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La limerencia o ‘enfermedad del amor’ se ceba con las mujeres (y esta es mi teoría)

Existe un fenómeno que, creo, casi todas hemos experimentado. Comienza cuando en la aplicación de conocer gente de turno (o en Instagram) haces match con alguien que te parece puro potencial.

Empezáis a hablar un poco y, cuando te quieres dar cuenta, estás enganchada a su chat. Miras si está en línea, esperas a que te conteste y cada pequeña interacción es, para ti, la prueba de que estáis hechos el uno para el otro.

«Eso es amor», piensas.

mujer teléfono

PEXELS

(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)

Pero por desgracia, como te das cuenta más tarde, ni eran los fuegos artificiales que esperabas ni unas tristes chispas. Por ser, no era nada.

Sin embargo a ti te lo parecía todo, ¿por qué?

Tengo varias teorías que cobran todo el sentido del mundo cuando recuerdo que la experiencia de la limerencia, lo que se conoce como ‘enfermedad del amor’ (aunque suena un poco extremo), afecta en su mayoría a mujeres.

Caemos como moscas en ese estado mental involuntario -que comienza con la atracción romántica-, por quien sentimos una necesidad inexplicable de ser correspondidas.

Y que, para rematar, como toda buena fijación, idealizamos a quien está al otro lado de la pantalla.

Ya podemos estar hablando con la persona más normal del mundo, que lo veremos como el ser humano más increíble que ha pisado el planeta tierra.

Creo que el hecho de que las mujeres seamos las eternas cuidadoras, hace que soñemos con alguien a nuestro lado que nos cuide y nos quiera (lo cual nos merecemos).

Así que, ante la posibilidad de que sea con quien estamos hablando, creamos esa persona que cubra nuestros deseos.

Mis casos de limerencia no han sido muchos, pero generalmente se han dado después de llevar un tiempo soltera, cuando sentía que estaba preparada para empezar una relación de pareja.

Puede que yo lo estuviera, pero quien hablaba conmigo no se encontraba en ese punto para nada. De hecho, ni en el punto de tener los modales de contestar mis mensajes.

Después de varios días sin entrar a la aplicación, que por fin me dijera algo, era como la prueba de que esa vez sí iba a arrancar la conversación e íbamos a terminar quedando.

La distorsión de la realidad ante cualquier pequeño gesto hacia mí, empezaba a surtir efecto.

Querer que nos quieran

Al igual que los pensamientos intrusivos de que quizás había dicho algo malo o no le parecía lo bastante interesante. Aquello iba acrecentando el miedo al rechazo. ¡Y sin habernos conocido!

Pero nada de eso se lo comunicaba, como las mujeres somos educadas en no ser intensas, en no molestar y guardarnos los sentimientos, yo iba alimentando todo eso a la vez que me formaba fantasías de cómo iba a ser la cita perfecta (que nunca tendríamos) o nuestro futuro (que nunca llevaría).

Otra de las razones por las que creo que somos más susceptibles a experimentar la limerencia es porque, en el cortejo, se nos asigna el rol de la pasividad.

Esperamos eternamente en vez de tomar la iniciativa o expresar lo que queremos y salir de dudas, aunque impliquen leer algo que no queremos.

Además, en ese momento puedes llegar a sentirte muy sola porque, cuando tus amigas te dicen que estás poniendo en un pedestal a quien no conoces de nada -a ellas no les afecta el hechizo de esa distorsión de realidad-, nos sentimos incomprendidas.

No me olvido del problema que supone que, desde pequeñas, nos meten por activa y por pasiva, que lo importante es la opinión masculina, porque la validez como mujeres solo la tenemos si nos aman, si mantenemos el interés de un hombre.

Hasta el punto de que no estar en pareja es un fracaso. Sí, aunque seas Dua Lipa y hayas ganado más de 120 premios, lo que los medios resaltarán es que has perdido a un «novio guapísimo».

Si a eso le añadimos los mitos del amor romántico, que nos enseñan que incluso la persona que nos trata peor merece amor (la verdadera lección que saqué de La Bella y la Bestia), ¿cómo no vamos a montarnos la película de confiar que estamos ante alguien que nos va a hacer felices por el resto de nuestra vida?

Limerentes o no, en nuestra mano está dejar de ensalzar lo más mínimo. Y, por mucho que suene ácido, pensar que nadie es especial hasta que demuestre lo contrario.

Pero, sobre todo, mucho amor propio por ti misma, que va desde saber lo que vales hasta ver con realismo afectivo las muestras de tiempo y cariño hacia tu persona.

Mara Mariño

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La tensión sexual está infravalorada (pero ‘Bridgerton’ lo soluciona)

Ha pasado más de un mes desde que me terminé Bridgerton. De esa fantasía en colores pastel, inglés pomposo y tensión sexual constante.

Porque sí, la serie ha dejado muchas críticas a su paso (la mía incluida), pero hay algo que ha hecho estupendamente. No hay casi sexo, pero se siente el deseo todo el tiempo.

Y la prueba es que, una de las cosas que más se han comentado eran los momentos en los que las miradas de los protagonistas se congelaban, era la respiración.

NETFLIXES

(Inciso: ¿no me sigues en Instagram? ¡Pues corre!)

Ay… La respiración. Conforme la tensión entre ambos aumentaba, aquello parecía casi una sinfonía de jadeos.

Lo mejor es que a distancia, sin tocarse y aún con toda la ropa puesta, eran capaces de transmitir esas ganas de arrancársela.

Las escenas de sexo han sido contadas -no sé por qué hablo en plural si solo ha habido una-, pero durante toda la serie se ha mantenido el suspense por la atracción entre ellos.

Y puede que en las lujosas fiestas o los vestidos no me sienta identificada. Pero sí en lo que es que tu mano se tropiece con la suya echando una partida al billar.

En una mirada que va de punta a punta del salón cuando estás de fiesta en una casa y lleva un mensaje implícito. «Te lo haría aquí mismo».

Porque esa respiración, nos ha pillado en algún momento. Quizás después de un morreo con lengua, al estilo quinceañero, que te siguen encantando cuando tienes el doble de edad.

Justo en el momento en el que reparas que estás en medio de un parque lleno de gente o un concierto y no puedes desatar los impulsos que aprietan la cremallera del pantalón.

Ahí la respiración es tan pesada como en la serie. Tu cuerpo ya está hiperventilando tras la señal sináptica de que, vas a recibir más sangre, para lo que viene a continuación.

Solo que, al estar en un sitio público, toca controlarte. Respirar hondo y esperar.

La serie consigue lo mismo. Nos lleva tan al límite, que cuando por fin Anthony y Kate se acuestan (que por cierto, bien que el sexo oral sea la estrella de la escena), hemos tenido tanta tensión sexual no resuelta que apenas le damos importancia a ese momento.

Todo lo que ha habido antes entre ellos, el morbo de saber que controlan unas ganas irrefrenables, hace que recuerde que el sexo es genial, pero la anticipación, es mejor.

Construir el deseo puede empezar por un mensaje en Instagram, una conversación de WhatsApp. Y luego continúa con una conversación infinita con una cerveza, y otra. Pides una ración de bravas y pinchas la que tiene más salsa.

Se te resbala por el labio, la retiras. Le miras a los ojos y la conversación se entrelaza porque te das cuenta que su opinión te fascina. Y es como si los cerebros se besaran.

Porque al final, es el mayor órgano sexual del cuerpo y no hay nada como excitarlo con estos preliminares, cargados de excitación, que se pueden hacer a plena luz del día.

Mara Mariño

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Somos más guapos con mascarilla y este estudio lo confirma

Hace unos días, en un monólogo, el cómico nos hacía reír con una verdad universal que ha dejado la pandemia: todos somos guapos de ojos.

La primera vez que te ven sin la mascarilla, asumes que puedes provocar desde un pequeño susto a una agradable sorpresa.

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Para nosotras siempre había sido el maquillaje, para ellos la barba, y para todos por igual, el beneficio estético de la mascarilla de resaltar una parte de nuestro rostro a la que solemos prestarle mucha atención.

Es más, «en los ojos» es una de las respuestas más típicas cuando preguntas qué es en lo primero que solemos fijarnos cuando conocemos a alguien.

Así que tiene todo el sentido del mundo que, quitando el resto de rasgos de la ecuación, quede la mirada como protagonista cuando llevamos la cara tapada.

Y se convierta, por supuesto, es una prolongación de lo que nos imaginamos que acompañan unos ojos tan impactantes (porque puestos a fantasear…).

También es verdad que, en el momento de sentarse en el bar y quitársela para tomar algo, se pierde parte del encanto.

No porque la otra persona sea siempre poco agradable a la vista (que algo bonito todos tenemos), sino porque nuestra imagen fantasiosa ha sido otra, simplemente eso.

Aunque claro, también hay personas que pueden llegar a aprovecharse de esto y utilizar la imagen de alguien con mascarilla para cambiar de identidad en una aplicación de ligar.

Es lo que reivindica el concepto «Magikkun», una palabra que viene de Corea del Sur que podría equivaler al «Maskfishing» y se refiere a las personas llevando mascarillas en sus fotos de aplicaciones de ligar.

Y es que se ha vuelto muy popular llevar el complemento sanitario hasta en la foto de perfil, lo que ha llevado a que las propias apps prohíban este tipo de imágenes.

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El fenómeno de que aumente el nivel de atractivo ha sido hasta estudiado por la Universidad de Cardiff.

En un estudio reciente descubrieron que aquellas personas con mascarilla, antes asociadas al virus, estaban ahora vistas como más atractivas que las que no llevan.

Además de potenciar los ojos, hay algo que nos aporta la mascarilla después de dos años de pandemia: seguridad.

Nuestro subconsciente nos dice «Eh, lleva mascarilla, a lo mejor no baja la tapa del váter pero se preocupa por el virus, merece la pena». De ahí que dentro de las mascarillas, en el estudio salieran las quirúrgicas azules como las más valoradas.

Así que si unimos que nuestro cerebro hace de las suyas para rellenar la parte que queda oculta -y además se esmera en crear una cara bonita- y que sin darnos cuenta ya le estamos dando puntos extra, el resultado es que nos montamos que la otra persona nos va encantar.

De ahí que el magikkun esté cobrando fuerza. Que no está mal que el crush virtual aparezca en alguna foto con ella puesta, pero al final quieres saber con quién estás quedando (por mucha pandemia que haya).

Porque si luego en persona no se la quita, vas a tener siempre la duda de si realmente has quedado con «Jason, británico, 32 años, amante del surf y vegano» o con su compañero de piso.

Duquesa Doslabios.
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