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¿Eres románticamente responsable?

Siempre que empiezo una relación de pareja pienso de la misma manera: voy a dar lo más bueno de mí, la mejor versión.

Claro que, en mi cabeza, eso se limita a intentar no tener las zonas compartidas hechas un desastre, a colaborar con el orden y la limpieza y en mostrarme cariñosa y divertida a partes iguales.

Y aunque todo esto es algo fundamental, hay un área en la que cuesta mucho trabajar y de la que no se habla prácticamente nada, la de la responsabilidad.

pareja amor

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Y es que no basta con mirar la pareja como la unión de dos mitades (por muy buenas que se hayan propuesto ser), sino que parte debe ‘participar’ de una manera consciente y considerada.

Es lo que podríamos llamar ser románticamente responsables, que, a modo resumido es desarrollar la capacidad de trabajar en equipo en el plano emocional, asumiendo un papel activo respetuoso.

Podemos culpar a las series y películas de hacernos creer que las historias de amor son esa cosa que llega como caída del cielo.

Pero es nuestra tarea desmitificar esa idea y entender que es una decisión y un compromiso de trabajo, de ahí que la responsabilidad sea clave a la hora de relacionarnos.

Pero, ¿cómo gestionar de manera conjunta un área de nuestra vida cuando lo único que hemos aprendido de hacer trabajos en equipo es que cada uno se encargaba de su parte y, el día de la presentación en clase, se unían los distintos slides aunque no hubiera coherencia entre ellos?

Asumir la responsabilidad en una pareja pasa por hacernos cargo de nuestros comportamientos, que es lo que la otra persona puede ver.

Entre ellos está la comunicación honesta, que no solo es expresar los sentimientos, necesidades y expectativas de manera clara y respetuosa.

Es también recibir lo mismo de la otra persona y aceptarlo sin reservas, sin las defensas alzadas, asumiendo, aceptando, tomando nota y teniendo en cuenta de cara a la próxima vez.

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Eso de ponerlo en práctica en el futuro formaría parte de la mutualidad, que es hacer la vida teniendo en cuenta que no vamos solos, que nuestras acciones pueden afectar y es considerar eso.

Mutualidad es, por ejemplo, pegarte esa noche de fiesta con tus amigas, pero reservar también un rato para que el fin de semana tenga tiempo de calidad con tu pareja.

O saber que si su lenguaje del amor son las palabras de afirmación, asegurarte de decirle que le quieres aunque sea una cosa que te sale menos natural.

Es entender sus necesidades, deseos y autonomía y darle la seguridad y tranquilidad de que lo tienes en cuenta sin infringir su bienestar.

Otro punto clave es saber controlar la gestión de las emociones (y en esto puedo tirar de mi experiencia como parte de una relación intercultural).

Mi pareja ha recibido una educación en la que las discusiones no existen y en mi caso, alzar la voz constantemente es algo normal en mi manera de relacionarme, para bien y para mal.

Pero sabiendo que es algo que le produce incomodidad, aprender a controlar esas salidas y discutir desde la asertividad ha sido mi mayor reto.

Nos ha permitido poder abordar temas dificilísimos desde la estabilidad y la tranquilidad de que estábamos en el mismo bando, luchando por el objetivo de seguir juntos independientemente del asunto que tratáramos.

Vamos, cuando en vez de dejarme llevar por el impulso emocional, me ponía en modo ‘comprender y validar’ sus sentimientos para mantener una atmósfera sea amorosa y positiva.

A las pruebas me remito de que la empatía y el respeto mutuo hacen que el ambiente no sea de tensión, y sobre todo evita que si una de las dos personas es más impulsiva, como es mi caso, se escapen cosas que pueden ser dañinas.

Así que ahora solo queda que, tras leer esto, te preguntes de qué manera puedes contribuir a que tu relación sea no solo equilibrada, sino cómo puedes hacerla románticamente responsable.

Mara Mariño

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‘¿Cuándo toca?’ El desafío sexual en las parejas que conviven

Hay un cambio que he identificado en mi vida sexual de cuando paso de estar saliendo con alguien, a cuando se sube el siguiente escalón: el de la convivencia.

El sexo fluye distinto, antes de compartir piso solía surgir en cualquier momento que coincidiéramos -bastaba una puerta de por medio, que nos diera algo de intimidad-.

Pero cuando comparto el espacio, empiezo a preocuparme por los tiempos. A ver si me explico…

pareja cocina

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Cuando la relación no se da bajo el mismo techo, esas ganas de estar a solas con la otra persona se cultivan.

Crece la expectación de cuándo será el próximo encuentro y te regodeas con lo que harás en el momento que os encontréis de nuevo.

Con esa anticipación construida, se entiende que lo primero que hagáis, nada más veros, sea desnudaros.

Pero cuando el espacio es común, una de las primeras cosas que notas es la dificultad de que vuestros deseos coincidan. La intimidad cambia y nadie te avisa de ello.

O bien una persona tiene prisa porque tiene que salir de casa, o está liada haciendo algo -trabajo, carga doméstica, llamada a sus padres…- o simplemente no le apetece a la vez que a ti.

Que es algo normal y todo lo que tú quieras (de hecho te hablé más en profundidad sobre el tema en este artículo). Sin embargo es lo que hace que tan pronto como sucede que las libidos se ponen de acuerdo y echamos un polvo, me pregunte «¿cuándo será la próxima vez?».

Mi agobio viene de todos esos artículos de «Cuál es la media de los españoles en la cama», «Esta es la frecuencia ideal de las parejas duraderas», «La adecuada cantidad de veces que las parejas deben tener sexo»

¡Si hasta Broncano pregunta a sus invitados cuánto sexo han tenido en el último mes!

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Hay una presión social de que la frecuencia importa, o eso pienso yo cuando empiezo a hacer el cálculo mental de si tuve sexo el martes, ¿puedo proponerlo el jueves o va a ser muy temprano?

Lo que antes de convivir sucedía de manera orgánica ahora se siente como intentar resolver una ecuación de segundo grado: ni quieres sentir que agobias a tu pareja yendo demasiado detrás, ni que tampoco piense que no tienes interés.

Le comentaba esta preocupación a una amiga sexóloga y me tranquilizó (un poco) saber que a ella también le pasaba.

Así que ahora me pregunto si es una rayada que también sofoca a nuestros novios o es solo cosa nuestra. Prometo informar de mis pesquisas cuando haya avances.

De cualquier manera, ahora que he identificado que esto se ha convertido en un interrogante inherente a mi vida en pareja, estoy trabajando en darle una vuelta.

Intento olvidarme del tema de la periodicidad sexual porque, como sexóloga en ciernes, sé de sobra que no existe una media universal que debamos cumplir para que sea una vida íntima satisfactoria.

He reflexionado en cómo quiero que sea mi vida íntima conviviendo con mi pareja, y puede que ya no me regodee en el factor sorpresa del tiempo, pero sí en el de lo que quiero hacer (que va desde fantasías a prácticas o probar juguetes nuevos).

Ya no construyo expectación de que en cuanto le vea voy a arrancarle la ropa aprisa y corriendo, pero sí la de imaginarme qué vamos a hacer la próxima vez que estemos, sea cuando sea.

El estándar no debería ser de frecuencia, sino de calidad, y de ahí que sea con el deseo correspondido para que nos pille encendidos y con las ganas de que suceda.

Mara Mariño

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Os comportáis como novios, viajáis como novios, pero no sois novios

Puede que la palabra de 2023 haya sido «polarización», pero en mi opinión, debería haber sido «fluir».

«Fluir» es lo que te dice la persona con la que empiezas a hablar, esa que no termina de especificar qué va buscando y se mueve en los márgenes de la imprecisión.

Pero «fluido» es también el mundo en el que nos movemos, las fronteras de la sexualidad, el trabajo y hasta de la ideología política se han vuelto más permeables que nunca.

pareja cita novios

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En esta sociedad fluida, donde la liquidez ya no se refiere al dinero, sino a las relaciones interpersonales, es difícil averiguar dónde empieza o termina algo, cuáles son los límites.

Porque hablarlo es sinónimo de que te puedes estar pillando, o peor, de que eres una persona intensa.

Y en ese espacio con los bordes difuminados, florecen las parejas no-parejas.

Son fáciles de identificar (y pondría la mano en el fuego de que has formado parte de una de ellas) porque se caracterizan por la exclusividad.

Las parejas no-parejas hablan de manera ininterrumpida a lo largo del día, comparten lo que hacen, tontean, quedan, se van de cine, museo, cena, beben unas copas, juegan con la ropa de la otra persona, la tiran al suelo, entremezclan las pieles, desayunan tostada con aguacate, entrenan juntos, quedan con una pareja de amigos, planean un viaje juntos e incluso conocen a miembros de sus respectivas familias.

Pero no son novios y la resistencia a la nomenclatura, a la etiqueta, suele venir de uno de los dos miembros. Spoiler, no sueles ser tú.

Cuando te das cuenta de que estás en una pareja no-pareja es porque cuando ha surgido el tema del futuro, te ha tocado escuchar que es que «no es el momento, quiero centrarme en el trabajo», «he sufrido en el pasado y no estoy en ese punto», «no creo en eso»…

Es el mismo momento en el que te preguntas que cómo puede ser que te diga eso si lleváis varios meses en los que se comporta como si fuerais novios hasta el punto de estar pendiente de recogerte del aeropuerto si llegas tarde o de cocinarte la cena.

Sí, en este tipo de vínculos la confusión es tan frecuente como los gestos de cariño o los cuidados que recibes, por eso es tan difícil ejecutar lo único que puedes hacer en estos casos: ponerle fin.

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Puede parecer que por las respuestas recibidas, la situación cambiará en un futuro. Una mañana se levantará y llegarán esas ganas de ir a más, seguiréis el curso natural de evolucionar, paso a paso, a una relación ‘oficial’.

No pasará.

Mantener la pareja no-pareja en pausa no es temporal, porque no es una cuestión de no poder cambiarlo, sino de no tener ninguna intención de hacerlo.

Es como intentar dar un paseo con alguien cuando tú quieres ir en bicicleta y la otra persona sentarse a tomar una cerveza.

Estar en pareja hace la vida más fácil, ya que mantienes las esferas sociales, afectivas y sexuales ‘cubiertas’, pero solo cuando estás a la misma altura de compromiso que la otra persona.

Y entre que tú te mereces todo -y que puedes hacer ese viaje con amigas, ir al cine con tus padres, beber unas copas con tus compañeros de trabajo y pedirte un taxi cuando llegues al aeropuerto-, recuerda que quien solo busca fluir es porque no quiere permanecer.

Mara Mariño

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Relaciones a prueba de pantallas: ¿las redes sociales y la ficción afectan al romance?

El otro día, al terminar de ver una película sobre un amorío en Sicilia durante un campamento de verano, me notaba especialmente melancólica.

Aquella historia ficticia me había despertado el antojo de romanticismo, algo que no sucede en el día a día de mi relación de pareja.

pareja feliz

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Ni en el mío ni en el de la mayoría, quiero decir.

La fase de enamoramiento que nos revoluciona las hormonas y nos lleva a desplegar las mejores tácticas de cortejo, va desapareciendo conforme el vínculo va formándose y la intimidad fortaleciéndose.

El estado normal de una relación de pareja sana es la calma, una calma que a veces -si las condiciones lo permiten- se ve interrumpida por planes fuera de la rutina o escapadas, pero son episodios que se siguen por nuevos episodios de tranquilidad.

Aprender esto es algo que tenemos pendiente interiorizar. Sobre todo cuando vivimos en un mundo en el que los estímulos nos rodean.

Como la película romántica, los vídeos de Tiktok de desconocidos, los reality shows en islas paradisíacas, las canciones que escuchamos sobre hoteles de cinco estrellas y botellas de champán o incluso las fotos de Instagram de amigos, nos pueden llevar a pensar que todos viven en una burbuja de amor y adrenalina y nuestra relación es la excepción.

A eso se le añade el consumismo feroz que parece ser la alternativa siempre que tienes dudas de si estáis demasiado acomodados.

Un taller de cerámica para dos, un concierto a la luz de las velas (eléctricas), entradas para la terraza más exclusiva de la ciudad, el museo de photocalls donde haceros fotos, los calzoncillos con la cara de la otra persona estampada, flores a domicilio…

Todo tipo de cosas que te llegan bien por newsletter, contenido promocionado en redes sociales o incluso un descuento para un parque temático que te ‘regalan’ con tu compra.

Vamos, que podrías pensar ante tanta opción que si tu relación se muere de aburrimiento, es porque tú lo has querido.

Amor también es aburrirse juntos

Y claro que hay parejas que se desenamoran y dejan de querer hacer cosas en compañía de la otra persona y terminan con la relación tarde o temprano.

Pero, por lo general, el aburrimiento es una parte más de estar en una pareja estable.

Como lo es, cuando convives, organizarte con las tareas, agendar cumpleaños y celebraciones familiares y una larga lista de logística que es menos emocionante.

Las noches en el sofá viendo algo en la tele, con el sueño pegado a la pestaña, son mucho más comunes que aquellas en las que exprimes la vida nocturna de la ciudad.

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Para mí el problema es cuando crees que esos primeros tedios son la prueba de que no funcionáis y se pone punto y final para empezar otra historia con otra persona (la prueba de que las expectativas irreales que vienen impuestas se han salido con la suya).

Porque la energía de la nueva relación que arranca, acelera y emociona la maquinaria emocional, se agotará y, como la película del romance siciliano, servirá solo para un rato de suspiros.

En cambio, una vez aceptado que puede haber aburrimiento, se puede desromantizar el romanticismo y alejarse del que solo parece digno de película.

Una nota divertida en la nevera, que te lleve el café a la cama o que vuelva a casa con tu snack favorito también son formas igual de válidas de decir «te quiero».

Mara Mariño

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Hablamos con una experta en juguetes sexuales de cómo ya no son ‘ni ruidosos ni turbios’

El mundo de los juguetes sexuales me fascina.

No solo porque detrás haya un equipo de mentes pensantes, dedicadas mañana y noche a conocer a la perfección cómo funcionan los genitales, el sistema nervioso o el mismo cerebro.

También porque se plantean cómo nos aproximamos al disfrute. Hablando en plata, cómo follamos de cara a desarrollar productos diseñados única y exclusivamente para dar placer.

pareja juguete sexual

WeVibe

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Por eso el artículo de hoy cuenta con la participación de Elisabeth Neumann, cuya labor como User Research Manager en We-Vibe y Lovehoney Group me ha resuelto las dudas de lo que sucede tras esos objetos de colorines que vemos en los estantes.

Como adelantaba, la industria juguetera para adultos no va solo a la fisiología ni a la anatomía. Los usos y costumbres que ponemos en práctica en la intimidad van marcando el camino de lo que podemos necesitar.

Así es como los succionadores de clítoris han irrumpido en el mercado, dándole protagonismo a la zona femenina más erógena (y más olvidada).

Reflejo de esta manera de desarrollar los productos, es uno de sus superventas para parejas. El coitocentrismo se ha convertido en fuente de inspiración para el Sync O, uno de sus juguetes que consigue estimular la parte externa del clítoris a modo de pinza, quedando firmemente en el sitio gracias a la estructura flexible que va dentro de la vagina.

Y sí, es ese furor por el coito en las relaciones entre hombres y mujeres lo que hizo que se pusieran manos a la obra para potenciar el disfrute de una práctica que, a las mujeres, no nos entusiasma tanto.

Me refiero, puede gustarnos por otras razones -sensación de intimidad, conexión emocional, cercanía-, pero llegar al clímax no es una de ellas para la mayoría.

«Solo el 18% de las mujeres pueden llegar al orgasmo solo con la penetración. Sin embargo, la penetración forma parte de casi todos los encuentros sexuales en las relaciones heterosexuales», explica Elisabeth.

Esto explica por qué han apostado por un artículo que, según sus investigaciones «ambos miembros de la pareja obtienen mucho placer y excitación al utilizarlo».

Sí, veníamos necesitando algo que hiciera de la penetración una práctica más estimulante, no vamos a engañarnos.

Más allá de su último lanzamiento, con la opinión de la experta es fácil llegar a la conclusión de que el cambio que debe darse entre las sábanas pasaría no solo porque los juguetes no se vean solo como una forma de innovar en la cama, sino replantearse la manera en la que nos relacionamos íntimamente.

En el sector de la moda, las prendas llegan al armario tan solo unos meses después de aparecer en pasarela, ¿cómo funciona en el sector de los juguetes?
Los plazos pueden variar mucho de un juguete a otro, pero normalmente pasan varios años desde la idea inicial hasta el producto final. Todo el desarrollo de productos va acompañado de las opiniones de los usuarios, para asegurarnos de que creamos productos que la gente necesita y adora. Construimos prototipos, los compartimos con nuestros probadores y recogemos sus comentarios en entrevistas para mejorar el juguete. Solo cuando creemos que el producto es muy bueno, empezamos la siguiente fase de producción. Por eso siempre es una aventura empezar un nuevo proyecto de juguete, y nunca sabemos cuánto tiempo nos llevará, hasta que vemos la versión final de una idea.

Ya que no hay dos vulvas o dos penes iguales, ¿cómo superar el reto de crear productos que tienen que tener la misma utilidad para genitales diferentes?
Adaptarse a todo tipo de cuerpos y de placeres es uno de los principales retos. No solo no hay dos vulvas iguales, sino que además pueden necesitar una estimulación muy diferente para sentir placer. Trabajamos con muestras de gran tamaño para incluir una variedad de opiniones y necesidades en los comentarios y, especialmente en las entrevistas, trabajamos con personas que hablan mucho de su sexualidad. Es importante que la persona con la que hablamos conozca sus preferencias y necesidades individuales, para que nos explique y contextualice sus opiniones. Y luego es nuestro trabajo trasladar estas percepciones a un panorama más amplio. También nos basamos mucho en la investigación que hemos realizado en los últimos años, así como en la investigación académica, para contextualizar las respuestas.

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Mucho se bromea en redes sobre lo soñado que sería dedicarse a probar juguetes, ¿pero en qué consiste este trabajo realmente?
En el caso de Sync O, los prototipos se probaron en más de 500 relaciones sexuales de parejas reales durante los ciclos de prueba. Más de 80 personas lo probaron. En la fase inicial de desarrollo del producto, repartimos diferentes formas a un grupo más reducido de parejas y nos reunimos con ellas en entrevistas para recoger sus comentarios. En esta fase, no es tan importante cuántos prefieren una forma determinada, sino el porqué que hay detrás. Solo cuando entendemos el porqué, comprendemos las necesidades reales del usuario y continuamos el desarrollo a partir de ahí. En fases posteriores, tenemos grupos de prueba más grandes, con los que queremos verificar que nuestras hipótesis son ciertas y que el producto realmente satisface las necesidades.

¿Cómo se sigue innovando en el sector cuando parece que ya está todo inventado o es difícil superar productos como los estimuladores de clítoris?
No creo que todo esté inventado, al contrario. La gran mayoría de los juguetes eróticos que existen siguen muy influenciados por formas y tecnologías básicas. Durante muchos años, los fabricantes no hablaban en absoluto con los usuarios de sus productos y, por lo general, solo reproducían la penetración con sus productos. Eran demasiado grandes, demasiado ruidosos, demasiado turbios. Vemos muchos grandes cambios en los diseños de los juguetes, pero creo que en lo que respecta a la estimulación, aún queda mucho por descubrir. Para llegar ahí tenemos que pensar fuera de los guiones sexuales convencionales e intentar explorar.

Cada vez se ven menos juguetes rosas y más variedad de colores, ¿qué hay detrás de la elección de los tonos?
La elección de los colores para nuestro nuevo modelo de juguete erótico para parejas, en el que destacan el morado y el verde terciopelo, es el resultado de una cuidadosa reflexión e investigación. El morado se asocia a menudo con la sensualidad y el erotismo. Es un color que destila misterio y lujo, lo que encaja perfectamente con la naturaleza de este producto. El verde se asocia a menudo con sentimientos de armonía, relajación y equilibrio. En el contexto de un juguete erótico para parejas, este color puede ayudar a crear un entorno cómodo y libre de tensiones, lo que resulta esencial para potenciar la intimidad y la conexión. Se eligieron tras realizar una exhaustiva investigación entre los usuarios y recoger sus opiniones. Descubrimos que estos colores no solo tienen fuertes asociaciones emocionales y psicológicas con la sensualidad, la pasión y la relajación, sino que también se alinean con los valores premium e inclusivos de nuestra marca.

¿Diría que el hecho de que se sigan desarrollando juguetes para experimentar nuevas sensaciones en la penetración es una prueba de que las parejas son conscientes de la importancia de variar en la cama?
Creo que hoy en día las parejas son mucho más conscientes de la importancia de la estimulación del clítoris. Sabemos por las investigaciones que solo el 18% de las mujeres pueden llegar al orgasmo únicamente con la penetración. Sin embargo, la penetración forma parte de casi todos los encuentros sexuales en las relaciones heterosexuales. Un juguete como el Sync O permite a una pareja seguir su rutina favorita y disfrutar de la cercanía especial de la penetración, al tiempo que pone el placer de ambos en el centro. También observamos que las parejas son más conscientes de que es difícil mantener relaciones sexuales duraderas, y quieren cuidar su relación sexual de forma proactiva, por ejemplo, variando y explorando cosas nuevas juntos.

Mara Mariño

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Cuidado con la romantización de los Beckham

Mentiría si no admitiera que me he ventilado el documental de Netflix sobre la trayectoria de David Beckham en menos de 24 horas.

Y no he sido la única. Aquella fiebre que viví de pequeña ha vuelto a desatarse.

Hilos de Twitter con los mejores momentos de la pareja, fotos de ambos de fondo de pantalla por todas partes, reposteos de sus looks de los 2000 en Instagram…

David y Victoria Beckham

@DAVIDBECKHAM

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Pero sobre todo me preocupa la urgencia femenina de tener que categorizar cualquier pareja de celebridades bajo el paraguas de #relationshipgoals, relaciones ideales, a las que aspirar.

La estrategia de David y Victoria es la misma que sigue Leonardo DiCaprio con su vida personal: darnos a entender que estamos al tanto de todo, que nos colamos hasta en los detalles más casuales como que se vuelva viral la ‘pillada’ de que Posh spice no es de clase obrera por el tipo de coche que conducía su padre.

Pero lo cierto es que a lo largo de los episodios vemos una imagen muy cuidada, pensada y, sobre todo, controlada.

Los largos silencios, las miradas huidizas del jugador de fútbol cuando se habla de su etapa en Madrid y sus amoríos, de los que se hizo eco la prensa del momento, son el mejor ejemplo.

Me escribía mi hermano por WhatsApp poco después de ver el documental: «Hay una cosa que no me ha quedado clara, ¿le fue infiel a Victoria? No lo dicen muy claro ni le dedican mucho».

Dio justo en el clavo.

El escándalo a voces que fueron los affaires del deportista aparecen en el documental de manera muy velada. No se habla de cuernos, escarceos o aventuras extramatrimoniales, sino de «historias de la prensa».

La ilusión de la ‘pareja perfecta’

«Keep calm and carry on», el lema inglés de mantener la calma que se creó para la Segunda Guerra Mundial y se volvió filosofía nacional, es el que predomina en este tema tan candente sobre el que se pasa de puntillas, sin confirmar ni desmentir.

Que es también una forma muy hábil de aumentar el misticismo de la pareja: «No sé cómo superamos eso, sinceramente no lo sé», dice un apesadumbrado David a la cámara.

El misterio de la magia de su relación cobra fuerza y da alas al mito romántico de «el amor todo lo puede». Casi 25 años después de su boda, los Beckham lo vuelven a conseguir: son la relación más admirada.

Y yo no entro en cómo David y Victoria gestionaron en su momento sus problemas de pareja, ni en cómo lo han querido contar en un documental cuyo objetivo es engrandecer la leyenda del jugador.

A lo que voy es a apelar el pensamiento crítico de quienes lo hemos visto, especialmente a nosotras, que somos las más predispuestas a romantizar relaciones de pareja que vemos en redes sociales, revistas o programas.

No tengo dudas de que David y Victoria habrán pasado por momentos muy duros, que se habrán planteado ponerle fin a su historia en algún momento y que la maquinaria de control de daños y trabajo en resolución de conflictos, que habrán tenido que poner en marcha para estar donde se encuentran ahora, habrá sido gigantesca.

Nada de eso lo veremos ni sabremos, pero debemos creer que existe y que incluso las parejas que más brillantes nos parecen, tienen sus momentos oscuros.

Porque solo de esa forma conseguiremos entender, cuando estemos en una de esas etapas, que es normal que las relaciones tengan altibajos, que la clave está en involucrarse juntos, en escuchar las necesidades de la otra persona.

Y que, si viene un conflicto, no es sinónimo de que es un amor menos perfecto que el de los Beckham.

Mara Mariño

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Adiós al mito: las parejas con vida sexual pobre no son las que más engañan

Hay una norma no escrita que forma parte del imaginario colectivo: una vida íntima activa en pareja es la clave para evitar infidelidades.

Es algo que nos hemos creído con expresiones como «si no lo tiene en casa, tendrá que buscarlo fuera», «Mujer cascarrabias, marido en otra cama» o «Mujer, huerta y molino, piden uso de continuo», siempre con ese carácter punitivo o la amenaza velada de que el secreto de la lealtad se escondía en la práctica sexual constante.

pareja infidelidad

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Por lo pronto, estos refranes se nutren de la extendida idea -y acuerdo tácito-, de que la fidelidad es sinónimo de exclusividad sexual, que quizás es otra creencia que tendríamos que plantearnos.

Según nuestra concepción de las relaciones en torno a esa teoría, lo único que podría evitar una aventura del otro miembro de la relación es que haya relaciones sexuales. Y muchas, a ser posible.

Pero hay dos aspectos a analizar de esta representación de la fidelidad: por lo pronto que la frecuencia no es sinónimo de calidad.

Podemos ir a la cama muy asiduamente sin tener encuentros en los que logramos sentir el placer que deseamos o no conseguimos conectar con nuestro cuerpo o la otra persona, por poner unos ejemplos.

Y el segundo aspecto es que el sexo no es el pilar sobre el que sostiene una pareja, es una parte de la relación como muchas otras (comunicación, confianza, afinidad, respeto, cariño…).

Esto es algo que ha demostrado un estudio reciente que ha puesto en el punto de mira cómo era la vida sexual de matrimonios heterosexuales que llevaban juntos tres años analizando su reacción ante personas atractivas, con las que engañarían a sus parejas según el experimento.

El estudio que ha derribado el mito

La Universidad de Florida ha dado un golpe sobre la mesa con los resultados de su curioso análisis (para la fortuna de quienes aún ven en su intimidad la panacea).

Contrariamente a lo que creemos, no son aquellas personas que pasan una mala racha íntima las que pueden tener interés en un escarceo.

Publicado en el diario Journal of Personality and Social Psychology, el estudio ha demostrado que eran las personas con un alto índice de relaciones y satisfacción en su relación de pareja las que tenían más probabilidades de ser infieles.

Su hipótesis es que a mayor satisfacción sexual, más deseo por nutrirla, lo que lleva a mantener una vida íntima muy activa e incluso buscar opciones que aumenten el placer.

¿Significa esto que ahora debemos tener esta información presente y medir la cantidad de sexo con cuentagotas, no vaya a ser que desencadenemos a la ‘bestia’ erótica que habita en nuestra pareja?

Para nada. Más bien eximirnos, de una vez por todas, de la responsabilidad que podamos tener si somos víctimas de una infidelidad.

Y, sobre todo, recordar que engañar es una cuestión de voluntad, una decisión tomada de manera consciente. Por mucho que quien la elija esté en la relación más sana y satisfactoria del mundo, si quiere ser infiel, lo será.

Lo que sí cabe recordar es que, antes de vivir con el miedo de que pueda darse o no esa situación, centrarnos más en tener la conciencia tranquila de que hemos dado lo mejor como miembros de la relación en cada momento.

Es lo único que podemos controlar y merecemos a quien sepa valorarlo.

Mara Mariño

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Y echarme un novio feminista

La vez que llegué a casa y le dije a mi ex que un hombre me había seguido por la calle con su bicicleta diciéndome cosas y que estaba harta de que se repitieran ese tipo de situaciones a diario, me dijo que tenía que relativizar.

Que a él también le habían llamado «guapo» y no se había puesto así. Fue la gota que colmó el vaso.

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No conseguía hacerle entender que el enfado no venía de aquella ocasión, de aquel caso concreto, sino de estar aguantando esos comentarios desde que entré en la adolescencia.

Tampoco me parecía comparable su situación a la mía. Por dos razones, la primera porque lo suyo había pasado en ocasiones que podía contar con los dedos de una mano.

La segunda, porque él no sentía miedo. Cuando eres un hombre de dos metros y pesas 100 kilos, que una mujer te lance un piropo no te hace sentir inseguro.

A mí sí.

Él no conseguía empatizar conmigo ni ver la diferencia entre nuestras emociones recibiendo piropos de gente que no conocíamos.

Era solo una de las muchas faltas de entendimiento que teníamos. Como la de que había suciedad que solo veía yo. La que se acumula en el suelo donde guardábamos los cubos de basura, como las manchas en los cristales o las rendijas de las baldosas de la ducha.

Y el baño, el baño, sin haberlo hablado, se daba por hecho que era mi responsabilidad, porque si no lo limpiaba, podía estar semanas ajeno a los productos de limpieza. Para él, nunca estaba lo bastante sucio como para ir a limpiarlo por iniciativa propia.

Si a eso añades que me sentía poco valorada, porque era como si mi trabajo no existiera, porque ambos trabajábamos en que sacara adelante sus proyectos (en mi caso haciendo horas extra), o que en el momento que empezaba a formarme en algo me decía que no me creyera una experta por haberme leído dos libros, es fácil ver que no estábamos en igualdad de condiciones o al menos, el trato que me dispensaba, era distinto al que podía darle yo.

Diría que hasta ese momento, la relación con mi cuerpo era estupenda, pero comentarios como que no debía comer ciertas comidas a partir de una hora concreta del día o sentirme culpable si no iba a entrenar por si le ‘decepcionaba’ de alguna manera, me llevó a sustituir a escondidas si por un casual, en un arrebato de ansiedad, me tomaba un paquete de galletas que tuviéramos en casa.

Todo para que no se diera cuenta.

No es que me hubiera dicho que su expectativa era que yo estuviera en forma, pero creo que tampoco hacía falta cuando me decía que ya no me tocaban más calorías, que podía comer hojas de lechuga si seguía con hambre, o si tomando algo con sus amigos, me quitaba de la mano el plato de frutos secos.

Viéndolo con perspectiva, no creo que él fuera consciente de hasta qué punto sus comentarios me afectaban, pero entre eso y ver constantemente mujeres con físicos que se califican como perfectos en anuncios, redes sociales, series o películas, es difícil no caer en enfrentarte contigo misma. Con tu peso.

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Casi un año después de esa ruptura, cuando estaba más convencida que nunca de que no volvería a sentirme así por nadie, empecé a salir con mi pareja actual.

Y todo cambió hasta el punto de que, por primera vez, estaba con alguien que no ocultaba sus emociones en lo más hondo de su ser (porque le habían enseñado que eso era sinónimo de ser fuerte).

O a lo mejor se lo habían enseñado igual, pero él lo había deconstruido.

Alguien que me veía como a una compañera de equipo y se esforzaba a diario en que las responsabilidades y las decisiones fueran compartidas por ambos.

Y, en caso de dudas, de inseguridades, de miedos, se creaba un espacio para hablar de ello sin ningún tipo de prejuicio, teniendo conversaciones tan profundas que hacían que la conexión saliera fortalecida de cada discusión, de cada desencuentro.

Abandonamos los roles de género, me dejó de preocupar que yo tenía que ser la que no tuviera pelo y él el que estuviera más fuerte que yo, por poner unos ejemplos.

Lo hicimos al revés, los moldeamos a nuestra manera, nos cuestionamos por qué nos preocupaba cualquier expectativa que no fuera la nuestra y apostamos por diseñar el romanticismo a nuestra manera.

Y toneladas de apoyo, apoyo en todo, en el crecimiento de los dos y en el respeto absoluto por la otra persona y sus aspiraciones y deseos, siempre acompañado de la escucha activa y grandes dosis de empatía.

Fue una revolución tan grande en mi vida que hasta escribí un libro que se ha puesto a la venta esta semana (Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo, Grijalbo).

Porque pensaba que si él había conseguido hacer ese ejercicio de cuestionarse, revisarse y vivir la relación como un espacio de aceptación absoluto -donde los dos nos sintiéramos queridos y seguros-, habría más hombres que pudieran hacerlo para que no se repitieran las vivencias como las que yo había tenido en el pasado, para que nos entendieran.

Al final, descubrí que podía tenerlo todo: sentirme realizada en mi carrera, poder dedicarle mi atención a mis familiares y amigas, tener tiempo para mis aficiones y estar enamorada hasta las trancas.

El secreto estaba en echarme un novio feminista.

Mara Mariño

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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

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PEXELS

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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