todo: en la piel, en el olor, en el sabor, en el sonido, en él apoyado contra la pared mirándote desde arriba… En el orgasmo también, claro, pero no dejemos que lo monopolice todo.

El sexo es demasiado grande como para limitarlo a esos 11 segundos.

Mara Mariño

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Sobre el ‘despiste’ de equivocarte de orificio durante la penetración

Hay momentos en los que, cuando tienes sexo con otra persona, te quedas pillada por alguna razón.

Puede ser la típica interrupción de repasar mentalmente dónde guardas los condones (la última vez los moviste para que tu gato dejara de jugar con ellos), pasar previamente por el baño para quitarte la copa o cuando notas que algo no está yendo como esperabas y no sabes cómo reaccionar.

La reflexión de hoy va de uno de esos casos.

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Soy la primera consciente de que los genitales femeninos no son la estructura más fácil e intuitiva del mundo.

Me encantaría que resultaran tan mecánicos y fáciles de interpretar como un pene. Pero son más bien como la web de la Renfe.

O la conoces al dedillo porque la visitas a menudo o terminas sin saber dónde está cada cosa.

Tenemos pliegues, texturas, agujeros y todo está hacia abajo y muy cerca unas cosas de otras.

Es más, recuerdo que un amigo me contó que, lo que más les sorprendía a los hombres la primera vez que tienen, sexo era lo ‘abajo’ que está la vagina cuando se la esperan a la altura del pene, coronando nuestro pubis.

Así que soy bastante comprensiva cuando, como digo, un dedo, una lengua o cualquier otro apéndice, termina en el agujero que no esperaba: el ano.

Y es que a la hora de tener sexo con penetración con una persona, no parece necesario hablar para que quede claro que, el orificio en el que va a suceder la acción, es la vagina.

Por eso es muy habitual que, si por un casual notamos que la vagina queda atrás en el olvido y se va en la dirección equivocada, nos cerramos en banda y preguntamos si todo bien o si necesita ayuda con las indicaciones.

Sin embargo, ese error de dar con alguien que se ‘escurre’ o se equivoca, nos ha pasado si no a todas, a la mayoría. Como comento, teniendo en cuenta el diseño de nuestra anatomía, es algo bastante frecuente. 

Si recordamos que solemos tener sexo con la luz tenue (aunque yo recomiendo recrearse con las vistas), más todavía.

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Pero ¿qué hay de los casos en los que se usa como excusa para seguir adelante y conseguir una penetración por la otra vía?

Cuando eso nos sucede -porque solemos saber discernir cuando se trata de una confusión y no de algo intencionado- para nosotras es muy tenso y hasta preocupante.

Especialmente porque no se ha negociado previamente.

A diferencia de la vagina, que sí está preparada para la penetración, es una zona que necesita mucha más preparación y puede resultar, además de incómodo, muy doloroso.

Por eso creo que debe ser siempre puesto sobre la mesa antes de ponerlo en práctica.

Es más, precisamente como necesita un buen calentamiento y una charla previa (algo que en el porno nunca sucede y lleva a más de uno a pensar que en la vida real es así), hay quienes se refugian en que a nosotras nos puede dar demasiada vergüenza o quedar lo bastante asustadas como para que pidamos que se detenga la práctica.

Si quieres ahorrarnos la incomodidad, saca el tema primero.

Es tan fácil como «Oye, ¿te gustaría tener sexo anal?». Y por supuesto respetar la respuesta, ya sea afirmativa o negativa.

Porque aunque no lo hayamos hablado, si no queremos practicarlo, que lo hagas por error no te va a llevar a conseguirlo.

Es más, lo que vas a realizar es una práctica no consentida y se considera violación.

Mara Mariño

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¿No lo hacéis nunca? Es el momento de probar el sexo de mantenimiento

Voy a soltarlo: con los años, el sexo deja de ser tan estimulante como al principio. Es más, si se vuelve repetitivo, como fue mi caso con mi ex, termina siendo bastante aburrido.

Llegué a un punto que, antes que echar un polvo, prefería limpiar el que se acumulaba por encima de los muebles.

sexo mantenimiento

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Ahora mismo a lo mejor no lo necesitas. Estás en esa etapa maravillosa donde lo hacéis como conejos.

Ese momento en el que incluso te gusta el sexo en el agua, porque las ganas son capaces de superar el escozor de lo seco que se te queda todo dentro.

Pero esa etapa no es infinita, le sigue una más tranquila, donde pareces no coincidir nunca con el deseo de tu pareja o incluso te rechaza porque no está de humor.

Así que cuando no coincidís, cuando todo está enrevesado y la frecuencia ha caído en picado, podéis llegar a pensar que estáis en una crisis sexual de la que no podéis salir.

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Pero no, ahí es donde entra el sexo de mantenimiento.

(Y es algo que habría podido poner puesto en práctica, pero se nos acabó la relación primero. Aunque esa es otra historia).

El sexo de mantenimiento es el polvo (o polvos de rigor) que se ponen con el objetivo de que, conectar íntimamente, siempre tenga un hueco en nuestra rutina.

Empieza por tener una conversación en la que sois conscientes de que estáis teniendo menos sexo y os ponéis de acuerdo en que queréis hacer algo al respecto.

Que por tu cuenta lo mantengas vivo (hola, masturbación) es fundamental, pero este check es la manera de que sigáis teniendo relaciones con el paso del tiempo.

O cada tres días o mensual, la frecuencia es la que decidáis y depende de un montón de factores.

De si vuestro estilo de vida os lo permite, de vuestra sala, el deseo sexual o si hay una ola de calor y no quieres tocarle ni con un boli…

 

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Los beneficios

Y la gran pregunta, ¿en qué te beneficia el sexo de mantenimiento, más allá de llevarte un orgasmo en compañía?

Pues que muchas veces empiezas sin muchas ganas pero, en cuanto vences la pereza inicial, terminas animándote.

Sobre todo ayuda a esa falta de sincronización, ya que, siendo personas diferentes, no tenemos la libido sincronizada, como sí nos pasa con el calendario de Drive para poder organizarnos las vacaciones.

Que uno tire resulta de ayuda. Pero que no sea siempre el mismo porque eso ya es otro problema (del que os hablé en este artículo).

Además de seguir alimentando el vínculo entre ambos y la intimidad, darte un buen revolcón es el mejor aliciente para tener ganas de tener sexo la próxima vez, conectas de nuevo con tu pareja y liberas un buen chute de endorfinas.

Así que no lo dejes en el aire, como hacías hasta ahora, porque te arriesgas a que no suceda.

Ponle fecha y hora, asegúrate de que, para entonces, ni te llama tu madre ni toca pasear al perro. Ese rato es para vosotros y nadie más.

Que digo yo que si te organizas para la partidita de pádel, también puedes ponerte con eso. Te prometo que te lo vas a pasar tan bien o mejor.

Mara Mariño

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En pareja, ¿que surja espontáneo o planificarlo?

Parece que no hay discusión cuando llega el momento de ponerse de acuerdo entre qué sexo es mejor: si el que surge de repente o el que se planea.

pareja sexo espontáneo

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Como si de un plan improvisado de viernes tarde se tratara, todo lo que suponga dejarnos llevar y sorprender, gana puntos en la comparativa.

Pero, y aquí va mi opinión contraria a esto, ¿qué pasa con las ventajas de organizarlo con tiempo?

Ponerse en las manos de la espontaneidad está muy bien siempre y cuando se tengan ganas, energía y tiempo, tres factores que con una rutina de trabajar, ir al supermercado, los niños, el perro, la lavadora y los trámites en el banco, no son siempre habituales.

Por eso, seleccionar una fecha y un momento es decirle al día a día que no todo va a ser logística, también hay un rato para disfrutar (en soledad o con compañía).

Soy una defensora de hacerlo de esta manera porque la expectación consigue alimentar mi deseo.

Solo el momento de fantasear con ello o ir a una tienda erótica, a por algo que vaya a participar en el juego, preguntar dudas o pedir consejo sobre una nueva adquisición, están empezando a construir unas ganas que van creciendo.

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Y el culmen, cuando toca dejarlas salir, es ese rato reservado -única y exclusivamente- para el placer.

Hay quien dice que es imposible superar las expectativas de un sexo casual, que solo con lo inesperado de la situación ya gana al planificado.

Pero también puede salir bien, normal o fatal. La diferencia del que se planifica es que hay una parte de disfrute -toda la previa- que ya cuenta.

Además, si lo planeas con antelación tienes más factores bajo control e incluso previsión de reconducir las cosas (un juguete a mano mejora cualquier encuentro).

Así que la próxima vez que te plantees que tu vida sexual no está siendo perfecta porque le falta espontaneidad, ponte las pilas organizando el siguiente encuentro y me cuentas.

Mara Mariño

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‘Green flags’ en la cama

En varias ocasiones me he preguntado qué era lo que hacía de alguien un buen amante. ¿Era que durara mucho en la cama? ¿Que tuviera unos genitales de escultura griega? ¿Que empotrara?

(Si lees mi último artículo, seguro que esto precisamente no).

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No era ninguna de esas cosas porque, lo que realmente me hace identificar si es o no bueno en la cama, es la química.

El chispazo de la mirada al otro lado de una jarra de cerveza o el aleteo en la entrepierna si te entra un selfie que se ha sacado con el pelo alborotado y la barba de varios días sin retocar.

Esa electricidad, que ya anticipa lo que se viene, es lo primero. Aunque no lo único por lo que doy puntos.

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Si analizo lo que realmente valoro, me doy cuenta de que es aquello que me hace sentir tenida en cuenta. Por eso mi lista de green flags -o luces verdes en el sexo- empieza por que se lave las manos antes de empezar.

Los dedos van a jugar un papel importante, ya te lo digo yo. Qué menos que, se metan por donde se metan (ya luego elegimos si boca y orificio), no añadan más bacterias a la ecuación.

Cuando, al poco de que se dé el primer encuentro, se arrodilla y baja antes que yo, la puntuación sube y sube.

Por mi experiencia, no todos los hombres que me he cruzado en el camino están igual de dispuestos a hacerlo. Así que dar con quien lo haga por iniciativa propia, es una maravilla de la naturaleza.

Un buen amante es quien me ve desnuda y preciosa (y lo repite varias veces). Sentirme deseada es el mejor cohete para la autoestima. Si me regalas los oídos, me vengo arriba hasta el punto de que me transformo.

Salgo de mi piel y soy stripper, dominatrix, sumisa, cariñosa, juguetona, fría, seria, switch o mezquina. Tengo la confianza de convertirme en cualquier cosa con una palabra bien dirigida.

Valoro más que cualquier postura digna del Circo del Sol que se preocupe por si me está gustando. Que pregunte si me está haciendo daño o si va bien así.

Un buen amante es quien quiere saber si estoy cómoda o prefiero cambiar. Quien pregunta qué puede hacer para que llegue al orgasmo. Si me toco yo, me toca él o cogemos un juguete.

Porque esa es otra. La liberación y el universo de posibilidades que se abren cuando propone usar un juguete…

Tengo una colección amplia, y que sea consciente de ello -y quiera usarla para disfrutar juntos– es la mejor de las señales.

Es un cartel gigantesco de «Aquí sí es» porque tiene la mente lo bastante abierta de entender que esto es pasarlo bien por placer. Sin más tabús ni rayadas. Eso queda fuera de la cama.

Buen amante es quien me escucha y entiende los límites. Quien para ante la duda o cualquier negativa. Quien da más fuerte porque lo pido y sabe que es mi manera de consentir un disfrute.

Y que se ría. Que se ría de que suena el colchón, el golpeo en la pared, ese muelle que chirría, el condón que cruje, el aire que sale de la vagina y cuando el escupitajo queda repartido a medio camino, porque no se lanzó con bastante fuerza.

Si pasa todo lo anterior, no es que recuerde el sexo como algo memorable. Inolvidable es la persona con la que tuve ese sexo.

Mara Mariño

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