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La tensión sexual está infravalorada (pero ‘Bridgerton’ lo soluciona)

Ha pasado más de un mes desde que me terminé Bridgerton. De esa fantasía en colores pastel, inglés pomposo y tensión sexual constante.

Porque sí, la serie ha dejado muchas críticas a su paso (la mía incluida), pero hay algo que ha hecho estupendamente. No hay casi sexo, pero se siente el deseo todo el tiempo.

Y la prueba es que, una de las cosas que más se han comentado eran los momentos en los que las miradas de los protagonistas se congelaban, era la respiración.

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Ay… La respiración. Conforme la tensión entre ambos aumentaba, aquello parecía casi una sinfonía de jadeos.

Lo mejor es que a distancia, sin tocarse y aún con toda la ropa puesta, eran capaces de transmitir esas ganas de arrancársela.

Las escenas de sexo han sido contadas -no sé por qué hablo en plural si solo ha habido una-, pero durante toda la serie se ha mantenido el suspense por la atracción entre ellos.

Y puede que en las lujosas fiestas o los vestidos no me sienta identificada. Pero sí en lo que es que tu mano se tropiece con la suya echando una partida al billar.

En una mirada que va de punta a punta del salón cuando estás de fiesta en una casa y lleva un mensaje implícito. «Te lo haría aquí mismo».

Porque esa respiración, nos ha pillado en algún momento. Quizás después de un morreo con lengua, al estilo quinceañero, que te siguen encantando cuando tienes el doble de edad.

Justo en el momento en el que reparas que estás en medio de un parque lleno de gente o un concierto y no puedes desatar los impulsos que aprietan la cremallera del pantalón.

Ahí la respiración es tan pesada como en la serie. Tu cuerpo ya está hiperventilando tras la señal sináptica de que, vas a recibir más sangre, para lo que viene a continuación.

Solo que, al estar en un sitio público, toca controlarte. Respirar hondo y esperar.

La serie consigue lo mismo. Nos lleva tan al límite, que cuando por fin Anthony y Kate se acuestan (que por cierto, bien que el sexo oral sea la estrella de la escena), hemos tenido tanta tensión sexual no resuelta que apenas le damos importancia a ese momento.

Todo lo que ha habido antes entre ellos, el morbo de saber que controlan unas ganas irrefrenables, hace que recuerde que el sexo es genial, pero la anticipación, es mejor.

Construir el deseo puede empezar por un mensaje en Instagram, una conversación de WhatsApp. Y luego continúa con una conversación infinita con una cerveza, y otra. Pides una ración de bravas y pinchas la que tiene más salsa.

Se te resbala por el labio, la retiras. Le miras a los ojos y la conversación se entrelaza porque te das cuenta que su opinión te fascina. Y es como si los cerebros se besaran.

Porque al final, es el mayor órgano sexual del cuerpo y no hay nada como excitarlo con estos preliminares, cargados de excitación, que se pueden hacer a plena luz del día.

Mara Mariño

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Somos más guapos con mascarilla y este estudio lo confirma

Hace unos días, en un monólogo, el cómico nos hacía reír con una verdad universal que ha dejado la pandemia: todos somos guapos de ojos.

La primera vez que te ven sin la mascarilla, asumes que puedes provocar desde un pequeño susto a una agradable sorpresa.

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Para nosotras siempre había sido el maquillaje, para ellos la barba, y para todos por igual, el beneficio estético de la mascarilla de resaltar una parte de nuestro rostro a la que solemos prestarle mucha atención.

Es más, «en los ojos» es una de las respuestas más típicas cuando preguntas qué es en lo primero que solemos fijarnos cuando conocemos a alguien.

Así que tiene todo el sentido del mundo que, quitando el resto de rasgos de la ecuación, quede la mirada como protagonista cuando llevamos la cara tapada.

Y se convierta, por supuesto, es una prolongación de lo que nos imaginamos que acompañan unos ojos tan impactantes (porque puestos a fantasear…).

También es verdad que, en el momento de sentarse en el bar y quitársela para tomar algo, se pierde parte del encanto.

No porque la otra persona sea siempre poco agradable a la vista (que algo bonito todos tenemos), sino porque nuestra imagen fantasiosa ha sido otra, simplemente eso.

Aunque claro, también hay personas que pueden llegar a aprovecharse de esto y utilizar la imagen de alguien con mascarilla para cambiar de identidad en una aplicación de ligar.

Es lo que reivindica el concepto «Magikkun», una palabra que viene de Corea del Sur que podría equivaler al «Maskfishing» y se refiere a las personas llevando mascarillas en sus fotos de aplicaciones de ligar.

Y es que se ha vuelto muy popular llevar el complemento sanitario hasta en la foto de perfil, lo que ha llevado a que las propias apps prohíban este tipo de imágenes.

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El fenómeno de que aumente el nivel de atractivo ha sido hasta estudiado por la Universidad de Cardiff.

En un estudio reciente descubrieron que aquellas personas con mascarilla, antes asociadas al virus, estaban ahora vistas como más atractivas que las que no llevan.

Además de potenciar los ojos, hay algo que nos aporta la mascarilla después de dos años de pandemia: seguridad.

Nuestro subconsciente nos dice «Eh, lleva mascarilla, a lo mejor no baja la tapa del váter pero se preocupa por el virus, merece la pena». De ahí que dentro de las mascarillas, en el estudio salieran las quirúrgicas azules como las más valoradas.

Así que si unimos que nuestro cerebro hace de las suyas para rellenar la parte que queda oculta -y además se esmera en crear una cara bonita- y que sin darnos cuenta ya le estamos dando puntos extra, el resultado es que nos montamos que la otra persona nos va encantar.

De ahí que el magikkun esté cobrando fuerza. Que no está mal que el crush virtual aparezca en alguna foto con ella puesta, pero al final quieres saber con quién estás quedando (por mucha pandemia que haya).

Porque si luego en persona no se la quita, vas a tener siempre la duda de si realmente has quedado con «Jason, británico, 32 años, amante del surf y vegano» o con su compañero de piso.

Duquesa Doslabios.
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