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¿Existe la ninfomanía? Una sexóloga desmonta los estereotipos más extendidos

«Ninfómana» es un término que me ha acompañado desde que empecé a escribir este espacio. Una palabra que se escurría en los comentarios, respuestas en Twitter (o como se llame), mensajes privados…

Y todas ellas tenían lo mismo en común: quien me lo llamaba no tenía ni idea de mi vida íntima. Sin embargo el apelativo, en su opinión, era correcto.

¿Quién podría escribir de sexo sin ser adicta a él?

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«Ninfómana» no es un piropo, no se usa a modo de halago ni como cumplido. «Ninfómana» es un arma arrojadiza que, entre líneas, deja caer que eso de que seas mujer y vivas una sexualidad a tu gusto y elección, es cuestionable.

Sobre el término he hablado largo y tendido con Lucía Jiménez, que es sexóloga y colaboradora de Diversual, y sabe lo mucho que nos queda por deconstruir más que a las ninfómanas, a quienes lo usan como agravio.

«La ninfomanía no existe como categoría diagnóstica», comienza explicándome. «No es más que la herencia cultural de un término que acuñó en el 1886 un psiquiatra alemán llamado Richard Von Krafft-Ebing en su obra Psychopathia Sexualis».

«En este libro describió la libido sexual como la fuerza del deseo, que en exceso podía denominarse ninfomanía (para ellas) y satiriasis (para ellos)».

Aunque lo curioso, como la misma sexóloga se pregunta es por qué sobrevive el adjetivo «ninfómana» mientras que casi ninguna persona sería capaz de reconocer o utilizar el término «sátiro».

Como en el caso de aquellos que me han colocado la etiqueta, «ninfómana» no se usa para hablar de la sexualidad: «Es una palabra empleada para ejercer violencia de género utilizando como pretexto la sexualidad, pues discrimina por género y sexo. Ninfómana no es la persona con adicción al sexo, ninfómana es una mujer».

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Algo que, coincido con Lucía, no hace más que acrecentar el estigma sobre la sexualidad femenina contribuyendo a una doble moral donde el placer parece solo reservado a un 50% de la población.

«Por un lado, se sigue creyendo que la mujer cis tiene menor deseo sexual que el hombre cis, pero cuando esta lo tiene, lo expresa y lo vive, se convierte en ninfómana. ¿Entonces, cómo me tengo que sentir? Poco deseo es malo porque no satisface a terceros, mucho deseo es peligroso porque desafía», resume la experta.

«Por supuesto que hay personas que viven su deseo de maneras que pueden ser perjudiciales para sí mismas, y que piden ayuda para aprender a gestionarlo. Pero, qué instrumento de control tan potente para inhibir la sexualidad, es educar a la mujer en el miedo a un deseo sexual incontrolable que pueda arruinar su vida y sus proyectos», reflexiona.

Entre el deseo sexual hipoactivo y la hipersexualidad

En términos profesionales, a la hora de hablar del deseo sexual «lo que existe es un deseo sexual hipoactivo (bajo) o
una hipersexualidad», explica la sexóloga.

Normal es un concepto muy relativo, ya que «estadísticamente, la normalidad habla de cómo se distribuyen las conductas en la población, es decir, es lo que más se repite. Eso no quiere decir que sea lo correcto, ni lo mejor. Es una descripción de las tendencias».

Aunque, como Lucía comenta, «cuando alguien pregunta si, en este caso, su deseo sexual es ‘normal’, probablemente quiere saber si su deseo sexual ‘está bien’, si hay algo de malo en sentir menos que no sé quién, o más que no sé cuántas».

Así que en vez de preguntarnos eso, la experta recomienda plantearnos otro tipo de cuestiones, como si la frecuencia sexual genera malestar persistente, si interfiere con el desarrollo de la vida, si empeora las relaciones personales, etc.

Una vez comprendida la relación que mantenemos con el deseo sexual, también toca desmontar algunas falsas creencias como que frecuencia es igual a adicción (cuando es algo que varía según la percepción de cada persona).

«Cuántas relaciones se tienen no es un buen indicador. Adicción son otros procesos, como la compulsión, mediante los que se produce un deterioro de la persona y de su vida», explica la colaboradora de Diversual.

Aunque también el mito de que una persona es adicta al sexo porque le encanta el sexo: «Puede utilizar mucho la relación sexual, pero también puede no disfrutarla en absoluto, ya que se ha convertido en un acto de consumo y de alivio de una ansiedad persistente».

«Puede estar todo el día pensando en ello, y que le resulte completamente incapacitante», resume Lucía.

¿Qué hacemos con «ninfómana»?

A día de hoy, internet ofrece un crisol de resultados cuando introduces el término. «Todavía hay blogs y webs de profesionales de salud mental que emplean este término para referirse a la hipersexualidad», dice Lucía.

«Si tienes la mala suerte de ser diagnosticada como tal, se te atribuirán toda una serie de características que muy probablemente no te corresponden».

Y es que como la sexóloga explica, «ser ninfómana, socialmente, te convierte en una mujer impredecible, manipuladora, peligrosa, seductora, que hará lo que sea para tener relaciones».

«A ver si va a resultar que la ninfómana es la que vive su sexualidad de una manera que no le va bien al hombre. La ninfómana es un arquetipo cultural que despoja al hombre de todo control y raciocinio, ‘obligándole a follar'», afirma.

Así que la manera de darle una vuelta de tuerca es, como la experta sostiene, recordar que «la ninfómana a la que se señala no es más que la mujer cis que desafía el statu quo, amenazando a otras mujeres cis porque les subraya lo que ellas no se permiten y retando al hombre cis porque se iguala a ellos en su vivencia sexual».

Mara Mariño

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Así es la coerción, la sutil forma de presionarte para tener sexo que debes identificar

¿Sabes esas noches en las que estás viendo una serie antes de ir a dormir, entre la modorra y la pantalla? En una de esas ocasiones mi ex me preguntó si se la podía chupar.

Había tenido un día muy duro, según él, y aquello le haría sentir mejor.

pareja cama enfadada

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En aquel momento no tenía el conocimiento como para ponerle nombre a lo que estaba pasando. Solo sabía que quería seguir viendo la tele y no me apetecía hacer nada con él.

Cuando comuniqué cómo me sentía, su reacción fue la de aumentar la presión, que cómo podía ser tan egoísta, que no me costaba nada, que iba a ser un rato de nada…

Terminé accediendo para que no siguiera haciéndome sentir mal y porque no entendía que mi falta de ganas era un motivo lo bastante válido como para vencer todos sus argumentos.

Pero tardé muchos años en ponerle nombre a aquella práctica sexual que consentí, sin desear: coerción.

«Coerción» es un concepto que puede verse confundido con el consentimiento, porque una de las partes cambia de idea y termina accediendo, lo que no significa que esa decisión se haya tomado de manera libre.

Sin embargo, si no quieres mantener una experiencia íntima del tipo que sea y lo haces finalmente por motivos ajenos, no estás consintiendo voluntariamente, sino que es fruto de factores externos.

Entre ellos está la insistencia (a la que quieres poner fin), la culpabilidad que crece dentro de ti por no cumplir la expectativa de pareja que se espera, el miedo a la reacción que pueda tener tu negativa, las amenazas, persuasiones, incomodidad…

La coerción puede llegar en cualquier momento de tu vida, bien por parte de esa persona que estás empezando a conocer -y con la que todo parece ir de maravilla-, hasta tu pareja, con la que llevas varios años de relación.

Al principio puede tomar muchas formas: «No seas monja, todo el mundo ha tenido sexo a tu edad», «Llevamos viéndonos unos meses, ¿cuándo va a ser el momento?», «Solo es sexo, le das demasiada importancia», «No debes de ser tan buena en la cama, igual por eso estás soltera»…

¿Cómo se ve la coerción en pareja?

Aunque, por experiencia personal, es dentro de una relación estable cuando más sucede la coerción.

Y uno de los motivos sería que todavía hay personas que forman este tipo de vínculos con la equivocada idea de que estar en una pareja significa tener una barra libre de sexo.

Quizás es más difícil de identificar porque cuesta pensar que nuestro novio o novia está mirando únicamente por sus deseos (y no le importan los nuestros).

También porque puede disfrazarse de varias maneras, como ‘transacción’: «Recojo la ropa del tendedero, pero luego un poco de sexo» o «¿Seguro que no te apetece si te doy un masaje?».

Es también coerción hacer hincapié en los tiempos cuando estás en un momento en el que no te apetece, por la razón que sea: «¿Crees que esta noche te vas a sentir con ganas?», «No puedo esperar a que se te pase esta etapa tan rara», «Llevamos mucho sin tener sexo, me cuesta cuando pasa tanto tiempo»…

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O como chantaje emocional: «Las parejas tienen sexo, si no vamos a hacerlo deberíamos terminar», «Lo necesito ahora», «Si no tienes ganas conmigo debe ser porque me estás engañando y estás poniéndome los cuernos con otros»

Y, por supuesto, otro factor coercitivo es apelar a la culpabilidad de estar en deuda con la otra persona: «¿Cómo que no quieres? Es San Valentín», «No creo que me quieras tanto como dices» o «Tienes suerte de que siga contigo, podría estar buscando sexo fuera de la relación».

A modo de friendly reminder, quiero repetir que tenemos el derecho de decidir cuándo nos apetece tener sexo y un «no» debería ser siempre respetado, venga en la manera que venga, ya sea expresado alto y claro o en forma de lenguaje corporal.

Se puede cambiar de idea y que el deseo se reactive, claro, la diferencia es que la decisión parte de ti, mientras que todas las estrategias que busquen convertir nuestra falta de ganas en un «sí» son coerción.

Que no se nos olvide que el sexo no es algo que se hace, es algo que se comparte.

Mara Mariño

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Conoces los ‘love language’ pero ¿y tu ‘sex language’?

Si los lenguajes del amor son las manifestaciones de nuestros sentimientos hacia la otra persona, tenía todo el sentido del mundo que existieran también los lenguajes del sexo.

O, quizás más que cómo expresar el sexo en sí, podríamos definirlos como las diferentes formas en las que expresamos el deseo.

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Y serían algo que deberíamos conocer en cuanto nos planteamos tener intimidad física, pero como tampoco suelen estar en las conversaciones, terminan por ser un misterio.

Al igual que hay personas que se sienten queridas a través del afecto físico u otras mediante compartir tiempo de calidad, comunicar nuestras ganas también puede adoptar diferentes formas.

Por eso, cuando hay un problema a la hora de entenderse a nivel íntimo, bien merece la pena analizar si lo que pasa es que estamos hablando lenguajes del deseo diferentes.

Puede que, por mucho que te esfuerces, la demostración de tus encantos no surta ningún efecto aparente.

Quizás mueves la cabeza como Chanel en SloMo o desfilas en una colección de lencería digna de un desfile de Rihanna.

Esas acciones, o las que se te vengan a la cabeza, las llevas a cabo porque te hacen sentir en contacto con tu lado más erótico y con la confianza a tope.

En definitiva, son las que la otra persona interpreta como una señal luminosa de que tu cuerpo pide fiesta.

Pero cuando no tienen la respuesta que esperas, esa de que se abalance como león en la sabana, puedes llegar a plantearte -más que achacarlo a vuestra diferencia entre estímulos eróticos-, si eres tú que no le gustas.

Por llevarle la contraria a esa inseguridad intrusiva, déjame tranquilizarte: lo más probable es que tu pareja no sienta ni un poco de excitación por esas tácticas si no son las que tiene erotizadas.

Cómo despertar los respectivos deseos: el punto medio

Así que ante la duda, nada como preguntar, tomar nota y llevarlo a cabo en el futuro.

Porque, a diferencia de lo que se cree, la compatibilidad no nace, es algo que se trabaja en equipo.

Quizás lo que le gusta a tu acompañante es un acercamiento más directo, sin parafernalia, o uno que tenga relación con alguna preferencia sexual, como los juegos de rol o el voyeurismo, por poner unos ejemplos.

Las opciones son tan variadas como los gustos de cada persona.

Pero, una vez roto el hielo del sex language, es el momento de hablar del tema para identificar qué funciona como gatillo erótico del otro.

Se puede empezar la conversación con un refuerzo positivo, el del gran beneficio que reporta mantener la charla sobre cómo hacer la aproximación y preguntar a la otra persona si estaría abierta a ello.

No es otra cosa más que mostrar interés en sus gustos (y compartir los propios).

¿Significa eso que, una vez conociendo qué despierta el deseo, toca decirle adiós a la forma en la que lo manifestabas hasta ese momento?

No, seguramente habrá habido ocasiones donde sí has podido despertar interés erótico, pero debes tener en consideración sus códigos. Ante la duda, también puedes hablar de cómo incorporarlos.

Además, recuerda que lo que te estimula ahora puede cambiar con el tiempo: la sexualidad es plástica, así que lo importante es ir hablándolo y mantener la intimidad al día.

Es como elegir una película: tu género favorito puede ser el suspense y el de tu pareja el drama. Habrá momentos en los que quieras ver una película de suspense en concreto porque es buena, te apetece y te gustaría que la viera contigo.

Una ocasión en la que tu pareja se sentará en el sofá, la verá contigo y, aunque no sea su estilo, puede que incluso le guste también.

En realidad, lo que muchas veces quiere es ver una película en tu compañía, y le dará igual el título que hayas escogido. Con el sexo pasa un poco lo mismo.

Mara Mariño

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La importancia de educar en que los besos deben ser algo deseado

Hace unos veranos, saliendo de festival con amigos de la universidad, uno de ellos encontraba especialmente divertido besarnos en la boca a las chicas del grupo.

Incluso diciéndole que no queríamos que se repitiera, él seguía con una actitud desenfadada sin entender por qué nos enfadábamos al respecto cuando no lo hacía con mala intención, sino «de broma».

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Lo que era incapaz de entender es que, por mucho que para él fuera algo con lo que divertirse sin mayor importancia, el hecho de que lo hiciera de repente y no lo viéramos venir, ni pudiéramos zafarnos de ello porque se aprovechaba de la distracción de la música y el baile, era que a nosotras nos producía incomodidad su presencia.

Y sobre todo nos hacía preguntarnos dónde quedaba nuestro deseo en todo esto.

Mi examigo había crecido con una infancia llena de películas donde los protagonistas masculinos besaban sin consentimiento a las princesas (Blancanieves, La bella durmiente…) y, en su adolescencia, con esas frases de Tuenti de «Los besos no se piden, se roban».

Su ‘juego’, su ‘broma’, nos tuvo a varias en alerta durante toda la noche, así como cargarnos con la frustración que supuso tener la conversación con él y que no le diera validez a cómo nos habíamos sentido.

No entendía que besar es algo que tiene que ser recíproco, porque si no va en dos direcciones, puede ser molesto y hasta embarazoso si encima cuenta con espectadores.

Así que, desde que vi el beso que le dio Luis Rubiales le dio a Jenni Hermoso (y la polémica derivada de él), no dejo de pensar en las similitudes entre ambos casos.

El denominador común es que son hombres que, en plena situación de celebración pública, han dado rienda suelta a su emoción con un contacto físico íntimo sin tener en cuenta que la otra persona no quería recibirlo.

Hombres que, una vez se les ha criticado ese comportamiento, se han exculpado diciendo que era algo de poca importancia, quitándole peso a una situación que ha provocado un malestar, empañando un momento de disfrute.

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De nada nos sirve que se nos eduque en expresar nuestros intereses, en apropiarnos de nuestra sexualidad y vivirla libremente si, de la mano, no se educa en el consentimiento y en el deseo.

Quiero recordar que eximir de su responsabilidad a quien ha cometido una agresión sexual (ya sea un beso, tocamiento, etc) forma parte de la cultura de la violación, la aceptación o normalización de abusos hacia las mujeres como algo inevitable en la sociedad.

Sumarse a la conversación mostrando tolerancia cero o implicarse en que no haya impunidad a quienes la ejercen son fundamentales para combatirla, de ahí que sean vitales las consecuencias: quienes cometen estas agresiones deben pagar por ello.

Porque mientras no se enseñe que los besos deben ser algo que solo se puede dar a quien quiera recibirlos, muchos seguirán pensando que las mujeres estamos ahí para ser besadas cuando quieran.

Mara Mariño

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3 claves para que el verano en familia no sea incompatible con el sexo

El verano es una de las mejores épocas del año para tener sexo… Si no tienes vacaciones en familia.

Da igual que la vitamina D que producimos por la exposición solar nos haga tener más deseo o que la rutina vacacional nos permita ir con más calma.

Si compartes días con padres, primos, hijos, abuelos, etc, las oportunidades de coincidir íntimamente pueden caer en picado.

verano familia sexo

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Lo cierto es que en esas escapadas en las que te encuentras pared con pared, lo que menos te apetece es tener algo de acción (aunque sea lo más normal del mundo).

Y, sin embargo, el sexo es uno de los alicientes de las vacaciones según ha revelado el XI Barómetro de Control Los españoles y el sexo.

En cuanto a divisiones de edad, los adultos de edades comprendidas entre los 42 y 58 años son quienes, según el estudio con un 70%, otorgan más importancia al sexo.

Ahora que ya tenemos la confirmación oficial de que nuestros padres no solo tienen sexo, sino que disfrutan de él, la psico-sexóloga y colaboradora de Control, Lara Castro- Grañén da tres consejos para mantener esa vida sexual activa.

En el momento en el que el espacio y tiempo son dos factores compartidos por todos los miembros de la familia, la experta recomienda planificar el encuentro.

«Programar con tu pareja un rato para los dos no significa que todo tenga que estar planificado, se trata de encontrar momentos de intimidad en los que podáis estar a solas», explica.

Al tener ese rato sin distracciones, es más fácil relajarse y «crear el ambiente de complicidad que pueda dar paso a disfrutar de un sexo de calidad y placentero».

Además, es tanto o más satisfactorio que el sexo espontáneo.

El poder de conquistar y jugar

Otra recomendación de la psico-sexóloga es no dar por sentada la conquista, sino trabajar en la seducción como parte de la interacción sexual, que no empieza en la cama, sino mucho antes.

«Buscar el momento para tener de nuevo una primera cita, tener sexo en la playa, en un mirador viendo una bonita puesta de sol…», sugiere.

«Pensar en nuevas prácticas o apostar por cumplir deseos inexplorados es el comienzo para disfrutar de una vida sexual apasionante y llena de crecimiento erótico», explica Lara Castro- Grañén.

Y, para terminar, darle rienda suelta a la creatividad haciendo que la experiencia sea más variada con terceros (no, no es que tus padres se monten una fiesta sexual con el vecino de al lado. O sí…).

Pero usar juguetes, geles u otros productos -hay que asegurarse de meterlos en la maleta antes-, es algo que hace que el encuentro sea aún más memorable.

«Además de suponer una chispa de novedad que puede avivar y aumentar la pasión, algunos productos pueden mejorar la calidad de tus relaciones sexuales hasta el punto de aumentar las sensaciones para experimentar el orgasmo», afirma la profesional.

Mara Mariño

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En verano aumenta el deseo sexual, ¿mito o realidad?

Que el sexo va por épocas es algo que noto especialmente en invierno, cuando las temperaturas hacen que me dé frío tan solo la idea de quitarme un calcetín (y ya ni hablamos del resto de prendas).

Pero lejos de los meses más fríos del año, el verano tiene la fama contraria, la de ser la estación del año dorada para la vida sexual.

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Es algo que se podría achacar perfectamente a la subida en el termómetro, que hace que surjan más planes al aire libre, lo que se traduce en que seamos más sociales y nuevas personas despierten el deseo.

También está el crucial papel de las vacaciones: momento del año en el que la rutina no está marcando cada hora del día y permite improvisar un polvo en cualquier momento (¿mi favorito? El de postsiesta).

No me puedo olvidar del romanticismo de irte de festival y encontrarte con una mirada entre el gentío, cuando suena C. Tangana, el de coincidir todo el rato con esa persona en el bar del hotel o volver a tu pueblo a reencontrarte con tu crush de la infancia.

Sea como fuere, en verano es cuando, por fin, podemos desprendernos del estrés por la carga laboral, uno de los mayores terroristas de la libido.

Con todas estas razones, nadie pondría en duda que durante la etapa de desconectar se vea tan beneficiada nuestra vida íntima.

Pero estos no son los únicos factores, parece que además del factor social, hay una explicación biológica que también le daría la razón a esta teoría de que el verano es la época sexual del año.

Libido y vitamina D

Que Sonia y Selena cantaran la estrofa «cuando llega el calor los chicos se enamoran» podría haber sido inspirado por el efecto de la vitamina D en el cuerpo.

Esta vitamina, que la producimos cuando la piel se expone a la luz solar, está muy relacionada con la sexualidad según los estudios de la Universidad Médica de Graz, en Austria.

Los resultados de sus análisis les hicieron sostener que, en el caso de los hombres, esta vitamina ayuda a generar más nivel de testosterona y aumenta calidad y movilidad de los espermatozoides.

Que igual contado así no sientes que sea especialmente relevante, pero piensa que es la responsable de provocar y mantener las erecciones.

¿A que ahora te apetece tomar más el sol?

Por otro lado, en el caso de las mujeres, unos bajos niveles de vitamina D son los que se relacionan con bajo deseo sexual, poca excitación, escasa lubricación, dificultades a la hora de alcanzar el orgasmo y, en definitiva, baja satisfacción sexual.

Así que no solo el verano es la ocasión de reactivarse sexualmente, sino de aprovechar que los encuentros íntimos son, desde el punto de vista del placer, de tan buena calidad.

Mara Mariño

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¿Son los afrodisíacos reales?

Has oído hablar de las ostras, las fresas con chocolate y hasta del cava como supuestos potenciadores del deseo.

Pero, ¿y si esas características casi mágicas que se relacionaban con ellos son falsos y todo queda en una mera sugestión?

pareja comiendo

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Para Valérie Tasso, escritora y sexóloga colaboradora con LELO, esta asociación entre los alimentos y su supuesta capacidad de disparar el deseo se trata más de una relación etimológica que de una causa-efecto.

«Vainilla y vagina tienen la misma raíz etimológica. Se dice que la vainilla es un afrodisiaco, pero es una conexión más simbólica por la asociación de ideas».

No es el único ejemplo que pone la sexóloga. Sucede también con «cualquier elemento fálico un poco exótico, como por ejemplo el polvo de cuerno de rinoceronte».

Y sin embargo, aunque los expertos ponen entredicho estos ‘superpoderes’, según la encuesta que realizó la marca sueca de juguetes sexuales, el 40% de los españoles sí creían firmemente en que ciertos alimentos serían afrodisíacos.

Así como la asociación con el falo del cuerno se puede aplicar a la asociación con la vulva de las otras, otro caso que apunta la sexóloga, sí merece la pena hablar de si hay alguna ciencia detrás de todo esto de la comida y la libido.

Aquí entraría la gastrosexología, una disciplina que ha empezado en España hace unos años y analiza el comportamiento de personas que encuentran placer excitándose al ver comer a su pareja o comiendo juntas.

Aunque también para la gastrosexología, se trataría solo de un placebo el hecho de mitificar ciertos alimentos.

La conclusión que saco es que quizás pensábamos todo este tiempo que lo afrodisíaco era la comida, cuando se trataba del contexto de sentarse a la mesa con esa persona que nos revoluciona las hormonas.

Y también por la intimidad, cargada de tensión sexual, de que las citas suelan involucrar una comida o una cena, y son el caldo de cultivo perfecto para la expectativa de lo que puede suceder a continuación.

Entonces, ¿todo era mentira?

Sí y no. Así como el poder de los alimentos no es real, siempre habrá quien encuentre excitación en ellos.

Y no hay mejor ejemplo que la práctica del sploshing, que consiste en untarse de comidas pringosas, como espaguetis, salsas o nata montada.

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Y que, siempre nos quedará, más que un afrodisíaco, el picante, que va muy bien para la circulación de la sangre porque es un vasodilatador, al igual que el vino tinto…

Así que contar con ellos en tu próxima comida no te cuesta nada.

Mara Mariño

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Los hombres siempre tienen ganas, ¿mito o realidad?

Creo que no fue hasta que estuve en mi primera relación de pareja larga que me di cuenta de lo extendida que estaba la idea de que los hombres siempre tienen que tener ganas de sexo.

Es más, hablándolo con la sexóloga Sara Izquierdo en el podcast que hemos empezado en Spotify (Zorras y Lagartas, para quien le interese saber más de sexualidad), me comentaba que una de las razones es la diferencia que existe entre la forma de originarse el deseo entre hombres y mujeres.

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Según la experta, mientras que los hombres tienen un deseo más espontáneo, para las mujeres es un estímulo que se debe ir construyendo, de ahí que surja esa creencia de que ellos siempre tienen ganas.

Quizá en encuentros esporádicos o relaciones casuales, que se dé una ocasión de falta de sincronización entre los deseos de ambos, es más complicado porque los momentos en los que se coincide son menores.

Aunque incluso en esos casos es probable que se puedan dar.

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Por otro lado está también la masculinidad hegemónica, que sostiene la idea de que un ‘auténtico hombre’ (lo entrecomillo para que se entienda la ironía) siempre tiene que estar listo y dispuesto a un buen meneo, de lo contrario se pone en duda su virilidad.

Sin embargo es algo que causa mucho agobio porque, en contra de lo que podamos pensar, a ellos también les cuesta decir que no.

Además de que tampoco se les enseñan las herramientas para hacerlo de una manera asertiva, lo que les queda es la presión social.

Especialmente cuando se encuentran con parejas que comparten esta idea, originada por la expectativa universalmente aceptada de que quieren hacerlo en cualquier momento y con cualquier persona.

Normalizar los altibajos del apetito sexual

Cuando preguntas por el tipo de reacciones que suelen encontrar a la hora de decir que no tienen deseo en ese momento, suelen englobarse en tres grandes grupos.

Por un lado hay quienes se encuentran ante una búsqueda de explicaciones (preguntas como «¿Por qué no?»), es habitual también una reacción de sorpresa o incluso de enfado («¿Es que no te gusto?»).

Una serie de reacciones que confluyen en su origen: por la expectativa social y por cómo creemos que funciona el apetito sexual masculino, no estamos acostumbradas a que nos rechacen.

Sin embargo lo más normal del mundo es que el deseo atraviese momentos altos y otros bajos.

Estrés, depresión, hiperestimulación desde la mañana a la noche por las imágenes eróticas que están al alcance (pornografía, por ejemplo), ansiedad, mala alimentación o una vida sedentaria son algunas de las razones que pueden influir en el deseo sexual.

O, simple y llanamente, que no apetezca y punto.

Así que además de confirmar que se trata de un mito la idea de que el deseo es siempre el mismo, recordar lo importante que es para quien no quiere en ese momento hacer nada más, sacar el tema.

Porque tener la conversación es normalizar algo tan común como son unas ganas que varían.

Mara Mariño

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Sí, el autoplacer puede ser parte de tu rutina (y así te beneficia)

Hay momentos del año que van ligados a proponerte adquirir nuevas rutinas. Por ejemplo, en cuanto empieza el año te propones comer más sano y siempre después de la limpieza bucal te autoconvences de que esta vez sí cumplirás lo de pasarte el hilo dental.

Comer más sano, dejar de fumar, andar más pasos al día, leer al menos un libro al mes… Pero ninguno de esos hábitos está relacionado con el placer.

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WOMANIZER

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Es más, casi que nos dan escalofríos si oímos las palabras ‘sexo’ y ‘rutina’ en la misma frase. Y, sin embargo, mantener cierta frecuencia a la hora de disfrutarse por cuenta propia tiene un montón de ventajas.

Fíjate si es importante dedicarle su tiempo que mayo es conocido como el mes de la masturbación femenina (y es algo de lo que hablo mucho en mi nuevo podcast, sí, ¡ahora tengo un podcast!).

Primero porque si lo integras en tu día a día tienes la excusa para dedicarte ese tiempo a explorarte -algo que quizás antes no te sentías tan cómoda de hacer porque quizá antes vivías tu sexualidad como un tabú-.

También porque es una manera de mantener tu deseo sexual activo, lo que te hace tener una actitud sana y positiva hacia ti misma.

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Según la marca Womanizer es hasta una muestra de amor propio porque prioriza las necesidades individuales que nos empodera y permite expresarnos sexualmente, lo que nos da confianza en cualquier experiencia y mejora nuestro bienestar emocional y mental.

Y, al igual que cualquier otro hábito, dedicarse a trabajarlo es tan sencillo como buscar ese rato para una misma.

Cómo construir el hábito

Aunque la marca ha desarrollado una guía llena de sugerencias para dar comienzo a esa nueva rutina y convertirla en parte de la jornada.

En su lista de sugerencias se encuentra desde programar el momento a crear el espacio, pero también el uso de lubricante, exploración de distintas zonas erógenas, juguetes sexuales, escribir las fantasías para saber qué nos gusta, leer literatura erótica

No faltan tampoco sugerencias más ligadas a la concepción de la sexualidad que a la masturbación per se:afirmaciones positivas que fomenten el auto-amor y la confianza, practicar la atención plena o la meditación para conectar con el cuerpo y la respiración, centrarse en el placer sin la expectativa del orgasmo, perdonarse ante cualquier sentimiento o pensamiento negativo
que pueda surgir o celebrar y honrar el cuerpo y el placer, sin vergüenza ni culpa.

Así que, ahora que tienes todas las claves para hacer de esto una costumbre, ¿a qué esperas?

Mara Mariño

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La ocurrencia de los abogados de Dani Alves que ‘demostraría’ el consentimiento es ridícula

Cada caso relativo a un abuso sexual es una caja de sorpresas. Nunca sabes qué argucia va a sacar la defensa del acusado para eximirle de su responsabilidad como agresor.

Como por ejemplo la de 1999, año en el que el Tribunal Supremo italiano dictaminó que una violación donde la víctima llevaba vaqueros, no se podía considerar violación por lo difícil que resulta quitar esa prenda.

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PEXELS

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Pero no tenemos que remontarnos tanto en el tiempo.

Ahora mismo, en pleno 2023, el caso de Dani Alves ha tomado un nuevo giro.

Su equipo de abogados se agarra a que, viendo las pruebas médicas (o más bien la ausencia de lesiones en la vagina de la víctima), habría habido flujo vaginal.

Según ellos, la señal de que hubo una excitación que invalidaría que se tratara de una violación.

Un razonamiento tan surrealista que he querido poner antes el de los pantalones vaqueros para ilustrar el problema que veo entre ambos procesos judiciales: nunca es el violador, siempre son las víctimas.

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Pero, ¿cómo puede ser que lleguemos al punto de mirar con lupa -casi literalmente-, unos genitales y lanzar hipótesis al tuntún antes que creer un testimonio de una agresión sexual?

Sobre todo cuando, por muy expertos que sean en materia de abogacía tienen entre cero y ningún conocimiento de fisiología del aparato reproductor femenino.

Como el bioquímico Pere Estupinyà explicaba en su libro, S=EX2: La Ciencia del Sexo: «Los genitales pueden reaccionar a estímulos que la mente no interpreta ni experimenta como excitantes y no ser conscientes de ello».

Es decir, que un roce, un beso o un acercamiento –incluso forzados-, tienen la posibilidad de generar una respuesta física que no tiene por qué corresponder con un deseo ni un consentimiento.

 

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De hecho, más allá de cómo nuestro cuerpo contesta, si nos ponemos a analizar el ‘comportamiento’ del flujo vaginal, que haya más o menos (o ninguno) es algo que también va variando.

Hay momentos del mes que, en función de la fase del ciclo menstrual y su correspondiente respuesta hormonal, la vagina puede ser un secarral o estar lubricada hasta el punto de que traspase las bragas.

Y es otra respuesta fisiológica incontrolable que nada tiene que ver con la excitación (o falta de esta).

La conclusión que saco de esta maniobra de los defensores del futbolista, es que parece que la lista de requisitos para no ser violada continua creciendo.

No te maquilles, no te pongas esa falda corta, no lleves tacones, no coquetees, no bebas, no vayas sola, no salgas de noche, y, desde hoy, no lubriques, que como tengas la mala suerte de que ese día te pase algo, va a tirar por tierra tu denuncia de que no fue consensuado el asunto.

Todo para obviar que el verdadero problema no somos las víctimas, cómo vestimos o por dónde vamos. El único factor del que depende una violación es un violador.

Si algo manifiesta la excusa de los vaqueros o la del flujo vaginal es que en 24 años habrán cambiado muchas cosas, pero la Justicia sigue siendo la misma: patriarcal.

Mara Mariño

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