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La crisis de cuando en el círculo de amigos de tu pareja está su ex

Terminar una historia de amor significa dos cosas: aumentas la lista de exparejas con un nuevo nombre y encima pierdes a alguien que, durante el tiempo que ha durado la relación, ha sido todo para ti.

En ese periodo ha sido crush, amante (bandida o bandido), el +1 en eventos familiares como bodas y bautizos, quien te pasaba el papel higiénico de la alacena cuando te habías quedado en el baño con el rollo acabado y tu amigo.

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Si se puede seguir manteniendo una amistad después de ese punto, es algo que solo el tiempo y cómo hayan acabado las cosas puede decidir. De ahí que la alternativa de quitarle el plano sentimental y sexual y quedarse con lo demás, sea una buena opción.

Pongamos que quieres perder a esa persona de tu vida, pero de repente llega una nueva. Alguien por quien vuelves a ilusionarte, a sentir, a ahogarte en nerviosismo cuando llega el momento de veros cara a cara. ¿Cómo cuadrar eso con tus amistades fruto de relaciones pasadas?

Teniendo las cosas claras, no debería ser complicado para nadie. Llegar a la conclusión de que se puede mantener una relación de amistad es también muestra de madurez emocional.

Al menos esta es la teoría, lo que da el sobresaliente en gestión emocional. Pero, ¿es así en realidad?

Cuando lo vives desde el otro lado, que su ex forme parte del círculo de amigos, de primeras, es algo que pica.

No vamos a decirlo en alto, pero sí es la confesión que le hacemos a nuestra amiga de confianza.

Como personas adultas, es nuestra responsabilidad racionalizar, pensar con calma cuánto tiempo ha pasado desde que rompieron hasta ahora.

Cuanto mayor sea la cifra mejor por el simple hecho de que necesitamos nuestro ritmo para superar las cosas. Es la manera de que los sentimientos positivos y negativos se hayan quedado atrás dando paso a una amistad simple y llana.

Haber terminado de una manera sana es una buena base a la hora de construir luego una amistad con la expareja.  Una falta de incompatibilidad, por ejemplo, no significa que no se pueda seguir siendo amigos después, una vez estén las cosas resueltas.

Es algo que también puedes percibir viendo cómo actúa cuando coincidís todos juntos. Si se comporta con normalidad, de manera relajada, despreocúpate, es probable que no haya nada más.

Pero ante la duda, la comunicación clara es mejor que cualquier suposición. Lo realmente importante es el nivel de compromiso con la relación actual, la que tenéis ahora mismo.

Como conclusión, solo recordar que los amigos de tu pareja no tienen por qué ser tus mejores amigos. Por mucha amistad que haya con su ex, puedes decidir hasta qué punto va a formar parte de tu círculo.

Duquesa Doslabios.

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No necesitas una pareja perfecta, perfecto es que además de amor haya amistad

Hay cosas que echo de menos de estar en pareja. Quedarme dormida abrazada, acompasando la respiración a la suya, es algo que siempre me ha encantado (aunque luego termináramos la noche en la otra punta de la cama).

También hay muchas otras que para nada. Esas me las guardo para otro día.

Una de ellas, y quizás la que más me está costando sobrellevar, es haber perdido un amor en el que una de las bases era la amistad.

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Es cuando me acuerdo de lo que era mirar a los ojos a la otra persona -en plena comida familiar-, y echar a reír de algo que solo entendíamos los dos.

O como cuando te conviertes en cómplice de todas las locuras que pudieran ocurrir, como escapar de una boda para echar un polvazo.

Podría enumerar como ejemplo los infinitos memes, bromas, los vídeos hechos a traición, las menciones en fotos de Instagram para recordarle lo mucho que ronca… Pero también ser la primera de la lista cuando hacen falta un par de manos o un hombro sobre el que llorar.

Echo de menos conectar en ese aspecto, en uno más allá de físico, en la complicidad. En disfrutar de compartir aficiones, ya sean ir a hacer senderismo, perderse en un museo o ver películas musicales comiendo directamente de la tarrina del Ben & Jerry’s.

Porque cuando tu pareja es tu amigo, eres capaz de hacer cosas tan locas como traer un hijo al mundo y reírte cuando le da vueltas a tu alrededor, aunque lleves un mes sin pegar casi ojo.

Hablamos de la confianza, el sentido del humor o tener en común ciertas perspectivas vitales a la hora de que funcione una relación.

Pero es la amistad la que da la confianza de poder abrirte por completo, de contar (y escuchar) todo sin juzgar. Tener con quien hablar de lo más trascendente a lo más nimio sabiendo que estás en una zona segura en la que puedes ser tú.

Si tu pareja es tu amiga, quieres que sea partícipe de tu vida. No porque no puedas vivir sin él o ella, sino porque quieres que esté en todo. En lo bueno y en lo malo.

Cuando tienes que despedirte de unas amigas, un trabajo, una mascota… Cuando le das la bienvenida a un proyecto, a un triunfo, a un libro publicado.

Es algo a lo que me niego a renunciar. Y cuánto cuesta encontrarlo.

Duquesa Doslabios.

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Estando en pareja, ¿dónde está el límite de quedar con terceras personas?

A estas alturas de la historia -y cuando digo historia, me refiero a la relación de pareja– coincidirás conmigo en que hay una serie de temas que, estés con la persona que estés, sacarlos es algo delicado.

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Y no me refiero solo a la política, más bien al dinero, a la familia y, al asunto que traigo hoy, los amigos.

En mi experiencia, estando en una relación, las amistades me parecen un aspecto fundamental. No solo porque necesitamos espacios seguros para estar sin pareja, sino por la importancia que tienen en la vida los amigos.

No en vano tenemos la frase de que los amores pasan, pero las amistades auténticas prevalecen.

Que entren en la dinámica de tu nueva relación es tan sencillo como presentarlos un día cualquiera tomando algo.

Luego hay quienes van más allá y salen de fiesta con el grupo de su pareja o establecen vínculos tan profundos que los considera, al tiempo, como amigos propios.

Pero, ¿qué pasa cuando se fragua una amistad estando ya en la relación?

Para mí, hay dos claves fundamentales a la hora de analizar este tipo de vínculos. En primer lugar la intencionalidad.

¿Tanto tú o tu pareja buscáis solo una amistad sincera en la tercera persona o hay algo más? Porque puede que se dé el caso de que el interés que él o ella tenga, sea de otro estilo.

Al final tiene que ser una situación que se debe evaluar de manera personal. Se está ofreciendo una amistad real, pero igual ves que, por su parte, empieza a invadir un espacio que no quieres compartir.

Por incómoda que pueda resultar esta situación a la pareja, hay que tratarlo de manera asertiva, porque quizás fruto de la ingenuidad (porque te jura y perjura que solo la ve como una buena amistad) es algo que puede hacer daño sin buscarlo.

Es también para mí un límite cuando surge una amistad de la que nunca me han hablado. Ya que hace que me pregunte hasta qué punto la relación es tal.

Por lo general, tarde o temprano terminamos conociendo a todos los amigos de nuestra pareja, por lo que si aparece una de la que nunca nos han hablado, y se niegan a presentarnos, es lógico que surjan dudas al respecto.

Al final, unir ambos mundos es tan sencillo como recordar que hay dos claves sagradas en la relación, la sinceridad y el respeto por tu pareja.

Cuando las amistades se mantienen cumplido esas dos premisas, nadie te podrá decir nada al respecto.

Duquesa Doslabios.

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Si no sales de fiesta con tu pareja, te estás perdiendo un mundo

Este fin de semana, volvimos a salir juntos. No fue hasta que bailábamos con una jarra de cerveza en la mano una canción de Raphael que me di cuenta de lo que lo había echado de menos.

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Porque, de muchas cosas que eres, una de ellas es esta.

Eres tú mi compinche, mi amigo de juergas, el que se encarga de que -ya sea un festival, un concierto o una fiesta de pueblo-, me lo pase bien hasta el último momento, hasta el segundo antes de meterme en la cama (con más o menos acierto) y pensar que ha vuelto a ser una noche genial.

Eres tú el primero que baila sin vergüenza, con ese movimiento tuyo de hombros que me produce entre risa y ternura y, según avanza la noche, produce otras cosas que merecen otra entrada.

Porque hay que ver lo que mola saber dónde empezamos la noche, pero no dónde vamos a acabarla.

Si en un garito en el centro, con música que no hemos escuchado en nuestra vida, o en la discoteca de moda de turno donde hay quienes bajan hasta el suelo a perrear.

Y lo mejor de todo es que, en muchas de esas ocasiones, ni siquiera necesitamos en el equipo más de dos miembros, tú y yo. Bailando cogidos del brazo como si fuéramos dos tiroleses o incluso rompiendo las vallas que cierran el festival en busca de intimidad.

Riéndonos hasta que duele la tripa de lo mal que nos inventamos la letra de las canciones en inglés, de recordar que llegamos al apartamento de alquiler y estaba el casero disfrutando de su nudismo o de la noche que terminamos bañándonos en una piscina en ropa interior.

La cosa es que contigo, siempre hay una historia que contar.

Me gusta que siempre te encuentres gente en todas partes, especialmente si están en los primeros puestos de alguna cola que nos iba a tocar hacer para entrar, y que me guardes la espalda si le recrimino a un tío que deje de llamar a una chica «zorra».

No pasa siempre, por suerte. A lo que sí estás más acostumbrado es a aguantarme el bolso y vigilar que no venga nadie si tengo que hacer pis en un momento de necesidad.

Necesidad, como la que nos entra al final con la tontería de bailar tan pegados y terminar con las manos imantadas en el uno sobre el otro.

Es cuando me doy cuenta de que ser compatibles como pareja puede que no empiece por ser compatibles como colegas de fiesta. Pero ser lo segundo hace lo primero increíblemente divertido.

Duquesa Doslabios.

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¿Hablan los hombres de sentimientos entre ellos?

Este fin de semana lo he pasado en una casa rural con amigos, un grupo en el que estamos entre los 23 y los 30 años.

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Aunque la mayor parte del tiempo lo hemos pasado todos juntos, también hemos tenido los clásicos momentos en los que hablábamos las chicas por un lado y los chicos por otro.

Mientras que nuestras conversaciones iban desde el trabajo, a los estudios, pasando por la menstruación, nuestras familias, nuestras parejas o las emociones encontradas que nos producían peinarnos juntas en el baño, como cuando teníamos 13 años, las de ellos giraban en torno a los coches o el gimnasio.

En más de una ocasión le he preguntado a mi pareja sobre qué hablaban los chicos cuando quedaban y solía repetirme aquellos dos temas o, si eso, añadiendo como tercera conversación la fiesta, si la ocasión para la que se habían juntado era salir juntos.

Entonces, ¿no hablan entre ellos de cómo se sienten? ¿No se desahogan cuando han discutido con la novia? ¿Cuando el perro está malo? ¿Cuando a su padre le da un coma diabético? ¿Cuando no aprueban unas oposiciones?

La mayoría de los que conozco que rondan esas edades o no lo hablan o, si acaso, lo hablan con su pareja o familiares, pero nada de sacar el tema entre ellos.

Aquello me hizo echar la vista atrás y recordar desde cuándo llevo compartiendo mi mundo interior con las amigas.

En el patio del colegio es habitual encontrarnos en grupitos hablando mientras que ellos, centrados en el deporte, ocupan el patio principal haciendo uso de los campos de fútbol y la cancha de baloncesto. No todos, por supuesto, pero sí una gran mayoría.

Ya desde pequeños existe una gran diferenciación que, nos demos o no cuenta, nos acompaña el resto de nuestra vida, por lo que el hecho de que lleguen a los 30 años y no sean capaces de hablar entre ellos, de escucharse, puede deberse, en parte, a que ya desde pequeños, no está bien visto que hablen de sus emociones.

Está aceptado que corran, que hagan deporte juntos, que sean un equipo, pero ¿qué clase de equipo hay si no conoces a los miembros que lo forman?

No me imagino mi vida sin poder compartir mis miedos, mis inseguridades, mis frustraciones o mis enfados con mis amigas, que son como una zona segura, una mezcla entre psicólogas y curanderas que reducen todos los problemas por arte de magia y te hacen sentir de nuevo, tranquila y lista para enfrentarte al mundo.

Son ellas las que consiguen hacernos ver lo que nos sucede desde otro punto de vista, ayudarnos reflexionar sobre cómo gestionamos una situación y por tanto, plantearnos cómo podemos mejorar.

Y si bien uno de los puntos en el que coincidíamos todas era que, en ocasiones, nos falta mayor empatía por parte de nuestras parejas, ¿no sería esta una manera de desarrollarla?

Ojalá ellos descubrieran que abrirse es de gran utilidad, además del placer que produce poder compartirte con otras personas a las que quieres.

Podemos pensar que somos muy progresistas, que ya no tenemos prejuicios, pero todavía está presente el miedo de ser «menos macho» delante de los colegas o de que te llamen «mariconazo» por hablar del corazón. Algo que sigue, por desgracia, alimentando los estereotipos de género, pese a que las únicas consecuencias que tiene compartir los sentimientos con las personas de confianza, son positivas.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Las mujeres son traicioneras, los hombres son nobles»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Este domingo quería traeros otro mito machista que deberíamos cuestionarnos (si no has leído el primero, lo tienes aquí). En el colegio empecé a escuchar eso de que las mujeres nos poníamos «verdes unas a otras», algo que entre ellos, según mis compañeros, nunca pasaba.

GTRES

«¿Qué hacen tres mujeres en una isla? Dos se juntan y critican a la tercera» dice Diana López Varela al comienzo del capítulo La amistad es cosa de chicas de su libro No es país para coños.

Y sí, dándole parte de razón al chiste, por supuesto que criticamos, criticamos a una amiga, a un amigo, a nuestros padres en ocasiones, a nuestros jefes, a nuestro camarero que tarda la vida entrar la cuenta… Pero de la misma manera en la que critican los hombres.

De hecho, fue uno de los mitos que antes empecé a cuestionarme ya que tenía ejemplos de más de uno que iba soltando cosas a la espalda de sus supuestos amigos. Entonces ¿por qué esta idea?

«Divide y vencerás» dice la famosa teoría de El Arte de la Guerra. Es más sencillo tenernos enfrentadas unas a otras con esa supuesta inquina que dejar que nos llevemos bien (y podamos organizarnos).

De hecho, si echamos un vistazo a las películas Disney que nos educaron de pequeñas, ¿cuántas princesas tenían amigas mujeres? Pocahontas, Tiana y poco más.

¿Y sabéis lo bien que le habría venido a Cenicienta una amiga que le dejara el par extra de bailarinas que llevaba en el carruaje para seguir bailando? ¿y qué tal una que le dijera a Aurora que la rueca esa daba un mal rollo que te cagas y que mejor ir a la barra libre de palacio a por otro mimosa? ¿O incluso una que le hubiera dicho a Ariel que se dejara de brujerías y asomara la cabeza para hablar con Eric, aunque fuera lanzándose cartas dentro de botellas de cristal?

He llegado incluso a escuchar de mis amigos millennial (no os hablo de gente nacida en los 60, sino de bebés de los 90), que entre nosotras no podíamos ser amigas porque siempre estamos luchando por ver quién es la más guapa o por ser la que más liga con chicos.

Por esa regla de tres, las supermodelos de pasarela, modelos de fotografía, azafatas de imagen o, en general, cualquier mujer que cumpla los cánones estéticos, estaría más sola que la una. Y es algo que no me creo (las fiestas de Blake Lively o Taylor Swift estarían desiertas).

Nosotras podemos tener amistad y amistad de verdad. Las envidias, los malos rollos o el simple cotilleo, no son algo exclusivo de un género, es algo que puede caracterizar a miembros de ambos.

El feminismo quiere hacer hincapié en la sororidad (del latín soror, hermana), una practica que, por mucho que mi teclado se empeñe en corregirla cada vez que la escribo porque no la reconoce, empieza a ponerse en práctica. Consiste en aumentar la fraternidad entre mujeres para conseguir la igualdad.

Sororidad es cuando me agredieron sexualmente en el transporte público y las mujeres del autobús se pusieron a gritarle a mi agresor hasta conseguir que se bajara. Sororidad es cuando el 4 de mayo volvimos a echarnos a las calles por una sentencia que nos pareció injusta.

Y si Beyoncé y Lady Gaga hicieron Telephone juntas, ni os cuento la de cosas que podemos conseguir las mujeres unidas.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «Quien come bien en casa no se va de restaurante»

Lo que he aprendido del amor viendo a mis padres

El amor de mis padres me recuerda a una canción de los Rolling Stones.

Puede que fuera un hit de los años 80, pero basta que oigas la melodía, aunque ya hayan pasado 30 años, para que sepas que estás escuchando algo bueno.

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La pareja que forman es como la de cualquier combinación estrella que se te venga a la cabeza: el cine y las palomitas, el domingo y una maratón de Netflix o la ginebra y la tónica (para que ellos, que no saben lo que es Netflix, me entiendan).

De ellos he aprendido la importancia de compartir aficiones. Son su compañía ideal cada vez que quieren ir a museos, a escuchar conciertos de música clásica o hacer turismo durante 12 horas seguidas. Me han enseñado lo importante que es tener frentes en común con mi pareja...

Y frentes en desacuerdo, por supuesto. Vivir el matrimonio de tus padres es como recibir clases intensivas sobre relaciones, como una emisión en directo 24 horas. Ves sus más y sus menos.

Al igual que veía los momentos de trabajar en equipo, de pensar como un «nosotros» sin dejar de respetar el espacio que precisa el individual «yo», les he visto, también, en sus momentos no tan buenos.

De unos padres que se quieren aprendes también a discutir desde el respeto, a escuchar las demandas del otro, a esforzarte por mejorar lo que para la otra persona supondría tanto y que, a fin de cuentas, no cuesta demasiado.

Son ellos y no las grandilocuentes declaraciones de película romántica delante de un estadio de fútbol lleno, los que me han enseñado la importancia de pedir perdón, que a veces es tan discreto como entrar al salón y decirlo de manera sincera, algo que requiere tanto o más valor del que nos pueda parecer en la escena cinematográfica.

Mis padres me han enseñado que una pareja no es solo una pareja, que es un amigo, un compañero, alguien que siempre te va a apoyar, a acompañar, a echar una mano en los momentos de crisis de la vida como que un hijo se rebane un dedo o que no hay manera de que arranque el VHS…

La mayor parte de las mujeres de mi generación culpan a las comedias románticas americanas y a las películas de Disney de sus altas expectativas respecto a las relaciones de pareja, yo culpo a mis padres, que no han podido poner el listón más alto porque se quedaban sin poste donde apoyarlo.

Y no puedo esperar a seguir aprendiendo de ellos.

Llevarte bien con tu ex pareja, ¿realidad o mito?

Hasta hace poco, yo era de esas que pensaba que lo de llevarte bien con una ex pareja pertenecía a la ciencia ficción, junto a la realidad paralela de Stranger Things o el mundo de Narnia detrás de un armario.

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Quizás es porque la mayor parte de mis relaciones han terminado con un corazón roto por lo menos y no siempre es fácil continuar viendo a la otra persona después de eso.

De hecho, ha habido rupturas tan terribles que lo más cerca que me gustaría estar de la otra persona es en las antípodas, pero claro, no solo el cierre tiene la culpa de ello, sino toda la relación previa.

Mi duda se acentuó todavía más cuando vi que mi mejor amiga no solo se lleva con todos sus ex novios sino que muchos de ellos se han convertido en sus amigos más cercanos.

Fue algo que también reflexioné con otro amigo al respecto. «Si una persona te ha aportado cosas buenas, si le has tenido tanto amor, ¿por qué vas a sacarla de tu vida? ¿No es mejor tenerla y que te siga aportando aunque sea de otra manera?».

No hablo de dejar las puertas abiertas (no es esa la intención), pero últimamente estoy aprendiendo a reconciliarme con mi pasado y a convertir las pocas experiencias negativas en cierres políticamente correctos, en buenos términos, que den pie a un trato amigable.

Puede que no te apetezca invitar a esa persona a tomar un café porque, como diría Dani Martín: «nada volverá a ser como antes». Pero ¿qué mas da?

La vida sigue, los años pasan, y algo tan ridículo como cruzar un buen deseo sincero de «Me alegra que todo te vaya bien», marca la diferencia entre un punto de madurez que nos permite discernir y aprender que las personas, como bien decía mi amigo, que tanto han significado, pueden seguir ahí.

Obviamente no en el mismo lugar ni en el mismo punto que en el pasado. Pero ¿para qué volar puentes por los aires si podemos tenderlos?

La vida se cuenta en positivo.

Duquesa Doslabios.

¿Por qué lo llaman ‘friendzone’ cuando deberían llamarlo «machismo»?

La Torre de Londres en el siglo XVI y XVII o la prisión de Alcatraz en la década de 1930 no son nada comparables a la friendzone, la temida cárcel del siglo XXI que, solo con oírla nombrar, a más de uno le recorre una gota de sudor frío la espalda.

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«¿Cómo es posible?» se pregunta el chico de turno. «¿Cómo ha podido suceder que, siendo cariñoso, amable, atento, comprensivo e incluso mandándole el enlace de los apuntes de Patatabrava, haya caído en la friendzone? ¿Qué he hecho mal?»

Bueno, ya te lo digo yo. Lo que has hecho mal son varias cosas. Para empezar, tu primer error, craso y garrafal, es considerar que por el hecho de mostrarte amable con una persona, esta contrae un tipo de deuda contigo que debe ser devuelta con un cariz emocional o sexual.

En segundo lugar, y este es otro error que deberías trabajar por tu cuenta, es que en vez de encajar con madurez el rechazo (puedes aprender a encajarlo elegantemente aquí), has culpado a la otra persona usando el manido término porque a tu ego le resulta más fácil excusarse que entender que simplemente esa persona no estaba interesada en ti. La persona que te rechaza es «la mala», la que no consigue ver lo bueno que hay en ti pese a que tú lo has dado todo.

Sin embargo, al igual que entendemos que no podemos caer bien a todo el mundo, no siempre nos van a corresponder. Pensadlo, si así fuera tendríamos la mitad del mp3 vacía. Son las lecciones 1 y 2 de la vida, de las que te daban tus padres cuando te iban a buscar a clase.

La friendzone declara (pero sutilmente, eh) que no puede existir la amistad entre un hombre y una mujer porque él siempre va a estar buscando algo más y el hecho de caer en esa «cárcel» es un castigo en vida. Se convierte automáticamente en una víctima.

El término sostiene que si se mantiene una relación de amistad es a disgusto y obligado porque no le ha quedado otra alternativa. Y francamente, me parece bastante ofensivo y reduccionista el hecho de que asumamos que la amistad con el género por el que nos sentimos atraídos es imposible.

Aprendamos a identificar las diferencias. Una persona que busca tu amistad sincera, porque considera que le aporta tenerte en su vida de esa manera, no dirá que le has friendzoneado. Una persona que quería metértela, sí.

Duquesa Doslabios.

Esas cosas asquerosas que solo haces en pareja

Salir a cenar y encontrar velas en la mesa, una noche a bailar, otra a tomar una copa de vino en la azotea de un hotel con vistas a la ciudad.

Ruta turística en la escapada de fin de semana, ponerse de gala si un familiar se casa. Vacaciones en la playa y sangría en la terraza sin perder de vista las olas. Concierto, montaña rusa, montar a caballo, jacuzzi, sauna…

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Muchos de los momentos más brillantes de la vida los compartes en pareja. No hay nada como salir de la rutina haciendo planes diferentes, especiales, fortaleciendo una conexión emocional que luego ayuda reforzar los demás ámbitos.

Hasta que suena un pedo.

En el momento en el que uno de los dos se pee, eructa o hace cualquier cosa que podríamos tachar de «escatológica» se abre la veda.

Estar en pareja también es hacer juntos el guarro y peor todavía, encontrarlo divertidísimo. Me consta que hay parejas que se parten de risa cuando uno de los dos se tira un pedo, que se pelean por ir corriendo al baño después de que uno lo haya usado para decirle entre risotadas lo mal que lo ha dejado oliendo.

Descubrir que uno de los dos ha babeado durante la noche puede dar lugar a un ataque de besos babosos recién levantados, en el que el más escrupuloso acaba pidiendo la rendición entre babas y sonrisas, porque por muy húmedos que sean, los besos siempre son besos.

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No hay verano caluroso ni mar de sudor lo bastante profunda que evite que abracemos con todas nuestras fuerzas. Que nos peguemos a su espalda mientras dormimos en agosto aún sabiendo que terminaremos empapadas.

Los hay que se meten el dedo en la nariz mutuamente buscándose mocos, que disfrutan explotándose los granos.

La confianza da asco, pero si coincide que das con alguien de mentalidad juguetona y divertida, ademas de dar asco da lugar a bastantes carcajadas. Y ya se sabe, el amor si entra por la risa, por la risa se mantendrá también.

Duquesa Doslabios.