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Cuando llevas tiempo en pareja, ¿es posible un San Valentín como la primera vez?

Voy a decirlo: soy una romántica incurable. De las que su estado emocional favorito es ‘enamorada’.

Así que, el hecho de que exista un día para el amor, es algo que me hace muy feliz porque soy de decir «te quiero» todo el rato a mi familia, amigas y, por supuesto, pareja.

pareja san valentín

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Pero lo que me costó aprender es que la fase de emoción propia del principio del enamoramiento se terminaba pasando y, una sensación más tranquila, incluso rutinaria, era la que terminaba por quedarse.

Es algo que explica Laura de Lera, psicóloga y sexóloga colaboradora de Control: «Cuando hablamos de relaciones de pareja con proyección de futuro es importante conocer que hay diferentes fases del amor».

Estas fases serían el enamoramiento, el amor romántico y el amor maduro, además, cada una de ellas tendría diferentes características a la hora de vincularnos con la otra persona.

«La primera es estimulante, excitante y lujuriosa, lo cual desciende a medida que nos sentimos más seguros con nuestra pareja y por lo tanto sentimos menor incertidumbre», lo que explica que, si una relación es sana, nos de sensación de estabilidad y no sea una constante montaña rusa emocional.

También es cierto que hay una diferencia entre que las cosas estén ‘más tranquilas’, por llamarlo de alguna manera, y alejarnos de nuestra pareja.

Porque hay factores del día a día que pueden llevarnos a ese punto, como son el «el estrés y el distanciamiento emocional, las grandes enemigas del deseo sexual, dice la experta.

Mientras que el estrés nos lleva a no tener otras ganas que no sean de ir a la cama a descansar, el distanciamiento puede deberse a dejar de compartir esos momentos en pareja que la hacían especial.

Así que, por muchos años que llevemos a la espalda, sí es posible, trabajando en equipo, traer de vuelta la emoción a San Valentín (o cualquier día del año, vaya).

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No hay amor que se pueda dar si no empezamos por el punto de partida que es el propio, por lo que el primer paso es preguntarse qué necesidad se tiene.

¿Más magia? ¿Más muestras de cariño? ¿O quizás espacio?

Y en segundo lugar, averiguar qué es lo que nos aleja de esa necesidad para solucionarlo.

También «conectar con tu yo del principio de la relación, re-explorar tu sexualidad y una buena comunicación», son las otras claves que, en opinión de Laura de Lera, ‘resetean’ la relación.

Además, una vez trabajadas, la experta afirma que se llega a un siguiente nivel que es el de «disfrutar de nuevo de tu sexualidad y recuperar la magia de las primeras veces con tu pareja».

Mara Mariño

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El amor que calma

He salido con red flags con patas, personas que llevaban la señal de «No pasar» en la frente.

amor calma

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El que tenía una relación tóxica con sus padres y me ocultaba una adicción a las apuestas deportivas.

El que me decía que sí, que íbamos a vernos, que qué fin de semana cuadrábamos, que tenía muchas ganas, para luego nunca mover ficha y decir que en ningún momento me dio esperanzas.

El que estaba abrumado por la ‘loca’ de su ex, que no le dejaba en paz (quizás no habría pasado si no hubiera roto con ella sin darle explicaciones, pero claro, en ese momento no lo vi así),

El que recelaba de mis amistades, que no entendía que hiciera planes fuera de su círculo o que mi disponibilidad no fuera toda para él.

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He salido con ellos porque en aquel momento, les veía solo como víctimas de sus circunstancias, justificaba todas y cada una de sus actitudes como si no tuvieran otra manera de comportarse.

Les respaldaba.

Les he entendido, apoyado y he seguido tirando del carro, con la esperanza de que en algún momento, las cosas irían a mejor.

Y no entendía que la coyuntura podría cambiar, pero ellos no.

Ahora he cambiado yo -a falta de hacerlo otros- y mi idea del amor ha evolucionado conmigo.

Ya no me pierdo por emociones artificiosas, dramas eternos irresolubles, idas y venidas, los nervios de la espera, la expectación de no saber si me está ignorando o no lo ha leído…

No busco dopamina.

Busco un amor que me dé paz, en vez de uno que me complique la vida todavía más.

Busco la calma de saber que, quien está, está porque me valora al completo: por quien he sido, soy y quien quiero ser en un futuro.

Y quien quiere estar porque sus acciones, pensamientos y palabras son idénticos y se mueven en la misma dirección, hacia mí.

Busco la seguridad, la normalidad, la rutina, si me apuras.

Una relación donde las emociones vengan de empezar un hobby juntos, de escoger cada uno una fantasía sexual, exponerla al otro y saber que va a cumplirla en algún momento o de la excitación de preparar un viaje sabiendo que crearemos recuerdos por el camino.

Busco la estabilidad de que nos encontramos en el mismo punto. Y la felicidad de que sirva como base para construir un futuro, creciendo juntos en todas las esferas de nuestra vida.

La serenidad de poder mandar cada día un WhatsApp de «Buenos días» sin la preocupación de si le resultará agobiante que sea en quien piense nada más despertar por la mañana.

Porque ahora busco un amor que sea calma.

Mara Mariño

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Síndrome de Wendy: cuando en vez de su novia te sientes su madre

Tengo una amiga que, estando en una relación, estaba pendiente de limpiar y recoger todo lo que iba manchando su pareja, de que nunca faltara en la nevera lo que a él le gustaba.

Hasta empezó a dedicar sus horas libres a arrancar un proyecto laboral de su novio para que este pudiera ‘cumplir sus sueños’.

Esa amiga cayó en el Síndrome de Wendy. Y la amiga soy yo.

pareja discusión

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Veía la película de Peter Pan con la misma cercanía con la que veía mi día a día. Como hermana mayor, estar pendiente del pequeño de la casa siempre ha sido lo más natural del mundo.

Querer protegerle y ayudarle en todo lo que estuviera en mi mano era mi forma de mostrarle mi cariño.

Podía sentirme identificada con Wendy, que vigilaba que sus hermanos pequeños estuvieran siempre a salvo y cómodos y lo hacía extensible a Peter Pan.

Años más tarde, aquello salía a la luz en mi relación de pareja. Yo estaba convirtiéndome en su madre sin darme cuenta.

Nadie me había dicho que tenía que asumirlo, como tal. No me habían sentado en una sala a aleccionarme sobre cómo debía hacer para que no le faltara de nada.

Pero al verle tan ‘dejado’, directamente asumí el rol de cuidadora sin tener una conversación al respecto ni plantearme si era lo que quería hacer.

También me limitaba a repetir lo que llevaba viendo hacer toda la vida: a mi madre en modo multitasking encargándose de todo lo que implicara la gestión de la casa y el cuidado de sus tres hijos, mi hermano, mi padre y yo.

No sé cómo llegué al punto de estallar por hartarme de la situación, cuál fue la gota que colmó el vaso, pero aquello terminó reventando.

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Porque llegó un momento en el que vi que era yo quien estaba asumiendo más carga de trabajo y encima estaba poniendo su autorrealización laboral por encima de la mía.

El Síndrome de Wendy campaba a sus anchas en nuestra relación. Yo sentía que para ser valorada en la relación debía comportarme de esa manera.

Mi espontaneidad a la hora de que no me estresara el desorden o aceptar que tenía que ayudarle, porque parecía que solo no podía sacar su proyecto adelante, dejaba de lado mis propias necesidades.

Para mí, amor era sacrificio de mi tiempo, de mis sueños. Para él, comodidad y ser el protagonista de la historia.

Así pues, aunque esa relación no terminó funcionando, me ha servido para darme cuenta de que ese síndrome no puede venirse conmigo.

Porque una relación es entre dos personas independientes que deciden empezar un camino juntas en igualdad de condiciones.

Y claro que habrá veces en que uno tenga que tirar más, pero el compromiso y la implicación a la hora de hacer las tareas, debe ser 50-50.

Necesitamos ser individuos capaces de poner una lavadora, pero también de perseguir nuestros sueños sin que alguien nos lleve de la mano para hacerlo.

Valorar a la pareja no debe ser recibir el apoyo en forma de todas esas cosas tediosas que no se quieren hacer (pero que son necesarias).

Contar con una figura maternal que te cuida y te permite que disfrutes haciéndose cargo de esas responsabilidades.

Peter Pan necesita crecer y ser autónomo para que Wendy pueda ser feliz volviendo a dedicarse a sí misma.

Mara Mariño

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¿No funcionáis o es que habláis distintos ‘lenguajes del amor’?

Estoy tan acostumbrada a ser cariñosa con la gente que me rodea, que no me había planteado que era mi lenguaje del amor, es decir, la manera en la que expreso el cariño que siento o que me importa una persona.

Y esto entra en conflicto cuando conoces a alguien que lo manifiesta de diferente forma.

Pareja lenguajes del amor

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Sí, es a estas alturas de mi vida cuando he descubierto los ‘lenguajes del amor’ y que además, ¡hay varios!

No teníamos suficiente con el reto que es comunicarnos en el mundo de las redes sociales donde todo son stickers, y etiquetar en reels a quien nos gusta, que encima igual ni siquiera le hace gracia porque su manera de manifestar el interés es completamente distinta.

Pero, de un tiempo a esta parte, todas las relaciones que conozco que están pasado por una etapa menos buena, tienen la raíz en esto, en su manera de ‘hablar’ el amor y cómo necesitan que lo hable su pareja.

Todo esto viene del libro de un escritor y filósofo llamado Gary Chapman, que agrupó las manifestaciones que solemos tener los humanos cuando se trata de dar rienda suelta a los sentimientos a través de los gestos.

Como decía más arriba, el mío es afecto físico, todo lo que implica besar, coger de la mano, tocar, abrazar…

Pero hay cuatro más: tiempo de calidad, regalos, actos de servicio y palabras.

 

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Ni uno es mejor que otro, ni tienes que quedarte en exclusiva con uno de ellos, es más, seguramente sientas que te identificas con varios y que van por porcentajes.

A lo mejor necesitas que tu pareja te diga «te quiero» más que recibir regalos de su parte. O igual eres más de que te prepare la cena, si vas a llegar tarde a casa, y te preocupa menos que te dé la mano por la calle.

Es algo personal y único.

Pero claro, el conflicto llega cuando tú tienes una manera de expresar tus sentimientos, que además suele ser la misma que te gusta recibir por su parte, y la otra persona un distinta.

Le reprocharás que no te da nunca besos en público y que por eso sientes que no le importas y él (o ella o elle) te dirá que cómo no le vas a importar si esta semana te ha ido a buscar en coche todos los días después del trabajo, para que no tuvieras que esperar al tren.

¿Ves el problema?

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Claro que, cuando antes los identifiques y sepas cuál es el tuyo y el de la otra persona, mejor vais a poder entenderos y abriros en cuanto a las expectativas que tenéis de cómo os gusta que se hagan las cosas.

Así que, como yo ya he pasado por esto de estar con alguien cuyo lenguaje del amor es contrario al mío, te diré que sí, que puede funcionar si hay ganas e implicación por las dos partes.

La solución está en encontrarse a medio camino. Un punto en el que tú le haces el café por la mañana, porque su lenguaje del amor son los actos de servicio, y él te da un abrazo infinito cuando estás necesitada de cariño.

A lo mejor para mí no es gran cosa madrugar ni para la otra persona esa pequeña muestra de afecto físico, pero cambiamos de idioma porque reconocemos la importancia de que lo reciba.

El amor es adaptarse para llegar a ese equilibrio.

Mara Mariño

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A mi amiga que se casa hoy

Querida amiga, hoy es el día.

(Madre mía, cuánto voy a llorar escribiendo esto).

boda amigas dama de honor

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Parece que fue ayer cuando nos sentábamos en el pasillo de la facultad a hablar de esos chicos de clase que nos habían hecho gracia (¡y encima eran amigos entre ellos, como nosotras!).

Han pasado 12 años de eso y desde hoy, de alguna manera, tu vida no volverá a ser la misma. Y tú tampoco.

Sé lo que estaré sintiendo al verte de blanco entrando a la iglesia. Una mezcla abrumadora de orgullo y emoción.

Porque se te verá radiante, segura y guapísima, al igual que, al que a está a punto de convertirse, de manera oficial, en el compañero de tu vida.

Más madura, más adulta, consciente del peso de los votos que vas a prometer y de lo todo lo que vendrá después. Pero sobre todo con la convicción de que queréis hacerlo de la mano.

Y yo sé, mejor que nadie, lo que habéis pasado hasta haber llegado a este momento.

La de lágrimas que has dejado por el camino (porque alguna tiene que haber), la de carcajadas (mucho más frecuentes y la mayoría gracias a él), la de sueños cumplidos…

Has crecido a su lado y verte hacerlo ha sido una mezcla constante entre preocupación y, finalmente alegría, al ver que ibas floreciendo.

Porque ese es el mayor miedo de una amiga.

Al tener un amor que está al nivel de la idolatración de una abuela (siempre me vas a parecer demasiado buena para cualquier hombre de la faz de la tierra), temía no saber al 100% si la pareja que acompaña a una de las personas más importantes de mi vida sería capaz de hacerla feliz y dejarla brillar, sin cortarte las alas ni hacerte pequeñita.

Pero yo puedo decir que ha sido vuestro caso. Has perseguido tus objetivos con esa determinación que te caracteriza, has evolucionado y te has convertido en esa mujer fuerte e independiente, siempre llena de garra e iniciativa, que tanto me inspira.

Y él estaba aplaudiéndote con cada escalón que subías, queriéndote de la manera más sana. Luego fue tu turno de hacerlo.

De alguna manera, los dos habéis sabido convertiros en lo que necesitaba el otro en cada momento de estos 10 años incluso durante la convivencia. Habéis crecido juntos.

Y si algo me ha quedado claro viéndote (y viéndoos) es que en equipo, cuando tu compañero es el apropiado y está de tu lado, las cosas se consiguen antes y mejor.

Poco puedo enseñarte yo de relaciones de pareja o del amor cuando has sido tú quien me ha dado las mayores lecciones hasta hoy.

La de estar ahí cuando la vida se pone complicada, la de encontrar la vía de solucionar las cosas, la de mostrarte vulnerable y dejar que te vean rota porque, tu pareja es, ante todo, tu mejor amigo.

Así que solo me queda desear que esa felicidad, que llevas compartiendo a su lado todos estos años, siga por el resto de tu vida.

Y aunque no sea en un altar, delante de amigos y familiares, yo te prometo seguir también a tu lado. Pase lo que pase.

Porque el mío también es amor del bueno.

Mara Mariño

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¿Un clavo saca a otro clavo?

Me han roto el corazón. En trocitos pequeños, de los que se clavan como agujas en el pecho.

Y, llegado el momento, me planteaba si esa sensación podía desaparecer con la llegada de alguien más. Si un clavo sacaría a otro clavo.

pareja amor

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Me he dicho «Vamos a probar» y he salido al ruedo.

Me he quitado la ropa aún pensando en otra persona y he sido capaz de perderme en unos brazos que no eran los mismos que echaba de menos.

Y lo he disfrutado.

Ha sido un cambio de aires, una novedad, un placer esperado, pero luego, pasado el buen rato, ahí estaba de nuevo el recuerdo de mi clavo.

No se había ido a ningún sitio, solo estaba distraída y no pensaba en que lo llevaba conmigo.

El clavo te acompaña por mucho que pruebes otros sabores, a otras personas, aunque cambies de etapa y empieces de cero en un sitio.

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Un clavo es compatible con otro clavo, pero no existe ninguna ley matemática según la cual se sustituyan.

Lo que sí he podido comprobar es que llega un día que el clavo no está.

Se ha caído por el camino.

Ha sido fruto de seguir con tu vida. De llenarte de experiencias, recuerdos nuevos, risas que saben a primeras veces.

Y ahí, justo ahí, ves el hueco del clavo. Tampoco recuerdas en qué momento exactamente lo has perdido.

Lo único que queda de su paso es algún que otro recuerdo y, quizás con un poco de mala suerte, el daño de haberlo arrastrado tanto tiempo.

Pero lo bueno de las heridas es que sanan sin que tengas que hacer nada. Porque el cuerpo es muy sabio y el corazón igual. Se reconstruye solo.

Y de repente el pulso no engaña y se acelera. Alerta, puede que estés ante un potencial clavo.

O quizás no. Puede que este no venga para clavarse y hacer daño, sino para compartir tu felicidad.

Mara Mariño

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A lo mejor el sentido del amor no es la vista y es…

Nunca he destacado especialmente por el olfato. Mi nariz siempre ha captado olores entre mal y regular y, desde que tuve el Covid no ha vuelto a ser la de antes.

Pero hay olores que me apasionan. Sé que me he enamorado de una persona cuando, al abrazarla, aspiro su aroma con fuerza.

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Cuando muevo la cabeza en busca de mis rincones preferidos, el cuello, el pecho

Cuando sale de la habitación y, aprovechando que no está, recojo una de sus prendas e inhalo profundamente, como si estuviera participando en una competición de apnea.

Y aún con lo vergonzosa que soy con mis propios olores, con los de otra persona me vuelvo loca. Me gusta meter la nariz en todas partes y ver qué se cuece.

Soy una sommelier de los aromas corporales.

No huelo mucho, pero me fío de mi olfato. Sobre todo porque es infalible, me dice «es ahí».

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Y parece ser que hay una explicación científica al respecto. El estudio de la psicóloga Anna Blomkvist de la universidad de Estocolmo analizaba este fenómeno.

Su conclusión fue que el olor de nuestra pareja nos calma, nos da sensación de seguridad y que incluso quienes tienen buena habilidad para oler, están más satisfechos en su vida íntima.

Pero, ¿cómo es oler a una persona de la que te has enamorado?

En mi caso, cuando me he convertido en adicta a las feromonas, ha sido una mezcla. Una combinación entre suelo mojado y postre, entre cuero y playa.

Y, las veces que me ha pasado, la prueba definitiva es que no he parado de querer olerle todo el tiempo.

Así que parece una buena razón, como cualquier otra, para por fin desvirtualizar a ese match de Tinder o a la persona con quien no paras de hablar por Instagram y ver qué pasa.

A lo mejor te da en la nariz que hay potencial cuando os conocéis cara a cara.

Mara Mariño

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Mi amiga se ha casado y…

Mi amiga se ha casado.

Ha tenido una de esas bodas preciosas de cuento de hadas. La misma en la que vas con invitada y piensas «sí, definitivamente el amor era esto».

boda pareja

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En la mesa del banquete donde me tocó sentarme, cada una de mis compañeras tenía una historia diferente.

Estaba la que también llevaba varios años con su novio y acababan de mudarse a su segundo piso juntos.

La que se planteaba la convivencia en un futuro cercano, la que veía ese paso todavía muy lejos, la que acababa de darlo pero a él le había surgido trabajo en otro país e iban a pasar el próximo año separados.

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Estaba yo, que, con mi enésima mudanza, ya estaba inmersa en el mundo de las relaciones a distancia y estaba la que se encontraba recientemente soltera.

Y la novia, claro, que se había casado después de 10 años de noviazgo.

Todas compartíamos lo mismo, nuestras maneras de vivir las relaciones de pareja eran las correctas.

Entre el final de los 20 y los primeros años de los 30 si algo nos unía también era que, en esa etapa, estábamos contentas con nuestra situación sentimental. Éramos felices.

Atrás han quedado los tiempos en los que el paso por el altar -igualmente emocionante para quien quiera darlo- era el único sinónimo de disfrutar del amor en una relación.

El compromiso, si bien no estaba afirmado ante los ojos de Dios o un juez, era algo que no faltaba en nuestro día a día.

Si a esta boda, tan digna de reportaje de la revista ¡Hola! como de película Disney, llego a venir hace unos años, mis sentimientos habrían sido muy diferentes.

Casi de urgencia, de querer ser la siguiente porque se supone que es el próximo escalón que me tocaría subir.

Ahora me doy cuenta de que no es que hayan cambiado los tiempos -que un poco también, no me malinterpretes-, pero sobre todo he cambiado yo.

Porque comprendo mejor que la suerte no es un «sí, quiero» delante de la familia y amigos. Sino encontrar a una persona con la que la felicidad es la constante.

Alguien que te tranquiliza, anima, cuida, escucha, apoya, acompaña, te acepta con tus luces y tus sombras, te ve guapa devorando los espagueti con tomate o babeando sobre la almohada.

Y seguir disfrutando a su lado es lo que importa. Sin pensar en qué vendrá detrás porque la etapa del amor no es algo que va a llegar más adelante con un vestido blanco.

Sino que ya estamos en ella.

Mara Mariño

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A ti, que te hicieron pensar que era malo ser ‘intensa’

Si lees esto es porque te ha pasado como a mí, que te has planteado si te pasas de intensa.

No necesitas que nadie te lo diga a la cara, basta conque hagas un poco de reflexión sobre el fin de muchas historias que te han sucedido para que llegues a la conclusión de que puedes resultar abrumadora.

Especialmente a quien te gustaba mucho. Pero déjame decirte algo, no eres tú el problema.

mujer confianza intensa

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En el mundo de la apatía, de desaparecer de la vida de otra persona dejando de contestar, en el que no puedes pedir explicaciones ni llamar a las cosas por su nombre -aunque lo sean-, enfrentarse a las emociones reales asusta.

Y es la gente como tú la que se sale de esa norma extendida de indiferencia hacia todo.

Por eso ser intensa no solo se ve como algo malo, sino para algunos, una razón más que de peso para dejar de relacionarse contigo.

«¿Qué pasó? Se os veía muy bien juntos». «Es que ella era demasiado intensa». Como si lo raro fuera tener emociones en vez de desvincularse siempre de ellas.

Y es porque expresar el cariño, el afecto, querer que las cosas avancen, comprometerse, da miedo a quien no está preparado para esas cosas.

Así que en vez de dar un paso al frente y comentar esa inseguridad que se tiene de no estar a la altura de las necesidades afectivas, es probable que coja la puerta de atrás viendo que tú tienes las cosas claras y las vives con vehemencia, con fuerza, con intensidad.

Pero déjame que te diga también que no deberías cambiar.

Que tienes todo el derecho a sentir y compartirlo, no a que se queden solo en tu cabeza con la esperanza de que, callada y siendo discreta, complaciente y viviendo con el corazón a medias, vais a funcionar.

No deberías flaquear ni dudar de ti porque te diga que eres demasiado intensa, que te llegan los sentimientos demasiado deprisa, porque así eres tú.

No eres demasiado por tener respuestas emocionales normales de reír, llorar o enfadarte si te dan razones. No hay nada erróneo en que le digas que contigo no se puede comportar como un capullo si es lo que está haciendo.

Y mucho menos controlarte para evitar que se ‘asuste’, que le entren los sudores fríos, el miedo al compromiso, las excusas malas, la falta de responsabilidad afectiva…

Porque no es que tú seas intensa, es que la otra persona se te queda corta.

Mara Mariño

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Pasar del ‘chico malo’ y quedarse con el ‘buen tío’

Tú y yo seguro que compartimos que, lo fácil, que viene en bandeja y no nos supone ningún esfuerzo, deja de interesarnos rápido (si alguna vez nos llamó la atención).

Nos puede el desafío, lo complicado, que nos lleven la contraria -hasta cierto punto-, que nos hagan un lío.

pareja

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Esto se traduce, o al menos en mi caso, en engancharme con personas montaña-rusa, que hoy te quieren y mañana te ignoran.

Las mismas que no he llegado a entender porque no querían que lo hiciera.

Llegaba un punto en el que, más que comunicación, sentía que estaba descifrando continuamente lo que podía significar eso que había dicho.

Son también quienes desaparecen cuando la cosa les asusta, aunque eran los primeros que venían diciendo que también querían eso, que estaban preparados para volver a empezar algo nuevo.

Y, cuando más adelante volvían, que no se me ocurriera decir nada de su ausencia.

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Así que, cansada, tuve una intervención conmigo misma. Se había acabado dedicarles mi tiempo y energía.

Desde ese momento, solo iba a conocer más a fondo a la clase de tío con el que me gustaría ver a mi mejor amiga, uno bueno.

Si me ha costado tanto tiempo llegar a la conclusión de que era el momento de dejar al ‘chico malo’ es porque, socialmente, al ‘buen tío’ nos lo pintan menos interesante.

Como si ser tratada bien, con afecto, con respeto, por alguien que se comunica y expresa su sentimientos sin juegos, fuera aburrido.

Amigas, ese es el objetivo.

En que esté ahí cuando tienes un resultado médico que te da miedo recibir, en que te dé espacio cada vez que lo necesitas, sin montarte un escándalo, en que respete tus tiempos y tu vida fuera de la relación, porque es normal que ambos tengáis otros círculos.

En que te escucha cuando algo te preocupa, dedicándote toda su atención. En que te prioriza.

En que no esté contigo como si no estuvierais juntos, yéndose por las ramas a la hora de ponerle nombre a lo vuestro porque eso significaría centrarse solo en ti (y te mereces quien lo haga, si es lo que quieres).

En que te apoye en el trabajo porque ve lo lejos que estás yendo. En que no tenga envidia, no te haga sentir chiquitita, sino que te diga que está ahí para lo que necesites, que no estás sola y sois un equipo.

Así que, por mi parte, dejo a los ‘chicos malos’ donde pertenecen, que en mi caso es el pasado, los libros, las películas y las series de comedia, donde van en motos a 200 km por hora con su chupa de cuero y su inaccesibilidad emocional.

Me quedo con el buen tío. El que va en chándal, llama a su familia con regularidad y me presta un libro, porque sabe que me va a gustar.

Me quedo con lo sexy que me resulta una persona estable y cariñosa.

Mara Mariño

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