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El ‘muro’: la teoría de que las mujeres somos rechazadas al cumplir 30

TikTok es el nuevo lugar de nacimiento de tendencias, incluso de las relativas al vocabulario.

Y esto puede ser preocupante si pensamos que se trata de la red social por excelencia de los menores de 25 años, la generación más polarizada en lo que a igualdad de género se refiere.

Algo que términos como «bodycount», «kilometraje» o «mujer de alto valor» (todos relacionados con el historial sexual de las mujeres) demuestran, ya que hacen apariciones constantes en la sección de recomendados de la aplicación.

mujer rechazada hombre

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El último de ellos es «el muro».

Sin que quede muy claro si se trata de una referencia a Juego de Tronos o al supuesto bajón de energía que le da a los runners en el kilómetro 30, este concepto se utiliza en TikTok para dividir a las mujeres.

Según la teoría del muro, los 30 son el límite en el que resultamos físicamente atractivas, ya que a partir de esa edad iríamos cuesta abajo y sin frenos.

«El muro es invicto, el muro siempre gana. Gatos y vino serán tu destino. Pasado el muro, ninguna es comestible,
porque el muro es inexorable», escribe un usuario en su ‘Oda al muro’.

La única forma de evitar el muro es, por lo visto, el matrimonio, ya que para antes de los 30 ya tendríamos que estar casadas: «Las que son un buen partido para los máximo 26 ya tiene un anillo en el dedo», sostiene un tiktoker.

Aquellas que superamos el límite de edad sin joya de compromiso de por medio, somos las posmuro, las que según estos expertos -que no pasan los 20 años-, hemos «optado por una conducta promiscua» y de ahí argumentan nuestra «dificultad de crear vínculos afectivos».

A esa supuesta invisibilidad que nos llega el día que soplamos las velas con un ‘3’ y un ‘0’ se debe a haber envejecido: «ya no eres joven, no eres más guapa que una veintañera y tienes muchos kilómetros en la cama, eso produce rechazo de los hombres», opina otro de estos defensores del muro.

Pero a mí lo que más me llama la atención del muro es su unidireccionalidad, que sea un obstáculo que conforme las ideas de estos usuarios, solo las mujeres encontremos en el camino.

Es decir, que por un lado se opine únicamente del declive de nuestra belleza física cuando envejecer es un fenómeno natural que nos afecta biológicamente a todos de la misma manera.

En cambio, asociarlo solo a la mitad de la población y sostener que a la otra esos años les dan más valor, es una discriminación cultural, no un designio de la naturaleza.

 

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Otra de las fisuras que le veo a la teoría del muro es que se achaca la falta de pareja a la variada agenda sexual, pero no al cambio histórico del empoderamiento femenino.

Por primera vez, las mujeres no priorizamos tener vínculos románticos. Nos hemos liberado del yugo del padre y del marido.

Es decir, empezamos a priorizar redes de amistad, carreras laborales o viajar por encima de estar en una relación de pareja.

Y eso sin contar que el muro no contempla la dificultad que es dar con hombres de nuestra edad que no tengan interés en seguir avanzando en la relación -más allá de un encuentro sexual- o miedo a comprometerse.

Estar casado y tener hijos, ya no supone el aliciente de dotar de estatus a los hombres, como sí ocurría hace siglos.

Cuando muchas que sí quieren dar ese paso, o bien encuentran a chicos que siguen atrapados en su etapa universitaria y no quieren renunciar a salir de fiesta, sus planes con amigos y se niegan a dedicar tiempo a tener solo una relación.

«Las mujeres heterosexuales van a pagar facturas que ahora desconocen», escucho en uno de esos vídeos acerca del muro.

Y, sin saberlo, el usuario retrata el problema. Son solo los hombres quienes están midiendo a su pareja por la edad y tildándola de «posmuro» por haber pasado los 30 y no haber llegado virgen a sus brazos.

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Entonces si este sesgo se da solo hacia las mujeres, estos hombres quieren seguir ostentando el privilegio masculino no solo de la libertad sexual, sino de la libertad de acceder siempre a mujeres de menor edad (pero que nosotras no podamos resultarle atractivas a hombres más jóvenes).

Lo que ha pasado con Dani Martín declarándose a Esther Expósito, básicamente.

«Las mujeres han disparado contra los hombres y ahora los hombres válidos no se fían de las mujeres. Eran más felices nuestros abuelos», escucho en otro vídeo.

Y sí, no le quito la razón, seguramente nuestros abuelos, con «o», eran mucho más felices cuando tenían a una mujer dedicada en cuerpo y alma a ellos y a su prole.

Pero pienso en mis abuelas, en las oportunidades laborales que no tuvieron, en los viajes que no hicieron, en los gritos que recibieron de sus maridos, en sus vidas sexuales llenas de desconocimiento y culpa, sin ningún tipo de deseo; en su rutina de fregar y cocinar, sin hacer nunca planes con amigas (sin tener amigas) porque no les daba tiempo de todo lo que tenían que hacer en casa…

Pienso en que si hubieran nacido en esta época, todo habría sido distinto para ellas.

Porque hay algo de lo que cada vez nos damos más cuenta las que ya tenemos 30 y hemos vivido la experiencia de compartir piso -y discusiones- en pareja: solas, con gatos y vino, se está a gustísimo.

Mara Mariño

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La deconstrucción sexual será feminista o no será

¿Cómo que ahora hay que deconstruir el sexo? ¡Si has tardado toda tu vida en averiguar cómo va (y especialmente los últimos 10 años) en ponerlo en práctica intentando mejorar!

Entiendo que suena dificilísimo. Como montar un mueble de Ikea o explicarle a tus padres cómo adjuntar archivos en un mail.

pareja beso intimidad

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Pero en el momento en el que dejamos que nuestra vida íntima se contagie de lo que sucede a nivel social -y esa sociedad no nos da los mejores ejemplos en cuanto a relacionarnos- es cuando toca desmontarlo todo.

El proceso puede ser igual de divertido. Pero además, mucho más placentero.

Primero, olvida todo lo que has aprendido del porno. Todo es todo.

La forma de los cuerpos, los pelos (o la falta de ellos), los roles, los movimientos, la violencia…

En serio, no me vengas con golpes o brusquedades, a lo mejor prefiero un trato cariñoso, ternura antes que rudeza.

En el cóctel molotov de la pornografía se suman cánones físicos inalcanzables, genitales descomunales, pieles que solo cambian de color para ser sexualizadas y una serie de coreografías perfectas para cámara -y para un espectador mayoritariamente masculino-.

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Pero ni representan cómo son las personas con las que vas a encontrarte ahí fuera (a no ser que solo salgas con actores y actrices porno) ni enseñan lo que queremos en la cama.

De verdad, no quiero que la metas durante 45 minutos sin parar. La lubricación vaginal tiene un límite y empiezo a sentir la fricción en mi vagina como cuando retiras un velcro.

Deconstruirte significa aceptar que, a diferencia de quedarte con un producto mainstream como es la pornografía, tu sexualidad es como tu cepillo de dientes. Tuya y solo tuya.

Debe ajustarse a lo que te pone, a lo que te gusta. A ti. Es algo que incluye dejar de pensar que, si también te gustan las mujeres (o los hombres), es solo una fase. Que es lo que te dicen sin parar.

Que solo estás experimentando o que no eres bisexual o gay de verdad, de los de ‘pura cepa’.

Pero lo cierto es que con la deconstrucción, te animo a que dejes las etiquetas solo para la ropa. Porque eso significa que lo que hagas en la cama -o en la parte de la casa que te dé la gana- no está sujeto a nada.

Eso significa que puede gustarte una zona concreta, un fetiche distinto, que te llamen al oído de cierta manera porque es lo que te pone.

Y a lo mejor es algo que no te parece que pegue con lo que te han enseñado. Por eso tienes que olvidar ese imaginario que te has montado y disfrutarlo.

A ti, amigo, te invito a que gimas. Aunque nunca hayas escuchado a ningún otro hombre hacerlo. Porque es algo que se te engancha en la garganta y merece que lo dejes salir.

A que respetes un ‘no’, pero también a que frenes si no lo oyes. A que ni drogues ni esperes a recoger a la chica más borracha de la discoteca, esa que ha perdido a sus amigas y casi la capacidad de hablar.

Porque está igual de mal y la falta de consentimiento es la misma, aunque pienses lo contrario.

A ti, amiga, despréndete de la culpa y la vergüenza, de vivir tu sexualidad casi en secreto y siempre al servicio de los demás. No eres el objeto de consumo, ¡eres la coprotagonista!

Sí, me refiero a esos orgasmos que a día de hoy todavía finges, la prueba de que para ti es más importante que la otra persona sienta que lo estás disfrutando a que verdaderamente goces de tu sexualidad, abriéndote y diciendo qué te gusta.

Y a ambos, a que dejemos de pensar en la primera vez como un examen de valía.

Que si no sale bien, o la erección brilla por su ausencia, ya no se puede disfrutar de la velada.

También que si sucede al poco tiempo de conocernos es porque no nos valoramos lo suficiente, cuando es algo que ni nos planteamos en el caso de que ellos quieran sexo a la primera.

La mayor deconstrucción es que la libertad sexual la tengamos por igual.

Mara Mariño

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‘Green flags’ que tienes que buscar en tu pareja este 2022 (y siempre)

¿Te imaginas que has empezado 2022 con una persona emocionalmente accesible que encima no huye del compromiso y quiere tener una relación contigo?

Si no te ha pasado, este artículo te interesa igual para lo que venga -que más vale prevenir que curar-.

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A estas alturas de mi vida te sé decir de corrido cuáles son las señales de alarma o red flags que me echan para atrás de alguien.

Pero, ¿sabemos identificar las alertas positivas, las que demuestran que estamos ante un buen material de pareja?

En mis años de (des)engaños amorosos, he llegado a la conclusión de que lo que me conquista de una persona es lo siguiente:

  1. Que valide mis emociones. Aunque no las entienda. Aunque se quede pillado porque me ha entrado la llorera por la regla. Que me diga que no pasa nada porque esté triste y que está ahí para apoyarme, secarme el moco gigante que me cae de la nariz o simplemente estar ahí conmigo.
  2. Que se interese por mí de una manera lineal, no que un día me dé conversación y desaparezca los tres siguientes. Que quiera saber sobre mi trabajo, mis gustos, mis sueños o la razón de por qué tengo una cicatriz en el lado derecho de la barbilla.
  3. Que hable bien de su ex. Ojo, no que siga enamorado, pero que sea capaz de ver lo bueno en él (o ella). Que sea capaz de resaltar lo que le aportó como persona y lo que ha aprendido de la ruptura. Si habla mal de todas sus exparejas, corre lejos.
  4. Que tenga tarifa plana de respeto. Que me respete a mí, por supuesto, pero también al resto de personas, ya sean conocidas o desconocidas. Que respete los animales y al medio ambiente.
  5. Que pueda ser yo misma a su lado, sin filtros ni maquillajes. Que me ría tanto que escupa el agua y le haga gracia en vez de montar un escándalo. Que acepte que no comparto postre o que me cambio siempre de ropa tres veces antes de salir de casa.
  6. Que sea capaz de hacer autocrítica. Que reflexione sobre sus comportamientos menos buenos y sea capaz de ponerles remedio. Que no se quede en el «Yo es que soy así» sino en el «Lo tendré en cuenta e intentaré hacerlo de forma diferente la próxima vez».
  7.  Que se abra con sinceridad. Que podamos hablar de cualquier cosa, de nuestros miedos, nuestras inseguridades, las experiencias sexuales pasadas, las relaciones superadas o los traumas que aún gestionamos como adultos de nuestra infancia.
  8. Que tenga una vida fuera de la relación de pareja. Que salga con sus amigos, tenga pasiones en las que yo no tenga cabida y otras que pueda compartir (si quiere) conmigo. Pero que haga sus planes, disfrute de sus momentos sin mí y tenga un espacio propio.
  9. Que trate a sus padres con cariño. Que les hable de buena manera, que les cuide, que se preocupe por ellos.
  10. Que tenga confianza en mí. Total y absoluta. Como la que va a recibir por mi parte. Que si le digo que me voy de fiesta con unos amigos me desee que lo pase estupendamente. Porque sabe que si le digo que quiero estar con él, lo pienso (y siento) de verdad.

Duquesa Doslabios.
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De los hombres que cuidan a las mujeres

Una vez una pareja me arropó en la cama. Con todo el cuidado del mundo, fue colocando cada parte del edredón alrededor de mi cuerpo, dejándome envuelta como un burrito.

Entre la sensación de comodidad y verle hacer algo tan sencillo, pero tan lleno de cariño como es arropar -que solemos relacionar con los padres-, me puse a llorar.

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Me sentí tan atendida como nunca antes. No era un gesto extraordinario por sí solo, a la inversa había pasado otras veces. Lo increíble para mí era que él lo hubiera hecho siendo un hombre.

Porque, por desgracia, si eres hombre y cuidas a tu pareja, si te preocupas por ella, eres un «calzonazos».

Por desgracia, si eres hombre y cuidas a tu amiga, te encargas de que llegue sana y salva a casa un día que está borracha, escuchas su historia cuando te cuenta un drama, eres un «pagafantas».

Parece que lo raro es pensar en las mujeres como iguales, en seres que merecen el mismo amor, cariño y atención.

Y, si se hace, se ridiculiza hasta el punto de que un hombre no se sienta bien dispensando ese tipo de trato y reciba esos apelativos.

Porque socialmente, ese es un trato poco viril, femenino incluso (históricamente, son los cuidados nuestra parcela). Porque no hay nada menos masculino que no ver a las mujeres solo como un agujero donde meterla.

Así que quiero más igualdad para que haya más que, como aquella pareja que tuve, sepan atender y disfruten haciéndolo.

Hombres que vengan a tu casa en mitad de la noche porque la vacuna te ha dado reacción y quieren estar ahí para lo que puedas necesitar, que te den un masaje en el cuello porque llevas todo el día con el ordenador, que te digan que se encargan de la cena mientras tú vuelves de spinning o el plan con amigas…

Pero también que te escuchen cuando has tenido un problema con tu madre, que te aconsejan y te digan que no estás sola, que te den un abrazo de esos que entonan más que cualquier Coca Cola.

Que te peinen el pelo no porque necesites cepillarlo, sino porque saben que te encanta. Que se coman tu lista de reproducción de Spotify con anuncios -aunque no les apasionen ni las canciones ni escucharlas con tanta pausa publicitaria-.

Que dejen que le pongas mascarilla facial, porque saben que para ti es divertida la idea de hacer skincare juntos.

Que sepan qué día quieres un beso de afecto y el de cuando buscas sexo. Que te lean como un libro abierto porque prestan atención a lo que dices y saben el significado de ese ceño fruncido.

Que no te hagan sentir mal por estar de bajón hormonal, que te abracen el doble de fuerte y traigan galletas de chocolate a casa.

Que te canten para animarte y te abrochen el botón del cuello de la camisa porque, aunque saben que llegas, si te lo hace otra persona, es más sencillo.

Que te quieran cada día y lo demuestren cuidándote.

Y esos son los que queremos en nuestra vida y a los que querremos a lo largo de ella. Los que merecemos.

Duquesa Doslabios.
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De la sexualización a la falta de conciliación: el machismo de los Juegos Olímpicos

Admito que no soy especialmente forofa de los Juegos Olímpicos, pero los de este año no dejan de sorprenderme.

Y no ya por las destrezas deportivas de personas que, literalmente, parecen hechas de otra pasta. Sino por las reivindicaciones que se están colando entre disciplina y disciplina.

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Han tenido que llegar las competidoras para señalar una verdad que teníamos ante las narices y que no éramos capaces de ver: los Juegos Olímpicos son machistas. Y mucho.

La multa al equipo de balonmano de Noruega hacía saltar las primeras alarmas: sancionadas por no jugar en braga de bikini y utilizar en su lugar pantalones cortos.

Un cambio que contrariaba la norma sobre el uniforme de este deporte cuya parte de abajo del uniforme «no puede superar los 10 centímetros de largo».

¿Hasta qué punto era más importante la imagen que pudieran proyectar que la propia comodidad a la hora de jugar de las atletas?

Un rayo de esperanza era que, por otro lado, las deportistas del equipo de gimnasia de Alemania se presentaran con conjuntos deportivos hasta los tobillos en vez de los clásicos maillots cortos.

Que también se prohibieran los gorros de natación para deportistas con pelo afro por estar fuera de la normativa fue otra prueba más de que, además de machistas, la xenofobia daba la cara en Tokio 2021.

Uniformes aparte, hemos tenido otros momentos que han sacado a relucir cómo todavía nos queda mucho camino por andar en cuanto a las competidoras.

El titular machista sobre la tenista Paula Badosa -donde se mencionaba su antigua relación con David Broncano en línea con su triunfo- también me hizo saltar las ampollas por partida doble, como periodista y como mujer.

Y para rematar la lista de ejemplos, no puedo olvidarme de la decisión de Ona Carbonell. O Tokio o continuar con su lactancia, ya que no podía viajar con su bebé.

No solo denunció en su perfil la nula conciliación, también denunció el tabú que existía sobre compitiendo después de ser madre.

Para quienes me lean con despiste, solo recordarles que el feminismo es libertad.

Libertad de elección de lo que hacer, de si seguir entrenando después de dar a luz, de dejar de hacerlo por tu salud mental como hizo Simone Biles, de poder ir con tu bebé o de elegir libremente con qué atuendo te sientes más cómoda a la hora de competir.

Y no son las atletas las que tienen que conformarse con la ristra de anticuadas normas. Son los Juegos Olímpicos los que deben cambiar y adaptarse a los nuevos tiempos.

¿Nuestra tarea? Apoyar sus decisiones, hacernos eco de sus protestas, criticar las normativas casposas y abrazar una competición sin desigualdades.

En unos años, los Juegos Olímpicos deberían celebrar el deporte sin poner trabas en el camino de las mujeres que participan en ellos.

Duquesa Doslabios.

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De los chistes a las agresiones: cómo combatir nuestra propia homofobia según una psicóloga

La educación sexual que recibimos se queda corta. No solo queda en evidencia con el desconocimiento que tenemos ante las enfermedades de transmisión sexual.

Agresiones homófonas, chistes cuyo objetivo es reírse de la orientación sexual o incluso seguir viendo la vida con el prisma de los estereotipos son otras demostraciones de que nos queda mucho como recorrer como sociedad.

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«Cualquier tipo de educación sexual ha de contemplar la diversidad y el feminismo. Porque no es sólo un deber sino también un derecho tener acceso a esta información, que ayuda a entender y respetar la verdadera naturaleza humana», afirma Ana Sierra, psicóloga y sexóloga.

«El tabú sigue presente, más aún cuando hay voces que incitan a que siga siéndolo. Es vergonzoso que en pleno siglo XXI la educación sexual integral sea una asignatura pendiente«, dice la experta.

¿Cuándo tendría que empezar la educación en diversidad sexual y de qué manera?
Debería ser una asignatura obligatoria no sólo en la educación reglada, sino en toda la población desde la infancia hasta la vejez, y estar presente en todas las áreas de nuestra vida, en familias, centros escolares, trabajos y empresas, instituciones, políticas y en la calle. Sexualidad es vida, y no podemos dejarla colgada en una percha para ir al trabajo.

Siempre manejando información de calidad, porque el miedo es la causa del odio y la violencia. Educación sexual integral, donde la diversidad sexual y de género se reconozca natural, porque lo es.

¿Son las familias quienes deberían hacerse cargo de esta educación o también ir acompañadas por los centros escolares?
No solo los centros escolares, la sociedad en su conjunto tiene la responsabilidad individual y colectiva de acompañar y educar de manera activa. Según los datos de Control, si bien es cierto que 7 de cada 10 jóvenes (72,2%) han recibido educación sexual en el colegio, muchos destacan que la han recibido de la familia (26,2%) o la comunidad médica (15,6%), lo que demuestra que esta educación proviene de diversas fuentes. Por desgracia, a las familias les queda grande educar en este sentido, pues no suelen estar educadas en la diversidad sexual. Pero todas son diversas, aún no perteneciendo a las siglas LGTBAIQ+.

Popularmente se sigue creyendo que las personas cishetero son las “normales” y las “diversas” son las otras. Una falacia más que nos separa y genera miedos. Estamos naturalizando lo artificial y nadie es “normal”, lo natural es ser único, y por tanto raro. Es ahí donde radica nuestro valor, fuerza y belleza. Nos unimos nos hacemos más fuertes, pero dentro de cada una de las siglas hay personas únicas y diversas.

Si ya somos adultos, ¿cómo podemos trabajar por nuestra cuenta en la propia educación sexual?
Reconociendo que no entendemos nada y buscando la información que necesitamos en fuentes fiables. Es un acto de humildad que suele costar, pero es absolutamente gratificante porque nos libera y liberamos a los demás de nuestros prejuicios. Dejamos de proyectar nuestra ignorancia, que se traduce en miedo y violencia hacia lo desconocido.

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¿Cómo deberíamos reaccionar ante agresiones homófobas?
Si es en primera persona y estás recibiendo una agresión, por desgracia no hay una fórmula mágica. De hecho, puede generar culpabilidad no reaccionar de la manera que creíamos “adecuada”. Por ejemplo, una persona podría haberse formado en defensa personal y luego bloquearse si le agreden físicamente. O espera saber reaccionar ante una agresión verbal y luego se da cuenta de que sus actos o estrategias no funcionan en la realidad. Las expresiones homófobas no se rigen por procesos lógicos, por lo que la desactivación de sus actos no responde a lo que podríamos considerar razonable; la emoción suele superar la razón, en estos casos. Esto no solo genera frustración en la víctima, sino que activa su miedo, pudiéndose gestionar de muy diversas formas. En ocasiones, puede experimentar la sensación de estar en peligro constante y no poder hacer nada por remediarlo; es lo que se conoce como indefensión aprendida.

Desde el otro lado, si presenciamos una agresión hacia otra persona, lo urgente sería pedir ayuda, llamar al 112 y socorrer a la persona agredida, siempre que podamos y según el tipo de agresión. No es necesario poner nuestra vida en riesgo ni hacernos los héroes, hay que hacerlo con cabeza siempre, pero se puede ayudar de muchas maneras. Acompañar tras la agresión, escuchar, denunciar el hecho y colaborar si fuimos testigos, es ya de gran ayuda. Lo ideal, denunciar desde el primer acto homófobo, ya sea un insulto u otro comportamiento discriminatorio. Naturalizar estos comportamientos o insultos es un gran error.

¿De qué manera puede -o debe- involucrarse una persona heterosexual en la lucha por la igualdad y la diversidad?
Tendríamos que ser conscientes de que no hay que ser de un colectivo concreto para luchar por sus derechos. Como comenté, no son los otros y yo, que por ser cishetero me libro y qué suerte tengo. Conectemos con la empatía y la compasión, que habla de la comprensión y acompañamiento en el sufrimiento. Juntos somos más fuertes. Si vives a gusto en una sociedad que discrimina, oprime y agrede a otra persona por su condición, sea la que fuere, pregúntate si es coherente esto que te sucede.

Tu miedo lo hace coherente, pero acude a psicología urgentemente, porque algo en ti no funciona, y quizá sea tu humanidad. Por otro lado, ahora somos las mujeres, las personas racializadas, las LGTBAIQ+,…pero mañana te puede tocar a ti por ser bajo, rubio o demasiado alegre. Estamos defendiendo también tu derecho a ser.

¿Qué pequeños y grandes cambios podemos adoptar?
Suprimir chistes, bromas, comentarios del tipo “se le nota o no que es trans, o no parece que sea lesbiana”. De hecho, un ataque homófobo, por ejemplo, no solo se realiza hacia un hombre por ser homosexual, sino también por parecerlo. Esto que tiene que ver con el cisheteropatriarcado y la masculinidad hegemónica. Revisar nuestras actitudes, prejuicios, pensamientos y proyecciones de nuestras creencias sobre su rendimiento o confianza, por ejemplo; son acciones que deberíamos llevar a cabo cualquier persona sobre otra.

Hacer educación sexual integral, explicar y desterrar mitos, en cualquier parte, una cena, el trabajo, el colegio, medios de comunicación, entre ellos las RRSS, ya sea con grandes lecciones como con pequeños comentarios y acciones, y visibilizar la realidad desigual y dramática que viven tantas personas, ya es un gran apoyo, además de una responsabilidad colectiva que, si no se pone en práctica, te hace posicionarte del lado que discrimina.

Psicológicamente, ¿cómo afectan los comportamientos o comentarios LGTBIfóbicos a quién los recibe?
Cada persona es única y, por tanto, existen diferencias individuales. La afectación y evolución de las personas agredidas varía en función de la experiencia, su personalidad, el apoyo externo recibido, cuestión especialmente importante, la familia, escuela, trabajo, instituciones, políticas y leyes, sociedad, fortalezas personales, homofobia interiorizada, auto concepto y muchos otros aspectos.

Un único comentario puede hacer más fuerte y motivar a la persona agredida en la lucha por sus derechos. Otras consecuencias, más generalizadas, serían la baja autoestima, que puede derivar en otras afectaciones psicológicas e incluso la somatización física. Sin olvidar las conductas de riesgo y autolíticas o autolesiones. Recordemos que el suicidio también puede reconocerse como el resultado de la agresión, pues es “matar sin matar”.

¿Qué países podemos mirar como ejemplo a la hora de convertirnos en una sociedad igualitaria? ¿Qué nos diferencia de ellos?
En nuestro país se trabaja mucho por los derechos humanos, pero tendría que ser una responsabilidad colectiva, y no lo es. Cada persona puede y debe cuidar su parcela para hacerla amable al otro. La guía turística Spartacus que elabora el Gay Travel Index, un índice que pretende apoyar la seguridad de los turistas pertenecientes al colectivo LGBT en todo el mundo, en su listado de 2020 puntuaba a España con un 9 sobre 12 situándonos dentro de los más seguros, en un tercer puesto compartido con Reino Unido, Países bajos y Argentina. Solo superado por Austria con 11 y con Malta, Suecia y Canadá a la cabeza, con 12.

A nivel europeo, dentro del ranking de los países con mejor y peor puntuación en leyes, políticas y prácticas que afectan a la comunidad LGBTI (Rainbow Esurope, 2021) ocupamos la 8ª posición, con una puntuación de un 64,59 sobre 100%.(100%= respeto de derechos humanos. Igualdad total) En primer lugar Malta, 93,78% y en último Azerbaiyán, que con una puntuación del 2,33%.

¿Podrías explicar por qué el hecho de que dentro del propio colectivo se utilice la palabra «maricón» a modo de apropiación del insulto no es igual que se utilice de forma peyorativa?
“Maricón”, históricamente, era una forma de criticar al hombre que no se comportaba como tal, pues no cortejaba a la mujer. Un término homófobo y machista, a su vez. Cuando se utiliza dentro del colectivo y aliados, se utiliza desde el cariño, no como insulto y se produce un reajuste del síntoma. Un proceso donde un concepto que es asociado socialmente a lo negativo, debido a prejuicios e interpretaciones sesgadas, se reformula como positivo o adaptativo para la persona que se veía discriminada por el mismo.

De esta manera, la apropiación de las personas gays del término “maricón”, transita del insulto al orgullo. Por supuesto, la procedencia, actitud e intencionalidad de su uso es lo que dota a esta palabra de un significado u otro. Este tipo de empoderamiento ocurre de manera similar en mujeres feministas, frente al machismo, en lemas como “lucha como una chica” o en el caso de la “N-word”, un eufemismo que hace referencia a la palabra “negro” o “Nigga”, impronunciable en EEUU salvo entre amigos dentro de la comunidad negra.

Duquesa Doslabios.

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Amiga, 10 reflexiones para que te liberes un poco (más) este 8M

En un 8M en el que las madrileñas no podremos salir a la calle (aunque a las 20h circulan convocatorias para que bajemos a los portales de nuestras casas para seguir convirtiendo la ciudad en una manifestación), toca reflexionar sobre el papel de la mujer en la actualidad.

Y toca reflexionar porque todavía se escucha que ya lo tenemos todo conquistado, que tenemos los mismos derechos, que podemos llegar a los mismos empleos o que incluso cada vez hay más amos de casa que se encargan de la crianza de los pequeños.

Lo comentaba hace unos días, seguimos teniendo pendientes muchas desigualdades. En discursos, a la hora de relacionarnos, en la cama o incluso ante los ojos del capitalismo mediante los anuncios.

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Así que para empezar el Día Internacional de la Mujer, quiero animarte a que luches desde casa. Porque la mayor revolución del feminismo no es que te eches a las calles o grites consignas, es la que sucede en tu cabeza la primera vez que descubres que existe un sistema que te discrimina que se llama Patriarcado.

Mi forma de hacerlo ha sido engancharme a Libres, una serie de Arte.tv (es gratuita y la encuentras en la web) que tiene 10 episodios con un solo objetivo: abrirte los ojos de los temas que tenemos pendientes.

Así que he recopilado las 10 reflexiones que más me han llamado la atención -una por capítulo-, para que te animes si no a verla, a plantearte cómo es que las cosas siguen tan desequilibradas cuando, aparentemente, no deberíamos quejarnos por tenerlo ya ‘todo’.

  1. El esperma es solo comparable a un jugo divino. Olvida el zumo de apio de las famosas o el smoothie cargado de antioxidantes. ¿Cuántas veces has leído (normalmente porque te los han pasado) artículos sobre los beneficios del esperma? Que si bueno para la piel, que si reduce el cáncer de mama… No verás estudios de la importancia de vaciar la copa menstrual de tu compañera de un sorbo ni de lo placentero que podría ser para nosotras untarles la cara de flujo. La adoración y exaltación sexual de los fluidos es un carril de un solo sentido.
  2. Las dick pics o fotos de penes no son una forma de conquista. No te las manda ese chico que lleva secretamente enamorado de ti desde el instituto y desea convertirse en el padre de tus hijos. Tampoco importa si quieres recibirla o que no la hayas pedido en absoluto, es una forma de demostrar su poder. Si nosotras mandáramos fotos de nuestras vulvas, teniendo en cuenta la no educación sexual que han recibido muchos, a más de uno le costaría identificar qué es eso.
  3. El conservadurismo del mommy porn o por qué los cuentos de amor modernos pasan por castigar a las mujeres. Se ha popularizado un BDSM suave (gracias a romances eróticos anticuados que se han adaptado) pero solo somos nosotras las que recibimos el mensaje de adoptar el papel de sumisas. Un rol bajo el que según estas historias, solo con el control físico, emocional y sexual de un hombre podemos liberarnos.
  4. Estamos en 2021 y la sangre de los anuncios de compresas se sigue cambiando por un líquido azul. Cada mujer pasa aproximadamente 2.250 días con la menstruación y sigue siendo un tabú que está apartado de toda clase de representaciones culturales. No solo en los anuncios, también en las películas pornográficas las actrices introducen una esponja para evitar que salga una sola gota. Si nosotras estamos acostumbradas a bajarnos las bragas y ver sangre tantas veces al año ¿la sensibilidad de quién protege entonces mantenerla oculta? Correcto, a la de ellos.
  5. El audio que se filtró en los premios Goya deja de manifiesto cuánto trabajo queda por hacer en este punto: la mujer solo tiene validez bajo la mirada masculina. Y es un valor asociado al físico, es decir juventud y cuerpo. La identidad femenina solo existe si se puede esgrimir como trofeo. Da igual que seas una actriz reconocida o una cantante de fama mundial si solo se te ve como «puta» por llevar tatuajes.
  6. Lo que nos lleva al control de peso y una vida en la que las dietas son conocidas para la mayoría de nosotras. Y, si no las dietas, las restricciones alimentarias. «Mejor no me pido postre», «No voy a repetir» o «Solo una patata frita», son pensamientos que se nos pasan por la cabeza por el miedo a engordar. Y por mucho que estemos en la era del bodypositive, también hay que decir que los cuerpos supuestamente curvy que se popularizan en pasarelas o como modelos de lencería, tienen proporciones poco realistas.
  7. Entre las sábanas, la brecha se manifiesta en forma de orgasmos desiguales y una concepción de la vida sexual que parece que todo gira alrededor de la penetración mientras que el resto de prácticas son solo un preliminar. Mientras que los hombres viven su vida íntima con orgullo, entre las mujeres todavía pesa el ocultar la cantidad de parejas. Sorprendentemente, recae en nosotras la responsabilidad de romper la rutina, de innovar para que él no se canse. Porque si es solo para un hombre, tu pareja, sí está bien visto que te sueltes la melena.
  8. La bisexualidad es solo aceptable si es entre dos mujeres (e incluso aplaudida y celebrada) mientras que los hombres se horrorizan cuando insinuar que, en un botellón, se besen entre ellos. Curiosamente, la mayor cantidad de porno lésbico es consumida por hombres.
  9. Muy relacionado con el punto anterior se encuentra la eterna disyuntiva por el ano. Es una zona que tenemos por igual todos pero que sigue relacionándose con la humillación (¿cuántos insultos se te ocurren relacionados con ‘dar por culo’?). Eso consigue que forme parte del inconsciente colectivo y que, como hombres -aka los que están por encima en la sociedad- no esté bien visto decir que su novia les ha metido un dedo por ahí y lo han flipado.
  10. El pelo está prohibido (si eres mujer). Ya que la mayoría de barbudos son hombres, relacionamos virilidad con vello corporal y se tacha por completo como cualidad femenina -cuando todos tenemos una capa de vello más o menos fina-. Desde pequeñas las muñecas nos recuerdan que solo podemos tener pelazo en la cabeza y el capitalismo se sube al carro colándote en la cabeza la idea de que con sus bandas de cera o cuchilla depilatoria conseguirás la confianza que te falta para no perderte ese plan de playa o piscina con tus amigas.

Duquesa Doslabios.

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Carta de una feminista y sumisa

Con el boum del feminismo, difícil es encontrar un ámbito en el que la igualdad no se cuestiona. La cama es uno de esos lugares que también deben replantearse muchos aspectos. Es el caso del juego entre rol dominante y sumiso, ¿un cambio de papeles que puede coexistir?

Esto es lo que tiene que decir una sumisa anónima de 35 años, la firma invitada de hoy:

Ya sé lo que piensas, que menuda estupidez de titular. Que habría sido como decir que soy animalista y declararme una gran aficionada a los toros. Pues a ti, que no me crees, déjame decirte algo: te equivocas.

GTRES

Ser sumisa y feminista no son cosas incompatibles, como tampoco lo es ser feminista y maquillarse o ser feminista y llevar tacones. En realidad, lo único con lo que resulta imposible conciliar el feminismo es considerando que la mujer es inferior al hombre.

Sí, es cierto que la sumisión consiste en someterse a la voluntad de otras personas, a dejar de lado lo que tú quieres hacer, pero es que esa es en realidad tu voluntad, ese es el camino que has decidido libremente, y lo que quieres es ser sumisa.

Lo que hagamos o dejemos de hacer en la cama no nos define, solo define cómo disfrutamos nuestra intimidad. Siempre y cuando lo decidamos motu proprio, no hacemos daño a nadie y exploramos los terrenos que más nos gustan.

Ya que lo hacemos libremente, yo, en pleno uso de mi libertad, elijo la sumisión. Y si me da la vena, otro día, puedo decidir participar en un juego de rol en el que interpreto a una agente de la ley sin que eso me convierta en policía en la vida real.

Una cosa no quita la otra, y mis principios son igual de fuertes. Mis ideas siguen claras y mi voz sigue reivindicando por mucho que en el momento no tenga libertad de hablar o decir una palabra.

Porque eso es precisamente el feminismo, libertad para hacer lo que se quiera. ¿Y qué si quiero ser sumisa? ¿Y qué si me dejo mandar? ¿Si me dejo atar? ¿Si me dejo pegar? ¿Si debo meterme siempre su miembro en la boca antes de que salgamos de la cama? ¿Si me pide que esté horas sin hablar? ¿Si lo más excitante para mí es la idea de estar al servicio de alguien? Entra todo en el mismo saco, forma parte del juego.

De hecho, es un simple cambio que permite desarrollar otros aspectos de la personalidad aunque no nos representen fuera de la cama. Sigo siendo la mujer ambiciosa, luchadora, que no deja que la avasallen y que pone toda la carne en el asador. La misma persona fuerte e independiente. Y, de vez en cuando, no pasa nada por salirse de los propios zapatos y dar una vuelta a cuatro patas si es lo que te han pedido.

Es hasta relajante, terapéutico me atrevería a decir. Por un rato al día, me libera no ser quien lleva el control sabiendo que es por decisión mía. Es un ‘show’, una ilusión, una ‘performance’, pero es un instante me hace sentir ligera y me recarga las pilas para volver, al poco, tan guerrera y activista como siempre.

Duquesa Doslabios.

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Ni la violes ni la mates

Son las siete y media de la tarde. A estas horas, normalmente, cojo las zapatillas, el abrigo más grueso que tengo y salgo a correr. Hoy no, hoy no hay ganas, ni fuerzas ni nada. Hoy hay, además de una pena que me llega al tuétano, miedo.

PIXABAY

No es que haya empezado hoy a sentirlo, siempre ha estado ahí, siempre lo he vivido. Pero hoy pesa más que de costumbre.

Tengo miedo de salir por mi barrio, mi parque con sus columpios donde he pasado tantas tardes de mi vida, mi zona de siempre, y no volver.

Porque quizás un día, o tú que me lees, o yo, que te escribo, no volvamos a casa. Y no dependerá de ti ni de mí. No es que, motu proprio, hayas decidido irte sin mirar atrás, es que han decidido por ti que ese era el final de tu camino.

Como tantas mujeres que se han cruzado a lo largo de mi vida en la universidad o en el trabajo, aviso siempre a alguien cuando salgo de casa a hacer ejercicio y mi madre o mi padre me piden encarecidamente que «me cuide», que tenga «sentidiño».

Pero que «me cuide» no es suficiente, porque por mucho que vaya por el camino que no tiene pendiente, por la zona iluminada para evitar tropiezos y que pueda caerme al suelo, mi seguridad desde que salgo de casa, por mucho que tanto a mí como a ellos nos pese, deja de estar bajo mi control.

Pienso en mis amigos, en mi hermano, en cómo no tienen que preocuparse de estas cosas, en como salen a correr, a andar, de fiesta, de viaje, a estudiar, en como vuelven a la hora que quieran solos o con las compañías que deciden sin ese miedo a no regresar.

Y entonces solo cabe preguntarse, ¿esto es vivir en libertad? ¿Es libertad vivir con miedo de salir de casa? ¿Con miedo de ir por la calle independientemente de la hora, de la gente que circule, de la zona, de mi ropa, de mi edad?

¿Cuándo van a dejar de pedir que nos cuidemos? ¿Por qué el planteamiento es que, siendo mujer, te protejas en vez de que, si eres hombre, no agredas?

Igual si empezáramos a enseñar de manera diferente, a decir que si ves a una chica sola por la calle a las tres de la mañana, que si te cruzas con una que va borracha, que si coincides en el parking, que si es una vecina que te encuentras en el rellano, que si tu pareja quiere romper la relación, que si va viajando sola, que si es tu compañera de trabajo y ha ido al baño, ni la violes ni la mates.

Duquesa Doslabios.

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El hombre «cruz», se tumba en la cama y espera que hagas todo el trabajo tú

Me hace mucha gracia el término «estrellita» o «estrella de mar», un concepto que les he oído en varias ocasiones a algunos amigos haciendo referencia a compañeras de cama que, según ellos, su único movimiento de acción fue subirse al colchón y quedarse abiertas de brazos y piernas durante la faena.

FACEBOOK CALVIN KLEIN

¡Ay, si yo os contara!

En el mundo femenino existe un equivalente que he decidido bautizar como el hombre «cruz».

El hombre «cruz» por no hacer, no se quitaría ni los calzoncillos. Se tumba mientras tú tienes que hacer 69, flor de loto, paja, mamada, mamada hasta la campanilla, paja cubana si las tetas te alcanzan y, si te dejas, sexo anal, porque como todas sabemos, siempre está el listo que intenta meterla por detrás.

Que aunque luego te venga con el «Perdona, que me equivoco de agujero JEJE» tú sabes más que de sobra que la única equivocación ha sido la tuya por traerte ese elemento a casa.

El nivel de presión de las películas porno que sentimos en nuestros momentos de intimidad es tal que es como si tuvieras que prepararte una performance para que te admitan en Juilliard más que para un rato divertido.

Y bueno, no hablemos ya de pedirle al hombre «cruz» que caliente un poco el horno. Lo máximo que hará, si eso, es tocarte un poco por encima y susurrarte, a los dos minutos, con el calentón adolescente en plena efervescencia (sí, aunque tenga 36 años): «Venga va, vamos a hacerlo ya».

Pues mira chato, esto no es una farmacia 24 horas que con darle al timbre ya tienes quien te atienda, aquí tienes que dedicarle un momento.

Pero es que no has dado con un tío cualquiera, has dado con el hombre «cruz» y si ya se resiste a preparar el terreno con la mano, mejor ni hablemos de la lengua.

En el remoto caso de que consigas que baje, dará los lametones como si estuviera evitando que el helado goteara al suelo y volverá a subir, pirulo en mano (por aquello de seguir con las metáforas de alimentos) con menos ganas de jugar a las comiditas y más de darle al teto.

Aunque su concepto de acción, claro, es el concepto de relajarse mientras tú te dedicas a controlarlo todo. Mira, me río yo de conducir vigilando los pedales, el volante y los espejos retrovisores.

Echar un polvo a cuatro patas boca arriba mientras te tocas las tetas y controlas que tu melenaza no le asfixie la cara al mismo tiempo que mantienes un ritmo que se llevaría el reconocimiento de tu monitor de spinning, deja la dificultad de conducir al nivel del chupete.

Así que para todas aquellas mujeres que vayáis a encontraros con un hombre «cruz» tenéis dos opciones, o bien ponérsela a él y tacharle para siempre de la agenda o bien darle la vuelta a la situación y que le toque esa noche «cara» echándolo a suertes.

Duquesa Doslabios.

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