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El morbo (machista) de las agresiones sexuales

Hace poco, una seguidora me preguntaba si, como periodista, veía normal la cobertura que se había hecho de un asesinato por violencia machista en su ciudad.

En el artículo que me enviaba, no faltaban detalles acerca de qué partes del cuerpo de la víctima -y de qué manera- había forzado el agresor.

«No he podido terminar de leerlo», me escribió confesando que le daba náuseas. Respondiendo a su pregunta, sí, ese tratamiento mediático es lo normal.

mujer violencia machista

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De las primeras cosas que nos contaban en la carrera de periodismo es que cubrimos el servicio de informar a la ciudadanía de manera veraz, que nos debemos a la audiencia y a la objetividad.

Y, de la misma forma, el periodismo se moldea a la sociedad a la que comunica, convirtiéndose en un reflejo de sus valores e intereses.

Así que no se puede evitar: el periodismo es machista.

El periodismo es machista cuando hay un perfil concreto que es un factor añadido de interés, el de las víctimas femeninas.

Delitos a menores de edad y mujeres son los sucesos que más atraen a la ciudadanía. Y vemos ese alto impacto en casos como Diana Quer o Marta del Castillo.

La amplia cobertura responde al «síndrome de la mujer blanca desaparecida», que lo llama la periodista Paula Carroto, refiriéndose a la atención que se produce sobre un caso en el que una mujer joven, atractiva, de clase media o alta, procedente de una familia estructurada, está desaparecida o es asesinada.

Son las que se usan como gancho para que esa voracidad informativa se vea satisfecha. Y la razón responde al problema estructural del machismo, ya que el público percibe a las mujeres y los menores como sujetos débiles.

De esta concepción parte la conmoción ante los hechos que hayan podido experimentar y es cuando el sensacionalismo brilla en todo su esplendor.

Del sensacionalismo del crimen a la sensibilidad

Temáticas como la violencia, el escándalo, la polémica, una tragedia, el sexo u otras intimidades son empleadas para lograr una mayor efectividad a la hora de transmitir la noticia.

Por ello, esa excesiva narración de las agresiones es algo intencionado para aumentar el interés (y los clics) del público sobre el caso.

Pero aquí encontramos dos problemas: que o bien se potencia la brutalidad de los hechos delictivos o bien lo sucedido a las mujeres raya la pornificación, por la manera en la que se construye la narrativa.

«Lo que tienen que relatar son las lesiones resultantes, no las agresiones, a mi modo de ver», explica Cristina Fallarás, escritora y periodista española que además ganó el Premio Buenas Prácticas de Comunicación No Sexista.

«Es decir, no ‘penetración anal’ sino desgarro anal severo, alteración en las funciones del esfínter, trastornos varios… No cómo sucedió la agresión, sino qué lesiones de todo tipo provoca en la víctima y cuáles son sus consecuencias».

El sesgo de la cobertura mediática ‘normal’ -normal por frecuente, no porque sea su estado natural- se hace aún más evidente cuando nos resulta imposible imaginar esas descripciones que leemos diariamente a la inversa, es decir, si fueran sufridas por hombres.

O si imagináramos las acciones de un cura pederasta -que en nuestro país tenemos unos cuantos casos- en ese mismo estilo de crónica de sucesos.

Nos llevaríamos las manos a la cabeza y tacharíamos a ese medio de hacer apología de la pedofilia, así como de violar los derechos fundamentales de los menores.

Puede parecer sorprendente para un 44% de la población, pero las mujeres también tenemos derecho a nuestra intimidad y a ser tratadas dignamente.

Rehumanizar a las víctimas

No cebarse en la escabrosidad no es ocultar información ni negarle información a la ciudadanía, es respetar ese derecho humano de mantener una parcela privada, sin intromisiones de terceros, pero también dar ese trato mediático igualitario a las mujeres.

La apelación a la emoción de la audiencia, como afirma Cristina, no debería ir ligada a la lectura de hechos violentos y crueles, porque son caldo de cultivo de la revictimización.

Exponer a las víctimas a los detalles puede llevarles a recordar lo que sucedió, evocando su trauma.

Una cobertura más cuidadosa alejada de la ultraexposición promueve la recuperación, pero también evita que pueda afectar negativamente a su vida personal y profesional.

No necesitamos piezas informativas de alta calidad desde el punto de vista del morbo, sino de alta calidad humana, de concienciación, que fomenten la empatía y la comprensión del impacto de las agresiones sexuales.

Centrarse menos en la cosificación de las agresiones y más en la responsabilidad del agresor, es lo que conseguirá una nueva definición de periodismo de sucesos normal y un cambio más profundo como sociedad.

Esa sí es una manera efectiva de comprometerse con la erradicación de la violencia machista: dejar de hacer de ella un espectáculo.

Mara Mariño

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Las inteligencias artificiales ya son cómplices del ‘revenge porn’, ¿por qué no lo evitamos?

Han pasado unas semanas desde que aquellos alumnos de Almendralejo usaron la inteligencia artificial para modificar fotos de sus compañeras. Un periodo en el que no hemos perdido de vista qué medidas se iban a tomar al respecto.

El proceso de movilización mediática y judicial tenía en el punto de mira a los chavales por crear y difundir pornografía infantil.

Pero de lado ha quedado un tema que preocupa más abordar por su complejidad, ¿qué pasa con las consecuencias en la inteligencia artificial?

mujer inteligencia artificial

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La tentación (y posibilidad) de desnudar a cualquier mujer del mundo está ahí y es tan fácil como subir una foto de su cara.

Así que la pregunta que incomoda, que realmente no se quiere poner sobre la mesa, es por qué si la inteligencia artificial ejecuta según lo que se pide de ella, no hay una forma de evitar que esto pueda repetirse, de ‘bloquear’ el uso de quitar la ropa a quien sea.

No debería ser tan complicado teniendo en cuenta que ya existen algoritmos que detectan si aparece un pezón en redes sociales y rápidamente se encargan de borrarlo, para proteger a un posible público sensible, pero ¿por qué no protege cuando convierte una imagen desnuda de una vestida?

La mayoría ni entendemos cómo funciona la IAs ni la controlamos, tenemos sentimientos encontrados de si van a mejorar el mundo o a dejarlo más tocado, pero lo que sí hemos visto es que pueden hacer mucho daño.

Sacándole el tema a una amiga que trabaja en ciberseguridad le dije que me parecía impensable que no existiera forma de ponerle algún tipo de código a las inteligencias artificiales para evitar que esto se repitiera en un futuro.

Podemos ver las ventajas de tener un sistema que nos ayude a hacer listas, preparar presentaciones, crear contenidos y hasta sacar ideas para el cumpleaños de tus seres queridos, ¿de verdad cambiaría tanto la cosa si cuando subes una foto al programa que sea y buscas el retoque ‘mágico’ de la desnudez el sistema detecte que es una persona y lo evite?

Su respuesta fue que todo es programable, así que me queda claro que, si no se hace, es porque no interesa. Y a nadie nos pilla por sorpresa.

Porque aunque las damnificadas empiecen a ser cada vez más (Rosalía y Laura Escanes también lo vivieron anteriormente y ya hay otro caso en Alcalá de Henares), la sensación con la que me quedo, viendo que no es algo que ni se plantee, es que da igual.

Puede que haya cambiado la forma de conseguir el material, pero el revenge porn contra las mujeres es el mismo que ya conocíamos. El acoso a las de siempre por parte de los de siempre.

Te compro el discurso de que las IAs por sí mismas no son malas, pero no el de que van a hacernos «mejores personas», como dijo una experta.

Malo es el uso que se les da. Y si los humanos que hacen uso de estos sistemas viene de una sociedad donde las formas de violencia hacia nosotras son algo normal, lo mismo van a hacer estos programas perpetuándolas.

Nadie va a hacer por cambiarlo de la misma manera que los esfuerzos por prevenir o disminuir la violencia fuera de la pantalla van también al ralentí.

Pero si alguien descubriera la forma de usar la inteligencia artificial para transferir dinero de las grandes fortunas del mundo a la cuenta bancaria propia, este código o programación de la que os hablo iba a empezar a funcionar en menos de lo que tardas en hacer un click.

Mara Mariño

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¿Por qué se está debatiendo sobre el BDSM en redes sociales?

Durante este fin de semana, el BDSM se ha convertido en uno de los temas de conversación en la red y no porque E. L. James haya sacado otra entrega de Cincuenta sombras de Grey.

La controversia sobre las prácticas sexuales que engloban estas siglas (bondage, dominación, sumisión y masoquismo) empezó cuando la politóloga y activista digital feminista, Júlia Díaz Collado (@salander 33), compartía un vídeo en el que hablaba de su preocupación sobre la erotización de la violencia.

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«Estamos hablando de violencia de verdad, no de pasión desmedida», explica en un reel que acumula decenas de miles de reproducciones. «Hablamos de latigazos, de golpes fuertes, es que estamos hablando de sentir dolor de verdad».

Y es que para quienes buscan la sensación, la explicación está en que tanto el dolor como el placer se producen desde el sistema límbico, y las neuronas liberan dopamina cuando se da cualquiera de esos momentos, de ahí que sea un cúmulo de sensaciones que se disfrutan.

Pero para la activista, el problema está en «erotizar y sexualizar la violencia», sobre todo porque la línea parece muy fina si tenemos en cuenta que nos encontramos en una sociedad en la que muchas mujeres ya sufren de violencia por parte de sus parejas.

«El problema es convertir una agresión en algo excitante. Es el paralelismo entre deseo sexual y violencia. Me parece más preocupante excitarte haciendo daño que no recibiéndolo», comenta.

Es difícil ser mujer y no entender las preocupaciones de Júlia escuchándola. Todas o casi todas, hemos tenido algún encuentro menos deseado del que, por cualquier motivo, no hemos sabido salir o donde nos hemos sentido en peligro.

En esas circunstancias, el denominador común eran nuestros compañeros, hombres en la gigantesca mayoría de los casos. «Cuando nos adentramos en el mundo del BDSM, casi todos los tíos heterónimo quieren dominar y ser ellos los que agreden», otra razón que explica la activista.

Sin embargo, si nos paramos a hacer memoria recordando a esos hombres que han ejercido violencia en la cama hacia nosotras, ¿lo han hecho como parte de un rol o ha sido porque, según ellos, es lo que nosotras deseamos o lo que han aprendido a ejecutar en la intimidad?

Gabriel (@gaby_dom.waves) responde a esta preocupación en otro vídeo como experto en el tema: «los boludoms o fakedoms, son detestados por la comunidad porque sus intereses van en contra de eso».

Según el divulgador, estos hombres, además de egoístas en la cama, se aproximan siempre de forma violenta a las personas con las que se relacionan, «que habitualmente son mujeres sumisas».

Como Gabriel recuerda, una agresión es «cualquier acto que atente contra la libertad sexual de una persona realizado sin su consentimiento. El BDSM se practica entre dos personas o más de forma segura, sensata y consensuada. Todas las personas participantes han expresado sus preferencias y límites».

«El BDSM es un juego de intercambio de poder en el que existe un juego de roles». Es más, en el BDSM existe una comunicación gustos, expectativas, respeto por límites y se puede parar en cualquier momento, algo que como explica el divulgador, «no es tan común en el sexo normativo».

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Coincido con la politóloga en que la permeabilización de la violencia en la cama es un tema que se debe abordar. Especialmente si tenemos en cuenta que las agresiones cada vez se dan a edades más tempranas, aumentando un 45,8% en menores de edad respecto a 2022.

Pero sí creo que esto no va de BDSM, porque estamos ante un problema estructural. Así que cabría analizar por qué se ha extendido una violencia no consentida ni consensuada, hasta el punto de que es difícil no tener un encuentro sexual sin cierta subida de tono (en cuanto a exceso de fuerza se refiere).

Júlia toca una de las claves en su vídeo cuando habla del impacto de la pornografía: «el contenido cada vez es más violento. Hemos pasado de ver fotos en una revista a vídeos cortos y profundamente violentos. Esto hace que conectemos violencia con sexo. Además es accesible para todo el mundo».

Sin educación sexual, la violencia se ha colado en el sexo, pero no bajo unos parámetros establecidos y seguros, como un juego deseado, sino como denominador común de cualquier encuentro y siempre hacia nosotras.

Es una dominación que no hemos elegido, no sabemos si nos gusta y definitivamente no sabemos cómo frenar.

Mara Mariño

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¿Qué une a más de la mitad de los feminicidios de 2023?

Lo de las cifras de feminicidios de 2023 está siendo de película de terror.

Pero hay otro dato que me ha inquietado: repasando los 52 crímenes mortales, 29 de ellos han sido producidos por parejas o exparejas.

Mujeres feminicidios

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Sí, el porcentaje es escalofriante: el 55% de las mujeres asesinadas han fallecido por hombres con los que están casadas, intentando separarse, separadas o con los que solo tienen relaciones esporádicas.

Es decir, más de la mitad de las mujeres a las que matan en España, no pierden la vida por culpa de un asesino en serie.

Esa figura -que suena casi de ficción- del monstruo que circula libremente y espera de noche detrás de una esquina, expectante, a su próxima víctima.

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Más de la mitad de las mujeres que han perdido la vida este 2023, ha sido en manos de la misma persona con la que se tomaban el café por la mañana, con quien tenían hijos o con quien se iban de vacaciones.

Los hombres de su círculo más cercano, de los que menos han sospechado por esa idea, tan romántica y errónea, de que quien te quiere no te haría daño.

Que el 100% de los homicidas de feminicidios íntimos sean hombres es la prueba de irrefutable de quienes quieren volver a cuestionar que este es un problema con nombre propio (violencia de género).

Porque ha sido dentro de parejas de todo tipo: sentimental, sexual o ambas. Con el denominador común, también, de que han sido ellas las asesinadas.

Leyendo estos datos en la pantalla, hasta diciéndolo hasta para mí misma, sé que suena alarmista. Ninguna queremos ver con recelo a nuestro compañero, la persona en la que más confiamos.

Pero eso no quita que estamos ante un problema de alcance mundial, nos guste o no escuchar. Por ser mujeres nos jugamos la vida.

Y aprovechando que parece que esta semana la frecuencia y cantidad de homicidios se han salido de la violencia habitual, la que casi se ve socialmente como inevitable, es el momento de tomar nota de en qué circunstancias se han dado los asesinatos y pedir más.

Más intervenciones tempranas, más vías de salida financiadas para que las víctimas tengan a dónde acudir, dónde sentirse protegidas.

Si el 55% de los homicidas eran las parejas, la casa ya no es un lugar seguro.

Y por supuesto mayor peso de la justicia ante estos crímenes. Al mismo tiempo, blindarnos en banda hacia cualquier forma de violencia hacia las mujeres (verbal, física…).

Hacernos intolerantes del maltrato e implicarnos en la lucha contra el terrorismo machista.

Porque si seguimos debatiendo que si existe o no, no se pone el foco en esto: en ellas, en prevenir que suceda.

Y menos aún en pensar que no estamos a salvo en casa con nuestra pareja.

Pero mientras tanto la cifra sigue creciendo cada día.

Mara Mariño

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Si has sufrido bullying es más probable que termines en una relación de maltrato

Tras salir de una relación de maltrato, estuve un tiempo yendo a terapia y sacando hacia fuera lo que había pasado entre los dos. Todas y cada una de las cosas que había hecho en contra de mi voluntad durante esos meses.

Y una de sus preguntas fue que de dónde creía que me venía esa necesidad de complacer constantemente, incluso hasta el punto de poner por delante los deseos de otra persona antes que los míos.

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Pasé mucho tiempo pensando que podía deberse a lo que había visto en casa, a una madre que hace todo lo que está en su mano por el bienestar de sus hijos.

Que incluso cansada o con otras cosas que hacer, siempre te dice sí a todo y está ahí hasta para la cosa más simple que se pueda necesitar.

Sin embargo, escuchando un podcast en el que se analizaba el bullying, me sentí demasiado identificada con alguna de las consecuencias que comentaban como para no atar cabos.

No, no creo que el ejemplo de mi madre fuera tan decisivo como sí lo fue haber sido acosada en el colegio.

Son unos años donde la pertenencia al grupo se convierte en la única motivación que te garantiza un paso tranquilo por el centro escolar.

Y, en mi caso, el bullying fue evolucionando, sufriendo desde violencia física a verbal para terminar, casi al final de la etapa, sufriendo slutshaming (o la «guarra» del colegio, para que nos entendamos).

Intentaba encajar hasta el punto de que me moldeaba por completo para cumplir unos estándares que me permitieran ser aceptada y querida por el resto.

Ahí empezó esa necesidad de gustar, de caer bien, de hacer lo que otros querían, de cambiar cómo vestía para que no se metieran conmigo, para poder seguir en el grupo como una más y no como el centro de las burlas.

De depilarme para que no hicieran comentarios delante de toda la clase, de hasta quitarme con cera los pelos de los brazos, todo con tal de hacer desaparecer lo que era motivo de insulto.

Cuando llegas a la conclusión siendo tan pequeña de que para no sufrir tienes que amoldarte a los demás, eso te pasa factura en el futuro.

Por eso una parte de mí veía ‘normal’ acceder a todo lo que mi pareja exigía con tal de que siguiera a mi lado. Esa era la manera de evitar más insultos, discusiones o violencia.

Cuidarme de no hacer nada que le pudiera enfadar.

La conexión entre violencia escolar y violencia en pareja

Investigándolo un poco, la cantidad de datos que vinculan sufrir acoso escolar y terminar en una relación de maltrato, son escalofriantes.

Según un estudio realizado por la NHS de Estados Unidos en 2019, las personas que hemos sufrido bullying tenemos el doble de posibilidades de ser víctimas en relaciones de pareja tóxicas que quienes no lo han sufrido.

Y, de la misma manera, en otro estudio descubrían la relación entre la continuación del acoso entre las personas que ejercían bullying en el colegio, ya que ejercían violencia doméstica (fuente: estudiantil de Harvard School of Public Health).

Han pasado 24 años desde la primera vez que una excompañera me pegó en el autobús que nos llevaba a casa.

Pero fue el comienzo de unos cambios que me pasarían factura más adelante cuando empiezas a normalizar las agresiones.

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Cuando estamos creciendo, nuestras primeras relaciones nos condicionan. Y aunque somos muy conscientes de que el bullying se debe combatir, viendo cómo he arrastrado sus consecuencias, pienso que se deberían poner más medidas y protocolos efectivos en los centros.

Sí, el bullying tiene consecuencias a largo plazo como es el de ser más tolerante con un comportamiento violento hacia tu persona.

Y de no atajarlo, es un caldo de cultivo ideal de agresores y víctimas también en la edad adulta.

Porque a lo mejor si no hubiera normalizado que esa niña me empujara para tirarme al suelo, tampoco habría normalizado que mi ex me tirara por las escaleras.

Mara Mariño

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Lo que ha conseguido Jessica Goicoechea al hablar del maltrato en pareja

Hay algo que Jessica Goicoechea ha cambiado sin darse cuenta.

Tras publicarse su entrevista en el canal de Somos Estupendas, organización con la que trabaja Luc Loren, las declaraciones que hizo la influencer rompieron algunos esquemas en redes sociales.

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Hasta hace nada, lo más habitual cuando esto pasaba -siendo «esto» que una mujer hable en cualquier espacio mediático de una experiencia de maltrato con su pareja- la respuesta masiva era la de «¿Y por qué habla ahora? ¿Por qué si su pareja era así, nunca dijo nada antes? ¿Por qué no denunció al instante?»

Una serie de preguntas que no hacen sino menoscabar la credibilidad de la víctima, queriendo decir entre líneas que sería la forma de aprovechar el momento de cualquiera de esas acciones -hablar, denunciar…- para algo.

Pero Jessica es un caso bien distinto. Con su marca de moda a las espaldas y una carrera labrada con mucho trabajo, poco o nada necesita un extra de atención pública (si es que se puede llamar así) concediendo esta entrevista.

Tampoco tiene que tirar del éxito de su pareja para ser famosa -otro clásico argumento con el que se pretende desacreditar la versión de la víctima- cuando el pico de la carrera de su ex River Viiperi es haber sido pareja de Paris Hilton.

(Sé que en la entrevista no se menciona su nombre, pero creo que también nos iría mucho mejor como sociedad si tuviéramos a los maltratados bien identificados para evitar que otras vivan algo parecido por mucho que se cambien de país a empezar de cero como si nada hubiera pasado).

Pero, la principal diferencia, que es lo que convierte a Jessica en precedente, es que nadie pone en duda la versión de la influencer tras haber visto las fotos y vídeos de las agresiones que ha padecido.

Ni todas, ni mucho menos, como ella aclara en la entrevista, pero sí algunas. Más que suficientes.

Recopilándolo como una manera de luchar contra el gaslighting que su ex le hacía (sobre todo tras consumir alcohol), todos hemos tenido acceso a él, bien porque nos ha salido en Instagram o en algún medio online de cuando la policía filtró la información a la prensa.

A estas alturas de la historia, es difícil dar con alguien que crea que es todo una invención. Ni siquiera el discurso de River en Instagram, ‘celebrando la vida’ o diciendo que «esto se va a poner interesante» hace que nos replanteemos cuan doloroso ha sido el infierno que ha vivido Jessica.

Es más, somos capaces de sentir la amenaza velada del «alguien se está cavando su propia tumba», porque quienes hemos topado con maltratadores, hemos aprendido a verles la doble cara porque siguen el mismo patrón de comportamiento.

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Por un lado, no tengo dudas de que el ejemplo de Jessica va a sentar precedente: el de muchas chicas que puedan estar viviendo algo parecido y, recordando su historia, hagan fotos y vídeos de los momentos en los que se sientan amenazadas por su pareja.

Una información que o bien les sirva a ellas para quitarse la venda o puedan utilizarla cuando se sientan preparadas para denunciar.

Porque, como fue mi caso hace unos años cuando salí de una relación del estilo, ni había caído en que ese material habría sido clave en caso de que hubiera necesitado ir a juicio.

Lo que ha hecho Jessica es llevarle la contraria a lo que se nos solía animar a las mujeres: al pacto de silencio que protege a nuestros agresores.

Ese que se mantiene con expresiones tan arraigadas como que los ‘trapos sucios’ se laven en casa, a que los esqueletos no salgan del armario, a no hacer nada público, a llevarlo de forma discreta…

Quizás sin darse cuenta esta haya sido su campaña como influencer de mayor impacto (o al menos la de impacto social más positivo).

Porque no, ni esta situación se va a solucionar por sí sola, ni tratar de arreglarlo sin ayuda externa es la manera de poder salir.

Porque solo expresando a otra persona que se está viviendo esto, compartiendo las pequeñas anécdotas que puede que nos hagan ‘clic’ en el cerebro porque nos suenan familiares, y, sobre todo, cogiendo el teléfono cuando sentimos que ya no podemos, recibiremos la ayuda que necesitamos en ese momento (recuerda que el 016 es el número a víctimas de violencia de género y no queda registrado).

Jessica la tuvo y la seguirá teniendo si lo necesita. Ahora quiero que recuerdes que tú puedes tenerla también.

Mara Mariño

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