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¿Eres románticamente responsable?

Siempre que empiezo una relación de pareja pienso de la misma manera: voy a dar lo más bueno de mí, la mejor versión.

Claro que, en mi cabeza, eso se limita a intentar no tener las zonas compartidas hechas un desastre, a colaborar con el orden y la limpieza y en mostrarme cariñosa y divertida a partes iguales.

Y aunque todo esto es algo fundamental, hay un área en la que cuesta mucho trabajar y de la que no se habla prácticamente nada, la de la responsabilidad.

pareja amor

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Y es que no basta con mirar la pareja como la unión de dos mitades (por muy buenas que se hayan propuesto ser), sino que parte debe ‘participar’ de una manera consciente y considerada.

Es lo que podríamos llamar ser románticamente responsables, que, a modo resumido es desarrollar la capacidad de trabajar en equipo en el plano emocional, asumiendo un papel activo respetuoso.

Podemos culpar a las series y películas de hacernos creer que las historias de amor son esa cosa que llega como caída del cielo.

Pero es nuestra tarea desmitificar esa idea y entender que es una decisión y un compromiso de trabajo, de ahí que la responsabilidad sea clave a la hora de relacionarnos.

Pero, ¿cómo gestionar de manera conjunta un área de nuestra vida cuando lo único que hemos aprendido de hacer trabajos en equipo es que cada uno se encargaba de su parte y, el día de la presentación en clase, se unían los distintos slides aunque no hubiera coherencia entre ellos?

Asumir la responsabilidad en una pareja pasa por hacernos cargo de nuestros comportamientos, que es lo que la otra persona puede ver.

Entre ellos está la comunicación honesta, que no solo es expresar los sentimientos, necesidades y expectativas de manera clara y respetuosa.

Es también recibir lo mismo de la otra persona y aceptarlo sin reservas, sin las defensas alzadas, asumiendo, aceptando, tomando nota y teniendo en cuenta de cara a la próxima vez.

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Eso de ponerlo en práctica en el futuro formaría parte de la mutualidad, que es hacer la vida teniendo en cuenta que no vamos solos, que nuestras acciones pueden afectar y es considerar eso.

Mutualidad es, por ejemplo, pegarte esa noche de fiesta con tus amigas, pero reservar también un rato para que el fin de semana tenga tiempo de calidad con tu pareja.

O saber que si su lenguaje del amor son las palabras de afirmación, asegurarte de decirle que le quieres aunque sea una cosa que te sale menos natural.

Es entender sus necesidades, deseos y autonomía y darle la seguridad y tranquilidad de que lo tienes en cuenta sin infringir su bienestar.

Otro punto clave es saber controlar la gestión de las emociones (y en esto puedo tirar de mi experiencia como parte de una relación intercultural).

Mi pareja ha recibido una educación en la que las discusiones no existen y en mi caso, alzar la voz constantemente es algo normal en mi manera de relacionarme, para bien y para mal.

Pero sabiendo que es algo que le produce incomodidad, aprender a controlar esas salidas y discutir desde la asertividad ha sido mi mayor reto.

Nos ha permitido poder abordar temas dificilísimos desde la estabilidad y la tranquilidad de que estábamos en el mismo bando, luchando por el objetivo de seguir juntos independientemente del asunto que tratáramos.

Vamos, cuando en vez de dejarme llevar por el impulso emocional, me ponía en modo ‘comprender y validar’ sus sentimientos para mantener una atmósfera sea amorosa y positiva.

A las pruebas me remito de que la empatía y el respeto mutuo hacen que el ambiente no sea de tensión, y sobre todo evita que si una de las dos personas es más impulsiva, como es mi caso, se escapen cosas que pueden ser dañinas.

Así que ahora solo queda que, tras leer esto, te preguntes de qué manera puedes contribuir a que tu relación sea no solo equilibrada, sino cómo puedes hacerla románticamente responsable.

Mara Mariño

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¿Por qué el sexo y el amor romántico están relacionados?

Es ver cualquier serie en la que una pareja decide abrir su relación y que salgan quienes afirman que la monogamia está de capa caída.

Otros opinan lo contrario, que por ‘culpa’ del poliamor, esta forma de relacionarse ha cogido más fuerza.

Y yo, que soy monógama no tanto por convicción, sino más por vaguería, me pregunto en qué momento se juntaron amor y sexo como para que ahora nos planteemos estas nuevas formas de vincularnos.

Hombres besándose

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Habrá a quien esto le parezca antinatural y piense que el ser humano lleva, desde el comienzo de los tiempos, relacionándose así.

Lo cual no es del todo cierto, arrastramos este modelo desde hace siglos, sí. El amor que ‘practicamos’ actualmente (en Occidente, quiero decir) es el amor romántico.

Pero ni lleva aquí desde siempre ni es la alternativa infalible.

Voy a empezar el repaso histórico por el tatarabuelo del amor romántico: el amor cortés del siglo XIII.

Nace de boca de los trovadores franceses, que pregonan el culto a la mujer y el sufrimiento por la distancia de ella, idealizándola en principio, y adquiriendo progresivamente una tendencia más sexual.

Con el tiempo se transformaría en lo que acabamos llamando amor romántico, aunque inicialmente su origen era más espiritual o idealista al servicio de la castidad y la proeza.

Todavía en el siglo XVIII, las relaciones de pareja se caracterizaban por separar el amor romántico de la sexualidad y el matrimonio.

Por un lado estaba el matrimonio amistoso o por conveniencia, como institución social y religiosa (para obtener descendencia legítima).

Por otro los devaneos, la forma aceptada socialmente a través de lo que obtener las satisfacciones amorosas románticas, y que eran casi siempre exclusivamente masculinos (prostitución incluida).

Es en la Edad Contemporánea cuando por primera vez comienza a coger fuerza la idea de juntar amor y matrimonio.

La reivindicación de los sentimientos

En el siglo XIX, el Romanticismo, comienza la exaltación de la pasión romántica y trágica, ese amor que relata Jane Austen en Orgullo y Prejuicio.

Puede que el puritanismo reprimiera cualquier tipo de manifestación erótica pública, pero comenzaba a surgir tímidamente un tipo de noviazgo que se desvincula de las imposiciones paternas.

Elizabeth Bennet puede casarse con Darcy por los sentimientos que se profesan.

Aunque el broche final se da durante el siglo XX con los grandes cambios sociales que repercuten fuertemente en las relaciones amorosas y sexuales: la emancipación de la mujer, el acceso a los anticonceptivos y el temor al contagio del SIDA.

Con esta segunda gran revolución del comportamiento amoroso se fusionan el amor romántico, el matrimonio y la sexualidad.

Es decir, aparece el matrimonio por elección libre, basado en el enamoramiento, y el amor romántico deja de ser un fenómeno minoritario.

En el caso de España, también influye la herencia religiosa, ya que los valores católicos promueven la conexión entre el amor romántico y el matrimonio contribuyendo a la idea de que el sexo debería estar vinculado a una relación de compromiso y afecto duradero.

Así que a día de hoy, la creencia que predomina en nuestra sociedad es la de que la base del matrimonio debe ser el amor romántico, con la expectativa de mantener la pasión erótica y romántica con una misma pareja durante toda la vida.

¿Dónde aprendemos el amor?

Las creencias y características del amor romántico son las que nos ‘tocan’, pero no nos vienen de serie. Aprenderlas y, por tanto, desarrollar nuestro comportamiento amoroso, es algo que replicamos gracias a la influencia de la familia.

Es la primera estructura que repite el comportamiento, pero también a través de la cultura popular, incluyendo películas, libros y música, que retratan el amor romántico como un componente esencial de las relaciones sexuales.

Estas representaciones refuerzan la idea de que el sexo debe ser parte de una conexión emocional profunda (y que se lo digan a Crepúsculo, 3MSC, El diario de Bridget Jones, La última…).

Y la idealización del amor romántico, como la forma más elevada de relación, ha contribuido a la creencia de que el sexo dentro de una relación romántica es más valioso o significativo que el sexo casual.

A eso hay que sumarle las normas o presiones sociales, que condicionan el comportamiento sexual y establecen expectativas sobre cuándo y cómo debería ocurrir el sexo.

Una serie de determinantes que llevan a entender por qué cuesta desprenderse tanto de la idea de que el sexo debe estar vinculado a una relación afectiva y a un compromiso a largo plazo.

Así que si te preguntabas por qué de cierta manera estaba mal visto que tuvieras relaciones sexuales sin sentimientos de por medio (sobre todo si eres mujer), o por qué puede ser que te cueste conectar en el sexo si no hay emociones, no eres tú.

Te han socializado para sentirte así en cualquiera de los dos espectros.

Mara Mariño

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Relaciones a prueba de pantallas: ¿las redes sociales y la ficción afectan al romance?

El otro día, al terminar de ver una película sobre un amorío en Sicilia durante un campamento de verano, me notaba especialmente melancólica.

Aquella historia ficticia me había despertado el antojo de romanticismo, algo que no sucede en el día a día de mi relación de pareja.

pareja feliz

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Ni en el mío ni en el de la mayoría, quiero decir.

La fase de enamoramiento que nos revoluciona las hormonas y nos lleva a desplegar las mejores tácticas de cortejo, va desapareciendo conforme el vínculo va formándose y la intimidad fortaleciéndose.

El estado normal de una relación de pareja sana es la calma, una calma que a veces -si las condiciones lo permiten- se ve interrumpida por planes fuera de la rutina o escapadas, pero son episodios que se siguen por nuevos episodios de tranquilidad.

Aprender esto es algo que tenemos pendiente interiorizar. Sobre todo cuando vivimos en un mundo en el que los estímulos nos rodean.

Como la película romántica, los vídeos de Tiktok de desconocidos, los reality shows en islas paradisíacas, las canciones que escuchamos sobre hoteles de cinco estrellas y botellas de champán o incluso las fotos de Instagram de amigos, nos pueden llevar a pensar que todos viven en una burbuja de amor y adrenalina y nuestra relación es la excepción.

A eso se le añade el consumismo feroz que parece ser la alternativa siempre que tienes dudas de si estáis demasiado acomodados.

Un taller de cerámica para dos, un concierto a la luz de las velas (eléctricas), entradas para la terraza más exclusiva de la ciudad, el museo de photocalls donde haceros fotos, los calzoncillos con la cara de la otra persona estampada, flores a domicilio…

Todo tipo de cosas que te llegan bien por newsletter, contenido promocionado en redes sociales o incluso un descuento para un parque temático que te ‘regalan’ con tu compra.

Vamos, que podrías pensar ante tanta opción que si tu relación se muere de aburrimiento, es porque tú lo has querido.

Amor también es aburrirse juntos

Y claro que hay parejas que se desenamoran y dejan de querer hacer cosas en compañía de la otra persona y terminan con la relación tarde o temprano.

Pero, por lo general, el aburrimiento es una parte más de estar en una pareja estable.

Como lo es, cuando convives, organizarte con las tareas, agendar cumpleaños y celebraciones familiares y una larga lista de logística que es menos emocionante.

Las noches en el sofá viendo algo en la tele, con el sueño pegado a la pestaña, son mucho más comunes que aquellas en las que exprimes la vida nocturna de la ciudad.

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Para mí el problema es cuando crees que esos primeros tedios son la prueba de que no funcionáis y se pone punto y final para empezar otra historia con otra persona (la prueba de que las expectativas irreales que vienen impuestas se han salido con la suya).

Porque la energía de la nueva relación que arranca, acelera y emociona la maquinaria emocional, se agotará y, como la película del romance siciliano, servirá solo para un rato de suspiros.

En cambio, una vez aceptado que puede haber aburrimiento, se puede desromantizar el romanticismo y alejarse del que solo parece digno de película.

Una nota divertida en la nevera, que te lleve el café a la cama o que vuelva a casa con tu snack favorito también son formas igual de válidas de decir «te quiero».

Mara Mariño

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Menos sexo en la pantalla y más amistad: los gustos de la Generación Z en series y películas

Una de las cosas que más me sorprendió (y celebré) de Vaiana fue que la princesa de Motu Nui no tenía una sola historia romántica en su trama.

Han pasado siete años desde su estreno y, los niños que disfrutaron de la película de Disney, son ahora adolescentes.

Un grupo generacional que, según una investigación reciente ya no están tan interesados en ver interacciones relativas al sexo en series o películas como podríamos estarlo millennials.

chicas adolescentes

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¿Casualidad? No lo creo.

Especialmente nosotras, que vivimos una infancia cargada de romances -que si La Bella y la bestia, que si Mario y la princesa Peach, que si Harry Potter y Ginny Weasley-. Esto hizo que llegáramos a la adolescencia sedientas.

Sedientas de las comedias románticas y de tramas ardientes, con escenas de sexo en un taxi como fue aquel magreo de Chuck Bass Y Blair Waldorf en Gossip Girl.

Para muchas fue, no ya la confirmación del despertar sexual, eso había llegado tiempo antes, sino uno de los momentos cumbre del imaginario erótico que creamos con ayuda de la pantalla.

Claro que queríamos saber qué pasaba después del «felices para siempre» que habíamos visto de pequeñas.

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Sin embargo, el giro de guión de una infancia cuyas historias no se han centrado en esa idea tan dañina y abstracta como es el amor verdadero, es ahora el carril por el que transcurre la ficción que desean los adolescentes de la Generación Z.

Y es que según el estudio de la Universidad de California, los más jóvenes tienen poco o nulo interés en ver sexo y/o romances, algo que brillaba en nuestra época y parecía de obligado cumplimiento.

Su preferencia es la de argumentos ricos en amistades y relaciones platónicas, incluso prefiriendo personajes asexuales por delante de los románticos empedernidos o los conquistadores con manual de juego al estilo Barney Stinson.

A quien esto pueda parecerle preocupante, tranquilidad: no es que el amor esté en peligro de extinción, es que hemos abusado de él demasiado.

Nos hemos encasillado tanto en materia de ficción hasta el punto de que siempre era la historia de chico y chica que se enamoran con final feliz.

Esto va a significar, que a diferencia de muchas de nosotras, que crecimos acunadas por estereotipos de color de rosa y campanas de boda, tendrán aspiraciones a crear vínculos significativos más allá de las relaciones de pareja.

Que aprenderán a cuidar sus amistades (como nosotras no conseguimos, porque lo importante era conquistarle a él, no hacer una amiga) y a darle prioridad a otros aspectos de su vida que excedan el plano meramente sentimental.

El amor, si tiene que llegar, llegará, pero no se verá con este velo idealizado de que va a cambiarnos la vida porque los mitos románticos, con un poco de suerte, ya serán cosa del pasado.

Mara Mariño

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Cuidado con la romantización de los Beckham

Mentiría si no admitiera que me he ventilado el documental de Netflix sobre la trayectoria de David Beckham en menos de 24 horas.

Y no he sido la única. Aquella fiebre que viví de pequeña ha vuelto a desatarse.

Hilos de Twitter con los mejores momentos de la pareja, fotos de ambos de fondo de pantalla por todas partes, reposteos de sus looks de los 2000 en Instagram…

David y Victoria Beckham

@DAVIDBECKHAM

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Pero sobre todo me preocupa la urgencia femenina de tener que categorizar cualquier pareja de celebridades bajo el paraguas de #relationshipgoals, relaciones ideales, a las que aspirar.

La estrategia de David y Victoria es la misma que sigue Leonardo DiCaprio con su vida personal: darnos a entender que estamos al tanto de todo, que nos colamos hasta en los detalles más casuales como que se vuelva viral la ‘pillada’ de que Posh spice no es de clase obrera por el tipo de coche que conducía su padre.

Pero lo cierto es que a lo largo de los episodios vemos una imagen muy cuidada, pensada y, sobre todo, controlada.

Los largos silencios, las miradas huidizas del jugador de fútbol cuando se habla de su etapa en Madrid y sus amoríos, de los que se hizo eco la prensa del momento, son el mejor ejemplo.

Me escribía mi hermano por WhatsApp poco después de ver el documental: «Hay una cosa que no me ha quedado clara, ¿le fue infiel a Victoria? No lo dicen muy claro ni le dedican mucho».

Dio justo en el clavo.

El escándalo a voces que fueron los affaires del deportista aparecen en el documental de manera muy velada. No se habla de cuernos, escarceos o aventuras extramatrimoniales, sino de «historias de la prensa».

La ilusión de la ‘pareja perfecta’

«Keep calm and carry on», el lema inglés de mantener la calma que se creó para la Segunda Guerra Mundial y se volvió filosofía nacional, es el que predomina en este tema tan candente sobre el que se pasa de puntillas, sin confirmar ni desmentir.

Que es también una forma muy hábil de aumentar el misticismo de la pareja: «No sé cómo superamos eso, sinceramente no lo sé», dice un apesadumbrado David a la cámara.

El misterio de la magia de su relación cobra fuerza y da alas al mito romántico de «el amor todo lo puede». Casi 25 años después de su boda, los Beckham lo vuelven a conseguir: son la relación más admirada.

Y yo no entro en cómo David y Victoria gestionaron en su momento sus problemas de pareja, ni en cómo lo han querido contar en un documental cuyo objetivo es engrandecer la leyenda del jugador.

A lo que voy es a apelar el pensamiento crítico de quienes lo hemos visto, especialmente a nosotras, que somos las más predispuestas a romantizar relaciones de pareja que vemos en redes sociales, revistas o programas.

No tengo dudas de que David y Victoria habrán pasado por momentos muy duros, que se habrán planteado ponerle fin a su historia en algún momento y que la maquinaria de control de daños y trabajo en resolución de conflictos, que habrán tenido que poner en marcha para estar donde se encuentran ahora, habrá sido gigantesca.

Nada de eso lo veremos ni sabremos, pero debemos creer que existe y que incluso las parejas que más brillantes nos parecen, tienen sus momentos oscuros.

Porque solo de esa forma conseguiremos entender, cuando estemos en una de esas etapas, que es normal que las relaciones tengan altibajos, que la clave está en involucrarse juntos, en escuchar las necesidades de la otra persona.

Y que, si viene un conflicto, no es sinónimo de que es un amor menos perfecto que el de los Beckham.

Mara Mariño

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La mayor ficción de las películas románticas navideñas es la historia de amor

Admito que soy la primera que, en cuanto llega la Navidad, disfruta de tener la oportunidad de hacer maratones navideñas de películas.

Desde las clásicas como The Holiday o Love Actually, hasta las más actuales como Un castillo por Navidad.

comedia romántica cliché

NETFLIX

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Y, con contadas excepciones, la trama suele girar en torno a lo mismo: una mujer de la gran ciudad -la que sea- que está muy centrada en su trabajo y, por cualquier razón, tiene una crisis en esta época del año.

O bien rompe con su anterior pareja o descubre que tiene que ir a pasar las fiestas a un pequeño pueblo por trabajo o bien sufre un accidente.

Tras ese momento de choque, que podríamos decir, conoce a personas completamente contrarias a las que estaba acostumbrada en su anterior vida y, entre ellas, un hombre del que enamorarse.

Porque siempre son una mujer y un hombre.

Tras enamorarse, algo sucede entre ellos como para que se plantee volver a su casa pero, en el último momento, vía gesto romántico, revelación, etc, cambia de idea y se va a buscar lo que realmente le hace feliz: él.

Así que el cierre de todas las películas también es común.

Un reencuentro en forma de beso, la canción de amor de ese año y, por último, un flash forward que meses o años donde se ve lo felices que son en el entorno rural cuando por fin ha conseguido librarse de la pesada carga de su anterior vida.

En otras palabras, estamos ante la adaptación de los cuentos clásicos donde el caballero era el salvador que, en ese caso, rompía la maldición o la ayudaba a escapar de una torre ofreciéndole una vida nueva y feliz en su compañía.

El tema de cambiar el castillo por una bucólica casa rural -ahora creo que casi todas preferimos un lugar donde poder desconectar que una vivienda con 17 habitaciones, 2 salones de ceremonias y caballerizas- es de las pocas diferencias que hay.

Como decía al principio, me gusta la calidez de las películas navideñas, la decoración que aparece, la trama fácil de seguir que te permite seguir hablando con la película puesta de fondo y no perder el hilo así como las historias donde veo que la gente es feliz y tiene personas que le quieren alrededor.

Pero al mismo tiempo me chirría que se repita casi siempre un mismo patrón donde, la conclusión a la que nos hace llegar es que solo con un hombre al lado encontraremos la felicidad, nos sentiremos completas.

El ideal del amor romántico al que aspirar como única solución a nuestros problemas y llave a la felicidad.

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Por contra de lo que pintan las películas románticas, el esfuerzo de encontrar la felicidad fuera nos hace olvidar que es algo que hay que trabajar por cuenta propia.

Me encantaría empezar a ver películas navideñas de amor donde la protagonista empieza a ir a terapia, practica un nuevo hobby que descubre, hace una escapada con sus amigas o se reconcilia con esa persona de su familia con la que siempre había querido retomar el contacto.

Es decir, historias donde aprenda de nuevo a quererse, pero a sí misma.

Que seguro que esa trama también la puede protagonizar Lindsay Lohan.

Mara Mariño

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‘La última’ de Aitana y Miguel: otra serie con mitos del amor romántico y relaciones tóxicas

Hay cosas que no cambian, fue lo primero que pensé cuando vi el tipo de personaje que encarnaba Miguel Bernardeau en la serie de Disney+.

Hache, perdón, Diego, tiene demasiado en común con Hugo, de Tres metros sobre el cielo.

Candela Diego La última

LA ÚLTIMA

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Seguimos viendo a chicos violentos que no saben hacer gestión emocional y se amparan en los puñetazos para dejar salir su rabia contenida.

El que siempre lo arregla (o complica) todo a base de ostias.

Y tienen, por supuesto, una devota pareja que lo aguanta y le sirve de apoyo, Candela, interpretada por Aitana Ocaña.

A quien, si fuera tu amiga -y empezara a tener éxito en la industria de la música-, solo le dirías: «Aléjate de ese chico, que lleva la palabra problemas tatuada en la frente».

Puede que hayamos avanzado, que seamos más conscientes que nunca de lo que es un gaslighting, una relación tóxica, el maltrato psicológico…

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Pero mientras se sigan romantizando películas o series donde nosotras nos sacrificamos, en el nombre del amor, por una persona violenta, seguiremos viendo con buenos ojos los golpes -seamos o no receptoras de ellos-.

Seguiremos haciendo de tirita emocional, siempre sobreempáticas y poniéndonos en su lugar justificando todos sus arranques (claro, es que no tiene dinero, es que no tiene madre, es que no tiene buena relación con los amigos, es que se ha metido en un lío…).

Seguiremos pensando que con nuestra ternura y dedicación, él va a cambiar.

Porque mientras tanto, recibiremos el mensaje de que todo ese sacrificio merece la pena porque lo que conseguimos a cambio es algo mucho más valioso que la fama, el dinero, los conciertos… El amor verdadero.

Él, en cambio, nunca hace el mismo sacrificio, o, si lo hace, vuelve al poco a las andadas.

Si Tres metros sobre el cielo y La última demuestran algo es que seguimos estancadas en la etapa del héroe violento y atormentado que necesita una psicóloga y la encuentra en su novia, la verdadera heroína romántica de ambas tramas.

Yo, que ya me comí una relación de maltrato en parte por haber minimizado cualquier comportamiento de celos o rabia gracias a películas como la de Mario Casas y María Valverde, veo esta desde un punto de vista de melancolía -por todas las similitudes- pero también de preocupación.

Porque sé a lo que lleva suspirar por un novio que va en moto, te miente, sigue y persigue. El mismo al que luego ves tan desvalido y solo que piensas que, sin ti, no va a salir adelante.

A mí, la historia de La última me pilla con la lección aprendida. Pero me preocupan todas esas niñas y adolescentes que la estén viendo ahora y piensen que eso es lo que quieren en su vida.

Porque cuando compartes tu vida con una persona así, la realidad de esa relación no viene con una canción de Aitana de fondo, sino que es una auténtica pesadilla.

Mara Mariño

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Ni el amor ‘de la vida’ de Iñigo, ni el ‘amor perfecto’ de Risto

Dos de las parejas más mediáticas del país estallan el mismo día, y aunque los motivos no pueden ser más distintos, hay algo que comparten Iñigo Onieva y Risto Mejide.

Los mitos del amor romántico se cuelan en sus mensajes públicos.

amor pareja

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El de Iñigo, más fantasioso, viene en la confesión que hizo a través de su historia de Instagram en forma de carta.

«Tamara es la mujer de mi vida», afirmaba el empresario. Una manera de buscar un ramalazo de cariño entre sus seguidores, como ensalzando los sentimientos hacia la marquesa.

Ese amor que, por lo que hemos aprendido, es superior a todos los demás, diferenciándose de cualquier relación pasada.

Y no voy a entrar en si se pueden compatibilizar el amor con otros vínculos paralelos, porque eso entra en el pacto de fidelidad de cada pareja (aunque sabiendo lo católica que es Tamara, me sorprendería que no fuera una relación monógama).

Pero sí en señalar la intención de dar lástima y reafirmar sus sentimientos en el nombre de ese amor, único e incomparable.

El amor, sea el que sea -de pareja, entre familiares o amigos-, merece ante todo respeto y empatía.

El respeto de ir con la sinceridad por delante y no vender una moto de unas fechas que no cuadran, a la cara de la persona que quieres y a la de la prensa.

Y la empatía de, una vez reconocido el error, y buscando la otra persona espacio, acatar la separación porque se entiende que necesita poner distancia de por medio.

Si Tamara fuera mi amiga le diría que el amor de la vida es el que se va a tener, en todo caso, a sí misma.

Porque los demás amores que experimente hacia sus parejas, le irán acompañando en diferentes etapas, ni será solo uno ni serán para siempre.

No existe la necesidad de ponerle una categoría vitalicia cuando los sentimientos volverán a nacerle en un futuro y (espero) por alguien mejor que el empresario.

Lo que comienza, siempre tiene un final. Ya sea a lo largo de la vida o cuando acaba esta, que es una lección que Risto sí tiene aprendida.

Aunque de él me rechina que se refiera a los años compartidos con Laura como que «no han sido perfectos y aún así, o igual por eso, seguramente hayan sido los mejores de mi vida».

La perfección en el amor no existe porque, quienes protagonizamos las relaciones románticas, los seres humanos, estamos lejos de ser inmaculados.

De hecho, es en cuanto empiezan a darse discusiones que saltan las señales de alarma. El «esto no debería ser así», «si es amor ¿por qué no es como en las películas?»

Las cosas buenas y las malas en la relación de pareja no es que sumen, como él mismo dice, es que son lo normal.

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No podemos seguir arrancando relaciones con esta expectativa de perfección, la de que, por estar enamorados, todo va a encajar y fluir como por arte de magia.

En su lugar, deberíamos formar una pareja con mentalidad de equipo.

Con el objetivo de hacer piña, incluso siendo diferentes y pensando distinto, ante los problemas que surjan y celebrar los triunfos compartidos.

Porque de esa manera, el tiempo que estemos con cada persona, que podrá ser unos meses o años, será un tiempo sano, realista y más feliz.

Sin el agobio de no estar a la altura del amor eterno e impoluto que vemos en la ficción, porque eso sí que es una ilusión #toelrrato.

Mara Mariño

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Estas películas de Disney te han enseñado una idea del amor equivocada

Soy la primera que responde «Disney» cuando le preguntan qué clase de cosas me han ido metiendo el machismo en la cabeza.

Y mira que me han encantado esas películas. Me sé los diálogos de memoria. De las canciones ya ni hablamos.

Hay dos tipos de personas, las que piden Camela en el karaoke y las que piden «Un mundo ideal». Yo soy del segundo grupo.

La bella y la bestia

DISNEY

Pero no quiero irme por las ramas. Esta vez voy a ir directa al grano con un análisis en el que me ha tocado remover algunos de los éxitos que han marcado mi infancia.

De hecho, la han condicionado hasta tal punto, que son las principales responsables de que a día de hoy me siga creyendo mitos del amor romántico.

Todo esto sin que yo me diera cuenta, por supuesto. He normalizado tanto los tipos de relaciones que veía en la pantalla, que repetía esos patrones, porque creía que era como debían suceder las cosas.

La tarea de deconstruirme de ellos tiene mucho que ver con empezar a identificarlos y encontrarles el fallo, de ahí que haya decidido haceros un pequeño resumen de las que más he visto (y por tanto más tocada me han dejado).

  • La bella y la bestia: el amor tiene el poder de cambiar a la persona amada. Incluso cuando te trata mal. Si resistes como Bella, merecerá la pena porque tendrás un príncipe azul con el que vivirás feliz por siempre jamás. O eso dicen. Lo más probable es que estés aguantando los malos tratos de una pareja insegura que no te sabe valorar y lo único rojo de vuestra relación no es la rosa, sino la red flag.
  • Blancanieves: por amor vale todo. Hasta que te bese sin tu consentimiento un tipo que no conoces prácticamente de nada. Él está enamorado, así que como eso es lo que predomina, tú a callar. En La Bella Durmiente es igual. Solo se habían visto una vez en el bosque, ¿quién le da derecho a plantarle un morreo? ¿Te imaginas el susto después de estar un tiempo dormida? Yo infartaría.
  • La Cenicienta: el príncipe azul es la solución a tus problemas. Pues no amiga, si Ceni se hubiera sacado un módulo de diseño, habría arrancado su propio taller de costura en el pueblo y sus vestidos habrían sido un exitazo. No necesita un novio rico, necesita un salario decente para no ser dependiente toda su vida. También en esta película aprendemos que las mujeres somos enemigas y nos despellejamos y solo puedes confiar en tu amor, que es el que te va a sacar de la situación de precariedad.
  • La Sirenita: otra que lo deja todo por amor, como Disney manda. La diferencia es que Ariel renuncia a toda su familia -que sí que la quiere- y amigos por irse con Eric, con el que no ha mantenido ni media conversación. ¿Cómo vas a casarte, para empezar con 16 años, con un señor del que no sabes qué clase de género musical le gusta? Eso va a condicionar toda vuestra relación, a lo mejor nunca podéis ir juntos de concierto. Y come pescado, ¿verle cenar a sus amigos en salsa verde no le parece una señal de alarma? Al menos, que sea vegetariano…
  • Aladín y La Dama y el Vagabundo fomentan también esta mágica idea de que, en el amor, los polos opuestos se atraen y completan, aunque no tengas nada en común. El amor es una especie de sustancia con poderes que sobrevuela el ambiente y te pilla desprevenida enganchándote por el resto de tu vida a tu contrario. Y vale que hay flechazos a primera vista, nadie lo pone en duda, pero el amor necesita algo más que una atracción de un ratito. Es conocer a la otra persona a fondo, descubrir sus defectos y, aún con ellos, quererla porque entiendes que es un pack de cosas buenas y menos buenas.
@meetingmara No mi siela, no eres tú. Es Walt Disney y su idea del amor romántico 💁🏻‍♀️❤️ #love #amor #disney #disneymovie #pareja #enamorarse #enamoramiento #lovegoals #couple #relationshipgoals #beautyandthebeast #sleepingbeauty #cenicienta #labellaylabestia #peliculasdisney #lasirenita #ariel #amorromantico #amortoxico #relacionestoxicas ♬ An Unusual Prince / Once Upon A Dream – Soundtrack – Mary Costa & Bill Shirley & Chorus – Sleeping Beauty

Para terminar, el culmen de todas las relaciones monógamas y heterosexuales (no existen otras en la franquicia) es el matrimonio, único fin que transmite la peligrosa idea de que solo pasando por el altar llegaremos a conseguir el ‘felices para siempre’.

Pero no todo una a ser malo. Por suerte, en las películas más recientes de Disney, cada vez son menos los desenlaces de este estilo.

Incluso Elsa de Frozen, Mérida de Brave o Mirabel de Encanto terminaban las películas sin necesidad de un compañero sentimental, siendo las únicas heroínas de una trama en la que la familia o la amistad eran más importantes.

Siempre y cuando los finales que nos ofrezcan sean esos, dejaremos de poner al amor romántico como único protagonista, pasando incluso por encima de nosotras mismas.

O al menos, ahora que nos hemos dado cuenta, es cuando deberíamos dejar de seguir replicando las historias.

Sí, por mucho que nos gustara verlas de pequeñas, porque solo son eso… Ficción.

Mara Mariño

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