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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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El algoritmo con premio Nobel que te ayuda a encontrar el amor

Hace unos días me decía un seguidor que la verdadera red flag de una persona era que utilizara aplicaciones para conocer gente.

Y además de aprovechar para contestarle con un vídeo reflexionando sobre el estigma que aún tiene cierto sector sobre esta forma de relacionarse, cada vez las apps se perfeccionan más en su trabajo como celestinas 2.0.

Cita romántica pareja

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Quienes las probamos no es que tengamos problemas de relacionarnos, puede ser que nuestro grupo ya esté todo emparejado, que nos acabemos de mudar o que no tengamos mucho tiempo, algunos de los motivos que llevan a estas aplicaciones.

Aunque también habría que añadir aquí, como decía antes, que el uso de algoritmos ha hecho que una inteligencia mejor que nosotros mismos sepa con quién va a haber compatibilidad.

El funcionamiento de estos sistemas de operaciones es algo que me explica Logan Ury, directora de Ciencia de las Relaciones en Hinge.

Si tenemos en cuenta que en su app se establece una cita cada tres segundos y además cuentan con un sistema de seguimiento posterior a la cita para saber cómo mejorar, se puede afirmar que son expertos en emparejamientos virtuales.

«El algoritmo de Hinge está diseñado específicamente para presentarte posibles parejas que creemos que te gustarán en función de tus preferencias (como la distancia, los planes familiares, los gustos, etc.) y de las preferencias de las personas con las que coincides», explica la experta.

«Combinado con nuestras opciones detalladas de personalización de los perfiles, nuestro algoritmo ayuda a las personas compatibles a conectar más rápidamente y tener una cita en la que puedan evaluar mejor la química en persona».

Un algoritmo con premio Nobel

Cada vez que me he puesto en manos de esos ‘cupidos’ digitales que son las aplicaciones, me he imaginado a un ordenador cruzando perfiles, día y noche sin descanso, hasta dar con los pretendientes con quienes tendría mayor compatibilidad.

Y, salvando las distancias, así es como funciona el algoritmo Gale Shapley que utiliza Hinge.

En 1962 los matemáticos David Gale y Lloyd Shapley buscaban la manera de crear un sistema que creara emparejamientos eficaces.

Es decir, parejas que fueran satisfactorias para los individuos que la creaban, en base a las preferencias de cada uno. Lo que ha hecho Hinge es añadir al revolucionario método una combinación de aprendizaje automático.

Lo que significa que se empareja a los usuarios con la persona con la que tienen más probabilidades de tener una buena primera cita, ya que es su pareja ‘más compatible’.

«Hinge es la única aplicación de citas que reúne a un equipo de científicos expertos en relaciones con el único propósito de proporcionar información basada en pruebas para ayudar a los usuarios a encontrar el amor», afirma Logan.

Esto se traduce en que «el equipo de Hinge Labs investiga cómo se comporta realmente la gente cuando utiliza la aplicación», así como «a las personas que han tenido buenas citas para ayudar a otras personas a tener más éxito».

Es ahí donde el seguimiento postcita se convierte en un factor clave, ya que recopilar esta información supone mejorar los matches.

«A través de nuestra encuesta We Met, se pregunta a los usuarios si su cita era el tipo de persona que les gustaría volver a ver. Estos datos nos permiten ofrecer mejores recomendaciones y ayudar a las personas a encontrar conexiones significativas», dice la experta.

 

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La intención es lo que cuenta

Teniendo en cuenta el algoritmo y el seguimiento, casi podríamos pensar que el lema de la empresa (la app diseñada para ser borrada) da lo que promete sin mucho esfuerzo por parte de los usuarios.

Pero el comportamiento es también clave: «La única forma de emparejarse con alguien a través de Hinge es dándole a ‘me gusta’ o comentando una foto o un Prompt, lo que facilita los emparejamientos basados en intereses compartidos para una experiencia más intencionada».

Es decir, como la propia experta sugiere, el dating se debe practicar de manera intencional, por lo que descargarse la app con el objetivo de formar vínculos que perduren sería el primer paso.

«Tener citas intencionales supone ser más honesto con tus sentimientos, lo que conduce a conexiones más significativas y ayuda a los usuarios a ahorrar tiempo y energía en conexiones que no están cumpliendo sus objetivos», explica Logan.

Para ello «animamos a los usuarios a poner sus objetivos de citas en primer plano y a tener muy claras sus expectativas desde el principio».

Porque por mucho que la compatibilidad esté ahí, ni los algoritmos, ni los científicos expertos en el amor, ni el aprendizaje automático de la app van a conseguir que esa conexión se convierta en una pareja si no pones voluntad por tu parte.

Mara Mariño

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8 formas de conocer a gente cuando no quieres usar aplicaciones de ligar

Hay una historia de amor que me encanta. Una amiga salió de una relación larga y se bajó Tinder, aunque no le sirvió de mucho porque no le interesaba nadie o le daban plantón, directamente.

Un día se apuntó a un partido de vóley-playa y terminó siendo pareja de uno de los miembros de su equipo (y desinstalándose la app).

La amiga soy yo.

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Mi caso de azar fortuito offline fue casi como una señal del cielo. Deja de buscar conectar con gente a través de una pantalla y hazlo en vivo y en directo.

Y no soy la única que parece haberse dado cuenta de las ventajas del estilo que solo conocían nuestros abuelos: el analógico.

Hace poco una seguidora me confesaba que estaba harta de las clásicas aplicaciones de ligar, que quería conocer a gente en persona, pero que estando en un pueblecito no tenía las cosas fáciles.

Si ya añadimos los gustos a la ecuación, parece que se complica, ¿no?

Y aunque es verdad que cada vez hay aplicaciones más especializadas que te permite dar con personas con quien compartes aficiones (ahora tienes el Tinder para frikis, para veganos, para amantes del fitness…), la conclusión a la que llego tras mi experiencia y la historia de mi seguidora es que es como si después del Covid quisiéramos volver a estar de cuerpo presente.

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Sin la frialdad que supone tener una pantalla de por medio ni la opción de que te hagan ghosting, dicho sea de paso.

Pero, sin el factor digital, ¿sigue habiendo opciones fuera del teléfono móvil? ¿Dónde se puede conocer a gente? Y, sobre todo, ¿qué hacer si se vive en una ciudad pequeña o un pueblo?

Aquí va mi lista de ideas (y eres libre de ampliarla en comentarios).

8 ideas para conocer gente fuera de las apps de ligar

  1. Eventos de citas: desde encuentros en grupo, fiestas temáticas para solteros, speed dating… 
  2. Viajes organizados, compartir momentos emocionantes y descubrir lugares nuevos ayuda al enamoramiento (que se lo digan a los participantes de La Isla de las Tentaciones).
  3. Actividades deportivas: mi partido de vóley con desenlace sorpresa te garantiza que sí, puedes encontrar el amor en un evento de este estilo. Además de poner en práctica tu compañerismo, es siempre algo divertido.
  4. Clases y talleres de algo que siempre habías querido hacer… ¡O algo nuevo! Aprender juntos sobre lo mismo te da la excusa perfecta para entablar conversación.
  5. Clubes o grupos de interés de lo que sea, así sabes que la casilla de gustos similares queda marcada.
  6. Eventos sociales y comunitarios: sin moverte mucho de casa, puedes ir a festivales, ferias mercados, conciertos, exposiciones o cualquier actividad que te interese.
  7. Voluntariado: haz el bien (y mira con quién). La opción perfecta para dar con gente que comparte tus valores. Tanto en pueblos como barrios tienes asociaciones de ayuda que atraen a los vecinos de la zona.
  8. Eventos de amigos y familiares: aunque nunca lo he comprobado, si «de una boda sale otra boda» es un refrán, será por algo, ¿no?

Y pase lo que pase, si apuestas por alguna de estas opciones, recuerda que lo importante es disfrutar del proceso de conocer gente y dejar que las conexiones se desarrollen de manera natural.

Mara Mariño

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‘¿Me invitas a tu boda? No, te invito yo a tu boda’, la controversia que circula en redes sociales

Hace unos años, recibir una invitación a una boda, era sinónimo de alegría e ilusión.

Pero de un tiempo a esta parte, una opinión popular que va ganando fuerza siente todo lo contrario.

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«Que te inviten a una boda es lo peor, ya me puedo poner a ahorrar», «Pierde todo el encanto que te inviten a una boda sabiendo que tienes que dar una suma de dinero acorde con el precio del menú para cubrir tu gasto como invitado» o «No puede ser que el que te inviten a una boda sea un gasto de dinero tan grande que te descuadre las cuentas durante meses», son algunas de las opiniones que se pueden leer en Twitter al respecto.

Sí, siendo una generación precarizada, hay quienes han caído en que las bodas son un ataque al bolsillo tal y como están planteadas hoy en día.

Porque se juntan varios factores que son los que hacen que esa corriente de detractores de las bodas las vea como desajustes presupuestarios y no celebraciones del amor.

Por un lado está el hecho de que antes, las parejas iban a vivir juntas después de la boda, por lo que cuberterías, manteles, pequeños electrodomésticos, juegos de toallas o cualquier regalo para el futuro hogar, era lo más deseado.

A día de hoy, esos amigos que se dan el «Sí, quiero» llevan años juntos conviviendo en un piso perfectamente equipado, por lo que jugársela con otra batería de cacerolas no parece la mejor de las ideas.

Es el motivo por el que, de un tiempo a esta parte, no falta en las invitaciones de boda la cuenta bancaria para que el regalo sea un ingreso, algo que los novios usan para recuperar el altísimo desembolso de la fiesta.

Y, aunque cada persona debería dar una cantidad acorde a su situación económica, la frase que nos han contado nuestros padres, por activa y por pasiva, de que el regalo de boda debe cubrir el cubierto, se nos ha quedado marcada.

Según ellos, es de buena educación al menos pagar la cantidad que va a costar el menú que vas a consumir.

Sin embargo, los millennials tenemos un problema con esto. En primer lugar, como los usuarios de Twitter comentaban, el de que nuestras finanzas se quedan descolocadas cuando llega una boda.

Si de algo se han aprovechado las empresas que están metidas en el sector nupcial español es de inflar los precios.

Y de inflarlos hasta el punto de que con pagar dos platos ya se equipara al precio de irte una semana de vacaciones fuera de tu ciudad.

Quizá la generación de nuestros padres sí puede permitirse dar con desahogo ese dinero, pero nuestra situación es que los alquileres nos asfixian, tenemos unos ingresos irregulares o que se acercan al SMI incluso a nuestros treinta.

Costear una comida nupcial, añadir un vestido a la ecuación y la parte correspondiente a la despedida de soltera -otra fiesta que ha pasado a ser un compromiso económico importante-, hacen que no salga a cuenta recibir una invitación.

En ningún caso la culpa es de los novios, quienes organizan con todo su amor el evento (y nunca van a esperar que vayas por el dinero), sino de quienes han pasado de ver las bodas de negocio a negocio muy rentable.

Porque para sorpresa de muchos, no estoy hablando de una celebración digna de la revista ¡Hola! con una noria, fuegos artificiales o un concierto del cantante de moda de turno.

Si no de una boda normal donde ya solo el cóctel, el menú y la barra libre hasta las 5 de la mañana suponen más de 160 euros por cabeza. 

Puede que los haters nupciales cambiaran de idea si adoptáramos, por ejemplo, el método inglés. Donde cada invitado paga unas 50 libras como regalo con la condición de que se costea el alcohol de su bolsillo.

Sería la manera de contar con quienes dicen que no a una invitación de boda, por muchas ganas que tengan de ver a sus amigos contraer matrimonio, porque no pueden permitirse el gasto que sienten que deberían hacer.

Pero también la manera de ayudar a los novios a que el coste de cada invitado fuera menor, ya que las bebidas que consumas corren de tu cuenta.

¿Lo popularizamos?

Mara Mariño

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¿Cómo podemos seguir creyendo en el amor los ‘millennials’?

No es por ser catastrofista, pero el panorama actual de las citas está peor que nunca.

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En la pospandemia vamos arrastrando las consecuencias de un encierro que hizo que nos planteáramos toda nuestra vida.

Queremos libertad absoluta, pasarlo bien, viajar, ser nuestra única prioridad.

Además nos conocemos mejor que nunca, hemos convertido la terapia en una compañera habitual y a medio camino entre el fin de los 20 y los comienzos de la treintena, por fin hemos conseguido gustarnos (de verdad).

Desde fuera parecería que se reúnen las condiciones necesarias idóneas para dar con una pareja a largo plazo, alguien con quien compartir la vida.

Y sin embargo hemos sido la generación que le puso nombre al ghosting, al benching, al orbiting… A las peores conductas posibles, además de sufrirlas de primera mano.

Tengo la sensación de que a los millennials nos ha pasado con el amor algo parecido a lo que nos pasó cuando terminamos la universidad.

Nuestros padres nos habían jurado y perjurado que hiciéramos una carrera universitaria, que lo complementáramos con algún idioma, que nos marcháramos un año de Erasmus para tener más experiencia…

Todo ello tendría como recompensa dar con ese trabajo que, después de tanto esfuerzo, nos merecíamos.

Esa nómina que nos iba a permitir vivir con la misma comodidad que a ellos.

Lo que nos encontramos fueron eternos contratos de prácticas o un salario como lo que nos parecía el futuro, muy limitado.

El amor ha ido por el mismo camino. Todas, repito, todas las películas de nuestra infancia terminaban con un «Felices para siempre» y fueron seguidas por las series de nuestra adolescencia.

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También lo tuvieron Ron y Hermione, Edward y Bella, Troy y Gabriela, Bridget Jones y Mr. Darcy, Carrie y Big, Rachel y Ross (aunque odiemos a Ross) y Chuck y Blair.

Así que, con trabajos precarios, la dichosa inflación o los precios de los alquileres tan inalcanzables emocionalmente como nuestros matches, ¿cómo esperar que mantengamos la esperanza?

¿Cómo seguir creyendo en el amor?

Todo es líquido, instantáneo, fast, de consumo rápido, de «aquí te pillo aquí te follo», «Mejor vamos viendo», «Ya te escribo yo, que tengo mucho lío», «No, no hace falta darnos los teléfonos».

Quizá, justo por ello, somos la generación con más posibilidad de triunfar en el amor.

Porque tenemos todas las ganas del mundo en conocer a alguien, porque sabemos lo que es esforzarnos al máximo, hemos empezado de cero tantas veces que no tenemos problemas ni nos preocupa hacerlo de nuevo.

Porque hemos cambiado de países y hemos mantenido a la gente que nos importaba en nuestra vida, pero sobre todo porque ante tanta incertidumbre en todas partes, ya le hemos perdido el miedo.

Y, como me decía una amiga, «estando dispuesta a que te hagan daño», porque ese riesgo forma parte también de una relación.

El consuelo es que siempre tendremos la ocasión de volver a refugiarnos en las amistades -si sucediera-, que, a diferencia de la prolífica carrera laboral o el triunfo en el amor (los dos grandes mitos para la generación Y), esas relaciones sí nos han salido buenas.

Mara Mariño

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Celos por nuestra pareja: a qué edad aparecen y el motivo según un estudio noruego

¿A qué edad empiezan los celos por la pareja? ¿Cuál es el motivo por el que aparecen?

Estas son las dos preguntas que se hizo el Departamento de Psicología de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología (NTNU).

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Y, lo que averiguaron con su estudio -para el que usaron una muestra de casi 1.300 estudiantes de entre 16 y 19 años- es que es una emoción a la que nos enfrentamos, por primera vez, a la edad de 16, mucho antes de tener una pareja.

Los celos, según sus descubrimientos, se ‘activan’ cuando sentimos que la relación que nos preocupa puede estar amenazada (y serían la respuesta biológica cuya función sería la de minimizar la amenaza).

Además descubrieron también cómo históricamente lo que consideramos amenazador es distinto para un hombre y para una mujer.

Para los hombres, la reacción es mucho más negativa si su pareja ha tenido una relación sexual que si se ha enamorado o ha pasado tiempo con alguien sin tener sexo.

Aunque los expertos lo explican como que la traición sexual está relacionada con la dedicación de centrarse en criar a su bebé de otro padre, no quiero olvidar tampoco el factor social.

Desde el momento que el deseo sexual femenino ha sido obviado la mayor parte de la historia, y mucho más condenado, tampoco habría que olvidarse de la rémora social que aún arrastramos.

Por otro lado, con la seguridad de que nuestros hijos son 100 por cien nuestros, las mujeres reaccionaríamos más negativamente a una pareja que tiene sentimientos por otra mujer, que a si ha tenido sexo.

Algo que también tendría relación con la evolución social como especie, mientras que ellos reciben el mensaje de que la validación es a través de las conquistas sexuales, la nuestra sería a través de ser amadas.

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La hipótesis que lanzan es que el motivo de que esos celos aparezcan a edades tan tempranas -en la mayoría de ocasiones cuando ni siquiera se tiene una pareja- sería una manera de prepararse para la edad adulta, ya que en ese momento no tiene otro cometido.

Son adaptaciones de la evolución que pasan de generación en generación.

Así que mientras los expertos han sido capaces de descubrir cuándo dan comienzo, y si bien el motivo por el que lo hacen, nos toca elegir qué hacemos con esta característica.

Porque si es algo que se nos transmite, queda en evidencia que necesitaríamos una educación afectiva con la que pudiéramos tener las herramientas de trabajar estas emociones.

De no hacerlo, no solo pasaremos muchos malos momentos, sino que llegaremos a la edad adulta sin poder gestionar los celos y con reacciones que podrán llegar a cargarse por sí solas nuestras relaciones, siendo peores que ninguna ‘amenaza’ externa.

Mara Mariño

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Risto, Kiko y la romantización de la diferencia de edad entre parejas

Ay, el amor. Esa cosa mágica, intangible y explosiva que nos han dicho las canciones, las novelas y las películas que no entiende de distancias, orígenes, ingresos o edad.

Especialmente la última, como los alegatos de Kiko Matamoros o Risto Mejide nos han recordado.

diferencia de edad

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«Cuando discriminas a una pareja por la diferencia de edad, no tienes nombre, no existe un término», decía el publicista en el clip de un reportaje.

Sabe de lo que habla. Además del hashtag #toelrato, el otro término que acompañó su relación con Laura Escanes fue ‘polémica’ por los 22 años de diferencia entre ambos.

Ahora que la pareja ha tomado caminos separados, cualquiera podría pensar que quizás Risto habría tomado nota de todo lo que había dicho en el podcast que estrenó con su (ahora) exmujer y se habría dado cuenta de que a veces necesitas estar en el mismo momento vital que tu pareja.

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Pero no, su nueva novia de 27 hace que tenga con Kiko Matamoros algo más que una carrera televisiva. Lo resumo mal y pronto: les gustan jovencitas.

Y no solo les gustan, sino que nos construyen una justificación romántica alrededor para que veamos con buenos ojos lo que ya viene siendo, por lo que confirman sus últimas parejas, un patrón.

Da igual las muchas historias de amor que comparta el publicista sobre parejas de distintas edades, los libros que saque hablando de compositores, que el denominador común es el mismo: casi siempre son ellos los que están con mujeres a las que les sacan unas cuantas décadas.

Podríamos comprar este discurso, esta reivindicación que hacen en la pequeña pantalla de que lo suyo es discriminación por escoger sin mirar la edad, si fuera una selección que hacen en ambas direcciones.

Si estuvieran involucrados sentimentalmente tanto con mujeres 20 años más jóvenes como con las de 20 más mayores que ellos.

Pero, curiosamente, esto último nunca se da.

Y sí, claro que ellas son libres de elegir con quién quieren estar y son mujeres adultas, pero ellos lo son más todavía y tienen a su favor el factor del poder que ostentan gracias a su fama y su experiencia vital, lo que funciona como reclamo cuando se tratan de parejas más jóvenes que ellos.

Por eso, animo encarecidamente a todos los que se llenan la boca de lo injusto que es recibir críticas a que hagan un poco de introspección.

Porque a ver si no va a ser edadismo.

A ver si es que entonces no podemos hablar de amor, pero sí podemos hablar de filia, que es la predilección hacia mujeres más jóvenes de toda la vida.

Mara Mariño

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Cuando llevas tiempo en pareja, ¿es posible un San Valentín como la primera vez?

Voy a decirlo: soy una romántica incurable. De las que su estado emocional favorito es ‘enamorada’.

Así que, el hecho de que exista un día para el amor, es algo que me hace muy feliz porque soy de decir «te quiero» todo el rato a mi familia, amigas y, por supuesto, pareja.

pareja san valentín

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Pero lo que me costó aprender es que la fase de emoción propia del principio del enamoramiento se terminaba pasando y, una sensación más tranquila, incluso rutinaria, era la que terminaba por quedarse.

Es algo que explica Laura de Lera, psicóloga y sexóloga colaboradora de Control: «Cuando hablamos de relaciones de pareja con proyección de futuro es importante conocer que hay diferentes fases del amor».

Estas fases serían el enamoramiento, el amor romántico y el amor maduro, además, cada una de ellas tendría diferentes características a la hora de vincularnos con la otra persona.

«La primera es estimulante, excitante y lujuriosa, lo cual desciende a medida que nos sentimos más seguros con nuestra pareja y por lo tanto sentimos menor incertidumbre», lo que explica que, si una relación es sana, nos de sensación de estabilidad y no sea una constante montaña rusa emocional.

También es cierto que hay una diferencia entre que las cosas estén ‘más tranquilas’, por llamarlo de alguna manera, y alejarnos de nuestra pareja.

Porque hay factores del día a día que pueden llevarnos a ese punto, como son el «el estrés y el distanciamiento emocional, las grandes enemigas del deseo sexual, dice la experta.

Mientras que el estrés nos lleva a no tener otras ganas que no sean de ir a la cama a descansar, el distanciamiento puede deberse a dejar de compartir esos momentos en pareja que la hacían especial.

Así que, por muchos años que llevemos a la espalda, sí es posible, trabajando en equipo, traer de vuelta la emoción a San Valentín (o cualquier día del año, vaya).

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No hay amor que se pueda dar si no empezamos por el punto de partida que es el propio, por lo que el primer paso es preguntarse qué necesidad se tiene.

¿Más magia? ¿Más muestras de cariño? ¿O quizás espacio?

Y en segundo lugar, averiguar qué es lo que nos aleja de esa necesidad para solucionarlo.

También «conectar con tu yo del principio de la relación, re-explorar tu sexualidad y una buena comunicación», son las otras claves que, en opinión de Laura de Lera, ‘resetean’ la relación.

Además, una vez trabajadas, la experta afirma que se llega a un siguiente nivel que es el de «disfrutar de nuevo de tu sexualidad y recuperar la magia de las primeras veces con tu pareja».

Mara Mariño

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‘Machos Alfa’, la nueva serie que se cuestiona la masculinidad (más o menos)

Durante las fiestas he sido de las que se ha enganchado a una de las novedades de Netflix (y se la ha ventilado en un pestañeo, no me escondo).

Pero la combinación de serie que reflexiona sobre la masculinidad, junto al puntito de comedia y el casting, era demasiado tentadora.

machos alfa serie Netflix

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Machos Alfa hace muchas cosas bien. La primera y más evidente es poner sobre la mesa que los hombres ya no son los mismos.

O quizás sí son los mismos, pero es la sociedad la que ha cambiado y eso les obliga a cambiar.

Y eso, en un país como España, donde las cifras de violencia de género nos siguen poniendo la piel de gallina a diario, es hablar del elefante que estaba (y aún está) en la habitación.

Los cambios en los roles, cómo avanzan las relaciones y mutan con el paso del tiempo y, por supuesto, el feminismo, son algunos de los hilos conductores de la vida de los cuatro protagonistas.

Tengo también que decir que Machos Alfa dista mucho de ser perfecta.

Que los retratos de ciertas mujeres, como desquiciadas y amenazando con conductas tan tóxicas, como es poner la integridad física de alguien en peligro o amenazar, me han rechinado.

 

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Porque, si bien pueden existir casos así, no son lo que reflejan las estadísticas en cuanto al género de los culpables de violencias se refiere.

Yo he ido de copiloto con mi exnovio mientras él se cambiaba al carril contrario en plena Castellana y aceleraba, después de decirle que quería terminar la relación.

Y sé de amigas que han tenido experiencias parecidas.

Verlo en la pequeña pantalla, casi como un gag de comedia, con los papeles invertidos, fue como si la persona que te empieza a gustar mucho te hace gaslighting.

Como si la serie me dijera que bueno, que quien oye algo del estilo tiene todo el derecho a ponerse así y que al final, no es tan terrible, hasta hace un poco de gracia.

Solo que cuando eres tú quien no puede salir del coche, no la hace para nada.

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En Machos Alfa el mundo es un poco al revés, ellas son las exitosas, las que quieren relaciones abiertas, las que solo usan Tinder para follar, las que manipulan y las que se aprovechan del sexo para conseguir sus objetivos.

Y ellos los que sufren, quienes se ven injustamente expulsados de su casa, de su vida anterior o los que se ven inmersos en una espiral de citas en la que, aparentemente, no tienen ningún interés, pero luego sus exigencias van aumentando en cuanto al aspecto físico de sus ‘pretendientas’.

Con todo, me quedo con lo positivo de Macho Alfa y es que haya una serie que toque estos temas (y haya coronado el top 10 de lo más popular de la plataforma de streaming durante más de una semana).

Porque nos recuerda la importancia de hablar de las cosas, y si algo hace la ficción es darle visibilidad al machismo de una masculinidad que pedía a gritos una actualización.

Ya que de todo lo que no se habla, es como si no existiera, la apuesta de Netflix pone el foco en que sí, hay muchas cosas que cambiar, en que no se puede cosificar, seguir haciendo piropos a diestro y siniestro, llamando «chochetes», «golfa»…

Pero también que las emociones se deben poder expresar y, para mí, la conclusión final, que los hombres también necesitan esa red de apoyo donde sentirse seguros y ellos mismos.

¿Me ha faltado el realismo quizás de lo que son los personajes femeninos de cara a sentirme más identificada con ellos? Sin duda.

Lo justifico como que es una serie de ficción, pero me quedo a la espera de ver qué pasará en una segunda temporada -que tengo pocas dudas de que la habrá, visto el éxito de la serie-, donde confío en que la representación sea menos fantástica.

Y, por favor, que no termine con una señora escupiendo a nadie en la cara, otra cosa que me ha sucedido -cuando le regalé una peineta a una persona que me iba gritando piropos desde una bicicleta- y que, curiosamente, como el que iba a 120km/h en la Castellana, también era un hombre.

¿Es un pequeño paso para Netflix, pero un gran paso para las nuevas masculinidades? Espero verlo pronto.

Mara Mariño

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‘Intentional dating’: cuando quieres conocer a alguien (de verdad)

Puede que empieces 2023 disfrutando de tu soltería, pero con las cosas claras: te apetece volverte a enamorar, conocer a alguien en serio, más allá de encuentros nocturnos fugaces, y ver qué es lo que puede pasar.

Lo que quieres es pasarte al Intentional dating o, como dirían mis abuelas, menos amigas de anglicismos, «sentar la cabeza».

pareja feliz

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(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

El término se inició en una app de ligar francesa que solo permitía un match al día.

Esto, que puede parecer un sinsentido si tenemos en cuenta que una de las señales de que tienes Tinder es que sientes quemado el pulgar de hacer swipe left y swipe right, resultó clave a la hora de cambiar la interacción de los usuarios.

Y es que esa única oportunidad, contar con una bala en el ‘cargador’ y nada más, era la manera de que, por fin, quienes utilizaban la aplicación le dedicaran más atención a sus posibles matches.

El intentional dating se empezó a relacionar con bucear más a fondo en el perfil que te salta en la pantalla y sopesar, sin la prisa de que si ese se ‘pierde’ hay infinitas posibilidades más, si realmente quieres entablar una vía de contacto con esa persona.

Y, sinceramente, este cambio es masivo, ya que consigue disminuir el acelerado ritmo de este sistema, plantándole cara a una cultura del fast dating donde vamos saltando de una cita a otra y consumiendo a las personas a la velocidad de una serie de Netflix.

No significa que con la persona a la que lances tu ‘me gusta’ vaya a convertirse en tu compañera de vida desde ese momento (esa app todavía no ha llegado al mercado).

Pero sí que puedes tener una conversación solo con ella, no teniendo veinte más abiertas hasta que confundes un nombre con otro, terminas llamando «Juan» a «Jorge» y le haces una broma que en realidad fue con otro.

¿Cómo saber si estás en ese momento?

Como decía antes, para las abuelas esta sería la señal de que estamos no solo listas, sino con ganas de que la cosa vaya a mayores.

Con la certeza de que es un momento de nuestra vida en el que podemos dedicarnos a crear un vínculo emocional más allá del físico.

Porque lanzarte al mundo de las citas con la intención de construir y no de consumir implica reflexionar sobre cómo y con quién pasamos nuestro tiempo.

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Nos hace seleccionar con mayor cuidado y sobre todo hacer que los encuentros vayan en la dirección de continuar, más a fondo, esa primera incursión en el perfil virtual ajeno (cambiándolo por el vivo y el directo).

Para hacerlo es necesario saber qué se quiere, por lo pronto, ya que no me vale como motivo escapar de la soledad, ya que estar con una o uno mismo es un grado que nos debemos sacar en la vida adulta.

Mi recomendación es tirar de seguridad y dejar salir nuestra forma de ser con todo, sin ocultar lo que nos genera inseguridad porque un antiguo ligue consideró «demasiado intenso», «demasiado sensible», «demasiado complejo», «demasiado», así en general.

Pero tener citas de manera intencional es también saber, si no fluye o funciona, cuándo ponerle fin a quedar.

Mara Mariño

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