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Las inteligencias artificiales ya son cómplices del ‘revenge porn’, ¿por qué no lo evitamos?

Han pasado unas semanas desde que aquellos alumnos de Almendralejo usaron la inteligencia artificial para modificar fotos de sus compañeras. Un periodo en el que no hemos perdido de vista qué medidas se iban a tomar al respecto.

El proceso de movilización mediática y judicial tenía en el punto de mira a los chavales por crear y difundir pornografía infantil.

Pero de lado ha quedado un tema que preocupa más abordar por su complejidad, ¿qué pasa con las consecuencias en la inteligencia artificial?

mujer inteligencia artificial

PEXELS

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La tentación (y posibilidad) de desnudar a cualquier mujer del mundo está ahí y es tan fácil como subir una foto de su cara.

Así que la pregunta que incomoda, que realmente no se quiere poner sobre la mesa, es por qué si la inteligencia artificial ejecuta según lo que se pide de ella, no hay una forma de evitar que esto pueda repetirse, de ‘bloquear’ el uso de quitar la ropa a quien sea.

No debería ser tan complicado teniendo en cuenta que ya existen algoritmos que detectan si aparece un pezón en redes sociales y rápidamente se encargan de borrarlo, para proteger a un posible público sensible, pero ¿por qué no protege cuando convierte una imagen desnuda de una vestida?

La mayoría ni entendemos cómo funciona la IAs ni la controlamos, tenemos sentimientos encontrados de si van a mejorar el mundo o a dejarlo más tocado, pero lo que sí hemos visto es que pueden hacer mucho daño.

Sacándole el tema a una amiga que trabaja en ciberseguridad le dije que me parecía impensable que no existiera forma de ponerle algún tipo de código a las inteligencias artificiales para evitar que esto se repitiera en un futuro.

Podemos ver las ventajas de tener un sistema que nos ayude a hacer listas, preparar presentaciones, crear contenidos y hasta sacar ideas para el cumpleaños de tus seres queridos, ¿de verdad cambiaría tanto la cosa si cuando subes una foto al programa que sea y buscas el retoque ‘mágico’ de la desnudez el sistema detecte que es una persona y lo evite?

Su respuesta fue que todo es programable, así que me queda claro que, si no se hace, es porque no interesa. Y a nadie nos pilla por sorpresa.

Porque aunque las damnificadas empiecen a ser cada vez más (Rosalía y Laura Escanes también lo vivieron anteriormente y ya hay otro caso en Alcalá de Henares), la sensación con la que me quedo, viendo que no es algo que ni se plantee, es que da igual.

Puede que haya cambiado la forma de conseguir el material, pero el revenge porn contra las mujeres es el mismo que ya conocíamos. El acoso a las de siempre por parte de los de siempre.

Te compro el discurso de que las IAs por sí mismas no son malas, pero no el de que van a hacernos «mejores personas», como dijo una experta.

Malo es el uso que se les da. Y si los humanos que hacen uso de estos sistemas viene de una sociedad donde las formas de violencia hacia nosotras son algo normal, lo mismo van a hacer estos programas perpetuándolas.

Nadie va a hacer por cambiarlo de la misma manera que los esfuerzos por prevenir o disminuir la violencia fuera de la pantalla van también al ralentí.

Pero si alguien descubriera la forma de usar la inteligencia artificial para transferir dinero de las grandes fortunas del mundo a la cuenta bancaria propia, este código o programación de la que os hablo iba a empezar a funcionar en menos de lo que tardas en hacer un click.

Mara Mariño

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El mensaje detrás de la masturbación colectiva protagonizada por estudiantes brasileños

Los canales de difusión masiva han cambiado de manera radical cómo se difunden las noticias. De esta manera no solo nos enteramos al instante de lo que pasa en cada momento, sino que lo vemos también independientemente de la parte del mundo en la que se encuentre.

Es lo que ha pasado con el beso de Luis Rubiales y la vuelta al mundo que ha dado, pero también con las fotos modificadas por IAs de las alumnas de Almendralejo.

Pareciera que, de un tiempo a esta parte, los hombres mayores o menores de edad españoles, están encargándose de dejar bien claro que, por mucha igualdad que ostentemos en permisos de maternidad y paternidad, el nuestro es un país machista. Punto.

São Paulo

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Quienes hemos entonado el #SeAcabó que inició Jenni Hermoso, llevamos toda la vida con la misma cantinela.

Que esto no son manzanas podridas ni casos aislados, que no son casualidades ni una mala racha, que esto es un sistema que victimiza a todas las mujeres que se llama patriarcado.

Y sobre todo que es algo que pasa en todo el mundo, no solo en España.

Gracias a esa civilización informativa de la que formamos parte, nos ha llegado otro ejemplo de violencia machista ejercido por los estudiantes de medicina de la Universidad de Santo Amaro en São Paulo.

Las imágenes y vídeos virales de la veintena de chavales con los pantalones y los calzoncillos bajados masturbándose delante de dos equipos de voleibol femenino que estaban compitiendo, podrán hacernos dudar de si las nuevas generaciones de verdad harán del mundo un lugar mejor de las anteriores.

Pero no nos deja dudas del mensaje que transmiten sus acciones: «Nosotros tenemos el control».

«El control sobre nuestro cuerpo y nuestra polla, el control de sacárnosla cuando y donde queramos. El control de masturbarnos incluso en un lugar público sin que puedan pararnos».

«El control sobre el espacio, da igual que sea a plena luz del día o en un sitio frecuentado por gente, da igual que sea enfrente de un campo donde estáis practicando un deporte. A puerta cerrada en casa o en el campo de juego, todo es nuestro».

«El control sobre vosotras y vuestra sexualización. Vemos erótico que juguéis y así os lo hacemos saber. El control sobre vuestra concentración en el partido, da igual que estéis jugando, no sois más que el objeto de deseo de nuestras pajas».

«El control del foco de atención, el protagonismo. No es vuestro triunfo ni vuestra competición lo importante del día, es controlar la narrativa del momento y que sea, más que un evento deportivo, una película porno live action».

«El control de demostrar que somos muy machos. Fíjate si somos masculinos que nos pajeamos delante de todo el mundo en grupo. Y además gritamos mientras tanto para que a nadie se le escape lo varoniles que somos. Y nos aseguramos de hacerlo delante de un grupo de mujeres, por supuesto, porque si fuera frente a un equipo de hombres sería de gays y la masculinidad hegemónica ve con malos ojos la homosexualidad».

«El control del presente, porque la única consecuencia es una expulsión momentánea de la universidad durante unos días, y del futuro, porque somos estudiantes de medicina y en unos años estaremos trabajando de ginecólogos, cirujanos o anestesistas con mujeres adultas y/o menores de edad en consulta».

«Y también las controlaremos».

Mara Mariño

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El acoso sexual a las de siempre (por parte de los de siempre)

«No os quejéis, que luego subís fotos que casi se os ve el coño», escribía uno de los alumnos del centro de Almendralejo en redes sociales sobre la difusión de imágenes de sus compañeras.

Con una ‘sutil’ diferencia, que no es lo mismo elegir voluntariamente qué foto subes a tus redes y que se descarguen esa foto tuya sin permiso, que la retoquen con un programa para que parezca que no tienes ropa y que la difundan.

uniforme colegio

PEXELS

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Ha pasado hace unos días, pero la historia no es nueva, es la misma de siempre: apropiarse del cuerpo femenino sin importar el deseo de la implicada.

Ahora lo hacen con inteligencias artificiales, pero hace nada era levantando la falda para comprobar qué bragas llevábamos.

La que era la práctica habitual en mi colegio, hasta el punto de que trasladamos a los profesores el problema, quedó impune cuando la recomendación que recibimos fuera que apostáramos por shorts o mallas cortas que quedaran cubiertas por la falda del uniforme.

Llama la atención que la respuesta de muchos sea la de poner la mira en quien señala el problema porque es víctima de él.

Cuando la pregunta no es qué hacíamos nosotras para que nos levantaran la falda (solo llevarla, como mandaban las normas del colegio).

Ahora la acusación se ha adaptado a los nuevos tiempos convirtiéndose en «No haber subido fotos a redes».

Un aviso que suena familiar, que me devuelve a aquel «Si no queréis que se os vea nada y hagan bromas, poneos pantalones debajo de la falda».

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Siempre nosotras, desde niñas, las responsables de parar algo que no hemos elegido. Pero lo que parece que cuesta preguntarse es, en vez de qué podemos hacer nosotras para ‘remediarlo’, por qué siempre son ellos.

Por qué los chavales de ahora -y los de hace 10 o 20 años-, encuentran una fuente de diversión en la intimidad de sus compañeras de clase, desnudándolas física o digitalmente.

Y sobre todo haciendo de ello una mofa o un juicio, que hace que el colegio se convierta en un lugar peligroso por partida doble.

Por un lado por ser el sitio donde se comparte espacio a diario con quienes han realizado la agresión, que se regodean en sus malos actos con el acoso, y donde los adultos miran hacia otro lado.

A excepción de las madres de las afectadas. Sí, digo bien, madres, que son ellas quienes se han organizado y copan los titulares de estos días.

Aquí lo que toca cuestionarse de una vez por todas es por qué nosotras ni bajamos pantalones por los pasillos del colegio ni usamos herramientas digitales para quitarles la ropa a nuestros compañeros de clase.

Qué está pasando para que cambien las generaciones, sintamos que como sociedad estamos avanzando hacia un mundo más abierto de miras, cuando el problema es que el sistema apenas ha evolucionado con nosotros.

Porque las actitudes machistas no desaparecen, se adaptan a los nuevos tiempos.

Y seguimos estando expuestas porque existe esa mentalidad compartida de que la intimidad de las mujeres está al alcance de cualquiera, que la culpa la tiene ella por buscárselo o por cómo iba vestida o por lo que subía a su perfil.

Todo con tal de llamarlo como lo que verdaderamente es: violencia hacia las mujeres.

Porque el primer escalón es que difunda una foto tuya y quien la edita o lo comparte, no lo vea como algo serio; pero el siguiente es que te dé un beso sin que tú quieras recibirlo y el otro que, después de una violación, afirme que solo lo llamas así porque no has quedado satisfecha.

Mara Mariño

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Lo que revela la tendencia ‘camisa de Metro’ contra el acoso sexual

Es llegar el calor y según suben las temperaturas va creciendo de manera directamente proporcional el acoso callejero. No es que en invierno no exista, sigue ahí. Pero es en verano cuando más lo notamos porque se multiplica.

Hasta el punto de que las neoyorquinas, cansadas de las miradas y los comentarios obscenos, han viralizado un método «la camisa de Metro» Subway Shirt.

Un ‘truco’ que consistiría en llevar una camisa de botones o camiseta de algodón ancha que deja cubierta parte del cuerpo.

Chica camisa blanca metro

@itssophiemilner

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De hecho, en todos los vídeos que hay en redes sociales con este nombre encuentras desde maneras de conjuntarla, cómo elegirla o anécdotas llevándola al salir de casa y luego quitándosela cuando llegan a su destino.

«El bloqueador de hombres», «la capa de seguridad de la moda» o «yo prefiero coger Uber cuando llevo ropa atrevida porque solo me gusta arriesgarme con el maquillaje», son algunos de los comentarios que se pueden leer en estos vídeos.

Que esto se haya convertido en una estrategia popular es triste por varios motivos, empezando porque no deberíamos ser nosotras quienes tuviéramos que ingeniárnoslas para no ser acosadas.

Recordemos que el acoso sexual es cuando una persona desconocida realiza comentarios, silbidos u otras acciones en espacios públicos que son indeseados para quien los recibe.

En segundo lugar porque alimenta la idea de que si te acosan es culpa tuya por cómo ibas vestida, por haber cogido el metro con esa ropa, por haberte dejado la camisa en casa. Cuando la culpa, por si aún queda alguna duda, es de quien acosa.

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En tercer lugar porque por mucho que hablan maravillas de la prenda y sus poderes ‘antiacoso’, están empezando a salir vídeos de mujeres confusas porque su camisa no ha funcionado, ya que incluso llevándola puesta han recibido comentarios.

«Creo que estamos en un momento en el que los chicos acosan a cualquier persona porque llevo con la camisa una hora y he sido acosada en tres ocasiones», reflexionaba una usuaria en su Tiktok.

Es la mentalidad resignada del «no debería pasar, pero pasa» de la Xunta de Galicia contra las agresiones sexuales. O en otras palabras, la mentalidad de seguir normalizando una forma de violencia contra las mujeres.

No, ni en el metro, ni en el autobús ni por la calle ni en ningún lugar debería pasar. Sentirnos seguras pasa por concienciar desde que somos pequeños que este comportamiento es inaceptable.

De la pasividad a la acción

Pero también por poner más medidas en caso de que se reciba, por poder denunciarlo de una manera más efectiva que tenga una sanción inmediata, se me ocurre.

O incluso de mentalizar al resto de la población de que se involucren si son espectadores de una situación del estilo, donde ven a alguien sufriendo acoso.

Yo, personalmente, soy muy partidaria de contestar.

Porque además de la satisfacción personal de no haberlo pasado por alto, me ayuda recordar que se lo pensará dos veces antes de decir nada a la que vaya detrás de mí (por si le vuelve a caer un chorreo verbal públicamente).

Y porque, spoiler, vamos a seguir recibiendo acoso incluso aunque llevemos un jersey de cuello alto o un chándal porque se trata de una cuestión de mostrar su poder en la calle. De ahí que la respuesta no sea pasiva, sino activa.

A ver si lo que interesa es que sigamos pensando que esto es nuestra responsabilidad y optemos por camisas o maneras de pasar desapercibidas y hacernos pequeñitas en vez de empoderarnos, increpar al autor y defendernos, reivindicando el hacernos dueñas de los que también son nuestros espacios.

Mara Mariño

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¿Por qué no hay mujeres exhibicionistas?

Hace unos días me encontraba un vídeo del monólogo de la cómica Silvia Sparks -a la que por cierto, deberíais ver en directo haciendo su show-, en el que preguntaba si alguna vez habíamos caído en que no hay mujeres exhibicionistas.

mujer gabardina exhibicionista

PEXELS

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De verdad que fue escuchar esa frase y aquello me desbloqueó varios recuerdos.

Como que, cuando sale el tema con amigas, de alguien siguiéndonos a casa, acercándose en su coche, encontrándose de frente en una calle, y enseñando los genitales o incluso masturbándose delante, siempre había sido un hombre.

Y nosotras, tanto menores como mayores de edad, pero con el común denominador de estar solas o acompañadas de una amiga.

Aunque el exhibicionismo, se califica como parafilia, creo que es una nomenclatura a la que tendríamos que dar una vuelta, ya que se trata de una práctica sexual no consentida, que en su mayoría ejercen los hombres.

Haciendo la comparativa es como si empezamos a tratar las violaciones de fetichismos en vez de agresiones sexuales.

Pero volviendo al monólogo humorístico, cabe darle una vuelta a los motivos detrás de esa diferencia entre el género de los exhibicionistas.

Es inevitable analizar la sociedad en la que nos encontramos en la figura del exhibicionista. Porque, por un lado, la exhibición nunca es de las nalgas o los pectorales, sino del pene.

Que sea del pene es porque, quien lo ejerce, exhibe lo que culturalmente es la muestra de la sexualidad masculina, un símbolo que históricamente se ha relacionado con el poder y la virilidad.

Esto está intrínsecamente relacionado con el rol del hombre en la sociedad, quien se siente en la posición de ejercer su poder y solo a través de ello logra la excitación.

La satisfacción es la de haber hecho eso sin el consentimiento de la otra persona, solo con su voluntad de por medio.

El exhibicionista es exhibicionista cuando la otra persona no quiere verlo. Si hay deseo de ver desnudo a la otra apersona, estamos ante un acto sexual libre, consentido y deseado.

¿Sirve de algo denunciar el exhibicionismo?

Cualquier mujer que haya sido víctima del exhibicionismo podrá concordar en que, aunque no haya habido contacto físico, sigue habiéndolo sentido como una agresión porque, a fin de cuentas, es participar en un acto sexual no consentido.

Sin embargo, el Código Penal no refleja este tipo de agresiones, a no ser que se haya realizado ante menores de edad o personas con discapacidad.

El problema es que esta sigue siendo un acto que además de seguir realizándose (durante la pandemia incluso se volvió más difícil de perseguir por el uso de mascarillas) ha saltado a Internet.

En nuestra cabeza rápidamente dibujamos a ese hombre sin cara con una gabardina larga cuando hablamos del exhibicionista, independientemente de que sean personas que trabajan en la tienda del barrio, vayan vestidas con un anorak corto o alguien que lleva un chándal.

Lo cierto es que estamos mucho más familiarizadas con el exhibicionista 2.0, que es el que te manda una foto de sus partes en cualquier momento.

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Y, como el exhibicionista analógico, comparte que logra excitarse con el hecho de tener el poder de enfadar, asustar o molestar.

De hecho ahí radica que se considere una agresión, porque, si nos ponemos a analizar un poco cómo nos excitamos las mujeres, ver unos genitales no suele entrar en el top de la lista.

Y no solo eso, sino que la desigualdad en la sexualidad entre hombres y mujeres queda aún más evidente cuando, contando este problema, hay quien te dice que le encantaría recibir fotos de tetas.

Con la diferencia de que para ellos, protagonistas en un mundo donde no son cosificados ni expuestos ni corren el riesgo de recibir acoso o ser despedidos por la filtración de sus imágenes íntimas o lleguen al punto de plantearse el suicidio, recibir esas fotos es algo deseable.

Para nosotras, algo asqueroso y hasta amenazante.

Lo más sorprendente es que, si el exhibicionismo continúa dándose (y más de uno sigue mandando sin parar la foto de su dedo gordo sin uña) es por la falta de consecuencias.

Y no hablo solo de que quizás muchas de nosotras ni supiéramos que es algo que podíamos denunciar -yo personalmente me he enterado haciendo este artículo-, sino también porque no se tome en serio ni entre en el Código Penal.

Pero mientras añadimos esto a la lista de reivindicaciones que harían de la sociedad un lugar más seguro para las mujeres, es el momento de concienciar de la importancia de tomar cartas en el asunto.

Por eso es tan importante que recuerdes que tanto vivirlo en persona como recibir una imagen no solicitada es una infracción de exhibicionismo del artículo 37.5 de la Ley de Seguridad Ciudadana, por lo que puedes denunciarlo y se puede multar con 600 euros.

Que igual, si le llegan unas cuantas, se le pasan las ganas de seguir difundiendo su entrepierna (y si sigue haciéndolo, ya es ciberacoso que sí está penado con prisión).

Mara Mariño

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¿En qué momento hacer ‘topless’ se convirtió en vía libre para el acoso?

No soy especialmente fanática del topless, pero sí que he estado en la playa o la piscina con amigas que, nada más pisar la arena, se han sacado las tetas fuera.

chica topless

chica topless

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En ese momento, entro en modo ‘torre de vigilancia’ y me paso el resto del tiempo en alerta.

Vigilando -más o menos disimuladamente- que nadie a nuestro alrededor haga cosas raras.

Y es que en cuanto una mujer se encuentra con el pecho descubierto, el riesgo de ser acosada crece exponencialmente.

Esas tetas, como cantaba Rigoberta Bandini, solo dan miedo en Instagram -donde se censuran- o cuando se amamanta y hay quien se atreve a llamar la atención.

Uno de los pocos lugares donde, más que motivo de miedo, se interpretan como invitación, son las piscinas y las playas.

Porque hay quienes leen en un pezón a la vista una carta blanca, en vez de las simples ganas de tomar el sol con comodidad para una misma.

Siempre empieza con lo mismo: una mirada más intensa de lo normal, que puede llegar a convertirse en algo que hace sentir incomodidad.

Hasta el punto que te dan ganas de preguntar si es que nunca ha visto unas tetas en su vida o «sentir que eres como una especie de muñeca hinchable», me comenta una seguidora.

«Nunca me he sentido tan sexualizada». «Me miran como si estuviera buscando el acostarme con alguien».

Y eso si tienes la ‘suerte’ de que no hay un teléfono a mano. El acoso 2.0 no solo te permite capturar momentos con tu cerebro, sino llevártelos en formato digital a sabiendas de que, de preguntarle a la improvisada ‘modelo’, no tendrías su consentimiento.

«Ya van varias veces que cada vez que hago topless en la playa pillo a alguien haciéndome fotos o vídeos. Nunca he llegado a decir nada por vergüenza», me dice otra.

Vergüenza, un sentimiento que ni está ni se le espera cuando se habla de la persona que está apropiándose de tu imagen más íntima.

Acoso sexual, el deporte del verano

De mirar o fotografiar, se pasa a invadir el espacio personal y hasta ejercer el acoso sexual, otros de los comportamientos que como admiten muchas de mis seguidoras, les hace vivir la experiencia con disgusto.

«Estaba en la playa con mis amigos y yo tendría 16 años y estaba muy desarrollada. Decidí hacer topless porque me apetecía. Un hombre, que era mi vecino, nunca me había mirado de forma lasciva, pero ese verano lo hizo. Empezó a mirarme mucho y se comenzó a masturbar disimuladamente. Yo lo noté, fue muy asqueroso».

«Estaba en Menorca y vino un tío desnudo a rodear la zona donde estaba sola. Me pidió que le hiciera fotos con su móvil y me sentí muy incómoda».

«En una playa naturista un tipo se me quedó mirando con una sonrisilla. Estaba empalmado tumbado de lado de cara a mí como si estuviese invitándome a comérsela».

«Primero me miraba con un espejo de mano. Cuando se dio cuenta de que le miraba, se sacó todo».

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Hasta ahora, cuando esto pasaba, sabíamos que era lo que había que hacer. Cubrirnos el cuerpo, llevarnos a otra parte esos pechos de goma dos y nitroglicerina (que parecen detonar el deseo sexual allá por dónde van) o incluso volver a la seguridad de casa.

«Estaba de rodillas en topless poniendome la crema. Un chico se pone a mi lado y empieza a hacer el pino para llamar mi atención. Cuando lo miro me pregunta que si necesito ayuda para ponerme la crema. Le digo que no varias veces, él insiste. Me termina diciendo que es un experto en poner cremas (a mi lado, sus diez amigos se ríen). Acto seguido me suelta que también es experto en perforaciones. Paso de él. Me doy la vuelta. Al rato, al levantarme para ir al agua, me miran el culo y sueltan ‘ahora sí’ entre risas y grititos. Menos mal que a los 20 minutos se fueron, porque estuve a punto de irme».

«Hacía topless con mi amiga en la playa. Al ir al agua un hombre empezó a seguirnos y nos fuimos».

Porque mientras nos tapamos, movemos de sitio, recogemos la toalla pensando que no aguantamos más y encima nos sentimos unas exageradas o paranoicas por hacerlo, pasamos por alto el verdadero problema.

Y es que seguimos sin sentirnos tranquilas en los espacios públicos, aquellos donde nos convertimos en un mero objeto sexual para un espectador, por supuesto, heterosexual y masculino.

Así que igual es el momento de reivindicar que la playa y las tetas también son nuestras y empezar a reservarse un derecho de admisión que nos proteja de estas experiencias.

Que quienes tengan ese tipo de comportamientos, no puedan acceder a los sitios donde no saben comportarse.

E igual así ellos aprenden que la clave estaba en compartir el espacio tratando a las mujeres como personas y no como trozos de carne.

Mara Mariño

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Tenemos que hablar del acoso que están recibiendo las sexólogas en redes sociales

Irene Negri, Melanie Quintana y Sara Izquierdo tienen algo en común, las tres se dedican a la sexología y utilizan las redes sociales para la divulgación.

También tienen en común que las tres han sido víctimas de acoso sexual, en la misma plataforma, por su profesión.

mujer teléfono

PEXELS

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Recibir una ‘fotopolla‘ o una invitación sexual de alguien a quien acabas de conocer, es algo a lo que la mayoría de mujeres -por desgracia- nos hemos enfrentado alguna vez. Pero hablando con ellas, me doy cuenta de que esta situación, en su caso, es casi el pan de cada día.

Poco a poco, es un problema que se empieza a denunciar en redes sociales, ya no queda solo entre ellas, como antes. Y la única conclusión, tras compartir el acoso constante con mensajes que se alejan de lo profesional, es que tiene que parar.

Instagram o Facebook son dos herramientas fantásticas para divulgar e interaccionar con seguidores de diferentes edades y partes del mundo. Como afirma Irene, «tu contenido y trabajo se ven expuestos a mayor cantidad de personas».

El problema empieza cuando, en palabras de la sexóloga, «las redes sociales deshumanizan a las personas. La gente es super maleducada, no te saluda no te da las gracias… Tienen esta idea de que nuestro tiempo no vale y si te hacen una pregunta, tienes que responder. De ese lugar parte el acoso».

Melanie pone también en el foco el desconocimiento de su ciencia: «La mayoría de las personas aún hoy en día se piensa que enseñamos a follar bien. En gran parte por ese motivo llegamos a recibir fotopollas no solicitadas, mensajes de hombres que se piensan que enseñamos a follar o que directamente nos dedicamos a follar por dinero y quieren solicitar nuestros ‘servicios’».

«Y digo hombres porque la mayoría que mandan ese tipo de mensajes son hombres cis», afirma.

De las imágenes íntimas a las proposiciones sexuales

«Lo del tema de las fotopollas da para libro y es constante», dice Melanie. «Directamente te abren conversación con la foto o te preguntan si pueden enseñarte algo antes de mandártela. Yo tiendo a bloquearlos pero ha habido ocasiones en los que he denunciado harta de la reiteración».

«Una vez, cansada, a uno le dije que fuera al médico porque tenía una malformación en el glande que era preocupante. Él estaba bien, pero se asustó bastante y declinó en una conversación donde le expliqué los motivos por los que no podía seguir mandando ese tipo de mensajes, y que si se los mandaba a una profesional no esperara otra cosa que no fuera una valoración. El gran problema es que se creen que así nos seducen».

Como ella misma aclara, el sexting no tiene nada que ver con mandar una foto de este estilo. La diferencia es que es una imagen íntima no solicitada.

Otro ejemplo es el que relata Sara Izquierdo cuando ha compartido fotografías suyas en su cuenta.

«Lo que más me sorprendió fue uno que me dijo que me quería hacer de todo», explica. «Te quiero dar placer en esa postura», escribió un seguidor. «Me encantaría comerte el coño y follarte el culo», escribió otro.

«Luego me dijo ‘con perdón’», cuenta Sara. «Realmente se pensaba que estaba siendo educado y que me iba a gustar eso. Se pensaba que no estaba haciendo nada mal con ese comentario».

«Me pasa mucho que tengo seguidores que son súper majos que me responden a todo de buenas, que son simpáticos y punto, pero luego, en cuanto pueden soltar alguna, ya me dicen que o dónde vivo o que si quedamos a tomar algo. En seguida sabes que no están siendo majos, sino que quieren sexo», afirma.

La experiencia de Melanie con las proposiciones sexuales pasa porque incluso ha intentado -como dice ella- ponerse en modo sexóloga, e intentarles explicar que no es la forma de aproximarse de manera íntima a alguien.

«Hay tíos que te mandan mensajes preguntando si pueden follar contigo gratis y cuando les dices que no, y que esa no es forma de entrar a una mujer -porque no activa su deseo-, se enfadan y alegan cosas como ‘pero si eres sexóloga'».

Menos acoso, más educación

Para Melanie, gran culpa de esto la tiene la pornografía que se empieza a consumir a edades muy tempranas: «La interacción con el porno les ha construido unos patrones en la interacción que nada tienen que ver con la realidad o con los patrones de activación del deseo o la seducción».

No quita que, como ella dice, no pueda haber quien se excite con un mensaje directo o una foto privada: «Aunque seguro que haya mujeres que les ponga esto, no se puede dar por hecho. Primero pregunta o conoce a esa tía antes de entrarle así».

«Que seamos mujeres y nos dediquemos a hablar de sexualidad, produce dos cosas. Por un lado un efecto de fascinación, de wow, qué raro lo que haces, qué exótico, qué extraño. Por el otro lado hay esta idea de que si eres sexóloga eres una diosa del sexo, como si esto no fuese una carrera profesional que depende de un montón de conocimientos», explica Irene.

«Es súper frustrante, te encuentras con hombres que tienen estas fantasías y asumen que tienes mucho sexo, asumen que eres muy buena teniendo sexo y asumen que tienes un deseo tan ferviente que, cada día de tu vida, necesitas tener sexo».

Y más allá de las imágenes no solicitadas o las proposiciones, exigir recibir respuesta a cualquier duda es también una forma de acosar a las profesionales.

«Hace poco una persona me preguntaba muy obsesivamente si estaba bien que tuviera un fetichismo de los pies, que qué opinaba yo al respecto… Fue una conversación muy incómoda (no por el fetichismo de los pies), sino por lo insistente que se puso. No aceptar un no también se puede considerar como violencia», dice la sexóloga.

¿Les pasa a los sexólogos hombres?

Hace poco, estando en medio de un directo en Instagram con José Alberto Medina (también psicólogo y sexólogo), un espectador pedía a mi interlocutor que le contestara una consulta personal que le tenía que hacer.

Llegó a tal punto la insistencia que José Alberto, en plena emisión, tuvo que pedirle que por favor le contactara por mensaje privado, en vez de utilizando la sección de comentarios del directo.

Cuando acudió a su bandeja de entrada, se encontró una consulta medio habitual: «Te voy a preguntar algo. Me cuesta ahora empalmarme. ¿Por qué puede ser?».

En esos casos, la respuesta del sexólogo suele ser la de facilitarle su mail, pidiendo que le cuenten un poco sobre el tema, e invitar a hacer la sesión online, lo que hizo también con él.

La sorpresa fue cuando, la respuesta que recibió a su mensaje, fue si lo «quería ver un momento». El psicólogo le aclaró que esa no era una manera profesional de abordar el tema -si ese era su objetivo- y que de otra forma estaría encantado de atenderle.

Curiosamente, por mucho que se ofrece una asesoría online para tratar lo que muchos califican como un ‘problema’, no suelen terminar teniendo lugar. Lo que demuestra que el objetivo de los que contactan no tiene mucho que ver con el ejercicio de los sexólogos.

Así que, con este último ejemplo, hay algo más que debo añadir a la reflexión con la que empezaba el artículo.

Irene, Melanie, Sara y José Alberto, no solo tienen en común su profesión y que, por ejercerla en redes o divulgar conocimientos sobre ella, sufren acoso.

Sino que, quien les acosa, son hombres.

Puedes encontrar en Instagram a todos los participantes de este artículo: Irene Negri (@sexeducando), Melanie Quintana (@mel_apido), Sara Izquierdo (@vozdelagarta) y José Alberto Medina (@sex_esteem).

De las mujeres que intimidan a los hombres

La última vez que me abrí Tinder, me dieron dos plantones. Con el tercero pude quedar y tomarme algo y aproveché para preguntarle por qué pensaba que podía ser que no habían querido quedar conmigo.

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En su opinión había dos cosas que podían echar para atrás a mis matches a la hora de conocerme.

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La primera, que hago pesas. No voy al gimnasio a la clase de yoga o spinning (que me parece perfecto). Voy al gimnasio a mover hierros.

La segunda, por supuesto, que escribía este blog.

En mi perfil no lo escondía. «Escribo un blog de sexo y pareja, puede que mi siguiente artículo vaya sobre ti«, era lo que aparecía más o menos.

Quizás era la idea de encontrarse leyendo mi experiencia en el espacio (siempre de manera anónima, claro), les hacía recular.

O a lo mejor el hecho de que, después de tantos años como la Lilih Blue de 20minutos, algo de sexo he aprendido.

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Fuera por lo que fuere, mi acompañante apostaba por esas dos cosas. Eran lo que, según él, me convertían en intimidante ante algunos ojos masculinos.

Porque sí, las mujeres intimidamos. O eso parece cuando otra de mis amigas me cuenta que, teniendo casa y viviendo sola, si conoce a un chico con el que quiere acostarse, este prefiere ir a su piso compartido antes que a donde vive ella.

O cuando otra conocida, centrada en su trabajo en el sector bancario, comenta que recibe un salario mensual muy por encima del de él.

Hasta el punto de sacarle un cero por la derecha.

Es curioso que ellos se sientan intimidados por nuestra fuerza, una vida sexual pasada, la situación de independencia o incluso por nuestro dinero.

Tanto que, lo que nuestras amigas pueden considerar éxitos, se convierten en factores que juegan en nuestra contra.

Mientras que, lo que a nosotras nos intimida, es que nos toquen sin consentimiento, puedan hacernos daño, forzarnos y destrozarnos.

Así de diferente es lo que puede echarnos para atrás a la hora de dejarnos llevar. De estar con él a solas.

Que hable de las mujeres de cierta manera, que sea un experto en artes marciales, que enseguida frecuente nuestro espacio y consiga que no lo sintamos más nuestro… En definitiva, que nos sintamos amenazadas, expuestas.

Al final va a ser verdad que lo que más les aterra a ellos es que una mujer ponga en peligro su ego.

Y lo que más nos aterra a nosotras es que nos ponga en peligro la vida.

Mara Mariño

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Decimos que ‘si tocan a una, nos tocan a todas’ porque ya lo han hecho

«Me gusta ser mujer», proclama una famosa marca de compresas en sus anuncios.

Entonces ¿por qué hay tantas ocasiones que no quiero serlo?

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¿Por qué lo vivo como si en la lotería de la genética me hubiera tocado estar con el equipo perdedor, el XX en vez del triunfante XY?

¿Por qué en vez tener siempre la felicidad que muestran las actrices en la pantalla para mí es una carga?

Porque ser mujer tiene de idílico más bien poco.

Porque no hay nada satisfactorio en saber que, el hecho de que llegues a casa esta noche, no depende nunca de ti. De tu voluntad.

Ni por mucho que tu madre te diga «Ten cuidado al salir, hija».

Ni aunque sigas al pie de la letra el manual de la «chica buena» que sutilmente nos vende la sociedad machista.

Esa que no bebe, no lleva ropa corta, no sale de fiesta, no coge el atajo por las callejuelas para llegar a casa antes…

Porque algo puede pasarte siempre, a los 8 años, a los 16, a los 50, haciendo running por un parque a mediodía, en el autobús cualquier día de enero camino a la oficina, llevando tu chandal más viejo paseando a tu perro.

Porque si me duele tanto leer noticias de agresiones sexuales es porque sé lo que es.

Porque quizás no todos los hombres las cometan, pero sí todas las mujeres tienen un caso que contar.

Porque vamos cada día de la mano del miedo, sabiendo que lo menos grave que te puede pasar es que él (o ellos) se quede contento con agredir y te deje seguir viviendo.

Porque decimos que «si nos tocan a una nos tocan a todas» y realmente se siente de esa manera.

Así de profundo y visceral. Como si te hubiera pasado también a ti.

Porque ya lo han hecho. Porque ya nos han tocado, insultado, agredido o acosado en algún momento.

Y eso es lo que no puede seguir pasando. No queremos ser más del equipo perdedor.

Duquesa Doslabios.

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Amigo, así es cómo te afecta la ley del ‘Solo sí es sí’

¿Piensas que es muy complicado ser hombre hoy en día? ¿Que vas a tener que ir con un contrato en el bolsillo y firmar ante notario si quieres tener sexo con una chica?

Este artículo es para ti.

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Vengo a explicarte de una forma sencilla cómo te afecta la Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual o, como la conocemos coloquialmente, la del «Solo sí es sí».

Por lo pronto, abuso y violación han pasado de ser considerados delitos diferentes a que ambos vayan a juzgarse como agresión.

Es decir, ya no es necesaria que haya violencia o intimidación para que puedas ir a la cárcel si haces algo en contra del consentimiento de otra persona.

Y cuidado, porque esto se aplica también a lo que suceda en la calle.

Si por un casual eres lectora, recordarás con todo lujo de detalles aquella vez que te tocaron por sorpresa en el vagón de metro, en unas fiestas de pueblo o cuando te asaltó ese desconocido en el parque siendo tú pequeña.

Ahora todo acoso callejero es considerado delito leve y se puede penar con multas o hasta un año de cárcel. ¿El secreto para evitarlo si eres un hombre? Tan sencillo como no tocar a una mujer que no te ha dado permiso.

De tanto reivindicar que las calles también son nuestras, la nueva ley también recoge el acoso callejero.

Comportamientos no deseados verbales que violen la dignidad de una persona -y sobre todo si se crea un ambiente intimatorio, hostil, degradante, humillante u ofensivo (cada vez que te sueltan el comentario troglodita de turno, en resumen), también será castigado.

Ante la duda guárdate para ti la opinión sobre cómo nos queda ese escote o las piernas que tenemos. No te la hemos pedido.

Respecto a tener que llevar siempre boli y papel encima para que quede claro que la relación entre ambos fue consentida, decirte que no, que no hace falta que vayas cargado.

Solo que aprendas que ni quedarse en silencio ni adoptar una postura pasiva significan que estén aceptando tener sexo contigo. Que esta vez no vale lo de «ella no opuso resistencia».

Y con los agravantes de si además se hace en grupo, es la pareja, un familiar o se usan sustancias para anular la voluntad de la víctima.

Así que antes de que salgas con el «Es que ya no vamos a poder hacer nada», déjame aclararte que no te tienes que preocupar.

Que vas a poder hacer de todo, pero con consentimiento, claro. Que igual es de lo que te estabas olvidando hasta ahora.

Y antes de despedirme, una noticia que, si eres amante del teclado, te puede interesar. Hasta el 26 de septiembre puedes inscribirte en los XV Premios 20Blogs y, además de llevarte el premio de 5.000 euros, formar parte de la familia bloguera. Si te quieres apuntar, tienes toda la información aquí.

Duquesa Doslabios.

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