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El morbo (machista) de las agresiones sexuales

Hace poco, una seguidora me preguntaba si, como periodista, veía normal la cobertura que se había hecho de un asesinato por violencia machista en su ciudad.

En el artículo que me enviaba, no faltaban detalles acerca de qué partes del cuerpo de la víctima -y de qué manera- había forzado el agresor.

«No he podido terminar de leerlo», me escribió confesando que le daba náuseas. Respondiendo a su pregunta, sí, ese tratamiento mediático es lo normal.

mujer violencia machista

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De las primeras cosas que nos contaban en la carrera de periodismo es que cubrimos el servicio de informar a la ciudadanía de manera veraz, que nos debemos a la audiencia y a la objetividad.

Y, de la misma forma, el periodismo se moldea a la sociedad a la que comunica, convirtiéndose en un reflejo de sus valores e intereses.

Así que no se puede evitar: el periodismo es machista.

El periodismo es machista cuando hay un perfil concreto que es un factor añadido de interés, el de las víctimas femeninas.

Delitos a menores de edad y mujeres son los sucesos que más atraen a la ciudadanía. Y vemos ese alto impacto en casos como Diana Quer o Marta del Castillo.

La amplia cobertura responde al «síndrome de la mujer blanca desaparecida», que lo llama la periodista Paula Carroto, refiriéndose a la atención que se produce sobre un caso en el que una mujer joven, atractiva, de clase media o alta, procedente de una familia estructurada, está desaparecida o es asesinada.

Son las que se usan como gancho para que esa voracidad informativa se vea satisfecha. Y la razón responde al problema estructural del machismo, ya que el público percibe a las mujeres y los menores como sujetos débiles.

De esta concepción parte la conmoción ante los hechos que hayan podido experimentar y es cuando el sensacionalismo brilla en todo su esplendor.

Del sensacionalismo del crimen a la sensibilidad

Temáticas como la violencia, el escándalo, la polémica, una tragedia, el sexo u otras intimidades son empleadas para lograr una mayor efectividad a la hora de transmitir la noticia.

Por ello, esa excesiva narración de las agresiones es algo intencionado para aumentar el interés (y los clics) del público sobre el caso.

Pero aquí encontramos dos problemas: que o bien se potencia la brutalidad de los hechos delictivos o bien lo sucedido a las mujeres raya la pornificación, por la manera en la que se construye la narrativa.

«Lo que tienen que relatar son las lesiones resultantes, no las agresiones, a mi modo de ver», explica Cristina Fallarás, escritora y periodista española que además ganó el Premio Buenas Prácticas de Comunicación No Sexista.

«Es decir, no ‘penetración anal’ sino desgarro anal severo, alteración en las funciones del esfínter, trastornos varios… No cómo sucedió la agresión, sino qué lesiones de todo tipo provoca en la víctima y cuáles son sus consecuencias».

El sesgo de la cobertura mediática ‘normal’ -normal por frecuente, no porque sea su estado natural- se hace aún más evidente cuando nos resulta imposible imaginar esas descripciones que leemos diariamente a la inversa, es decir, si fueran sufridas por hombres.

O si imagináramos las acciones de un cura pederasta -que en nuestro país tenemos unos cuantos casos- en ese mismo estilo de crónica de sucesos.

Nos llevaríamos las manos a la cabeza y tacharíamos a ese medio de hacer apología de la pedofilia, así como de violar los derechos fundamentales de los menores.

Puede parecer sorprendente para un 44% de la población, pero las mujeres también tenemos derecho a nuestra intimidad y a ser tratadas dignamente.

Rehumanizar a las víctimas

No cebarse en la escabrosidad no es ocultar información ni negarle información a la ciudadanía, es respetar ese derecho humano de mantener una parcela privada, sin intromisiones de terceros, pero también dar ese trato mediático igualitario a las mujeres.

La apelación a la emoción de la audiencia, como afirma Cristina, no debería ir ligada a la lectura de hechos violentos y crueles, porque son caldo de cultivo de la revictimización.

Exponer a las víctimas a los detalles puede llevarles a recordar lo que sucedió, evocando su trauma.

Una cobertura más cuidadosa alejada de la ultraexposición promueve la recuperación, pero también evita que pueda afectar negativamente a su vida personal y profesional.

No necesitamos piezas informativas de alta calidad desde el punto de vista del morbo, sino de alta calidad humana, de concienciación, que fomenten la empatía y la comprensión del impacto de las agresiones sexuales.

Centrarse menos en la cosificación de las agresiones y más en la responsabilidad del agresor, es lo que conseguirá una nueva definición de periodismo de sucesos normal y un cambio más profundo como sociedad.

Esa sí es una manera efectiva de comprometerse con la erradicación de la violencia machista: dejar de hacer de ella un espectáculo.

Mara Mariño

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El mensaje detrás de la masturbación colectiva protagonizada por estudiantes brasileños

Los canales de difusión masiva han cambiado de manera radical cómo se difunden las noticias. De esta manera no solo nos enteramos al instante de lo que pasa en cada momento, sino que lo vemos también independientemente de la parte del mundo en la que se encuentre.

Es lo que ha pasado con el beso de Luis Rubiales y la vuelta al mundo que ha dado, pero también con las fotos modificadas por IAs de las alumnas de Almendralejo.

Pareciera que, de un tiempo a esta parte, los hombres mayores o menores de edad españoles, están encargándose de dejar bien claro que, por mucha igualdad que ostentemos en permisos de maternidad y paternidad, el nuestro es un país machista. Punto.

São Paulo

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Quienes hemos entonado el #SeAcabó que inició Jenni Hermoso, llevamos toda la vida con la misma cantinela.

Que esto no son manzanas podridas ni casos aislados, que no son casualidades ni una mala racha, que esto es un sistema que victimiza a todas las mujeres que se llama patriarcado.

Y sobre todo que es algo que pasa en todo el mundo, no solo en España.

Gracias a esa civilización informativa de la que formamos parte, nos ha llegado otro ejemplo de violencia machista ejercido por los estudiantes de medicina de la Universidad de Santo Amaro en São Paulo.

Las imágenes y vídeos virales de la veintena de chavales con los pantalones y los calzoncillos bajados masturbándose delante de dos equipos de voleibol femenino que estaban compitiendo, podrán hacernos dudar de si las nuevas generaciones de verdad harán del mundo un lugar mejor de las anteriores.

Pero no nos deja dudas del mensaje que transmiten sus acciones: «Nosotros tenemos el control».

«El control sobre nuestro cuerpo y nuestra polla, el control de sacárnosla cuando y donde queramos. El control de masturbarnos incluso en un lugar público sin que puedan pararnos».

«El control sobre el espacio, da igual que sea a plena luz del día o en un sitio frecuentado por gente, da igual que sea enfrente de un campo donde estáis practicando un deporte. A puerta cerrada en casa o en el campo de juego, todo es nuestro».

«El control sobre vosotras y vuestra sexualización. Vemos erótico que juguéis y así os lo hacemos saber. El control sobre vuestra concentración en el partido, da igual que estéis jugando, no sois más que el objeto de deseo de nuestras pajas».

«El control del foco de atención, el protagonismo. No es vuestro triunfo ni vuestra competición lo importante del día, es controlar la narrativa del momento y que sea, más que un evento deportivo, una película porno live action».

«El control de demostrar que somos muy machos. Fíjate si somos masculinos que nos pajeamos delante de todo el mundo en grupo. Y además gritamos mientras tanto para que a nadie se le escape lo varoniles que somos. Y nos aseguramos de hacerlo delante de un grupo de mujeres, por supuesto, porque si fuera frente a un equipo de hombres sería de gays y la masculinidad hegemónica ve con malos ojos la homosexualidad».

«El control del presente, porque la única consecuencia es una expulsión momentánea de la universidad durante unos días, y del futuro, porque somos estudiantes de medicina y en unos años estaremos trabajando de ginecólogos, cirujanos o anestesistas con mujeres adultas y/o menores de edad en consulta».

«Y también las controlaremos».

Mara Mariño

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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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¿Por qué hay rebajas de penas o excarcelaciones? Un abogado nos resuelve las dudas sobre la ley del ‘Solo sí es sí’

Puede que no lo supieras, pero esta es la primera vez de la historia de nuestro país en la que se legisla de algo tan importante y complejo para el sistema judicial como es el consentimiento.

De hecho, esa debería ser la razón por la que la Ley de Garantía de Libertad Sexual o conocida como Ley del ‘sí es sí’, debería ser famosa.

Y no por las rebajas en las penas y las excarcelaciones de los agresores, lo que realmente ha conseguido que esté en boca de todos estos días.

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Yo he sido la primera que, defendiendo la libertad sexual, no entendía cómo podía ser que una ley que supuestamente la garantiza, tuviera una cara tan oscura como la de liberar a agresores condenados con antelación.

«¿Es que nadie había pensado en las víctimas?», me preguntaba.

Y sí, sí que se ha pensado en las víctimas, pero hay tantos factores alrededor de una ley que pueden verse afectados por razones externas, que acudí a un amigo abogado para que me ayudara a entender lo que estaba sucediendo.

Mi entrevista con Emilio Marfull, abogado penalista experto en extranjería, comienza por la razón que hay detrás de esas excarcelaciones (20 hace unos días) y las 259 reducciones de pena.

Algo que se resume en que se han unificado los delitos de abuso -cuando no había fuerza e intimidación- con violación -casos en los que sí lo había- pasando a llamarse todo ‘agresión sexual’.

Con este cambio se evitaría que la víctima tenga que demostrar si hubo o no fuerza, todo lo que implique falta de consentimiento explícito sería considerado agresión.

«Es una mejora para las víctimas, que no tienen que demostrar el uso de la fuerza para que sea considerado agresión, pero un fallo en cuando a la duración de las penas«, dice el letrado.

Pero, ¿cómo no se pensó en la consecuencia? «Es una cosa bastante evidente hasta para una persona que no tiene conocimiento de Derecho. El problema es que no hay que ver las decisiones en penal como solo ese delito aislado», dice Emilio.

«Se pedía una rebaja porque no tiene coherencia con las penas no tan elevadas respecto a las que tienen delitos sobre la vida como el homicidio», explica. Es decir, para distanciar más el bien jurídico de la vida y el de la libertad sexual, ya que el de la vida está bastante por encima, de ahí que se reduzcan los años de todo lo que no atente a esta.

«Pero la diferencia de penas no representaba esa distancia. Había que reducir las penas de ciertos delitos, ya que en relación a ellas, otros delitos que afectan a bienes jurídicos más importantes quedarían infrapenados», comenta el experto, aunque si bien admite que «se preveía que esto iba a pasar», dice en cuanto a las rebajas y excarcelaciones, la consecuencia más directa.

«Al reformar un delito para englobar otro delito que ya existía, tienes que hacer este tipo de ingenierías», explica el letrado. Así como analizar «qué penas hay con bienes por encima y bienes por debajo, para que el catálogo de penas en su conjunto tenga una sistemática».

«Mirándolo desde una justificación teórica puede estar bien ajustar las penas para que sean coherentes. Pero no si te lo dicen desde una perspectiva más práctica, pensando en las propias asociaciones de víctimas y de juristas», afirma Emilio.

Ahí es donde reside una de las críticas en la elaboración de la ley, que no se haya escuchado como se debería a quienes verían y vivirían las consecuencias que iba a tener esto de ver a sus agresores puestos en libertad antes de tiempo, con el impacto que puede causar en sus vidas.

Uno de los mayores problemas, según el abogado, es que el «el Sistema Penitenciario está infradotado de recursos para generar la reinserción social y evitar reincidencias», comenta el penalista.

Y es algo que se ve en el perfil de algunos de los excarcelados, como por ejemplo un hombre en Oviedo, ​condenado por dos delitos de violación consumada, un delito de violación en grado de tentativa y un delito de agresión sexual en grado de tentativa. O el hombre que violó a sus hijas menores de edad en varias ocasiones.

El primero ya ha sido excarcelado, el segundo ha tenido una rebaja de pena de dos años y cinco meses.

 

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A favor del reo, el artículo 2

Que tantas penas se encuentren en revisión se debe a que la ley se va a aplicar con carácter retroactivo, lo que significa que los casos de violencia sexual cuyos agresores hayan sido expresamente condenados a la pena mínima, siempre que no concurran agravantes, verán que esa pena mínima se ha reducido tras la reforma del código penal. Aunque existen mecanismos para evitar esa reducción de penas.

O, al menos, eso es lo que dice la teoría de la ley. «Desde la teoría tienen razón porque no deberían ocurrir estas rebajas si se interpreta la ley como hay que interpretarla, de manera sistemática» explica el jurista. «Es decir, entendiendo la normativa penal en su conjunto y no el nuevo delito de agresión sexual de manera aislada».

«Los jueces que interpretan así se están centrando en un artículo, que es el artículo 2. Si existía una pena mayor, y la nueva norma prevé una pena menor, se aplica la nueva norma por ser más favorable. Las normas penales solo tienen efecto retroactivo cuando son favorables, dice el artículo, que es un principio muy básico del derecho penal. Al llegar la nueva ley, lo fácil es aplicarla conforme al artículo 2, sin entrar en interpretaciones más complejas», comenta.

Pero ahí es donde entra que los jueces no estén contemplando la imagen en su totalidad, sino yendo a la aplicación de un artículo aislado y punto.

«Desde una perspectiva de lo que hay que hacer, según la interpretación hermenéutica tienes que juntar todo, entenderlo todo de manera sistémica, no quedarte solo con ese artículo. Qué más da que te bajen la pena mínima del delito de agresión sexual si luego tienes dos artículos abajo que te meten los agravantes», explica el letrado, ya que los agravantes suman años de condena.

En su opinión: «Los jueces comprometidos con el problema del machismo harán interpretación sistémica y tendrán en cuenta el resto del articulado del código. El legislador esperaba que ese ‘desvalor de la acción’ causado por el delito, fuera suplido por una interpretación judicial acorde a otros artículos del código penal -entre ellos los agravantes- y no quedara ahora cubierto ante la reducción de penas».

Siendo la primera vez que se está legislando sobre el consentimiento sexual «los jueces no se la juegan a ir a la par con la novedad. No se juegan su carrera supliendo con interpretaciones complejas la falta de una redacción más impecable por parte del legislador», comenta Emilio.

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Aunque también entra en escena la cultura patriarcal que pueden tener los jueces: «Son los políticos quienes les dejan margen de interpretación para poner en acción su cultura patriarcal. Si la ley se redacta de manera más estricta, menos interpretable, limitas el margen en que un juez puede verter su moral y su ideología en la aplicación de las normas».

«En el momento que la judicatura es pagada con dinero público para juzgar, los políticos tienen la responsabilidad de minimizar su margen de interpretación, más cuando se trata de una norma tan revolucionaria, tan nueva, y que sabes que puede encontrarse con el obstáculo de una justicia patriarcal». Algo que califica de «un error de novato».

«Tendrían que haber hecho una ley más perfecta. Desde una perspectiva electoral se podría haber aprovechado mucho más», opina.

¿Y la solución?

Aunque ahora mismo, según el abogado, «No hay tiempo para cambiar la ley», se ha propuesto desde el ministerio de Igualdad el plan con 10 medidas para subsanar los efectos adversos de la ley.

Aunque es algo que el PSOE ha rechazado por el momento anunciando que sí que habrá «retoques».

Preguntándole a Emilio cuáles serían las medidas para poder solventar los efectos de la ley, comenta como prioridad «reducir el margen de interpretación que puedan tener los jueces explicando cómo tiene que aplicarse la ley, para minimizar la existencia de la justicia patriarcal».

«Con esto limitas la aplicación del artículo 2», explica. «O directamente metes una disposición transitoria que dice que estas normas no se aplicarán ante delitos ocurridos con anterioridad a la aplicación, así sorteas la retroactividad».

Aunque eso no solucionaría el problema de que, en delitos futuros, las penas fueran menores. Pero no en un caso para el que afirma que no habría que centrarse en «establecer coherencia entre las penas de distintos delitos, ni equiparar las penas con los bienes jurídicos; no es el momento -y menos esta ley-, de jugársela con eso».

También hace hincapié en la concienciación de los jueces de cara a que incluyan los agravantes, ya que estos son los que pueden ‘compensar’ la reducción de años de pena con años extra. «Haber incorporado algún agravante como trato degradante o vejatorio, que haya varios involucrados…» son algunos ejemplos que aumentan el tiempo de condena.

«Ateniéndose a la reducción de pena del artículo 2, no se podría reducir la condena, porque quedaría parte de la acción sin castigar», explica reflexionando sobre el hecho de que los agravantes pudieran no haberse tenido en cuenta.

Lo que me queda claro, después de la conversación con el abogado, es que es un tema lo bastante importante como para que, la crítica que hagamos al respecto, sea constructiva.

Sí, que la aplicación teórica de la ley era una buena idea pensando en las víctimas en primer lugar, no tienen lugar a dudas.

Ahora, sabiendo que en su aplicación no se ha visto igual de reflejado y entendiendo que siendo algo nuevo y siendo todos humanos, errar es algo común, lo que resultaría decepcionante es que no aprendieran de sus errores.

La intención era (y es) buena, ahora necesitamos que la práctica también lo sea.

Mara Mariño

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De las mujeres que intimidan a los hombres

La última vez que me abrí Tinder, me dieron dos plantones. Con el tercero pude quedar y tomarme algo y aproveché para preguntarle por qué pensaba que podía ser que no habían querido quedar conmigo.

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En su opinión había dos cosas que podían echar para atrás a mis matches a la hora de conocerme.

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La primera, que hago pesas. No voy al gimnasio a la clase de yoga o spinning (que me parece perfecto). Voy al gimnasio a mover hierros.

La segunda, por supuesto, que escribía este blog.

En mi perfil no lo escondía. «Escribo un blog de sexo y pareja, puede que mi siguiente artículo vaya sobre ti«, era lo que aparecía más o menos.

Quizás era la idea de encontrarse leyendo mi experiencia en el espacio (siempre de manera anónima, claro), les hacía recular.

O a lo mejor el hecho de que, después de tantos años como la Lilih Blue de 20minutos, algo de sexo he aprendido.

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Fuera por lo que fuere, mi acompañante apostaba por esas dos cosas. Eran lo que, según él, me convertían en intimidante ante algunos ojos masculinos.

Porque sí, las mujeres intimidamos. O eso parece cuando otra de mis amigas me cuenta que, teniendo casa y viviendo sola, si conoce a un chico con el que quiere acostarse, este prefiere ir a su piso compartido antes que a donde vive ella.

O cuando otra conocida, centrada en su trabajo en el sector bancario, comenta que recibe un salario mensual muy por encima del de él.

Hasta el punto de sacarle un cero por la derecha.

Es curioso que ellos se sientan intimidados por nuestra fuerza, una vida sexual pasada, la situación de independencia o incluso por nuestro dinero.

Tanto que, lo que nuestras amigas pueden considerar éxitos, se convierten en factores que juegan en nuestra contra.

Mientras que, lo que a nosotras nos intimida, es que nos toquen sin consentimiento, puedan hacernos daño, forzarnos y destrozarnos.

Así de diferente es lo que puede echarnos para atrás a la hora de dejarnos llevar. De estar con él a solas.

Que hable de las mujeres de cierta manera, que sea un experto en artes marciales, que enseguida frecuente nuestro espacio y consiga que no lo sintamos más nuestro… En definitiva, que nos sintamos amenazadas, expuestas.

Al final va a ser verdad que lo que más les aterra a ellos es que una mujer ponga en peligro su ego.

Y lo que más nos aterra a nosotras es que nos ponga en peligro la vida.

Mara Mariño

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Así es cómo mi colegio permitía el abuso sexual hacia las alumnas

Creo que no hay una sola vez de las que un desconocido me ha metido mano en público en la que no me haya planteado si podría haber hecho algo para evitarlo.

Pero nunca si él podría haber hecho algo para evitarlo. Como decidir no tocarme en contra de mi voluntad, por ejemplo

Aunque fueron ellos los que tomaron la decisión de ir a por mi culo o pasarme la mano entre las piernas sin preguntarme, sin que yo quisiera, en mi cabeza le seguía dando vueltas a mi responsabilidad.

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¿Puedes culparme de verlo así? Piensa que fui a un colegio de monjas donde el uniforme era obligatorio. Y el de las niñas, por supuesto, era una falda de tablas.

Desde primaria hasta el último curso de secundaria corrías el riesgo de que alguno de tus compañeros tuviera la ocurrencia de levantarte la falda.

Y daba igual que fueras a quejarte a los profesores. El «son cosas de niños» le quitaba peso a su abuso.

Nosotras, en cambio, sentíamos la vergüenza por parte doble. Primero porque nos habían dejado, literalmente, en bragas.

Segundo porque era delante de toda la clase.

Y con una sensación de injusticia e impotencia de ver que nadie te ayuda, que nadie se lo toma en serio y que te toca aceptar algo desagradable. Eso se convierte en el día a día.

Dejaba el mismo sabor amargo que termina por convertirse en familiar cuando un grupo de desconocidos te grita obscenidades o pasa por delante de ti un hombre trajeado recién salido de trabajar, e invadiendo tu espacio personal, te dice que te lo quiere comer.

Pero tú te callas, porque por mucha vergüenza que pases, eso es más seguro que responder y que pueda reaccionar con violencia.

Para los profesores era una «trastada» sin ninguna maldad. Para nosotras el suplicio de que nuestra intimidad se viera expuesta.

Y ya ni te cuento de la pesadilla en que se convirtió cuando entramos en los años en los que nos venía la regla. Que pudieran ver las alas de la compresa era el culmen de la humillación.

Así que la solución del centro escolar, ante la creciente oleada de «subefaldas», fue la de aconsejarnos a las alumnas llevar pantalones cortos por encima de las bragas.

Si no queríamos quedarnos en ropa interior, teníamos que cambiar nosotras nuestra manera de vestirnos todos los días.

No se quedaba ahí. Quienes no llevaban este tipo de shorts y su ropa interior quedaba a la vista, eran consideradas unas «guarras».

Porque aún con la alternativa de los pantalones, preferían no llevarlos. Señal de que les gustaba que se lo hicieran y realmente querían quedarse en bragas.

Mi colegio nunca se planteó coger a los chicos de cada curso y enseñarles que lo que estaban haciendo estaba mal. Que debían respetarnos.

Lo que lograron fue que ellos pasaran todos sus años escolares aprendiendo que podían invadir la intimidad de sus compañeras mujeres sin que pasara nada.

Y nosotras la misma cantidad de años aprendiendo que era nuestra responsabilidad protegernos. Porque de no hacerlo el castigo sería ser humilladas con el estigma de disfrutar de aquel abuso.

Cuando cada día de los primeros años de tu vida aplicas el mensaje de que solo tú eres responsable de un abuso, ¿cómo no llegar a la edad adulta sintiéndonos nosotras culpables de que nos fuercen, nos silben, nos besen, nos violen o nos maten?

Y ¿cómo esperar que ellos respeten nuestro cuerpo, sin que nosotras les dejemos, cuando llevan accediendo a él desde siempre?

Duquesa Doslabios.
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Amigo, así es cómo te afecta la ley del ‘Solo sí es sí’

¿Piensas que es muy complicado ser hombre hoy en día? ¿Que vas a tener que ir con un contrato en el bolsillo y firmar ante notario si quieres tener sexo con una chica?

Este artículo es para ti.

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Vengo a explicarte de una forma sencilla cómo te afecta la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o, como la conocemos coloquialmente, la del «Solo sí es sí».

Por lo pronto, abuso y violación han pasado de ser considerados delitos diferentes a que ambos vayan a juzgarse como agresión.

Es decir, ya no es necesaria que haya violencia o intimidación para que puedas ir a la cárcel si haces algo en contra del consentimiento de otra persona.

Y cuidado, porque esto se aplica también a lo que suceda en la calle.

Si por un casual eres lectora, recordarás con todo lujo de detalles aquella vez que te tocaron por sorpresa en el vagón de metro, en unas fiestas de pueblo o cuando te asaltó ese desconocido en el parque siendo tú pequeña.

Ahora todo acoso callejero es considerado delito leve y se puede penar con multas o hasta un año de cárcel. ¿El secreto para evitarlo si eres un hombre? Tan sencillo como no tocar a una mujer que no te ha dado permiso.

De tanto reivindicar que las calles también son nuestras, la nueva ley también recoge el acoso callejero.

Comportamientos no deseados verbales que violen la dignidad de una persona -y sobre todo si se crea un ambiente intimatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo (cada vez que te sueltan el comentario troglodita de turno, en resumen), también será castigado.

Ante la duda guárdate para ti la opinión sobre cómo nos queda ese escote o las piernas que tenemos. No te la hemos pedido.

Respecto a tener que llevar siempre boli y papel encima para que quede claro que la relación entre ambos fue consentida, decirte que no, que no hace falta que vayas cargado.

Solo que aprendas que ni quedarse en silencio ni adoptar una postura pasiva significan que estén aceptando tener sexo contigo. Que esta vez no vale lo de «ella no opuso resistencia».

Y con los agravantes de si además se hace en grupo, es la pareja, un familiar o se usan sustancias para anular la voluntad de la víctima.

Así que antes de que salgas con el «Es que ya no vamos a poder hacer nada», déjame aclararte que no te tienes que preocupar.

Que vas a poder hacer de todo, pero con consentimiento, claro. Que igual es de lo que te estabas olvidando hasta ahora.

Y antes de despedirme, una noticia que, si eres amante del teclado, te puede interesar. Hasta el 26 de septiembre puedes inscribirte en los XV Premios 20Blogs y, además de llevarte el premio de 5.000 euros, formar parte de la familia bloguera. Si te quieres apuntar, tienes toda la información aquí.

Duquesa Doslabios.

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De cuando tuve sexo por (y con) miedo

Cuando hace unos años conocí a ese tío, el plan no podía parecer más normal. Unas cervezas por La Latina, conocernos, charlar…

Nos gustamos, sí. Al poco estábamos besándonos y dejó caer que su casa estaba cerca, si me apetecía cambiar el ambiente. De buena gana accedí y unos minutos después entrábamos por la puerta.

La misma que luego cerró con doble pestillo y me llevó a preguntarme -un pensamiento relámpago que me cruzó la cabeza-, por qué tanto cerrojo.

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Tuvimos sexo, sí. Y aunque en el bar tenía todas las ganas del mundo, cuando empezamos a enredarnos, se esfumaron.

Era violento, desagradable y doloroso. No estaba disfrutando, él me estaba haciendo daño dándome golpes, estrangulándome y encontrando todo tipo de prendas para inmovilizarme.

Y mientras pasaba de una a otra zona de mi cuerpo a mano abierta sin que pudiera resistirme, yo pensaba en los dos cerrojos, en que estaba muerta de miedo y que solo quería ver abrirse esa puerta de nuevo.

En ningún momento le dije lo que estaba sintiendo, no abrí la boca. Nadie sabía ni dónde ni con quién estaba, había entrado por mi propio pie a su casa y había accedido a tener sexo.

Ya era lo bastante feminista como para saber qué iba a escuchar al respecto si alguna vez contaba la historia.

Solo quería una cosa, que acabara rápido y poder irme a mi casa. Algo que pasó una hora más tarde. Él volvió a escribirme, se lo había pasado genial, quería verme de nuevo, que volviéramos a quedar. A día de hoy, aún me sigue en Instagram.

No sé cuántas veces me he preguntado por qué no hablé, por qué no le expliqué que no me sentía a gusto con él y prefería marcharme.

Ahora le doy la enésima vuelta con una amiga después de salir de ver Una joven prometedora y me dice lo que sé pero me duele escuchar: que a todas nos ha pasado algo parecido.

Porque entonces la conclusión es clara. Preferimos pasar una experiencia que seguramente nos marque, de una manera o de otra, por miedo. Miedo a asumir las consecuencias de un «No quiero seguir haciendo esto». Miedo al peligro.

Ya se ha encargado la sociedad de hacernos entender que, lo mejor que te puede pasar si te fuerzan, si te violan, es que no digas nada ni haya vídeos al respecto que se puedan viralizar.

Porque el silencio, el anonimato, es preferible a eso.

Vivir una vida tranquila con marcas de violencia que solo tú eres capaz de seguir viendo años después es mejor que un escrutinio nacional, que saber que tu violador -o violadores-, están libres y que tú, algo habrías hecho, llevado puesto o bebido para merecerlo.

O que tú querías tener sexo (aunque luego cambiaras de idea).

Duquesa Doslabios.

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No tienes perdón si te quitas el condón

Sí, sabemos que el preservativo no es lo más cómodo del mundo. Que os aprieta, que os quita sensibilidad, que no lo notáis igual y que preferís tener sexo sin él.

Pero también sabemos que no tenemos garantía de dónde la habéis metido previamente (por mucho que nos juréis que solo lo habéis hecho una vez con vuestra novia de toda la vida) y que preferimos no arriesgarnos a tener una ETS por un rato incómodo que podáis pasar.

Además, cada vez hay más opciones de diferentes tamaños, texturas y grosores para que sea casi como estar piel con piel.

UNPLASH

Lo que no se justifica en ningún caso es que, en pleno polvazo, hagas la de quitártelo sin decir nada.

Si alguna vez lo has llevado a cabo, deberías saber que acabas de cometer un delito que se llama stealthing, ya que penetrar sin preservativo ni consentimiento es una forma de abuso sexual. Y en España, desde 2020, está penado con la cárcel.

Amiga, si eres tú la que ha sido víctima (además de mandarte mucho apoyo) quiero recordarte que puedes ir a denunciar. Nadie tiene derecho a decidir sobre tu cuerpo, tu voluntad debe ser respetada en todo momento.

Están atacando tu libertad sexual y haciendo un contacto con el que tú no estás de acuerdo.

Que por mucho que tengas ganas de sexo, nada justifica que te veas en una situación de peligro (que además de afectar a tu salud, puedes jugártela con un embarazo no deseado).

Y si eres tú el que se plantea ponerlo en práctica -o alguna vez lo has hecho porque eres así de egoísta y kamikaze (tú también te puedes contagiar de una venérea, no te olvides)-, decirte que muchas de nosotras lo pasamos (realmente) mal con la regla y no vamos lanzando tampones manchados a la gente.

Nos aguantamos y respetamos que puede que el señor que espera el Metro no tiene por qué querer llegar a la oficina con un churretón de sangre menstrual.

Es tan fácil como respetar la decisión de la otra persona y que si dice con condón, es con condón en todo momento. Sin negociación.

Duquesa Doslabios.

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¿Una diferencia entre ‘Los Bridgerton’ y ‘Juego de Tronos’? Cómo se graban las escenas de sexo

Hay todo un mundo de distancia entre los desnudos o escenas íntimas que podíamos ver en Juego de Tronos y las de ahora en series como Los Bridgerton, Sex Education o Euphoria.

Antes bastaba con incluir en el guión que tocaba quitarse la ropa, un coito, la interpretación de una felación… Las nuevas producciones cuentan con una figura nueva en el set: la coordinadora de intimidad.

Netflix

Un puesto que idea la coreografía para la filmación de los momentos sexuales después de un encuentro previo al rodaje entre los actores, comunicando sus preferencias.

Una reunión para saber qué les haría sentir cómodos para crear una escena capaz de respetar todos los límites.

Como si fueran una lucha o parte de un momento musical -con todos los bailarines moviéndose de un lado al otro- las escenas de besos y caricias, se ensayan y se graban siguiendo los pasos.

Y lo raro es que, hasta ahora, esto no existiera, no fuera necesario. Que todo lo relativo a escenas íntimas quedara en manos de un director que hacía y deshacía sin tener en cuenta los deseos de los actores.

Solo si nos da por repasar algunas de las escenas de películas de éxito podemos entender la dimensión del problema. Cuando no siempre los contactos físicos o la desnudez han sido fruto del consentimiento.

Como el caso de una Maria Schneider de 19 años que no sabía que iba a ser forzada por Marlon Brando debido a la ocurrencia de Bernardo Bertolucci en El último tango en París.

Por su idea de untar sus genitales con mantequilla delante de la cámara sin que ella estuviera informada y quitándole hierro con el «Es solo una película».

Ese es el problema, que cuando ella pasó el resto de su vida sin poder volver a desnudarse delante de una cámara -con varios intentos de suicidio por el camino y adicción a las drogas-, no es solo una película ni una serie.

Es la historia de siempre, de forzar en contra de la voluntad. Y, en este caso, en el nombre de un bien mayor, que ya puede ser la próxima película ganadora de varios Oscar o la serie estrella de la plataforma de streaming de turno.

Porque solo sabiendo a qué atenerse, qué va a pasar y respetando dónde están los límites, se puede trabajar con dignidad.

Eso también forma parte de los derechos humanos, el derecho a «condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo», condiciones que no pasen por sentir miedo, humillación, sometimiento o abuso.

Así que si la solución es convertirlo en una danza de caricias y besos detallada en el guión, que se haga desde ahora y en todas las producciones, ya sean películas o series.

Sin que se repita la historia de una Emilia Clarke llorando en el baño antes de rodar la escena de Daenerys desnudándose, la de una Emma Stone padeciendo un ataque de asma en plena escena de sexo por la tensión a la que estaba sometida o la de Evangeline Lilly en Lost sin poder dormir después de ser grabada semidesnuda.

Sin más nombres de mujeres que terminan con los nervios destrozados en el nombre del séptimo arte ni de ningún otro.

Duquesa Doslabios.

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