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¿Qué es el coitocentrismo? Así afecta a tu vida íntima

«¿Te das cuenta de que cada vez que hablamos de tener sexo nos referimos a la penetración?», le pregunté hace tiempo a una pareja.

Daba igual si era otoño, verano, invierno, día, noche, si estaba en mis días de regla o en los fértiles o cómo se iniciaba el encuentro, siempre terminaba de la misma forma.

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Que el coito sea la práctica por excelencia, en las relaciones heterosexuales, es lo que se conoce como ‘coitocentrismo’, o, explicado de otra manera, el coito está en el primer puesto de la lista y el resto de prácticas por debajo.

Su explicación se encuentra en que, en un sistema heteropatriarcal como es en el que nos encontramos, la relación sexual solo se considera plena si se da la unión entre genitales (de ahí que, por ejemplo, no contemos masturbación o sexo oral como ‘la primera vez’).

Es más, todo lo que se sale de meter el pene en la vagina son los mal llamados ‘preliminares’.

La razón se debe a que esta es la vía por la que casi el 100% de los hombres alcanzan el orgasmo, por lo que se considera la más importante pese a que para nosotras, no es la más práctica.

Esto supone que el coitocentrismo tiene una larga lista de efectos secundarios, el más obvio es el de limitar el placer.

Los problemas derivados del coitocentrismo

Cuando la mayoría de las mujeres necesitamos estimulación externa del clítoris -algo difícil de lograr con el coito-, tener sexo con penetración es una dificultad en la cama que deriva en la brecha orgásmica.

Pero no solo queda en la abismal distancia a la hora de alcanzar el clímax, sino que es algo que nos produce agobio por las expectativas.

Como explica la ginecóloga Miriam Al Adib, como «hay una visión del sexo muy coitocentrista, en muchos casos hay mujeres que, tras el parto, sienten presión con esto».

«Es muy habitual que recibas mensajes que te animen a volver cuanto antes a la vida que tenías: recuperar la silueta, volver a la vida social y laboral, que además la pareja no te note ningún cambio, que recuperes las relaciones para ya, etc», razonaba la experta.

La solución, para ella, es que «la mayoría de las mujeres necesitan compartir una intimidad en pareja no tan centrada en el coito, y esto es muy normal que ocurra durante un tiempo».

Aunque no sería algo que yo recomendaría solo tras el embarazo, sino para nuestra vida íntima en general.

Y es que es algo que quitaría también presión si hay disfunciones sexuales o, simplemente, el miedo de no estar a la altura, que puede derivar en disfunción eréctil, dispareunia, eyaculación precoz o vaginismo, por ejemplo.

Lo que significa que dejaríamos de ver el pene y la vagina como protagonistas de cualquier encuentro, aprendiendo a disfrutar (y disfrutarnos) con todo el cuerpo.

Y a ir más allá del coito, por supuesto.

Mara Mariño

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¿Lloras después de tener sexo? Quizás tengas…

“¿Alguna vez has llorado después de correrte?”, me preguntó una amiga hace unas semanas.

Yo no sé tú, pero cuando he acabado de estallar y me despido de los últimos coletazos del orgasmo (esos que te dejan aún temblando y con la boca ligeramente abierta), necesito una pausa para respirar.

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Recuperar el aliento es quizás una de las primeras reacciones que la mayoría tenemos después de explotar. Y, en mi caso, esa relajación de todo el cuerpo, suele venir acompañada de ganas de caricias suaves durante el periodo de descanso (incluso sueño si ya es un poco tarde).

Pero también me ha pasado de quedarme con ganas de repetir y correrme una segunda o tercera vez y, por el contrario, como manera de activarme y continuar el día con ganas. Lo que nunca me ha sucedido es sentir tristeza al terminar.

Fue algo en lo que caí después de que me hiciera aquella pregunta.

Y por muy descabellado que me pareciera que, después de una de las mejores respuestas que tiene el cuerpo humano, pudiera experimentar pena, no es tan raro como me podría sonar en un principio.

Mi fase que sigue al orgasmo, cariñosa, relajada, pero sobre todo, satisfecha, no tiene por qué ser lo habitual. El abatimiento, la tristeza… En definitiva, un cúmulo de emociones de desazón, son las que resumen la disforia poscoital.

Es algo que, en ningún caso significa que la experiencia haya sido mala. Una teoría es que se debe a la reacción cerebral incontrolable que tiene que ver con las hormonas que se liberan después del orgasmo.

Si lo habitual es que el chute de oxitocinas, endorfinas y dopaminas nos quiten de golpe el estrés y hagan que se nos cambie el humor -para bien- de inmediato, las personas con disforia podrían no recibir su ‘dosis’ de hormonas o por el contrario, de otras que contrarresten su efecto.

También puede deberse a que disminuye la actividad de la amígdala, que mantiene a raya el miedo o la ansiedad, así como traumas sexuales del pasado, la idea de que el sexo es algo negativo o incluso la pena por el culmen del momento de unión con la otra persona.

En cualquier caso, siempre y cuando no se necesite terapia para superar problemas que pueden estar interiorizados, tener un rato dedicado a continuar tocándose, haciendo que la unión vaya más allá del momento sexual, puede ser una buena forma de ‘tratar’ la disforia.

Duquesa Doslabios.

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‘Tip’ sexual: prueba a deletrear esta palabra ¡con la cadera!

Decimos que en la variedad está el gusto porque, por mucho que algo nos encante, puede llegar a convertirse en repetitivo si siempre es de la misma manera.

Y el sexo no se escapa, lo que nos da la oportunidad perfecta de experimentar con juguetes, cambiar de sitio de la casa (sí, hasta delante de la lavadora) o ir pasando de una postura a otra.

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Mientras que hay ocasiones que el cambio se da de manera fluida -esas veces que solo con una mirada pareces entender que la otra persona necesita seguir pero a cuatro patas-, es igual de válido pedir un relevo cuando sientes que fallan las piernas o el aliento comienza a faltar por la exigencia física de la postura.

Incluso dentro de la misma pose, por cómoda que sea la cama, la conexión y la música de fondo, el misionero puede aburrir. Así que hoy es el turno de hablar de pequeñas modificaciones que vuelven la postura más interesante.

Y es que hay una tendencia sexual que, gracias a Twitter, nos anima a experimentar con la pose de la vaquera. Sí, esa en la que nosotras estamos encima y él tumbado debajo (tú eliges si cara a cara o dando la espalda).

Aunque todas sabemos cuál es la mecánica de esa posición en particular, hay vida más allá del rebote. En eso consiste el «coconut», la palabra trending topic de la red social que se ha trasladado a la cama.

Toma nota: según los tuiteros, deletrear la palabra con la cadera suma puntos de intensidad a la penetración.

Pero, ¿es para tanto? Pues sí y no. Se me ocurren otras ventajas de poner en práctica el «coconut».

Para empezar, hace que te concentres plenamente en la ejecución y no en otras cosas. Muchas veces, al estar encima , es típico que se te puede ir la cabeza.

«¿Se me verán bien las tetas desde este ángulo?», «¿Me dejo el pelo por delante o hacia atrás?» o «Madre mía, las rodillas…» son algunos de los pensamientos más clásicos que vienen a la cabeza.

Si tu única preocupación es dibujar la palabra, no le dedicas tiempo a pensamientos secundarios.

Eso sí, no hace falta hacer un patrón entre letra y letra, se trata de hacerlo fluido, como si quisieras escribirlo sin levantar la mano del papel y tu cadera sostuviera el bolígrafo.

El movimiento de la cadera es muy placentero para ambos y viene genial para alternar entre el mete-saca que tan fácil nos pone esta posición.

Otras ventajas de incluirlo en nuestra performance es que nos hace el apaño cuando no sabemos cómo seguir moviendo la cadera porque es muy fácil de recordar (no sería lo mismo deletrear «esternocleidomastoideo»).

Aunque el plus definitivo es que, una vez le cojas la práctica, descubrirás cómo los giros y cambios de sentido estimulan el clítoris.

La palabra ya la sabes, tú eliges velocidad e intensidad.

Duquesa Doslabios.

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No eres rara ni estás mal hecha si solo llegas al orgasmo tocándote tú misma

Después de mi primer polvo, llegué a una conclusión: el sexo está sobrevalorado. Fue lo que pensaba mientras salíamos de su portal rumbo a mi casa.

¿Y por esto tanto escándalo? Estaba casi decepcionada después de todas las expectativas que me había hecho sobre ello.

LELO

Las siguientes relaciones sexuales me llevaron al mismo razonamiento. No entendía a qué venía tanta excitación. Vale que había disfrutado del momento, de las caricias y los besos, pero a la hora de la verdad, sentía que yo (conmigo misma) me lo pasaba mejor.

No fue hasta que empecé a poner en práctica cómo me masturbaba en la intimidad, que el sexo acompañada despertó otras sensaciones.

Lo hice de manera instintiva, como respuesta natural a aquel cosquilleo que me recorría el clítoris y que, en la postura en la que estaba en aquel momento, nadie prestaba la más mínima atención.

Aquello ya era otra cosa, por fin iba por buen camino. O, al menos, eso pensé durante unos segundos, hasta que mi pareja de aquel entonces me preguntó que qué hacía.

Lo hizo con cara de susto, como si el acto de llevarme la mano a la vulva significara que estaba fracasando como amante.

Una vez vencido el miedo inicial, explicándole que así me gustaba más, nos dejamos llegar y descubrí, por primera vez, que sí, podía tener orgasmos también en pareja.

El único ¿inconveniente?, que tenía que ‘trabajármelos’ yo.

Y sí, digo inconveniente porque en ninguna película había visto a la protagonista disfrutar de aquella manera. Bastaba que se la metieran para que el polvo se convirtiera en una sucesión de gemidos ininterrumpidos hasta llegar al orgasmo.

Tuve que descubrir que no era yo quien estuviera mal, era la ficción la que no reflejaba mi realidad.

No ponía en duda que hubiera quien pudiera encontrar placer -e incluso llegar al clímax- de aquella manera, pero no era mi caso.

Ni el mío ni el de muchas amigas con las que, pasados los años, acabé hablando del tema. Curiosamente, teníamos en común que, solo estimulándonos de forma externa, conseguíamos corrernos durante la penetración.

Esa revelación me llevó a uno de los puntos más importantes de mi vida (sexual) adulta.

Podía seguir haciendo como si nada, cumpliendo los estereotipos y fingiendo mis orgasmos para que mis acompañantes no sintieran que su participación era insuficiente.

Podía normalizar que el sexo aceptado por la mayoría era eso que veía en la tele o en el ordenador y subirme al carro, aunque implicara que no lo disfrutara plenamente.

Pero eso significaría que mi vida sexual compartida resultaría decepcionante, así como una manera de ocultar algo tan natural de mí misma.

Mi decisión, la que sigue vigente hoy en día, fue tomar el otro camino, el de asumir que, por mucho que no fuera como las mujeres de las películas, lo que me funcionaba era igual de válido.

Y no ajustarme a esa imagen no iba a impedirme disfrutar en la cama. Aunque eso implicara que tuviera que hacerme cargo de mis orgasmos.

Duquesa Doslabios.

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¿Es el yoga la nueva versión del Kamasutra?

Lo confieso, desde hace unos meses he empezado a hacer yoga. De manera amateur, claro, tirando de vídeos de internet y con el material mínimo imprescindible, la colchoneta.

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Puede que todavía no me note mucho más flexible, en comparación con mis comienzos, he encontrado posturas muy cómodas a las que, rápidamente extrapolé a otro momento también placentero.

¿Por qué no hacer la prueba de si mi nueva actividad podría tener un hueco en mi vida sexual? Voy a ahorrarme la charla de que, en general, esta disciplina es beneficiosa para la intimidad.

Aunque los beneficios físicos como la flexibilidad o el bienestar general ya me parecen dos alicientes que van a mejorar la experiencia.

A lo que voy es a lo práctico, a trasladar esos asanas (el nombre que reciben las posturas en el yoga) al momento de follar.

Vale, he sido bastante selectiva. No digo que todas sirvan para aderezar los momentos de pasión. ¿Alguien se imagina intimando de cualquier manera en un ‘guerrero’? Para mí, quedan descartadas las posturas de equilibrio.

No pasa lo mismo con aquellas más cómodas y estables, que son las que realmente recomiendo. De hecho, el asana del perro es uno que comparten por igual el sexo y la práctica (¡y pensabas que no habías hecho yoga en tu vida!).

Puesta a quedarme con una favorita, esa sería sin duda la del ‘bebé feliz’. Que consiste en estar tumbada con la espalda apoyada y elevar las piernas flexionales hasta coger los pies con las manos (que las rodillas apunten a las axilas).

En esta pose las sensaciones son muy parecidas a las del ‘pretzel’ al permitir una penetración muy profunda. Y además es comodísima para la espalda.

Otra con la que también estoy experimentando es el ‘puente’. Para entrar en este asana, se deja la espalda apoyada, las piernas flexionales con los talones cerca de las nalgas y por último se eleva la cadera con ambos brazos bien apoyados a lo largo del suelo.

Ya que la cuarentena es larga, os animo a probarlo y seguir investigando.

Duquesa Doslabios.

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Sí, el ‘polvo de la reconciliación’ tiene más sentido del que te imaginas

Han pasado siete días. Siete larguísimos días con sus siete interminables noches en las que lo único que has hecho con tu pareja ha sido discutir y aprovechar para retomar tu relación con el succionador de clítoris.

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Una semana en la que, como si de en tus tiempos de soltera se trataran, te has hecho cargo por completo de tu placer. Aunque eso no quitaba lo mucho que te atraía cuando se quitaba la camiseta para ponerse el pijama.

Vale que el enfado no es capaz de apagar la atracción, pero qué duro se hace mantener las distancias cuando hay una bronca de por medio.

Por suerte, la guerra llega a su fin. Uno de los dos dice las palabras mágicas («Lo siento»), y tu siguiente pensamiento es, lo admitas en alto o no, ‘follemos’.

Al final, el sexo es un lenguaje de la pareja. Se ha convertido en una forma de acercarnos entre nosotros, no ya solo de darle rienda suelta a las ganas.

Y es que ese tipo de polvo, en concreto, tiene un objetivo que los demás no comparten, volver a instaurar ese vínculo que se ha debilitado por la discusión.

«Tener sexo tras una discusión en pareja puede a veces ayudar a que nos volvamos a unir, a confirmarnos que la relación va bien y sigue adelante, y que damos el asunto que nos llevó a discutir como zanjado», afirma la sexóloga Ana Lombardía de Sexoenlapiel.com.

¿El resultado? Fuegos artificiales, deseo por las nubes (como para no después de una semana sin tocaros ni con un palo), todo tipo de peripecias en la cama, ilusión, manos entrelazadas, ojos incapaces de despegarse… Pero sobre todo la seguridad de que las cosas vuelven a funcionar.

Una vez pasado el momento de pasión, el resultado no podría ser mejor: los dos exhaustos, con subidón de endorfinas y el nexo intacto de nuevo, con la sensación de fortaleza después de haber superado otra prueba más para la relación.

Siempre y cuando sea la manera de ponerle el punto y final (por todo lo alto) a un desencuentro, claro.

«A veces se tiene sexo tras -o durante- una discusión porque alivia las tensiones y refuerza el vínculo, pero obviando resolver la desavenencia. Es decir, tras el sexo el enfado se nos pasa, pero el problema sigue ahí», recuerda Ana.

Duquesa Doslabios.

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Así es como puedes usar (más) el clítoris mientras tienes sexo

La teoría nos la sabemos: el clítoris es el órgano del placer, el botón mágico que se traduce en una sola cosa: orgasmo.

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Por eso en casa –tranquilas, tumbadas en la cama y despatarradas, con un libro en una mano abierto por la página de ese capítulo y la entrepierna en la otra-, conseguirlo es bastante sencillo.

Estando en compañía la cosa cambia. Ya hemos superado (por suerte) lo de tocarnos mientras tenemos sexo en pareja, pero llegar al clímax es a veces una odisea.

Dependiendo de cómo estés colocada, la mano se te cansa, lo que te corta totalmente el rollo cuando estás a punto de correrte.

Hay posturas en las que poder acariciarte parece más difícil que una prueba de Humor Amarillo. Entre sus movimientos y su pubis, se te machacan los dedos y tienes menos control que si tuvieras un guante entre las piernas.

Así que, si hace unos días os comentaba que cambiar de posición durante el sexo es un básico para hacer la vida íntima más variada, en este caso es fundamental si no te alcanzas el clítoris.

Algunas posturas, como el perrito o la amazona, te dan vía libre a la vulva, aunque tampoco significa que tengas que estar tocándote desde el primer minuto.

Mi recomendación es que, para retrasar al máximo el cansancio de los dedos, empieces pasando de la mano. A cambio, usa la fricción natural de tu acompañante o apriétate tú (no infravalores el petting).

Otra recomendación es que intentes estimular el clítoris internamente (recuerda que de él solo vemos la puntita).

Contrae tus músculos vaginales hacia dentro y hacia arriba, como si quisieras sorber por una pajita imaginaria, y notarás cómo las sensaciones son mucho más intensas.

Y por supuesto, si ni con esas consigues alcanzarte el clítoris o estimularlo correctamente, déjate ayudar por los juguetes. Un succionador o una bala vibratoria en la zona solucionarán el problema.

Duquesa Doslabios.

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¿Hola comilonas, adiós intimidad? Tener sexo en Navidad cuando has comido mucho

En estos momentos del año, en lo único que pienso al quitarme la ropa es en ponerme rápidamente el pijama de franela.

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Y no ya porque sea invierno, que también. Sino porque las comidas y cenas navideñas terminan por dejarme para el arrastre.

Bandejas y bandejas de canapés, langostinos y por supuesto los platos de turrón y polvorones te hinchan tanto que te da la sensación de que, lo único que vas a poder hacer al levantarte de la mesa, es pedirle a tus primos, los fuertes de la familia, que te empujen en dirección a tu cuarto para ir rodando hacia la cama.

Sentir el cuerpo pesado -culpo a la dichosa mayonesa, que equivale a digerir cemento armado- se interpone a la hora de tener algo de intimidad, celebrando el ambiente cariñoso que tanto me gusta de las fiestas.

El sexo es un reto. Pero la pasión no tiene por qué desaparecer del todo (de eso se encarga el pijama anteriormente mencionado).

Déjate de malabarismos o posturas alternativas, eso mejor para el resto del año, e intenta buscar posiciones en las que tu tripa no sufra las consecuencias de la cena.

Nada de poses invertidas que hagan subir la sangre a la cabeza y el marisco a la boca del estómago.

En estos casos, hacerlo recostados sobre la cama, a modo de cucharita, permite libertad de movimientos y que no te siente mal la comida. Además, al estar tumbados, la sensación es de descanso.

Otra alternativa es que puedes aprovechar que estás recogiendo la mesa para darle rienda suelta a tu pasión sobre ella -una vez se vaya la familia, claro- apartando los entrantes, que las salsas salen fatal de la ropa.

En ese caso, una persona de pie y otra tumbada, también permite disfrutar sin que agobie la sensación de pesadez.

Aunque mi alternativa favorita para estos días confieso que es, y será siempre, el sexo oral. Cómodo para los dos e igual de placentero que follar (para muchas mujeres incluso más).

Permite poder disfrutar a un ritmo tranquilo sin tener que estar ejecutando la coreografía de la penetración, que entre el cansancio, la comida y el alcohol es otra de las cosas que termina dando pereza del sexo en Navidad.

Duquesa Doslabios.

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En la cama no siempre tiene que haber fuegos artificiales

Hace poco, en una de esas conversaciones entre amigas, hablábamos de lo que era el sexo cuando es con alguien con quien llevas mucho tiempo.

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Ambas estábamos en algo de acuerdo, los fuegos artificiales de los anuncios de condones no son la imagen más realista para describirlo.

Que no siempre nos corremos, no. De hecho, si echamos cuentas, si tenemos sexo con penetración es aún más complicado.

Luego están esos días en los que estás pensando en que tienes una reunión a las 9 y que deberías poner el despertador media hora antes de lo habitual, para pasar las imágenes a un USB y lavarte el pelo antes de salir de casa.

Toda una película mental que se proyecta en tu cerebro mientras tu pareja está esmeradísima manejándote el clítoris con una habilidad digna de la microcirugía.

También está el día en el que, después de ver esa serie, solo puedes pensar en arrancarle la ropa a tu pareja y luego nada, se te van las ganas.

O, simplemente, cuando, por mucho que te apetezca, está a punto de bajarte la regla y tu nivel de humedad vaginal roza la desertificación.

Hay días que te apetece, pero tienes mucho sueño, días que tu cuerpo quiere mambo y tu cabeza está en otra parte (o apagada en su totalidad). Hay días y polvos de todos los tipos y colores.

Y no, no siempre están garantizados los fuegos artificiales, aunque no significa que haya de qué preocuparse.

Las hormonas, el ánimo, lo que nos ha pasado a lo largo de la jornada… Hay un sinfín de acontecimientos que no podemos controlar y pasan factura a la excitación o al cuerpo.

En esos casos, cabe recordar que el sexo va más allá de un rato de placer. Es conexión, es comunicación, es, por qué no, distracción, es “ven aquí que llevo un día de mierda y quiero arreglarlo antes de que acabe”, es necesitar sentir a tu pareja desnuda. Es mucho más que meter, sacar, meter, sacar y terminar.

Por eso no siempre hay un show de luces en el techo de la habitación. Pero cuando las hay, que, afortunadamente, suele ser la mayor parte de las veces, el espectáculo merece la pena.

Duquesa Doslabios.

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El misionero puede ser la postura sexual más divertida (si sigues estos consejos)

Los puentes sobre el río Madison, un Cadillac, el Chanel 2.55, los álbumes de los Beatles, el sillón Egg de Arne Jacobsen, una fotografía de Helmut Newton o el misionero tienen algo en común, entran en la categoría de clásicos.

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Amada y denostada a partes iguales, la postura más conocida del sexo juega con la ventaja de lo placentera que resulta para los participantes, pero también con que, de lo fácil, tendemos a recurrir a ella más que a otras, lo que la convierte en un básico poco sorprendente de nuestro repertorio.

Y aunque siempre podemos poner música de fondo (cualquiera de los discos de los Beatles, ya que los he mencionado), hay más formas de añadirle picante.

Como todo en esta vida, el secreto no está tanto en la posición que escogemos sino en la actitud que ponemos al elegirla. De nada sirve repasar el kamasutra si las ganas que ponemos al hacerlo son las mismas con las que contestamos los mails de trabajo el lunes a primera hora de la mañana.

El misionero se adapta a todo: puede ser romántico con intercambio de miradas, puede ser salvaje con mordiscos, puede ser duro con arañazos o puede ser profundo y suave haciéndolo más tierno.

¿La clave? No centrarse tanto en la postura sino en la experiencia, en el momento. De hecho, ¿por qué no aprovechar la coyuntura, y con coyuntura me refiero a tener su oreja a la altura de tu boca, y decirle lo que te está gustando, lo mojada que estás o que quieres sentirle más lento, pero hasta el fondo?

Encuentra la postura que mejor te funcione. El misionero no es solo tirarte en la cama con las piernas abiertas y esperar a que hagan todo el trabajo. Arquea la espalda, estira los pies, apóyate sobre la punta de los dedos, ayuda con el movimiento… Puedes incluso añadir un cojín que te haga estar con la cadera más incorporada.

Las dos manos libres te permiten jugar. Puedes pasarlas por su cabeza, su espalda, puedes agarrar las nalgas, acompañar con las manos o incluso tocarte. Y es que no hay nada más placentero que poner en práctica las posturas con el clítoris a mano (literalmente).

Es quizás ese uno de los grandes inconvenientes del misionero, que la estimulación femenina en esa zona brilla por su ausencia. O bien te encargas tú de ella o le pides a la otra persona que realice un poco de TAC. No, no es que te haga un diagnóstico médico en pleno polvo.

El TAC es la Técnica de Alineación en el Coito (hablaré de ello más adelante), una variación del misionero que consiste en que el hombre se alce un poco para que su pubis alcance el clítoris y lo estimule con el movimiento.

¿Te parece una variante simplona? Pues más de la mitad de las mujeres que la integraron en su rutina, llegaron al orgasmo según un estudio publicado en el Journal of Sex and Marital Therapy.

Así que, llega el momento de hacer del misionero algo menos más religioso y más visceral, que suele ser lo más divertido del sexo.

Duquesa Doslabios.

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