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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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Cómo ‘milf’ y ‘dad bod’ reflejan desigualdades de género en la sexualización a los 40

El otro día subía un vídeo hablando del dad bod, un concepto que se utiliza para definir los cuerpos de hombres de mediana edad que no están en forma.

Literalmente es la traducción al inglés de ‘cuerpo de padre’, un término que se ha popularizado en los últimos años en un sinfín de artículos poniendo como ejemplos de esta constitución a actores como Leonardo Di Caprio, Adam Sandler, Pierce Brosnan o Javier Bardem.

O, como se les llama también en español, «fofisanos».

hombre bata dad bod

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Según la revista GQ en uno de sus artículos, en concreto el de Por qué el cuerpo de padre es sexy, el dad bod es «un cuerpo de tío sanote. Nada demasiado excesivo, pero un poco de tripa asomando bajo la tela de la camiseta».

Claro que en una sociedad que mide el éxito en términos de atractivo, a la vez que estipula los arquetipos de belleza, que una de las revistas masculinas más leídas se refiera en esos términos a la falta de tono físico en los hombres, no es casualidad.

Por otro lado, las revistas femeninas se sitúan en el otro extremo de la balanza. Ante la permisividad de esos famosos que posan en sus yates con una lata de cerveza, encontramos fotos de actrices o cantantes con brazos tonificados dignos de tenistas profesionales o abdominales de acero.

Nos hablan de la lista de famosas con cuerpazos a los 50 o se utilizan como ejemplos en artículos de Cómo estar mejor a los 50 que a los 30.

Es curioso el doble rasero de la prensa. El mensaje es que ellos pueden ganar peso y además seguir siendo considerados sexys, ya que el concepto de lo que es atractivo sexualmente se adapta para que entren en el espectro.

Nosotras, en cambio, no solo tenemos que estar delgadas, sino combatir al tiempo y estar más jóvenes que hace 20 años. Si no estás mejor a los 50 que a los 30, has fracasado. Si ellos están mejor a los 50 que a los 30, han triunfado.

El efecto ‘Homer y Marge’

La película de American Pie fue la primera en ponerle nombre a otro concepto que completa esta paradoja de la sexualización a partir de cierta edad en la sociedad.

Fue con el boom de la saga de comedias de instituto cuando se popularizó el término milf, que es la abreviatura de Mother I would like to fuck o, como se dobló en castellano, la «mqmf», «madre que me follaría».

Que le pusieran nombre fue la única novedad, las milfs en la pantalla llevaban mucho tiempo entre nosotras sin que nos hubiéramos percatado.

El premio se lo lleva Marge Simpson por la cantidad de años que estuvo la familia amarilla saliendo en nuestras pantallas.

Durante los más de 20 años que los personajes de Springfield nos han acompañado, la fórmula de Homer, gordo, amante de la cerveza y las rosquillas, y Marge, la devota madre de familia numerosa siempre delgada (nunca supimos sus comidas favoritas), son el ejemplo perfecto.

A ellos les siguieron Peter y Lois Griffin, Bob y Helen Parr (Los increíbles), pero también Diego y Lucía (Los Serrano).

El común denominador es el mismo: hombres fofisanos con mujeres que, después de la maternidad, mantienen una forma física estupenda. Y además son guapísimas.

En el momento en el que las representaciones que encontramos en las películas o series están reforzando estas ideas, nos encontramos con una cultura que perpetúa estos estereotipos de género en la sexualidad y construye no solo nuestra identidad sexual como individuos, sino en pareja.

Tener hijos cambia. Pero la sorpresa es que cambia hasta el punto de que si eres mujer se convierte en algo con lo que se te puede sexualizar.

La milf no se quedó en American Pie, es un término que se encuentra la pornografía y ha llegado a convertirse en una de las categorías más visitadas. Dad bod, por otro lado, no aparece en ninguna web de contenido para adultos.

¡Si encuentras hasta ilustraciones realizadas por fans de Marge Simpson, con un físico aún más sexualizado, ya que cambian las dimensiones de su cuerpo, en ropa interior, con posturas de sumisión o luciendo accesorios de BDSM!

De Homer no encontrarás este tipo de contenidos, lo que lleva a pensar que a las madres se las quieren follar, a los padres no.

Eso sí, no a cualquier madre, las mujeres que componen el imaginario erótico no tienen un cuerpo de haber pasado tres partos. No verás milfs con estrías en las tetas, la cicatriz de la cesárea ni tripas bamboleantes.

«Qué buena está la madre de mi amigo José», cantaba Dani Martín, no sabemos más de ella en el resto de la canción, lo importante quedó en esa estrofa.

En cambio, los hombres gozan con el privilegio de la aceptación. Su sexualización a partir de los 40 no cambia por mucho que sus cuerpos experimenten variaciones.

Siguen siendo percibidos como sujetos eróticos aún cuando su figura está menos esculpida.

Es más, volviendo al artículo de GQ, el dad bod se admira porque «no está obsesionado con el gimnasio», algo que se relata en el mejor de los sentidos. Los atributos que encuentras en el texto es que es un tío «auténtico» que está «cómodo» en su propia piel.

Pero, claro, es fácil estar cómodo en tu propia piel cuando al cumplir 40 años tu autoimagen no se ve atacada por los mensajes o referentes que nos rodean a nosotras.

Reimaginando la sexualidad a los 40

Cómo nos vemos físicamente no solo se construye con la opinión personal que nos formamos. El juicio externo nos valida o invalida porque mide cuán atractivos resultamos al otro.

Algo que además repercute de manera directa en nuestra vida sexual y relaciones de pareja, ya que es uno de los pilares de la autoestima sexual.

Sentir que a partir de una edad, tu cuerpo es menos aceptable, no solo es una desigualdad social porque nos afecta más a las mujeres que a los hombres.

También significa que habrá más probabilidades de vivir ciertas situaciones con incomodidad, vergüenza con nuestro propio cuerpo e incluso llegar al punto de sentir que la sexualidad es lo único que podemos ofrecer, tanto ante una pareja esporádica como en una relación.

Para terminar con una nota de esperanza, lo más revolucionario parte de la estimación de una misma, es decir desafiar y cambiar estas normas de género en la percepción de la sexualidad a los 40 pasa por autoaceptarse.

Que suena fácil, y no lo es, soy consciente. Pero puedes empezar por recordar que el cuerpo que tienes no solo es el tuyo (y por eso ya se merece mucho amor), sino que va a seguir cambiando y además va a seguir siendo capaz de experimentar un montón de placer que te va a hacer sentir genial.

Y, una vez reivindicado tu cuerpo, toca señalar también las narrativas de esos programas o películas en los que las representaciones corporales siguen este sesgo según los personajes sean hombres o mujeres.

Las relaciones de pareja sanas deben estar basadas en la igualdad, así que debe empezar en casa. Y es difícil que haya igualdad de condiciones si uno de los miembros puede aceptar sus cambios de la edad y el otro vive con la angustia, la presión y la inseguridad que le generan los mismos.

Así que, no solo es tarea nuestra sentirnos a gusto con nosotras, dar con parejas en las que la tónica habitual es el respeto mutuo es clave.

Hay una diferencia abismal entre tener a tu lado a alguien que te acepta con todo (edad, cambios corporales, de trayectoria, etc) y, una persona que fomenta esa presión (algo que puede pasarte a los 40, pero también a los 20). En cuyo caso lo mejor que puedes hacer es ponerle fin a esa relación.

En definitiva, la importancia de la sexualidad a los 40, a los 50 o a los 60, no debería estar ligada al aspecto físico. Necesitamos valores íntimos que se centren en la inclusividad, en la aceptación, en la igualdad, en el cuestionamiento de esas normas de género.

La única preocupación de nuestra vida íntima, según cumplimos años, no debería ser otra que centrarnos en ser flexibles y adaptar nuestra sexualidad a lo que nos va pidiendo el cuerpo y la mente en cada momento.

Mara Mariño

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‘Te vas a quedar soltera’

«Nunca tendrás novio», sentenció mi seguidor en una de mis publicaciones de Instagram donde daba mi opinión sobre el caso de Rubiales y Hermoso.

Podría haber contrargumentado mi análisis, haber dejado de seguirme, hasta haberme bloqueado, si me apuras, pero eligió esas tres palabras en concreto para tratar de hacerme el máximo daño.

«Bueno, tú podrás decir lo que quieras de la actualidad, del fútbol y hasta del machismo, pero nunca tendrás novio». Ese era su consuelo. Esa era mi ‘condena’.

mujer soltera

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Aquel comentario me hizo viajar al pasado.

A un pasado en el que, nuestras abuelas, a poco de convertirnos en mayores de edad, ya nos preguntaban por parejas, preocupadas de que todavía no estuviéramos casadas ante los ojos de Dios ni tuviéramos hijos (porque en ese momento de sus vidas, ellas ya habían sido madres).

Si además le decías que ibas a centrarte en tu carrera universitaria, que ibas a aprovechar para viajar y conocer mundo o aprender idiomas, y que traer un novio por Navidad no entraba en la lista de prioridades, porque además querías un novio adulto que se hiciera responsable de la mitad de la tarea doméstica y carga mental, el drama estaba servido.

En ese momento, tu abuela, al borde del colapso mental, manifestaba su preocupación diciéndote que «así no te va a querer nadie y te vas a quedar para vestir santos».

Conste que no culpo a nuestras abuelas. En sus tiempos, ser mujer era eso: nacer, crecer, casarte, reproducirte, limpiar, barrer y cocinar.

Y si no lo hacías, te quedabas destinada a adornar la iglesia que te pillara más cerca, asegurándote de que los ropajes de las tallas de santos y vírgenes estuvieran en perfecto estado (de ahí el origen de la expresión).

Mi seguidor era bien conocedor de este subcontexto machista cuando hizo el comentario. En un mundo donde el amor es lo que nos valida, es lo peor que se le puede decir a una mujer: nadie va a quererte, vas a ser una soltera.

Soltera.

La palabra que recibimos como una amenaza velada de ese futuro incipiente donde solo los gatos y las plantas son los seres vivos que nos acompañarán por el resto de nuestra vida.

Pero hay algo que él no podía imaginar. Esa idea ya no nos asusta y además es falsa.

 

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No hay miedo en la soltería por ‘culpa’ de unos padres que nos han educado en lograr lo que nos propongamos y sentirnos realizadas a través de ello.

Unos padres que nos han apoyado en una formación que nos permitiera ser independientes, hasta el punto de que no necesitáramos que nadie se ocupara de ‘nosotras’, porque podemos arreglárnoslas -no solas-, pero sí por nuestra cuenta.

Y vaya si caló el mensaje.

Les creímos hasta el punto de que, para muchas de nosotras, tener pareja ya no es una prioridad: es un complemento que si forma parte de nuestra vida, genial, pero si no aparece, no nos determina la felicidad.

Ya no necesitamos el amor romántico para sentirnos realizadas y la boda no es el culmen de nuestra vida.

Pero sí lo es ese ascenso merecido, el viaje a otro país con una cultura distinta a la nuestra, pedir una hipoteca a nuestro nombre, hacernos un viaje en coche de 600 kms, aprobar las oposiciones, ser madres solteras

Lo que nos preocupa no es echarnos o no novio, es el imparable cambio climático que significa que el de 2023 es el verano más frío que recordaremos en nuestra vida, nos preocupa que el sistema sanitario esté bajo mínimos.

Nos preocupa que la pensión que nos corresponda, nos permita tomarnos una cerveza en una terraza de Madrid, pero no una asistencia sanitaria para que nuestra calidad de vida no caiga en picado cuando no seamos independientes.

Pero sobre todo, que soltera no nos da miedo porque no significa sola. En el camino de priorizarnos, el núcleo duro está formado por familiares, compañeras y compañeros, amigas y amigos.

Y si estar soltera es porque llega a nuestra vida una persona cuya razón de incompatibilidad sea que rechaza el feminismo, pues sí, mejor estar soltera.

Aunque si pienso en el comentario, me encantaría decirle que identificarme con un movimiento que busca la igualdad nunca ha afectado mi vida sentimental.

Solo significa que de cara a establecer vínculos, resulto atractiva a un tipo de público que cree en la igualdad entre hombres y mujeres y que, de la misma manera, yo me fijo en las personas que comparten mi mentalidad.

Pensando de esa manera no es que tengas más posibilidades de quedarte soltera, lo que tienes son más probabilidades de tener una pareja feminista.

Mara Mariño

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‘Machos Alfa’, la nueva serie que se cuestiona la masculinidad (más o menos)

Durante las fiestas he sido de las que se ha enganchado a una de las novedades de Netflix (y se la ha ventilado en un pestañeo, no me escondo).

Pero la combinación de serie que reflexiona sobre la masculinidad, junto al puntito de comedia y el casting, era demasiado tentadora.

machos alfa serie Netflix

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Machos Alfa hace muchas cosas bien. La primera y más evidente es poner sobre la mesa que los hombres ya no son los mismos.

O quizás sí son los mismos, pero es la sociedad la que ha cambiado y eso les obliga a cambiar.

Y eso, en un país como España, donde las cifras de violencia de género nos siguen poniendo la piel de gallina a diario, es hablar del elefante que estaba (y aún está) en la habitación.

Los cambios en los roles, cómo avanzan las relaciones y mutan con el paso del tiempo y, por supuesto, el feminismo, son algunos de los hilos conductores de la vida de los cuatro protagonistas.

Tengo también que decir que Machos Alfa dista mucho de ser perfecta.

Que los retratos de ciertas mujeres, como desquiciadas y amenazando con conductas tan tóxicas, como es poner la integridad física de alguien en peligro o amenazar, me han rechinado.

 

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Porque, si bien pueden existir casos así, no son lo que reflejan las estadísticas en cuanto al género de los culpables de violencias se refiere.

Yo he ido de copiloto con mi exnovio mientras él se cambiaba al carril contrario en plena Castellana y aceleraba, después de decirle que quería terminar la relación.

Y sé de amigas que han tenido experiencias parecidas.

Verlo en la pequeña pantalla, casi como un gag de comedia, con los papeles invertidos, fue como si la persona que te empieza a gustar mucho te hace gaslighting.

Como si la serie me dijera que bueno, que quien oye algo del estilo tiene todo el derecho a ponerse así y que al final, no es tan terrible, hasta hace un poco de gracia.

Solo que cuando eres tú quien no puede salir del coche, no la hace para nada.

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En Machos Alfa el mundo es un poco al revés, ellas son las exitosas, las que quieren relaciones abiertas, las que solo usan Tinder para follar, las que manipulan y las que se aprovechan del sexo para conseguir sus objetivos.

Y ellos los que sufren, quienes se ven injustamente expulsados de su casa, de su vida anterior o los que se ven inmersos en una espiral de citas en la que, aparentemente, no tienen ningún interés, pero luego sus exigencias van aumentando en cuanto al aspecto físico de sus ‘pretendientas’.

Con todo, me quedo con lo positivo de Macho Alfa y es que haya una serie que toque estos temas (y haya coronado el top 10 de lo más popular de la plataforma de streaming durante más de una semana).

Porque nos recuerda la importancia de hablar de las cosas, y si algo hace la ficción es darle visibilidad al machismo de una masculinidad que pedía a gritos una actualización.

Ya que de todo lo que no se habla, es como si no existiera, la apuesta de Netflix pone el foco en que sí, hay muchas cosas que cambiar, en que no se puede cosificar, seguir haciendo piropos a diestro y siniestro, llamando «chochetes», «golfa»…

Pero también que las emociones se deben poder expresar y, para mí, la conclusión final, que los hombres también necesitan esa red de apoyo donde sentirse seguros y ellos mismos.

¿Me ha faltado el realismo quizás de lo que son los personajes femeninos de cara a sentirme más identificada con ellos? Sin duda.

Lo justifico como que es una serie de ficción, pero me quedo a la espera de ver qué pasará en una segunda temporada -que tengo pocas dudas de que la habrá, visto el éxito de la serie-, donde confío en que la representación sea menos fantástica.

Y, por favor, que no termine con una señora escupiendo a nadie en la cara, otra cosa que me ha sucedido -cuando le regalé una peineta a una persona que me iba gritando piropos desde una bicicleta- y que, curiosamente, como el que iba a 120km/h en la Castellana, también era un hombre.

¿Es un pequeño paso para Netflix, pero un gran paso para las nuevas masculinidades? Espero verlo pronto.

Mara Mariño

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La agresión sexual de Waka Sabadell o por qué nos queda mucho por aprender

Desde este espacio reivindico la libertad sexual, el empoderamiento del placer, todo lo que implique coger tu deseo de frente y por los cuernos y darle rienda suelta.

Quiero que tengamos la tranquilidad de poseer nuestras ganas y ponerlas en práctica. Pero para esa libertad, tiene que haber un respeto por parte de los demás, que solo se consigue a través de la educación en la empatía.

discoteca Waka sabadell

PEXELS

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El respeto de mantener algo que forma parte de la esfera privada en la intimidad, por mucho que lo estemos presenciando en vivo y en directo.

Porque somos conscientes de que es algo que no nos pertenece airear (independientemente de donde lo veamos).

No hay mejor ejemplo de lo mucho que nos queda de ser conscientes de esto -de aprender, en definitiva- que lo que ha sucedido en la discoteca Waka de Sabadell.

Las imágenes de una chica menor de edad practicando sexo oral han sido el último contenido viral ‘gracias’ a las múltiples cuentas que usaban Twitter como patio de vecinos volviendo a subir una y otra vez la escena.

Si es una discoteca que permite el acceso a quienes tienen menos de 18 años en su versión light, y que por tanto no sirve alcohol, nos hace levantar las sospechas de por qué ella ni era consciente en el momento ni se acuerda de nada.

Que después de pedir una consumición sin alcohol se encontrara mal y, al día siguiente no recordara lo sucedido hasta que sus amigas le pusieron al día, es el clásico patrón de quien ha sido víctima de sumisión química.

Si a eso le sumamos que esta discoteca colecciona 50 denuncias, entre los que se encuentran 3 casos de violación, la matemática es muy sencilla: es un sitio que da vía libre a los agresores y explica por qué nadie fue a ayudarla ni se puso en marcha ningún protocolo de actuación.

O, como alguien ha preguntado irónicamente en su perfil de Instagram debajo del flyer de una de sus fiestas «¿La entrada incluye mamada

Olvídate de los pinchazos, el truco de la copa con calmantes y sedantes -que producen automatismo y amnesia- es al que deberíamos seguir poniendo el foco.

Sobre todo cuando pasa en un lugar que supuestamente debería hacerse responsable de una clientela que es menor de edad y por tanto se encuentra más expuesta.

Y más todavía si se difunden las imágenes grabadas en su local que muestran una agresión sexual (porque hermana, yo sí te creo).

Salir de fiesta con la tranquilidad de que estamos seguras es solo posible si las discotecas se comprometen con lo que sucede entre sus paredes, pero también por encontrar apoyo en su staff si pasa algo.

Una noche con las amigas no debería venir acompañada de los mensajes de cuidado antes de salir por la puerta hacia nosotras, sino de la concienciación hacia ellos de que no se debe usar sustancias psicotrópicas para alterar la voluntad de nadie.

Pero también el mensaje de que no grabemos y colguemos en internet algo de lo que no hemos recibido el consentimiento de las personas que aparecen.

Porque si puede dañar tu imagen que hables de Cristiano Ronaldo, imagínate que aparezcas teniendo sexo en público.

Que veas un acto sexual (del tipo que sea, está mal hacerlo si es forzado, pero también si es un acto consentido) y solo pienses en grabarlo y compartirlo, te convierte en parte del problema.

Quizás se debe a que, para los chicos millennials y de la Generación Z, el porno es el pan de cada día.

Lo que significa que están acostumbrados a ver a las mujeres practicando sexo en cualquier lugar y, con la distancia de la pantalla y su sensación de seguridad por ser un dispositivo electrónico, se permiten colgarlo, retuitearlo y compartirlo hasta el infinito.

Sin plantearse realmente que es algo que no está bien porque, a fin de cuentas, está acostumbrado a ver ese tipo de vídeos que también parecen robados.

Con la diferencia de que subir este sí puede tener represalias.

Y, para terminar, nos queda evolucionar en la opinión pública. Esa que ha tildado -para variar- de culpable a la menor de 16 años con «si no se hubiera puesto a mamársela, no habría ningún vídeo» o «no entiendo por qué tanta gente defendiendo a una guarra».

Hablando única y exclusivamente de ella, que además, repito es menor, mientras que de la otra mitad involucrada, un chico mayor de edad, no se comenta nada.

Quizás es porque se sigue viendo con buenos ojos que practicar sexo en público es para él una demostración de virilidad y para ella algo de lo que sentirse culpable.

Y nada más lejos.

Quiero recordar que sexo es sexo. Que el deseo es algo con lo que contamos todos, pero lo realmente vergonzoso es que aún pasando una noche con una sumisión química de por medio, un contacto sexual no deseado y una filtración de imágenes no consentida, se nos tache de golfas.

Porque eso es, nada más y nada menos, la enésima prueba del machismo que aún arrastramos como sociedad.

La cara de vergüenza se le debería caer a los dueños de la discoteca, a quien echara lo que fuera en la copa de una desconocida, a quien grabó el vídeo, a todos y cada uno de los que lo han compartido y a quienes hacen esos comentarios.

Mara Mariño

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Sí, las mujeres aún arrastramos la culpa de tener una vida sexual activa

Hace poco reflexionaba sobre el término «ninfómana», que se suele usar para definir a una mujer con un alto deseo sexual.

En cambio, la palabra «ninfómano» apenas se utiliza.

Quizás porque se da por supuesto que, el estado natural de cualquier hombre es ese, con la libido por las nubes todo el día.

culpabilidad mujer

SAVAGE X FENTY

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Pero, ¿qué es esto sino la manera de seguir promoviendo una serie de estereotipos que poco o nada se corresponden con la realidad, a través de las palabras que utilizamos?

Por un lado, que no haya un «ninfómano», alimenta la falsa idea de que ellos siempre están dispuestos.

Con las ganas a punto y la erección preparada al roce de una caricia o un beso en los labios.

Y muestra al que no responde de manera inmediata a los estímulos, o simplemente quiere tomarse sus tiempos, como alguien raro.

Incluso aparece la duda de si es que no le gusto lo suficiente o si será asexual.

En cambio, cuando se trata de la «ninfómana» es habitual referirse a quien vive su deseo a secas, la que tiene la osadía de disfrutar del sexo.

La que es dueña de su placer y lo persigue.

Pero también la que habla de él sin tapujos, una razón por la que sexólogas, periodistas o escritoras de novelas eróticas recibimos el sustantivo (y el acoso).

No es quien tiene, según la definición exacta, un «deseo excesivo» (que habría que ver qué es excesivo y que no), sino quien lo tiene.

Nos han hecho creer que una ninfómana es una mujer cuya libido existe.

Y, además, que está mal visto que la tenga.

Cuando el peso de ser pura, casta y buena todavía nos pesa a las espaldas cuando ciertos coaches del amor proclaman que nuestro bodycount no debe ser mayor que los dedos de una mano.

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Lo que significa que también es un privilegio masculino tener y darle rienda suelta a ese deseo sin que les suponga algo negativo, un prejuicio.

A nosotras, en cambio, a falta de privilegio, nos queda la culpabilidad.

Sentirnos culpables de tener deseo, culpables de querer satisfacerlo, culpables por tener sexo sin esperar una relación o emociones al terminar.

Culpables por disfrutarnos cuando la culpa es todo lo contrario al placer.

Porque es pensar en vez de sentir, es agobiarse en vez de relajarse y es cortarse las alas, quitarse la libertad de vivir, aun sabiendo que no es por decisión una misma, sino por lo que puedan pensar los demás.

Así que la próxima vez que sintamos culpa, debemos quitárnosla de encima recordando que no va a llevarnos al orgasmo. Y que debemos perder el miedo de hacer lo que nos sienta tan bien.

Mara Mariño

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Ni sola ni con ropa de deporte: la desacertada campaña contra las agresiones sexuales de la Xunta de Galicia

«Se viste con mallas de deporte. Va a correr sola por la noche. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

Con ese argumento, la Xunta de Galicia saca su nueva campaña contra la violencia de género, utilizando imágenes que imitan el día a día de mujeres y acompañadas de reflexiones.

Xunta Galicia campaña violencia de género

XUNTA DE GALICIA

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Además de la foto de la chica haciendo running, encuentro también en la campaña otros mensajes: «Le envía una foto íntima. Él está con sus amigos. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

«Una discoteca, una copa desatendida. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa». «Una chica camina sola de noche. Lleva las llaves en la mano. ¿Qué sucede ahora? No debería pasar, pero pasa».

El foco de los mensajes es claro: prevenir violaciones. Lo que pasa es que, a la hora de escoger el destinatario, se han liado.

Así que la mejor manera de evitar sufrir una agresión sexual es que las mujeres cambiemos nuestra forma de vestir, nuestras zonas de paso o tu manera de vivir el ocio… O al menos, es la solución según la Xunta.

Lo que quizás deberían tener presente es que, según los datos de Amnistía Internacional, una de cada cinco mujeres será violada en algún momento de su vida. Y spoiler: la ropa no tiene nada que ver.

Repasando una de las muestras más impactantes de hace unos años, una exposición que mostraba qué ropa llevaban las víctimas de agresiones sexuales, las mallas de deporte no son el común denominador.

Chilabas, pijamas, el uniforme de policía, una camiseta de manga corta y pantalones vaqueros, una camisa blanca… Lo que ellas llevaban puesto aquel día es tan variado como lo que puedes encontrar en un armario.

Hacer de la ropa no solo la protagonista, sino la causante directa, es señalar a la víctima y mantener el estereotipo de que es la ropa la que va provocando.

En otras palabras, la responsabilidad de sufrir una agresión es de quien la sufre, no de quien decide ejercerla.

Una idea que refuerza la cultura de la violación, que normaliza la violencia minimizándola y la fomenta con las actitudes misóginas.

Entre ellas están, por ejemplo el ideal de la ‘buena mujer’, esa que la Xunta nos invita a ser: la misma que está en casa a las 5 de la tarde y no se maquilla ni hace nada que pueda provocar (como si no hubiera violaciones a plena luz del día o en lugares concurridos).

No falta en la misoginia de la cultura de la violación la cosificación: la mujer es un objeto sexual y por tanto vive expuesta a ser agredida por ello, por lo que no debe exponerse.

Y por supuesto, no se puede minimizar una agresión sexual sin exculpar al verdadero causante.

Por eso decir «No debería pasar, pero pasa» es invitarnos a asumir que las violaciones son inevitables.

Considerar que el hombre es violento por el hecho de ser hombre y que solo en nuestra mano está evitar que dé rienda suelta a sus deseos.

Unos deseos que «no deberían pasar, pero pasan» como si no pudiera controlarse, quitándole peso a sus actos.

Sin embargo, las feministas no nos cansamos de repetir que nosotras no tenemos la responsabilidad de ser acosadas, abusadas o agredidas.

«La culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía. El violador eres tú».

Tampoco la tenemos de sufrir revenge porn porque hemos mandado una foto a una persona con la que teníamos una atracción y esta decide filtrarlo hasta el punto de que es tan insostenible el acoso que ella decide terminar con todo y suicidarse.

O de ir solas por la calle cuando nos sucede algo. Todo esto es también achacárselo a la víctima.

Decir que es culpa suya dejar la bebida sola por lo que pudiera pasar. Está a la altura del Xocas alabando a su amigo (al que definió como un «crack») porque se mantenía sobrio para así aprovecharse de mujeres que habían bebido.

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¿Cómo vamos a atajar la violencia de género si seguimos obviando el origen real de la violencia, que es las personas que ejercen esa violencia?

¿Empezaremos también a prevenir el bullying en el colegio pidiéndole a los menores de edad que sean menos ‘insultables’ o ‘agredibles’ para sus compañeros?

¿Combatiremos la homofobia pidiéndole a las personas que, por favor, sean más heterosexuales, que con su orientación sexual van provocando?

Y ya de paso, ¿lucharemos contra el racismo pidiendo a todas las etnias que no sean tan poco caucásicas porque, aunque no debería pasar que las ataquen física o verbalmente por el color de su piel, pasa?

Las mujeres tenemos el mismo derecho a vivir seguras que los hombres y eso significa igualdad de poder andar, quedar, salir o hacer deporte como nos dé la gana, sin que eso suponga un riesgo.

No necesitamos que nos sigan machacando a nosotras, que somos las que lo padecemos en la propia piel, con el tipo de víctima que debemos ser, necesitamos que el prisma cambie de dirección y se les empiece a concienciar a ellos.

Lo que realmente no debería pasar, pero pasa, es esta campaña.

Mara Mariño

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Sin educación sexual seguiremos pensando que todo es coito y miembros descomunales

Hace unos meses cogí a una de mis mejores amigas y nos plantamos delante del Elías Ahúja a reivindicar que el trato hacia las mujeres debía ser respetuoso.

Que las nuevas generaciones vinieran con la violencia machista debajo del brazo y disfrazada de bromita o pulla entre colegios mayores, me ponía la piel de gallina.

pareja sexo

PEXELS

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Apenas unas semanas después, los universitarios vuelven a las andadas. Solo que esta vez son los de Derecho de la Complutense que juegan en el equipo de rugby.

¿Su machistada? Ensalzar sus penes por encima de los de los miembros (el sinónimo perfecto) de otras facultades.

Que si en Medicina la tienen fina, en Arquitectura no se les pone dura… ¿Pero a los de Derecho? A los de Derecho les llega «hasta el pecho», gritaban con una especie de júbilo animal al terminar el partido.

Dios mío la generación de jueces y abogados que viene de camino.

Habrá quien diga que no pasa nada, que son cosas de chavales, como los gritos de «zorras» y «conejas» o como cuando en el colegio los chicos nos levantaban la falda y los profesores decían que era un juego inocente.

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Pero el lenguaje tiene el poder de cincelar nuestro pensamiento.

Por eso escuchar una especie de himno a la hombría -que más que a las características propias del hombre, es al pene en solitario-, realmente promueve esta idea de que en la cama, solo penetración equivale a sexo.

Y no con cualquier miembro, sino con penes descomunales, bien gordos y duros como un desagüe industrial o la máquina tuneladora que abre paso al Metro.

Esto es lo que pasa cuando dedicas más tiempo jugando al rugby que recibiendo una educación sexual, que de verdad piensas que lo que vales en la cama se reduce a tu tamaño, forma y funcionamiento.

Porque solo metiéndola cuenta como follar.

Ojalá un canto deportivo que exaltara las virtudes del sexo con ternura, protección y respeto por los límites, donde todas las prácticas tienen cabida.

También ojalá un canto deportivo donde no se diera por sentada la sexualidad de los miembros del equipo (todos heterosexuales, por supuesto).

Pero sobre todo, ojalá encuentren un antídoto a esa machistada de cántico que les recuerde que no son solo un apéndice colgante, que su valía como personas y sus capacidades como amantes, van más allá.

Porque sin educación sexual, esto va a pasarles factura en algún momento de su vida íntima: ya sea en cuanto a inseguridad con sus medidas, preocupación por no dar la talla -con erecciones que se prolongan más en el tiempo que una inspección de Hacienda-, o incluso por el miedo de sentirse atraídos hacia otros hombres.

Y sin educación sexual, dentro de unos años, no serán capaces de entender que no solo coito es follar y que una agresión sexual va más allá de meterla o no.

Sin educación sexual, la Justicia seguirá siendo como su himno: machista.

Mara Mariño

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Guapas, blancas y deseables

Voy a empezar el artículo de hoy con un acertijo, ¿qué tienen Luz Estelar de The Boys, Galadriel de Los Anillos de Poder y Ariel del nuevo remake de La Sirenita en común?

Además de ser mujeres, las tres han sido duramente criticadas en internet por su apariencia física.

Y, en su mayoría, los grupos de detractores estaban compuestos por hombres.

Erin Moriarty Luz Estelar

@erinelairmoriarty

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Para Erin Moriarty tocó el reproche de que no era lo «bastante sexual» en esta nueva temporada de la serie de Prime Video.

Morfydd Clark, quien se ha puesto las orejas de la elfa guerrera, ha sido acusada de no ser lo suficientemente guapa como para interpretar a la criatura mitológica de la obra de Tolkien (y ni siquiera de ser lo bastante femenina «como una mujer real»).

Y en cuanto a Halle Bailey, el despedazamiento ha ido por el color de su piel. Los haters no podían concebir que la nueva sirenita de Disney fuera negra.

Pero hay algo más que Luz Estelar, Galadriel y Ariel tienen en común.

Ninguna de las tres existe: tanto la superheroína, como la elfa y la sirena son personajes fantásticos, no criaturas reales.

A diferencia de sus actrices, que son seres de carne y hueso.

Seres con sentimientos que deben gestionar que, en sus últimos proyectos, no han sido examinadas por su trabajo o su talento, sino única y exclusivamente por su físico.

Además, sus representaciones en la pantalla generan tanta indignación solo en un sector muy concreto de la población, el masculino.

Son ‘culpables’ de no ajustarse a la idea de belleza de quienes critican sus apariencias. ‘Culpables’ de no ser más sensuales, más guapas, más caucásicas…

La conclusión es clara: es un problema tanto de hipersexualización como de racismo por parte de los espectadores, no de las actrices, por supuesto.

Pero son ellas quienes siempre padecen el problema, no sus compañeros de reparto varones.

Como hablaba con un amigo, casi hace que sintamos envidia de Ian McKellen interpretando a Gandalf, a quien no se le exige ser guapo ni estar en forma para ser respetado por el papel que interpreta en las películas de El Señor de los Anillos.

El poderoso mago no necesita nada más que sus poderes para ser admirado y temido a partes iguales. En eso consiste el privilegio masculino.

En que nosotras sí necesitamos algo más, la juventud y la belleza deben estar de nuestra parte.

Nosotras no somos suficiente siendo fuertes, valientes, no basta con echar rayos por las manos, ni luchar de forma ágil: tenemos que estar buenas.

Ser aceptables para la mirada masculina es pasar la ‘criba’ de ser deseadas.

Cuando la ‘follabilidad’ es el fin último, nuestra identidad desaparece y nos quedamos relegadas a la carcasa, lo que se ve por fuera.

El mensaje que, como mujeres, recibimos de este acoso y derribo sobre el físico de las estrellas de la pequeña y gran pantalla, no da lugar a dudas: da igual lo que logres, lo que consigas, da igual que venzas a un ejército, salves a tu crush de morir ahogado en el mar o defiendas el bien por encima de todo.

Si no te desean, no tienes nada, no eres nadie.

Ya me lo comentaba la sexóloga Ana Lombardía en una entrevista hace un tiempo: «A las mujeres se les valora por su capacidad de resultar atractivas a los hombres, el resto suele ser secundario».

Con una diferencia, quizás la más importante: nuestra reacción a sus quejas.

Esto es algo que, quizás hace unos años, se pasaba por alto. Pero las cosas han cambiado lo suficiente como para que el chorreo de críticas sea una señal de alarma y nos movilice en su contra.

Porque, por primera vez, no somos nosotras las que debemos cambiar.

Las quejas ya no bastan como para tirar por tierra las decisiones de las productoras y estas opten por tunear a las actrices adaptándolas al gusto del consumidor.

Han perdido fuelle. Y nosotras lo hemos ganado, en la pantalla y fuera de ella.

Las intérpretes se han quedado igual y, por el camino, han recibido el apoyo no solo de los equipos detrás de cada producción, sino de personas que, por la red, han alzado la voz en su defensa señalando que es una injusticia machista.

Las mujeres podemos ser quienes queramos y hacer lo que queramos. Parecer atractivas mientras tanto, no es una preocupación ni una imposición que nos sintamos obligadas a cumplir.

Porque somos mucho más que nuestro aspecto.

Aunque quizás es eso lo que pesa y la verdadera razón que esconden las protestas. Que reclamamos un protagonismo que no está relacionado con el físico.

Pero es que ya no estamos solo para hacer bonito.

Mara Mariño

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Todas somos Shakira (y todas somos Clara Chía)

Y si no lo has sido todavía, ya te llegará, amiga.

Pero hasta que no te des cuenta de que has estado en ambos lados, seguirás convencida de que una es la buena y otra la rompehogares.

No te culpo, la sociedad lo ha hecho genial en ese aspecto. Las redes sociales, las películas, las canciones de Olivia Rodrigo

mujeres unidas sororidad

PEXELS

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Se nos ha enseñado que, si hay una infidelidad o, si después se empieza otra relación, la comparación está servida.

En primer lugar física, por supuesto. Porque es lo que asegura que sigas preocupada de la última crema antiarrugas del mercado, de estar delgada, de matarte en el gimnasio.

De seguir gastando, ya de paso, para competir en ese certamen de belleza que parece que es lo único que nos valida ante la mirada masculina.

Pero también de comparar los logros o de echarnos la culpa a nosotras.

En llamar a una ‘la mala’ y a otra ‘la buena’, que son roles que se pueden intercambiar en función de cómo cada quien analice la relación.

Si ella ha sido lo que consideramos una ‘mala compañera’, normalizamos que él vaya en busca de la felicidad.

Si ella era lo bastante buena, no nos sorprende que él vaya buscando algo nuevo porque se cansó.

La cosa es que nunca centramos los reproches en él, que es quien toma la decisión de terminar la relación anterior y empezar algo nuevo.

Porque, peleadas entre nosotras, somos menos fuertes. Hacemos bandos, nos dividimos según nuestras opiniones y es más fácil para el siguiente que lo haga, recibir el mismo trato.

En cambio poniendo el foco en que él no ha obrado de la mejor manera, pierden la libertad de hacerlo sin recibir ninguna crítica al respecto.

Incluso de ser perdonado en el futuro (las idas y venidas de Khloé Kardashian con Tristan Thompson son la mejor prueba, mientras que Jordyn Woods sigue repudiada por el klan).

Posicionarnos como feministas en algo de este tipo pasa por empatizar con ambas mujeres, en no juzgarlas, señalarlas, ni culparlas. En dejar de compararlas como si fueran cromos intercambiables. En elegir la sororidad.

Y feminismo es también ser críticas con la exposición mediática que tiene un tufo casposo, ella siempre tildada de destrozada, él con ánimo positivo.

Es el momento de cuestionarnos por qué hay ese sesgo a la hora de tratar las rupturas en los medios.

Porque ellas, independientemente de lo que hagan, son tildadas de demacradas, tristes y abatidas, mientras que ellos viven su vida ‘con ilusión’ y recuperan ‘la fe en el amor’.

Tampoco nadie se plantea -ni ocupa ninguna columna de opinión- qué hace Piqué con alguien 12 años más joven. El Enrique Ponce de 2022.

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No me vendáis la moto de que nosotras nos desarrollamos antes. A mis 30 siguen sin parecerme ‘muy maduros para su edad’ los chavales de 18.

No falta tampoco la pullita de los suegros para añadirle más leña al fuego. La enésima muestra de machismo en esta historia.

Ya que se considera como algo positivo la buena relación de la nueva pareja de Piqué, como si fuera un determinante.

La buena nuera no falta en la metáfora del cuento. Mientras Shakira, que no terminaba de congeniar con ellos, se ve como menos valiosa.

Toda la presión recae en que, además de ser buena novia, buena mujer o buena nuera, también debemos ser buena amante.

¿Y él? Él es quien tiene el privilegio de que puede ser o hacer lo que quiera.

Mara Mariño

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