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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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La agresión sexual de Waka Sabadell o por qué nos queda mucho por aprender

Desde este espacio reivindico la libertad sexual, el empoderamiento del placer, todo lo que implique coger tu deseo de frente y por los cuernos y darle rienda suelta.

Quiero que tengamos la tranquilidad de poseer nuestras ganas y ponerlas en práctica. Pero para esa libertad, tiene que haber un respeto por parte de los demás, que solo se consigue a través de la educación en la empatía.

discoteca Waka sabadell

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El respeto de mantener algo que forma parte de la esfera privada en la intimidad, por mucho que lo estemos presenciando en vivo y en directo.

Porque somos conscientes de que es algo que no nos pertenece airear (independientemente de donde lo veamos).

No hay mejor ejemplo de lo mucho que nos queda de ser conscientes de esto -de aprender, en definitiva- que lo que ha sucedido en la discoteca Waka de Sabadell.

Las imágenes de una chica menor de edad practicando sexo oral han sido el último contenido viral ‘gracias’ a las múltiples cuentas que usaban Twitter como patio de vecinos volviendo a subir una y otra vez la escena.

Si es una discoteca que permite el acceso a quienes tienen menos de 18 años en su versión light, y que por tanto no sirve alcohol, nos hace levantar las sospechas de por qué ella ni era consciente en el momento ni se acuerda de nada.

Que después de pedir una consumición sin alcohol se encontrara mal y, al día siguiente no recordara lo sucedido hasta que sus amigas le pusieron al día, es el clásico patrón de quien ha sido víctima de sumisión química.

Si a eso le sumamos que esta discoteca colecciona 50 denuncias, entre los que se encuentran 3 casos de violación, la matemática es muy sencilla: es un sitio que da vía libre a los agresores y explica por qué nadie fue a ayudarla ni se puso en marcha ningún protocolo de actuación.

O, como alguien ha preguntado irónicamente en su perfil de Instagram debajo del flyer de una de sus fiestas «¿La entrada incluye mamada

Olvídate de los pinchazos, el truco de la copa con calmantes y sedantes -que producen automatismo y amnesia- es al que deberíamos seguir poniendo el foco.

Sobre todo cuando pasa en un lugar que supuestamente debería hacerse responsable de una clientela que es menor de edad y por tanto se encuentra más expuesta.

Y más todavía si se difunden las imágenes grabadas en su local que muestran una agresión sexual (porque hermana, yo sí te creo).

Salir de fiesta con la tranquilidad de que estamos seguras es solo posible si las discotecas se comprometen con lo que sucede entre sus paredes, pero también por encontrar apoyo en su staff si pasa algo.

Una noche con las amigas no debería venir acompañada de los mensajes de cuidado antes de salir por la puerta hacia nosotras, sino de la concienciación hacia ellos de que no se debe usar sustancias psicotrópicas para alterar la voluntad de nadie.

Pero también el mensaje de que no grabemos y colguemos en internet algo de lo que no hemos recibido el consentimiento de las personas que aparecen.

Porque si puede dañar tu imagen que hables de Cristiano Ronaldo, imagínate que aparezcas teniendo sexo en público.

Que veas un acto sexual (del tipo que sea, está mal hacerlo si es forzado, pero también si es un acto consentido) y solo pienses en grabarlo y compartirlo, te convierte en parte del problema.

Quizás se debe a que, para los chicos millennials y de la Generación Z, el porno es el pan de cada día.

Lo que significa que están acostumbrados a ver a las mujeres practicando sexo en cualquier lugar y, con la distancia de la pantalla y su sensación de seguridad por ser un dispositivo electrónico, se permiten colgarlo, retuitearlo y compartirlo hasta el infinito.

Sin plantearse realmente que es algo que no está bien porque, a fin de cuentas, está acostumbrado a ver ese tipo de vídeos que también parecen robados.

Con la diferencia de que subir este sí puede tener represalias.

Y, para terminar, nos queda evolucionar en la opinión pública. Esa que ha tildado -para variar- de culpable a la menor de 16 años con «si no se hubiera puesto a mamársela, no habría ningún vídeo» o «no entiendo por qué tanta gente defendiendo a una guarra».

Hablando única y exclusivamente de ella, que además, repito es menor, mientras que de la otra mitad involucrada, un chico mayor de edad, no se comenta nada.

Quizás es porque se sigue viendo con buenos ojos que practicar sexo en público es para él una demostración de virilidad y para ella algo de lo que sentirse culpable.

Y nada más lejos.

Quiero recordar que sexo es sexo. Que el deseo es algo con lo que contamos todos, pero lo realmente vergonzoso es que aún pasando una noche con una sumisión química de por medio, un contacto sexual no deseado y una filtración de imágenes no consentida, se nos tache de golfas.

Porque eso es, nada más y nada menos, la enésima prueba del machismo que aún arrastramos como sociedad.

La cara de vergüenza se le debería caer a los dueños de la discoteca, a quien echara lo que fuera en la copa de una desconocida, a quien grabó el vídeo, a todos y cada uno de los que lo han compartido y a quienes hacen esos comentarios.

Mara Mariño

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¿Y si la persona tóxica de la relación soy yo?

Con una relación de violencia y dos terapeutas -uno especializado en pareja- a mis espaldas, el tema de los comportamientos tóxicos me lo conozco al milímetro.

Es más, soy toda una experta en analizar si la persona que tengo delante es potencialmente tóxica o no.

Pero, ¿qué pasa conmigo? Porque mucho hablo de los demás, pero ¿soy la más indicada para hacerlo?

pareja relación tóxica

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Este proceso de conocer cómo vivo mis vínculos emocionales ha sido liberador y doloroso a partes iguales por encontrar en mí misma comportamientos que no encajan en lo que son relaciones sanas.

Hablando con Isabel Zanón (psicóloga feminista que me concedió una entrevista muy interesante hace unas semanas) me queda cada vez más claro que el término más popular de internet, se ha diluido al ser usado tan coloquialmente.

Ahora lo más frecuente es llamar ‘tóxico’: si una amiga dice algo que no nos gusta escuchar, se lo soltamos, al igual que si nos contestan de manera más brusca a algo por marcarnos un límite.

Todo es toxicidad y nunca es la nuestra.

«Es importante desterrar el concepto de relaciones tóxicas, o al menos, definirlas muy bien. Creo que es importante delimitar las relaciones tóxicas a esas relaciones que no te sientan bien», explica Isabel.

«No porque la otra persona sea tóxica, sino porque esa dinámica de pareja en cuestión a ti no te hace feliz; por ejemplo, porque no compartís los mismos valores y sin embargo o tú o la otra persona, o ninguna conseguís dejar la relación. Es lo que solemos llamar dependencia emocional», afirma.

Cuando me contaba que le parecía que era una persona tóxica, entiendo a que se refiere Isabel con «el problema es que es una palabra que a menudo lo que consigue es invibilizar las relaciones donde en lugar de primar el buentrato, hay violencia».

«Puede normalizarse porque acabamos usando lo de que ‘tóxico’ o ‘tóxica’ ante comportamientos como los celos o el control», explica.

Tengo un caso reciente de una amiga que dejó de quedar con un chico porque su idea de futuro era que ella dejara de trabajar para que se quedara con los niños.

¿Tóxico? No. ¿Machista? Seguro. La diferencia de compatibilidad hizo que ella saliera de la relación y cada uno siguiera con su vida.

Pero volviendo a cómo saber si soy yo esa persona, si nunca he tocado a mi pareja -porque no es el único maltrato que existe- Isabel da las claves para averiguarlo:

«Podemos preguntarnos lo siguiente: Cuando hay un conflicto de intereses o algo que negociar con mi pareja ¿llegamos a un acuerdo que nos convenga a ambos? ¿Nos sentimos seguros y libres dialogando? ¿Acabo presionando para conseguir lo que quiero? ¿Cedo de vez en cuando? ¿Insisto cuando ya me ha dicho que algo no le parece bien? Lo mismo a nivel económico y gastos: ¿nos convienen los acuerdos económicos a ambos?», comenta.

«Cuando nos peleamos ¿me cuesta mantener el respeto en las palabras que utilizo? ¿Puedo mostrar mi legítimo enfado sin gritar o caer en faltas de respeto como los insultos o los desprecios? ¿Cómo noto a mi pareja: la noto segura y tranquila cuando está conmigo? ¿Se expresa con libertad? O más bien ¿creo que puede tener miedo de que la juzgue o de cualquier otra reacción?»

«¿Alguna vez me ha dicho mi pareja que no está cómoda conmigo? Si es así, ¿en qué tipo de situaciones? ¿La escucho cuando cuenta algo importante? ¿le doy importancia a la conversación cuando me habla de sus sentimientos, aunque me incomode? ¿Sé qué cosas le preocupan y qué cosas le parecen importantes? ¿Le digo cómo tiene que sentirse o acepto cómo se siente sin juzgar? ¿Le doy mi versión de los hechos tirando abajo la suya o asumo que los dos podemos tener dos puntos de vista diferentes?»

«Cuando me equivoco ¿sé reconocerlo o le resto importancia aunque le haya dolido? ¿Puedo hacer esa autocrítica aunque me duela en el orgullo o echo balones fuera (hacia mi pareja o hacia el contexto)? ¿Cómo me siento cuando no sé dónde está o lo que está haciendo? Y más allá de cómo me siento ¿qué hago? ¿Qué me gustaría que hiciera mi pareja si estuviera en mi misma situación?»

«En cuanto a sus amistades y familia ¿me incomoda la relación que mantienen? Y más allá de cómo me siento, ¿qué hago al respecto? ¿Hago algo que directa o indirectamente condicione ese contacto social? ¿Comprendo que una pareja no tiene que cubrir todas las necesidades de apoyo de mi pareja y aun así estoy disponible como apoyo? ¿La tengo en cuenta para tomar decisiones que nos afectan como pareja? ¿Ambos tomamos decisiones y tenemos voz y voto? Si convivimos, ¿cómo están repartidas las tareas y el tiempo de descanso? ¿Hay reciprocidad en los gestos de cuidado y ternura que tenemos el uno con el otro o más bien suele haber alguien que cuida y alguien que se deja querer?».

Si respondiéndolas descubrimos que hay cosas en las que podemos mejorar, es probable que tengamos ciertos hábitos tóxicos. Pero lo esperanzador es que está en nuestra mano cambiarlos.

Mara Mariño

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Mi amiga se ha casado y…

Mi amiga se ha casado.

Ha tenido una de esas bodas preciosas de cuento de hadas. La misma en la que vas con invitada y piensas «sí, definitivamente el amor era esto».

boda pareja

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En la mesa del banquete donde me tocó sentarme, cada una de mis compañeras tenía una historia diferente.

Estaba la que también llevaba varios años con su novio y acababan de mudarse a su segundo piso juntos.

La que se planteaba la convivencia en un futuro cercano, la que veía ese paso todavía muy lejos, la que acababa de darlo pero a él le había surgido trabajo en otro país e iban a pasar el próximo año separados.

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Estaba yo, que, con mi enésima mudanza, ya estaba inmersa en el mundo de las relaciones a distancia y estaba la que se encontraba recientemente soltera.

Y la novia, claro, que se había casado después de 10 años de noviazgo.

Todas compartíamos lo mismo, nuestras maneras de vivir las relaciones de pareja eran las correctas.

Entre el final de los 20 y los primeros años de los 30 si algo nos unía también era que, en esa etapa, estábamos contentas con nuestra situación sentimental. Éramos felices.

Atrás han quedado los tiempos en los que el paso por el altar -igualmente emocionante para quien quiera darlo- era el único sinónimo de disfrutar del amor en una relación.

El compromiso, si bien no estaba afirmado ante los ojos de Dios o un juez, era algo que no faltaba en nuestro día a día.

Si a esta boda, tan digna de reportaje de la revista ¡Hola! como de película Disney, llego a venir hace unos años, mis sentimientos habrían sido muy diferentes.

Casi de urgencia, de querer ser la siguiente porque se supone que es el próximo escalón que me tocaría subir.

Ahora me doy cuenta de que no es que hayan cambiado los tiempos -que un poco también, no me malinterpretes-, pero sobre todo he cambiado yo.

Porque comprendo mejor que la suerte no es un «sí, quiero» delante de la familia y amigos. Sino encontrar a una persona con la que la felicidad es la constante.

Alguien que te tranquiliza, anima, cuida, escucha, apoya, acompaña, te acepta con tus luces y tus sombras, te ve guapa devorando los espagueti con tomate o babeando sobre la almohada.

Y seguir disfrutando a su lado es lo que importa. Sin pensar en qué vendrá detrás porque la etapa del amor no es algo que va a llegar más adelante con un vestido blanco.

Sino que ya estamos en ella.

Mara Mariño

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‘Yo es que no creo en las relaciones’

Hay dos red flags que puedes percibir al poco de conocer a una persona. La primera es que te diga que «No soy machista, pero…«. Porque da igual como termine la frase, es machista.

La segunda, que te salga con que no cree en las relaciones de pareja.

hombre emocionalmente inaccesible

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El 100% de nosotros estamos aquí por una relación, sexual, vale. Pero la inmensa mayoría también porque a esa relación sexual le acompañó una sentimental.

Las relaciones no son los Reyes Magos, no es cuestión de creer o no en ellas porque en el momento que has visto a tus padres seguir juntos, después de tropecientos años de casados, no puedes no ser creyente ni plantearte su existencia.

Entonces, ¿por qué se repite hasta la saciedad y hay quien incluso la suelta con orgullo (como tú alguna vez, por ejemplo)? El trasfondo no es que no se crean en las relaciones, sino que no crees que las relaciones sean para ti.

Y está genial haber llegado a esa conclusión. No tiene nada de malo querer estar a tu aire, sin nadie al lado, ni contemplar la idea de casarte.

Si estás feliz con tu vida así, es perfecto.

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El problema es que la frase produce un efecto curioso en quien la escucha. De reto, desafío, ganas por ser -sobre todo si eres mujer- quien le haga cambiar de idea y le demuestre las ventajas de estar en pareja.

Desde aquí le doy las gracias a los mitos románticos por meternos en la cabeza que tenemos que ser centros andantes de rehabilitación del corazón, las salvadoras del amor.

Soy la primera que afirma que sí, que es culpa nuestra cuando nos enganchamos a una persona que, al poco tiempo, ya ha salido con la frasecita.

Es evidente que no busca compromiso, sino una diversión sin fin. Y, por muy en todo su derecho que esté, nos toca el ego.

Como seres sociales, necesitamos sentir que gustamos y que nos quieren.

Así que, cuando eso pasa, es raro que no te venga el pensamiento de qué problema tienes para que te diga eso sin apenas conocerte.

Así que si te ha pasado como a mí, y te toca una persona así, pero sobre todo, tú sí crees en las relaciones, déjala que siga circulando.

Porque está claro que contigo no es.

Porque tú lo vales todo.

Si eres quien se considera ateo del amor, cerrarse en banda, mantenerte siempre emocionalmente inaccesible y no permitirte al menos sopesar conocer a una persona más allá de un ratito, seguirás en tu línea de quedar libre de todo compromiso.

Y seguirás solo también.

Mara Mariño

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Esta escala del sabotaje romántico te ayuda a entender por qué te cargas tus relaciones

No es hasta la enésima vez que algo falla en tu nueva relación que te planteas que, igual esta vez, no ha sido culpa de la otra persona.

Es más, tienes incluso amigas -esas amantes del psicoanálisis- que están convencidas de que si no encuentras el amor es porque tú te encargas de ponerle piedras en el camino.

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Puedes hacerlo de tres maneras: cambiando de relación cada poco tiempo porque no te parece ninguna lo bastante buena, estar en una relación larga pero sin abrirte emocionalmente o decidir que buscar el amor no es lo tuyo y no establecer vínculos.

Conocerte más en ese sentido es algo que puedes averiguar gracias a la doctora Raquel Peel. Esta psicóloga ha desarrollado la ‘Escala del Sabotaje de Relaciones’ para medir de forma concreta cómo torpedeamos nuestros lazos románticos.

Son 12 comportamientos sobre las formas más típicas de protegerse ante el miedo: estar a la defensiva, problemas de confianza, falta de herramientas a la hora de trabajar en la relación.

La puntuación en la escala puede ayudar a identificar cuáles son los problemas que hay (se mide cada cuestión del 1 al 7: 1 completamente en desacuerdo y 7 completamente de acuerdo).

De esta manera, aquellas que saquen la puntuación más alta son las que revelan cuáles son nuestros asuntos pendientes en la relación y en qué debemos trabajar.

Y es que, por desgracia, tener miedo cuando comienza una historia de amor es algo bastante habitual.

Como explicó la psicóloga al presentar su escala «si estamos enamorados, somos vulnerables. Puede que las cosas no salgan bien y terminemos sufriendo».

Asumir que pueden rompernos el corazón es la cara B del amor.

Lo bueno de esta escala es que es un buen punto de partida para identificar por dónde empezar a sentarse a hablar con la otra persona.

¿Te apuntas a hacerla con tu pareja?

1. Me culpan injustamente de los problemas en mi relación.
2. Muy a menudo me siento incomprendido/a por mi pareja.
3. Siento que mi pareja me critica constantemente.
4. Mi pareja me hace sentir inferior.
5. Me molesta la cantidad de tiempo que mi pareja pasa con sus amistades.
6. Creo que para que mi pareja esté a salvo, tengo que saber dónde está.
7. Siento celos de mi pareja.
8. A veces compruebo los perfiles de redes sociales de mi pareja.
9. Cuando me doy cuenta de que mi pareja está molesta, no intento ponerme en su situación para entender su punto de vista.
10. No suelo encontrar soluciones y trabajar en los problemas de la relación.
11. Si estoy equivocada/o sobre algo no se lo admito a mi pareja.
12. No me gusta que mi pareja me diga las cosas que tengo que hacer para mejorar la relación de pareja.

Duquesa Doslabios.

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‘¿Qué somos?’, tener o no tener la conversación

Cuando estaba en el colegio, una notita previamente leída por toda la clase con el texto «¿Quieres ser mi novia? Marca Sí o No», era todo lo necesario para saber que, oficialmente, tenías pareja.

Y aunque me encantaría que las cosas fueran tan fáciles de resolver hoy en día, este tema sigue siendo de los que más nos cuesta sacar.

Vivimos en un mundo de evasivas, uno en el que nos encantan las etiquetas que vienen acompañadas con un hashtag siempre y cuando no nos definan a nosotros mismos.

@VALENTINAFERRAGNI

Decir que sois «novios» o «pareja» cuando estás quedando con alguien parece casi una ofensa. «Solo nos estamos conociendo», sale como nerviosa y apurada respuesta, como si insinuar que pudiera existir algo más fuera un problema.

Cuando quedar es la normalidad, los sentimientos van creciendo y las ganas quemando, en definitiva, sintiéndonos más entrelazados, es difícil hacer caso omiso del pensamiento que nos ronda. El «sí, estamos genial, pero ¿qué somos?».

Mientras que hay personas que llevan años sin haberse hecho nunca esa pregunta y siguen juntas sin que empañe la felicidad de la relación, quiero reflexionar sobre hasta qué punto es importante sacar el tema.

Por un lado, lo veo innecesario. Sobre todo si me remito a la notita del trozo de cuaderno que cambiaba el estado de una persona a efectos inmediatos.

Los planes, el Netflix & Chill (que cada vez es más Netflix), conocer a los respectivos amigos, que los padres sepan de la existencia del otro, hacer viajes en común o hablar de un hipotético futuro juntos parecen ser los síntomas de que nos hemos ‘contagiado’ de una pareja.

Si tiene alas y vuela es un avión, podríamos pensar. Pero también un pájaro o incluso el superhéroe Falcon.

Las conversaciones son acuerdos no verbales que construyen nuestras relaciones (del tipo que sean) y saber ante qué tipo estamos, es también una forma de ubicarnos.

Así que, ¿cuáles son las ventajas de hablarlo? Ademas de definir lo que existe entre dos personas, también supone expresar abiertamente las necesidades, deseos y límites poniendo sobre la mesa si se está en el mismo punto en cuanto a las expectativas y compromiso emocional en ambos lados.

Y no implica necesariamente llegar a la conclusión de que se es algo más, puede servir tanto para hablar de si se tiene algo a largo plazo como de algo casual y liberal, lo importante es que haya un entendimiento compartido.

Pero si cuesta tener una comunicación abierta y, sobre todo, una de las dos personas parece estar cómoda en la ambigüedad (mientras quizás la otra quiera algo más), nos sale a cuenta por salud mental y emocional sacar el tema, independientemente de que nos pueda dar «miedo» asustar al otro, una de las razones por las que no nos atrevemos a dar el paso.

Al final, si no se tiene pero aquello sigue sin avanzar como nos gustaría, hablarlo y recibir una negativa como respuesta nos da a entender que de ahí no va a salir nada más. Es mejor dejar de perder el tiempo si no era eso lo que esperábamos.

Duquesa Doslabios.

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Cuando el amor no era suficiente

Era quererle o nada. Quererle con cada fibra muscular, célula epitelial o de cualquier tipo. Quererle de todas las maneras. No concebía otra cosa más que quererle cada día.

Y queriéndole tanto, no me entraba en la cabeza que aquello pudiera llegar a terminar. Sabía de parejas que -sin amor quizás de haberlo gastado-, no encontraban más razones para continuar.

Pero no era nuestro caso. El amor sobraba.

DEREK ROSE

Salía del grifo de la cocina, de los mensajes de ‘Buenos días’ si se iba de casa antes de que me despertara, de organizarnos para limpiar, de esas cosas tan cotidianas como ir de la mano a hacer la compra al supermercado.

Siempre con amor. Amor incluso en las discusiones, recordando que por muy dolidos que estuviéramos en aquel momento, nos queríamos.

Imagina cuando he descubierto que eso no basta. Que querer con todo tu ser a alguien ya no es suficiente.

Esto no era parte del plan. El trato era quererse hasta el final. Así que siento si fallo a los Beatles por proclamar que no, que no me creo el All you need is love.

Renegante de la misma melodía que tarareaba desde pequeña, me siento ingenua de pensar que con amor solucionaríamos todos los problemas.

Por las malas es que lo he aprendido. Que el amor es una de las patas, pero que debe venir acompañada. Y, si no trabajas todos los pilares por igual, el desastre va a llegar.

He tomado los apuntes de la lección tarde, debería haber llegado a esta conclusión antes -y reaccionado ante las señales, cogiendo la salida cuando empezaron las primeras alarmas-, pero en el nombre del amor seguí sin mirar.

(Es más fácil hacer la vista gorda cuando vives cegada por unos sentimientos que crees que pueden superar todos los escollos.)

Te haré el spoiler que no he podido evitar: no solo no lo superarán, te harán seguir enganchada -por muchas cosas que veas, que sufras o mierda que te toque tragar-, hasta que llegues a tu propio límite, al devastador detonante, tu particular bomba nuclear.

El ‘hasta aquí’ que te hace llenar tus maletas de amor, ropa y menaje que comprasteis juntos en Ikea y marcharte.

Solo cuando puse mis pertenencias sobre el suelo, la vida sentimental en perspectiva y el corazón a diseccionar por el ojo crítico -ya que había recuperado la cordura- llegué a un pacto conmigo misma.

Que para la próxima vez (o el próximo que venga) quiero y querré amor, lo habrá y a raudales. Pero debe venir en las mismas cantidades que el resto de ingredientes.

Vivimos demasiado obsesionados con los sentimientos y se nos olvida aprender a expresarnos, a abrirnos por completo. Tampoco aprendemos a decir de forma clara cómo nos sentimos o qué necesitamos en cada momento.

No aprendemos a admitir ante el otro los errores, a pedirle ayuda, a decir ‘lo siento’ del de verdad, no del de quedarnos tranquilos y dormir bien esa noche.

No aprendemos a tolerar nuestro fracaso ni ante nosotros ni ante sus ojos. No aprendemos a pensar en equipo en una sociedad en la que solo el individuo importa, no aprendemos a remar en la misma dirección.

Y si no aprendemos esas cosas, ni todo el amor del mundo va a salvarnos.

Duquesa Doslabios.

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No necesitas una pareja perfecta, perfecto es que además de amor haya amistad

Hay cosas que echo de menos de estar en pareja. Quedarme dormida abrazada, acompasando la respiración a la suya, es algo que siempre me ha encantado (aunque luego termináramos la noche en la otra punta de la cama).

También hay muchas otras que para nada. Esas me las guardo para otro día.

Una de ellas, y quizás la que más me está costando sobrellevar, es haber perdido un amor en el que una de las bases era la amistad.

@FEDEZ

Es cuando me acuerdo de lo que era mirar a los ojos a la otra persona -en plena comida familiar-, y echar a reír de algo que solo entendíamos los dos.

O como cuando te conviertes en cómplice de todas las locuras que pudieran ocurrir, como escapar de una boda para echar un polvazo.

Podría enumerar como ejemplo los infinitos memes, bromas, los vídeos hechos a traición, las menciones en fotos de Instagram para recordarle lo mucho que ronca… Pero también ser la primera de la lista cuando hacen falta un par de manos o un hombro sobre el que llorar.

Echo de menos conectar en ese aspecto, en uno más allá de físico, en la complicidad. En disfrutar de compartir aficiones, ya sean ir a hacer senderismo, perderse en un museo o ver películas musicales comiendo directamente de la tarrina del Ben & Jerry’s.

Porque cuando tu pareja es tu amigo, eres capaz de hacer cosas tan locas como traer un hijo al mundo y reírte cuando le da vueltas a tu alrededor, aunque lleves un mes sin pegar casi ojo.

Hablamos de la confianza, el sentido del humor o tener en común ciertas perspectivas vitales a la hora de que funcione una relación.

Pero es la amistad la que da la confianza de poder abrirte por completo, de contar (y escuchar) todo sin juzgar. Tener con quien hablar de lo más trascendente a lo más nimio sabiendo que estás en una zona segura en la que puedes ser tú.

Si tu pareja es tu amiga, quieres que sea partícipe de tu vida. No porque no puedas vivir sin él o ella, sino porque quieres que esté en todo. En lo bueno y en lo malo.

Cuando tienes que despedirte de unas amigas, un trabajo, una mascota… Cuando le das la bienvenida a un proyecto, a un triunfo, a un libro publicado.

Es algo a lo que me niego a renunciar. Y cuánto cuesta encontrarlo.

Duquesa Doslabios.

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Si todavía estás superando a tu ex, este texto es para ti

Hoy es uno de esos días en los que el tiempo parece haberse coordinado con los sentimientos. Uno gris y pesado.

Nada más subir la persiana un cielo plomizo te da la bienvenida en tu nueva jornada. Aunque eso es lo de menos. No es el día el que pesa, es que, una vez más, en la habitación, solo estás tú.

SPRINGFIELD MAN & WOMAN

Y solo tú, sin necesidad de poderes paranormales, pareces sentir otra presencia, la del fantasma de esa persona que puso punto y final a todo (o que te llevó a ti a ponerlo).

Hoy es uno de esos días teñidos de recuerdos, de los buenos, los que más duelen porque tu cerebro se ha encargado de añadirles una pátina de brillo y banda sonora para hacerlos aún más vivos.

Magníficos, sí, pero tan anclados ya en el pasado como la memoria de un verano familiar con todos tus primos en el pueblo.

Lo que descubres, viendo el hueco de la cama que solo es la prolongación del que llevas por dentro, es que no son las relaciones tan montaña rusa como las rupturas.

Que, de una semana bien, pasas a un par de días con recuerdos-medusa (de esos que por breves que los rememores parecen producir urticaria) al bajón absoluto, el día plomizo también a nivel emocional.

Déjame decirte que esto es -además de nada agradable- lo normal. El salto del rencor a la falsa felicidad de pensar que ya lo has superado, pasa por las ansias de mirar su Instagram, controlar las ganas de escribirle un mensaje, pensarle hasta llorar o familiarizarse con la apatía.

Un proceso enrevesado que, te aseguro, tiene un final, el de asumir que esa persona ya no está y librarte del fantasma.

Hasta llegar a ese momento, date tiempo. Enfréntate a tus sentimientos. No lo escondas debajo del colchón, permítete pensarlo, asumirlo, buscar un momento más apropiado en el que puedas derrumbarte y construirte pieza a pieza.

Ponte en primer lugar y fíate de lo que necesites. Ya sea mantener una amistad como si es borrar su rastro digital de tu vida. Lidiar con lo que mejor te funcione es personal.

Trabaja en quitarle ese barniz brillante que juega tan malas pasadas y recuerda a tu ex con sus 360 grados, los buenos y los malos.

Es ahí cuando aprender marca la diferencia en que tropieces con la misma piedra disfrazada de persona o realmente te escuches.

Si eres capaz de entender por qué has dejado que eso pasara o si te había sucedido antes y, sobre todo, si seguiste con ello pese a sentirte mal, es tu turno. Toca avanzar con esa mochila a la espalda en busca de una historia que no pase por ahí.

Y, si ves similitudes, solo tienes que echar la vista atrás para reconocerla (y alejarte de ella).

Hay personas que pasan por nuestra vida con fecha de caducidad escrita en la frente, aceptarlo y dejarlas marchar forma parte del camino. El siguiente recodo puede ser el bueno.

Duquesa Doslabios.

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