Las apps de ligar están en plena crisis (y estas son algunas razones)

Puede que, de un tiempo a esta parte, hayas notado que las aplicaciones de ligar se han complicado más de la cuenta y no funcionen como al principio.

Usuarios que parecen diseñados con una IA, planes de suscripción, interacciones gratuitas cada vez más limitadas…

¡Las hay que incluso te piden previo pago si quieres iniciar un chat con la persona que te ha hecho match!

chico mirando teléfono

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Cuando sientes que son tan solo unos euros lo que se interpone entre ti y el amor, puede que no dudes en asumir ese gasto.

Pero, quienes se resisten a ello, se quedan con el malestar y la impotencia de que se les deja ‘fuera’ si no gastan dinero.

Así que, la conclusión es que conocer gente online se ha convertido en algo menos orgánico, dentro de lo orgánico que es ver personas tan solo deslizando el dedo por la pantalla.

Sí, las aplicaciones de ligar vivieron su era dorada en los últimos 10 años, ya que los informes de su comunidad de usuarios -como el que sacó el medio Bustle– revelan una realidad innegable.

Para la generación Z, este tipo de método de encontrar el amor está perdiendo atractivo y es algo que se debe a varios factores.

Por un lado estaría la gran cantidad de aplicaciones disponibles, lo que da la sensación de que ese mar lleno de peces está, precisamente, demasiado lleno de peces, lo que puede resultar abrumador.

Por otro, que la innovación en la experiencia de uso apenas se ha modificado y, lo realmente nuevo, es que cada vez se va sumando otra interacción de pago.

Esto es de criticar cuando el modelo de negocio se sustenta en las suscripciones o compras, ya que la sensación general (y el reproche que podemos hacer) es que se mercantiliza la soledad de los usuarios.

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Y eso sin olvidar a los agentes de modelos de OnlyFans, que pululan entre swipe y swipe con sus perfiles falsos haciéndose pasar por mujeres solo para captar nuevos «pajeros» y quedarse con su dinero, como dicen ellos en sus vídeos.

La sensación de desconfianza se alimenta por partida doble. Por lo que la pregunta no es otra más que cuáles son las alternativas que quedan, ¿cómo encontrar conexiones hoy en día?

Una respuesta obvia, pero efectiva es hacerlo fuera del teléfono. Como consecuencia de la pandemia, el efecto rebote nos ha llevado a querer socializar en persona, lo que sigue perdurando hasta 4 años más tarde.

Así que eventos locales o actividades sociales son una buena alternativa, de la misma manera que participar en grupos de intereses compartidos.

La solución de los centennials es la de poner sus citas, aunque sean cortas, en algunos momentos del día, para aprovechar al máximo, por poner un ejemplo, la pausa del café o la comida.

Pero ni creo que la solución sea ni vivir las citas como algo que metemos casi a la fuerza en nuestro día, ni como algo que se siente que tiene barreras que suponen un beneficio económico para otro.

Idealmente, las aplicaciones deberían replantearse su modelo para volver a lo que realmente era su objetivo al comienzo: ser cupidos digitales.

Porque a este ritmo de pérdidas de usuarios, si no se revisan, terminarán por desaparecer.

Mara Mariño

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¿Cómo puedo aprender de sexualidad en la edad adulta?

Puede que tu educación sexual se limitara a una clase de dos horas en toda tu vida escolar o que no recibieras formación en absoluto.

Da igual, inexistente o insuficiente, en la edad adulta las lagunas en el terreno de la sexualidad, son imposibles de ignorar.

educación sexual

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Las identificas enseguida, cuando no sabes cómo reaccionar -si algo no va como crees que debería-, o con cosas tan necesarias como aprender a identificar los síntomas de tu cuerpo si te has contagiado de una ITS.

Es curioso, ¿no? En la era de internet podría parecer que educarnos es más fácil que nunca.

Tenemos miles y miles de páginas de contenido gratuito donde llegar a ese aprendizaje que no hemos recibido.

Casi parecería de esperar que hubiéramos hecho la labor educativa por nuestra cuenta y viviéramos una vida íntima consciente y saludable. Sin embargo, la realidad es que seguimos sin hacer ‘los deberes’.

Así que el artículo de hoy es un pequeño recopilatorio de algunas herramientas para aprender de sexualidad en la edad adulta, aunque siéntete libre de contactarme en la sección de comentarios o a través de mis redes sociales para añadir más contenidos a la lista.

Empezaré con mi último descubrimiento: como resistencia a la (mala) educación de la pornografía está el Sex Education Film Festival.

Es, como imaginarás, un festival de cine que, aunque se celebra anualmente en Terrassa, bien merece la pena buscar los cortometrajes cuyo objetivo es el de terminar con esos mitos del cine X -mención especial al de No me dejes así-.

Siguiendo la línea cinematográfica, aunque en el extremo más humorístico está Peepoodo, una serie que se encuentra gratuita en internet y que vendría a ser Los Simpson de la educación sexual.

Ya te anticipo que no es lo que parece, empiezas viendo el episodio de las verduras y terminas aprendiendo cómo estimular la próstata.

Libros y podcast para disfrutar(se)

Aunque los episodios, películas o cortos nos transmiten la información de una manera más visual, soy partidaria de tenerla más a mano en los libros.

Los índices te permiten dar, en apenas unos segundos, con la duda que te está asaltando. En esa línea, son una buena fuente de información (y una reciente incorporación a mi biblioteca) la colección Saber es Placer publicada por la Editorial Cinco Tintas junto a Platanomelón.

Sus cuatro títulos –Clímax, Deseo, Clítoris y Diversidades-, recogen desde los conocimientos de sexólogas expertas en materia, a los últimos estudios científicos publicados para abordar la sexualidad desde la rigurosidad absoluta.

Pero también están escritos con un toque cercano que sea comprensible a cualquier edad y en cualquier momento de la vida.

Si se busca algo más gráfico todavía, los cómics Sex-¡oh!, de Lyona o El fruto prohibido de Liv Strömquist son ideales para quienes quieren informarse, pero prefieren hacerlo sin perderse en demasiado texto.

Y, otra de mis últimas lecturas, Yo menstrúo: Un manifiesto, de Erika Irusta es justo lo que necesitaba para entender mejor lo que me sucede una vez al mes y poder hablar de ello por aquí o en mi Instagram.

Sí, las divulgadoras que compartimos conocimientos a través de nuestras redes sociales estamos en constante formación. Por eso nuestras cuentas son también una manera de aprender mientras haces scroll con el móvil en el baño.

 

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Algunas incluso hemos ido un paso más allá haciendo programas de podcast, como es el caso de Zorras y Lagartas, un formato que copresento con la sexóloga Sara Izquierdo (con el apoyo de la plataforma JOYClub) y donde, cada 15 días, hablamos de sexualidad sin cortarnos un pelo.

En ese sentido, Spotify es una gran fuente de información con otros programas como Nepe, de Álvaro Cobarro, El podcast de la sexualidad femenina, de Miriam Gómez Galocha o Nos tienen Contentas de Roenlared y Paula Álvarez.

Aunque seguro que hay muchísimos más que no conozco.

Por último, ya que hablamos de sexólogas, las hay que organizan talleres sobre educación sexual para adultos. Es el caso de Autocoñocimiento de Pitu Aparicio, uno de los más entretenidos que he hecho últimamente.

Pero si no te coincide por fechas o ciudades, recuerda que gracias a que muchas hacemos las sesiones online, siempre te queda la opción de coger una cita de asesoría.

Puedes pedirla a modo de clase intensiva sobre algún tema sobre el que quieras aprender o para resolver todas tus dudas al respecto de la mano de una experta.

Mara Mariño

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En tu etapa de sexo sin compromiso, practica el sexo responsable

Estoy en un momento de la vida en el que tengo dos tipos de amigas: las que ya son madres y otras con las que todavía puedo ir de fiesta.

Así que vivo entre conversaciones de las ganas que tienen unas de descansar, porque sus hijos apenas pegan ojo, y las ganas que tienen otras de echar un buen polvo sin complicaciones.

pareja cama abrazados

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Sobre lo primero no puedo aportar mucho, ya que estoy en ese punto en el que la maternidad sigue siendo un misterio, pero sí que lo segundo es algo que he podido experimentar y, sobre todo, aprender al respecto.

Pero primero de todo, quiero hacer un pequeño paréntesis porque es de celebrar que vivamos en unos tiempos de libertad sexual.

Especialmente en los que una mujer pueda decir que solo quiere sexo y seamos capaces de disfrutar de nuestra sexualidad sin ser criminalizadas por ello.

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Dicho esto, quiero recordar que el deseo y el placer son parte de nuestra vida y buscarlo sin que venga acompañado de una relación, no tiene nada de malo.

Me parece la prueba definitiva de que nos hemos librado de ideas un poco arcaicas de que el sexo solo puede darse bajo el prisma del amor.

Pero, desde mi propia vivencia, eso no significa que se haga de cualquier manera. Es fácil que en algo que incluye afectos y sensaciones de disfrute (además de un porrón de hormonas) haya quien pueda entender que es algo más.

Por eso lo que quiero abordar es la importancia de la responsabilidad afectiva en el sexo cuando solo es eso: sexo.

Creo que la mayoría conocemos un caso de algo que empezó como un lío y terminó con dolor y despecho porque los sentimientos, de un lado o de otro, hicieron acto de presencia.

Así que es un primer paso muy saludable el preguntarse, ahora que ya sé que solo quiero un buen rato de placer en compañía, ¿cómo hago para evitar que acabe mal? ¿Se puede prevenir de alguna forma?

Diría que me repito más que el ajo, pero es la única respuesta, transparencia en la comunicación.

Y es que el principal problema se da cuando para una persona solo era algo físico y la otra creía que esos encuentros eran también señal de que el vínculo emocional estaba desarrollándose.

Es importante sincerarse desde el principio, sin medias tintas ni vaselina, aquí no hay ambigüedad posible, así que evita dejar cosas en el aire o utilizar términos que no quieren decir nada («fluir» o «Ya vamos viendo», cuando no quieres ver nada).

Que tus expectativas estén sobre la mesa, porque sincerarse sobre los deseos y límites hace que se esté en la misma página y, por tanto, tomar decisiones informadas sobre si participar o no. Y en qué condiciones.

En caso de que se acepte, toca también poder hablar abiertamente de la frecuencia de los encuentros, del uso de métodos de protección o cualquier otro asunto que sea de relevancia para los participantes.

Transparencia emocional antes, durante y después

Puede que esto de hablar tanto le quite gracia a la idea que tienes de la espontaneidad del sexo sin compromiso (sobre todo a quienes les cuesta abordar estos temas).

Pero que no haya una intención de que eso derive en una relación, no significa que no se deba tener consideración hacia la otra persona.

Ahora que podemos disfrutar de un sexo sin ataduras, hagámoslo bien. Y eso equivale a recordar que todos merecemos un trato digno, sea cual sea nuestra relación sexual.

Algo que también implica escuchar necesidades y preocupaciones propias y ajenas y, por supuesto, respetar los límites en todo momento.

Sin embargo, ¿significa que después de esta charla ya podemos olvidarnos de tener que volver a hablar del tema?

No, dejar la puerta abierta a la comunicación es importantísimo, porque esos deseos del principio pueden cambiar en cualquier momento.

Aquí entra en escena si podéis adaptaros a las fluctuaciones o al menos, mostrar empatía si no se quiere continuar con la relación sexual.

Después de ponerme técnica, me queda confirmarte que esto no le quita ninguna magia al sexo sin compromiso (de eso ya os encargáis por vuestra cuenta), pero es un recordatorio de que tiene que ser abordado desde la responsabilidad y el respeto.

Vaya, que se puede disfrutar sin ataduras emocionales de ningún tipo, pero no sin dignidad y consideración hacia la otra persona.

Y así como es importante sentir comodidad y seguridad, es nuestra tarea que los demás también se sientan así.

Mara Mariño

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Cuando uno quiere y la otra persona no (tanto)

Al principio de toda relación, las ganas nunca faltan. Da igual el momento, sitio o lugar, la sensación de necesidad de querer tener sexo una y otra vez, nos acompaña.

Por lo menos en la primera fase, ya que esa frecuencia va disminuyendo según avanza la relación.

pareja cama deseo sexual

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Cuando se da ese cambio hay quien enseguida lo nota (es que al principio lo hacíamos más), quien no sabe qué ha podido cambiar (¿ya no te gusto?) y, por supuesto, quien quiere que las cosas vuelvan a ser como eran al comienzo.

Sin embargo, esa bajada de libido es normal. Las hormonas son responsables, en gran parte, de esa euforia del inicio de la nueva relación.

Que el deseo sexual baje es lo que permite que el vínculo se desarrolle en otros aspectos.

Sin embargo a día de hoy puede resultar incómodo o hasta tabú poner sobre la mesa el cambio del deseo en las relaciones de pareja.

Es algo que me han preguntado tanto por redes sociales como en charlas: «¿Qué hago para recuperarlo?», «Yo siempre quiero y ella nunca está dispuesta…»

Además podemos tender a pensar que es ‘culpa’ de la otra persona, o al menos su responsabilidad adaptar sus niveles de deseo a los nuestros, en vez de llegar a puntos intermedios o averiguar qué está sucediendo.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención estudiando terapia sexológica es que no es tanto el sexo lo que debe trabajarse cuando hay problemas de este, sino otros factores como serían, en este caso, la tolerancia y la comunicación.

Tolerancia porque puede que tendamos a pensar que, si hay alguna disminución del tipo que sea (frecuencia, duración…), es señal de algo negativo, en vez de entender que la vida sexual también pasa por fases.

Soy la primera que lo entiende, la idea que tenemos de relaciones de pareja es que son siempre fuegos artificiales en el sofá, en la cama, el viernes noche, el domingo por la mañana…

Y puede que sí, pero también hay momentos de no tocarte ni con un palo porque tienes un estrés brutal en el trabajo, un herpes labial que no te hace sentir muy sexy (sino todo lo contrario) o que la astenia primaveral te tiene con cansancio acumulado.

Es decir, que entender que vamos a pasar por etapas más tranquilas es un primer paso. Y, sobre todo, aceptar y acompañar en esas ocasiones cuando al iniciar un acercamiento, la respuesta sea la del rechazo.

Puede pasar por «vale, si no te apetece no pasa nada, a mí me gustaría terminar el masaje si quieres» o proponer otra actividad que os guste hacer juntos.

Eso le da a la otra persona la tranquilidad de que no está recibiendo presión para seguir y no sentirse culpable por no querer participar en una interacción sexual.

Comunicarse para desearse

Por otro lado, si destaco que la comunicación es fundamental, es porque hablar de ello es clave.

Esto pasa por exponer los deseos propios y dar también pie a que la pareja pueda tener un lugar en el que expresar con confianza qué le sucede.

Es el primer punto de partida para combatir las posibles películas mentales que nos hayamos montado (y confirmar que claro que le seguimos gustando), pero también para llegar a un punto de encuentro.

El terreno común puede ir desde dar el espacio que la otra persona necesita, a acordar nuevos términos para el sexo.

Y es que muchas veces -y aquí hablo en primera persona- no es que no tengas deseo sexual, es que no te apetece hacer lo que soléis hacer con mucha frecuencia.

Es decir, si tu vida sexual se resume a la penetración, que es la práctica que a las mujeres no nos facilita llegar al clímax precisamente, es normal que haya menos motivación por hacerlo que si es otro tipo de dinámica.

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Así que hay veces que no es que no se tenga deseo, sino que deseo hay, pero por algo nuevo que permita recuperar el interés y la curiosidad.

Esa conversación también puede ser una buena oportunidad para revisar cómo es tu vida íntima y rediseñarla de nuevo.

Pero sobre todo recordarte que no hay una cantidad mínima requerida ni una cuota mensual que cumplir, puedes tener una vida sexual sana haciéndolo una vez a la semana, una vez al mes o una vez al año.

Porque solo depende de que sea algo con lo que estéis de acuerdo, lo disfrutéis así y vuestros niveles de intimidad y disfrute sexual estén más que satisfechos.

Mara Mariño

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¿Necesitas realmente un bálsamo para tu vulva, la nueva tendencia cosmética?

Desde que a alguien se le ocurrió por primera vez la idea de sacar un gel íntimo para limpiar la vulva, se abrió una oportunidad de negocio que hasta ese momento no había sido contemplada.

Sí, los genitales daban dinero.

O al menos las vulvas, ya que los análogos de este tipo de jabones, que sería una gama de productos para la higiene del pene brillan por su ausencia.

fruta vulva

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En su momento (y a día de hoy) muchas miramos con desconfianza este tipo de geles.

Sobre todo porque la idea de empezar una nueva rutina de higiene con productos químicos en una zona del cuerpo que tiene su propio sistema de ‘autolavado’, parece innecesario.

Pero también porque uno de los atractivos de los geles íntimos es su perfume a menta o a flores, así que el mensaje que va implícito es, a la vez, inequívoco: la vulva huele y mal.

Ahí estaba la red flag que nos alertaba, el riesgo de que se convirtieran en una fuente de inseguridades perpetuando una idea que no solo es falsa, sino perjudicial para nuestra vida íntima. Como así ha sucedido en varios casos, por cierto.

Sin embargo, gracias a ginecólogas y expertas que llevan su tarea de divulgación a redes sociales, podría parecer que terminaríamos rebelándonos -o dejando de consumir, otra forma de revolución dentro del capitalismo- este tipo de productos.

Ellas han sido quienes más hincapié han hecho en que solo se necesita agua para limpiar los labios exteriores e interiores.

Entonces, ¿cuál ha sido la nueva ocurrencia del mercado, la alternativa a los jabones? Primero fueron las mascarillas, pero debieron de tener poco éxito porque lo que verdaderamente está arrasando son los bálsamos para vulva.

De las mascarillas de labios a los bálsamos íntimos

Esta nueva tendencia ha relevado a los geles, prometiendo hidratar y perfumar la piel de la zona. Diferente packaging, pero mismo problema, si me preguntas.

Y es que es imposible no preguntarse hasta qué punto necesitamos algo así para mantener nuestra salud íntima.

Es más, al tener una flora bacteriana vaginal, lo que puede suceder en todo caso es que los cosméticos puedan alterarla (y terminar sufriendo las molestias de la candidiasis, como bien sabemos algunas).

Este boum de bálsamos para vulva solo encuentra explicación en aprovecharse de la obsesión por la perfección estética, y ha encontrado su mercado ideal en mujeres que se sienten presionadas por llevar el estándar de belleza y juventud hasta a sus genitales.

«Úsala a diario para disfrutar de una vulva tan suave como la seda», dice una de las descripciones de estos bálsamos. «Hidrata y rejuvenece tu zona íntima», dice otra.

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Así que los cosméticos se presentarían como la solución para todas esas preocupaciones al prometer una piel suave sin ‘imperfecciones’, cuando la mayoría de ingredientes que utilizan son los mismos de las cremas hidratantes convencionales, pero con un precio de venta mucho mayor.

La clave para lograr su consumo está en saber venderlo, de ahí que los fabricantes hayan optado por presentarlo como una necesidad de nuestras vulvas en vez de un lujo innecesario, lo que son realmente.

Un ejemplo más de que el poder del marketing y del machismo pasa por ir de la mano con la premisa de que nuestras vulvas necesitan ser mejoradas o embellecidas, ya sea con productos o cirugías.

A las empresas no les sale a cuenta que nos opongamos al irreal modelo de belleza con la aceptación personal, los intereses comerciales de crearnos nuevas inseguridades son los que llevan al consumismo de productos de este estilo y que sigan apareciendo bajo nuevos nombres y estilos.

Y quiero puntualizar que no hay nada negativo en querer cuidar nuestro cuerpo -zona genital incluida-, pero hay que hacerlo de forma informada y consciente, con una perspectiva crítica que permita abrazar nuestra singularidad en cuanto a nuestra apariencia, olor, etc.

Así que en lugar de comprarte productos caros e innecesarios, opta por las prácticas de cuidado, basadas en la evidencia científica, que ya seguía tu abuela: ropa interior de algodón, una buena higiene con agua y nada de productos con perfume.

Mara Mariño

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Cuando las fantasías íntimas producen incomodidad

Es imposible controlar las ocurrencias de tu cabeza que te excitan. Puedes intentarlo, pero en el campo de la imaginación, siempre habrá una fantasía con la que tu cerebro te sorprenda.

Para bien o para mal, ya que pueden llevarte a ideas que no te habías planteado -e inspiran tu vida sexual– o a pensamientos que te generan malestar por los participantes que aparecen, las acciones que realizas, etc.

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Sin embargo, incluso las fantasías que nos parecen más raras y conflictivas, no lo son tanto en realidad.

Un estudio de la Universidad de Quebec realizado en el año 2014 puso en evidencia que desnudarse en sitios públicos, las violaciones o tener sexo con alguien que está durmiendo, se colaban y repetían hasta en un 10% de los participantes.

No quita que nos hagan plantearnos de dónde salen esas ideas o que pueda llegar a preocuparnos.

Es en el sexo donde la naturaleza y la cultura se encuentran, y la mejor prueba de ello es de qué manera nuestra educación y socialización incide en este.

Puede que vengan acompañadas de culpa: «Una buena persona no debería fantasear con eso», se dice a sí mismo un usuario en un foro de internet donde afirma que le estimula la idea de sentir que humilla a otra persona en la cama.

Para nuestra tranquilidad, las fantasías solo son eso, imágenes que se crean en nuestra cabeza.

Que las pensemos no significa que queramos cumplirlas en la vida real ni que vayamos a hacerlo.

De la misma manera que a veces fantaseamos con romper algo al hacer un trámite para el que nos dicen que falta un papel y que volvamos a intentar pedir cita, después de llevarla esperando un mes.

Fantasías sexuales, malestares sociales

Cuando digo que la sexualidad tiene mucho cultural, significa que se cuela la moral compartida.

Los estándares de la sociedad de lo correcto e incorrecto, así que lo que se salga de lo aceptado por la mayoría puede producirnos esos sentimientos encontrados.

De ahí que sea tan común que las violaciones se hayan colado en el repertorio fantasioso y, al mismo tiempo, no vayas a encontrar a una sola persona que quiera que eso le suceda en la vida real.

Este tipo de agresiones son un gran ejemplo porque cada vez que pregunto por redes sociales a mis seguidores qué cuestiones consideran que son tabú, me contestan que pensar en esto.

La explicación es sencilla, han pasado a formar parte de las fantasías por la exposición a unas imágenes pornográficas explícitas que hemos visto desde la adolescencia (o antes) en el porno.

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Pero, ¿significa eso que tengamos que martirizarnos por ello o buscar ayuda corriendo para desprendernos de esas ideas que están en nuestros pensamientos?

La propia Ana Requena nos lo comentaba hace unos días en el podcast Zorras y Lagartas en el que soy copresentadora: «No podemos caer en el estándar del buen sexo feminista».

«Una cosa es repensar y hacer la crítica y otra cosa es exigirnos unos estándares, como si eso estuviera mal hacerlo», afirmaba.

Así debe ser, ya que la sexualidad es un terreno en el que poder experimentar, sin la excepción de lo que ocurre en nuestra propia cabeza.

No quita, como dice la periodista y escritora, que nos cuestionemos, planteemos y pensemos de dónde vienen las cosas. Pero, a fin de cuentas, necesitamos autoconcedernos un poco de cancha, vivir con cierta tranquilidad.

Y eso incluye fantasear con lo que nos dé la gana.

Mara Mariño

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‘No sé moverme en la cama’

«No sé moverme en la cama. Me digo a mí misma estrella de mar y lo paso fatal» me escribía hace unos días una seguidora.

La entiendo porque me ha pasado.

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Nuestra escasa educación sexual, a la que hay que reconocerle que nos enseñó a colocar un preservativo, no incluía esta parte, la de averiguar qué nos daría placer.

Así que, ¿cómo no íbamos a tener inseguridad al respecto si lo más cercano a formación en ese sentido eran los artículos de revistas donde se nos instaba, en la sección de posturas del mes, a hacer la ‘cowgirl’?

Como si la mayoría de nosotras fuera una experta en equitación o se hubiera criado en un rancho…

Aunque también tenemos una versión patria, que sería la famosa ‘bicicleta’ de Estela Reynolds en La que se avecina.

Bicis o caballos, comparten que nuestra misión es tener recursos para saber manejarnos y no quedarnos paralizadas en pleno coito.

O, al menos si nos sentimos perdidas y no sabemos qué hacer, que la otra persona no lo note. Y es que aquel comentario me resonó porque todas hemos oído hablar de la ‘estrella de mar’.

Todas conocemos a esa chica que se ha acostado con un amigo y que no se movía en la cama, que parecía que estaba ahí, pero sin estar.

No es ninguna mujer en concreto, pero si una leyenda urbana lo bastante poderosa como para saber que no queremos parecernos a ella y por eso nos angustia la idea de no pasar el estándar del movimiento.

De ahí la ansiedad que he compartido con mi seguidora de pasar por situaciones en las que he intentado menearme en la cama, como pensaba que se esperaba, para que no me cayera el apelativo.

Sin embargo, no debería ser así. Lo suyo sería que si te apetece moverte te muevas, y si no te apetece, no lo hagas, no que la condición del sexo sea forzar un despliegue corporal, algo impostado.

Juzgar nuestro rendimiento

Que este sea no solo un miedo real que tenemos, sino algo que puede producirnos agobio antes del encuentro, es la enésima prueba de que muchas vivimos el sexo a través del otro y no de nosotras mismas.

Que ponemos por delante la performance en vez del propio placer.

A esa seguidora solo puedo darle un consejo y es que se olvide de cowgirls, bicicletas y demás

Lo que realmente ayuda en la cama es estar relajada, es disfrutar de una estimulación que te haga sentir un notable aumento de temperatura y tener ganas de seguir probando qué cosas te dan placer.

Podría entrar en que es de ayuda que la otra persona suba las caderas (que puedes ayudarse de un cojín o almohada) o que es mejor tener algo de movilidad para que puedas probar diferentes movimientos, mientras tu acompañante tiene acceso a otras partes de tu cuerpo.

Pero te mentiría. Eso es lo que me funciona a mí, pero no tiene por qué ser lo que nos va a servir a todas. Por eso necesitamos buscar lo que nos gusta a cada una en una jornada de autoexploración y exploración compartida.

Y seguramente no sea hacerlo de arriba a abajo, porque el clítoris es más de movimientos circulares similares a amasar con las caderas, para que las terminaciones internas de este también reciban estimulación.

Lo importante es divertirse dando con tu vía del placer. Pero también hacerlo con alguien que tenga empatía por tu disfrute y no vea el sexo como una demostración que tienes que hacerle.

Mara Mariño

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Este tipo de trío sigue siendo tabú

Nunca falla, en el momento en el que dices que eres una mujer bisexual, ves cómo en el pensamiento de tu acompañante se va formando una idea clara.

Eres su oportunidad de hacer, por fin, un trío con dos mujeres.

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O, al menos, así es como me hizo sentir aquel exnovio que no dejó de presionar hasta conseguirlo. Aprendí la lección, iba a ser más discreta con mis preferencias sexuales de aquel momento en adelante.

Sin embargo, con el paso del tiempo y sacándole el tema a otras parejas, la respuesta ha sido siempre de mostrar un interés mayor ante la idea de sumar otra mujer a la cama, que de hacerlo con un hombre.

Les frenaba la perspectiva de estar con otros hombres, porque, según su razonamiento, no se sentían atraídos de la manera que yo me podía sentir atraída por mujeres.

Pero, por otro lado, que yo me sienta atraída por mujeres no significa que quiera tener sexo con ellas en un contexto de trío con mi pareja, sino que puede que quiera tener esa intimidad solo con ellas.

Sin llegar a ningún acuerdo claro, el tema de los tríos, desde aquella experiencia, se ha quedado en el limbo.

Y justo cuando pensé que aquella idéntica reacción por parte de mis novios era casualidad, encontré un foro en Reddit en el que se preguntaban por qué era tabú que una mujer quisiera hacer un trío con dos hombres.

Las experiencias que contaban las foreras eran mucho más reveladoras que las mías.

«Cuando le comenté a mi amigo que tenía la fantasía de hacer un trío con dos hombres, me contestó que tenía que tener cuidado con ese tipo de afirmaciones porque los hombres no quieren salir con una chica así», escribía una.

«Le dije a mi novio que tenía esa fantasía y me llamó puta», posteó otra.

«Mi amigo admitió que tuvo sexo con dos mujeres, pero que no tendría nada serio con una mujer que hubiera participado en un trío con dos hombres o que le gustara eso».

Aquellos comentarios me hicieron ver la clara negativa de las parejas siguientes ante mi sugerencia desde una nueva posición.

Y es que, como reflexionaban algunos hombres en el mismo hilo, recibir esa propuesta, provoca sentimientos encontrados (y nada buenos).

Por un lado aparece el miedo ante la competencia. La duda de si realmente la pareja quiere estar con otro chico y es su manera de conseguirlo.

Por otro, la inseguridad de no sentirse suficiente en el plano sexual, la sensación de fracaso de que no se está satisfaciendo a la otra persona y necesita de la experiencia para disfrutar de verdad.

Todo esto teniendo en cuenta que, de darse el trío a la inversa, con una mujer, no se experimentarían esas emociones de miedos o inseguridades.

Por un lado, está la concepción del sexo como algo simple y llanamente genital, que gira en torno a una vagina y un pene y que todo el placer en la relación debe ser a través de ellos.

De ahí también que la penetración siga siendo la práctica más común aunque no sea la más efectiva para nosotras de cara a llegar al orgasmo.

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Pero luego hay que añadir a la ecuación otros dos factores: primero la tendencia a pensar que las mujeres, bisexuales o no, aceptemos más alegremente tener sexo con otra mujer si hay un chico de por medio

Y segundo, el insulto, la vejación o el prejuicio que se recibe como mujer al admitir que quieres realizar esa práctica. Es decir, se criminaliza el deseo, pero solo el de un lado.

A día de hoy, y pornografía mediante, la bisexualidad de las mujeres está completamente fetichizada, lo que ayuda a ese doble rasero.

En cambio, que un hombre pueda estar en una práctica sexual con otro hombre, resulta criticado por la homofobia que todavía constriñe a gran parte de nuestros compañeros.

Son ellos los partidarios de seguir a pies juntillas esa mentalidad de Barney Stinson, que, como comentaba en uno de los episodios de Como conocí a vuestra madre, es parte del Bro Code nunca mirar a los ojos al otro hombre con el que estás participando en un trío.

Como si por establecer contacto visual fuera a cambiar de repente tu sexualidad (o como si ese hipotético cambio de orientación fuera algo malo).

Que este trío se conozca como trío demoníaco, tampoco ayuda de cara a verlo como una práctica sexual positiva.

Aunque aparentemente esta connotación viene de que hay dos «cuernos», el lenguaje nos influye en la manera de pensar sobre las cosas.

¿Es casualidad que el trío en el que son dos hombres quienes se organizan para darle placer a una mujer se relacione con algo satánico? A estas alturas, yo ya no lo creo.

Mara Mariño

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Ellos nos preguntan menos en las citas, ¿por qué?

Recuerdo que era médico, tenía dos hermanos pequeños, quería especializarse en neurocirugía y su destino veraniego favorito era Cádiz.

También recuerdo que no me hizo ni una sola pregunta en toda la cita. Y, al desahogarme con mi amiga de la mala suerte que había tenido, empezamos a unir los puntos.

Era raro dar con alguien que se interesara por nosotras de la forma en que nosotras lo hacíamos.

hombre mujer cita

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Así que la duda parecía clara, ¿vivimos las citas como si fueran auténticas entrevistas de trabajo, queriendo conocer todo de su vida, o es que ellos no se esforzaban demasiado?

No puedo evitar ver la similitud de cuando recorres los perfiles de cualquier aplicación para conocer gente y en un perfil con apenas un par de fotos encuentras la vaga descripción de «No sé que poner, pregúntame lo que quieras».

¿Funcionaría esa misma estrategia en la solicitud de un puesto para empezar a trabajar en una nueva empresa?

Vale que no es lo mismo. Esto, a diferencia de un cambio laboral, puede que sí sea para el resto de tu vida.

Sin embargo, el denominador común en ambas situaciones es la sensación de falta de esfuerzo.

Cuando quedamos con otra persona, nos gusta sentir que nos escuchan y que se interesan, por lo que hacer preguntas es fundamental.

De hecho, se gasta una cantidad inmensa de tiempo y energía cuando solo eres tú quien tiene ese papel.

Además, hablar es una forma de conectar y también el factor que garantiza que quieran volver a quedar contigo más adelante, según un estudio reciente de Hinge.

Por lo que tiene que darse una buena conversación si se busca que se desarrolle un vínculo, algo que se puede aplicar no solo a la pareja, sino también a las amistades.

Planteando mi desidia en Instagram sobre la aparente falta de ganas, varios seguidores me contestaron que podía deberse a timidez o inseguridad, a no saber cómo lanzar una pregunta.

Y es algo que también puede tener su raíz en la manera en la que hombres y mujeres somos socializados.

Nosotras estamos más acostumbradas a compartirnos, pero también a escuchar y saber qué siente la persona de enfrente.

Mismo lenguaje, distinta manera de usarlo

Ellos, en cambio, usan el lenguaje como una manera más de reafirmarse ante el resto del grupo, pero no como un espacio de vulnerabilidad.

Según expertas como Deborah Tannen, sociolingüista o Amanda Montell, lingüista, otro campo de competición serían las conversaciones.

De ahí que haya eternos diálogos en los grupos de amigos de quién ha jugado mejor al fútbol o de cuánto peso levantan en el gimnasio

Esto también podría explicar como ellos tienen menos síndrome del impostor en el mundo laboral, mientras que a nosotras nos cuesta más participar en reuniones de trabajo donde sentimos la presión de la competencia.

Esto es una generalización, por supuesto, pero, por otro lado, nos permite abordar esta diferencia de preguntas en las citas sabiendo que igual no estamos viendo la conversación como lo que es.

Un momento del que podemos sacar mucha información y que nos permite colaborar: ya sea para una futura cita, un encuentro sexual u otra cosa de la que ambas personas se vean beneficiadas.

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A fin de cuentas, ni nosotras somos responsables de que él sea la estrella de la cita ni ellos de que estemos comiéndonos la cabeza porque no nos ha preguntado por la querida mascota de nuestra infancia.

Ante la duda, iniciativa, que bien puede ser tirarse a la piscina si alguien identifica que no ha lanzado ninguna cuestión y de paso, dejar abierta la puerta de la duda si no nos han dicho nada.

«Aprovechando que estamos hablando más de nosotros, ¿hay algo que te gustaría saber de mí?», puede ser una forma muy elegante de invitarle a plantear una consulta.

Y recordar que no tiene que hacerte tantas preguntas como las que te hace tu mejor amiga, cada quien tiene sus habilidades sociales básicas de comunicación, puede que no sea a propósito que no se exprese con tanta facilidad como tú.

Pero si ni con esas cambia el comportamiento, más vale una retirada a tiempo, a no ser que quieras estar con una persona-podcast, a quien solo vas a escuchar hablar por el resto de vuestros encuentros.

Mara Mariño

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¿Cómo sé si tengo un problema sexual?

Quienes vivimos a toda prisa con la rutina pisándonos los talones, nos plantamos en la Semana Santa con un objetivo claro: calidad en pareja.

Calidad en pareja es esa escapada que reservaste hace meses, pero también quedarte en tu ciudad tachando de la lista de pendientes el restaurante al que tanto queríais ir y, por supuesto, aprovechar que el tiempo no corre para dedicárselo al placer.

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PEXELS

Sin embargo hay quienes pueden descubrir en estos días que algo es distinto. Bien porque no ‘reacciona’ como se esperaría o porque esas ganas -que en teoría deberían aparecer-, brillan por su ausencia.

Pueden ser los nervios, el cansancio, una noche de mal sueño, una nueva medicación o, quizás, algo más, pero ¿cómo saberlo?

Cuando estudiaba el máster de Terapia de Pareja y Sexología Clínica me sorprendía leer en los apuntes que se consideraba una disfunción todo aquello que no desencadenara una respuesta de placer en cuanto al coito se refiere.

Pero también eran disfunciones la incapacidad de mantener una erección a la hora de practicar la penetración o incluso llegar al orgasmo antes de que tu pareja lo hiciera.

Todo giraba en torno al coito y así fue que le pregunté a mi tutora si, como sexólogas, no estábamos demasiado centradas en la idea de que la penetración es la práctica por excelencia.

Coincidió conmigo y añadió que nuestra responsabilidad era precisamente educar en que hay un abanico de prácticas ideales para disfrutar más allá de meterla.

Claro que eso complicaba un poco más mi duda, entonces ¿cómo identificar un problema sexual?

Los ‘síntomas’ de que algo pasa

Si por algo se caracteriza una disfunción es por el malestar repetido durante un periodo de tiempo largo, hasta el punto de que afecta a tu vida íntima en general.

No es algo puntual, sino que sucede en todas las ocasiones (o casi todas) sin que tú lo desees ni lo busques.

Esto puede ir desde la dificultad a la hora de mantener excitación sexual, a la ausencia de libido, sí, pero también a la pérdida de erecciones.

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También sentir dolor durante las relaciones, la dificultad para alcanzar el orgasmo, la eyaculación precoz o retardada, e incluso la incomodidad, la vergüenza, la ansiedad o el estrés relativos a la actividad sexual entran en esta categoría.

Si tras un periodo de unos cuantos meses ves que cualquiera de ellos se sigue repitiendo, es el momento de entender que no está funcionando con normalidad y que hay que buscar ayuda experta.

De cualquier forma, una manera de salir de dudas es pedir un chequeo médico para que te confirmen que no es relativo a un malfuncionamiento físico.

Una vez queda superado este paso, si todo parece en orden, es muy probable que el origen del problema sea psicológico para lo que la terapia sexológica es la solución perfecta.

Por último recordarte que, ignorar o minimizar las disfunciones sexuales, puede ser peor por el impacto no ya solo en tu vida íntima, sino en tu propio bienestar emocional.

Mara Mariño

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