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El ‘muro’: la teoría de que las mujeres somos rechazadas al cumplir 30

TikTok es el nuevo lugar de nacimiento de tendencias, incluso de las relativas al vocabulario.

Y esto puede ser preocupante si pensamos que se trata de la red social por excelencia de los menores de 25 años, la generación más polarizada en lo que a igualdad de género se refiere.

Algo que términos como «bodycount», «kilometraje» o «mujer de alto valor» (todos relacionados con el historial sexual de las mujeres) demuestran, ya que hacen apariciones constantes en la sección de recomendados de la aplicación.

mujer rechazada hombre

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El último de ellos es «el muro».

Sin que quede muy claro si se trata de una referencia a Juego de Tronos o al supuesto bajón de energía que le da a los runners en el kilómetro 30, este concepto se utiliza en TikTok para dividir a las mujeres.

Según la teoría del muro, los 30 son el límite en el que resultamos físicamente atractivas, ya que a partir de esa edad iríamos cuesta abajo y sin frenos.

«El muro es invicto, el muro siempre gana. Gatos y vino serán tu destino. Pasado el muro, ninguna es comestible,
porque el muro es inexorable», escribe un usuario en su ‘Oda al muro’.

La única forma de evitar el muro es, por lo visto, el matrimonio, ya que para antes de los 30 ya tendríamos que estar casadas: «Las que son un buen partido para los máximo 26 ya tiene un anillo en el dedo», sostiene un tiktoker.

Aquellas que superamos el límite de edad sin joya de compromiso de por medio, somos las posmuro, las que según estos expertos -que no pasan los 20 años-, hemos «optado por una conducta promiscua» y de ahí argumentan nuestra «dificultad de crear vínculos afectivos».

A esa supuesta invisibilidad que nos llega el día que soplamos las velas con un ‘3’ y un ‘0’ se debe a haber envejecido: «ya no eres joven, no eres más guapa que una veintañera y tienes muchos kilómetros en la cama, eso produce rechazo de los hombres», opina otro de estos defensores del muro.

Pero a mí lo que más me llama la atención del muro es su unidireccionalidad, que sea un obstáculo que conforme las ideas de estos usuarios, solo las mujeres encontremos en el camino.

Es decir, que por un lado se opine únicamente del declive de nuestra belleza física cuando envejecer es un fenómeno natural que nos afecta biológicamente a todos de la misma manera.

En cambio, asociarlo solo a la mitad de la población y sostener que a la otra esos años les dan más valor, es una discriminación cultural, no un designio de la naturaleza.

 

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Otra de las fisuras que le veo a la teoría del muro es que se achaca la falta de pareja a la variada agenda sexual, pero no al cambio histórico del empoderamiento femenino.

Por primera vez, las mujeres no priorizamos tener vínculos románticos. Nos hemos liberado del yugo del padre y del marido.

Es decir, empezamos a priorizar redes de amistad, carreras laborales o viajar por encima de estar en una relación de pareja.

Y eso sin contar que el muro no contempla la dificultad que es dar con hombres de nuestra edad que no tengan interés en seguir avanzando en la relación -más allá de un encuentro sexual- o miedo a comprometerse.

Estar casado y tener hijos, ya no supone el aliciente de dotar de estatus a los hombres, como sí ocurría hace siglos.

Cuando muchas que sí quieren dar ese paso, o bien encuentran a chicos que siguen atrapados en su etapa universitaria y no quieren renunciar a salir de fiesta, sus planes con amigos y se niegan a dedicar tiempo a tener solo una relación.

«Las mujeres heterosexuales van a pagar facturas que ahora desconocen», escucho en uno de esos vídeos acerca del muro.

Y, sin saberlo, el usuario retrata el problema. Son solo los hombres quienes están midiendo a su pareja por la edad y tildándola de «posmuro» por haber pasado los 30 y no haber llegado virgen a sus brazos.

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Entonces si este sesgo se da solo hacia las mujeres, estos hombres quieren seguir ostentando el privilegio masculino no solo de la libertad sexual, sino de la libertad de acceder siempre a mujeres de menor edad (pero que nosotras no podamos resultarle atractivas a hombres más jóvenes).

Lo que ha pasado con Dani Martín declarándose a Esther Expósito, básicamente.

«Las mujeres han disparado contra los hombres y ahora los hombres válidos no se fían de las mujeres. Eran más felices nuestros abuelos», escucho en otro vídeo.

Y sí, no le quito la razón, seguramente nuestros abuelos, con «o», eran mucho más felices cuando tenían a una mujer dedicada en cuerpo y alma a ellos y a su prole.

Pero pienso en mis abuelas, en las oportunidades laborales que no tuvieron, en los viajes que no hicieron, en los gritos que recibieron de sus maridos, en sus vidas sexuales llenas de desconocimiento y culpa, sin ningún tipo de deseo; en su rutina de fregar y cocinar, sin hacer nunca planes con amigas (sin tener amigas) porque no les daba tiempo de todo lo que tenían que hacer en casa…

Pienso en que si hubieran nacido en esta época, todo habría sido distinto para ellas.

Porque hay algo de lo que cada vez nos damos más cuenta las que ya tenemos 30 y hemos vivido la experiencia de compartir piso -y discusiones- en pareja: solas, con gatos y vino, se está a gustísimo.

Mara Mariño

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‘¿Me invitas a tu boda? No, te invito yo a tu boda’, la controversia que circula en redes sociales

Hace unos años, recibir una invitación a una boda, era sinónimo de alegría e ilusión.

Pero de un tiempo a esta parte, una opinión popular que va ganando fuerza siente todo lo contrario.

boda pareja

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«Que te inviten a una boda es lo peor, ya me puedo poner a ahorrar», «Pierde todo el encanto que te inviten a una boda sabiendo que tienes que dar una suma de dinero acorde con el precio del menú para cubrir tu gasto como invitado» o «No puede ser que el que te inviten a una boda sea un gasto de dinero tan grande que te descuadre las cuentas durante meses», son algunas de las opiniones que se pueden leer en Twitter al respecto.

Sí, siendo una generación precarizada, hay quienes han caído en que las bodas son un ataque al bolsillo tal y como están planteadas hoy en día.

Porque se juntan varios factores que son los que hacen que esa corriente de detractores de las bodas las vea como desajustes presupuestarios y no celebraciones del amor.

Por un lado está el hecho de que antes, las parejas iban a vivir juntas después de la boda, por lo que cuberterías, manteles, pequeños electrodomésticos, juegos de toallas o cualquier regalo para el futuro hogar, era lo más deseado.

A día de hoy, esos amigos que se dan el «Sí, quiero» llevan años juntos conviviendo en un piso perfectamente equipado, por lo que jugársela con otra batería de cacerolas no parece la mejor de las ideas.

Es el motivo por el que, de un tiempo a esta parte, no falta en las invitaciones de boda la cuenta bancaria para que el regalo sea un ingreso, algo que los novios usan para recuperar el altísimo desembolso de la fiesta.

Y, aunque cada persona debería dar una cantidad acorde a su situación económica, la frase que nos han contado nuestros padres, por activa y por pasiva, de que el regalo de boda debe cubrir el cubierto, se nos ha quedado marcada.

Según ellos, es de buena educación al menos pagar la cantidad que va a costar el menú que vas a consumir.

Sin embargo, los millennials tenemos un problema con esto. En primer lugar, como los usuarios de Twitter comentaban, el de que nuestras finanzas se quedan descolocadas cuando llega una boda.

Si de algo se han aprovechado las empresas que están metidas en el sector nupcial español es de inflar los precios.

Y de inflarlos hasta el punto de que con pagar dos platos ya se equipara al precio de irte una semana de vacaciones fuera de tu ciudad.

Quizá la generación de nuestros padres sí puede permitirse dar con desahogo ese dinero, pero nuestra situación es que los alquileres nos asfixian, tenemos unos ingresos irregulares o que se acercan al SMI incluso a nuestros treinta.

Costear una comida nupcial, añadir un vestido a la ecuación y la parte correspondiente a la despedida de soltera -otra fiesta que ha pasado a ser un compromiso económico importante-, hacen que no salga a cuenta recibir una invitación.

En ningún caso la culpa es de los novios, quienes organizan con todo su amor el evento (y nunca van a esperar que vayas por el dinero), sino de quienes han pasado de ver las bodas de negocio a negocio muy rentable.

Porque para sorpresa de muchos, no estoy hablando de una celebración digna de la revista ¡Hola! con una noria, fuegos artificiales o un concierto del cantante de moda de turno.

Si no de una boda normal donde ya solo el cóctel, el menú y la barra libre hasta las 5 de la mañana suponen más de 160 euros por cabeza. 

Puede que los haters nupciales cambiaran de idea si adoptáramos, por ejemplo, el método inglés. Donde cada invitado paga unas 50 libras como regalo con la condición de que se costea el alcohol de su bolsillo.

Sería la manera de contar con quienes dicen que no a una invitación de boda, por muchas ganas que tengan de ver a sus amigos contraer matrimonio, porque no pueden permitirse el gasto que sienten que deberían hacer.

Pero también la manera de ayudar a los novios a que el coste de cada invitado fuera menor, ya que las bebidas que consumas corren de tu cuenta.

¿Lo popularizamos?

Mara Mariño

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Las probabilidades de casarte no dependen de tu (ajetreada) vida sexual según la ciencia, pero…

Por las redes siguen circulando vídeos de hombres afirmando que nunca tendrían algo serio con una mujer que haya tenido parejas sexuales por encima de lo que ellos consideran aceptable.

Fue algo que me pareció tan absurdo que os hablé en este artículo compartiendo mi punto de vista.

pareja encontrar el amor

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Pero ahora la ciencia me respalda porque un nuevo estudio demuestra que, por muchas experiencias íntimas que hayas tenido, no te van a afectar a la hora de dar con una persona con la que tener una relación estable y duradera o incluso casarte (si es lo que quieres).

Que hagas lo que hagas en la cama -cuándo, dónde, con quién o con cuántos-, no tiene ningún tipo de impacto en lo que pueda pasar más adelante.

Para el estudio siguieron a casi 10.000 personas durante 18 años para ver cómo evolucionaban sus vidas sentimentales.

La conclusión fue que el número de parejas sexuales solo afectaba en las probabilidades de casarse a lo largo del tiempo: se podían retrasar un año respecto a los que tenían menos parejas.

Las cifras de matrimonios eran las mismas en los diferentes segmentos de parejas sexuales.

Así que a la hora de la verdad, o a la hora de comprometerse a largo plazo, tu bodycount no cambia las probabilidades de que des con el amor de tu vida.

Este descubrimiento, aunque pueda parecer lógico, va en contra de la extendida idea de que, si tienes una vida sexual activa, con distintas parejas sexuales, eres incapaz de tener algo serio.

Especialmente las mujeres, que somos las que sufrimos mayor estigma con esto por aquello de perseguir el ideal de la ‘buena mujer’, santa y pura hasta el matrimonio.

Sobre todo con las figuras de estos instagramers machistas, que insisten en dividir a las mujeres en categorías y poner en el cajón de ‘desechar’ a las que consideran que no son material para tener una relación larga por su historial sexual.

El estudio afirma que ya seas virgen o hayas estado con el equipo de fútbol al completo, las probabilidades de terminar casada son las mismas con la única diferencia de que puede ser algo más tarde.

Y, yo, que estoy en esa etapa en la que cada vez más amigas dan el paso, mientras considero que no ha llegado aún mi momento, creo que hay muchas razones detrás de no querer dar el ‘Sí, quiero’.

Desde querer conseguir estabilidad económica hasta probar con diferentes parejas, a ver si la compatibilidad mejora -porque, no nos engañemos, la cosa no está para tirar cohetes-.

Mucho se habla de que la fluidez con la que nos relacionamos, la urgencia y la inmediatez de que saltamos de una pareja a otra, hace que se nos quiten las ganas de comprometernos, como se podía pensar.

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Como que teniendo sexo de manera tan sencilla, para los millennials, no tenía sentido casarse.

Tener varias parejas, ya sean sexuales o emocionales, te ayuda a conocer lo que sí y lo que no y a conocerte a ti también de paso.

Te permite disfrutar de algo tan sano como es el placer sin tener que depender de una relación romántica, sino entender que un compromiso de ese estilo es como el postre de una buena comida.

Puedes ponerle la guinda al pastel, pero también puedes pasar sin él perfectamente porque hay más alternativas (o esperarte a tomarlo a la hora de la merienda).

Así que estamos ante la prueba avalada por la ciencia de que comprometerse no es una cuestión de accesibilidad al sexo. Que aún teniéndolo, queremos dar ese paso.

Eso sí, a nuestro tiempo.

Mara Mariño

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A mi amiga que se casa hoy

Querida amiga, hoy es el día.

(Madre mía, cuánto voy a llorar escribiendo esto).

boda amigas dama de honor

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Parece que fue ayer cuando nos sentábamos en el pasillo de la facultad a hablar de esos chicos de clase que nos habían hecho gracia (¡y encima eran amigos entre ellos, como nosotras!).

Han pasado 12 años de eso y desde hoy, de alguna manera, tu vida no volverá a ser la misma. Y tú tampoco.

Sé lo que estaré sintiendo al verte de blanco entrando a la iglesia. Una mezcla abrumadora de orgullo y emoción.

Porque se te verá radiante, segura y guapísima, al igual que, al que a está a punto de convertirse, de manera oficial, en el compañero de tu vida.

Más madura, más adulta, consciente del peso de los votos que vas a prometer y de lo todo lo que vendrá después. Pero sobre todo con la convicción de que queréis hacerlo de la mano.

Y yo sé, mejor que nadie, lo que habéis pasado hasta haber llegado a este momento.

La de lágrimas que has dejado por el camino (porque alguna tiene que haber), la de carcajadas (mucho más frecuentes y la mayoría gracias a él), la de sueños cumplidos…

Has crecido a su lado y verte hacerlo ha sido una mezcla constante entre preocupación y, finalmente alegría, al ver que ibas floreciendo.

Porque ese es el mayor miedo de una amiga.

Al tener un amor que está al nivel de la idolatración de una abuela (siempre me vas a parecer demasiado buena para cualquier hombre de la faz de la tierra), temía no saber al 100% si la pareja que acompaña a una de las personas más importantes de mi vida sería capaz de hacerla feliz y dejarla brillar, sin cortarte las alas ni hacerte pequeñita.

Pero yo puedo decir que ha sido vuestro caso. Has perseguido tus objetivos con esa determinación que te caracteriza, has evolucionado y te has convertido en esa mujer fuerte e independiente, siempre llena de garra e iniciativa, que tanto me inspira.

Y él estaba aplaudiéndote con cada escalón que subías, queriéndote de la manera más sana. Luego fue tu turno de hacerlo.

De alguna manera, los dos habéis sabido convertiros en lo que necesitaba el otro en cada momento de estos 10 años incluso durante la convivencia. Habéis crecido juntos.

Y si algo me ha quedado claro viéndote (y viéndoos) es que en equipo, cuando tu compañero es el apropiado y está de tu lado, las cosas se consiguen antes y mejor.

Poco puedo enseñarte yo de relaciones de pareja o del amor cuando has sido tú quien me ha dado las mayores lecciones hasta hoy.

La de estar ahí cuando la vida se pone complicada, la de encontrar la vía de solucionar las cosas, la de mostrarte vulnerable y dejar que te vean rota porque, tu pareja es, ante todo, tu mejor amigo.

Así que solo me queda desear que esa felicidad, que llevas compartiendo a su lado todos estos años, siga por el resto de tu vida.

Y aunque no sea en un altar, delante de amigos y familiares, yo te prometo seguir también a tu lado. Pase lo que pase.

Porque el mío también es amor del bueno.

Mara Mariño

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Mi amiga se ha casado y…

Mi amiga se ha casado.

Ha tenido una de esas bodas preciosas de cuento de hadas. La misma en la que vas con invitada y piensas «sí, definitivamente el amor era esto».

boda pareja

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En la mesa del banquete donde me tocó sentarme, cada una de mis compañeras tenía una historia diferente.

Estaba la que también llevaba varios años con su novio y acababan de mudarse a su segundo piso juntos.

La que se planteaba la convivencia en un futuro cercano, la que veía ese paso todavía muy lejos, la que acababa de darlo pero a él le había surgido trabajo en otro país e iban a pasar el próximo año separados.

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Estaba yo, que, con mi enésima mudanza, ya estaba inmersa en el mundo de las relaciones a distancia y estaba la que se encontraba recientemente soltera.

Y la novia, claro, que se había casado después de 10 años de noviazgo.

Todas compartíamos lo mismo, nuestras maneras de vivir las relaciones de pareja eran las correctas.

Entre el final de los 20 y los primeros años de los 30 si algo nos unía también era que, en esa etapa, estábamos contentas con nuestra situación sentimental. Éramos felices.

Atrás han quedado los tiempos en los que el paso por el altar -igualmente emocionante para quien quiera darlo- era el único sinónimo de disfrutar del amor en una relación.

El compromiso, si bien no estaba afirmado ante los ojos de Dios o un juez, era algo que no faltaba en nuestro día a día.

Si a esta boda, tan digna de reportaje de la revista ¡Hola! como de película Disney, llego a venir hace unos años, mis sentimientos habrían sido muy diferentes.

Casi de urgencia, de querer ser la siguiente porque se supone que es el próximo escalón que me tocaría subir.

Ahora me doy cuenta de que no es que hayan cambiado los tiempos -que un poco también, no me malinterpretes-, pero sobre todo he cambiado yo.

Porque comprendo mejor que la suerte no es un «sí, quiero» delante de la familia y amigos. Sino encontrar a una persona con la que la felicidad es la constante.

Alguien que te tranquiliza, anima, cuida, escucha, apoya, acompaña, te acepta con tus luces y tus sombras, te ve guapa devorando los espagueti con tomate o babeando sobre la almohada.

Y seguir disfrutando a su lado es lo que importa. Sin pensar en qué vendrá detrás porque la etapa del amor no es algo que va a llegar más adelante con un vestido blanco.

Sino que ya estamos en ella.

Mara Mariño

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¿Es machista tu próxima despedida de soltero?

Este año se casa mi mejor amiga y uno de los requisitos que me puso, cuando estábamos hablando de lo que podría gustarle y lo que no, era que no hubiera penes.

Ni en diademas, ni en camisetas ni pegados a strippers. Veto total a los penes.

despedida soltero stripper

UNSPLASH

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Claro que, de la teoría a la práctica, hay un paso grande.

Porque, curiosamente, cuando entras a una tienda erótica buscando con qué aderezar la fiesta de tu amiga -como me pasó a mí-, son este tipo de artículos los más populares (no los strippers, claro, sino todo lo demás).

Un pene de peluche en el velo (muy realista además, con cordones negros a modo de pelos), pajitas con forma de pene para que beber tu copa se convierta en la versión mini de una felación, piruetas fálicas, vasos con pegatinas, chupetes, el aviso de que hacen tartas personalizadas con el nombre de la novia encima de un pastel también con forma de pene…

Incluso si es una noche de chicas, el pene tiene que ser el protagonista.

Mi crítica viene cuando es algo que a la inversa no pasa. En las despedidas de soltero, no ves a un grupo de chicos con vulvas como decoración en forma de chapas, bandas o gorritos.

Lo más parecido que puedes encontrar a una referencia sexual femenina, es al futuro novio disfrazado de Satisfyer. Poco más.

Para ellos, los genitales femeninos no forman parte de la noche. O al menos, no en la versión de juguete o plástico.

Es importante puntualizar esto porque es más probable que los vean en vivo y en directo.

Y la stripper que no falte

No hace falta tirar de estadística. Solo necesitamos hablar con nuestros amigos más cercanos para confirmar que sí, es en las despedidas de soltero donde se suelen contratar espectáculos de desnudos (ofrecidos por mujeres, por supuesto).

O echarle un vistazo a la oferta. Mientras que para ellos hay un sinfín de locales y catálogos de mujeres con una ristra de detalles (que si altura, las medidas de su cuerpo, etnia, opción a disfraces de geisha, enfermera, catwoman, policía, marinera o azafata de vuelo…).

En el caso de los boys, además de las dificultades de encontrar sitios donde sean ellos los que se desnuden; haciendo la comparativa, ellos se dedican a esto menos, por lo que las opciones son más limitadas.

Sí, la cosa está desigualada. Otra amiga que se casa este año, puso la misma condición de evitar todo tipo de show que implicara a un hombre quitándose la ropa.

En cambio, en planes de deporte, comida, baile o fiesta, que aparezca un hombre como animador es más que bienvenido. En resumen, contratar a un stripper es, para mis dos amigas, algo con lo que no se sienten cómodas.

¿Se da en el caso contrario que el futuro novio no quiera que sus amigos paguen por algo así porque le genera incomodidad? Me consta que los hay que sí, pero no todos han llegado a ese punto de deconstrucción.

Porque si, socialmente hablando, algo reúne toda buena despedida organizada por colegas, es la expresión de la masculinidad.

El griterío de las voces (que todo el tren, avión, calle, bar o discoteca sepan que están de despedida), el control sobre el cuerpo femenino y la gran potencia sexual en comentarios jocosos o acoso a desconocidas, son cosas que no pueden faltar.

¿Qué tiene de gracioso disfrazar al novio de mujer?

Y no solo el poder sobre la mujer se traduce en pagar a la stripper -porque ya no voy a abrir el melón de que se puedan pagar otros servicios aún más deplorables-, los disfraces son otra prueba de ello.

Lo ideal en una despedida -de ellas o ellos- es buscar algo divertido. Mientras que nosotras vestimos a la protagonista de princesa, patatas fritas o superheroína, uno de los más habituales para el futuro novio es el de mujer.

Esto me llamó la atención especialmente en una de las despedidas que me crucé el sábado. Todos los amigos iban vestidos de tiroleses y el novio llevaba una peluca rubia de trenzas, medias altas y el dirndl, el clásico vestido bávaro.

Otro amigo que ha coincidido con varias despedidas este fin de semana me cuenta lo mismo, al darse cuenta de que el disfraz más repetido, es el de mujer.

Y claro, cuando siendo mujer, te cruzas con algo de este estilo, con un futuro novio llevando peluca, tetas falsas, un vestido que seguramente es de su novia y la cara medio pintarrajeada por sus amigos -que en su vida han cogido un pintalabios-, te preguntas que qué tiene de gracioso.

O, por qué les resulta en su grupito tan divertido que uno de ellos se disfrace de mujer. Que por qué tu género es una caricatura.

Una despedida de soltero feminista, pasaría por dejar a las mujeres fuera de la ecuación siempre y cuando su participación sea o como inspiración para el disfraz o bien porque deben desnudarse a cambio de dinero.

Porque ni somos un chiste ni un bien de consumo. Que es lo que se fomenta si continúas incluyendo esto en tu próxima fiesta o dejando que lo organicen por el grupo de WhatsApp sin decir nada al respecto, no vaya a ser que te llamen ‘cortarrollos’ o te acusen de ser menos machote que el resto.

Luego mándame la foto felicitándome el 8M, claro que sí.

Mara Mariño

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No lo llames ‘crisis de pareja’, es que tú haces más cosas en casa

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi madre tenía que dejar las camas de sus hermanos hechas.

Mientras vivía con sus padres, antes de salir de casa a cualquier cosa, mi padre no tenía que hacer nada.

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A ella le iban preparando para lo que iba a ser su vida futura: hacer las tareas a su marido. A él, nada.

Pasó de que su madre o su hermana le resolvieran todo, a que se encargara su pareja de hacerlo.

Y pensarás, «Bueno, pero eso era en los 80. Ahora las cosas no son así. Hombres y mujeres vivimos en igualdad

¿Seguro?

Voy hablarte de mi experiencia conviviendo en pareja: durante casi dos años, que la casa estuviera limpia era, en su mayoría, responsabilidad mía.

Y que no se me ocurriera decirle nada, que bastante había hecho él bajando la basura esa semana.

Para empezar, las tareas mayores -que si pasar la aspiradora, fregar y limpiar baño y cocina a fondo- de una vez a la semana, solo se hacían si yo insistía.

Si llegaba el lunes y yo no había dicho nada, la casa seguía sucia otra semana.

Las tareas menores, a las que también hay que dedicarles tiempo (limpiar el cubo de la basura para que no huela, pasarle a los cristales de la casa, repasar los estantes de la nevera para limpiar los restos…) eran cosas que él no parecía ver.

Solo entraban en mi radar visual y claro, como él no las apreciaba, ni las hacía ni las reconocía cuando estaban resueltas.

Llegó un punto en el que sentía -sin querer ser madre- que tenía un hijo adolescente que dejaba la ropa sucia por todas partes y protestaba cuando le pedía que se involucrara en la división del trabajo doméstico.

E, irónicamente, convivir con alguien tan dejado, y poco comprometido con nuestro espacio, consiguió que perdiera puntos de atractivo.

A más pasota y desordenado, menos me apetecía follarle. Así te lo digo.

En cambio, era en las ocasiones que le veía con los guantes de fregar rosas y un desinfectante en mano, que me motivaba por cómo los dos remábamos en la misma dirección.

Claro que el encanto se perdía cuando me preguntaba, una vez más, si quedaba leche en la nevera y los dos teníamos la cocina a la misma distancia.

O quería saber dónde había dejado esto o esto otro. Que le recordara los cumpleaños de los amigos en común o me encargara de organizar los planes conjuntos, porque él estaba muy cansado.

O que siempre tuviera que ser yo la que estaba pendiente de la fecha para hacer el ingreso del alquiler en el banco.

Yo no estaba cansada, claro que no. Trabajar 8 horas al día, volver a casa, ver que seguía teniendo que hacerme yo cargo de cosas que para él nunca se ensuciaban, hacer compra casi a diario, cocinar para los dos y ponerle la lavadora de la ropa de spinning, es algo que me permitía desconectar.

Con el tiempo, me sentía más y más frustrada de todo lo que me tocaba hacer. Y sí, cada vez tenía menos paciencia.

Cuando pierdes la cuenta de las veces que pides que no deje las zapatillas por medio -porque vuelves a tropezarte con ellas-, no te sale un tono  dulce y cariñoso. Te sale enfadarte. Y discutís.

Era cuando pensaba si estábamos hechos para estar juntos. Si eso iba a funcionar o si me había equivocado y esto demostraba nuestra incompatibilidad.

Pero lo que tenía no era una crisis de pareja, sino un mal reparto de las tareas domésticas que se traducían en que yo asumía todo: lo hecho y por hacer.

Curiosamente, esto no me pasaba solo a mí. Mis amigas estaban en el mismo punto.

Todas las que convivíamos en pareja, menores de 30, que habíamos recibido una educación más igualitaria, éramos empleadas domésticas, asistentes, enfermeras y secretarias de nuestros novios.

Y todas estábamos hasta las narices.

Hablarlo entre nosotras nos permitía desahogarnos, quitarle hierro y hasta reírnos, pero seguíamos teniendo el mismo problema.

Además, sabíamos que seguir recordando las cosas por hacer terminaría desembocando en una discusión de pareja, por lo que preferíamos ‘tener la fiesta en paz’, asumir lo que quedara pendiente -más carga sobre nuestros hombros- y seguir adelante.

Así, la casa estaba limpia y nuestra pareja contenta. Nosotras quemadas, eso sí. Hasta el moño de la convivencia en pareja y soñando con un reparto al 50-50.

Volver a estar sola, ocupándome solo de lo mío, me ha devuelto la felicidad de que ya no tengo esa fuente de conflictos. No me hago cargo de nadie.

Pero la solución no está en que las mujeres solo podamos ser felices en pareja si estamos en sitios aparte, atendiendo solo a lo nuestro.

Sino en aprender a convivir juntos y que cada uno se haga cargo de lo que se ve y no se ve a primera vista, de la mitad (real) del trabajo.

Mara Mariño

¿Soy mala feminista si quiero que me pidan la mano?

Esta semana una de mis compañeras de trabajo nos ha dado el notición: su novio le hizo la gran pregunta y se casan el año que viene.

Además de la alegría que me ha dado comprobar que no solo las historias de amor llegan a su fin en estos dos años tan raros, hablaba con ella sobre si el hecho de tener ilusión por recibir la petición nos convertía, instantáneamente, en malas feministas.

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Ya no basta con defender los derechos de las mujeres a nuestra manera, movilizándonos en redes o en persona, sometemos a un escrutinio constante situaciones de nuestra vida como puede ser esta. Y el miedo ante nosotras mismas, de no estar a la altura de nuestra propia ideología, nos paraliza.

Si retrocedo en el tiempo, buscando el origen histórico de la pedida de mano y cómo ha evolucionado desde entonces, la respuesta es rápida y tranquilizadora.

La herencia de las peticiones de matrimonio clásicas vienen del Derecho Romano, ya que era el padre quien tenía el poder para conceder su autoridad al pretendiente.

No era más que un mero intercambio del dominio sobre la mujer -que por cierto, ni pinchaba ni cortaba-, quien pasaba desde la boda a pertenecer al marido.

Por suerte, el emancipamiento femenino ha convertido en una costumbre libre de connotaciones posesivas el trámite de la pedida.

Nosotras decidimos a quién damos la manus (nombre que recibía la norma, de ahí que hablemos de pedir la mano) o si solicitamos por nuestra cuenta la de la otra persona.

El primer triunfo del feminismo fue que dejáramos de ser considerada una mercancía a la hora de unir nuestra vida a la de alguien más. El segundo, poder tomar la decisión de cómo queremos que suceda la pedida.

Es raro que el tema no salga en algún momento mientras dura la relación con otra persona. Por lo general, sentar las bases y llegar a un punto que satisfaga a ambos en una conversación (o varias) es también establecer un acuerdo igualitario.

En el caso de mi compañera, sabiendo su pareja la ilusión que le producía la tradición, el ‘trato’ era que él hiciera la pregunta en algún momento.

Para lectoras que, como yo, vemos la boda propia como un momento especial -pero tampoco nos entristecería que no llegara a suceder-, no tendría problema en ser quien hincara rodilla si sé que la otra persona quiere de corazón vivir esa experiencia.

Ambos casos pueden parecer distintos, pero el trasfondo es el mismo. Cada mujer es un mundo y tener la posibilidad de hacerlo de la manera que queramos -porque es cada una quien lo ha decidido así-, es un logro de la igualdad.

Conclusión: es tan feminista una pedida como la otra.

Ahora, ¿son igual de populares? Todavía no, pero tiempo al tiempo.

Aunque cada vez se vea con más normalidad que salga de nosotras la propuesta o sea una conversación entre ambos -como fue el caso de mis padres-, los años adoptando un papel pasivo pesan a nuestras espaldas.

Hace unos meses, en una tarde melancólica que solo parece pedir una buena película romántica, cayó Tenías que ser tú.

Una enamorada Amy Adams recorre Irlanda para pedirle a su pareja la mano porque, según a tradición irlandesa, el 29 de febrero una mujer puede proponerse.

Esta trama con pedida de mano a la inversa estaría bien planteada de no ser por el mensaje de fondo, ese de que, en cualquier otra fecha, que una mujer hiciera eso le haría quedar como desesperada (una idea que sí me parece machista, por ejemplo, aunque la banda sonora es una fantasía).

En 11 años que han pasado desde que salió la película han cambiado las cosas. Y quiero pensar que si fuera un filme moderno de Netflix no solo la protagonista le pediría casarse en cualquier momento, sino que lo haría en un fotomatón o en un festival itinerante por el desierto.

Volviendo al hilo, el feminismo es un aprendizaje constante que nos hace cuestionarnos todo lo que hemos aprendido, las propias decisiones que tomamos y el mundo que nos rodea, pero es tan sencillo como limitarlo a la igualdad entre hombres y mujeres, sea la situación que sea.

En este caso, ser tan libres como ellos de diseñar el matrimonio desde el momento de hacer oficial el compromiso.

Nos permite preguntarnos si realmente queremos pasar por una tradición como es una boda, una pedida al borde de un acantilado o cualquier costumbre que traemos ‘de serie’ pero igual, razonándola un poco, no van con nosotras.

Si por lo que sea, ese romanticismo nos encanta, por favor, no renunciemos a celebraciones con cientos de flores, discursos de amor eterno o que nuestro padre nos lleve del brazo al altar. La igualdad significa que nuestra vida sea lo que decidamos libremente y podamos ser quienes queramos.

Duquesa Doslabios.

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¿Es para mí la monogamia? Lo que se plantean algunas parejas en el estado de alarma

Pasar las 24 horas del día junto a tu pareja ha sido una de las pequeñas ventajas para las personas que, como yo, solíamos coincidir poco antes del estado de alarma.

DEREK ROSE

Y aunque creo que mi caso es uno de los más afortunados -quitando las típicas discusiones y algún que otro momento de necesitar un poco de espacio hemos sabido llevarla-, hay parejas que no sienten lo mismo (preparaos, la temporada de las rupturas está al caer).

Pero quitando quienes han descubierto que prefieren terminar la cuarentena estrenando soltería, la mayoría de parejas hemos tenido que dar un paso más en la relación.

De una u otra manera, creo que tanto quienes estamos teniendo que convivir en pareja, como los que han pasado la cuarentena separados, hemos tenido que crear normas o dar con ideas para hacer más llevadera la situación.

Volvernos imaginativos en el sexo, crear romanticismo -incluso cuando solo se puede crear una cita en las cuatro paredes de casa-, o intentar no pagar los enfados del trabajo con el otro serían algunos de los ejemplos más comunes.

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No han sido los únicos, podría haber relaciones planteándose lo de tener sexo solo con su pareja.

Según el estudio que analiza el comportamiento sexual de los españoles en cuarentena realizado por JOYclub, comunidad basada en la sexualidad liberal, la idea del intercambio de pareja se ha pasado por las cabezas.

Un 40% ha hablado o pensado en hacer un intercambio de pareja cuando la situación vuelva a la normalidad, afirma el estudio.

Y más allá de que, para su primera vez, el 88% preferiría que fuese con amigos mientras que el 15% cree que los desconocidos son mejor opción, lo que en realidad esto da a entender no es tanto que nos estemos planteando experimentar con este tipo de intercambios.

En mi opinión, si alguna conclusión se puede sacar al respecto, es que hay quienes se están planteando la monogamia, quizás de una manera como nunca antes.

Quizás vernos obligados a estar juntos en todos los aspectos con solo una persona ha sido determinante a la hora de descubrir que, por mucho que socialmente aceptemos el ‘felices para siempre’, lo cierto es que la sexualidad liberal cada vez parece ganar más fuerza como alternativa a la convencional pareja.

Según la comunidad del estudio, esas nuevas prácticas pueden ayudar a fortalecer la confianza en una relación y abrir nuevos horizontes en el sexo.

Que no estemos acostumbrados, no significa que no debamos entenderlo y respetarlo. Al final, es tan libre la elección de quien quiere estar solo con una persona como la de quien decide que no es lo suyo.

Duquesa Doslabios.

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Si uno no quiere casarse, ¿es mejor terminar la relación?

Cuando te toca pasar la cuarentena con tu pareja, es normal que salgan todo tipo de conversaciones. Desde con qué superhéroe de Marvel se identifica cada uno hasta comentar largo y tendido la desinfección de objetos de la casa.

PIXABAY

Hablando de tantas cosas, era de esperar que en algún momento se colara el tema de dar el siguiente paso, especialmente teniendo en cuenta de que llevas casi las 24 horas de los dos últimos meses con la misma persona.

Y sorprendentemente, lo habéis llevado genial. La casa sigue entera, se han superado las pequeñas discusiones y, lo más importante, sabes que en la próxima cuarentena, repetirías de compañía sin dudar.

Así que parece hasta lógico hablar del tema. Alejarse de las espectaculares pedidas de película y, sentados en el sofá de siempre, soltar un «quiero más y lo quiero contigo».

A partir de ese momento pueden pasar dos cosas. Que por la cabeza (y el corazón) de tu pareja también rondara esa idea, que estéis en el mismo punto y queráis exactamente lo mismo o que no.

Ya sea una por cuestión de tiempo, emociones, madurez o compromiso, pero que no entrara en sus planes.

Ese momento de choque tiene la importancia que queramos darle. Habrá a quien no le preocupe en absoluto (aunque me cuesta creer que queriendo avanzar en la relación se lleve bien que la pareja no quiera hacerlo al mismo ritmo) y habrá para quien esta diferencia suponga un mundo.

Cuando se quiere realmente a esa persona, la única alternativa posible ante esta respuesta es esperar. Esperar a que llegue ese día en el que entre en sus planes, esperar a que se sienta lista a dar el paso, esperar a que «le llegue la edad»…

Una espera que se vive con una mezcla entre ilusión y miedo porque el premio al final de la espera es el mayor de tu vida, pero al mismo tiempo, con la preocupación de que pasen los años y vuelvan a necesitar una ampliación del plazo para decidirse.

Y es que, por mucho que haya amor, que la persona que tenemos delante sea la que imaginamos a nuestro lado cada día, es también una prueba muy significativa en la relación el querer dar ese paso, otro ejemplo de que se rema en la misma dirección.

Así que, en mi opinión, al igual que entiendo que haya quien no quiera verlo todo perdido por mucho que le toque ocupar el banco de la paciencia «en el nombre del amor», sí podría ser una buena razón para, si no se ven las cosas claras por parte de la pareja, plantearse ponerle fin a la relación.

Lógicamente, hay muchas cosas que sopesar antes de tomar la decisión de romper. Pero el primer compromiso debería ser hacia uno mismo. Y si lo que se quiere es comprometerse, debemos respetarlo. Al igual que hay que se respeta que la pareja no quiera hacerlo.

Duquesa Doslabios.

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