Hace unas horas, una chica me mandaba un mensaje por Instagram preguntándome que qué hacía después de que su pareja alcanzara al orgasmo. Que cómo podían seguir si él no tenía la erección.
Si eso era todo.

PEXELS
(¿Cómo que aún no me sigues en Instagram? Pues venga…)
Vi claro que la educación sexual que tanto necesitamos debe ser feminista. Porque solo desde esa igualdad de posiciones ponemos nuestro placer a la misma altura que el de ellos (hasta para nosotras mismas).
Es la manera de que la pregunta de «¿Eso es todo?» cuando él termina, sea convierta en «Él ya ha tenido su orgasmo, ¿cómo quiero alcanzar el mío ahora?».
Así se cambiaría la expectativa que recae en nosotras, la que continúa siendo la de mantener, a toda costa, una vida sexual en torno a la penetración que nos sigue dejando a dos velas.
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Un feminismo llevado al lado íntimo nos permite cambiar la imagen impuesta que tenemos de cómo debe ser nuestro físico.
Hasta el punto de que solo desprendiéndonos de esas ideas -que se basan en estereotipos que no hemos elegido-, lograremos dejar de ser cosificadas hasta por las inteligencias artificiales.
Porque es difícil vivir constantemente criminalizadas por el propio cuerpo, objeto de censura en redes sociales y de deseo al mismo tiempo, cuando te llegan fotos no solicitadas de quien decidió que debías ver el interior de sus calzoncillos para ‘seducirte’.
Es el mismo cuerpo femenino sobre el que gira todo el sistema anticonceptivo si tenemos en cuenta que la mayoría de métodos (pastilla anticonceptiva, píldora del día después, DIU, anillo hormonal, parche…), que solo somos fértiles 5 días al mes cuando ellos lo son todo el año.
El 8M es la ocasión perfecta para recordar que, tal y como somos, está bien. Perfectas para sentir placer independientemente de la forma de nuestra vulva, a la que hay quienes intentan armonizar cuando lo natural es su asimetría.
Poner el disfrute por delante es tener una vida íntima feminista, donde nos gozamos en libertad. Una en la que el deseo va de la mano con el consentimiento.
Porque hablar en términos de consentir nos distancia de la verdadera esencia del sexo, que no es algo a lo que se accede, sino algo que se desea.
Así que trasladar el feminismo a nuestra intimidad debería ir también por ahí, por lo que queremos.
Y, que si decimos que no lo queríamos, no se ponga en tela de juicio. Menos aún hasta el punto de tener que renunciar a una indemnización si se ha sido víctima de una agresión sexual, como fue el caso de la mujer que denunció a Dani Alves.
Caso, que nos recuerda cómo socialmente se nos hace sentir aún más estigmatizadas en el momento en el que los abogados del futbolista argumentaron que la víctima no presentaba lesiones, por lo que (según ellos) la lubricación invalidaría la violación.
Sí, este 2023 por increíble que parezca, tenemos que seguir protestando por la cultura de la violación que libera de responsabilidad a los agresores y pone de mentirosas a quienes sufrieron el ataque.
Es la misma que sostiene que es imposible que un hombre exitoso recurra a la fuerza para obtener sexo. Menos aún si es guapo o tiene una pareja modelo, como es el caso del brasileño.
Son protestas que parecen nuevas por la actualidad de todas ellas, pero son las de siempre.
Aunque no por ello tenemos que dejar de señalarlo y protestarlo para que la Justicia sea reflejo de las sábanas, feminista en vez de patriarcal.
Solo así tendremos la garantía de poder vivir nuestro placer verdaderamente libres.
Mara Mariño