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Las probabilidades de casarte no dependen de tu (ajetreada) vida sexual según la ciencia, pero…

Por las redes siguen circulando vídeos de hombres afirmando que nunca tendrían algo serio con una mujer que haya tenido parejas sexuales por encima de lo que ellos consideran aceptable.

Fue algo que me pareció tan absurdo que os hablé en este artículo compartiendo mi punto de vista.

pareja encontrar el amor

PEXELS

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Pero ahora la ciencia me respalda porque un nuevo estudio demuestra que, por muchas experiencias íntimas que hayas tenido, no te van a afectar a la hora de dar con una persona con la que tener una relación estable y duradera o incluso casarte (si es lo que quieres).

Que hagas lo que hagas en la cama -cuándo, dónde, con quién o con cuántos-, no tiene ningún tipo de impacto en lo que pueda pasar más adelante.

Para el estudio siguieron a casi 10.000 personas durante 18 años para ver cómo evolucionaban sus vidas sentimentales.

La conclusión fue que el número de parejas sexuales solo afectaba en las probabilidades de casarse a lo largo del tiempo: se podían retrasar un año respecto a los que tenían menos parejas.

Las cifras de matrimonios eran las mismas en los diferentes segmentos de parejas sexuales.

Así que a la hora de la verdad, o a la hora de comprometerse a largo plazo, tu bodycount no cambia las probabilidades de que des con el amor de tu vida.

Este descubrimiento, aunque pueda parecer lógico, va en contra de la extendida idea de que, si tienes una vida sexual activa, con distintas parejas sexuales, eres incapaz de tener algo serio.

Especialmente las mujeres, que somos las que sufrimos mayor estigma con esto por aquello de perseguir el ideal de la ‘buena mujer’, santa y pura hasta el matrimonio.

Sobre todo con las figuras de estos instagramers machistas, que insisten en dividir a las mujeres en categorías y poner en el cajón de ‘desechar’ a las que consideran que no son material para tener una relación larga por su historial sexual.

El estudio afirma que ya seas virgen o hayas estado con el equipo de fútbol al completo, las probabilidades de terminar casada son las mismas con la única diferencia de que puede ser algo más tarde.

Y, yo, que estoy en esa etapa en la que cada vez más amigas dan el paso, mientras considero que no ha llegado aún mi momento, creo que hay muchas razones detrás de no querer dar el ‘Sí, quiero’.

Desde querer conseguir estabilidad económica hasta probar con diferentes parejas, a ver si la compatibilidad mejora -porque, no nos engañemos, la cosa no está para tirar cohetes-.

Mucho se habla de que la fluidez con la que nos relacionamos, la urgencia y la inmediatez de que saltamos de una pareja a otra, hace que se nos quiten las ganas de comprometernos, como se podía pensar.

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Como que teniendo sexo de manera tan sencilla, para los millennials, no tenía sentido casarse.

Tener varias parejas, ya sean sexuales o emocionales, te ayuda a conocer lo que sí y lo que no y a conocerte a ti también de paso.

Te permite disfrutar de algo tan sano como es el placer sin tener que depender de una relación romántica, sino entender que un compromiso de ese estilo es como el postre de una buena comida.

Puedes ponerle la guinda al pastel, pero también puedes pasar sin él perfectamente porque hay más alternativas (o esperarte a tomarlo a la hora de la merienda).

Así que estamos ante la prueba avalada por la ciencia de que comprometerse no es una cuestión de accesibilidad al sexo. Que aún teniéndolo, queremos dar ese paso.

Eso sí, a nuestro tiempo.

Mara Mariño

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A mi amiga que se casa hoy

Querida amiga, hoy es el día.

(Madre mía, cuánto voy a llorar escribiendo esto).

boda amigas dama de honor

PEXELS

Parece que fue ayer cuando nos sentábamos en el pasillo de la facultad a hablar de esos chicos de clase que nos habían hecho gracia (¡y encima eran amigos entre ellos, como nosotras!).

Han pasado 12 años de eso y desde hoy, de alguna manera, tu vida no volverá a ser la misma. Y tú tampoco.

Sé lo que estaré sintiendo al verte de blanco entrando a la iglesia. Una mezcla abrumadora de orgullo y emoción.

Porque se te verá radiante, segura y guapísima, al igual que, al que a está a punto de convertirse, de manera oficial, en el compañero de tu vida.

Más madura, más adulta, consciente del peso de los votos que vas a prometer y de lo todo lo que vendrá después. Pero sobre todo con la convicción de que queréis hacerlo de la mano.

Y yo sé, mejor que nadie, lo que habéis pasado hasta haber llegado a este momento.

La de lágrimas que has dejado por el camino (porque alguna tiene que haber), la de carcajadas (mucho más frecuentes y la mayoría gracias a él), la de sueños cumplidos…

Has crecido a su lado y verte hacerlo ha sido una mezcla constante entre preocupación y, finalmente alegría, al ver que ibas floreciendo.

Porque ese es el mayor miedo de una amiga.

Al tener un amor que está al nivel de la idolatración de una abuela (siempre me vas a parecer demasiado buena para cualquier hombre de la faz de la tierra), temía no saber al 100% si la pareja que acompaña a una de las personas más importantes de mi vida sería capaz de hacerla feliz y dejarla brillar, sin cortarte las alas ni hacerte pequeñita.

Pero yo puedo decir que ha sido vuestro caso. Has perseguido tus objetivos con esa determinación que te caracteriza, has evolucionado y te has convertido en esa mujer fuerte e independiente, siempre llena de garra e iniciativa, que tanto me inspira.

Y él estaba aplaudiéndote con cada escalón que subías, queriéndote de la manera más sana. Luego fue tu turno de hacerlo.

De alguna manera, los dos habéis sabido convertiros en lo que necesitaba el otro en cada momento de estos 10 años incluso durante la convivencia. Habéis crecido juntos.

Y si algo me ha quedado claro viéndote (y viéndoos) es que en equipo, cuando tu compañero es el apropiado y está de tu lado, las cosas se consiguen antes y mejor.

Poco puedo enseñarte yo de relaciones de pareja o del amor cuando has sido tú quien me ha dado las mayores lecciones hasta hoy.

La de estar ahí cuando la vida se pone complicada, la de encontrar la vía de solucionar las cosas, la de mostrarte vulnerable y dejar que te vean rota porque, tu pareja es, ante todo, tu mejor amigo.

Así que solo me queda desear que esa felicidad, que llevas compartiendo a su lado todos estos años, siga por el resto de tu vida.

Y aunque no sea en un altar, delante de amigos y familiares, yo te prometo seguir también a tu lado. Pase lo que pase.

Porque el mío también es amor del bueno.

Mara Mariño

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Mi amiga se ha casado y…

Mi amiga se ha casado.

Ha tenido una de esas bodas preciosas de cuento de hadas. La misma en la que vas con invitada y piensas «sí, definitivamente el amor era esto».

boda pareja

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En la mesa del banquete donde me tocó sentarme, cada una de mis compañeras tenía una historia diferente.

Estaba la que también llevaba varios años con su novio y acababan de mudarse a su segundo piso juntos.

La que se planteaba la convivencia en un futuro cercano, la que veía ese paso todavía muy lejos, la que acababa de darlo pero a él le había surgido trabajo en otro país e iban a pasar el próximo año separados.

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Estaba yo, que, con mi enésima mudanza, ya estaba inmersa en el mundo de las relaciones a distancia y estaba la que se encontraba recientemente soltera.

Y la novia, claro, que se había casado después de 10 años de noviazgo.

Todas compartíamos lo mismo, nuestras maneras de vivir las relaciones de pareja eran las correctas.

Entre el final de los 20 y los primeros años de los 30 si algo nos unía también era que, en esa etapa, estábamos contentas con nuestra situación sentimental. Éramos felices.

Atrás han quedado los tiempos en los que el paso por el altar -igualmente emocionante para quien quiera darlo- era el único sinónimo de disfrutar del amor en una relación.

El compromiso, si bien no estaba afirmado ante los ojos de Dios o un juez, era algo que no faltaba en nuestro día a día.

Si a esta boda, tan digna de reportaje de la revista ¡Hola! como de película Disney, llego a venir hace unos años, mis sentimientos habrían sido muy diferentes.

Casi de urgencia, de querer ser la siguiente porque se supone que es el próximo escalón que me tocaría subir.

Ahora me doy cuenta de que no es que hayan cambiado los tiempos -que un poco también, no me malinterpretes-, pero sobre todo he cambiado yo.

Porque comprendo mejor que la suerte no es un «sí, quiero» delante de la familia y amigos. Sino encontrar a una persona con la que la felicidad es la constante.

Alguien que te tranquiliza, anima, cuida, escucha, apoya, acompaña, te acepta con tus luces y tus sombras, te ve guapa devorando los espagueti con tomate o babeando sobre la almohada.

Y seguir disfrutando a su lado es lo que importa. Sin pensar en qué vendrá detrás porque la etapa del amor no es algo que va a llegar más adelante con un vestido blanco.

Sino que ya estamos en ella.

Mara Mariño

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¿Soy mala feminista si quiero que me pidan la mano?

Esta semana una de mis compañeras de trabajo nos ha dado el notición: su novio le hizo la gran pregunta y se casan el año que viene.

Además de la alegría que me ha dado comprobar que no solo las historias de amor llegan a su fin en estos dos años tan raros, hablaba con ella sobre si el hecho de tener ilusión por recibir la petición nos convertía, instantáneamente, en malas feministas.

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Ya no basta con defender los derechos de las mujeres a nuestra manera, movilizándonos en redes o en persona, sometemos a un escrutinio constante situaciones de nuestra vida como puede ser esta. Y el miedo ante nosotras mismas, de no estar a la altura de nuestra propia ideología, nos paraliza.

Si retrocedo en el tiempo, buscando el origen histórico de la pedida de mano y cómo ha evolucionado desde entonces, la respuesta es rápida y tranquilizadora.

La herencia de las peticiones de matrimonio clásicas vienen del Derecho Romano, ya que era el padre quien tenía el poder para conceder su autoridad al pretendiente.

No era más que un mero intercambio del dominio sobre la mujer -que por cierto, ni pinchaba ni cortaba-, quien pasaba desde la boda a pertenecer al marido.

Por suerte, el emancipamiento femenino ha convertido en una costumbre libre de connotaciones posesivas el trámite de la pedida.

Nosotras decidimos a quién damos la manus (nombre que recibía la norma, de ahí que hablemos de pedir la mano) o si solicitamos por nuestra cuenta la de la otra persona.

El primer triunfo del feminismo fue que dejáramos de ser considerada una mercancía a la hora de unir nuestra vida a la de alguien más. El segundo, poder tomar la decisión de cómo queremos que suceda la pedida.

Es raro que el tema no salga en algún momento mientras dura la relación con otra persona. Por lo general, sentar las bases y llegar a un punto que satisfaga a ambos en una conversación (o varias) es también establecer un acuerdo igualitario.

En el caso de mi compañera, sabiendo su pareja la ilusión que le producía la tradición, el ‘trato’ era que él hiciera la pregunta en algún momento.

Para lectoras que, como yo, vemos la boda propia como un momento especial -pero tampoco nos entristecería que no llegara a suceder-, no tendría problema en ser quien hincara rodilla si sé que la otra persona quiere de corazón vivir esa experiencia.

Ambos casos pueden parecer distintos, pero el trasfondo es el mismo. Cada mujer es un mundo y tener la posibilidad de hacerlo de la manera que queramos -porque es cada una quien lo ha decidido así-, es un logro de la igualdad.

Conclusión: es tan feminista una pedida como la otra.

Ahora, ¿son igual de populares? Todavía no, pero tiempo al tiempo.

Aunque cada vez se vea con más normalidad que salga de nosotras la propuesta o sea una conversación entre ambos -como fue el caso de mis padres-, los años adoptando un papel pasivo pesan a nuestras espaldas.

Hace unos meses, en una tarde melancólica que solo parece pedir una buena película romántica, cayó Tenías que ser tú.

Una enamorada Amy Adams recorre Irlanda para pedirle a su pareja la mano porque, según a tradición irlandesa, el 29 de febrero una mujer puede proponerse.

Esta trama con pedida de mano a la inversa estaría bien planteada de no ser por el mensaje de fondo, ese de que, en cualquier otra fecha, que una mujer hiciera eso le haría quedar como desesperada (una idea que sí me parece machista, por ejemplo, aunque la banda sonora es una fantasía).

En 11 años que han pasado desde que salió la película han cambiado las cosas. Y quiero pensar que si fuera un filme moderno de Netflix no solo la protagonista le pediría casarse en cualquier momento, sino que lo haría en un fotomatón o en un festival itinerante por el desierto.

Volviendo al hilo, el feminismo es un aprendizaje constante que nos hace cuestionarnos todo lo que hemos aprendido, las propias decisiones que tomamos y el mundo que nos rodea, pero es tan sencillo como limitarlo a la igualdad entre hombres y mujeres, sea la situación que sea.

En este caso, ser tan libres como ellos de diseñar el matrimonio desde el momento de hacer oficial el compromiso.

Nos permite preguntarnos si realmente queremos pasar por una tradición como es una boda, una pedida al borde de un acantilado o cualquier costumbre que traemos ‘de serie’ pero igual, razonándola un poco, no van con nosotras.

Si por lo que sea, ese romanticismo nos encanta, por favor, no renunciemos a celebraciones con cientos de flores, discursos de amor eterno o que nuestro padre nos lleve del brazo al altar. La igualdad significa que nuestra vida sea lo que decidamos libremente y podamos ser quienes queramos.

Duquesa Doslabios.

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Si uno no quiere casarse, ¿es mejor terminar la relación?

Cuando te toca pasar la cuarentena con tu pareja, es normal que salgan todo tipo de conversaciones. Desde con qué superhéroe de Marvel se identifica cada uno hasta comentar largo y tendido la desinfección de objetos de la casa.

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Hablando de tantas cosas, era de esperar que en algún momento se colara el tema de dar el siguiente paso, especialmente teniendo en cuenta de que llevas casi las 24 horas de los dos últimos meses con la misma persona.

Y sorprendentemente, lo habéis llevado genial. La casa sigue entera, se han superado las pequeñas discusiones y, lo más importante, sabes que en la próxima cuarentena, repetirías de compañía sin dudar.

Así que parece hasta lógico hablar del tema. Alejarse de las espectaculares pedidas de película y, sentados en el sofá de siempre, soltar un «quiero más y lo quiero contigo».

A partir de ese momento pueden pasar dos cosas. Que por la cabeza (y el corazón) de tu pareja también rondara esa idea, que estéis en el mismo punto y queráis exactamente lo mismo o que no.

Ya sea una por cuestión de tiempo, emociones, madurez o compromiso, pero que no entrara en sus planes.

Ese momento de choque tiene la importancia que queramos darle. Habrá a quien no le preocupe en absoluto (aunque me cuesta creer que queriendo avanzar en la relación se lleve bien que la pareja no quiera hacerlo al mismo ritmo) y habrá para quien esta diferencia suponga un mundo.

Cuando se quiere realmente a esa persona, la única alternativa posible ante esta respuesta es esperar. Esperar a que llegue ese día en el que entre en sus planes, esperar a que se sienta lista a dar el paso, esperar a que «le llegue la edad»…

Una espera que se vive con una mezcla entre ilusión y miedo porque el premio al final de la espera es el mayor de tu vida, pero al mismo tiempo, con la preocupación de que pasen los años y vuelvan a necesitar una ampliación del plazo para decidirse.

Y es que, por mucho que haya amor, que la persona que tenemos delante sea la que imaginamos a nuestro lado cada día, es también una prueba muy significativa en la relación el querer dar ese paso, otro ejemplo de que se rema en la misma dirección.

Así que, en mi opinión, al igual que entiendo que haya quien no quiera verlo todo perdido por mucho que le toque ocupar el banco de la paciencia «en el nombre del amor», sí podría ser una buena razón para, si no se ven las cosas claras por parte de la pareja, plantearse ponerle fin a la relación.

Lógicamente, hay muchas cosas que sopesar antes de tomar la decisión de romper. Pero el primer compromiso debería ser hacia uno mismo. Y si lo que se quiere es comprometerse, debemos respetarlo. Al igual que hay que se respeta que la pareja no quiera hacerlo.

Duquesa Doslabios.

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¿Podemos terminar ya con la costumbre de tirar el ramo en las bodas?

Tengo una teoría respecto a las novias que disfrutan con la experiencia de poner a todas sus invitadas (solteras) en un corro en medio de la pista de baile a ver quién es la que agarra el ramo: tienen un punto sádico.

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Por mucho que, según la tradición, signifique suerte o que será la próxima en casarse, se ha ido pervirtiendo su significado y hay un placer interno y oscuro en reunir a tus amigas como un rebaño y someterlas a lo que viene a ser una humillación pública de ver cómo se pegan por ser la siguiente, por vivir lo que está pasando la novia en ese momento.

Como invitada, es una experiencia que me parece horrible más que divertida. Para empezar, ¿por qué tenemos que ponernos las mujeres? Lo único que se consigue es dar la imagen de lo desesperadas que estamos por casarnos, la historia de que solo el altar va a convertirnos en mujeres, y luego madres, claro, nuestros dos objetivos en la vida que son las únicas vivencias que la llenan de significado.

Quizás no quiero el ramo, quizás no quiero participar en ese espectáculo. A lo mejor estoy muy bien en un noviazgo en el que los únicos votos que recitamos en alto son las facturas, a ver cuánto nos toca pagar a cada uno este mes. O igual estoy soltera y ESTOY BIEN. Sorprendentemente, puedes ir a una boda y no necesariamente estar soñando con casarte.

Enfrentarnos por un ramo es crear una competición entre nosotras (con sus correspondientes envidias por no haber sido quien lo ha cogido). La historia de que las mujeres somos nuestras peores enemigas, ¡hasta en una boda! Incluso en un momento de felicidad como es que unos amigos o familiares contraigan matrimonio, tienes que dejar de disfrutar para arrimarte al grupo de las que van a saltar hacia el bouquet.

Y no se te ocurra decirle que no a esa novia cuando te plantea la idea de tirar el ramo, porque es su boda y se hace lo que quiere, aunque tú no quieras participar, da igual. «It’s my party and I’ll cry if I want to«, te dirá. Ella quiere que te pongas en el grupo y hagas el amago, que lo finjas (palabras textuales que me dijo una amiga en su fiesta), que tampoco es tan complicado. Y todo para darle un extraño tipo de satisfacción. ¿No os resulta una escena macabra?

Es aún más indignante cuando buscas vídeos del estilo en Internet y son los más reproducidos los que incluyen caídas, resbalones o peleas entre nosotras. Somos el chiste de la boda, uno de los tantos espectáculos como cortar la tarta o abrir el baile: las invitadas llegando a las manos. Pasen y vean a las gladiadoras del siglo XXI, que, en vez de espada usan un tacón y cambian la armadura por la gasa o el chifón.

Así que, si eres de esas novias, por favor, ten en cuenta que quizás estás obligando a tus amigas a hacer algo que no quieren por ti. Ten en cuenta que, igual entre tu lista de invitados, tienes amigos, conocidos, primos o un hermano al que sí que le haría ilusión casarse próximamente (sorpresa, los hombres también tienen sentimientos y se emocionan en las bodas) y cree que recibir el ramo le va a traer suerte.

Rompe estereotipos. Si de verdad quieres hacer el juego del ramo, crea un grupo mixto formado por los que realmente quieran casarse y tengan ilusión en recibirlo. Que por mucho que tu prima de 14 años lo haya cogido porque es la más rápida, todos sabemos que le va a durar la emoción por las flores lo que a ti el gas de tu copa de cristal y que es muy poco probable que sea ella precisamente quien siga tus pasos.

Haz algo mejor, dale un significado especial y regálalo a quien tú quieras, sin más razón que, porque sí, porque quieres que lo tengan de recuerdo o porque quieres que le traiga suerte (eso ya es cosa tuya). En las bodas a las que he ido donde el ramo no era algo por lo que pegarse y se regalaba de esta manera, se respiraba paz por todos los lados. A quien se lo habían regalado lo quería y las demás no teníamos que hacer el paripé ridículo de dar saltitos.

O incluso otra opción es dividirlo y regalar una flor a cada asistente (o a aquellos más destacados). Tengo el caso reciente de una compañera de trabajo que lo va a dejar en el sitio en el que están enterrados sus abuelos para hacerles partícipes en la ceremonia. Y me parece precioso.

Hay tradiciones geniales en las bodas, pero tal y como está planteado el lanzamiento del ramo, ya no forma parte de ellas. Es una manera de avergonzar a las solteras, como si las señalaras en medio de toda la fiesta.

Es como si las novias, una vez habiendo contraído matrimonio, no recordaran algo básico de cuando estaban solteras. Cuando estás sin pareja hay algo que no quieres que te estén recordando constantemente como si fuera algo malo y es precisamente tu soltería, lo que hace esta tradición en medio de una celebración del amor. Así que amigas, dadnos un respiro.

Duquesa Doslabios.

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De tiempos y relaciones de pareja

Llevo algunos años con mi pareja. Igual nunca lo había escrito abiertamente, pero es el periodo que llevamos juntos. En ese tiempo hemos hecho avances a nuestros ojos, pero aún no hemos dado ninguno de los pasos que, socialmente, se consideran como progresos del compromiso entre ambos.

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Mientras tanto, uno de mis mejores amigos, a los tres meses de conocer a su novia, le pidió la mano. Nueve más tarde se casaron. Es curioso como cada vez que sale esa pareja, en algún tema de conversación, siempre sale rápido la pregunta de «¿No era un poco pronto?». Y, en el caso de mi relación, «¿No vais un poco tarde?».

Ahí es cuando te das cuenta de que da igual la manera en la que tú lo veas desde dentro, de puertas para afuera siempre parecerá que no estás siguiendo el ritmo oficial de estar en pareja. Como si hubiera una autoridad competente elegida democráticamente que es la que decide cuál es el mejor momento para ir avanzando.

Hablando con mi amiga casada, (siendo la mujer de uno de mis mejores amigos, no podría considerarla de otra manera), antes de la boda me comentaba que más de una persona le había mostrado sus recelos por la rapidez de la celebración.

Pero, como dice ella: «Cuando sabes que es el hombre de tu vida, ¿para qué esperar más?». Su opinión, en ese aspecto, es bastante distinta de la mía, que va más bien por los derroteros de: «Si lo sabes, ¿qué prisa hay?».

Pero lo bonito de su relación, así como lo bonito de la mía, es que ni su argumento invalida pensamiento ni el mío convierte en menos aceptable el suyo. Que mi amigo se decidiera a dar ese paso, con esa prisa y esa boda organizada en menos de un año, solo me ha confirmado que las personas tenemos diferentes tiempos.

Y que no solo tiene nada de malo, sino que el hecho de que sean distintos nos permite disfrutar de sus particularidades (y, como podremos coincidir todos, en la variedad está el gusto).

Porque haber ido a su boda, una boda llena de gente joven, de amigos, ha sido un disfrute enorme como también lo fue acudir a una celebración de primos, una pareja que casi ronda los 40, llena de niños.

Lo importante, al final, es que cada uno siga los tiempos de ese reloj interno y personal, único e intransferible, que nos va marcando nuestro ritmo. Que vayamos pasando por las diferentes fases cuando lo sintamos y queramos.

Al final, ya te prometas a los pocos meses o lleves años sin dar el paso, hay algo en lo que ambas estamos de acuerdo: el amor es un pilar fundamental de nuestra vida, y eso ni lo cambia ni lo determina el matrimonio.

Duquesa Doslabios.

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Si tu pareja no te devuelve un abrazo, no es una crisis

Los rumores sobre la posible disolución del matrimonio entre David y Victoria Beckham llevan sonando desde que la pareja se casó en 1999. Supongo que es algo con lo que te acostumbras a lidiar cuando tu relación tiene semejante exposición mediática.

GTRES

Sin embargo, las «pruebas irrefutables» de la decadencia de los Beckham las tenía, supuestamente, un diario inglés que aseguraba haber descubierto lo que los ingleses no revelaban verbalmente pero no podían ocultar a través de gestos.

Según el artículo, en una jornada que pasaron en el parque el día de los deportes, la ex spice se mostró «necesitada» al abrazarle la cintura, al apoyar la mano sobre su pierna para «llamar la atención» o al mirarle sin que David le devolviera la mirada.

Por supuesto no tengo ni la más remota idea de lo que sucede en su matrimonio, pero por experiencia creo que en el caso de los famosos tendemos a hacer sonar las alarmas con demasiada premura.

He tenido varias parejas y no siempre me he sentido igual de cariñosa o con ganas de hacer demostraciones de afecto. En otras ocasiones ha sido la persona con la que estaba quien no me devolvía el gesto o que no agarraba mi mano pese a tenerla sobre la mesa ostensiblemente.

Los seres humanos (todos) experimentamos cambios de humor, que pueden hacer que nos sintamos con mayor o menor ganas de intimidad física y no pasa nada, sino que es algo normal en una relación.

O incluso aún sintiéndonos con ganas de recibir o de dar un poco de caso, nuestra pareja puede estar a otras cosas, sin tan siquiera darse cuenta.

No es un indicativo de crisis, sino una cuestión de sincronización. Pero con la ventaja de que siendo dos personas diferentes, con picos de humor distintos, tienes el doble de oportunidades de poder aprovechar estas ocasiones.

Aunque, francamente, ¿queremos un mundo en el que nos quedamos sin los pequeños placeres de mirar ‘a escondidas’ a la persona a la que queremos?

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Duquesa Doslabios.

Amores que matan: pedidas de mano arriesgadas

Dicen que el minimalismo es algo que caracteriza esta época, que somos generaciones que aprecian la simplicidad de las formas puras, la ausencia de artificios.

PIXABAY

Conseguimos reducir las fotos en redes sociales a composiciones con el mínimo imprescindible de objetos que logren una armonía, que se traduce en forma de interacciones sociales online.

Y sin embargo, en otros aspectos, rozamos de tal manera la fastuosidad que, hablar del respeto hacia la frontera de lo pomposo, no tendría ningún tipo de sentido.

Pero esto no es un debate filosófico, esto es un ejemplo concreto de una pedida de mano que tuve la oportunidad de presenciar en Barcelona.

La propuesta empezó en el mirador de la iglesia que se encuentra sobre el parque de atracciones del Tibidabo, el Sagrado Corazón. Un grupo de personas reunidas sostenían letras recortadas en cartón en las que podía leerse “MARRY ME!” (quiero pensar que la persona a punto de prometerse no tendría muchas nociones de la lengua, ya que de otra manera, ¿por qué evitar el uso del castellano?).

Cuando uno de ellos, al teléfono, recibió la que pensamos, sería la señal afirmativa de que estaban a punto de asomarse al mirador situado a los pies del Cristo, pidió a los compinches que alzaran las letras hacia el cielo, desde donde estarían siendo observados.

Pero como todo hoy en día, no basta con vivirlo sino que hay que grabarlo, fotografiarlo, compartirlo y volverlo a compartir según se van cumpliendo los aniversarios, un dron hacía de cámara de toda la escena.

El artefacto, que salió de uno de los tejados de la iglesia, presumiblemente colocado con anterioridad, alzó el vuelo para no perder detalle de la pareja en las alturas. Al ir a bajar para capturar el momento de los amigos sincronizados, y, debido al fuerte viendo, terminó chocando con alguno de los pináculos, no solo dañando la construcción sino quedando ligeramente afectado.

Cuando parecía que conseguía estabilizarse otra vez, un golpe de viento imposible de contrarrestar con unas hélices poco más grandes que una mano, lo condujo lejos de la zona del mirador hacia el parque de atracciones.

Vimos a la máquina planear hasta que, de pronto, dejó el vuelo horizontal y empezó a caer en picado con la mala suerte de aterrizar a un metro escaso de un corredor que aprovechaba la cima de la montaña para descansar.

El hombre, paralizado, con las manos en las caderas, miraba el robot totalmente reventado a sus pies sin entender nada. Cuando llegó el organizador de la pedida a recogerlo, por lo que nos enteramos después, le hizo saber que serían denunciados, y es que aquella pedida, además de un «Sí, quiero», podía haber costado una brecha y una buena pérdida de conocimiento de paso.

Basta teclear un par de palabras en Internet para encontrar ejemplos de declaraciones del estilo. Pedidas orquestadas de tal manera que han convertido a las declaraciones, al igual que a algunos matrimonios, en un espectáculo, una especie de competición inconsciente en la que todo el mundo quiere ser el más original, recibir el mayor número de visitas y de likes (y encima con el riesgo añadido de que alguien puede salir herido).

Hace que eche de menos la sencillez y el minimalismo de las pedidas naturales e improvisadas. Esas de mirar a tu pareja y que te salga el «¿nos casamos?».

Duquesa Doslabios.

«¿Nos casamos?»: Mujeres que piden la mano

Podría decir que fue el vino, pero eso sería darle al alcohol un protagonismo que, en realidad, no es merecido ya que no tiene prácticamente peso en esta historia.

LA PROPUESTA

Podría decir también que fue la situación, esa cena en casa con dos trotamundos refugiados en nuestro sofá (y es que las sorpresas que nos trae el coachsurfing son en su mayoría, maravillosas).

Podría decir que fue el lugar, el piso de Barcelona en el que, por poco que llevemos, tanto hemos vivido, construido y compartido. Ese que nos preocupaba al principio de lo vacío que nos parecía y en el que, cada vez que entras por la puerta, encuentras un libro o una planta nueva.

Podría decir que estaba claro que tarde o temprano lo acabaría haciendo, pero no sería cierto, ya que no me imaginaba que sería yo la que daría el paso (de hecho, fíjate si no se puede dar por sentado que no sabía si en algún momento de mi vida quería darlo).

Podría decir que fueron tantas cosas, pero en realidad no fue ninguna de esas. Por lo que realmente fue, y sigue siendo, se llama amor.

Y por mucho que pueda parecer que peco de manida (los habrá incluso que me tachen de ñoña), no podría ser más verdad.

No por el amor que os imagináis que parece salido de una escena de La La Land, de un videoclip de Neyo o de un anuncio de perfumes (femeninos), sino el amor de verdad. El amor que nos acompaña en la rutina, en la convivencia, en un pósit de «Buenos días» en la nevera o en un domingo de hacernos juntos mascarillas faciales porque sabes que me encanta la cosmética coreana.

Cuando te escuchaba por enésima vez contarle a esos desconocidos la historia de tu vida en inglés con un leve acento catalán, recordé por qué me había enamorado de ti, por qué aún después de todos estos años, me sigues gustando tanto. A cántaros, mogollón y a rabiar.

Hasta tal punto que me urgía pasar el resto de mi vida contigo, aunque fuera algo que ya estábamos haciendo. Eso fue, y nada más realmente, lo que hizo que, antes de ir a dormir, te dijera:

-Ens casem?

Sin anillo, sin prepararlo, sin preocuparme, sin declaraciones exageradas, preparaciones previas, sin nada… Pero con todo.

«Vale» me dijiste. Y aquí estamos, pasando todos los días de nuestra vida juntos. Poniéndonos las botas el uno del otro.

Duquesa Doslabios.