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Qué esperar de un local ‘swinger’ cuando todo lo que te han contado da miedo

¿Sabes cuando te prometes que este año empezarás con la dieta, que vas a dejar de fumar o que llamarás más a tus padres? Yo me propuse que, si volvía a quedarme soltera, iría a un local de intercambio de parejas.

LELO

Y no se me ocurrió mejor compañía que uno de mis mejores amigos, que tenía la misma fantasía.

Ambos teníamos claro que ir fingiendo que éramos pareja, iba a salirnos más a cuenta que por separado solo por el precio de la entrada (en serio, cuando veáis sus tarifas, descubriréis que el mundo swinger no es nada barato).

Así que nos emperifollamos -uno de mis entrevistados me había comentado que la imagen es importante de cara a atraer a los demás- y nos plantamos en esa puerta, donde tan solo un pequeño letrero con el nombre escrito revelaba que estábamos en el sitio correcto.

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Mi primera idea que habría carteles luminosos del tipo «Sexo aquí», «Tríos, cuartetos y orgías de todo tipo» o «Welcome to intercambio de parejas». Pero no aparecían por ningún lado. Un mito menos.

No os penséis que mi amigo y yo lo tuvimos claro desde el primer momento. Pasé esa semana pensando que me iba a rajar justo antes de ir.

En mi cabeza, un local swinger era un sitio donde podía pasarte cualquier cosa. No sé por qué tenía el miedo de que alguien me encerrara en un baño, de camino a hacer pis, pensándose que buscaba tema.

Pero la chica de la entrada, que nos hizo un tour por el local al ser nuestra primera vez, nos aclaró desde el primer minuto que aquello iba sobre el consentimiento.

Que nadie podía tocarte de ninguna forma sin antes preguntarte o hacerte alguna señal (y de la misma forma, se podía responder si sí o no).

«Eso sí, los sentimientos se quedan en la puerta, esto es solo sexo«, nos recordó

Al poco, estábamos con una copa en la mano analizando el territorio. Otra idea preconcebida que me había montado es que este tipo de sitios están frecuentados por señores mayores con pinta extraña.

Solo encontramos uno, el resto eran parejas de todas las edades (en su mayoría jóvenes), algún grupito de tres amigos y una pandilla de cincuentañeros que, nada más entrar, se estaban montando una orgía.

Y, por cómo hablaban entre ellos un rato después, eran habituales del local.

Además de la macrosala donde estaban teniendo sexo, había una pista de baile con barra de pole dance, un jacuzzi, cuartos con una mirilla en la puerta, cuartos sin puerta, cuartos con puertas semitransparentes y una zona solo de parejas.

En esa parte del local estaba mi sala favorita: el cuarto oscuro. Un sitio en el que jugabas a una especie de ‘tinieblas’ sexual donde el objetivo también era pillar, solo que no del brazo, sino más bien de la entrepierna.

Mi amigo y yo empezamos por la pista de baile, tomándonos nuestras bebidas, para luego hacer incursiones por el resto de sitios y curiosear.

Quizás lo que más choca, en un primer momento, es que la gente está teniendo sexo a la vista como si nada (lo de unirse ya es decisión tuya).

Como un par de mirones, íbamos cambiando de show cada rato, viendo todo tipo de cuerpos y prácticas.

Aunque en la zona del jacuzzi la gente iba desnuda o con toalla, lo cierto es que en el resto del local lo habitual es ir con ropa.

La sensación que me dio, pasados los primeros 20 minutos de shock (por eso para mí es recomendable ir con alguien de confianza) es que teníamos el sexo demasiado sobrevalorado, en el sentido de que aquello de ver a parejas y grupitos disfrutando, nos parecía ya lo más normal del mundo.

Y respecto a la seguridad, hubo una parte de la noche en la que mi amigo se retiró con una chica que había conocido tras nuestro paso por el cuarto oscuro.

En aquel rato que deambulé sola, iba con la tranquilidad de que no iba a pasarme nada -que yo no quisiera que pasara-. Sí, pude hacer pis y además los baños estaban limpísimos.

Me hizo sentir con confianza saber que había ido acompañada de alguien con quien, si salía mal la cosa, lo recordaría entre risas y como una anécdota en nuestra amistad.

Pero lo cierto es que lo disfrutamos y nos quedamos con ganas de más, en todos los sentidos.

Una vez roto el hielo, me dieron ganas de probarlo en pareja solo por el hecho de vivir esa excitación de ver a menos de un metro de ti gente que está follando en vivo y en directo.

Al final, que te animes o no a hacer algo con la persona con la que vas o a quien conozcas ahí, es cosa tuya.

Pero, lo importante: ¿hice algo en el cuarto oscuro? Bueno, eso es material para otro artículo…

Mara Mariño.

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¿Qué implica que la generación Z haga más tríos que los ‘millennials’?

Si me pongo a enumerar las cosas en las que creo que nos supera la generación Z a los millennials, solo destacaría que, más que nativos digitales, son prenatales y que, seguramente, tendrán menos depresión de la que ya padecen algunos de los nacidos entre finales de los 80 y de los 90.

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Pero hay una característica más que añadir a la lista. Y tiene que ver con las sábanas.

Más de la mitad de los millennials teníamos (o tenemos, depende de a quién preguntes) la fantasía de hacer un trío, una ilusión en la que la generación Z nos ha tomado la delantera.

El 10% de los nacidos a finales de los 90 ya ha experimentado lo que es el sexo en el que tres (por primera vez) no son multitud, según el barómetro de Control.

Es decir, uno de cada 10 de aquellos menores de 20 años ya han tenido sexo a tres bandas. Lo repito porque me sigue pareciendo alucinante.

Aunque, por otro lado, no sé de qué me sorprendo tanto pensando en que mi primo pequeño puede estar ahora mismo acompañado de dos amigas (o dos amigos).

No es difícil imaginar el por qué. Rara es la serie, canción o película actual (y sí, estoy hablando de ‘Élite’) en la que no se proclama el amor libre, dando alas a todo tipo de mezclas incluso cuando las experiencias sexuales acaban de empezar.

Me habría encantado que el barómetro les preguntara qué les había llevado a hacerlo, y sobre todo, si había sido tan satisfactorio como la ficción les vende, ya que dudo mucho que la mitad de posmilénicos sepan que el clítoris es algo más que una palabra que queda guay en Instagram.

(Ah, y esto lo cuento desde la perspectiva de una millennial que sí cumplió esa fantasía y que siente que no se habría perdido mucho de no experimentarla.)

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Cruda, sincera, abierta y genuina.

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Curiosamente, esto me recuerda a una conversación sobre la monogamia que tuve hace poco con mi madre. Ella me comentaba que parecía que ahora todo eran números.

Con cuántos has estado, con cuántos has tenido sexo, con cuántos quedas… Pero que realmente hasta qué punto eran relaciones sexuales que nos llenaban.

Vivimos en una sociedad en la que solo cuenta sumar, sumar seguidores, visitas, likes, series vistas en Netflix, personas con las que acostarnos y el número de experiencias que hemos tenido, ya sean con dos personas, en grupo, con espectadores…

Y no digo que no deban vivir esas cosas, que, si quieren, me alegro de que puedan hacerlo. ¿Pero tiene que ser ahora? La vida es lo bastante larga como para invitar a una tercera persona a la cama una vez sabemos como funciona el deseo sexual y el aparato genital más importante de cualquier vivencia, el propio.

Duquesa Doslabios.

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Las cosas que debes tener en cuenta para hacer (bien) un trío

Hoy, en otro de mis posts de “La vida real no es como una película porno” os hablo de cómo debemos disfrutar de un trío y hacer de la experiencia un momento gratificante.

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Lo de que nada más llegar se tire todo el mundo a la cama unos encima de otros, no es tan así teniendo en cuenta que, sobre todo si es el primero, estarás con la confusión propia de “Si ya a veces me agobio con una persona, ¿cómo voy a apañarme con dos?” Te apañas, te lo digo yo.

En primer lugar, parece muy obvio, pero el primer consejo es relajarse. Todos estáis ahí reunidos de libre voluntad para hacer lo mismo, nadie está obligado. Y, además, si por lo que sea, hay algún momento en el que no lo ves claro, puedes decir que no. No te tienes que sentir forzado a hacer nada que no quieras. Siempre te puedes marchar y listo.

Abre la mente. No juzgues. A la cama se va con la ropa y las vergüenzas fuera. Un trío es ante todo una vivencia para pasarlo bien, para darse placer. Es algo que bien hecho da muy buen rollo y mal hecho… Da lugar a las risas. No te lo tomes muy a pecho, no es un examen de selectividad. Si es la primera vez en tu vida que practicas sexo oral con alguien de tu género y parece que estás soplando una gaita, es mejor reírse y quitarle hierro a la situación que cerrarse en banda y entrar en barrena.

Además siempre puedes preguntar. Nadie nace sabiendo. Por mucho que te hayas hecho pajas a lo mejor no sabes cómo manejar la de otro chico. En ese caso pide «ayuda». Y es que lo mejor que puedes hacer es dejarte llevar, olvidarte de todo y fiarte simplemente de tu instinto animal.

Este consejo, ya más personal, es que, si tienes la oportunidad, te bebas una cerveza previamente con los participantes. Os ayudará a liberar tensiones. Todos tenemos miedo sexual escénico, y más si entre el público hay una persona extra.

Pero si te decides a probarlo y sigues los consejos que te comento, independientemente sea o no el polvo de tu vida, recordarás la experiencia de manera positiva.

Duquesa Doslabios.