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¿Eres románticamente responsable?

Siempre que empiezo una relación de pareja pienso de la misma manera: voy a dar lo más bueno de mí, la mejor versión.

Claro que, en mi cabeza, eso se limita a intentar no tener las zonas compartidas hechas un desastre, a colaborar con el orden y la limpieza y en mostrarme cariñosa y divertida a partes iguales.

Y aunque todo esto es algo fundamental, hay un área en la que cuesta mucho trabajar y de la que no se habla prácticamente nada, la de la responsabilidad.

pareja amor

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Y es que no basta con mirar la pareja como la unión de dos mitades (por muy buenas que se hayan propuesto ser), sino que parte debe ‘participar’ de una manera consciente y considerada.

Es lo que podríamos llamar ser románticamente responsables, que, a modo resumido es desarrollar la capacidad de trabajar en equipo en el plano emocional, asumiendo un papel activo respetuoso.

Podemos culpar a las series y películas de hacernos creer que las historias de amor son esa cosa que llega como caída del cielo.

Pero es nuestra tarea desmitificar esa idea y entender que es una decisión y un compromiso de trabajo, de ahí que la responsabilidad sea clave a la hora de relacionarnos.

Pero, ¿cómo gestionar de manera conjunta un área de nuestra vida cuando lo único que hemos aprendido de hacer trabajos en equipo es que cada uno se encargaba de su parte y, el día de la presentación en clase, se unían los distintos slides aunque no hubiera coherencia entre ellos?

Asumir la responsabilidad en una pareja pasa por hacernos cargo de nuestros comportamientos, que es lo que la otra persona puede ver.

Entre ellos está la comunicación honesta, que no solo es expresar los sentimientos, necesidades y expectativas de manera clara y respetuosa.

Es también recibir lo mismo de la otra persona y aceptarlo sin reservas, sin las defensas alzadas, asumiendo, aceptando, tomando nota y teniendo en cuenta de cara a la próxima vez.

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Eso de ponerlo en práctica en el futuro formaría parte de la mutualidad, que es hacer la vida teniendo en cuenta que no vamos solos, que nuestras acciones pueden afectar y es considerar eso.

Mutualidad es, por ejemplo, pegarte esa noche de fiesta con tus amigas, pero reservar también un rato para que el fin de semana tenga tiempo de calidad con tu pareja.

O saber que si su lenguaje del amor son las palabras de afirmación, asegurarte de decirle que le quieres aunque sea una cosa que te sale menos natural.

Es entender sus necesidades, deseos y autonomía y darle la seguridad y tranquilidad de que lo tienes en cuenta sin infringir su bienestar.

Otro punto clave es saber controlar la gestión de las emociones (y en esto puedo tirar de mi experiencia como parte de una relación intercultural).

Mi pareja ha recibido una educación en la que las discusiones no existen y en mi caso, alzar la voz constantemente es algo normal en mi manera de relacionarme, para bien y para mal.

Pero sabiendo que es algo que le produce incomodidad, aprender a controlar esas salidas y discutir desde la asertividad ha sido mi mayor reto.

Nos ha permitido poder abordar temas dificilísimos desde la estabilidad y la tranquilidad de que estábamos en el mismo bando, luchando por el objetivo de seguir juntos independientemente del asunto que tratáramos.

Vamos, cuando en vez de dejarme llevar por el impulso emocional, me ponía en modo ‘comprender y validar’ sus sentimientos para mantener una atmósfera sea amorosa y positiva.

A las pruebas me remito de que la empatía y el respeto mutuo hacen que el ambiente no sea de tensión, y sobre todo evita que si una de las dos personas es más impulsiva, como es mi caso, se escapen cosas que pueden ser dañinas.

Así que ahora solo queda que, tras leer esto, te preguntes de qué manera puedes contribuir a que tu relación sea no solo equilibrada, sino cómo puedes hacerla románticamente responsable.

Mara Mariño

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La razón por la que rompen más parejas después de las fiestas

No es casualidad que el día más triste del año coincida con una de las épocas en las que más relaciones de pareja ponen fin a su historia de amor.

Sí, pasado el ajetreo de las fiestas navideñas, hay quienes empiezan el año reestrenando soltería.

pareja ruptura

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Que poco antes de que dé comienzo el verano, las rupturas florezcan como los festivales, no nos sorprende.

Es la época del año de hacer un sinfín de planes, de apuntarse a viajes, de conocer a gente nueva

En definitiva, de disfrutar sin querer que nada o nadie te empañe esos meses que parecemos querer exprimir hasta el último minuto.

Pero, ¿qué explica que se dé una crisis relacional a estas alturas, en plena temporada de quedarse en casa acurrucándose bajo una manta?

Con el final de año, plantearse si realmente se es feliz con la persona que se tiene al lado, es una reflexión que se nos pasa por la cabeza, de la misma manera que nos cuestionamos el trabajo o si hemos ido, o no, lo suficientemente al gimnasio.

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En plena fiebre de propósitos, caer en que se puede estar mejor en soltería (que no en soledad) no es tan raro.

La explicación de que suceda justo cuando las fiestas han terminado responde, sobre todo en España, a que es un periodo en el que lo frecuente es reunirse con toda la familia cada pocos días.

Y, cualquier familia media española, aprovecha estas ocasiones para sacar la batería de preguntas del tipo «¿Os vais a casar?» o «¿Para cuándo los hijos?».

De ahí que se pueda preferir esperar a que la temporada de celebraciones llegue a su fin bien para evitar tener que dar explicaciones o indagar en los motivos de la ruptura, empañando la alegría de esos días.

Pero también porque, si es una relación larga, puede que entre esos compromisos familiares esté pasar tiempo con los parientes de la otra persona y no se quiera fallar a la palabra.

Aunque lo ideal no es poner tu vida en pausa por algo ajeno a ti, como las navidades, en este caso; creo que también es señal de asertividad esperar a una ocasión más propicia para poner el tema sobre la mesa cuando se tiene claro.

Esperar a que tu pareja termine los exámenes, haya acabado con ese proyecto del trabajo o incluso su familiar haya sido de alta por un ingreso inesperado significa que te preocupas porque esté en un estado emocional más tranquilo.

Lo que hay que evitar es ir con argumentos poco concisos («Es que no sé si alguna vez me he enamorado de ti») y comunicar tus sentimientos una vez estén confirmados, y hayas tomado la decisión de que lo que realmente quieres es ponerle fin.

No marear ni confundir es también responsabilidad afectiva.

Mara Mariño

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Os comportáis como novios, viajáis como novios, pero no sois novios

Puede que la palabra de 2023 haya sido «polarización», pero en mi opinión, debería haber sido «fluir».

«Fluir» es lo que te dice la persona con la que empiezas a hablar, esa que no termina de especificar qué va buscando y se mueve en los márgenes de la imprecisión.

Pero «fluido» es también el mundo en el que nos movemos, las fronteras de la sexualidad, el trabajo y hasta de la ideología política se han vuelto más permeables que nunca.

pareja cita novios

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En esta sociedad fluida, donde la liquidez ya no se refiere al dinero, sino a las relaciones interpersonales, es difícil averiguar dónde empieza o termina algo, cuáles son los límites.

Porque hablarlo es sinónimo de que te puedes estar pillando, o peor, de que eres una persona intensa.

Y en ese espacio con los bordes difuminados, florecen las parejas no-parejas.

Son fáciles de identificar (y pondría la mano en el fuego de que has formado parte de una de ellas) porque se caracterizan por la exclusividad.

Las parejas no-parejas hablan de manera ininterrumpida a lo largo del día, comparten lo que hacen, tontean, quedan, se van de cine, museo, cena, beben unas copas, juegan con la ropa de la otra persona, la tiran al suelo, entremezclan las pieles, desayunan tostada con aguacate, entrenan juntos, quedan con una pareja de amigos, planean un viaje juntos e incluso conocen a miembros de sus respectivas familias.

Pero no son novios y la resistencia a la nomenclatura, a la etiqueta, suele venir de uno de los dos miembros. Spoiler, no sueles ser tú.

Cuando te das cuenta de que estás en una pareja no-pareja es porque cuando ha surgido el tema del futuro, te ha tocado escuchar que es que «no es el momento, quiero centrarme en el trabajo», «he sufrido en el pasado y no estoy en ese punto», «no creo en eso»…

Es el mismo momento en el que te preguntas que cómo puede ser que te diga eso si lleváis varios meses en los que se comporta como si fuerais novios hasta el punto de estar pendiente de recogerte del aeropuerto si llegas tarde o de cocinarte la cena.

Sí, en este tipo de vínculos la confusión es tan frecuente como los gestos de cariño o los cuidados que recibes, por eso es tan difícil ejecutar lo único que puedes hacer en estos casos: ponerle fin.

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Puede parecer que por las respuestas recibidas, la situación cambiará en un futuro. Una mañana se levantará y llegarán esas ganas de ir a más, seguiréis el curso natural de evolucionar, paso a paso, a una relación ‘oficial’.

No pasará.

Mantener la pareja no-pareja en pausa no es temporal, porque no es una cuestión de no poder cambiarlo, sino de no tener ninguna intención de hacerlo.

Es como intentar dar un paseo con alguien cuando tú quieres ir en bicicleta y la otra persona sentarse a tomar una cerveza.

Estar en pareja hace la vida más fácil, ya que mantienes las esferas sociales, afectivas y sexuales ‘cubiertas’, pero solo cuando estás a la misma altura de compromiso que la otra persona.

Y entre que tú te mereces todo -y que puedes hacer ese viaje con amigas, ir al cine con tus padres, beber unas copas con tus compañeros de trabajo y pedirte un taxi cuando llegues al aeropuerto-, recuerda que quien solo busca fluir es porque no quiere permanecer.

Mara Mariño

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Relaciones a prueba de pantallas: ¿las redes sociales y la ficción afectan al romance?

El otro día, al terminar de ver una película sobre un amorío en Sicilia durante un campamento de verano, me notaba especialmente melancólica.

Aquella historia ficticia me había despertado el antojo de romanticismo, algo que no sucede en el día a día de mi relación de pareja.

pareja feliz

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Ni en el mío ni en el de la mayoría, quiero decir.

La fase de enamoramiento que nos revoluciona las hormonas y nos lleva a desplegar las mejores tácticas de cortejo, va desapareciendo conforme el vínculo va formándose y la intimidad fortaleciéndose.

El estado normal de una relación de pareja sana es la calma, una calma que a veces -si las condiciones lo permiten- se ve interrumpida por planes fuera de la rutina o escapadas, pero son episodios que se siguen por nuevos episodios de tranquilidad.

Aprender esto es algo que tenemos pendiente interiorizar. Sobre todo cuando vivimos en un mundo en el que los estímulos nos rodean.

Como la película romántica, los vídeos de Tiktok de desconocidos, los reality shows en islas paradisíacas, las canciones que escuchamos sobre hoteles de cinco estrellas y botellas de champán o incluso las fotos de Instagram de amigos, nos pueden llevar a pensar que todos viven en una burbuja de amor y adrenalina y nuestra relación es la excepción.

A eso se le añade el consumismo feroz que parece ser la alternativa siempre que tienes dudas de si estáis demasiado acomodados.

Un taller de cerámica para dos, un concierto a la luz de las velas (eléctricas), entradas para la terraza más exclusiva de la ciudad, el museo de photocalls donde haceros fotos, los calzoncillos con la cara de la otra persona estampada, flores a domicilio…

Todo tipo de cosas que te llegan bien por newsletter, contenido promocionado en redes sociales o incluso un descuento para un parque temático que te ‘regalan’ con tu compra.

Vamos, que podrías pensar ante tanta opción que si tu relación se muere de aburrimiento, es porque tú lo has querido.

Amor también es aburrirse juntos

Y claro que hay parejas que se desenamoran y dejan de querer hacer cosas en compañía de la otra persona y terminan con la relación tarde o temprano.

Pero, por lo general, el aburrimiento es una parte más de estar en una pareja estable.

Como lo es, cuando convives, organizarte con las tareas, agendar cumpleaños y celebraciones familiares y una larga lista de logística que es menos emocionante.

Las noches en el sofá viendo algo en la tele, con el sueño pegado a la pestaña, son mucho más comunes que aquellas en las que exprimes la vida nocturna de la ciudad.

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Para mí el problema es cuando crees que esos primeros tedios son la prueba de que no funcionáis y se pone punto y final para empezar otra historia con otra persona (la prueba de que las expectativas irreales que vienen impuestas se han salido con la suya).

Porque la energía de la nueva relación que arranca, acelera y emociona la maquinaria emocional, se agotará y, como la película del romance siciliano, servirá solo para un rato de suspiros.

En cambio, una vez aceptado que puede haber aburrimiento, se puede desromantizar el romanticismo y alejarse del que solo parece digno de película.

Una nota divertida en la nevera, que te lleve el café a la cama o que vuelva a casa con tu snack favorito también son formas igual de válidas de decir «te quiero».

Mara Mariño

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Quedar en la pausa del café o para hacer la compra, el ‘stack dating’ es la nueva forma de tener citas

Me gustaría que alguien me hubiera contado lo complicado que iba a ser reconciliar la vida sentimental en algunos momentos de mi vida. Sobre todo a partir de terminar la universidad.

El punto álgido fue cuando había quedado con mi amiga en una famosa emisora de radio de Madrid para ver la retransmisión de un evento deportivo, pero tenía pendiente una cita.

Entre que estaba en plenos exámenes de la carrera, trabajando y estudiando un idioma, no me daba la vida para nada. Así que opté por la solución más práctica: llevarme al chico al plan (previa luz verde de mi amiga).

cita pausa café

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Aquel «dos por uno», el combo de pasar tiempo con mi amiga a la vez que tenía una cita, fue la excepción, pero sentó un precedente.

Si iba mal de tiempo para salir, siempre tenía la opción de incluir las citas en mi día a día, en la medida que la disponibilidad de la otra persona lo permitiera.

En mi caso, mi género favorito ha sido el datexercise (sí, me lo he inventado uniendo date y excercise), una cita en el gimnasio cuando estaba conociendo a chicos a los que también les gustaba hacer ejercicio.

Esas combinaciones que permiten unir dos planes que se quieren hacer se conocen oficialmente como stack dating.

El stack dating consiste en que, tengas planeado lo que tengas, ya sea con más gente, ir a hacer la compra al supermercado, una clase de yoga o un evento de trabajo, metas a tu cita en el plan.

Y si esta manera de relacionarnos ha escalado puestos en la escala de popularidad, se debe a distintos factores que merece la pena analizar.

En primer lugar, estamos hasta el cuello, somos una generación tan conectada que nos cuesta dejar de hacer cosas porque nos entra el fomo -fear of missing out-, el miedo de perdernos algo.

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Es tal el nivel de negarnos a renunciar a nada que hay quienes incluso se ponen estas citas en la pausa del trabajo, concretamente el 32% de la generación Z la ha utilizado para este fin.

Por otro lado, tiene la ventaja de que es la manera de conocer partes de la vida cotidiana de la otra persona (o de la tuya). La formalidad es mucho menor y, por tanto, también la presión.

Es lo más parecido a lo que va a ser salir contigo en un futuro si la cosa progresa, ya que será una actividad o plan que formará parte de tu rutina.

Además, te permite tener varias más a menudo que si las dejas para el fin de semana y en forma de cena y copas. Si tu plan estrella es ese café con cruasán en el bar de abajo de tu oficina entre reunión y reunión, puedes ir a cita por día.

Y siempre con la tranquilidad de que no pierdes el tiempo porque estás haciendo otras cosas que ibas a realizar igualmente, a la vez que nutres esa esfera de tu vida.

Las desventajas del stack dating

Aunque también es verdad que esta descripción de los encuentros románticos suena, más que al inicio de una historia de amor, a un estudio de mercado.

Es imposible no leer las características de esta manera de relacionarse y no encontrar similitudes con el capitalismo.

Que el stack dating sea común significa que se ha puesto de moda una manera de consumir el amor a toda prisa y sustituir una cita con otra, siempre con el foco puesto en la productividad (ya sea la laboral o la personal).

Así que uno de los inconvenientes que le veo es que parece que no podemos permitirnos ni el tiempo de conocer a alguien, que los vínculos emocionales tienen que acoplarse a una agenda y, en caso de no hacerlo, quedan descartados.

Además, no puedo evitar pensar en el refrán de «quien mucho abarca, poco aprieta». El tiempo que dejamos para tareas rutinarias o para estar en soledad, debería ser intransferible.

Si lo dedicas a otras personas, no estás empleándote al 100% en ninguna actividad.

Pero igual es que soy una romántica empedernida o que creo que si no voy a tener tiempo para dedicar a otra persona, es irresponsable por mi parte embutirlo en mi jornada, solo por quedarme tranquila de que estoy haciendo algo por encontrar el amor.

A mí personalmente me preocupa que se vea buscar pareja como hacerse ropa a medida en vez de un proceso mutuo de adaptación, dedicación y atención plena entre dos personas.

Mara Mariño

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Adiós al mito: las parejas con vida sexual pobre no son las que más engañan

Hay una norma no escrita que forma parte del imaginario colectivo: una vida íntima activa en pareja es la clave para evitar infidelidades.

Es algo que nos hemos creído con expresiones como «si no lo tiene en casa, tendrá que buscarlo fuera», «Mujer cascarrabias, marido en otra cama» o «Mujer, huerta y molino, piden uso de continuo», siempre con ese carácter punitivo o la amenaza velada de que el secreto de la lealtad se escondía en la práctica sexual constante.

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Por lo pronto, estos refranes se nutren de la extendida idea -y acuerdo tácito-, de que la fidelidad es sinónimo de exclusividad sexual, que quizás es otra creencia que tendríamos que plantearnos.

Según nuestra concepción de las relaciones en torno a esa teoría, lo único que podría evitar una aventura del otro miembro de la relación es que haya relaciones sexuales. Y muchas, a ser posible.

Pero hay dos aspectos a analizar de esta representación de la fidelidad: por lo pronto que la frecuencia no es sinónimo de calidad.

Podemos ir a la cama muy asiduamente sin tener encuentros en los que logramos sentir el placer que deseamos o no conseguimos conectar con nuestro cuerpo o la otra persona, por poner unos ejemplos.

Y el segundo aspecto es que el sexo no es el pilar sobre el que sostiene una pareja, es una parte de la relación como muchas otras (comunicación, confianza, afinidad, respeto, cariño…).

Esto es algo que ha demostrado un estudio reciente que ha puesto en el punto de mira cómo era la vida sexual de matrimonios heterosexuales que llevaban juntos tres años analizando su reacción ante personas atractivas, con las que engañarían a sus parejas según el experimento.

El estudio que ha derribado el mito

La Universidad de Florida ha dado un golpe sobre la mesa con los resultados de su curioso análisis (para la fortuna de quienes aún ven en su intimidad la panacea).

Contrariamente a lo que creemos, no son aquellas personas que pasan una mala racha íntima las que pueden tener interés en un escarceo.

Publicado en el diario Journal of Personality and Social Psychology, el estudio ha demostrado que eran las personas con un alto índice de relaciones y satisfacción en su relación de pareja las que tenían más probabilidades de ser infieles.

Su hipótesis es que a mayor satisfacción sexual, más deseo por nutrirla, lo que lleva a mantener una vida íntima muy activa e incluso buscar opciones que aumenten el placer.

¿Significa esto que ahora debemos tener esta información presente y medir la cantidad de sexo con cuentagotas, no vaya a ser que desencadenemos a la ‘bestia’ erótica que habita en nuestra pareja?

Para nada. Más bien eximirnos, de una vez por todas, de la responsabilidad que podamos tener si somos víctimas de una infidelidad.

Y, sobre todo, recordar que engañar es una cuestión de voluntad, una decisión tomada de manera consciente. Por mucho que quien la elija esté en la relación más sana y satisfactoria del mundo, si quiere ser infiel, lo será.

Lo que sí cabe recordar es que, antes de vivir con el miedo de que pueda darse o no esa situación, centrarnos más en tener la conciencia tranquila de que hemos dado lo mejor como miembros de la relación en cada momento.

Es lo único que podemos controlar y merecemos a quien sepa valorarlo.

Mara Mariño

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Y echarme un novio feminista

La vez que llegué a casa y le dije a mi ex que un hombre me había seguido por la calle con su bicicleta diciéndome cosas y que estaba harta de que se repitieran ese tipo de situaciones a diario, me dijo que tenía que relativizar.

Que a él también le habían llamado «guapo» y no se había puesto así. Fue la gota que colmó el vaso.

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No conseguía hacerle entender que el enfado no venía de aquella ocasión, de aquel caso concreto, sino de estar aguantando esos comentarios desde que entré en la adolescencia.

Tampoco me parecía comparable su situación a la mía. Por dos razones, la primera porque lo suyo había pasado en ocasiones que podía contar con los dedos de una mano.

La segunda, porque él no sentía miedo. Cuando eres un hombre de dos metros y pesas 100 kilos, que una mujer te lance un piropo no te hace sentir inseguro.

A mí sí.

Él no conseguía empatizar conmigo ni ver la diferencia entre nuestras emociones recibiendo piropos de gente que no conocíamos.

Era solo una de las muchas faltas de entendimiento que teníamos. Como la de que había suciedad que solo veía yo. La que se acumula en el suelo donde guardábamos los cubos de basura, como las manchas en los cristales o las rendijas de las baldosas de la ducha.

Y el baño, el baño, sin haberlo hablado, se daba por hecho que era mi responsabilidad, porque si no lo limpiaba, podía estar semanas ajeno a los productos de limpieza. Para él, nunca estaba lo bastante sucio como para ir a limpiarlo por iniciativa propia.

Si a eso añades que me sentía poco valorada, porque era como si mi trabajo no existiera, porque ambos trabajábamos en que sacara adelante sus proyectos (en mi caso haciendo horas extra), o que en el momento que empezaba a formarme en algo me decía que no me creyera una experta por haberme leído dos libros, es fácil ver que no estábamos en igualdad de condiciones o al menos, el trato que me dispensaba, era distinto al que podía darle yo.

Diría que hasta ese momento, la relación con mi cuerpo era estupenda, pero comentarios como que no debía comer ciertas comidas a partir de una hora concreta del día o sentirme culpable si no iba a entrenar por si le ‘decepcionaba’ de alguna manera, me llevó a sustituir a escondidas si por un casual, en un arrebato de ansiedad, me tomaba un paquete de galletas que tuviéramos en casa.

Todo para que no se diera cuenta.

No es que me hubiera dicho que su expectativa era que yo estuviera en forma, pero creo que tampoco hacía falta cuando me decía que ya no me tocaban más calorías, que podía comer hojas de lechuga si seguía con hambre, o si tomando algo con sus amigos, me quitaba de la mano el plato de frutos secos.

Viéndolo con perspectiva, no creo que él fuera consciente de hasta qué punto sus comentarios me afectaban, pero entre eso y ver constantemente mujeres con físicos que se califican como perfectos en anuncios, redes sociales, series o películas, es difícil no caer en enfrentarte contigo misma. Con tu peso.

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Casi un año después de esa ruptura, cuando estaba más convencida que nunca de que no volvería a sentirme así por nadie, empecé a salir con mi pareja actual.

Y todo cambió hasta el punto de que, por primera vez, estaba con alguien que no ocultaba sus emociones en lo más hondo de su ser (porque le habían enseñado que eso era sinónimo de ser fuerte).

O a lo mejor se lo habían enseñado igual, pero él lo había deconstruido.

Alguien que me veía como a una compañera de equipo y se esforzaba a diario en que las responsabilidades y las decisiones fueran compartidas por ambos.

Y, en caso de dudas, de inseguridades, de miedos, se creaba un espacio para hablar de ello sin ningún tipo de prejuicio, teniendo conversaciones tan profundas que hacían que la conexión saliera fortalecida de cada discusión, de cada desencuentro.

Abandonamos los roles de género, me dejó de preocupar que yo tenía que ser la que no tuviera pelo y él el que estuviera más fuerte que yo, por poner unos ejemplos.

Lo hicimos al revés, los moldeamos a nuestra manera, nos cuestionamos por qué nos preocupaba cualquier expectativa que no fuera la nuestra y apostamos por diseñar el romanticismo a nuestra manera.

Y toneladas de apoyo, apoyo en todo, en el crecimiento de los dos y en el respeto absoluto por la otra persona y sus aspiraciones y deseos, siempre acompañado de la escucha activa y grandes dosis de empatía.

Fue una revolución tan grande en mi vida que hasta escribí un libro que se ha puesto a la venta esta semana (Todo lo que mi novio debe saber sobre feminismo, Grijalbo).

Porque pensaba que si él había conseguido hacer ese ejercicio de cuestionarse, revisarse y vivir la relación como un espacio de aceptación absoluto -donde los dos nos sintiéramos queridos y seguros-, habría más hombres que pudieran hacerlo para que no se repitieran las vivencias como las que yo había tenido en el pasado, para que nos entendieran.

Al final, descubrí que podía tenerlo todo: sentirme realizada en mi carrera, poder dedicarle mi atención a mis familiares y amigas, tener tiempo para mis aficiones y estar enamorada hasta las trancas.

El secreto estaba en echarme un novio feminista.

Mara Mariño

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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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¿Es solo un amor de verano o algo más? Fíjate en esto para averiguarlo

Sí, yo también he tenido una historia veraniega en un sitio de ensueño y me he creído que estaba viviendo en una novela de Elísabet Benavent.

Y sí, luego me he dado de bruces con la cruda realidad de que, por mucho que aquello pareciera idílico, estaba destinado a caducar.

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En mi caso, tengo claro por qué aquel amor, que me parecía mágico, no pasó la prueba de septiembre. Porque no éramos compatibles con nuestras formas de ser, ni buscábamos lo mismo.

No me había enamorado de él, me había enamorado del verano con él.

Ese es uno de los mayores engaños de las historias que vivimos en esta época del año: el efecto honeymoon de la química inicial, así como la novedad, te hace creer que estáis destinados a compartir almohada el resto de vuestros días.

Pero no, no es amor, lo más seguro es que sean las hormonas que te hacen ver todo de rosa.

Además, al saber que el verano va a acabar, y que hay que aprovecharlo al máximo, te niegas a pensar que las cosas no vayan a funcionar.

Esa mentalidad positiva de que todo va a salir bien es un aliciente para creer aún más en tu aventura sentimental.

Pero, ¿y si hay potencial?

Aunque no son todos los casos, por supuesto. Solo en mi entorno hay por lo menos dos relaciones que han comenzado a salir después de conocerse en viajes de fin de curso, así que no es imposible llegar a otoño (y hasta Navidad).

Para saber si te puede estar pasando, mi consejo es que ‘desmiembres’ el amor de verano.

¿Estás disfrutando del momento y haciendo la vista gorda de algunas cosas que no te encajan o por el contrario, todo va bien porque has dado con alguien que te encanta?

Salir de dudas de si estás enamorándote de la persona o de la persona en verano pasa por fijarse en sus cualidades.

Olvídate de las circunstancias idílicas como los atardeceres, las noches de música o los paseos por la orilla (que ya sabemos gracias a La Isla de las Tentaciones que son los elementos que construyen el romance).

Tienes que empezar a analizar a la persona, a entender si te gusta su forma de pensar, si tenéis en común vuestras prioridades y visión de futuro. Si además de química hay potencial para cultivar una relación de pareja.

Otro consejo es dejar de hacer actividades que os tengan siempre distraídos. Si volviera a darse una crisis sanitaria y os quedarais a solas sin poder tocaros, con la única posibilidad de comunicaros, ¿qué pasaría?

¿Podrías estar hablando con esa persona durante horas?

Si la respuesta es afirmativa, es probable que vuestro vínculo pueda seguir creciendo más allá de los meses de calor.

Cómo y de qué manera integrarlo -una vez vuelva la rutina-, es algo que os toca averiguar (y trabajar en ello).

Mara Mariño

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El ‘fexting’, la forma de discutir con tu pareja que deberías evitar

Creo que podemos estar de acuerdo en que, a través de una pantalla, todo es peor: leer un libro, intentar conocer a alguien, pero sobre todo discutir con tu pareja.

Lo que no sabía -pese a ser toda una experta en la materia de discutir y de discutir por mensaje-, es que se conoce como fexting (fighting over text), aunque en castellano lo llamamos «tener una movida por WhatsApp».

mujer con teléfono

PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

Sí, admito que en varias ocasiones, y con diferentes parejas, he caído en la rutina de estar mandando mensajes cada vez más y más enfadada.

En el momento en el que la tecnología nos da la opción de estar en contacto en cualquier momento del día, resistir las ganas de posponer una discusión a cuando se esté en persona, es todo un reto.

Y sobre todo si, como yo, eres de mecha corta y en cuanto te enfadas necesitas soltar el rebote y no dejarlo en reposo.

Pero según los expertos (y como habrás podido comprobar) ponerte al teclado a decirle a tu pareja lo mal que te ha sentado cierta cosa, es la peor de las ideas.

No solo no soluciona nada, sino que encima te sientes peor conforme se desarrolla la conversación. Terminas teniendo que solucionarlo en persona.

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Esto se debe a que no es una manera efectiva de mantener un diálogo. Los fallos en la comunicación se dan por todas partes.

Desde que el enfado se cuela en el mensaje y al no ver cómo afecta a la otra persona sentimos más frustración al hecho de que puede que pillemos a quien recibe los mensajes haciendo otra cosa y no sea capaz de contestar en el momento (provocándonos que nos están ignorando aunque no sea el caso).

El chorreo de sentimientos negativos se traducen en una serie de mayúsculas o exclamaciones -la versión digital de ‘estoy subiendo la voz’- que cuestan de digerir.

En conclusión: todo por mensaje se magnifica y se pierde información lingüística del lenguaje corporal y paralenguaje (cómo se comunica el mensaje a través del tono, volumen, etc).

Menos fexting, más llamadas

En un mundo ideal, si quieres discutir con tu pareja y en ese momento es imposible, deberías ser capaz de aparcar el mosqueo hasta que se dé la ocasión de hablarlo en persona.

Pero si es algo que aún tienes pendiente trabajar o es algo que no puede esperar, la solución no es correr al teclado.

Siempre es mucho mejor hacer una llamada telefónica.

Por mensaje tiendes a soltar todo lo que se te pasa por la cabeza y, al no tener que interrumpir tu discurso para escuchar a la otra persona, los mensajes se solapan y te pierdes entre tanta notificación.

Eso, vía llamada, es más difícil que suceda. Además, escuchar la voz de la otra persona acorta esa distancia física y es un puente tendido hacia la resolución del conflicto.

Para terminar, quiero recordarte que discutir es un punto muy vulnerable para todos los participantes.

Las emociones están a flor de piel y pueden llegar a penetrarse en tu discurso.

No hace falta que te diga que cualquier expresión de enfado o ira va a alejarte más y más de llegar a un punto de encuentro, así como utilizar apelativos ofensivos y hablar de manera pasivo-agresiva.

Lo que sí te ayuda a expresarte y que te entiendan es hablar desde cómo te han hecho sentir las circunstancias que os han llevado a discutir.

No es un «es que tú has hecho/dicho» sino un «es que yo me he sentido así».

Y sobre todo, si quieres progresar con tu pareja, no caigas en el fexting y llama.

Mara Mariño

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