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El ‘muro’: la teoría de que las mujeres somos rechazadas al cumplir 30

TikTok es el nuevo lugar de nacimiento de tendencias, incluso de las relativas al vocabulario.

Y esto puede ser preocupante si pensamos que se trata de la red social por excelencia de los menores de 25 años, la generación más polarizada en lo que a igualdad de género se refiere.

Algo que términos como «bodycount», «kilometraje» o «mujer de alto valor» (todos relacionados con el historial sexual de las mujeres) demuestran, ya que hacen apariciones constantes en la sección de recomendados de la aplicación.

mujer rechazada hombre

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El último de ellos es «el muro».

Sin que quede muy claro si se trata de una referencia a Juego de Tronos o al supuesto bajón de energía que le da a los runners en el kilómetro 30, este concepto se utiliza en TikTok para dividir a las mujeres.

Según la teoría del muro, los 30 son el límite en el que resultamos físicamente atractivas, ya que a partir de esa edad iríamos cuesta abajo y sin frenos.

«El muro es invicto, el muro siempre gana. Gatos y vino serán tu destino. Pasado el muro, ninguna es comestible,
porque el muro es inexorable», escribe un usuario en su ‘Oda al muro’.

La única forma de evitar el muro es, por lo visto, el matrimonio, ya que para antes de los 30 ya tendríamos que estar casadas: «Las que son un buen partido para los máximo 26 ya tiene un anillo en el dedo», sostiene un tiktoker.

Aquellas que superamos el límite de edad sin joya de compromiso de por medio, somos las posmuro, las que según estos expertos -que no pasan los 20 años-, hemos «optado por una conducta promiscua» y de ahí argumentan nuestra «dificultad de crear vínculos afectivos».

A esa supuesta invisibilidad que nos llega el día que soplamos las velas con un ‘3’ y un ‘0’ se debe a haber envejecido: «ya no eres joven, no eres más guapa que una veintañera y tienes muchos kilómetros en la cama, eso produce rechazo de los hombres», opina otro de estos defensores del muro.

Pero a mí lo que más me llama la atención del muro es su unidireccionalidad, que sea un obstáculo que conforme las ideas de estos usuarios, solo las mujeres encontremos en el camino.

Es decir, que por un lado se opine únicamente del declive de nuestra belleza física cuando envejecer es un fenómeno natural que nos afecta biológicamente a todos de la misma manera.

En cambio, asociarlo solo a la mitad de la población y sostener que a la otra esos años les dan más valor, es una discriminación cultural, no un designio de la naturaleza.

 

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Otra de las fisuras que le veo a la teoría del muro es que se achaca la falta de pareja a la variada agenda sexual, pero no al cambio histórico del empoderamiento femenino.

Por primera vez, las mujeres no priorizamos tener vínculos románticos. Nos hemos liberado del yugo del padre y del marido.

Es decir, empezamos a priorizar redes de amistad, carreras laborales o viajar por encima de estar en una relación de pareja.

Y eso sin contar que el muro no contempla la dificultad que es dar con hombres de nuestra edad que no tengan interés en seguir avanzando en la relación -más allá de un encuentro sexual- o miedo a comprometerse.

Estar casado y tener hijos, ya no supone el aliciente de dotar de estatus a los hombres, como sí ocurría hace siglos.

Cuando muchas que sí quieren dar ese paso, o bien encuentran a chicos que siguen atrapados en su etapa universitaria y no quieren renunciar a salir de fiesta, sus planes con amigos y se niegan a dedicar tiempo a tener solo una relación.

«Las mujeres heterosexuales van a pagar facturas que ahora desconocen», escucho en uno de esos vídeos acerca del muro.

Y, sin saberlo, el usuario retrata el problema. Son solo los hombres quienes están midiendo a su pareja por la edad y tildándola de «posmuro» por haber pasado los 30 y no haber llegado virgen a sus brazos.

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Entonces si este sesgo se da solo hacia las mujeres, estos hombres quieren seguir ostentando el privilegio masculino no solo de la libertad sexual, sino de la libertad de acceder siempre a mujeres de menor edad (pero que nosotras no podamos resultarle atractivas a hombres más jóvenes).

Lo que ha pasado con Dani Martín declarándose a Esther Expósito, básicamente.

«Las mujeres han disparado contra los hombres y ahora los hombres válidos no se fían de las mujeres. Eran más felices nuestros abuelos», escucho en otro vídeo.

Y sí, no le quito la razón, seguramente nuestros abuelos, con «o», eran mucho más felices cuando tenían a una mujer dedicada en cuerpo y alma a ellos y a su prole.

Pero pienso en mis abuelas, en las oportunidades laborales que no tuvieron, en los viajes que no hicieron, en los gritos que recibieron de sus maridos, en sus vidas sexuales llenas de desconocimiento y culpa, sin ningún tipo de deseo; en su rutina de fregar y cocinar, sin hacer nunca planes con amigas (sin tener amigas) porque no les daba tiempo de todo lo que tenían que hacer en casa…

Pienso en que si hubieran nacido en esta época, todo habría sido distinto para ellas.

Porque hay algo de lo que cada vez nos damos más cuenta las que ya tenemos 30 y hemos vivido la experiencia de compartir piso -y discusiones- en pareja: solas, con gatos y vino, se está a gustísimo.

Mara Mariño

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Vida en pareja feminista: ¿cómo repartirnos los gastos?

Hace unos meses dejé mi trabajo de jornada completa para lanzarme al vacío de volver a estudiar. Y digo vacío porque mi cuenta bancaria fue la primera que apreciaría la nueva situación de dejar de recibir aquellos ingresos estables.

Estando independizada, con un alquiler, las facturas de la casa y una nevera por llenar, de repente, aquello de estar independizada se sentía como una carga. Una carga cara que mantener a costa de mis ahorros.

Mi pareja lo veía distinto, durante esa nueva fase de estudiante quería ser él quien se encargara de los gastos.

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Pero claro, educada en el feminismo, en la independencia, aquello me hacía sentir fatal conmigo misma.

En la medida que pudiera, quería aportar, así que al final quedamos en hacer una distribución equitativa que ha llegado para quedarse.

Y es que, por primera vez, le vi las goteras al discurso de la igualdad entre hombres y mujeres. Nos vamos a convivir con nuestra pareja pagando todo al 50%. Pero, ¿nuestros ingresos son los mismos?

Me encantaría dar un golpe en la mesa con cifras paritarias en lo que a salarios de la gente de mi edad se refiere. Pero no puedo hacerlo.

En la mayoría de parejas de mi entorno, nosotras ganamos menos que ellos. El desfase de la muestra podría no ser representativo, pero que, llevado a la población española, se mantiene.

Es lo que conocemos como «brecha salarial» o que cobremos un 28,6% menos que nuestros novios o maridos (según datos de Técnicos del Ministerio de Hacienda del año 2020).

¿Igualdad? Mejor equidad

Después de hablarlo con mi pareja instauramos una nueva distribución de los gastos.

Ajustando mi porcentaje de participación a los ingresos que recibo, como puede ser esta colaboración con 20 Minutos o trabajos puntuales, coincidimos en que tenía todo el sentido del mundo dividirlo de esa manera, más justa.

A fin de cuentas, los dos nos estamos beneficiando de vivir juntos en un piso que nos encanta y él tiene una situación mucho más desahogada que la mía.

Aunque debería ser ‘lo normal’, igualmente me sorprendió ver su mentalidad de equipo, su predisposición a que este cambio se hiciera cuanto antes porque, en su opinión, tenía que centrarme en los estudios y olvidarme del resto.

Y no porque le urgiera que, en cuanto empezara a trabajar, «devolviera» la parte que él había puesto de más.

Más bien por el simple motivo de que quiere verme crecer y su forma de apoyarme en el proceso es disipando agobios externos que pueda tener.

Porque, como sabemos, si las tornas se invirtieran, yo haría lo mismo por él.

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Nuestro caso no es el habitual, ya que el reparto que se hace normalmente es del 50-50. Algo muy asimétrico, por otro lado.

No digo que este sistema sea el modelo perfecto, pero sí que bien merece la pena revisar cuáles son las condiciones económicas de los miembros de la pareja para ver de qué manera se puede equilibrar la balanza.

Es una manera de hacer activismo feminista sin salir de casa y que -aprovecho para hacerme publicidad, que como te he dicho más arriba ahora mismo llevo vida de estudiante y la venta de libros me viene como agua de mayo- explico largo y tendido en Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo (Grijalbo, 2023).

Quiero terminar el artículo con una reflexión final para quienes todavía no ven esto claro.

Estamos a favor de que las personas con rentas altas paguen más impuestos y, las personas con rentas más bajas, menos, lo que se conoce como equidad distributiva.

Esta proporcionalidad tributaria se basa en que los gastos públicos no sean desmesurados en cuanto a las capacidades económicas, porque beneficiarían a los contribuyentes económicamente privilegiados.

Si eso implica que se reconozcan las características y condiciones personales, para asegurar que todo el mundo tenga acceso a lo necesario para vivir dignamente, ¿por qué en pareja no es igual de habitual llevarlo a cabo?

Mara Mariño

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Y echarme un novio feminista

La vez que llegué a casa y le dije a mi ex que un hombre me había seguido por la calle con su bicicleta diciéndome cosas y que estaba harta de que se repitieran ese tipo de situaciones a diario, me dijo que tenía que relativizar.

Que a él también le habían llamado «guapo» y no se había puesto así. Fue la gota que colmó el vaso.

pareja feminista feliz

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No conseguía hacerle entender que el enfado no venía de aquella ocasión, de aquel caso concreto, sino de estar aguantando esos comentarios desde que entré en la adolescencia.

Tampoco me parecía comparable su situación a la mía. Por dos razones, la primera porque lo suyo había pasado en ocasiones que podía contar con los dedos de una mano.

La segunda, porque él no sentía miedo. Cuando eres un hombre de dos metros y pesas 100 kilos, que una mujer te lance un piropo no te hace sentir inseguro.

A mí sí.

Él no conseguía empatizar conmigo ni ver la diferencia entre nuestras emociones recibiendo piropos de gente que no conocíamos.

Era solo una de las muchas faltas de entendimiento que teníamos. Como la de que había suciedad que solo veía yo. La que se acumula en el suelo donde guardábamos los cubos de basura, como las manchas en los cristales o las rendijas de las baldosas de la ducha.

Y el baño, el baño, sin haberlo hablado, se daba por hecho que era mi responsabilidad, porque si no lo limpiaba, podía estar semanas ajeno a los productos de limpieza. Para él, nunca estaba lo bastante sucio como para ir a limpiarlo por iniciativa propia.

Si a eso añades que me sentía poco valorada, porque era como si mi trabajo no existiera, porque ambos trabajábamos en que sacara adelante sus proyectos (en mi caso haciendo horas extra), o que en el momento que empezaba a formarme en algo me decía que no me creyera una experta por haberme leído dos libros, es fácil ver que no estábamos en igualdad de condiciones o al menos, el trato que me dispensaba, era distinto al que podía darle yo.

Diría que hasta ese momento, la relación con mi cuerpo era estupenda, pero comentarios como que no debía comer ciertas comidas a partir de una hora concreta del día o sentirme culpable si no iba a entrenar por si le ‘decepcionaba’ de alguna manera, me llevó a sustituir a escondidas si por un casual, en un arrebato de ansiedad, me tomaba un paquete de galletas que tuviéramos en casa.

Todo para que no se diera cuenta.

No es que me hubiera dicho que su expectativa era que yo estuviera en forma, pero creo que tampoco hacía falta cuando me decía que ya no me tocaban más calorías, que podía comer hojas de lechuga si seguía con hambre, o si tomando algo con sus amigos, me quitaba de la mano el plato de frutos secos.

Viéndolo con perspectiva, no creo que él fuera consciente de hasta qué punto sus comentarios me afectaban, pero entre eso y ver constantemente mujeres con físicos que se califican como perfectos en anuncios, redes sociales, series o películas, es difícil no caer en enfrentarte contigo misma. Con tu peso.

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Casi un año después de esa ruptura, cuando estaba más convencida que nunca de que no volvería a sentirme así por nadie, empecé a salir con mi pareja actual.

Y todo cambió hasta el punto de que, por primera vez, estaba con alguien que no ocultaba sus emociones en lo más hondo de su ser (porque le habían enseñado que eso era sinónimo de ser fuerte).

O a lo mejor se lo habían enseñado igual, pero él lo había deconstruido.

Alguien que me veía como a una compañera de equipo y se esforzaba a diario en que las responsabilidades y las decisiones fueran compartidas por ambos.

Y, en caso de dudas, de inseguridades, de miedos, se creaba un espacio para hablar de ello sin ningún tipo de prejuicio, teniendo conversaciones tan profundas que hacían que la conexión saliera fortalecida de cada discusión, de cada desencuentro.

Abandonamos los roles de género, me dejó de preocupar que yo tenía que ser la que no tuviera pelo y él el que estuviera más fuerte que yo, por poner unos ejemplos.

Lo hicimos al revés, los moldeamos a nuestra manera, nos cuestionamos por qué nos preocupaba cualquier expectativa que no fuera la nuestra y apostamos por diseñar el romanticismo a nuestra manera.

Y toneladas de apoyo, apoyo en todo, en el crecimiento de los dos y en el respeto absoluto por la otra persona y sus aspiraciones y deseos, siempre acompañado de la escucha activa y grandes dosis de empatía.

Fue una revolución tan grande en mi vida que hasta escribí un libro que se ha puesto a la venta esta semana (Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo, Grijalbo).

Porque pensaba que si él había conseguido hacer ese ejercicio de cuestionarse, revisarse y vivir la relación como un espacio de aceptación absoluto -donde los dos nos sintiéramos queridos y seguros-, habría más hombres que pudieran hacerlo para que no se repitieran las vivencias como las que yo había tenido en el pasado, para que nos entendieran.

Al final, descubrí que podía tenerlo todo: sentirme realizada en mi carrera, poder dedicarle mi atención a mis familiares y amigas, tener tiempo para mis aficiones y estar enamorada hasta las trancas.

El secreto estaba en echarme un novio feminista.

Mara Mariño

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Hay que llevar el 8M a la cama para tener una sexualidad más feminista

Hace unas horas, una chica me mandaba un mensaje por Instagram preguntándome que qué hacía después de que su pareja alcanzara al orgasmo. Que cómo podían seguir si él no tenía la erección.

Si eso era todo.

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Vi claro que la educación sexual que tanto necesitamos debe ser feminista. Porque solo desde esa igualdad de posiciones ponemos nuestro placer a la misma altura que el de ellos (hasta para nosotras mismas).

Es la manera de que la pregunta de «¿Eso es todo?» cuando él termina, sea convierta en «Él ya ha tenido su orgasmo, ¿cómo quiero alcanzar el mío ahora?».

Así se cambiaría la expectativa que recae en nosotras, la que continúa siendo la de mantener, a toda costa, una vida sexual en torno a la penetración que nos sigue dejando a dos velas.

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Un feminismo llevado al lado íntimo nos permite cambiar la imagen impuesta que tenemos de cómo debe ser nuestro físico.

Hasta el punto de que solo desprendiéndonos de esas ideas -que se basan en estereotipos que no hemos elegido-, lograremos dejar de ser cosificadas hasta por las inteligencias artificiales.

Porque es difícil vivir constantemente criminalizadas por el propio cuerpo, objeto de censura en redes sociales y de deseo al mismo tiempo, cuando te llegan fotos no solicitadas de quien decidió que debías ver el interior de sus calzoncillos para ‘seducirte’.

Es el mismo cuerpo femenino sobre el que gira todo el sistema anticonceptivo si tenemos en cuenta que la mayoría de métodos (pastilla anticonceptiva, píldora del día después, DIU, anillo hormonal, parche…), que solo somos fértiles 5 días al mes cuando ellos lo son todo el año.

El 8M es la ocasión perfecta para recordar que, tal y como somos, está bien. Perfectas para sentir placer independientemente de la forma de nuestra vulva, a la que hay quienes intentan armonizar cuando lo natural es su asimetría.

Poner el disfrute por delante es tener una vida íntima feminista, donde nos gozamos en libertad. Una en la que el deseo va de la mano con el consentimiento.

Porque hablar en términos de consentir nos distancia de la verdadera esencia del sexo, que no es algo a lo que se accede, sino algo que se desea.

Así que trasladar el feminismo a nuestra intimidad debería ir también por ahí, por lo que queremos.

Y, que si decimos que no lo queríamos, no se ponga en tela de juicio. Menos aún hasta el punto de tener que renunciar a una indemnización si se ha sido víctima de una agresión sexual, como fue el caso de la mujer que denunció a Dani Alves.

Caso, que nos recuerda cómo socialmente se nos hace sentir aún más estigmatizadas en el momento en el que los abogados del futbolista argumentaron que la víctima no presentaba lesiones, por lo que (según ellos) la lubricación invalidaría la violación.

Sí, este 2023 por increíble que parezca, tenemos que seguir protestando por la cultura de la violación que libera de responsabilidad a los agresores y pone de mentirosas a quienes sufrieron el ataque.

Es la misma que sostiene que es imposible que un hombre exitoso recurra a la fuerza para obtener sexo. Menos aún si es guapo o tiene una pareja modelo, como es el caso del brasileño.

Son protestas que parecen nuevas por la actualidad de todas ellas, pero son las de siempre.

Aunque no por ello tenemos que dejar de señalarlo y protestarlo para que la Justicia sea reflejo de las sábanas, feminista en vez de patriarcal.

Solo así tendremos la garantía de poder vivir nuestro placer verdaderamente libres.

Mara Mariño

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No soy una ‘Mónica’, pero también me han llamado ‘zorra’

Ayer, después de descubrir que los famosos insultos del colegio mayor, habían tenido lugar en Madrid, escribí a una amiga y le pregunté si quería acompañarme a manifestarnos delante del Elías Ahúja.

No, no éramos las damnificadas de manera directa, porque los insultos no iban hacia nosotras.

No éramos unas ‘Mónicas’. Pero, a la vez, sí que lo éramos.

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La universidad hace tiempo que la dejamos atrás, y, sin embargo, no podíamos quedarnos sin hacer nada. Estábamos molestas con la manera en la que había sucedido todo.

Sobre todo descorazonadas pensando que, en vez de ir hacia delante, en dirección a una sociedad igualitaria, fueran esos los comportamientos que nos esperaban en el futuro.

Cada acción viene acompañada de una reacción y ante acciones machistas, que celebren esa supremacía de que los estudiantes pueden hacer o decir lo que quieran, no nos parecía mejor ‘contraataque’ que plantarnos allí.

De manera pacífica, por supuesto, con dos carteles y en silencio.

Organizadas, a diferencia de ellos (que lo hicieron para su cántico machista), para decir que no estábamos de acuerdo con ese trato vejatorio.

No sé si la imagen de estar allí, dos mujeres en la treintena, lejos de la vida universitaria, con pancartas en alto pidiendo un lenguaje respetuoso hacia nosotras, contrarrestó de alguna manera el ya famoso speech de «Conejas, salid de vuestras madrigueras».

Pero algo hizo que, tras ver ese vídeo con un edificio entero de hombres aullando y vociferando como si de verdad se encontraran preparándose para un ataque en manada, nos tocara la fibra y nos empujara a salir de casa.

 

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Porque no somos ‘Mónicas’, ni universitarias de la Complutense, pero sabemos muy bien lo que es que nos insulten con esos mismos términos.

La palabra «puta» o «zorra» la llevamos oyendo desde el colegio. En el patio, en clase soltada por lo bajito o bien alto por algún compañero, en la discoteca, cuando no estábamos interesadas por el chico que nos estaba insinuando que si queríamos dejar la pista y terminar en su cama.

La hemos oído en la calle, de parte de algún desconocido que consideró que merecíamos el mote, también desde coches en marcha, gritado a voces desde un edificio sin poder identificar, en esa ocasión, quién ha sido.

Como nos lo llevan llamando en incontables ocasiones a lo largo de nuestra vida, es imposible no empatizar con las alumnas que los reciben y sentir que, de cierta manera, también van para ti.

Porque has sido la destinataria tantas otras veces…

Y si cada vez que oímos un «puta» nos sentimos automáticamente identificadas, solo por el hecho de ser mujeres, quizás es porque estamos en un país en el que se ha normalizado hasta ese punto que ese sea el trato que recibamos.

Por eso, para nosotras, era tan importante hacer algo al respecto. Lo que fuera.

Porque estamos ya cansadas de ser insultadas por hombres, conocidos o desconocidos, porque nos duele aún más cuando se le quita peso llamándolo «broma» o «tradición», para garantizar que puedan seguir haciéndolo.

Porque si enseñamos a las generaciones que están de camino que aquí está la diversión, en un trato denigrante hacia nosotras, en una agresión verbal, ¿qué hacemos sino preparar el terreno a que, en un futuro, eso termine en una agresión física, en una violación?

Mara Mariño

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En una cita, ¿es feminista dividir la cuenta a la mitad?

Desde pequeña mis padres me han educado en que persiguiera la independencia. Que si acudía a una cita, pagara mi parte de la cena, mis copas en el bar, mi entrada del cine…

Que no necesitara que un hombre (o mujer) me invitara porque tenía mi propio dinero para hacerlo.

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Esto me lo llevé a mi terreno y, lo más igualitario, me parecía dividir los gastos al 50%. Asumir la mitad cada uno me parecía un plan más que justo. Estaba cómoda con ello.

Las diferencias que pudiera haber si él se pedía una copa de más, se podían solucionar si tenía en cuenta que yo siempre tomaba más postre.

Y, una rápida encuesta en Instagram, me reveló que mis seguidoras opinaban de la misma manera.

Por lo general, nos sentimos a gusto haciendo las cuentas a la romana: dividiendo la cantidad entre los comensales o asistente.

Pero no puedo dejar de preguntarme si, sintiendo que así estamos enarbolando la bandera del feminismo, no nos estaremos tirando piedras sobre nuestro propio tejado.

Me explico: en España, la brecha salarial de 2021 fue del 18,7%. Esto significa que las mujeres ganamos -de media- 5.175 euros anuales menos que los hombres.

Y no es una cantidad que podamos olvidar cuando quedamos. Porque lo personal es lo político. Y también lo monetario si vives en una sociedad donde la desventaja toca a la mitad de la población.

De la misma manera, hay otro hecho, que se nos impone biológicamente, a tener en cuenta

Todos los meses tenemos la regla, lo que implica que las más afortunadas, solo necesitan invertir en productos de higiene femenina: compresas, tampones, renovar su copa menstrual o comprar una braga absorbente.

Las que tenemos dolores intensos, tenemos que sumarle a eso las dosis de paracetamol e ibuprofeno que nunca faltan en casa.

Mi opinión es que, por mucho que defienda el feminismo -la igualdad de condiciones y derechos entre el hombre y la mujer-, me planteo hasta qué punto nuestras citas son feministas con lo del 50-50.

Más que nada porque, si ya de por sí nosotras tenemos ese gasto, que influye directamente sobre nuestra renta, y ellos tienen esa superioridad salarial, ¿no tendría mucho más sentido dividirse la cuenta de manera proporcional?

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No hace falta sacar la calculadora para que uno de los dos pague un poco más, se puede traducir en la mitad de las entradas del cine y las palomitas, o la cena a la mitad y que se encargue de las copas de después.

Hay maneras nada complicadas y lógicas de ponerlas en práctica.

De esta manera, estamos introduciendo el concepto ‘equidad’ en el plano sentimental, que no es otra cosa que distribuir el gasto de manera proporcional a las condiciones de cada persona.

Como cuando invitas a tu amiga a los cafés porque sabes que ahora está en el paro, buscando otro trabajo, y no le va bien tener gastos añadidos.

Y a quien no le convenza porque quiere reivindicar su autonomía y busca una igualdad matemática, siempre tiene la opción del 50%.

Pero que sea consciente de que, si es la mujer de la relación, es algo que le está empobreciendo, mientras que a él le favorece que la división sea de esa manera.

Me encanta que hayamos avanzado y tengamos la libertad de decidir, de trabajar, de pagar… Pero que no implique que ponerla en práctica nos empodere psicológicamente y nos empobrezca económicamente si, socialmente, seguimos en desventaja.

Mara Mariño

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La deconstrucción sexual será feminista o no será

¿Cómo que ahora hay que deconstruir el sexo? ¡Si has tardado toda tu vida en averiguar cómo va (y especialmente los últimos 10 años) en ponerlo en práctica intentando mejorar!

Entiendo que suena dificilísimo. Como montar un mueble de Ikea o explicarle a tus padres cómo adjuntar archivos en un mail.

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Pero en el momento en el que dejamos que nuestra vida íntima se contagie de lo que sucede a nivel social -y esa sociedad no nos da los mejores ejemplos en cuanto a relacionarnos- es cuando toca desmontarlo todo.

El proceso puede ser igual de divertido. Pero además, mucho más placentero.

Primero, olvida todo lo que has aprendido del porno. Todo es todo.

La forma de los cuerpos, los pelos (o la falta de ellos), los roles, los movimientos, la violencia…

En serio, no me vengas con golpes o brusquedades, a lo mejor prefiero un trato cariñoso, ternura antes que rudeza.

En el cóctel molotov de la pornografía se suman cánones físicos inalcanzables, genitales descomunales, pieles que solo cambian de color para ser sexualizadas y una serie de coreografías perfectas para cámara -y para un espectador mayoritariamente masculino-.

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Pero ni representan cómo son las personas con las que vas a encontrarte ahí fuera (a no ser que solo salgas con actores y actrices porno) ni enseñan lo que queremos en la cama.

De verdad, no quiero que la metas durante 45 minutos sin parar. La lubricación vaginal tiene un límite y empiezo a sentir la fricción en mi vagina como cuando retiras un velcro.

Deconstruirte significa aceptar que, a diferencia de quedarte con un producto mainstream como es la pornografía, tu sexualidad es como tu cepillo de dientes. Tuya y solo tuya.

Debe ajustarse a lo que te pone, a lo que te gusta. A ti. Es algo que incluye dejar de pensar que, si también te gustan las mujeres (o los hombres), es solo una fase. Que es lo que te dicen sin parar.

Que solo estás experimentando o que no eres bisexual o gay de verdad, de los de ‘pura cepa’.

Pero lo cierto es que con la deconstrucción, te animo a que dejes las etiquetas solo para la ropa. Porque eso significa que lo que hagas en la cama -o en la parte de la casa que te dé la gana- no está sujeto a nada.

Eso significa que puede gustarte una zona concreta, un fetiche distinto, que te llamen al oído de cierta manera porque es lo que te pone.

Y a lo mejor es algo que no te parece que pegue con lo que te han enseñado. Por eso tienes que olvidar ese imaginario que te has montado y disfrutarlo.

A ti, amigo, te invito a que gimas. Aunque nunca hayas escuchado a ningún otro hombre hacerlo. Porque es algo que se te engancha en la garganta y merece que lo dejes salir.

A que respetes un ‘no’, pero también a que frenes si no lo oyes. A que ni drogues ni esperes a recoger a la chica más borracha de la discoteca, esa que ha perdido a sus amigas y casi la capacidad de hablar.

Porque está igual de mal y la falta de consentimiento es la misma, aunque pienses lo contrario.

A ti, amiga, despréndete de la culpa y la vergüenza, de vivir tu sexualidad casi en secreto y siempre al servicio de los demás. No eres el objeto de consumo, ¡eres la coprotagonista!

Sí, me refiero a esos orgasmos que a día de hoy todavía finges, la prueba de que para ti es más importante que la otra persona sienta que lo estás disfrutando a que verdaderamente goces de tu sexualidad, abriéndote y diciendo qué te gusta.

Y a ambos, a que dejemos de pensar en la primera vez como un examen de valía.

Que si no sale bien, o la erección brilla por su ausencia, ya no se puede disfrutar de la velada.

También que si sucede al poco tiempo de conocernos es porque no nos valoramos lo suficiente, cuando es algo que ni nos planteamos en el caso de que ellos quieran sexo a la primera.

La mayor deconstrucción es que la libertad sexual la tengamos por igual.

Mara Mariño

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Todas somos Shakira (y todas somos Clara Chía)

Y si no lo has sido todavía, ya te llegará, amiga.

Pero hasta que no te des cuenta de que has estado en ambos lados, seguirás convencida de que una es la buena y otra la rompehogares.

No te culpo, la sociedad lo ha hecho genial en ese aspecto. Las redes sociales, las películas, las canciones de Olivia Rodrigo

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Se nos ha enseñado que, si hay una infidelidad o, si después se empieza otra relación, la comparación está servida.

En primer lugar física, por supuesto. Porque es lo que asegura que sigas preocupada de la última crema antiarrugas del mercado, de estar delgada, de matarte en el gimnasio.

De seguir gastando, ya de paso, para competir en ese certamen de belleza que parece que es lo único que nos valida ante la mirada masculina.

Pero también de comparar los logros o de echarnos la culpa a nosotras.

En llamar a una ‘la mala’ y a otra ‘la buena’, que son roles que se pueden intercambiar en función de cómo cada quien analice la relación.

Si ella ha sido lo que consideramos una ‘mala compañera’, normalizamos que él vaya en busca de la felicidad.

Si ella era lo bastante buena, no nos sorprende que él vaya buscando algo nuevo porque se cansó.

La cosa es que nunca centramos los reproches en él, que es quien toma la decisión de terminar la relación anterior y empezar algo nuevo.

Porque, peleadas entre nosotras, somos menos fuertes. Hacemos bandos, nos dividimos según nuestras opiniones y es más fácil para el siguiente que lo haga, recibir el mismo trato.

En cambio poniendo el foco en que él no ha obrado de la mejor manera, pierden la libertad de hacerlo sin recibir ninguna crítica al respecto.

Incluso de ser perdonado en el futuro (las idas y venidas de Khloé Kardashian con Tristan Thompson son la mejor prueba, mientras que Jordyn Woods sigue repudiada por el klan).

Posicionarnos como feministas en algo de este tipo pasa por empatizar con ambas mujeres, en no juzgarlas, señalarlas, ni culparlas. En dejar de compararlas como si fueran cromos intercambiables. En elegir la sororidad.

Y feminismo es también ser críticas con la exposición mediática que tiene un tufo casposo, ella siempre tildada de destrozada, él con ánimo positivo.

Es el momento de cuestionarnos por qué hay ese sesgo a la hora de tratar las rupturas en los medios.

Porque ellas, independientemente de lo que hagan, son tildadas de demacradas, tristes y abatidas, mientras que ellos viven su vida ‘con ilusión’ y recuperan ‘la fe en el amor’.

Tampoco nadie se plantea -ni ocupa ninguna columna de opinión- qué hace Piqué con alguien 12 años más joven. El Enrique Ponce de 2022.

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No me vendáis la moto de que nosotras nos desarrollamos antes. A mis 30 siguen sin parecerme ‘muy maduros para su edad’ los chavales de 18.

No falta tampoco la pullita de los suegros para añadirle más leña al fuego. La enésima muestra de machismo en esta historia.

Ya que se considera como algo positivo la buena relación de la nueva pareja de Piqué, como si fuera un determinante.

La buena nuera no falta en la metáfora del cuento. Mientras Shakira, que no terminaba de congeniar con ellos, se ve como menos valiosa.

Toda la presión recae en que, además de ser buena novia, buena mujer o buena nuera, también debemos ser buena amante.

¿Y él? Él es quien tiene el privilegio de que puede ser o hacer lo que quiera.

Mara Mariño

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Aprender a ligar (bien) cuando sales de fiesta: la campaña de esta sexóloga en Bilbao

¿Cuántas veces has salido de fiesta y han dado por hecho que, por ser amable, estabas insinuándote?

¿Y cuántas veces has tenido que decir que no estabas interesada en tener nada con una persona y no ha dejado de insistir hasta que has sacado la baza de que tienes pareja?

¿Por qué solo te dejan tranquila si saben que ‘perteneces’ a otro?

Punto Morea Bilbao

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Nuestras nociones de flirteo no son precisamente las mejores. Pero, ¿y si eso pudiera cambiar? ¿Y si pudiéramos salir de fiesta y ligar bien?

Esa era el objetivo que Melanie Quintana, la sexóloga que se encuentra detrás de la plataforma de educación sexual Somos Peculiares, se propuso.

En su primer año como directora ejecutiva del Punto Morea (Punto Morado) en Bilbao, no solo sacó adelante el proyecto para que la Aste Nagusia 2022 (la Semana Grande) contara con un espacio seguro, sino que fue más allá uniéndolo a la divulgación de educación sexual.

«Siempre ha habido carpas que han promovido las relaciones libres, la prevención de ITS, el VIH, pero nunca ha habido educación sexual en el Punto Morea. Sí divulgación o campañas relacionadas con el feminismo, pero nunca educación sexual como tal», dice la sexóloga.

Su stand, un mix de colores que arrasa en Instagram estos días por ser uno de los rincones más fotografiados de las jaias, no es solo un punto de encuentro para mujeres de todas las edades, que se acercan por curiosidad algunas y con un firme convencimiento otras.

«Esperad, que vengo con mi nieta», dice una señora hablando con una de las técnicas en igualdad del Punto Morea.

Otra le cuenta a su hija, mientras le colocan una de las pulseras que se han diseñado para la campaña (que lleva escrito ‘Solo sí es sí’), que nadie debe tocarla sin su consentimiento.

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Además es un lugar de bienvenida para que, como la propia Melanie nos cuenta, se acerquen otras asociaciones feministas para fomentar la sororidad con cualquier colaboración.

Pero, ¿cómo consigue un puesto en unas fiestas populares ayudarnos a ligar mejor?

Además de los talleres de educación sexual que se están impartiendo en los diferentes barrios de Bilbao, acompañando la acción, el puesto es en sí mismo una declaración de intenciones.

«De primero de flirteo, toma nota: Sí es un deseo. No es un límite», dice una de las paredes donde más se fotografían las asistentes a las fiestas.

«Debe haber un Punto Morado porque siempre pasan cosas», dice la sexóloga. «Intentamos prevenirlas, pero no podemos pretender que desaparezca la violencia si no hay educación de base».

Por eso su stand, en pleno corazón de las fiestas bilbaínas, resulta tan impactante: «Las campañas del ‘no es no’ se quedan escasas y se basan en la negativa. No queda trasfondo de cómo aprender a relacionarnos mejor».

«Respeto, ligoteo sano, consentimiento, límites y deseos» son el foco de los mensajes, desde la educación sexual, que aparecen tanto en el punto (en euskera y traducido al inglés y castellano) como en las pulseras que reparten.

Son otros de ellos el «Mi no tiene suficiente fuerza, no necesito añadir que tengo pareja», «Los límites que pongo son para respetarme, no para ofenderte» y «Sin responsabilidad afectiva no juego».

«La propuesta fue llegar a la raíz del problema. Necesitamos educación en cómo nos relacionamos. De nada vale decirnos así no puedes relacionarte. Hay qué enseñar cómo podemos hacerlo bien y bonito», afirma la experta.

¿Alguno de los tips para ligar de fiesta -o en cualquier lado- que dan en el stand?

«Cómo nos podemos decir que sí a algo mediante la comunicación asertiva, conquistarnos de forma sana respetando lo que los demás desean, cómo podemos hacer para gestionar un rechazo, porque no somos una croqueta, a todo el mundo no le podemos gustar. Y a todo el mundo no le puede gustar nuestra forma de interactuar o ligar con ellos».

«También el poder decirle a alguien ‘Me encantas’ incluso sin hacer alusión al físico. Tocar el pelo y otros códigos. Ni todo es blanco ni negro, es en los grises donde podemos jugar».

Y es que hay algo que, a la orilla de la ría de Bilbao, la sexóloga nos recuerda: «Se pueden tener gestos de cariño y de ternura sin que sean soeces, estamos buscando conquistar, no follar».

Mara Mariño

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5 podcast de sexo para este verano (o cuando quieras)

Ahí va un dato que no sabías de mí: lo paso fatal en los aviones. Es entrar a la cabina y agobiarme. Del momento del despegue ya ni hablamos. Entre el zarandeo, la velocidad, el miedo a volar y el ruido, solo pienso en escapar.

chica placer

PEXELS

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Así que una amiga me recomendó para el miedo a volar ponerme música durante el vuelo. Hice el cambio por los podcast y las cosas entre los aviones y yo van mucho mejor, tengo que admitirlo.

No sé si es el hecho de escuchar voces conocidas o que siempre tiro por temas que me interesan, pero consigo alejarme de todo.

¿Y por qué tipo de podcast tiro? Pues, como imaginarás, los de sexo están entre mis favoritos.

Así que tengas o no miedo a volar, o simplemente estés en busca y captura de podcast que te acompañen a todo, he querido compartir algunos de mis últimos descubrimientos.

Estos son cinco de los que he escuchado recientemente y, cada uno por unas cosas y otras, merecen que les des una oportunidad este verano:

  1. Macho Alfalfa: ¿quieres zambullirte en lo que es ser un hombre español heterosexual? Este podcast es para las que no sabíamos que nuestros compañeros del colegio se masturbaban juntos de pequeños, pero poniendo los cojines en el sofá a modo de biombos. Esta puerta a la mente masculina que abren Raúl (@masculinidadsbersiva) y Guillermo (@damepistachos) es un poco escatológica, pero si disfrutas de ese tipo de humor -como es mi caso-, te va a encantar.
  2. Los relatos de Bantia: una noche con sorpresa en un hotel es a donde te llevarán los audiorelatos eróticos de Bantia. Si tienes entre 20 minutos y media hora, cierra los ojos y piérdete en las historias de los clientes que pasan por el establecimiento de una protagonista que se encarga de que la experiencia de sus visitantes sea más que satisfactoria. El único spoiler que te voy a hacer es que te costará mantener las manos alejadas de tu cuerpo mientras lo escuchas.
  3. Spank U, next: el lugar donde descubrirás todo (pero todo) sobre el BDSM. Es perfecto si quieres entrar en el mundillo -y no sabes ni por dónde empezar- o convertirte en la persona más experta. Tienes historias, entrevistas y un sinfín de información que harán que Anna y Gregor se conviertan en tus maestros del fetiche. Además te va a venir de maravilla para repasar el inglés y mantenerlo en forma durante el verano (nunca sabes cuándo vas a necesitar decirle a alguien «Get on your knees»).
  4. X preguntas: quien ha salido de fiesta con Daniela Requena (@danielasirena3), sabe que tiene anécdotas picantes para rato. Pero, a falta de poder quedar con ella en vivo y en directo, su podcast hace el apaño. Es una de las novedades de Spotify y precisamente busca lo que su propio título indica, darle visibilidad a esas historias algo más peculiares (o incluso incómodas) que nos han podido pasar estando en compañía. ¿Lo mejor? La naturalidad con la que nos anima a enfrentarnos a la vergüenza que pueda aparecer en momentos íntimos.
  5. La revolución del placer: el punto más formativo sobre sexualidad femenina corre a cargo de Irasema y Fabiola. Hablan del romanticismo, la masturbación, el aborto, la maternidad o el gaslighting desde una perspectiva feminista. Especialmente recomendable si todavía estás un poco verde en cuanto a conocerte a ti misma, quieres empezar a ver las cosas con las gafas de color violeta o, sencillamente, empoderarte (más).

Mara Mariño

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