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Tinder Australia incluye anuncios sobre consentimiento (y España debería tomar nota)

Cuando te descargas Tinder y seleccionas qué preferencia tienes, la aplicación procede a enseñarte un sinfín de perfiles para que empieces con el mítico swipe left o swipe right. Menos si estás en Australia.

Una iniciativa del CRCC (Centro de Crisis por Violación de Canberra) ha conseguido que, entre match y match, aparezcan anuncios sobre el consentimiento.

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TINDER AUSTRALIA

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

Desde que dio comienzo la campaña, a los australianos les aparecen frases como «¿Sabes cuál es mi palabra de seguridad? ‘No’ es la única palabra que deberías necesitar», «Si el sí no se comunica verbal o físicamente, es un NO» o «Si cada acto sexual tiene mutuo consentimiento, es un SÍ».

El objetivo además de resolver las dudas que aún puedan existir sobre el consentimiento es, por supuesto, el de cambiar las actitudes de los usuarios que usan la app.

Además, al animar a hacer comprobaciones durante el encuentro, para asegurarse de que se está a gusto con lo que está sucediendo, se promueve la idea de que el consentimiento es una conversación constante.

Algo que es una de las asignaturas pendientes, porque además de los famosos contratos que algunos popularizaron en redes creyendo que serían la ‘solución’ -antes que ir cerciorándose del bienestar de su acompañante-, ha habido intentos de webs o aplicaciones que ofrecen la opción de ponerlo por escrito.

El consentimiento algo que se puede revocar, lo que aparece reflejado en el cambio de la Ley de Enmienda de Delitos de 2022 que cambió el principio de presunción del consentimiento.

Es decir, que además de que debe haber una conversación continua y mutua entre los participantes, la ley también establece que las personas tienen derecho a elegir no participar en actividades sexuales

En España, si vamos al artículo 178, la teoría también la tenemos  al día: «Solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona».

Porque, por desgracia, muchas de las interacciones de citas de hoy en día comienzan en línea, no son consensuadas y por tanto inseguras.

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A nivel nacional, tenemos datos que prueban esto, este año gracias al informe ‘Apps sin violencia’ de la Federación de Mujeres Jóvenes.

Basado en casi mil encuestas, los resultados revelaron que el 22% de las mujeres que tuvieron una cita a través de una aplicación sufrieron una violación.

Por otro lado, según el mismo informe, se calculó que el 57,9% de las entrevistadas se han sentido presionadas para tener sexo con los hombres con los que quedaron.

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TINDER AUSTRALIA

Aunque todavía es pronto para saber cómo ha funcionado en Australia esta medida, sí podemos sacar en claro que son recursos que superan a Tinder España (y otras aplicaciones de conocer gente).

En la aplicación de nuestro país solo aparece la definición de consentimiento en la guía de términos y condiciones, algo que acompañan de una lista de recomendaciones.

Pero si con el «Curso intensivo» de consentimiento, que es como lo llaman, ha habido un 20% de violaciones, igual es que no es suficiente.

Soy consciente de que las aplicaciones para ligar no tienen la culpa de lo que la gente haga después de hacer match. Idealmente, una educación en el respeto del consentimiento, recibida desde la infancia, sería clave.

Pero mientras no suceda, mientras sigamos luchando por conseguir que se respete un «no» o se pare inmediatamente ante una falta de entusiasmo, la opción de Australia se presenta como un refuerzo de cara a recordar de qué manera deberían ser los encuentros.

Así podrá evitarse que se sigan perpetuando agresiones sexuales con violencia o sin esta, pero sin ser deseadas.

Mara Mariño

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Si te cansan las aplicaciones para conocer gente, puede que tengas ‘burnout’ de ligar online

La primera vez que me abrí Tinder pensaba que iba a ser la última. Que encontraría a alguien al poco tiempo y hasta ahí mi relación con la aplicación.

Llegó una segunda, unos años más tarde, y la tercera vez que la instalé. La definitiva.

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PEXELS

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Y no me salí de allí por no dar con personas a quien me interesara conocer, sino por la cantidad de gente y la despersonalización, que me hacían sentir agobiada.

Yo no sé tú, pero mi trabajo es estar delante de una pantalla.

Lo último que me apetecía en esa ocasión era pasar más tiempo pendiente de crear una relación con un dispositivo de por medio.

Ahí fue cuando me di cuenta de que estaba hasta las narices, completamente quemada del sistema de conocer a gente online mediante una app.

Estaba experimentando el dating burnout.

Es una sensación que va desde el hartazgo de los eternos swipes, el aburrimiento de las conversaciones que no van a ningún lado hasta la mala educación que puedes recibir a través de la aplicación (que casi parece que se ha normalizado hablar mal).

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O incluso que termines sufriendo un ghosting después de algunas citas porque, quien te guarda en la agenda como «Elena Tinder» es como que te pone en una categoría de segunda, la de alguien que no merece responsabilidad afectiva por ningún lado.

En fin, que las razones por las que terminas hasta el gorro son muchas y muy variadas.

Que fue también mi caso, por cierto. A la tercera fue la vencida de verdad.

No la cerré porque recuperara la esperanza en dar con personas afines a mí en el mundo offline, sino por no aguantar más.

Es curioso que, al poco, conocí a alguien en vivo en directo y dio comienzo una bonita historia.

Casi podría parecer que el karma que había ido acumulando de malas experiencias me guardaba una sorpresa positiva.

Del mundo online a conocerse de forma orgánica

Fue algo que comentaba también hace poco con una chica que conocí haciendo senderismo. Estaba harta de conversaciones que nunca terminaban en cita, pero se encontraba tan liada que no veía otra forma de conocer gente.

«¿Y haciendo esto?» le contesté. A fin de cuentas, yo había conocido a la persona con la que estaba quedando en un evento social/deportivo del estilo.

Así que al final, la solución es tan sencilla como buscar cosas que te gustan fuera de la pantalla.

Porque es donde tienes más posibilidades de encontrar a quien le gusten también esas aficiones y ya sea un punto de partida.

Menos en mi caso, que fui una patata jugando al voleibol, pero cuando me vio cayéndome por todas partes y riéndome de mí misma, descubrió que tenía el sentido del humor como el suyo.

Otra de las formas ‘orgánicas’ que cada vez es más frecuente es empezar a hablar con un amigo de amigo o conocido que encuentras a través de una red social.

Un encuentro que está a medio camino entre una app de ligar y conocer de manera natural, porque recuerda a cuando te presentaban a alguien (con la diferencia de que lo tienes al alcance de un follow cuando ves que tu amiga sube una foto a su historia con esa persona que te interesa).

De cualquier forma, apuntarte a un evento de speed dating o cosas que no tienen que ver con tu vida sentimental -como un deporte, asociación, clases de baile, planes con desconocidos, networkings, viajes para personas solas, etc-, son muy buenas alternativas si has llegado a tu límite con las aplicaciones y quieres seguir relacionándote.

Y, si no está ahí la persona de tu vida, las amistades que vas a hacer por el camino, son también un amor que bien merece la pena encontrar.

Mara Mariño

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¿Te cuesta decidir con qué ‘match’ quedar? Tiene una explicación

Entré en una aplicación de ligar pensando que, si conocía gente que le había servido para descubrir a su pareja, ¿por qué a mí no me iba a funcionar?

Incluso probé lo de promocionar mi perfil para que apareciera en la lista de personas ‘populares’ del día, las que estaban a la vista cada vez que se entraba a la app.

Mi objetivo era llegar al máximo número de usuarios.

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PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

Empecé hablando con un chico, pongamos Enric, de Badalona. Luego Mark, de Australia. Al poco llegó Harry, oriundo de Atlanta que también hacía CrossFit.

Tenía unos 10 chats abiertos que tenían buena pinta. Pero más perfiles interesantes llegaron. Porque, aunque seguía hablando con los primeros, la lista iba in crescendo.

Fue cuando empecé a dejar de contestar con los que me parecía que tenía menos compatibilidad, tenía que aprovechar el tiempo en la app.

En los ratos muertos viendo una serie o andando por la calle, cuando solo tenía una mano y era incómodo contestar, seguía haciendo match deslizando a un lado y a otro.

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Los pretendientes –viejos y nuevos– ya iban camino de convertirse en un número mayor que mi edad.

Pero no sabía cuándo parar ni a quién aceptarle esa quedada para desvirtualizarnos. Solo seguía con el match y el unmatch.

No lo sabía, pero aquello tenía un nombre y una explicación: la paradoja de la elección.

Cuantas más opciones de chicos tenía, más complicado se me hacía decantarme por uno de ellos.

No conseguía decidirme sin pensar que podría estar quedando con otro mejor, con el que encajar más.

El desencanto llegó cuando me di cuenta de lo difícil que era materializar las citas una vez me había propuesto tenerlas (con el proceso de casting que había implicado).

Me dieron dos plantones y solo había tenido una cita porque, a ellos, les pasaba lo mismo que a mí.

Tenían a tantas chicas tan ‘cerca’ -o esa es la sensación que nos dan las aplicaciones- que ¿cómo elegir solo una?

Me terminé borrando la aplicación. Aquello no estaba funcionando.

Lo que debía simplificar las cosas, las hacía aún más enrevesadas. Y, casualidad o no, al poco tiempo conocí a alguien en persona.

Aunque esa es otra historia.

Mara Mariño

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¿Te vienes a analizar mi perfil de Tinder?

¿Sabes ese refrán que dice que todos los caminos llevan a Tinder? Bueno, igual no es un refrán y me lo acabo de inventar.

Pero al final es difícil no caer en la app de la llamita. Y, cuando me lo abrí en mi caso, nueva en la ciudad y soltera, parecía la ocasión perfecta.

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PEXELS

(No me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Como redactora que soy, la parte más interesante me parecía la de redactar mi biografía. No me mal interpretes, las fotos están muy bien, pero es en el texto donde se cuece la marcha.

Es la diferencia entre que «Jon, 29, entrenador de gimnasio» pase de ser una historia de una noche, a un ligue potencial.

Por eso quise mimarla, quise mimarla tanto que como se me agotaron los caracteres, amplié el contenido en las fotos del perfil poniendo más texto sobre fondo blanco.

Todo eso lo he recopilado para analizarlo contigo y explicarte por qué lo hice así.

 

Para mí era fundamental que el perfil transmitiera naturalidad. Que se viera que soy tan casual como una tapa de aceitunas. Y que tengo sentido del humor.

Haciendo reír a mis citas desde 2008 podría poner también, que es cuando empecé a quedar más en serio.

Qué busco era otro de los palos que quería tocar, y, con el comentario de mis padres -medio chiste medio en serio- quería sacarme de en medio de los que tuvieran en el radar cosas esporádicas.

No busco un hijo en la segunda cita, pero entre broma y broma, la verdad se asoma.

Cosas de mi forma de ser: mi amor por la comida, mi sensibilidad, el que es mi estilo de vida era también importante que quedara reflejado desde el principio. Más vale prevenir que engañar.

Y por último, el tema de proponer citas era para evitarme el clásico “vamos a tomar algo” que no puede parecerme más aburrido. Quiero hacer cosas, no estar sentada como hago el 90% de mi tiempo en casa teletrabajando.

Con este perfil y algunas fotos, los matches llegaron. Lo que no llegaron fueron las citas, ya que en las dos ocasiones recibí plantones o largas, directamente (y es algo que sabía que podía pasar).

Después de la experiencia -y alguna otra que da para artículo aparte-, terminé borrándome la aplicación.

Así que me quedó claro que no todo era lo que yo contara, la suerte de coincidir con la persona en el momento de deslizar, tiene que acompañarte (por muy buena biografía que tengas).

Mara Mariño

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El tabú del placer anal y un corazón con tirita, lo que me dejo sobre sexo y amor en 2021

Con un sonriente selfie después de haber llorado en varios momentos de la noche. Así empezaba mi 2021.

Estaba afrontando la ruptura más complicada de mi vida con un pensamiento claro: no volvería a enamorarme, aquello había sido bastante.

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El mundo de la soltería no me sentó bien -nunca lo ha hecho, por otro lado-. Me abrí Tinder.

Me recordó lo frío que era todo, lo superficial de un swipe left y que ni un swipe right seguido del «Es un match» significaría que tendría química con la otra persona.

Me hicieron ghosting. Y breadscrumbing. Y benching.

Y todos los comportamientos que se te puedan ocurrir acabados en «ing» para una única cosa: tenerme en el banquillo con el mínimo esfuerzo.

Me quité Tinder.

2021 fue, de alguna manera, parecido a mi 2014 en el momento que identifiqué un patrón controlador por parte de alguien que pasó por mi vida brevemente.

Confirmé que todos los tóxicos empiezan de la misma forma y esquivé la bala. Lección aprendida, siguiente.

Este año me saqué de encima un montón de prejuicios. De los demás y de mí misma.

Probé cosas que nunca me habría imaginado haciendo. Y os escribí sobre ellas.

El placer anal pasó de ser un conocido, con el que me veía pocas veces al año, a una materia en la que me especialicé. Fui a un local de intercambio de parejas, saqué a paseo mi lado bisexual por una noche y tuve sexo en la calle.

Varias veces.

Me quité de encima todas esas tonterías que me encadenaban sobre mi cuerpo.

La depilación nunca me importó tan poco, estar más fuerte que la otra persona menos. Al igual que un kilo extra o si justo tenía el pelo sucio la noche que me coincidía acompañada.

Me acepté y sentí aceptada cuando llegó alguien que besó todos mis complejos. Y me dijo que le encantaban y quería repetir de comerme todos ellos.

En 2021 me abrí en Instagram más que nunca sobre mis juguetes sexuales, mis vivencias, recibí historias de mis seguidoras que me emocionaron, otras me hicieron llorar de rabia y deseé poder abrazar a quienes me las mandaban.

Decirles que no estaban solas, que viví eso mismo. Que van a superarlo. Que pueden con todo lo que puede con ellas.

Sin buscarlo, tuve sentimientos por dos personas al mismo tiempo. Iba dejando de querer a una mientras empezaba a querer a otra.

Me llevé una ostia de realidad. Mi corazón funcionaba por encima de sus posibilidades.

Eso no le impidió prenderse, volver a latir con fuerza, acelerarse haciendo caso omiso de mis miedos.

Todo por un par de ojos verdes (cuando nunca he sido de miradas claras).

He vuelto a reír a carcajadas, a sentirme especial, querida y deseada. A bailar acompañada. A responder al telefonillo con una sonrisa en la cara. A jugar, a viajar, a embarcarme en la locura que es confiar.

En 2021 me ha tocado la lotería sentimental.

Si ahora echo la vista atrás, y me pides que haga balance, te diría que ha sido un buen año.

Y que por pena que me dé que termine, creo en que la fortuna de coincidir con el amor en un partido de voley en la Barceloneta, solo acaba de empezar.

Duquesa Doslabios.
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Los perfiles que deberías buscar en Tinder si quieres algo más que ‘eso’

Mi última caída en Tinder fue tan breve como intensa. Sí, por un corto periodo de tiempo, me volví a descargar la aplicación.

Intenté confiar en todas las amigas que me habían asegurado que circulaba buen material y quise probar suerte.

UNSPLASH

«Hija, Tinder no, que hay mucha gente rara», dijo mi madre cuando se lo comenté. «Vaya que si la hay, voy a estar yo», le contesté en su momento.

Lo primero que comprobé es que, por mucho que llevara años sin usarla, no significaba que hubieran cambiado tanto las cosas. Es más, los chicos estaban igual.

Con más arrugas, claro (es lo que tiene poner el filtro entre 25 y 35 años), alguna que otra entrada e incluso hijos de anteriores relaciones, pero en esencia no habían cambiado nada.

Lo primero que hice fue ponerme una biografía molona. «Mis padres quieren nietos», escribí.

Ya con eso me aseguraba de que el 50% de hombres me vieran como un útero andante y no me siguieran el juego si su idea era una noche de pasión desenfrenada. Demasiado esfuerzo.

Del otro 50% solo hice match con un 10% de los cuales con 6 no llegué a tener química y la conversación se estancó en un ‘jajaja’ después del clásico «Qué tal y a qué te dedicas».

Dos de ellos confesarán que en verdad no buscan nada, que fluían y creían en las energías (la red flag de que aquello no va a pasar de una noche).

Uno parecía interesado pero me daría plantón y el que faltaba (¡bingo!) se convirtió en cita y terminaríamos pasándolo genial.

Y eso que mis filtros a la hora de hacer swipe right son bastante concisos. Antes que nada, una buena foto. Nada de plano movido, borroso u oscuro. Que se vea bien la cara.

Si además hay alguna haciendo ejercicio –fundamental que comparta el amor por el deporte– y me entra por el ojo, paso a la biografía.

Esos perfiles que solo tienen una cuenta de Instagram o una sucesión de emoticonos, no sé a dónde van, pero no me parece que poner «🌴🐶🍺🌎» pueda decirme sobre ti algo que no compartas con la mayoría de personas del planeta.

El interés en tomarse la aplicación como un pasatiempo o como una vía de conocer a alguien se traduce, para mí, en cosas algo elaboradas.

Amigo, no pongas solo tu altura o la frase de estado de Tuenti que llevabas a los 15 años. «Aporta o aparta», escribe bajo la imagen donde sale haciendo la peineta. Porque quiere ligar pero seguir siendo el más duro del barrio.

Si hay información curiosa es probable que de swipe a la derecha, más que nada porque puedo usarla para mantener la conversación (y ya si hace referencias a Los Simpsons, algún tipo de sarcasmo o habla de comida, me ha ganado).

Una vez hecho el match, me quedo a esperar a ver si se traduce en chat. Espero porque aunque por lo general prefiero llevar la iniciativa, en este caso sé que quienes me hablan se han visto mi perfil entero -al menos lo comprobé con la mayoría-, incluyendo la parte de darle nietos a mis padres.

Y, si no, en el momento que digo que mi idea es algo más que una noche esporádica vuelvo a hacer criba de usuarios.

Hablar es conectar. No hace falta que se chateen noventa veces al día, pero si algo tienen este tipo de interacciones rápidas es que enseguida percibes todo.

Te das cuenta de con quién no va a pasar del «¿y entonces qué has hecho hoy?» a diferencia de ese chico con el que te cuesta soltar el teléfono de lo mucho que estás disfrutando con la conversación.

Es ahí cuando el chat se queda corto y, más que pasar a WhatsApp o Instagram por un tiempo, ya me apetece quedar.

Lo de por qué me lo he vuelto a quitar ya es otra historia 😉

Duquesa Doslabios.

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¿Y si Tinder quiere que nos equivoquemos deslizando?

Tinder fue revolucionario por enseñarnos una forma de ligar online nueva hasta la fecha. Bastaba pasar el dedo por la pantalla hacia uno u otro lateral para darle ‘me gusta’ a un perfil o descartarlo.

Un gesto tan sencillo que casi hacía parecer lo de conocer gente un juego. Si encima venía acompañado del «Es un match» de que la otra persona también había hecho swipe right, la sensación de felicidad era adictiva.

TINDER

Sí, la aplicación fue la primera en añadir la opción de deslizar que otras redes sociales han copiado. Y es que el gesto es tan sencillo que nos permite navegar con la máxima comodidad.

Pero no solo eso, mover el pulgar es algo que hacemos de forma ágil y rápida, ¿el único problema? Que el índice de error es mayor que haciendo tap (presionando como si fuera el click con el ratón).

De ahí que haya veces en las que, por muy interesante que pueda parecernos alguien y pensemos que se merece pasar a la categoría de la derecha, sin darnos cuenta, le hayamos descartado.

Esto se debe, según el creador de la aplicación Jonathan Badeen, a que es un sistema tan intuitivo que se basa en las decisiones subconscientes que tomamos.

No sabemos que hemos llegado a esa conclusión cuando nuestro dedo ya está sobre el siguiente perfil

La única forma de deshacer la acción -ya sea un like, superlike o descarte- es estar pagando algún tipo de modalidad premium de la aplicación.

Puede ser una inteligente estrategia de la empresa utilizar este fallo humano como un aliciente a la hora de suscribirse (y así recibir una cuota por parte del usuario).

Pero, yendo más allá, ¿y si Tinder fuera consciente de ese margen de error y formara parte del juego?

No hablo ya de quienes busquen recuperar a aquella persona que se les ha escapado deslizando al lado equivocado, sino de que el propio fallo, que nos hace match con alguien que no esperábamos, formara parte del plan de la app para conocer gente (o, al menos, esa es la teoría de una de mis amigas).

A fin de cuentas, Twitter está lleno de historias de personas que empezaron una conversación tras haber superado un swipe aunque fuera por error.

Y, ya que el propio fundador admite que es el propio subconsciente quien decide por nosotros, ¿no será que quizás quería decirnos que sí queríamos tener una conversación aunque le diéramos al ‘me gusta’ por error?

Duquesa Doslabios.

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Fiarse (o no) del ‘crush’ de Tinder

Cuando llegas a Tinder (y todo el compendio de aplicaciones en las que conocer gente) es normal que el panorama te genere dos reacciones contrarias.

La primera y más rápida: «¿De dónde ha salido esta gente?».

La segunda, conclusión evidente de la primera reflexión: «Yo formo parte de este circo».

DEREK ROSE

Por mucho que podamos llegar a pensar que las personas que pululan en este tipo de aplicaciones forman parte de una especie distinta, nadie ha diseñado individuos específicamente para cumplir la función de aparecer en tu pantalla cada vez que deslizas a la derecha o a la izquierda.

Son (somos) gente cualquiera. Gente que se agobia cuando hace la declaración de la renta, que se olvida de comprar papel higiénico cuando tiene el último rollo a dos cuadraditos de agotarse y que quiere a su perro por encima del resto de seres vivos del planeta.

Y sí, puede parecer obvio hablar de esto, pero no tanto si nos paramos a analizar la clase de relaciones que surgen fuera de la app.

Hay un limbo cuando empiezas a quedar en el que no sabes bien de qué va todo. Un momento en el que seguís viendo a gente en el que, cualquier paso en falso, puede significar no volver a veros más.

Poco hablamos de que las fotos del perfil haciendo deporte, viajando o posando abrazada a una amiga estratégicamente recortada esconden un equipaje emocional que solo se descubre más adelante.

Ligar por la vía digital tiene ese inconveniente: solo se ve lo que queremos por varias razones: queremos gustar, subimos las murallas defensivas porque estamos detrás de una pantalla y, en muchas ocasiones, no decimos claramente lo que queremos para no ahuyentar a la otra persona.

Nos movemos en la delgada línea entre no ser muy insistentes pero mostrar el interés suficiente como para que aquello avance.

Me decía un amigo que, tras quedar brevemente e incluso viajar con una chica que conoció por internet, la cosa se había estancado. Se encontraban en un punto muerto en el que no sabían hasta qué punto estaban con el usuario de Tinder o con la persona real.

Volviendo a las obviedades, la solución a eso es quedar. Seguir dando pasos, conocerse más a fondo y hablar de forma transparente.

En definitiva, alcanzar un nivel de comunicación profundo que nos permita averiguar si aquello es real.

¿No es el mismo proceso que hacemos (salvando las distancias) cuando compramos en una página web?

Al final, por mucho que nos guste el jersey de la tienda online, no es hasta que lo vemos puesto delante del espejo, comprobamos la calidad del tejido, si es nuestra talla o si nos agobia el cuello alto, que decidimos si lo queremos incorporar al armario.

Fiarse solo de la imagen virtual nos limita hasta el punto de que perdemos la visión -y experiencia- de 360 grados con alguien que puede ser especial.

Claro que da miedo desprenderse de las corazas y empezar a combinar el jersey con la duda de si nos sentará bien o no. Pero al final, las posibilidades de equivocarnos, son las mismas que tendríamos si nos hubiéramos conocido de la manera analógica. Y, a cambio, hay tanto que ganar

Si el roce hace el cariño, la práctica hace el amor.

Duquesa Doslabios.

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¿Era necesario que Tinder añadiera el botón del pánico?

El mundo de las citas es escalofriante de por sí. Un mar digital donde la mitad de los peces desaparece al poco tiempo o, si tienes la suerte de quedar con alguien, puedes dar con el que insiste en tocarte como si no supiera qué es eso del espacio personal.

TINDER FACEBOOK

En el peor de los casos, encuentras al misógino de turno que insiste en que todas sus ex novias eran unas locas y se dedica a destriparlas o, todavía más grave, das con alguien que te gusta para no volver a saber nada nunca.

Y eso si tienes la suerte de que te toque una persona ‘normal’ (aunque lo de manosear constantemente no es algo que metería en esta categoría).

Pero también están los casos de citas que se tuercen, de esas en las que el instinto te dice «Sal de aquí. Ahora», o de las que, por mucho que te lo diga, algo te impide irte.

Para esos casos, Tinder ha añadido un botón del pánico que pretende alertar a los servicios de emergencia que, por ubicación se encuentran más próximos al lugar desde el que se manda el aviso.

Pero, ¿qué significa que los de la aplicación hayan llegado a la conclusión de que necesitamos esto? Y, sobre todo, ¿para quién está pensado?

La respuesta es bastante fácil. Solo hay que leer las noticias o ir a las estadísticas oficiales (en 2019, 35.000 mujeres denunciaron violencia de género o agresiones sexuales en España), por lo que no quedan dudas de a quién tratan de proteger este tipo de medidas.

Al final, el botón vendría a ser una versión perfeccionado de lo que nosotras llevamos tiempo haciendo, cuando antes de una cita, o en medio de esta, le mandamos la ubicación a una amiga. Para que no tenga que utilizarla, esperamos.

Por supuesto que la seguridad es importante y que todos merecemos un entorno seguro en el que poder relacionarnos.

Mi pregunta es por qué tanto esfuerzo en proteger a quien puede ser susceptible de vivir este tipo de situaciones -de las que necesita una vía de escape-, en vez de atajar de raíz los comportamientos de los que hay que pedir ayuda.

Al final, seguimos haciendo lo de siempre y no entendemos que tiene menos sentido apagar un bosque cuando está ardiendo que educar al pirómano en que no tiene que encender el fuego.

Duquesa Doslabios.

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La ‘tinderterapia’ sí es efectiva (aunque no te lo creas)

Las aplicaciones para ligar tienen (mucha) mala fama. Cuando por fin te decides a probarlas, con lo que cuesta dar el paso tal y como está el panorama, no fallan las miraditas de condescendencia siempre que lo comentas o el mensaje del ex de turno con emoticonos de risitas: «¿Pero cómo tú por aquí?».

MEETIC FACEBOOK

Por mucho que nuestras intenciones sean honradas, Tinder, Happen, Meetic, Grindr, etc, son vistas como herramientas que solo sirven para una cosa: follar.

Y por supuesto que muchos usuarios llegan ahí con ese objetivo (y hasta lo consiguen), pero lo cierto es que no solo de sexo viven las aplicaciones de conocer gente.

Un uso alternativo que casi nadie tiene en cuenta es el terapéutico. ¿Un momento de bajón? ¿Ruptura complicada? ¿Autoestima por los suelos? Darle a ‘descargar’ puede ayudarte a salir del bache.

De hecho, ese fue mi caso. Después de una separación muy dura, con mucha carga emocional, este tipo de aplicaciones se presentaban como un mundo nuevo.

Independientemente de lo que pasara desde el momento de descargarla, aquello era territorio sin explorar.

Todo lo que allí sucediera, podía terminarlo en cualquier momento sin dar explicaciones. A fin de cuentas, quienes usamos la aplicación, estamos en igualdad de condiciones: abiertos a conocer y protegidos detrás de una pantalla.

Exprimir al máximo la que puede ser considerada una de las terapias gratuitas del siglo XXI es tan sencillo como poder abrirte hasta las 5 de la mañana con una persona de la que no vas a volver a saber nada. Desahogándote como quizás no podías hacerlo con tus conocidos por miedo a que te juzgaran.

Además, el no conocer a ninguno de tus matches de nada, te da una sensación de libertad descomunal a la hora de tratar cualquier tema, desde el más frívolo si prefieres no hablar de lo que te ocurre por dentro, a lo más trascendental, encontrándote con personas que están en tu misma situación (un engaño, una ruptura, duelo…).

También quiero destacar de la ‘tinderterapia’ que, como otros tratamientos, puede llegar a sanar heridas. ¿Quién no ha vivido una situación divertida -incluyo fotos de penes- de la que se ha echado unas buenas risas después?

Y, el que es para mí el pilar fundamental: la estimulación de la autoestima.

Que estando en una fase de decaimiento emocional te encuentres con un montón de matches de gente que te encuentra de su agrado, impulsa el ego hasta la estratosfera. ¿El resultado? Recuperas la confianza perdida.

Duquesa Doslabios.

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