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Rosalía, Ariana Grande, Sofía Vergara… ¿Por qué nos entra miedo cuando rompen las famosas?

Ni el tema de los extraterrestres ha conseguido competir contra las rupturas sentimentales del mes de julio.

«Ya no sé si creer en el amor», «No lo acepto» o «Engañaron a Rosalía, qué nos espera a las simples mortales» son algunos de los tuits que se pueden leer sobre la cantante, pero también de los divorcios de Ariana Grande y Sofía Vergara.

mujer triste

PEXELS

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No las conocemos personalmente, pero el fin de sus historias de amor nos afectan como si nos hubieran pasado a nosotras. Pero, ¿por qué?

Hace unos años, esta cercanía con las estrellas a las que admiramos, era impensable.

Ahora, gracias a las redes sociales, conocemos toda su vida: a dónde van de vacaciones, qué se compran, su comida favorita…

Las vemos enamorarse, dedicarse mensajes de amor a través de comentarios o fotos e incluso prometerse y casarse.

Cuando se rompen sus relaciones, pasan dos cosas que nos revolucionan a nivel emocional: por un lado la sensación de peligro de que nuestra pareja puede ser la siguiente en terminar.

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No hay nada más humano que sufrir por amor, así que cuando ves que tu ídola está pasando por una ruptura, el famoso refrán de «cuando a tu vecino veas las barbas cortar, pon las tuyas a remojar» resuena en el fondo de tu mente.

Hacen las separaciones tan cercanas, convirtiéndose en el tema de esos días en redes o en los círculos de amigas, que sientes que puede pasarle incluso a quienes veías más enamorados. Incluso a ti.

Por otro lado, aunque nuestra vida y la vida de la celebridad nuevamente soltera estén a años luz, mantenemos la manía de comparar.

«Si a ella, que es guapa, exitosa, le pasa esto, ¿cómo no va a pasarme a mí?»

En el caso de Shakira lo vimos muy claro, la cantidad de comentarios y tuits diciendo que si esto le ocurría a la colombiana, ninguna mujer estaba a salvo, promovía un ambiente de competitividad muy insano.

Sobre todo si tenemos en cuenta que mirar a esas mujeres a las que adoramos por su trabajo solo nos va a devolver el sentimiento de inferioridad, ya que no tenemos su estatus, trayectoria laboral, dinero o aspecto físico.

Y es algo de lo que deberíamos desprendernos, porque cada una es única y segundo, ninguna de esas cosas son la clave para que una relación funcione muchos años, de eso se encargan el amor, el respeto y las ganas de seguir trabajando en equipo.

Soltera no equivale a desgraciada

Los mitos del amor romántico nos empujan a creer que solo formando parte de una relación de pareja alcanzaremos la felicidad plena.

Y nos empeñamos a buscar esa infelicidad en la mirada de ellas ya estén de viaje, con familia o arrancando nuevos proyectos. «Se la veía más feliz con él», «Tiene los ojos tristes»

Estar en pareja o soltera puede ser igual de satisfactorio y es algo que tenemos que empezar a ver también en ellas.

Que no funcione una relación no significa que la vida de esa persona termine («Se acaba Edmundo, pero no se acaba el mundo», que dijo María Teresa Campos en un alarde de sabiduría).

Quizás el problema está en que desplegamos tanta empatía que sentimos que dejar de creer en el amor.

Una parte de nosotras se desencanta porque idealizamos lo que vemos en las redes de las celebridades, el derroche constante de sus demostraciones de amor, una intensidad de romanticismo sin fin.

Pero nos toca recordar que el amor no es solo que te suba a un escenario a cantarte una canción, está en pequeñas cosas como un café y un beso por la mañana, en que te prepare la comida porque vas hasta arriba o en que te mande un vídeo de gatitos porque os ve reflejados.

Y sobre todo recordar que si el amor entre dos personas se acaba, el que tienes por ti nunca va a terminar.

Mara Mariño

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¿Es el momento de terminar la relación? Aprende a identificar las señales de tu cuerpo

Cuando pensaba que 2020 iba a ser el año de más rupturas de parejas, llega 2022 y se carga todas las estadísticas.

Tengo sensaciones encontradas, en mi círculo de amigos las bodas van unas detrás de otras, pero entre los famosos y conocidos, no pinta bien la cosa.

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Sin llegar a meterme en los motivos particulares de cada caso, creo que es muy normal, estando en una relación, que alguna vez pase por tu cabeza el «¿Es esta persona para mí?«.

De la misma manera que te planteas si hiciste bien en optar por tu carrera universitaria o si no deberías haber cambiado de trabajo cuando apareció aquel mail con una oferta de entrevista.

Por experiencia, la respuesta a esa pregunta no es algo de ese momento (a no ser que lo tengas muy claro).

Pero, ante la duda, y poniéndome un poco mística, hay que escuchar al cuerpo.

Cuando ni yo misma sabía que esa persona me estaba afectando negativamente, mi organismo me estaba lanzando señales de alarma de lo que estaba sucediendo.

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En mi caso llevaba unos días rara, acostándome con el pulso acelerado, agobiada. No sabía la razón, pero me costaba dormir y me despertaba sobresaltada. Como si me persiguiera un tren.

La idea de vernos ya no era emocionante, me daba pereza saber que seguramente volvería a haber una discusión o que tendría que disculparme por enésima vez.

Pensar en quedar con él me hacía sentir estresada, mal.

El revoloteo constante en la boca de mi estómago no era amor ni mariposas, a eso se le llama ansiedad.

Y si se le suma que lloraba frecuentemente, no todo el rato, pero bastante más a menudo de lo normal.

En resumen, ya no estaba tan contenta como antes. Los síntomas parecían claros.

El virus era mi relación con una persona que me estaba infectando de malestar.

La prueba definitiva de que aquello no iba bien fue cuando puse fin a la historia. La tristeza estaba ahí, pero ante todo me sentía tranquila por primera vez en mucho tiempo, aliviada.

Era como si me hubieran quitado un peso enorme que me atenazaba el pecho y podía volver a respirar.

Mi consejo, si es tu caso, es que además de seguir el consejo de tu amiga, la que siempre te da los mejores consejos, también le prestes atención a tus sensaciones.

Piensa que expresan todo de lo que no eres consciente. Ellas nunca se equivocan.

Mara Mariño

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¿Un clavo saca a otro clavo?

Me han roto el corazón. En trocitos pequeños, de los que se clavan como agujas en el pecho.

Y, llegado el momento, me planteaba si esa sensación podía desaparecer con la llegada de alguien más. Si un clavo sacaría a otro clavo.

pareja amor

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Me he dicho «Vamos a probar» y he salido al ruedo.

Me he quitado la ropa aún pensando en otra persona y he sido capaz de perderme en unos brazos que no eran los mismos que echaba de menos.

Y lo he disfrutado.

Ha sido un cambio de aires, una novedad, un placer esperado, pero luego, pasado el buen rato, ahí estaba de nuevo el recuerdo de mi clavo.

No se había ido a ningún sitio, solo estaba distraída y no pensaba en que lo llevaba conmigo.

El clavo te acompaña por mucho que pruebes otros sabores, a otras personas, aunque cambies de etapa y empieces de cero en un sitio.

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Un clavo es compatible con otro clavo, pero no existe ninguna ley matemática según la cual se sustituyan.

Lo que sí he podido comprobar es que llega un día que el clavo no está.

Se ha caído por el camino.

Ha sido fruto de seguir con tu vida. De llenarte de experiencias, recuerdos nuevos, risas que saben a primeras veces.

Y ahí, justo ahí, ves el hueco del clavo. Tampoco recuerdas en qué momento exactamente lo has perdido.

Lo único que queda de su paso es algún que otro recuerdo y, quizás con un poco de mala suerte, el daño de haberlo arrastrado tanto tiempo.

Pero lo bueno de las heridas es que sanan sin que tengas que hacer nada. Porque el cuerpo es muy sabio y el corazón igual. Se reconstruye solo.

Y de repente el pulso no engaña y se acelera. Alerta, puede que estés ante un potencial clavo.

O quizás no. Puede que este no venga para clavarse y hacer daño, sino para compartir tu felicidad.

Mara Mariño

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Por estas razones deberías llamar a tu ex por su nombre

¿Sabes esa amiga que siempre habla de las historias de su pasado al estilo de «Mi ex hizo esto» o «cuando estaba con mi ex»…? Esa amiga soy yo.

Mujeres enfadadas

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Mientras que, estando en pareja no me gusta decir «mi novio» o «mi pareja» sino hablar de la persona por su nombre, cuando se termina la historia, él desaparece.

Dejo de tener el detalle de mencionar su nombre y le adjunto el monosílabo. Pasa a formar parte de ese batiburrillo en el que se engloban todos los que pasaron por mi vida.

Y es algo sobre lo que me hizo reflexionar una amiga hace poco, cuando le estaba contando la enésima batallita y me contestó con un «Tu ex, ¿quién?».

Sí, el nombre de él había estado siempre fuera de las historias y ella reivindicaba que no les ocultáramos, que les llamáramos con normalidad absoluta.

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Admito que recurro a la falsa facilidad de distanciarme emocionalmente (y digo falsa porque, aunque no le nombre, su imagen sí que se dibuja en mi cabeza).

Para mí decir «ex» es borrarle de alguna manera, pasar por alto los momentos, la persona. Es ponerle una etiqueta y reducirlo a eso, a una etapa de mi vida que quedó en el pasado pero que bien podría ser cualquiera.

Porque a veces, después de tantos años ligando su nombre a aspectos positivos de la vida -porque si hemos estado juntos, es porque ha habido felicidad de por medio-, tener que mencionarle en estas circunstancias, puede despertar de nuevo emociones de tristeza o enfado que no quiero sentir en ese momento.

Mi amiga me hizo cambiar de idea. Podemos (debemos) decir el nombre.

Porque marcaron cuando llegaron y también durante el tiempo que estuvieron. Porque gracias a esa experiencia nos hemos construido también como personas, aprendiendo qué queremos, o qué no, en nuestra vida.

Es el momento de perderle el miedo a los sentimientos, intentando taparlos con apelativos que nos ayudan a jugar al despiste.

Si nos duele, que duela. Poco a poco irá pasando, forma parte del proceso.

Además, llamándole no le vas a invocar, no es Voldemort, no va a personificarse en medio de la cafetería donde estás con tus amigas.

Las ex parejas no deberían ser escondidas, prefiero ir viviendo cada vez en la que salga en la conversación hasta que decir su nombre no me suponga nada más que referirme a él.

Sin más razón que contar una anécdota relativa a cuando formábamos aquel ‘nosotros’. Sin dolor.

Mara Mariño

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Sí, la primavera es la mejor estación para hacer limpieza de exparejas

La que es mi estación favorita del año (no tiene nada que ver que coincida con mi cumpleaños) es perfecta para hacer un repaso de la agenda o las redes y borrar a alguna expareja.

Si te parece una idea demasiado fuerte como para empezar la semana, una encuesta que ha hecho Dating.com preguntando a gente soltera sobre su relación con los ex, ha demostrado que, aunque se hayan quedado en el pasado, el vínculo digital está presente.

Y mucho.

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El 73% de los entrevistados admitieron que veían el perfil de su ex al menos una vez al mes.

El 61% habían vuelto a mandar un mensaje directo una vez la relación se había terminado. Y más del 47% recibían mensajes de -al menos- un ex cada 6 meses.

Solo el 32% habían borrado o bloqueado a su expareja después de la ruptura.

Pero, ¿es tan terrible tener al ex en la lista de contactos que ven las historias de Instagram?

Hay rupturas y rupturas, si ha sido una de esas sanas y bonitas, una madura tras la que ha florecido una amistad, no hay problema en que vea la foto que compartes por la mañana de tu bol de grano y fruta.

Pero en muchas ocasiones, mantienes a alguien por no enfrentarte al trago de eliminarle o, directamente, porque no has pasado página del todo.

Aquí es donde está el problema.

Cuando le dedicas tiempo a mirar su perfil de arriba a abajo, a comentar con tu amiga si la mano que aparece de refilón en su última publicación podría ser de una nueva pareja o analizando el motivo por el que ha elegido esa canción en concreto, te haces daño.

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En segundo lugar, estás dedicándole tu tiempo y energía a esa tarea de vigilancia constante en vez de emplearte en crear nuevos vínculos conociendo gente nueva (o masturbándote a tu aire).

Así que hazte un favor y recuerda esas dos razones para evitar quedar atrapada en el bucle espacio-temporal que es tenerle en la pantalla del móvil al alcance de un swipe.

Sí, eliminarle o borrar su número es un factor que aumenta tus posibilidades de encontrar a alguien nuevo. Además de tener la mente en el momento actual, no estás arrastrando el capítulo anterior.

No lo pienses, ya tuvisteis la ocasión. Es hora de darte la oportunidad a ti.

Mara Mariño

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Dedicado a los amores imposibles de mi vida

Asumimos -mejor o peor- las rupturas, las separaciones, el punto final de la relación y el cierre de una historia de amor, la lista de ensayos sentimentales que, por un tiempo, fueron acierto.

Pero hay algo peor que amar y haber fracasado a medio camino del intento, no haberle dado una oportunidad.

PEXELS

Hoy, 16 de febrero, es el día en el que toca homenajearlas a ellas, a las historias que nunca se pusieron de acuerdo en el bucle espacio-tiempo, en la franja horaria, en el país o en el momento.

Las historias que, aún no sucediendo, dolieron, porque tenían todo el potencial de hacerlo: la química, las ganas y los protagonistas, pero les faltaron el resto de elementos que las ponen en marcha.

Somos nuestros fracasos amorosos porque hablan de nosotros y lo que hemos vivido. Nos recuerdan cómo y cuánto hemos querido.

Pero somos también las veces que nacieron sentimientos sin que llegaran a materializarse sobre la piel de otra persona.

Hablo de aquel amor platónico del gimnasio al que siempre mirabas de lejos, la compañera de clase a la que sigues la pista en redes y nunca supiste cómo romper el hielo para invitarla a salir.

La persona eternamente emparejada que parece no estar soltera nunca, pese a que te has prometido varias veces que, la próxima vez que no esté con nadie, te la llevarás a una cita.

O a quién siempre habías querido conocer, pero eras tú quien siempre tenía pareja y tampoco llegó a darse la ocasión de que coincidierais.

Hablo del amor de verano que caducó el 31 de agosto del que no has podido olvidarte años después (quién sabe por qué).

O de ese flechazo en el metro de Madrid cuando, antes de bajarse, te sonrió con los ojos. También del que parece tener siempre inaccesibilidad emocional y no se permitió abrir la puerta a lo que pudiera pasar.

Es la historia del amigo de tu ex por el que siempre tuviste curiosidad secretamente y queda vetado por una cuestión de principios.

De quien resulta incorrecto a secas. Es la madre de José del Canto del Loco y Carolina de M-Clan, porque es menor de edad.

O de quien siempre te da un «no» porque no te corresponde, que solo pasó en tu cabeza, porque nunca se interesó por ti en ese sentido. Quien te dejó en leído y no volvió a escribir nunca.

La historia de quien te hizo el match en Tinder, te robó las noches llenándolas de conversación y luego te dio plantón. Quien tenía otra orientación sexual.

Es ese chico que descubriste en Instagram. Quien no se quiso mojar porque decía que era demasiado complicado por ser compañeros de trabajo (y quizás sí que lo era).

Son todas las historias que llevamos clavadas, las que soñamos que fueran realidad -porque desde nuestro corazón lo fueron- y las vivimos como tal.

Las «yo quiero» que recibieron un «no puedo».

O, al menos, que no pueden ser de momento.

Mara Mariño.

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Tu ex no tiene por qué tener responsabilidad afectiva

Estuve con mi última expareja varios años. Los suficientes como para conocerle de todas las formas y maneras.

Para saber su plato favorito, la lista de Spotify que más se ponía en la ducha o la travesura de su infancia que más le avergonzaba.

Y él también me tenía aprendida, por supuesto.

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Quizás por eso, cuando la relación se acabó, no me entraba en la cabeza que, sabiendo tan bien cómo soy, actuara de la forma que lo hizo.

Que no moviera ficha, buscara soluciones o intentara que la situación no llegara al punto que lo hizo.

Tampoco entendí que, después, no quisiera mantener una amistad cuando era algo que él había pedido en un principio.

O que, por primera vez, empezara a dejarme en visto, con mensajes sin contestar, hasta el punto de comportarse como si no existiera.

Aquello me hacía daño de una forma de la que él era consciente. Quizás por todo lo que habíamos pasado.

A lo mejor porque las personas que nos han hecho palpitar siempre van a tener la capacidad de tocarnos más la fibra sensible.

Qué más da.

Lo que no me cabía en la cabeza era que lo permitiera. Que pudiera desembarazarse así de mí como cuando dejas de hablarle al match de Tinder que se pone demasiado intenso.

Fue algo que entendí hace poco, cuando me crucé con la clásica foto de Instagram de una cuenta de psicología.

Mi ex ya no tenía un vínculo emocional conmigo y por tanto no tenía por qué tener responsabilidad afectiva.

Escucharme, tener en cuenta mis sentimientos o acompañarme en el proceso eran una serie de privilegios emocionales que, en el momento que había puesto fin a la relación, no tenía por qué recibir.

Yo esperaba por su parte una reacción hacia mí como si siguiera siendo mi pareja, pensando en aquello que habíamos vivido previamente y el cariño que podíamos seguir teniéndonos.

Lo cierto es que la situación actual, el cambio en la relación hasta el punto de disolverla, invalidaba cualquier tipo de exigencia.

Es difícil y sufrido encajarlo, sobre todo cuando viene por parte de alguien que ha sido tanto.

Pero no quita en que hay que hacer ese esfuerzo titánico en comprender que si se ha acabado, se ha acabado. Todo.

Duquesa Doslabios.

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Sigue estos consejos para pasar página de tu historia de amor veraniega

Puede que tu última historia de amor haya caído en los meses de verano. Puede que sintieras aquellos momentos como si formaras parte de una película protagonizada por Blanca Suárez y Javier Rey.

Puede que pensaras que podría ser el comienzo de algo nuevo o que, en el fondo, sospecharas que llegaría a su fin, pero ahora es el momento de afrontarlo.

Tu romance veraniego es ya cosa del pasado.

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Y aunque haya sido algo de unos días, unas semanas o incluso varios meses, lo más seguro es que lo estés pasando mal igualmente.

Si hace unos días, los expertos de TherapyChat, plataforma líder en psicología online, aconsejaban cómo afrontar el ghosting, hoy analizo qué consejos dan para que puedas pasar página.

  1. Tu rutina, tu foco de atención: o como diría Comando Tiburón: «Pasado pisado». No te quedes mirando con melancolía aquellos encuentros en la terracita, los paseos por la playa o las excursiones que terminaban con vosotros escondidos en cualquier rincón lejos de miradas indiscretas. Septiembre está aquí y viene cargadito, así que mejor centrarse en los proyectos del nuevo curso y volcarse en ellas, sintiéndote agradecida por lo que viviste pero con la vista al frente.
  2. Acepta que es el final y cómo te hace sentir. Si para ti ha sido un palo que esa relación no siquiera adelante, permítete pasarlo mal. Tus emociones no se equivocan, vívelas. No te machaques y mira el lado positivo, ahora puedes centrarte en ti.
  3. Habla con tu amiga, la de siempre, la que se escucha tus audios de WhatsApp sin subir la velocidad a 1.5x. No solo te ayuda el hecho de desahogarte sino que no hay mejor consejera que ella. Además de ordenarte emocionalmente, podrá darte su punto de vista (y seguramente proponerte algún plan interesante para que no te quedes en casa comiéndote las paredes).
  4. Ni siempre ni todo el mundo: no caigas en la generalización de meter a la gente en el mismo saco. Ha podido ser una experiencia puntual y tú no tienes el control de decidir cómo se sienten los demás. No pierdas la ilusión.
  5. Cuídate mucho y no solo a nivel físico con esa limpieza facial que tus poros parecían pedir a gritos. Retoma tus aficiones, haz planes con amigos, esos que te alegran el día y la vida, lee, abraza a tus seres queridos… Todo aquello que te haga sentir bien es más que bienvenido.
  6. Curso nuevo, vida nueva: ¿siempre habías querido jugar al voley playa, acudir a un intercambio de idiomas o aprender a bailar salsa? Pues ahora es el momento de experimentar y rodearte de gente nueva.

Y si por lo que sea, no consigues salir del bache por tu propia cuenta, recuerda que hay profesionales que te ayudarán si lo necesitas.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué si tu ex tiene pareja nueva tienes que alegrarte?

Soy lo bastante adulta para saber que, si una persona a la que se ha querido tanto como a la última pareja, rehace su vida, se debería estar feliz por él o ella.

Pero también soy lo bastante adulta como para admitir que es algo que me puede sentar como una bofetada con la mano abierta.

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En un mundo donde se espera que tengamos una gestión emocional impoluta cuando nadie nos la ha enseñado, quiero desmentir un tópico.

Que tenga esa reacción no significa que no haya pasado página o que no esté en el pasado tanto la relación como la ruptura.

Significa que es alguien con quien he compartido tanto que todo lo que le pase va a removerme de una manera o de otra. Da igual lo que sea. Es porque se trata de esa persona.

Así que, si este es tu caso, quiero decirte que te alejes de lo políticamente correcto, de la entereza que toca aparentar en esos casos y dejes salir lo que sea que te haga sentir.

Porque nada quita que, durante un periodo de tu vida, tú querías haber sido la persona que le haría feliz hasta el fin de sus días.

Una cosa no quita la otra, y, al borde de los 30, me doy cuenta de que los sentimientos son una cosa compleja.

Puedes estar ilusionada por conocer a alguien, a punto de tener un bebé o a tan solo unos meses del altar con tu pareja actual.

Puedes también desmoronarte en cualquiera de esos casos si te tropiezas con una historia en Instagram que hace que se te desestabilicen los sentimientos hacia tu ex.

Y como soy contraria a la negación, a tapar las emociones con otras, normalicemos que dentro del «deseo que todo te vaya bien» haya un explícito «pero prefiero no verlo porque has sido importante para mí».

Pidamos ayuda, digámosle a esa amiga que ha podido contar las lágrimas derramadas por cada ex, que aquello te ha dejado revuelta por dentro.

Que necesitas, una vez más, vomitar los sentimientos, recordar en alto todas las promesas que luego no se cumplieron, las ideas y el futuro que habías dibujado en tu cabeza y terminó volando por los aires.

Llora, llora si es lo que quieres. Escríbele si es lo que necesitas. O pasa de todo y sigue tu vida. En cualquier caso, permítete el momento de vivirlo por completo.

Las emociones no se equivocan ni has perdido la partida por sentir que las cosas no han sido como habrías querido. Al contrario.

Son las decisiones las que nos llevan al momento en el que estamos ahora. Y la certeza de haber elegido el camino correcto siempre será algo a lo que poder aferrarnos cuando veas que se ha ido de vacaciones románticas o se ha dado el «Sí, quiero».

Duquesa Doslabios.

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Las señales de que tu nuevo ‘crush’ es tóxico que deberías aprender a identificar

Me gusta especialmente la frase de “El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” porque tiene una excepción: los maltratadores.

O quizás, más bien, las mujeres que hemos estado en sus manos.

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Hace ocho años, ese era mi caso. Tras una relación con violencia de todo tipo, amenazas de suicido, persecuciones, etc la terapia con una psicóloga me abrió los ojos sobre un maltrato que, incluso con todo eso a mis espaldas, era incapaz de ver.

Nunca me he sentido agradecida por haber vivido aquello. Sí por salir a tiempo (y vivir para contarlo), pero no por haber tenido la experiencia.

Creo que decir que las mujeres que seguimos teniendo pesadillas con estos seres tenemos que estarles agradecidas porque ahora somos más fuertes es una barbaridad inmensa.

No siento que me haya hecho un favor tratándome de esa manera. O no lo sentía hasta hace poco.

Fue cuando, de nuevo abriendo el corazón, presentía que podía estar ante el comienzo de algo grande, nuevo, bonito, profundo, real, pero ante todo, sano.

Empiezan a darse las primeras discusiones y lo achacas a que os conocéis desde hace poco tiempo, que has podido hacerlo mejor y por eso se ha molestado, que la partida aún se puede remontar.

Y llega otra, y otra después, y otra más. Y ves como por mucho que hagas, nadie te libra del día negro de la semana, ese en el que te sientes físicamente mal, intranquila, sin poder descansar de lo alterada que estás. El día a la semana se convierten en dos y hasta en cuatro (o cinco si no lo empiezas a cortar).

Llegan los comentarios sutiles, las manipulaciones pequeñas, el «¿no te basta lo que te doy yo?» el «pues para subir cosas a Instagram sí que tienes tiempo» y empieza a sonarte familiar.

Porque ya eres capaz de leer entre líneas lo que pasa, lo que quiere decir sin decirlo directamente.

Y es que cambies tu comportamiento, que te amoldes a sus “sugerencias”, a lo que te dice expresándose “fruto de la más pura y sincera honestidad” en el nombre de sus sentimientos más auténticos -esos que tú dañas cada dos por tres con tus actitudes según él-.

Que no es otra cosa más que un intento de que se imponga siempre su voluntad. Simplemente porque la tuya no sirve. Se tiene que plegar.

Solo que esta vez, lo ves venir al vuelo. Eres capaz de adelantarte, reconoces los patrones y sabes lo que viene después.

Sabes que tras machacarte, señalarte, juzgarte e intentar amedrentarte, de ponerte como la que siempre falla de los dos, como vea que quieres escapar, va a cambiar la estrategia.

A la de ponerte de lo peor. Pero no es la primera vez que te acusan de ser cruel o poco humana por hacer valer tus ideas y defender tu libre albedrío. No es la primera vez que, ante un razonamiento impecable, te acusan de atacar.

Todo lo que haga falta con tal de desestabilizarte. Incluso negarte una y otra vez que, lo que oíste con tus propios oídos, nunca llegó a pasar.

El clásico gaslighting para hacerme dudar de unas percepciones que, ocho años atrás, sí me hicieron plantearme si mi juicio atinaba. Esta vez no di la oportunidad.

Y cuando, viviéndolo casi desde un segundo plano, tomas distancia, dejas las cosas claras, le dices que no es bueno para ti y que te vas, llega el momento final de la interpretación. El tercer acto: pena.

Apelaciones al cariño, a su salud psicológica, a que está pasando un día de mierda en el trabajo por tu culpa, de los peores de su vida, a que lleva esperando todo el día la ocasión de hablar, a que no pide tanto, a que lo que ha hecho no es tan grave, que no ha matado a nadie, que no fue con mala intención (pero tú sí eres mala dispensándole ese trato).

Aquí y solo aquí, me he sentido agradecida de haber vivido antes la experiencia. Porque sé al 100% en qué deriva esta toxicidad si se le da margen.

Porque he estado ahí, en lo más oscuro, en el mayor de los miedos, en la anulación de mi voluntad como persona y empezó de la misma manera.

Siempre empieza de la misma manera.

Ocho años después, me he encontrado la misma piedra en el camino. La diferencia es que la he visto a tiempo y no he llegado a caerme. La he saltado -porque saltar implica impulsarte y, por unos segundos, volar- y he seguido adelante.

Es la prueba de que hay que estar siempre atenta a lo que pueda pasar, a quién pueda traernos la vida. Porque yo he evitado caerme a tiempo, pero la piedra sigue ahí, esperando a la siguiente.

Y, por desgracia, no es la única.

Duquesa Doslabios.

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