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¿Y si el nuevo romanticismo es gratis?

No hay nada más revolucionario que pensar que tú diseñas tu concepto de romanticismo.

Y que, si así lo quieres, es algo que queda muy lejos de ramos de flores y bombones de chocolate.

Porque, viviendo con tantas distracciones alrededor, que suelte el teléfono cuando habláis, es una declaración de intenciones.

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Una manera de decir, sin palabras de por medio, que su atención es toda tuya. Que te escucha.

Es romanticismo dejar de interrumpir y querer saber qué pasa por la mente de la otra persona (en vez de estar tan pendiente de asegurarte de que sabe qué sucede en la tuya propia).

Cree en el romanticismo de esos pequeños gestos que hace en público contigo.

De buscarte con la mirada, estrecharte la mano cuando os cruzáis en medio de un plan con más gente, de rodearte los hombros con el brazo porque te quiere más cerca.

Es romanticismo lo chiquito, lo habitual, hasta lo rutinario.

Llegar a la nevera en una casa ajena y encontrar tu snack favorito o que te otorgue el regalo de que termines tú el postre, porque eres más de dulce.

Empieza a encontrar romántico que te diga de dar un paseo, -aunque sea alrededor de la manzana-, porque has tenido un día duro en el trabajo y sabe que te vendrá bien el aire en la cara.

El nuevo romanticismo va menos al regalo material y más a estar ahí, a estar de verdad.

A echar una mano si hace falta, a que se ofrezca a bajar la basura porque está la bolsa de envases a punto de desbordar, a cambiar ese pañal o a ser la primera persona en estar ahí cuando llega tu enésima mudanza.

¿No nos iría mejor si hiciéramos de los cuidados la mayor muestra de sentimientos hacia alguien?

¿Si dedicar nuestro cariño, dar afecto físico o anticiparse a lo que pueda necesitar -porque se tiene en cuenta-, fuera algo que valoramos por encima de una cena en un restaurante del que poder presumir en Instagram?

Cuidar es también la palabra, hacerle saber por qué quieres que esté en tu vida, recordarle qué te gusta, qué te encanta, sin qué cosa de su forma de ser quieres (aunque puedes) vivir.

Repetirle que físicamente podría estar en una pasarela, en un concurso de belleza y que ganaría por ser increíble en apariencia y en interior.

Porque para ti es el sol.

Así que con la cercanía de la jornada que se dedica al amor, ¿por qué no hacer de ella la ocasión en la que regalarse un proyecto en compañía?

El que sea, un viaje por carretera a Chinchón, un puzzle, escribir una carta o enseñarse mutuamente algo que apasione.

Y, con un poco de suerte, recordar que San Valentín no es una ocasión para comprar, sino para sentir.

Mara Mariño.

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Te hago el amor cuando…

Es al ver tu sombra desnuda recortada en la penumbra -gracias a los filos de luz que se cuelan por los huecos de la persiana-, que me doy cuenta de cómo ha cambiado hacerte el amor.

Ya no es solo desenvolverte, cogerte, tumbarte, detonarte, besarte, comerte y correrte, beberte el cuerpo o dibujarte a golpe de yema de los dedos.

UNPLASH

Es también interesarme por ti, prestarte mis oídos. Te hago el amor cuando escucho con toda mi atención que has tenido un día más duro de lo normal con esa persona que te hace tan difícil trabajar.

Te lo hago también cada vez que te pienso de manera automática, cuando te cuelas en mi cabeza y te enredas en mi lista de la compra. Algo tienes que serías el alimento que no faltaría en el carro si estuvieras en el supermercado.

Tú, mi comida favorita.

En mi cabeza te lo he hecho por la calle, en la oficina mientras mi jefa me dice que acaba de pasarme el archivo por WeTransfer y hasta cuando estoy echando un pulso con el sueño y consigues ser, incluso en la distancia, la última sonrisa del día (ya se encarga mi cerebro de reproducirla con todo lujo de detalles).

Me gusta cuando te hago el amor por la piel y cuando lo hago sin llegar a tocarte, como las mariposas. Cuando paseo por tu nuca y te recorre un escalofrío. Cuando te llevo la cuenta de los lunares con la punta de la lengua y suena Vance Joy.

Cuento como hacérnoslo bonito en esas ocasiones en las que nuestras miradas se cruzan en extremos contrarios de la mesa, que nos damos la mano aún averiguando qué postura nos resulta más cómoda para ir juntos por la calle o cuando te bajo la mascarilla para besarte en un semáforo.

También cuando sonríes porque te miro y tus mejillas reciben la visita de tus hoyuelos o cada vez que nos quedamos dormidos con esas conversaciones de madrugada sobre feminismo, política o xenofobia.

Siento que te hago el amor (o me lo haces tú, quizás) cada vez que sale el sol, cuando llueve y se me empapan los labios como si tú los lamieras. Cuando me dices que sí, que esas caricias en la espalda son mágicas y van a hacer que pase mi dolor de tripa.

Que de tanto amor y tanto practicarlo, contigo se me van todos los males.

Duquesa Doslabios.

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2021 no será un año para románticos

Definitivamente lo de volver a ligar, después de tantos años ‘fuera del mercado’, no es como montar en bicicleta.

Claro que puede que esté un poco oxidada y los nervios me la jueguen en algún momento -sobre todo cuando me viene la incontinencia verbal y me encuentro lanzando preguntas sin ton ni son-, pero me planteo hasta qué punto soy yo y cuánta dificultad tiene conocer a alguien en estos tiempos.

SPRINGFIELD

Porque al final, volviendo a la bicicleta, tanto el medio de transporte como el código de circulación son iguales por mucho tiempo que pase.

Yo me siento como si alguien hubiera decidido (¡por su cuenta!) cambiar las normas, los códigos, lo que es válido y lo que no, el orden o incluso las palabras que antes te permitían desbloquear las capas de una persona.

Y así voy, no sé si del derecho o del revés, buscando el sentido en el fondo de un plato de pasta preguntándome en qué momento cantidad superó a calidad y el romance pasó a ser solo una categoría de Netflix.

En la generación de smartphone no puedes dar un paso en falso. Y si lo das, eres consciente de que el número de sustitutas nunca será un problema, algo que funciona en las dos direcciones.

Sí, también he aprendido que en esta era del fast dating no necesitas participar en un evento de citas rápidas para tener nuevos matches constantemente.

Pero incluso si no tienes una aplicación de ligar, me preocupa que sea el estímulo de gustar -la adicción por el like instantáneo-, el que le haya ganado la carrera al estímulo de despedirse y girarse para ver a la otra persona marcharse, sabiendo que una pequeñita parte de ti querría acompañar sus pasos.

Quizás me toca subirme al carro de la comunicación 2.0, la que se basa en mandar memes y fotos y hablar hasta las tantas de la madrugada a través de una pantalla.

Pero -y llámame clásica-, me gustaba más cuando eso lo hacía en el parque de debajo de casa, por mucho que fuera invierno y terminara con las manos como témpanos de hielo (ya se me ocurriría alguna forma de hacerlas entrar en calor).

Lo que más me duele es que, por primera vez en la historia, mostrar interés es sinónimo de debilidad. Da igual que diga Delafé «cuando hace ‘bum bum’ es que no hay queja» si la única desconexión que nos permitimos es precisamente la sentimental.

¿En qué lugar nos deja a los soñadores todo esto? Porque lo de ir con pies de plomo, cuando el corazón me pide andar ligero, no lo controlo demasiado.

2021 tampoco será un año para románticos. Pero seguiremos ahí, esperando el momento en el que podamos decir sin miedo a un ghosting ese «Me gustas», el mismo que viene acompañado con un «Pero me gustas de verdad».

Esperando el momento de enamorarnos de nuevo.

Duquesa Doslabios.

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El arte de ligar en la ‘nueva normalidad’

Da igual que haya una pandemia mundial, que nos quiten lo ‘tocao’ o que nos aíslen en casa durante meses. Siempre querremos buscar el amor.

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Pero volver al terreno de juego analógico, saliendo del mar de matches y ‘me gusta’ de las aplicaciones de ligar (o incluso del propio Instagram), es otra historia.

Pasará tiempo hasta que volvamos a sentirnos cómodos con el sencillo gesto de cogernos de las manos. La duda de si habrá o no un beso al final de la cita, no será solo motivo de ilusión, también de preocupación por si esa persona es positivo en el virus y no lo sabe o no muestra síntomas.

En definitiva, que si ya de por sí era algo complejo esto de conocerse, la ‘nueva normalidad’ no va a poner las cosas más fáciles.

Para empezar, encontrar un sitio donde verse va a ser tan complicado como sacar un billete en la web de la Renfe. ¿Estará abierto? ¿Cumple todas las medidas de seguridad? ¿Hay que pedir cita previa? Pero, ¿realmente han desinfectado la mesa de la terraza antes de que nos sentáramos?

Los lugares con mucha gente están automáticamente descartados. Nada de conciertos (que, a estas alturas, están todos cancelados) o garitos en Malasaña donde no cabe ni el oxígeno para respirar en condiciones.

La intimidad, tan codiciada antes de la crisis sanitaria, será imprescindible, así que citas que tengan lugar en el autocine o visitas -en pequeños grupos- al museo serán la alternativa.

Aunque tampoco podremos tirar la casa por la ventana con los planes. Los ERTE, la subida del carrito de la compra (sí, supermercados, nos hemos dado cuenta)  y la crisis económica que no se cansan de anunciar, van a hacer que nos cueste pagar la cuenta, incluso si solo es nuestra mitad.

Pero hay una solución (varias), podemos volver a poner de moda los paseos, admirar un atardecer en cualquier sitio alto de la ciudad -a la debida distancia de otros transeúntes-, quedar a ver romper las olas o a dar pan a los patos del parque, esos grandes olvidados (con las manos bien limpias, por favor).

Al final, la tecnología nos lo pone lo bastante sencillo como para convertir dos horas sentados sobre cualquier césped en un concierto privado vía Youtube. Así que la imaginación será la que marcará la diferencia en esta nueva era del amor.

Duquesa Doslabios.

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Si no sales de fiesta con tu pareja, te estás perdiendo un mundo

Este fin de semana, volvimos a salir juntos. No fue hasta que bailábamos con una jarra de cerveza en la mano una canción de Raphael que me di cuenta de lo que lo había echado de menos.

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Porque, de muchas cosas que eres, una de ellas es esta.

Eres tú mi compinche, mi amigo de juergas, el que se encarga de que -ya sea un festival, un concierto o una fiesta de pueblo-, me lo pase bien hasta el último momento, hasta el segundo antes de meterme en la cama (con más o menos acierto) y pensar que ha vuelto a ser una noche genial.

Eres tú el primero que baila sin vergüenza, con ese movimiento tuyo de hombros que me produce entre risa y ternura y, según avanza la noche, produce otras cosas que merecen otra entrada.

Porque hay que ver lo que mola saber dónde empezamos la noche, pero no dónde vamos a acabarla.

Si en un garito en el centro, con música que no hemos escuchado en nuestra vida, o en la discoteca de moda de turno donde hay quienes bajan hasta el suelo a perrear.

Y lo mejor de todo es que, en muchas de esas ocasiones, ni siquiera necesitamos en el equipo más de dos miembros, tú y yo. Bailando cogidos del brazo como si fuéramos dos tiroleses o incluso rompiendo las vallas que cierran el festival en busca de intimidad.

Riéndonos hasta que duele la tripa de lo mal que nos inventamos la letra de las canciones en inglés, de recordar que llegamos al apartamento de alquiler y estaba el casero disfrutando de su nudismo o de la noche que terminamos bañándonos en una piscina en ropa interior.

La cosa es que contigo, siempre hay una historia que contar.

Me gusta que siempre te encuentres gente en todas partes, especialmente si están en los primeros puestos de alguna cola que nos iba a tocar hacer para entrar, y que me guardes la espalda si le recrimino a un tío que deje de llamar a una chica «zorra».

No pasa siempre, por suerte. A lo que sí estás más acostumbrado es a aguantarme el bolso y vigilar que no venga nadie si tengo que hacer pis en un momento de necesidad.

Necesidad, como la que nos entra al final con la tontería de bailar tan pegados y terminar con las manos imantadas en el uno sobre el otro.

Es cuando me doy cuenta de que ser compatibles como pareja puede que no empiece por ser compatibles como colegas de fiesta. Pero ser lo segundo hace lo primero increíblemente divertido.

Duquesa Doslabios.

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Es hora de despedirse de los amores de verano

Posiblemente es uno de los sabores más amargos que trae septiembre. El trago que más cuesta, después de haber adquirido la costumbre de degustar el mojito, las tapas a pie de playa o el helado en la vacía ciudad.

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El verano se acaba, y con él los posibles amoríos que hayan podido tener lugar.

Por mucho que pensemos que podremos sobrevivir al otoño, es probable que se quede en algo de las vacaciones, lo que supone un golpe que debemos encajar.

Una de mis mejores amigas tiene claro que, en el caso de las historias de amor, lo mejor es asumir que no son tanto los amores sino más bien el verano.

Y, por mucho que, en su día, me costara creerlo, viéndolo con perspectiva me resulta imposible no darle algo de razón.

El destino diferente al habitual, los planes alternativos como pueden ser ver el atardecer delante del mar o un paseo romántico a la luz de las estrellas en medio del campo, no son tanto la persona sino instantes que, de por sí, llegan a emocionarnos.

Es decir, que, con ese tipo de momentos, lo más normal es que tendamos a ‘enamorarnos’, o a tener sensación de enamoramiento, mucho más que si se trata de una cita tomando cervezas en el 100 Montaditos de tu calle de siempre.

No es él o ella, es el momento y el lugar, todo es mucho más intenso y, emocionalmente, hasta nuestro estado de ánimo es distinto.

Sin más responsabilidad que la de decidir al día siguiente en qué lado de la playa poner la sombrilla, cualquiera se siente lo bastante relajado como para mantener conversaciones durante horas o disfrutar estando en silencio, simplemente deslizando un dedo sobre el dorso de una mano ajena.

Una serie de pequeños placeres que, con el acelerado ritmo de vida y el estrés diario, no solemos permitirnos.

Vale que en esta época del año hemos podido tener la suerte de dar con alguien especial, pero preguntarse hasta qué punto es la persona y hasta dónde llega todo lo demás, hace mucho más sencillo poner las cosas en su sitio.

Así, es posible meter esa historia en el cajón de las anécdotas de las vacaciones, junto al salto de diez metros de altura que daba miedo o la noche con el concierto de Liam Gallagher en una capital europea.

Esa es la manera de que, en el futuro, recordarlo no sea doloroso, sino algo mágico que se ha vivido y que forma parte, no tanto de la magia del amor, sino de la magia del verano.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «El amor puede con todo»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Beatles, que flaco favor nos hicisteis con All you need is love, que al final nos lo hemos tomado en serio.

En el Romanticismo, el amor romántico se convirtió en una verdad inalterable. Presentaba dificultades constantemente, un precio alto, fruto de sacrificios, y una lucha infinita que se justificaba por lo que nos podía proporcionar en nuestras simples y llanas vidas, unas sensaciones imposibles de vivir con cualquier otra cualquier experiencia.

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Pero no es algo que se quedó en los cuentos de los hermanos Grimm, sino que el mito ha ido perpetuándose a lo largo de los años hasta llegar a nuestro tiempo.

Te lo suelto rápido antes de que pienses un argumento en contra de lo que te estoy diciendo: Titanic. Una película que trata de cómo la pareja está todo el rato enfrentándose al mar, a la sociedad e incluso a la muerte en el nombre del amor.

Un amor tan fuerte, poderoso y definitivo que aún años después del hundimiento, con un feliz matrimonio de por medio, Rose solo es feliz volviendo a encontrarse con Jack.

No solo de cine vive el mito, pensemos en los primeros discos de Taylor Swift, en la canción Love Story que no paraba de sonar en Los 40 principales diciéndonos en 2009: «Romeo llévame a algún lugar en el que podamos estar solos, te estaré esperando y todo lo que tenemos que hacer es huir«.

Una tórrida melodía en la que el padre no deja a los amantes estar juntos, pero que da igual, porque, según la cantante «es un amor difícil pero es real».

«Romeo, sálvame. Me he sentido tan sola. Te he estado esperando pero nunca venías» era una de mis estrofas favoritas con 17 años, cuando ya me estaban diciendo que tenía que estar esperando a mi amor y me lo creía a pies juntillas.

Los mitos son tan sutiles a través de todo lo que nos rodea que forman roles en las relaciones de pareja y se asumen de manera diferente. Nosotras crecemos con la idea del príncipe azul por el que hay que aguardar mientras que ellos tienen que ser quienes den el primer paso y que reconozcan la belleza y el amor que les profesa una mujer. Somos los príncipes y princesas del patriarcado.

De hecho nos lo creemos de tal manera que si falla la relación se nos dice enseguida que «No era amor», que «No era tu media naranja» (un mito del que hablaré algún día), que «No se luchó lo suficiente»… Sencillamente tenemos el amor romántico en un pedestal tan grande que no nos importa echarnos la culpa antes que pensar que podemos estar aferrándonos a un concepto demasiado idealizado por nuestra parte.

Fotograma del vídeo ‘Love Story’ de Taylor Swift. YOUTUBE

En mi caso, La Bella y la Bestia era una de mis películas preferidas. Tanto que cuando llegó mi «bestia» yo ya sabía que pasara lo que pasase, al final, la película iba a acabar bien. Eso me habían prometido toda mi vida.

Mi príncipe embrujado no tenía biblioteca llena de libros ni una rosa encantada, pero de mal genio iba sobrado. Por eso cada vez que recibía gritos aguantaba estoicamente, como Bella, porque es lo que se hace por amor.

Esto es simplemente un ejemplo de cómo es precisamente en los momentos en los que estamos viviendo una relación cuando reproducimos esos mitos que tenemos interiormente aprendidos.

Por amor sabía que no podía tirar la toalla en aquella lucha diaria que era nuestra relación, hasta que descubrí que las películas están muy bien pero que la mía no iba encaminada hacia el «y vivieron felices para siempre» por mucho que yo pusiera de mi parte. Y poner de mi parte había sido tolerar los celos, el control e incluso a la violencia.

Hace dos días me escribió mi amiga. Su novio le había montado una escena en un centro comercial y le había agarrado del brazo impidiéndola que se fuera. Le había dejado marca.

Ella le dijo que no quería verle más y él le respondió que estaba reaccionando de una manera exagerada. Que nunca más iba a volver a pasar, que la quería.

Pero querer ya no basta, porque, como vemos en las estadísticas, el amor «no puede con todo» pero puede con nosotras que somos las que tenemos las de perder, ya que en lo que va de año son 25 las mujeres asesinadas por violencia machista, y, la mayor parte de ellas, por sus parejas.

Porque esa idea del amor romántico, mata.

Y ya basta de soportar atrocidades en el nombre del amor. El amor, el de verdad, tiene que empezar por nosotras mismas.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas I : «Quien come bien en casa no se va de restaurante»

Desmontando mitos machistas II: «Las mujeres son traicioneras, los hombres son nobles»

Desmontando mitos machistas III: «Tengo celos porque te quiero»

Amores que matan: pedidas de mano arriesgadas

Dicen que el minimalismo es algo que caracteriza esta época, que somos generaciones que aprecian la simplicidad de las formas puras, la ausencia de artificios.

PIXABAY

Conseguimos reducir las fotos en redes sociales a composiciones con el mínimo imprescindible de objetos que logren una armonía, que se traduce en forma de interacciones sociales online.

Y sin embargo, en otros aspectos, rozamos de tal manera la fastuosidad que, hablar del respeto hacia la frontera de lo pomposo, no tendría ningún tipo de sentido.

Pero esto no es un debate filosófico, esto es un ejemplo concreto de una pedida de mano que tuve la oportunidad de presenciar en Barcelona.

La propuesta empezó en el mirador de la iglesia que se encuentra sobre el parque de atracciones del Tibidabo, el Sagrado Corazón. Un grupo de personas reunidas sostenían letras recortadas en cartón en las que podía leerse “MARRY ME!” (quiero pensar que la persona a punto de prometerse no tendría muchas nociones de la lengua, ya que de otra manera, ¿por qué evitar el uso del castellano?).

Cuando uno de ellos, al teléfono, recibió la que pensamos, sería la señal afirmativa de que estaban a punto de asomarse al mirador situado a los pies del Cristo, pidió a los compinches que alzaran las letras hacia el cielo, desde donde estarían siendo observados.

Pero como todo hoy en día, no basta con vivirlo sino que hay que grabarlo, fotografiarlo, compartirlo y volverlo a compartir según se van cumpliendo los aniversarios, un dron hacía de cámara de toda la escena.

El artefacto, que salió de uno de los tejados de la iglesia, presumiblemente colocado con anterioridad, alzó el vuelo para no perder detalle de la pareja en las alturas. Al ir a bajar para capturar el momento de los amigos sincronizados, y, debido al fuerte viendo, terminó chocando con alguno de los pináculos, no solo dañando la construcción sino quedando ligeramente afectado.

Cuando parecía que conseguía estabilizarse otra vez, un golpe de viento imposible de contrarrestar con unas hélices poco más grandes que una mano, lo condujo lejos de la zona del mirador hacia el parque de atracciones.

Vimos a la máquina planear hasta que, de pronto, dejó el vuelo horizontal y empezó a caer en picado con la mala suerte de aterrizar a un metro escaso de un corredor que aprovechaba la cima de la montaña para descansar.

El hombre, paralizado, con las manos en las caderas, miraba el robot totalmente reventado a sus pies sin entender nada. Cuando llegó el organizador de la pedida a recogerlo, por lo que nos enteramos después, le hizo saber que serían denunciados, y es que aquella pedida, además de un «Sí, quiero», podía haber costado una brecha y una buena pérdida de conocimiento de paso.

Basta teclear un par de palabras en Internet para encontrar ejemplos de declaraciones del estilo. Pedidas orquestadas de tal manera que han convertido a las declaraciones, al igual que a algunos matrimonios, en un espectáculo, una especie de competición inconsciente en la que todo el mundo quiere ser el más original, recibir el mayor número de visitas y de likes (y encima con el riesgo añadido de que alguien puede salir herido).

Hace que eche de menos la sencillez y el minimalismo de las pedidas naturales e improvisadas. Esas de mirar a tu pareja y que te salga el «¿nos casamos?».

Duquesa Doslabios.

Por qué deberían hacer más películas románticas realistas

Todos estamos familiarizados con la estructura básica de las películas románticas: chico conoce a chica, uno de los dos se comporta como un capullo integral, y el karma corresponde al que lo ha pasado mal con la que era en realidad la persona de su vida que, o estaba ahí desde el principio, o ha demostrado que nunca le fallaría (no como la pareja del principio).

YOUTUBE

Pero el otro día, en uno de esos domingos por la tarde de estar envuelta en una manta en el sofá, descubrí Mesa 19, que, por supuesto, empezaba siguiendo la estructura básica.

El cliché de este filme en concreto era que el chico de turno había roto con la protagonista por mensaje después de dos años juntos. Se encuentran unos meses más tarde en la boda de la hermana del chico y la protagonista sufre profundamente viendo a su ex pareja con una de las damas de honor.

Sin embargo conoce, por casualidad, a un hombre atento, simpático, elegante, que le saca a bailar y le demuestra un par de lecciones interesantes como: «Nadie merece un minuto de tu atención si no te lo va a devolver» o que hay que disfrutar del momento presente.

Ese es el momento en el que sabes que ella terminará liada con él porque claro, se lo merece. Pobrecita mía, ¡con lo mal que lo estaba pasando y lo majo que parece este!

Sin embargo la película pega un giro de 180 grados (es tu última ocasión de dejar de leer si quieres ver la película y no comerte los spoilers). Porque vale, su ex al principio la ha cagado, pero ella tampoco es perfecta, sino que le dijo una serie de cosas que le dejaron claro que no se veía con él en un futuro por considerarlo poco merecedor de ella.

La cosa es que aunque se esperara el desenlace feliz con el chico nuevo, ambos protagonistas se centran en trabajar en sus fallos dentro de la pareja. No los olvidan, sino que se preocupan de ponerles remedio para hacer que la relación funcione.

A la hora de analizar el ritmo, puede parecer menos emocionante que una película americana estándar, pero me sentí tan identificada por lo realista que me resultó, que solo puedo esperar que haya tenido éxito para que dejen de vendernos ficciones de algodón de azúcar y nos cuenten estas historias.

Que nos hagan saber que las relaciones no son perfectas, que todos cometemos errores, que la cagamos, pero que podemos aprender de los errores y madurar emocionalmente, lo que hace de la pareja una unión mucho más fuerte.

Duquesa Doslabios.

¿De verdad nos ponen los malotes?

Una vez, solo una vez en la vida me puso de verdad un malote. Y el malote del que os hablo llevaba escrita en la frente la señal de precaución.

YOUTUBE. Fotograma de Grease

Los «malotes» que me gustaban anteriormente eran los que se perdían la hora de religión o el guaperas de turno del barrio, que daba vueltas con su motillo por la plaza.

Hasta ahí el historial de malotes, hasta que llegó el malote de verdad. Pero malote de los buenos, eh? De esos que creéis que nos gustan a los mujeres. De esos de “paso cinco días de ti, te hago sentir como una mierda, te digo que no lleves faldas tan cortas porque es de puta y que qué haces yendo con tu amigo de fiesta porque eres una guarra y en realidad te quieres liar con ellos a mis espaldas”.

Eso era un malote.

Y cuando el malote me levantó la mano (y muchas otras cosas que ahora no vienen a cuento) me di cuenta de que había terminado con los malotes.

Que eso de que te trate como a una basura, de que no te conteste, de que te ordene, de que no tenga en cuenta tu opinión, de que te falte al respeto, de que se ponga celoso por tonterías, no era algo que fuera a querer nunca en mi vida.

Quizás de pequeña te guste el repetidor del colegio, ese que, con un año más que tú, sale respondón al profesor. Y en esa época, que necesitas rebelarte contra todo, te parece más llamativo que el tímido de la clase.

Pero luego ese rebelde crece y se hace dentista. Y tú, que ya eres adulta, te dejas de tonterías, porque lo que quieres en realidad es una buena persona a tu lado, una que te quiera, que te corresponda, que te trate de igual, que te valore…

Y así pasa… Que pierdes el corazón, y ya de paso las bragas, por el buenazo de turno, el de pestañas de personaje de Disney cuando pone ojos de corderillo degollado. El que te perdona doscientas veces y te perdonará a lo largo de su vida unas doscientas más. El que no te haría daño, a no ser que de verdad le pidas el cachete cuando está la luz apagada y la cama encendida. El que te pone el hombro, el rollo de papel higiénico a mano y su camiseta de Levi’s para que se la llores entera cuando tengas un momento de bajón.

Te quedas con el que te coge de la mano cuando veis por quinta vez Frozen, el que te saca a bailar pegados en una boda porque sabe que te encanta aunque se mueva menos que un mueble, el que te responde los mensajes ñoños de amor, el que no se anda con tonterías, el que te dice y, aún mejor, te demuestra, el que siempre está ahí.

Porque si algo queremos las mujeres, además del amor, parafraseando a Isabel Allende, es la seguridad.

Y os puedo asegurar que lo mucho que quieres a un «buenazo» nunca lo conseguirá un «malote».

Duquesa Doslabios.