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¿Existe la ninfomanía? Una sexóloga desmonta los estereotipos más extendidos

«Ninfómana» es un término que me ha acompañado desde que empecé a escribir este espacio. Una palabra que se escurría en los comentarios, respuestas en Twitter (o como se llame), mensajes privados…

Y todas ellas tenían lo mismo en común: quien me lo llamaba no tenía ni idea de mi vida íntima. Sin embargo el apelativo, en su opinión, era correcto.

¿Quién podría escribir de sexo sin ser adicta a él?

mujer sujetador cama

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«Ninfómana» no es un piropo, no se usa a modo de halago ni como cumplido. «Ninfómana» es un arma arrojadiza que, entre líneas, deja caer que eso de que seas mujer y vivas una sexualidad a tu gusto y elección, es cuestionable.

Sobre el término he hablado largo y tendido con Lucía Jiménez, que es sexóloga y colaboradora de Diversual, y sabe lo mucho que nos queda por deconstruir más que a las ninfómanas, a quienes lo usan como agravio.

«La ninfomanía no existe como categoría diagnóstica», comienza explicándome. «No es más que la herencia cultural de un término que acuñó en el 1886 un psiquiatra alemán llamado Richard Von Krafft-Ebing en su obra Psychopathia Sexualis».

«En este libro describió la libido sexual como la fuerza del deseo, que en exceso podía denominarse ninfomanía (para ellas) y satiriasis (para ellos)».

Aunque lo curioso, como la misma sexóloga se pregunta es por qué sobrevive el adjetivo «ninfómana» mientras que casi ninguna persona sería capaz de reconocer o utilizar el término «sátiro».

Como en el caso de aquellos que me han colocado la etiqueta, «ninfómana» no se usa para hablar de la sexualidad: «Es una palabra empleada para ejercer violencia de género utilizando como pretexto la sexualidad, pues discrimina por género y sexo. Ninfómana no es la persona con adicción al sexo, ninfómana es una mujer».

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Algo que, coincido con Lucía, no hace más que acrecentar el estigma sobre la sexualidad femenina contribuyendo a una doble moral donde el placer parece solo reservado a un 50% de la población.

«Por un lado, se sigue creyendo que la mujer cis tiene menor deseo sexual que el hombre cis, pero cuando esta lo tiene, lo expresa y lo vive, se convierte en ninfómana. ¿Entonces, cómo me tengo que sentir? Poco deseo es malo porque no satisface a terceros, mucho deseo es peligroso porque desafía», resume la experta.

«Por supuesto que hay personas que viven su deseo de maneras que pueden ser perjudiciales para sí mismas, y que piden ayuda para aprender a gestionarlo. Pero, qué instrumento de control tan potente para inhibir la sexualidad, es educar a la mujer en el miedo a un deseo sexual incontrolable que pueda arruinar su vida y sus proyectos», reflexiona.

Entre el deseo sexual hipoactivo y la hipersexualidad

En términos profesionales, a la hora de hablar del deseo sexual «lo que existe es un deseo sexual hipoactivo (bajo) o
una hipersexualidad», explica la sexóloga.

Normal es un concepto muy relativo, ya que «estadísticamente, la normalidad habla de cómo se distribuyen las conductas en la población, es decir, es lo que más se repite. Eso no quiere decir que sea lo correcto, ni lo mejor. Es una descripción de las tendencias».

Aunque, como Lucía comenta, «cuando alguien pregunta si, en este caso, su deseo sexual es ‘normal’, probablemente quiere saber si su deseo sexual ‘está bien’, si hay algo de malo en sentir menos que no sé quién, o más que no sé cuántas».

Así que en vez de preguntarnos eso, la experta recomienda plantearnos otro tipo de cuestiones, como si la frecuencia sexual genera malestar persistente, si interfiere con el desarrollo de la vida, si empeora las relaciones personales, etc.

Una vez comprendida la relación que mantenemos con el deseo sexual, también toca desmontar algunas falsas creencias como que frecuencia es igual a adicción (cuando es algo que varía según la percepción de cada persona).

«Cuántas relaciones se tienen no es un buen indicador. Adicción son otros procesos, como la compulsión, mediante los que se produce un deterioro de la persona y de su vida», explica la colaboradora de Diversual.

Aunque también el mito de que una persona es adicta al sexo porque le encanta el sexo: «Puede utilizar mucho la relación sexual, pero también puede no disfrutarla en absoluto, ya que se ha convertido en un acto de consumo y de alivio de una ansiedad persistente».

«Puede estar todo el día pensando en ello, y que le resulte completamente incapacitante», resume Lucía.

¿Qué hacemos con «ninfómana»?

A día de hoy, internet ofrece un crisol de resultados cuando introduces el término. «Todavía hay blogs y webs de profesionales de salud mental que emplean este término para referirse a la hipersexualidad», dice Lucía.

«Si tienes la mala suerte de ser diagnosticada como tal, se te atribuirán toda una serie de características que muy probablemente no te corresponden».

Y es que como la sexóloga explica, «ser ninfómana, socialmente, te convierte en una mujer impredecible, manipuladora, peligrosa, seductora, que hará lo que sea para tener relaciones».

«A ver si va a resultar que la ninfómana es la que vive su sexualidad de una manera que no le va bien al hombre. La ninfómana es un arquetipo cultural que despoja al hombre de todo control y raciocinio, ‘obligándole a follar'», afirma.

Así que la manera de darle una vuelta de tuerca es, como la experta sostiene, recordar que «la ninfómana a la que se señala no es más que la mujer cis que desafía el statu quo, amenazando a otras mujeres cis porque les subraya lo que ellas no se permiten y retando al hombre cis porque se iguala a ellos en su vivencia sexual».

Mara Mariño

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En verano aumenta el deseo sexual, ¿mito o realidad?

Que el sexo va por épocas es algo que noto especialmente en invierno, cuando las temperaturas hacen que me dé frío tan solo la idea de quitarme un calcetín (y ya ni hablamos del resto de prendas).

Pero lejos de los meses más fríos del año, el verano tiene la fama contraria, la de ser la estación del año dorada para la vida sexual.

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Es algo que se podría achacar perfectamente a la subida en el termómetro, que hace que surjan más planes al aire libre, lo que se traduce en que seamos más sociales y nuevas personas despierten el deseo.

También está el crucial papel de las vacaciones: momento del año en el que la rutina no está marcando cada hora del día y permite improvisar un polvo en cualquier momento (¿mi favorito? El de postsiesta).

No me puedo olvidar del romanticismo de irte de festival y encontrarte con una mirada entre el gentío, cuando suena C. Tangana, el de coincidir todo el rato con esa persona en el bar del hotel o volver a tu pueblo a reencontrarte con tu crush de la infancia.

Sea como fuere, en verano es cuando, por fin, podemos desprendernos del estrés por la carga laboral, uno de los mayores terroristas de la libido.

Con todas estas razones, nadie pondría en duda que durante la etapa de desconectar se vea tan beneficiada nuestra vida íntima.

Pero estos no son los únicos factores, parece que además del factor social, hay una explicación biológica que también le daría la razón a esta teoría de que el verano es la época sexual del año.

Libido y vitamina D

Que Sonia y Selena cantaran la estrofa «cuando llega el calor los chicos se enamoran» podría haber sido inspirado por el efecto de la vitamina D en el cuerpo.

Esta vitamina, que la producimos cuando la piel se expone a la luz solar, está muy relacionada con la sexualidad según los estudios de la Universidad Médica de Graz, en Austria.

Los resultados de sus análisis les hicieron sostener que, en el caso de los hombres, esta vitamina ayuda a generar más nivel de testosterona y aumenta calidad y movilidad de los espermatozoides.

Que igual contado así no sientes que sea especialmente relevante, pero piensa que es la responsable de provocar y mantener las erecciones.

¿A que ahora te apetece tomar más el sol?

Por otro lado, en el caso de las mujeres, unos bajos niveles de vitamina D son los que se relacionan con bajo deseo sexual, poca excitación, escasa lubricación, dificultades a la hora de alcanzar el orgasmo y, en definitiva, baja satisfacción sexual.

Así que no solo el verano es la ocasión de reactivarse sexualmente, sino de aprovechar que los encuentros íntimos son, desde el punto de vista del placer, de tan buena calidad.

Mara Mariño

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Los hombres siempre tienen ganas, ¿mito o realidad?

Creo que no fue hasta que estuve en mi primera relación de pareja larga que me di cuenta de lo extendida que estaba la idea de que los hombres siempre tienen que tener ganas de sexo.

Es más, hablándolo con la sexóloga Sara Izquierdo en el podcast que hemos empezado en Spotify (Zorras y Lagartas, para quien le interese saber más de sexualidad), me comentaba que una de las razones es la diferencia que existe entre la forma de originarse el deseo entre hombres y mujeres.

hombre pareja triste

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Según la experta, mientras que los hombres tienen un deseo más espontáneo, para las mujeres es un estímulo que se debe ir construyendo, de ahí que surja esa creencia de que ellos siempre tienen ganas.

Quizá en encuentros esporádicos o relaciones casuales, que se dé una ocasión de falta de sincronización entre los deseos de ambos, es más complicado porque los momentos en los que se coincide son menores.

Aunque incluso en esos casos es probable que se puedan dar.

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Por otro lado está también la masculinidad hegemónica, que sostiene la idea de que un ‘auténtico hombre’ (lo entrecomillo para que se entienda la ironía) siempre tiene que estar listo y dispuesto a un buen meneo, de lo contrario se pone en duda su virilidad.

Sin embargo es algo que causa mucho agobio porque, en contra de lo que podamos pensar, a ellos también les cuesta decir que no.

Además de que tampoco se les enseñan las herramientas para hacerlo de una manera asertiva, lo que les queda es la presión social.

Especialmente cuando se encuentran con parejas que comparten esta idea, originada por la expectativa universalmente aceptada de que quieren hacerlo en cualquier momento y con cualquier persona.

Normalizar los altibajos del apetito sexual

Cuando preguntas por el tipo de reacciones que suelen encontrar a la hora de decir que no tienen deseo en ese momento, suelen englobarse en tres grandes grupos.

Por un lado hay quienes se encuentran ante una búsqueda de explicaciones (preguntas como «¿Por qué no?»), es habitual también una reacción de sorpresa o incluso de enfado («¿Es que no te gusto?»).

Una serie de reacciones que confluyen en su origen: por la expectativa social y por cómo creemos que funciona el apetito sexual masculino, no estamos acostumbradas a que nos rechacen.

Sin embargo lo más normal del mundo es que el deseo atraviese momentos altos y otros bajos.

Estrés, depresión, hiperestimulación desde la mañana a la noche por las imágenes eróticas que están al alcance (pornografía, por ejemplo), ansiedad, mala alimentación o una vida sedentaria son algunas de las razones que pueden influir en el deseo sexual.

O, simple y llanamente, que no apetezca y punto.

Así que además de confirmar que se trata de un mito la idea de que el deseo es siempre el mismo, recordar lo importante que es para quien no quiere en ese momento hacer nada más, sacar el tema.

Porque tener la conversación es normalizar algo tan común como son unas ganas que varían.

Mara Mariño

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Sí, las mujeres aún arrastramos la culpa de tener una vida sexual activa

Hace poco reflexionaba sobre el término «ninfómana», que se suele usar para definir a una mujer con un alto deseo sexual.

En cambio, la palabra «ninfómano» apenas se utiliza.

Quizás porque se da por supuesto que, el estado natural de cualquier hombre es ese, con la libido por las nubes todo el día.

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SAVAGE X FENTY

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Pero, ¿qué es esto sino la manera de seguir promoviendo una serie de estereotipos que poco o nada se corresponden con la realidad, a través de las palabras que utilizamos?

Por un lado, que no haya un «ninfómano», alimenta la falsa idea de que ellos siempre están dispuestos.

Con las ganas a punto y la erección preparada al roce de una caricia o un beso en los labios.

Y muestra al que no responde de manera inmediata a los estímulos, o simplemente quiere tomarse sus tiempos, como alguien raro.

Incluso aparece la duda de si es que no le gusto lo suficiente o si será asexual.

En cambio, cuando se trata de la «ninfómana» es habitual referirse a quien vive su deseo a secas, la que tiene la osadía de disfrutar del sexo.

La que es dueña de su placer y lo persigue.

Pero también la que habla de él sin tapujos, una razón por la que sexólogas, periodistas o escritoras de novelas eróticas recibimos el sustantivo (y el acoso).

No es quien tiene, según la definición exacta, un «deseo excesivo» (que habría que ver qué es excesivo y que no), sino quien lo tiene.

Nos han hecho creer que una ninfómana es una mujer cuya libido existe.

Y, además, que está mal visto que la tenga.

Cuando el peso de ser pura, casta y buena todavía nos pesa a las espaldas cuando ciertos coaches del amor proclaman que nuestro bodycount no debe ser mayor que los dedos de una mano.

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Lo que significa que también es un privilegio masculino tener y darle rienda suelta a ese deseo sin que les suponga algo negativo, un prejuicio.

A nosotras, en cambio, a falta de privilegio, nos queda la culpabilidad.

Sentirnos culpables de tener deseo, culpables de querer satisfacerlo, culpables por tener sexo sin esperar una relación o emociones al terminar.

Culpables por disfrutarnos cuando la culpa es todo lo contrario al placer.

Porque es pensar en vez de sentir, es agobiarse en vez de relajarse y es cortarse las alas, quitarse la libertad de vivir, aun sabiendo que no es por decisión una misma, sino por lo que puedan pensar los demás.

Así que la próxima vez que sintamos culpa, debemos quitárnosla de encima recordando que no va a llevarnos al orgasmo. Y que debemos perder el miedo de hacer lo que nos sienta tan bien.

Mara Mariño

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Formas de dar el primer paso cuando tienes ganas de…

Cuando quiero tener sexo no me escondo.

Soy obvia hasta el punto de que mi ‘ritual’ muchas veces es preguntar si quieres follar.

¿Para qué perder el tiempo?

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PIXABAY

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Pero claro, que mi libido esté ‘estirando’ en ese momento para la que se viene, no significa que la otra persona esté en el mismo punto.

Decir «¿follamos?» no siempre funciona como un interruptor que automáticamente cambia el humor y despierta el deseo a la persona que tengo delante.

Así que para esos casos, es hora de que abra mi repertorio de maniobras que dejan entrever que quiero tener sexo pero sin resultar tan directa -y quizás fría-.

Todo encuentro sexual empieza antes de tocarnos, por eso insinuarse es también un arte.

El de dejar salir tu calentón y a la vez transmitírselo a la otra persona para llevártela al huerto, a la cama, a la encimera, al suelo o a la terraza, a la vista de todo el vecindario.

Así que, como el arte, puede ser romántico, sutil, inocente o de alto impacto.

Puedes empezar por, si vais a quedar, mandar mensajes a lo largo del día que vayan subiendo la temperatura. Decir lo que le espera, en qué fantaseas mientras mandas ese mail o qué tiene que hacer al llegar es una manera buenísima de ir generando expectación.

En vivo y en directo puedes optar por expresiones sugerentes. El contacto visual acompañado de morderse el labio o acariciar partes de su cuerpo, como los brazos o la pierna, dejan claro las intenciones sin resultar chocantes.

Decir que le deseas puede ser otra forma de abrir la puerta. Además, puedes comentarlo en un momento inesperado, cuando está terminando de fregar los platos o en medio del capítulo de la serie. Para quienes tienen deseo reactivo, sentir que otra persona les tiene ganas, es el mejor detonador.

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Saliendo de las sutilezas y entrando en la parte que me gusta a mí, la de ir a saco, tienes la opción de que te encuentre sin ropa. El juego de las miguitas de pan con prendas es un aliciente estupendo. Aunque también que te pongas por encima una bata o kimono y debajo no lleves nada. Hay gente elegante que le gusta acompañar ese momento de frases interesantes del tipo «¿Te atreves a descubrir qué hay aquí debajo?». Yo soy más de «Si hoy no es Navidad ni tu cumpleaños, ¿por qué te han traído estas peras de regalos?» Y bamba, tiras la prenda al suelo. Humor y sexo son mis dos cosas favoritas.

Si te sientes con la autoestima por las nubes y sabes que la visión de tu cuerpo es un estimulante instantáneo, puedes ponerte algo sexy y pasearte cerca de la otra persona como si nada. O, aprovechando el subidón de confianza, marcarte una aparición más teatral para impresionarle.

Y, para terminar, la propuesta más evidente (que además no suele fallar) es la de ir a por su entrepierna. Primero tocando de manera suave, como si fuera un roce casual, y luego aumentando la intensidad.

La conclusión, después de todas estas opciones, es que tires por lo que más te apetezca y sientas en ese momento. Algo que te parezca sexy pero siempre respetando sus límites.

Si ni con esto te queda muy claro por donde tirar, otra alternativa es imitar lo que hace la otra persona, porque sabes que es su forma de transmitir su deseo y es una indirecta que va a pillar al momento.

Mara Mariño

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¿Los afrodisíacos funcionan? Mi experiencia después de probarlos

Voy a empezar confesando que soy un poco incrédula cuando se trata de sustancias que te hacen despertar mágicamente el apetito sexual, lo que en teoría consiguen los afrodisíacos.

Tomar ostras, u otros alimentos que dicen que ayudan, no me ha terminado de afectar lo suficiente como para darlos por buenos (y eso que hay incluso un menú realfooding que mejora el sexo).

Mi concepto de alimento que sube la temperatura -y de verdad me produce deseo sexual- es que me diga que, si quiero, me prepara unas croquetas para que tenga en el congelador cuando me apetezcan.

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La cosa es que no le veía mucho sentido a usar un producto específico para eso.

O sea, creo que mi deseo sexual es bastante común: a veces menos, a veces más, si veo Outlander por las nubes, si tengo mucho lío en el trabajo lo pienso menos… Lo normal.

Pero como la curiosidad es la que mata al gato (o en este caso a la gata, que soy de Madrid como los churros de San Ginés), pensé «Bueno, ¿y por qué no?»

Mi lado más racional me decía que igual esto era un poco el timo de la estampita y lo que funcionaba era el efecto placebo.

Pero justamente por no tener una libido baja sentía que no tenía ningún tipo de expectativa -ni me llevaría decepción- con el funcionamiento del afrodisíaco.

En el mercado hay un montón de ellos, pero yo tenía claro que iba a experimentar lo justo.

El que escogí era bastante natural, de hecho, aparte de agua, lo que tenía era extracto de damiana y L-arginina.

Por lo que me informé, estos dos ingredientes son conocidos por mejorar la satisfacción sexual y aumentan el aporte de sangre a los tejidos genitales (entre muchos otros beneficios que me interesaban menos para esto).

Yo lo que quería era testearlos entre las sábanas.

El efecto no es instantáneo, no es como tomarte un café, que a los 10 minutos ya estás como una moto.

Y tampoco te convierte en una fiera en la cama ni vas a tener encuentros que podrás considerar epifanías sexuales.

La constancia es la clave, fue mi primer descubrimiento. Después de tomar la dosis durante unos días, estaba más ‘despierta’.

En mi caso, fue algo que ayudó a reactivarme. Era como que en más situaciones o momentos me entraban ganas de tener sexo.

Luego también es verdad que, cuanto más sexo tienes, más sexo te apetece, por lo que va genial para hacernos reconectar en pareja si llevamos una temporada con los deseos descoordinados.

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La conclusión es que como experimento está bien, aunque creo que no se debe usar como apaño si hay problemas más graves detrás (que quizás necesitan otras soluciones o ayuda profesional).

Para un momento puntual, a modo de empujoncito, cumple su función.

Es más, que lo usara en una etapa normal de mi vida, hizo que reflexionara de que es también normal que a veces no nos apetezca.

Saber cómo lidiar con esa frustración o falta de libido de nuestra pareja, sin que suponga un mundo para la relación, es también un aprendizaje.

Pero que vaya, que introducirlo como impulso de vez en cuando, también está genial. Y si lo que funcionó fue el efecto placebo, ¿por qué no aprovecharlo si nos lleva a querer entrechocarnos la piel más a menudo?

Mara Mariño

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La disritmia sexual: cuando vuestras ganas no coinciden

Si hay ocasiones en las que es imposible ponerse de acuerdo para escoger el sitio donde ir a cenar, ¿cómo vamos a coincidir con nuestra pareja siempre que tengamos ganas de sexo?

No, eso de que se sincronicen las libidos, y además tengamos un momento libre y -me invento-, la casa disponible sin padres, hijos o compañeros de piso, no es lo habitual.

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Aunque ya hace unos meses os contaba cómo hacer si lo que pasaba era que tenía menos ganas que tú o al revés, no es lo mismo si ambos queréis pero os pilla el deseo en ocasiones distintas.

El deseo depende de un montón de factores: entre ellos está el estrés, el cansancio, los problemas laborales, familiares o de pareja.

Así que cuando aparece, y los calendarios eróticos no se encuentran, es lo que se conoce como disritmia sexual.

Por experiencia propia, puedo decir que la convivencia es la primera que genera desajustes (sí, por raro que parezca).

Si se comparte el mismo espacio, ¿cómo no va a darse una coincidencia en algún momento de todas las horas del día?

Somos animales de costumbre y pasamos de la jornada de 8 horas en la oficina al gimnasio, después el plan con amigas y luego la serie de turno al terminar de cenar.

La otra persona tiene también la misma rutina. Y salir de ella, aunque sea para pasar un buen rato, nos da una pereza tremenda y nos descoloca.

Cuando esto sucede, la comunicación -como en todo- es la clave. Expresar que en ese momento no apetece o que no se está de humor por cualquier cosa.

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Así que, si somos quien no quiere continuar, nuestra responsabilidad hacia la otra persona es decirle qué nos sucede y por qué no queremos seguir.

Por otro lado, si recibimos esa respuesta, lo suyo es que entendamos que se trata de un momento puntual, mostremos apoyo y comprensión (en ningún caso forzando a continuar el encuentro) y lo dejemos para otra.

No es el fin del mundo ni tiene mayor importancia.

Si que haya deseos a destiempo tiende a repetirse, mi consejo es que lo planifiquemos.

Más que nada porque a veces, tener sexo con tu pareja, es como quedar con esa amiga que llevamos siglos sin ver.

Podemos tener muchas ganas de ponernos al día que, si no hacemos un esfuerzo en hacernos hueco y acudir a la cita, seguiremos con el «tenemos que vernos» sin que nunca llegue a pasar.

Y, además de utilizar el calendario como aliado, tampoco está de más que nos planteemos qué buscamos en un encuentro sexual cuando tenemos ganas de disfrutar.

Pensamos que la penetración es lo único que cuenta como sexo, pero podemos hacer otras cosas.

Si solo tenemos 5 minutos, puede ir desde a acariciarse a besarse, pasando por tocarse brevemente o hacer cualquier cosa que no necesariamente termine en penetración. 

De esa manera ganamos en variedad y diversión y le abrimos la puerta a otras prácticas que quizás tenemos más olvidadas o en segundo plano.

Mara Mariño

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Sí, puedes tener un orgasmo y no sentir placer

¿Hay algún momento de nuestra vida donde pasen cosas más curiosas que en el sexo? Tengo mis dudas…

Objetos inesperados, posturas que solo se limitan por la imaginación, sonidos que nunca habías escuchado y sensaciones que, hasta ese momento, desconocías.

Resumen: en la cama y fuera de ella puede pasar de todo.

pareja cama placer

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Pero -claro que tenía que haber un pero-, aunque sea algo que practicamos por puro placer, no siempre lo conseguimos.

A mí me ha pasado que, justo cuando todas las señales de mi cuerpo indicaban que estaba a punto de caramelo, cuando parecía preparada para tener un orgasmo espectacular, se ha quedado en nada.

Me ha recorrido un pequeño temblorcillo y fin. Hasta ahí. Como cuando pones cava en una copa y parece que estás desbordando, pero luego apenas llega el líquido a la mitad.

Además, sabía que había terminado todo porque, si seguía tocando, mi cuerpo respondía raro. Con ese espasmo incómodo que parece decir «Ya. Se acabó. No doy más».

La primera vez que me pasó, me quedé helada. «¿Pero dónde está?». Casi me daban ganas de buscar entre las sábanas o mirar debajo de la cama.

¿Es posible que se me haya perdido un orgasmo? Lo cierto es que sí, no todos los orgasmos son iguales y el caso que he relatado, es más común de lo que parece.

Porque podemos alcanzar el clímax sin que el placer le acompañe.

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La práctica llevada a cabo es algo que tiene poca relevancia, da igual si sucede durante la penetración, sexo oral…

Desde Lelo, la marca de juguetería erótica, desvelan el misterio de los orgasmos poco placenteros: es una falta de entendimiento entre la excitación del cuerpo y la mente.

Lo que significa que, de la misma manera, nos puede pasar sin estar en compañía de nadie durante una sesión de masturbación -especialmente si es durante el teletrabajo, porque la cabeza puede seguir ‘conectada’ al ordenador dándole vueltas al mail sin contestar-.

También puede que haya motivos físicos o psicológicos de por medio (que pueden necesitar que lo abordes con un profesional).

O, directamente, una falta de deseo porque una de las dos personas está más predispuesta que la otra.

En mi caso, siendo algo tan puntual, tiendo más a pensar que mi cabeza no estaba donde tenía que estar.

Por eso, en vez de agobio, me ha servido como reflexión, la de que el orgasmo no puede ser el fin último.

Porque puede darse o no. Y, si se da, quizás no es tan placentero como esperábamos. Entonces podemos seguir obsesionándonos con perseguirlo como si fuera el único premio…

O empezar a disfrutar de una relación sexual desde el momento que comienza en nuestra cabeza, con la anticipación de que va a llegar un encuentro con otra persona, y hasta que nos vestimos de nuevo.

Porque el placer está en todo: en la piel, en el olor, en el sabor, en el sonido, en él apoyado contra la pared mirándote desde arriba… En el orgasmo también, claro, pero no dejemos que lo monopolice todo.

El sexo es demasiado grande como para limitarlo a esos 11 segundos.

Mara Mariño

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En pareja, ¿que surja espontáneo o planificarlo?

Parece que no hay discusión cuando llega el momento de ponerse de acuerdo entre qué sexo es mejor: si el que surge de repente o el que se planea.

pareja sexo espontáneo

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Como si de un plan improvisado de viernes tarde se tratara, todo lo que suponga dejarnos llevar y sorprender, gana puntos en la comparativa.

Pero, y aquí va mi opinión contraria a esto, ¿qué pasa con las ventajas de organizarlo con tiempo?

Ponerse en las manos de la espontaneidad está muy bien siempre y cuando se tengan ganas, energía y tiempo, tres factores que con una rutina de trabajar, ir al supermercado, los niños, el perro, la lavadora y los trámites en el banco, no son siempre habituales.

Por eso, seleccionar una fecha y un momento es decirle al día a día que no todo va a ser logística, también hay un rato para disfrutar (en soledad o con compañía).

Soy una defensora de hacerlo de esta manera porque la expectación consigue alimentar mi deseo.

Solo el momento de fantasear con ello o ir a una tienda erótica, a por algo que vaya a participar en el juego, preguntar dudas o pedir consejo sobre una nueva adquisición, están empezando a construir unas ganas que van creciendo.

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Y el culmen, cuando toca dejarlas salir, es ese rato reservado -única y exclusivamente- para el placer.

Hay quien dice que es imposible superar las expectativas de un sexo casual, que solo con lo inesperado de la situación ya gana al planificado.

Pero también puede salir bien, normal o fatal. La diferencia del que se planifica es que hay una parte de disfrute -toda la previa- que ya cuenta.

Además, si lo planeas con antelación tienes más factores bajo control e incluso previsión de reconducir las cosas (un juguete a mano mejora cualquier encuentro).

Así que la próxima vez que te plantees que tu vida sexual no está siendo perfecta porque le falta espontaneidad, ponte las pilas organizando el siguiente encuentro y me cuentas.

Mara Mariño

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No cumplimos nuestras fantasías, el obstáculo de la sexualidad femenina

Cuando estuve varios años en una relación de pareja, que él cumpliera sus fantasías era uno de mis objetivos.

Las que fueran, siempre y cuando yo me encontrara cómoda. Y conseguí poner en práctica la mayoría de ellas.

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En cambio, cumplir las mías propias, estaba en un segundo plano para mí y para él, por su parte no tenía la misma prioridad.

Por mucho que había insinuado qué era lo que me gustaría que él hiciera (o llevara, más bien), me quedé con las ganas.

Puedes pensar que soy una excepción, pero si repaso uno de los últimos estudios que se han hecho sobre la evolución de la sexualidad de la mujer española, mi caso es bastante habitual.

El análisis de Gleeden llega a la misma conclusión que mi vida íntima: las mujeres cumplimos en menor medida nuestras fantasías sexuales.

Y, además de que te toque una pareja poco abierta a cumplirlas, como me ha pasado a mí, hay otras razones por las que nunca le vas a ver vestido de bombero o haciéndote un baile erótico mientras se desnuda.

Por ejemplo, las veces que tenemos deseo sexual superan a las veces que tenemos relaciones sexuales al mes (chúpate esa, mito que dice que nuestra libido es más baja).

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Así que casi el 40% de las veces que tenemos ganas, no tenemos relaciones con nadie.

Aunque tanto cuando estamos en pareja, como cuando no, la masturbación es una gran aliada para esas situaciones (y los juguetes ni te cuento).

Afecta también la manera en la que concebimos el sexo. Seguimos el guión de que la penetración es la reina del dormitorio (o del coche, no entro en los sitios donde quieres dar rienda suelta a tu pasión).

La práctica alternativa más repetida después del coito es el sexo oral y después la masturbación en solitario.

Muchas otras prácticas apenas tienen peso o directamente no entran en nuestro radar. Cuando abrirse de miras sexuales es fundamental.

El estudio señala el swinging (intercambio de pareja) y el trío sexual como las fantasías que menos se ponen en práctica.

Pero vaya, que más allá de tener sexo con más gente, hay un sinfín de experiencias que no realizamos tampoco como hacerlo al aire libre, tener espectadores, el sexo anal, el bdsm

Así que para ponerle solución propongo por un lado hacer ese trabajo de investigación de qué es lo que realmente nos pone.

Definir nuestras fantasías es tenerlas claras y saber cómo ejecutarlas (ya me lo agradecerás si investigas antes de ponerte a hacer la lluvia dorada por primera vez).

En segundo lugar contarlo abiertamente, porque debemos comunicarlo para que la otra persona sepa qué nos gusta -y si quiere participar-.

Y, en tercer lugar, dar con alguien que se apunte a ponerlo en práctica.

Si no se dan las tres, seguiremos montándonos las películas eróticas en nuestra cabeza sin que salgan de allí y dando pie a que el próximo estudio revele lo mismo, que no se cumplen nuestros sueños húmedos.

Mara Mariño

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