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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

pareja amor relación

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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‘Un cuento perfecto’, lo nuevo de Netflix que rompe con las típicas escenas de sexo

Mis expectativas sobre la miniserie Un cuento perfecto no eran altas, eran las de cualquier otra romcom: algo que me entretuviera, pero sin mucho trasfondo que me dejara reflexionando al respecto.

Por eso ha sido tan refrescante que la apuesta de Netflix, basada en la novela de Elísabet Benavent, me sorprendiera en la representación de las escenas de sexo.

un cuento perfecto Margot y David

NETFLIX

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Sin hacer spoiler –porque ya te adelanto que te la recomiendo-, en varias ocasiones donde la pasión se dispara, se mencionan o enseñan los preservativos.

Puede que pienses que no tiene nada de especial, que son habituales en tu vida y no sales de casa sin mirar que lleves uno en la cartera, pero, si lo piensas, es un elemento que suele brillar por su ausencia en la mayoría de ficciones.

Recuerdo a un escritor novel de novela erótica diciendo que no era su responsabilidad dar educación sexual a sus lectores incluyendo métodos de barrera en sus tramas.

Pero la serie es el ejemplo perfecto de que no necesitas salirte de la historia para visibilizar algo que es clave en lo que a cuidar la salud sexual se refiere.

Otro de los momentos que no esperaba es una escena en la que a protagonista le baja la regla en pleno momento de acción, cuando ciclo menstrual y sexo salvaje no son dos cosas que en las series y películas suelan coexistir.

Por un lado es como si las mujeres en la ficción nunca tuvieran la regla y solo se hablara de ella en caso de que falte, lo que sabemos que significa que está embarazada.

Y por otro, el sexo menstrual ni está ni se le espera. Vale que en la miniserie tampoco, otra pequeña barrera a superar (aunque sus motivos hay detrás), pero la respuesta del acompañante es oro.

«A mí no me importa», reitera él dejando claro que quiere seguir. Ni caras de susto ni rechazo, es la tranquilidad que necesitamos independientemente de que según nos encontremos nos apetezca más o menos.

Personalmente, ese fue el momento en el que me ganó la serie.

Porque si bien que te baje la regla antes o en pleno momento de acción es algo con lo que todas nos podemos sentir identificadas, quizás si vemos que en uno de los hits de Netflix el actor dice que le da igual, nos creamos por fin que nuestra pareja también lo dice de verdad.

A eso le sumo que Un cuento perfecto se aleja del coitocentrismo y hay escenas de otras prácticas, en concreto de sexo oral.

En las que además ella quien lo recibe, por lo que la labor de darle protagonismo al placer femenino está conseguida.

Contar con una protagonista que vive su sexualidad de manera plena, pudiendo expresar libremente un «Estoy mojada» como un «Me gusta hablar en la cama» es otra característica muy rompedora de la historia.

Viéndonos reflejadas en heroínas de ficción, que no tienen pudor ni son inexpertas como Babi de Tres metros sobre el cielo o, más recientemente, Noah de Culpa mía, conseguimos alejarnos del estigma que rodea la sexualidad femenina y se refuerza de manera positiva que eso nos parezca normal.

 

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Las series y películas son un factor que alimenta el imaginario colectivo, así que la importancia de mostrar mujeres que conocen su cuerpo, su disfrute y lo expresan en las escenas es la manera de apoyar el cambio social que libera y empodera sexualmente.

Cambio en los roles de género

No voy a pararme mucho en la historia de amor, que puede ser más o menos parecida a otras que hemos visto antes.

Pero sí me parece interesante destacar otras peculiaridades que me han parecido un avance en la pequeña pantalla.

Como por ejemplo que los roles de género estén intercambiados y veamos a un chico dedicándose a una profesión que siempre relacionamos con las mujeres: el cuidado de niños.

Mientras que su sueño es tener una floristería, el de ella es modernizar la imagen de la compañía multinacional de su familia. La clásica historia donde el exitoso hombre de negocios impresionaba a base de su éxito laboral y su fortuna -y esa desigualdad de poder era utilizada-, ha terminado.

Nosotras queremos ser la CEO.

Y, sobre todo, que no vemos a una chica conquistada por un chico malo, más mayor y experimentado, que le da un trato paternalista, controlador y hasta despectivo en ocasiones.

Vemos a una chica conquistada por un tío divertido, algo más joven que ella, que le hace reír, que no es el ejemplo de tener la vida resuelta, pero da igual porque es con quien mejor se lo pasa.

La protagonista no necesita un hombre que le resuelva la vida, se la resuelve sola y, por el camino, tiene a su lado a una persona que le hace disfrutarla todavía más.

Y es que necesitamos que nos recuerden que no necesitamos ser salvadas, que la pretensión del amor debería ser solo encontrar con quien ser feliz y punto.

Mara Mariño

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¿Cómo podemos seguir creyendo en el amor los ‘millennials’?

No es por ser catastrofista, pero el panorama actual de las citas está peor que nunca.

pareja amor millennial

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En la pospandemia vamos arrastrando las consecuencias de un encierro que hizo que nos planteáramos toda nuestra vida.

Queremos libertad absoluta, pasarlo bien, viajar, ser nuestra única prioridad.

Además nos conocemos mejor que nunca, hemos convertido la terapia en una compañera habitual y a medio camino entre el fin de los 20 y los comienzos de la treintena, por fin hemos conseguido gustarnos (de verdad).

Desde fuera parecería que se reúnen las condiciones necesarias idóneas para dar con una pareja a largo plazo, alguien con quien compartir la vida.

Y sin embargo hemos sido la generación que le puso nombre al ghosting, al benching, al orbiting… A las peores conductas posibles, además de sufrirlas de primera mano.

Tengo la sensación de que a los millennials nos ha pasado con el amor algo parecido a lo que nos pasó cuando terminamos la universidad.

Nuestros padres nos habían jurado y perjurado que hiciéramos una carrera universitaria, que lo complementáramos con algún idioma, que nos marcháramos un año de Erasmus para tener más experiencia…

Todo ello tendría como recompensa dar con ese trabajo que, después de tanto esfuerzo, nos merecíamos.

Esa nómina que nos iba a permitir vivir con la misma comodidad que a ellos.

Lo que nos encontramos fueron eternos contratos de prácticas o un salario como lo que nos parecía el futuro, muy limitado.

El amor ha ido por el mismo camino. Todas, repito, todas las películas de nuestra infancia terminaban con un «Felices para siempre» y fueron seguidas por las series de nuestra adolescencia.

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También lo tuvieron Ron y Hermione, Edward y Bella, Troy y Gabriela, Bridget Jones y Mr. Darcy, Carrie y Big, Rachel y Ross (aunque odiemos a Ross) y Chuck y Blair.

Así que, con trabajos precarios, la dichosa inflación o los precios de los alquileres tan inalcanzables emocionalmente como nuestros matches, ¿cómo esperar que mantengamos la esperanza?

¿Cómo seguir creyendo en el amor?

Todo es líquido, instantáneo, fast, de consumo rápido, de «aquí te pillo aquí te follo», «Mejor vamos viendo», «Ya te escribo yo, que tengo mucho lío», «No, no hace falta darnos los teléfonos».

Quizá, justo por ello, somos la generación con más posibilidad de triunfar en el amor.

Porque tenemos todas las ganas del mundo en conocer a alguien, porque sabemos lo que es esforzarnos al máximo, hemos empezado de cero tantas veces que no tenemos problemas ni nos preocupa hacerlo de nuevo.

Porque hemos cambiado de países y hemos mantenido a la gente que nos importaba en nuestra vida, pero sobre todo porque ante tanta incertidumbre en todas partes, ya le hemos perdido el miedo.

Y, como me decía una amiga, «estando dispuesta a que te hagan daño», porque ese riesgo forma parte también de una relación.

El consuelo es que siempre tendremos la ocasión de volver a refugiarnos en las amistades -si sucediera-, que, a diferencia de la prolífica carrera laboral o el triunfo en el amor (los dos grandes mitos para la generación Y), esas relaciones sí nos han salido buenas.

Mara Mariño

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Cuando llevas tiempo en pareja, ¿es posible un San Valentín como la primera vez?

Voy a decirlo: soy una romántica incurable. De las que su estado emocional favorito es ‘enamorada’.

Así que, el hecho de que exista un día para el amor, es algo que me hace muy feliz porque soy de decir «te quiero» todo el rato a mi familia, amigas y, por supuesto, pareja.

pareja san valentín

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Pero lo que me costó aprender es que la fase de emoción propia del principio del enamoramiento se terminaba pasando y, una sensación más tranquila, incluso rutinaria, era la que terminaba por quedarse.

Es algo que explica Laura de Lera, psicóloga y sexóloga colaboradora de Control: «Cuando hablamos de relaciones de pareja con proyección de futuro es importante conocer que hay diferentes fases del amor».

Estas fases serían el enamoramiento, el amor romántico y el amor maduro, además, cada una de ellas tendría diferentes características a la hora de vincularnos con la otra persona.

«La primera es estimulante, excitante y lujuriosa, lo cual desciende a medida que nos sentimos más seguros con nuestra pareja y por lo tanto sentimos menor incertidumbre», lo que explica que, si una relación es sana, nos de sensación de estabilidad y no sea una constante montaña rusa emocional.

También es cierto que hay una diferencia entre que las cosas estén ‘más tranquilas’, por llamarlo de alguna manera, y alejarnos de nuestra pareja.

Porque hay factores del día a día que pueden llevarnos a ese punto, como son el «el estrés y el distanciamiento emocional, las grandes enemigas del deseo sexual, dice la experta.

Mientras que el estrés nos lleva a no tener otras ganas que no sean de ir a la cama a descansar, el distanciamiento puede deberse a dejar de compartir esos momentos en pareja que la hacían especial.

Así que, por muchos años que llevemos a la espalda, sí es posible, trabajando en equipo, traer de vuelta la emoción a San Valentín (o cualquier día del año, vaya).

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No hay amor que se pueda dar si no empezamos por el punto de partida que es el propio, por lo que el primer paso es preguntarse qué necesidad se tiene.

¿Más magia? ¿Más muestras de cariño? ¿O quizás espacio?

Y en segundo lugar, averiguar qué es lo que nos aleja de esa necesidad para solucionarlo.

También «conectar con tu yo del principio de la relación, re-explorar tu sexualidad y una buena comunicación», son las otras claves que, en opinión de Laura de Lera, ‘resetean’ la relación.

Además, una vez trabajadas, la experta afirma que se llega a un siguiente nivel que es el de «disfrutar de nuevo de tu sexualidad y recuperar la magia de las primeras veces con tu pareja».

Mara Mariño

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El amor que calma

He salido con red flags con patas, personas que llevaban la señal de «No pasar» en la frente.

amor calma

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El que tenía una relación tóxica con sus padres y me ocultaba una adicción a las apuestas deportivas.

El que me decía que sí, que íbamos a vernos, que qué fin de semana cuadrábamos, que tenía muchas ganas, para luego nunca mover ficha y decir que en ningún momento me dio esperanzas.

El que estaba abrumado por la ‘loca’ de su ex, que no le dejaba en paz (quizás no habría pasado si no hubiera roto con ella sin darle explicaciones, pero claro, en ese momento no lo vi así),

El que recelaba de mis amistades, que no entendía que hiciera planes fuera de su círculo o que mi disponibilidad no fuera toda para él.

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He salido con ellos porque en aquel momento, les veía solo como víctimas de sus circunstancias, justificaba todas y cada una de sus actitudes como si no tuvieran otra manera de comportarse.

Les respaldaba.

Les he entendido, apoyado y he seguido tirando del carro, con la esperanza de que en algún momento, las cosas irían a mejor.

Y no entendía que la coyuntura podría cambiar, pero ellos no.

Ahora he cambiado yo -a falta de hacerlo otros- y mi idea del amor ha evolucionado conmigo.

Ya no me pierdo por emociones artificiosas, dramas eternos irresolubles, idas y venidas, los nervios de la espera, la expectación de no saber si me está ignorando o no lo ha leído…

No busco dopamina.

Busco un amor que me dé paz, en vez de uno que me complique la vida todavía más.

Busco la calma de saber que, quien está, está porque me valora al completo: por quien he sido, soy y quien quiero ser en un futuro.

Y quien quiere estar porque sus acciones, pensamientos y palabras son idénticos y se mueven en la misma dirección, hacia mí.

Busco la seguridad, la normalidad, la rutina, si me apuras.

Una relación donde las emociones vengan de empezar un hobby juntos, de escoger cada uno una fantasía sexual, exponerla al otro y saber que va a cumplirla en algún momento o de la excitación de preparar un viaje sabiendo que crearemos recuerdos por el camino.

Busco la estabilidad de que nos encontramos en el mismo punto. Y la felicidad de que sirva como base para construir un futuro, creciendo juntos en todas las esferas de nuestra vida.

La serenidad de poder mandar cada día un WhatsApp de «Buenos días» sin la preocupación de si le resultará agobiante que sea en quien piense nada más despertar por la mañana.

Porque ahora busco un amor que sea calma.

Mara Mariño

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Síndrome de Wendy: cuando en vez de su novia te sientes su madre

Tengo una amiga que, estando en una relación, estaba pendiente de limpiar y recoger todo lo que iba manchando su pareja, de que nunca faltara en la nevera lo que a él le gustaba.

Hasta empezó a dedicar sus horas libres a arrancar un proyecto laboral de su novio para que este pudiera ‘cumplir sus sueños’.

Esa amiga cayó en el Síndrome de Wendy. Y la amiga soy yo.

pareja discusión

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Veía la película de Peter Pan con la misma cercanía con la que veía mi día a día. Como hermana mayor, estar pendiente del pequeño de la casa siempre ha sido lo más natural del mundo.

Querer protegerle y ayudarle en todo lo que estuviera en mi mano era mi forma de mostrarle mi cariño.

Podía sentirme identificada con Wendy, que vigilaba que sus hermanos pequeños estuvieran siempre a salvo y cómodos y lo hacía extensible a Peter Pan.

Años más tarde, aquello salía a la luz en mi relación de pareja. Yo estaba convirtiéndome en su madre sin darme cuenta.

Nadie me había dicho que tenía que asumirlo, como tal. No me habían sentado en una sala a aleccionarme sobre cómo debía hacer para que no le faltara de nada.

Pero al verle tan ‘dejado’, directamente asumí el rol de cuidadora sin tener una conversación al respecto ni plantearme si era lo que quería hacer.

También me limitaba a repetir lo que llevaba viendo hacer toda la vida: a mi madre en modo multitasking encargándose de todo lo que implicara la gestión de la casa y el cuidado de sus tres hijos, mi hermano, mi padre y yo.

No sé cómo llegué al punto de estallar por hartarme de la situación, cuál fue la gota que colmó el vaso, pero aquello terminó reventando.

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Porque llegó un momento en el que vi que era yo quien estaba asumiendo más carga de trabajo y encima estaba poniendo su autorrealización laboral por encima de la mía.

El Síndrome de Wendy campaba a sus anchas en nuestra relación. Yo sentía que para ser valorada en la relación debía comportarme de esa manera.

Mi espontaneidad a la hora de que no me estresara el desorden o aceptar que tenía que ayudarle, porque parecía que solo no podía sacar su proyecto adelante, dejaba de lado mis propias necesidades.

Para mí, amor era sacrificio de mi tiempo, de mis sueños. Para él, comodidad y ser el protagonista de la historia.

Así pues, aunque esa relación no terminó funcionando, me ha servido para darme cuenta de que ese síndrome no puede venirse conmigo.

Porque una relación es entre dos personas independientes que deciden empezar un camino juntas en igualdad de condiciones.

Y claro que habrá veces en que uno tenga que tirar más, pero el compromiso y la implicación a la hora de hacer las tareas, debe ser 50-50.

Necesitamos ser individuos capaces de poner una lavadora, pero también de perseguir nuestros sueños sin que alguien nos lleve de la mano para hacerlo.

Valorar a la pareja no debe ser recibir el apoyo en forma de todas esas cosas tediosas que no se quieren hacer (pero que son necesarias).

Contar con una figura maternal que te cuida y te permite que disfrutes haciéndose cargo de esas responsabilidades.

Peter Pan necesita crecer y ser autónomo para que Wendy pueda ser feliz volviendo a dedicarse a sí misma.

Mara Mariño

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¿No funcionáis o es que habláis distintos ‘lenguajes del amor’?

Estoy tan acostumbrada a ser cariñosa con la gente que me rodea, que no me había planteado que era mi lenguaje del amor, es decir, la manera en la que expreso el cariño que siento o que me importa una persona.

Y esto entra en conflicto cuando conoces a alguien que lo manifiesta de diferente forma.

Pareja lenguajes del amor

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Sí, es a estas alturas de mi vida cuando he descubierto los ‘lenguajes del amor’ y que además, ¡hay varios!

No teníamos suficiente con el reto que es comunicarnos en el mundo de las redes sociales donde todo son stickers, y etiquetar en reels a quien nos gusta, que encima igual ni siquiera le hace gracia porque su manera de manifestar el interés es completamente distinta.

Pero, de un tiempo a esta parte, todas las relaciones que conozco que están pasado por una etapa menos buena, tienen la raíz en esto, en su manera de ‘hablar’ el amor y cómo necesitan que lo hable su pareja.

Todo esto viene del libro de un escritor y filósofo llamado Gary Chapman, que agrupó las manifestaciones que solemos tener los humanos cuando se trata de dar rienda suelta a los sentimientos a través de los gestos.

Como decía más arriba, el mío es afecto físico, todo lo que implica besar, coger de la mano, tocar, abrazar…

Pero hay cuatro más: tiempo de calidad, regalos, actos de servicio y palabras.

 

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Ni uno es mejor que otro, ni tienes que quedarte en exclusiva con uno de ellos, es más, seguramente sientas que te identificas con varios y que van por porcentajes.

A lo mejor necesitas que tu pareja te diga «te quiero» más que recibir regalos de su parte. O igual eres más de que te prepare la cena, si vas a llegar tarde a casa, y te preocupa menos que te dé la mano por la calle.

Es algo personal y único.

Pero claro, el conflicto llega cuando tú tienes una manera de expresar tus sentimientos, que además suele ser la misma que te gusta recibir por su parte, y la otra persona un distinta.

Le reprocharás que no te da nunca besos en público y que por eso sientes que no le importas y él (o ella o elle) te dirá que cómo no le vas a importar si esta semana te ha ido a buscar en coche todos los días después del trabajo, para que no tuvieras que esperar al tren.

¿Ves el problema?

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Claro que, cuando antes los identifiques y sepas cuál es el tuyo y el de la otra persona, mejor vais a poder entenderos y abriros en cuanto a las expectativas que tenéis de cómo os gusta que se hagan las cosas.

Así que, como yo ya he pasado por esto de estar con alguien cuyo lenguaje del amor es contrario al mío, te diré que sí, que puede funcionar si hay ganas e implicación por las dos partes.

La solución está en encontrarse a medio camino. Un punto en el que tú le haces el café por la mañana, porque su lenguaje del amor son los actos de servicio, y él te da un abrazo infinito cuando estás necesitada de cariño.

A lo mejor para mí no es gran cosa madrugar ni para la otra persona esa pequeña muestra de afecto físico, pero cambiamos de idioma porque reconocemos la importancia de que lo reciba.

El amor es adaptarse para llegar a ese equilibrio.

Mara Mariño

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A mi amiga que se casa hoy

Querida amiga, hoy es el día.

(Madre mía, cuánto voy a llorar escribiendo esto).

boda amigas dama de honor

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Parece que fue ayer cuando nos sentábamos en el pasillo de la facultad a hablar de esos chicos de clase que nos habían hecho gracia (¡y encima eran amigos entre ellos, como nosotras!).

Han pasado 12 años de eso y desde hoy, de alguna manera, tu vida no volverá a ser la misma. Y tú tampoco.

Sé lo que estaré sintiendo al verte de blanco entrando a la iglesia. Una mezcla abrumadora de orgullo y emoción.

Porque se te verá radiante, segura y guapísima, al igual que, al que a está a punto de convertirse, de manera oficial, en el compañero de tu vida.

Más madura, más adulta, consciente del peso de los votos que vas a prometer y de lo todo lo que vendrá después. Pero sobre todo con la convicción de que queréis hacerlo de la mano.

Y yo sé, mejor que nadie, lo que habéis pasado hasta haber llegado a este momento.

La de lágrimas que has dejado por el camino (porque alguna tiene que haber), la de carcajadas (mucho más frecuentes y la mayoría gracias a él), la de sueños cumplidos…

Has crecido a su lado y verte hacerlo ha sido una mezcla constante entre preocupación y, finalmente alegría, al ver que ibas floreciendo.

Porque ese es el mayor miedo de una amiga.

Al tener un amor que está al nivel de la idolatración de una abuela (siempre me vas a parecer demasiado buena para cualquier hombre de la faz de la tierra), temía no saber al 100% si la pareja que acompaña a una de las personas más importantes de mi vida sería capaz de hacerla feliz y dejarla brillar, sin cortarte las alas ni hacerte pequeñita.

Pero yo puedo decir que ha sido vuestro caso. Has perseguido tus objetivos con esa determinación que te caracteriza, has evolucionado y te has convertido en esa mujer fuerte e independiente, siempre llena de garra e iniciativa, que tanto me inspira.

Y él estaba aplaudiéndote con cada escalón que subías, queriéndote de la manera más sana. Luego fue tu turno de hacerlo.

De alguna manera, los dos habéis sabido convertiros en lo que necesitaba el otro en cada momento de estos 10 años incluso durante la convivencia. Habéis crecido juntos.

Y si algo me ha quedado claro viéndote (y viéndoos) es que en equipo, cuando tu compañero es el apropiado y está de tu lado, las cosas se consiguen antes y mejor.

Poco puedo enseñarte yo de relaciones de pareja o del amor cuando has sido tú quien me ha dado las mayores lecciones hasta hoy.

La de estar ahí cuando la vida se pone complicada, la de encontrar la vía de solucionar las cosas, la de mostrarte vulnerable y dejar que te vean rota porque, tu pareja es, ante todo, tu mejor amigo.

Así que solo me queda desear que esa felicidad, que llevas compartiendo a su lado todos estos años, siga por el resto de tu vida.

Y aunque no sea en un altar, delante de amigos y familiares, yo te prometo seguir también a tu lado. Pase lo que pase.

Porque el mío también es amor del bueno.

Mara Mariño

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¿Un clavo saca a otro clavo?

Me han roto el corazón. En trocitos pequeños, de los que se clavan como agujas en el pecho.

Y, llegado el momento, me planteaba si esa sensación podía desaparecer con la llegada de alguien más. Si un clavo sacaría a otro clavo.

pareja amor

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Me he dicho «Vamos a probar» y he salido al ruedo.

Me he quitado la ropa aún pensando en otra persona y he sido capaz de perderme en unos brazos que no eran los mismos que echaba de menos.

Y lo he disfrutado.

Ha sido un cambio de aires, una novedad, un placer esperado, pero luego, pasado el buen rato, ahí estaba de nuevo el recuerdo de mi clavo.

No se había ido a ningún sitio, solo estaba distraída y no pensaba en que lo llevaba conmigo.

El clavo te acompaña por mucho que pruebes otros sabores, a otras personas, aunque cambies de etapa y empieces de cero en un sitio.

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Un clavo es compatible con otro clavo, pero no existe ninguna ley matemática según la cual se sustituyan.

Lo que sí he podido comprobar es que llega un día que el clavo no está.

Se ha caído por el camino.

Ha sido fruto de seguir con tu vida. De llenarte de experiencias, recuerdos nuevos, risas que saben a primeras veces.

Y ahí, justo ahí, ves el hueco del clavo. Tampoco recuerdas en qué momento exactamente lo has perdido.

Lo único que queda de su paso es algún que otro recuerdo y, quizás con un poco de mala suerte, el daño de haberlo arrastrado tanto tiempo.

Pero lo bueno de las heridas es que sanan sin que tengas que hacer nada. Porque el cuerpo es muy sabio y el corazón igual. Se reconstruye solo.

Y de repente el pulso no engaña y se acelera. Alerta, puede que estés ante un potencial clavo.

O quizás no. Puede que este no venga para clavarse y hacer daño, sino para compartir tu felicidad.

Mara Mariño

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A lo mejor el sentido del amor no es la vista y es…

Nunca he destacado especialmente por el olfato. Mi nariz siempre ha captado olores entre mal y regular y, desde que tuve el Covid no ha vuelto a ser la de antes.

Pero hay olores que me apasionan. Sé que me he enamorado de una persona cuando, al abrazarla, aspiro su aroma con fuerza.

pareja olor amor

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Cuando muevo la cabeza en busca de mis rincones preferidos, el cuello, el pecho

Cuando sale de la habitación y, aprovechando que no está, recojo una de sus prendas e inhalo profundamente, como si estuviera participando en una competición de apnea.

Y aún con lo vergonzosa que soy con mis propios olores, con los de otra persona me vuelvo loca. Me gusta meter la nariz en todas partes y ver qué se cuece.

Soy una sommelier de los aromas corporales.

No huelo mucho, pero me fío de mi olfato. Sobre todo porque es infalible, me dice «es ahí».

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Y parece ser que hay una explicación científica al respecto. El estudio de la psicóloga Anna Blomkvist de la universidad de Estocolmo analizaba este fenómeno.

Su conclusión fue que el olor de nuestra pareja nos calma, nos da sensación de seguridad y que incluso quienes tienen buena habilidad para oler, están más satisfechos en su vida íntima.

Pero, ¿cómo es oler a una persona de la que te has enamorado?

En mi caso, cuando me he convertido en adicta a las feromonas, ha sido una mezcla. Una combinación entre suelo mojado y postre, entre cuero y playa.

Y, las veces que me ha pasado, la prueba definitiva es que no he parado de querer olerle todo el tiempo.

Así que parece una buena razón, como cualquier otra, para por fin desvirtualizar a ese match de Tinder o a la persona con quien no paras de hablar por Instagram y ver qué pasa.

A lo mejor te da en la nariz que hay potencial cuando os conocéis cara a cara.

Mara Mariño

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