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‘¿Cuándo toca?’ El desafío sexual en las parejas que conviven

Hay un cambio que he identificado en mi vida sexual de cuando paso de estar saliendo con alguien, a cuando se sube el siguiente escalón: el de la convivencia.

El sexo fluye distinto, antes de compartir piso solía surgir en cualquier momento que coincidiéramos -bastaba una puerta de por medio, que nos diera algo de intimidad-.

Pero cuando comparto el espacio, empiezo a preocuparme por los tiempos. A ver si me explico…

pareja cocina

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Cuando la relación no se da bajo el mismo techo, esas ganas de estar a solas con la otra persona se cultivan.

Crece la expectación de cuándo será el próximo encuentro y te regodeas con lo que harás en el momento que os encontréis de nuevo.

Con esa anticipación construida, se entiende que lo primero que hagáis, nada más veros, sea desnudaros.

Pero cuando el espacio es común, una de las primeras cosas que notas es la dificultad de que vuestros deseos coincidan. La intimidad cambia y nadie te avisa de ello.

O bien una persona tiene prisa porque tiene que salir de casa, o está liada haciendo algo -trabajo, carga doméstica, llamada a sus padres…- o simplemente no le apetece a la vez que a ti.

Que es algo normal y todo lo que tú quieras (de hecho te hablé más en profundidad sobre el tema en este artículo). Sin embargo es lo que hace que tan pronto como sucede que las libidos se ponen de acuerdo y echamos un polvo, me pregunte «¿cuándo será la próxima vez?».

Mi agobio viene de todos esos artículos de «Cuál es la media de los españoles en la cama», «Esta es la frecuencia ideal de las parejas duraderas», «La adecuada cantidad de veces que las parejas deben tener sexo»

¡Si hasta Broncano pregunta a sus invitados cuánto sexo han tenido en el último mes!

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Hay una presión social de que la frecuencia importa, o eso pienso yo cuando empiezo a hacer el cálculo mental de si tuve sexo el martes, ¿puedo proponerlo el jueves o va a ser muy temprano?

Lo que antes de convivir sucedía de manera orgánica ahora se siente como intentar resolver una ecuación de segundo grado: ni quieres sentir que agobias a tu pareja yendo demasiado detrás, ni que tampoco piense que no tienes interés.

Le comentaba esta preocupación a una amiga sexóloga y me tranquilizó (un poco) saber que a ella también le pasaba.

Así que ahora me pregunto si es una rayada que también sofoca a nuestros novios o es solo cosa nuestra. Prometo informar de mis pesquisas cuando haya avances.

De cualquier manera, ahora que he identificado que esto se ha convertido en un interrogante inherente a mi vida en pareja, estoy trabajando en darle una vuelta.

Intento olvidarme del tema de la periodicidad sexual porque, como sexóloga en ciernes, sé de sobra que no existe una media universal que debamos cumplir para que sea una vida íntima satisfactoria.

He reflexionado en cómo quiero que sea mi vida íntima conviviendo con mi pareja, y puede que ya no me regodee en el factor sorpresa del tiempo, pero sí en el de lo que quiero hacer (que va desde fantasías a prácticas o probar juguetes nuevos).

Ya no construyo expectación de que en cuanto le vea voy a arrancarle la ropa aprisa y corriendo, pero sí la de imaginarme qué vamos a hacer la próxima vez que estemos, sea cuando sea.

El estándar no debería ser de frecuencia, sino de calidad, y de ahí que sea con el deseo correspondido para que nos pille encendidos y con las ganas de que suceda.

Mara Mariño

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Vida en pareja feminista: ¿cómo repartirnos los gastos?

Hace unos meses dejé mi trabajo de jornada completa para lanzarme al vacío de volver a estudiar. Y digo vacío porque mi cuenta bancaria fue la primera que apreciaría la nueva situación de dejar de recibir aquellos ingresos estables.

Estando independizada, con un alquiler, las facturas de la casa y una nevera por llenar, de repente, aquello de estar independizada se sentía como una carga. Una carga cara que mantener a costa de mis ahorros.

Mi pareja lo veía distinto, durante esa nueva fase de estudiante quería ser él quien se encargara de los gastos.

pareja gastos

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Pero claro, educada en el feminismo, en la independencia, aquello me hacía sentir fatal conmigo misma.

En la medida que pudiera, quería aportar, así que al final quedamos en hacer una distribución equitativa que ha llegado para quedarse.

Y es que, por primera vez, le vi las goteras al discurso de la igualdad entre hombres y mujeres. Nos vamos a convivir con nuestra pareja pagando todo al 50%. Pero, ¿nuestros ingresos son los mismos?

Me encantaría dar un golpe en la mesa con cifras paritarias en lo que a salarios de la gente de mi edad se refiere. Pero no puedo hacerlo.

En la mayoría de parejas de mi entorno, nosotras ganamos menos que ellos. El desfase de la muestra podría no ser representativo, pero que, llevado a la población española, se mantiene.

Es lo que conocemos como «brecha salarial» o que cobremos un 28,6% menos que nuestros novios o maridos (según datos de Técnicos del Ministerio de Hacienda del año 2020).

¿Igualdad? Mejor equidad

Después de hablarlo con mi pareja instauramos una nueva distribución de los gastos.

Ajustando mi porcentaje de participación a los ingresos que recibo, como puede ser esta colaboración con 20 Minutos o trabajos puntuales, coincidimos en que tenía todo el sentido del mundo dividirlo de esa manera, más justa.

A fin de cuentas, los dos nos estamos beneficiando de vivir juntos en un piso que nos encanta y él tiene una situación mucho más desahogada que la mía.

Aunque debería ser ‘lo normal’, igualmente me sorprendió ver su mentalidad de equipo, su predisposición a que este cambio se hiciera cuanto antes porque, en su opinión, tenía que centrarme en los estudios y olvidarme del resto.

Y no porque le urgiera que, en cuanto empezara a trabajar, «devolviera» la parte que él había puesto de más.

Más bien por el simple motivo de que quiere verme crecer y su forma de apoyarme en el proceso es disipando agobios externos que pueda tener.

Porque, como sabemos, si las tornas se invirtieran, yo haría lo mismo por él.

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Nuestro caso no es el habitual, ya que el reparto que se hace normalmente es del 50-50. Algo muy asimétrico, por otro lado.

No digo que este sistema sea el modelo perfecto, pero sí que bien merece la pena revisar cuáles son las condiciones económicas de los miembros de la pareja para ver de qué manera se puede equilibrar la balanza.

Es una manera de hacer activismo feminista sin salir de casa y que -aprovecho para hacerme publicidad, que como te he dicho más arriba ahora mismo llevo vida de estudiante y la venta de libros me viene como agua de mayo- explico largo y tendido en Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo (Grijalbo, 2023).

Quiero terminar el artículo con una reflexión final para quienes todavía no ven esto claro.

Estamos a favor de que las personas con rentas altas paguen más impuestos y, las personas con rentas más bajas, menos, lo que se conoce como equidad distributiva.

Esta proporcionalidad tributaria se basa en que los gastos públicos no sean desmesurados en cuanto a las capacidades económicas, porque beneficiarían a los contribuyentes económicamente privilegiados.

Si eso implica que se reconozcan las características y condiciones personales, para asegurar que todo el mundo tenga acceso a lo necesario para vivir dignamente, ¿por qué en pareja no es igual de habitual llevarlo a cabo?

Mara Mariño

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Síndrome de Wendy: cuando en vez de su novia te sientes su madre

Tengo una amiga que, estando en una relación, estaba pendiente de limpiar y recoger todo lo que iba manchando su pareja, de que nunca faltara en la nevera lo que a él le gustaba.

Hasta empezó a dedicar sus horas libres a arrancar un proyecto laboral de su novio para que este pudiera ‘cumplir sus sueños’.

Esa amiga cayó en el Síndrome de Wendy. Y la amiga soy yo.

pareja discusión

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Veía la película de Peter Pan con la misma cercanía con la que veía mi día a día. Como hermana mayor, estar pendiente del pequeño de la casa siempre ha sido lo más natural del mundo.

Querer protegerle y ayudarle en todo lo que estuviera en mi mano era mi forma de mostrarle mi cariño.

Podía sentirme identificada con Wendy, que vigilaba que sus hermanos pequeños estuvieran siempre a salvo y cómodos y lo hacía extensible a Peter Pan.

Años más tarde, aquello salía a la luz en mi relación de pareja. Yo estaba convirtiéndome en su madre sin darme cuenta.

Nadie me había dicho que tenía que asumirlo, como tal. No me habían sentado en una sala a aleccionarme sobre cómo debía hacer para que no le faltara de nada.

Pero al verle tan ‘dejado’, directamente asumí el rol de cuidadora sin tener una conversación al respecto ni plantearme si era lo que quería hacer.

También me limitaba a repetir lo que llevaba viendo hacer toda la vida: a mi madre en modo multitasking encargándose de todo lo que implicara la gestión de la casa y el cuidado de sus tres hijos, mi hermano, mi padre y yo.

No sé cómo llegué al punto de estallar por hartarme de la situación, cuál fue la gota que colmó el vaso, pero aquello terminó reventando.

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Porque llegó un momento en el que vi que era yo quien estaba asumiendo más carga de trabajo y encima estaba poniendo su autorrealización laboral por encima de la mía.

El Síndrome de Wendy campaba a sus anchas en nuestra relación. Yo sentía que para ser valorada en la relación debía comportarme de esa manera.

Mi espontaneidad a la hora de que no me estresara el desorden o aceptar que tenía que ayudarle, porque parecía que solo no podía sacar su proyecto adelante, dejaba de lado mis propias necesidades.

Para mí, amor era sacrificio de mi tiempo, de mis sueños. Para él, comodidad y ser el protagonista de la historia.

Así pues, aunque esa relación no terminó funcionando, me ha servido para darme cuenta de que ese síndrome no puede venirse conmigo.

Porque una relación es entre dos personas independientes que deciden empezar un camino juntas en igualdad de condiciones.

Y claro que habrá veces en que uno tenga que tirar más, pero el compromiso y la implicación a la hora de hacer las tareas, debe ser 50-50.

Necesitamos ser individuos capaces de poner una lavadora, pero también de perseguir nuestros sueños sin que alguien nos lleve de la mano para hacerlo.

Valorar a la pareja no debe ser recibir el apoyo en forma de todas esas cosas tediosas que no se quieren hacer (pero que son necesarias).

Contar con una figura maternal que te cuida y te permite que disfrutes haciéndose cargo de esas responsabilidades.

Peter Pan necesita crecer y ser autónomo para que Wendy pueda ser feliz volviendo a dedicarse a sí misma.

Mara Mariño

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El sexo cambia un poco cuando empiezas a vivir con tu pareja (y es normal)

Esta semana me toca mentalizarme, voy camino de mi quinta mudanza. Aunque solo es la segunda con mi pareja (espero que nos queden muchas más juntos), nos veo ahora y me da la sensación de que somos otros.

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En el mejor de los sentidos, por suerte. Desde que empezamos a vivir juntos, creo que hemos avanzado como pareja y también como adultos.

Aunque de nuestra madurez ya os hablaré en otro momento, hoy me encontraba algo melancólica pensando en la vida sexual que habíamos tenido en nuestro primer ‘nidito’.

Sí, las cosas habían cambiado desde que él compartía piso y yo todavía vivía con mis padres. Hace dos años, en cuanto teníamos un momento de intimidad, lo aprovechábamos al máximo, no sabíamos cuando iba a repetirse en un futuro y no eran tan habituales.

Podía ser su habitación, el salón que compartía con otros dos o la parte de atrás del coche en alguna calle poco frecuentada de Madrid, daba igual. Lo importante era que afloraban las ganas en cuanto veíamos la posibilidad de estar solos.

Compartir piso cambia eso por completo. Y no necesariamente en el mal sentido. Conviviendo tienes el espacio disponible cuando quieras, aunque -teniendo en cuenta las distintas rutinas- lo que empieza a costar es encontrar el momento.

Pero qué gozada es cerrar la puerta, pensar ‘ya estoy en casa’ y tener la libertad de saltar desnuda a por el otro o esperarle de la misma manera cuando llega del trabajo.

Sí que es verdad que la urgencia se pierde en el momento en el que construyes con tu pareja la pequeña república independiente de tu casa.

Es algo que hay que asumir y que toca compensar con otros aspectos de la relación. Es la hora de darle rienda suelta a la creatividad.

De comprar unas velas, unas esposas, de idear un juego de mesa que se pague la derrota con prendas, de colonizar cada centímetro de la casa: desde la encimera hasta el sofá o incluso el balcón.

Es el momento de pensar «Mierda, los vecinos» y al segundo «Total, me da igual».

Convivir permite que el sexo se convierta en una experiencia a la altura de una degustación y la casa en el espacio gourmet en el que llevarla a cabo.

Al igual que el fin de semana sacas tiempo para que ambos cocinéis -codo con codo-, un buen plato, acabas refinando también la calidad de tus relaciones sexuales.

Estás compartiendo piso, facturas, hacer la compra, la película de la noche o incluso conciliar el sueño a diario, sobre la misma almohada, con la que es tu persona favorita.

Un vínculo emocional que también se traslada a las sábanas haciendo que, si quedaban inhibiciones o límites que superar, la relación sexual alcance un nuevo nivel de expresión y libertad.

Duquesa Doslabios.

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Qué duro es vivir en pareja (y qué poco se habla al respecto)

Nadie te dice lo duro que es vivir en pareja. Nadie, ni siquiera tu mejor amiga que ya te lleva dos o tres años de ventaja en la convivencia.

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Lo más cerca que ha estado de decirte algo parecido fue cuando, una vez de pasada, comentó una discusión por ver quién vaciaba el lavavajillas.

La cosa es que ninguna pareja de tu alrededor te lo cuenta antes de dar el paso. Aunque, siendo sincera, creo que, si alguien me lo hubiera contado, no me lo habría creído (o no me lo hubiera querido creer).

Habría soltado una risotada y habría respondido que seguro no era para tanto.

Ay. Pues igual sí me habría gustado que me hubieran contado lo que estaba por venir. Las broncas que empiezan por unos calcetines por el suelo y terminan en «Es que tu madre dijo una vez».

Ver una cara de tu pareja que, hasta ese momento desconocías.

Descubrir que por mucho que Shakira hable del hombre que le cambie las bombillas y le lave el carro, lo más seguro es que acabes tú montando los muebles del Ikea.

Lo más difícil de la convivencia es que se enfrenta tu manera de vivir con la de otra persona, y esa manera de vivir es fruto de una educación que hemos recibido.

Por lo que los padres de uno y de otro entran, en algún momento, en la discusión.

Jamás imaginaría que terminaría teniendo que explicar cómo se limpia una mesa con una bayeta, cómo se deben cocinar los alimentos para no morir intoxicados porque (en mi caso él) deja el pollo crudo o incluso cómo se recicla.

Me ha tocado dar una serie de lecciones de sabiduría doméstica (con sus correspondientes altercados) que no me correspondían pero que he tenido que hacer igualmente.

Y si a eso le sumas las diferentes opiniones sobre el orden y la limpieza, el resultado de la ecuación es un cóctel molotov que explota día sí y día también.

Dicen que el primer mes es el más duro. En mi caso han sido tres y todavía hay ocasiones en las que me llevo (y se lleva) las manos a la cabeza.

Nadie te dice lo duro que es vivir en pareja, nadie. Así que como nadie lo hace, te lo voy a decir yo. Vivir en pareja es muy duro, de las cosas más desafiantes a las que te enfrentarás en tu vida. Pero con todo, te aseguro que merece la pena.

Duquesa Doslabios.

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Los 4 temas que deberías hablar antes de irte a vivir con tu pareja

Cuando llega el momento de dar el paso, ese que nos va a cambiar la vida (o, al menos, la rutinaria), hay una serie de conversaciones que deberíamos tratar, fuera de las cuatro paredes del hogar a compartir, que nos sirva para dejar las cosas claras.

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Una de las primeras cosas que deberías hacer es establecer un reparto de tareas (hasta encuentras planificadores que puedes colgar en la pared para que no haya dudas).

Tiene que haber un equilibrio que incluya hacer la compra, cocinar y, por supuesto, limpiar. Si cada pareja es un mundo con la logística del hogar pasa un poco lo mismo, se tiene que adaptar a cada caso y no hay dos iguales.

En función de los turnos, trabajos, etc puede variar, pero lo más importante es encontrar el hueco para que ambas personas puedan dedicarle tiempo o, si la agenda no lo permite, establecer un día a la semana en el que poder trabajar juntos en ello.

En el momento en el que paséis a compartir techo, la toma de decisiones se hace de manera conjunta, ya sea la colocación de un cuadro o alquilar una plaza de garaje. Una vez vives con tu pareja, si no lo habías hecho antes, es el momento de cambiar el chip y entender que se pasa de ser uno a pensar por dos. 

Trabajar en la convivencia será igual de importante que trabajar en la relación, por lo que, por mucho que nos gusten ciertas cosas, queramos hacer algo tengamos la manía de rellenar constantemente los tarros de pasta porque tenemos una obsesión del orden, hay que moldearse un poco a la otra persona.

¿El truco infalible? Respetar, tanto al espacio como a la otra persona a la hora de comentar lo que nos molesta.

Hablar de dinero es algo que, tenemos que asumir, nos acompaña antes y durante la relación. La clave está en conseguir que se convierta en una charla y no en una discusión (puede llevar años de práctica).

Temas como cuánto va a aportar cada persona, cómo va a ser la organización a la hora de pagar los pagos, si se ahorra o qué presupuesto se destina a hacer actividades en pareja son cosas que deberían quedar claras desde el primer momento.

Cabe negociar también cuál va a ser la política de invitados. Es decir hasta qué punto (o cuánto tiempo) puede pasar un familiar o amigo por casa, cómo van a ser los días y el reparto cuando vengan más personas o si, por ejemplo, va a ser una república independiente de tu casa con fronteras totalmente cerradas.

No se puede olvidar que, el objetivo de todo esto, es evitar futuros problemas y asumir este tipo de temas de manera madura, siempre con la idea de conseguir una relación sana.

Duquesa Doslabios.

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¿Cómo sé si es el momento de mudarme con mi pareja?

Estoy en ese punto en el que parece que regalan los alquileres con las cajas de cereales, ya que la mayor parte de mis amistades se encuentran compartiendo piso o en vías de hacerlo próximamente.

Mudarte con tu pareja es EL PASO de los millennials, una generación que se caracteriza por la falta de compromiso (y las infinitas suscripciones al gimnasio lo demuestran). Pero no es algo que suceda a la ligera.

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Tomar la decisión significa que, prácticamente, tienen que alinearse los planetas, ya que tienen que coincidir el momento, el lugar, la persona y, sobre todo, la situación económica. Llamadme poco romántica, pero como decía Marilyn Monroe «Un beso puede ser grandioso, pero no va a pagar el alquiler de tu pisito».

Sin embargo, pongámonos en que eres mileurista y que puedes permitite el lujo de terminar en un estudio de 30 metros cuadrados. ¿Tu relación está realmente preparada para dar el paso?

Según la consultora de pareja Lesli Doares, que habló con Bustle acerca del paso de mudarse juntos, «la cosa más importante de la que se debe ser consciente antes de dar el paso es tener claro el motivo por el que se está haciendo. Si es porque, conscientemente, se elige llevar la relación al siguiente nivel, genial, pero si es por otras razones como que ya pasas toda la noche con tu pareja o porque estás más cerca del trabajo o porque quieres cambiar el piso» mejor echar el freno.

Mantener una relación necesita acciones, no intenciones y va a requerir mucho trabajo por parte de los miembros de la pareja.

Si funcionáis bien viajando, durmiendo juntos o cohabitando varios días armónicamente, puede ser un buen indicativo, pero para saber cuál es el momento puedes prestarle atención a las señales que demuestran que en vuestra pareja os encontráis listos para dar el siguiente paso.

Algunas cosas a tener en cuenta antes de hacerlo es hablar del dinero, ya que tienes que organizarte con tu pareja a la hora de cubrir gastos ¿Cómo va a ser el pago de la casa? ¿Y las facturas?

Descubrirás nuevas diferencias que pueden hacerte la vida más o menos sencilla o incluso hábitos extraños del otro, pero si son cosas que conoces ya o que al descubrirlas las aceptas y te ves capaz de vivir con ellas (o de ponerlas sobre la mesa para que las cambie), tendréis mucho ganado.

De hecho, ser capaz de sincerarse, de tener una buena comunicación y ser capaces de hablar de vuestras necesidades es fundamental, no solo para resolver discusiones sino para llevar la relación de manera sana.

Aunque tu anterior estilo de vida puede cambiar un poco, es vital mantener la independencia así como aprender a daros espacio manteniendo vuestros intereses o incluso vuestro lugar dentro de casa.

Y, por supuesto, tener encendida la chispa como compromiso de ambos. Hay que tener claro que no todo va a ser un camino de rosas antes de pasar al siguiente nivel, pero hay un común denominador que lo puede todo.

¿El ingrediente fundamental? Las ganas, la disposición de querer trabajar en ello. Si tienes eso, y mucho amor, lo tienes todo ganado.

Duquesa Doslabios.

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