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Ellos dicen ‘te quiero’ antes, según un estudio (y las dos hipótesis son muy distintas)

Conocer a alguien que te gusta es un proceso en el que se suben varios peldaños: la primera cita, el primer beso, la primera vez que tenéis sexo… No necesariamente en ese orden, pero son algunos de los hitos de cara a construir un vínculo.

Y el primer «te quiero», por supuesto.

pareja amor relación

PEXELS

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Decir «te quiero» es más que verbalizar los sentimientos, son dos palabras con poder transformador, al igual que el famoso «yo os declaro marido y mujer», que convierte una relación de pareja en un matrimonio.

Cuando decimos a otra persona que la queremos, además de expresar lo que estamos sintiendo, estamos abrazando un nuevo nivel de intimidad y, de alguna manera, nos comprometemos más con la relación.

Quien lo recibe puede manifestar su reciprocidad, decir en qué punto está o, en caso de que no se corresponda, poner sobre la mesa que es unidireccional.

Pero, independientemente de la respuesta, decir «te quiero» tiene unos objetivos de los que no somos ni conscientes, y es algo que ha descubierto un reciente estudio realizado por psicólogos de Reino Unido en parejas heterosexuales.

Lo primero que han averiguado los expertos es que, por mucho que sea un momento personal que depende de un montón de factores, son los hombres quienes lo dicen primero.

Ellos, a quienes más les achacamos miedo al compromiso y dificultad a la hora de manifestar sus emociones, por una masculinidad heteronormativa, que dice que lo varonil es no mostrarse vulnerable (¿y qué es querer a alguien sino darle el poder de que nos haga daño?).

Sí, el estudio parece llevarnos la contraria a quienes podíamos pensar que vivimos en una sociedad donde puede parecer que somos nosotras quienes antes estamos listas para avanzar al siguiente nivel.

Las razones: diferenciarse o avanzar en la intimidad

Aunque, más allá de la sorpresa de saber que ellos llevan la iniciativa, según los datos que han recogido en su investigación, me han parecido interesantes las hipótesis que han elaborado al respecto.

Por un lado, apoyan la propuesta de que confesar el amor es una estrategia inconsciente para mostrar su potencial en un entorno con mucha competencia entre hombres.

A día de hoy, ya no es solo el trabajo, el gimnasio o los amigos de amigos, el riesgo de tener rivales se traslada al mundo digital, donde hombres de cualquier parte del mundo pueden deslizarse en los DMs.

Decir las dos palabras mostraría que están involucrados en que la relación siga avanzando, un hecho que se valoraría positivamente entre las mujeres (pese a tener más opciones en su entorno).

La manera de diferenciarse no son los detalles o el tiempo de calidad, es declararse.

Su otra hipótesis es que si el contexto es el contrario -y hay más mujeres que hombres-, confesar los sentimientos sería una estrategia inconsciente para favorecer la intimidad, ya que en su marco social hay más oportunidades de apareamiento.

Los expertos británicos están realizando más estudios para entender cómo las personas navegan en las relaciones, pero queda claro con esta primera observación que sería la reacción de quien recibe el «te quiero» la principal motivación, ya que estaría ligada a un comportamiento posterior.

Un ‘beneficio’ que puede ir desde corresponder las emociones, cerrar la relación o abrirle la puerta a la intimidad, cambios en el trato que no tendrían que ver con la razón de la profesión de los sentimientos.

¿Y si nosotras no lo decimos por miedo?

Sin quitarle mérito a los expertos, mi hipótesis acerca de sus resultados, es que los hombres lo dicen antes porque las mujeres se frenan a la hora de hacerlo.

Por desgracia, actualmente ser transparente e ir con las emociones a flor de piel se ha tachado como algo negativo.

Mostrar interés, hablar de sentimientos, exponer que se quiere avanzar y, por supuesto, decir «te quiero», cuestan por el miedo que nos persigue de ser calificadas como intensas o desesperadas.

Intensas por sentir algo normal, por querer que la relación avance, como es normal, o por querer hablar las cosas para no vivir en la incertidumbre y gozar de estabilidad emocional, como es normal.

El interés romántico debe ser sutil, velado, casi secreto. Una especie de partida de póker en la que nadie puede revelar su jugada hasta tener la mano asegurada.

La solución por la que optamos es dar un paso atrás y quedar a la espera de que sea él quien lo diga para no ‘asustarle’ y que cambie de idea respecto a seguir conociéndonos.

No tengo estudios ni pruebas al respecto, pero artículos sobre «El castigo de ser supermujeres», «¿Qué hacer si asustas a los hombres?» o «Las 8 cosas que intimidan a los hombres», hablan por sí solos.

Parece claro que tenemos pendiente el perderle miedo al amedrentar al otro por la simple razón de que que nos merecemos a una persona con una buena gestión emocional.

Alguien digno de escuchar esas dos palabras y no huir, lo que significa, por fin, atrevernos a decirlo cuando lo sintamos.

Nos hemos hecho dueñas de nuestra carrera, de nuestra vida, de nuestras finanzas, de nuestras decisiones… Es el momento de hacernos dueñas del «te quiero».

Mara Mariño

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‘Un cuento perfecto’, lo nuevo de Netflix que rompe con las típicas escenas de sexo

Mis expectativas sobre la miniserie Un cuento perfecto no eran altas, eran las de cualquier otra romcom: algo que me entretuviera, pero sin mucho trasfondo que me dejara reflexionando al respecto.

Por eso ha sido tan refrescante que la apuesta de Netflix, basada en la novela de Elísabet Benavent, me sorprendiera en la representación de las escenas de sexo.

un cuento perfecto Margot y David

NETFLIX

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Sin hacer spoiler –porque ya te adelanto que te la recomiendo-, en varias ocasiones donde la pasión se dispara, se mencionan o enseñan los preservativos.

Puede que pienses que no tiene nada de especial, que son habituales en tu vida y no sales de casa sin mirar que lleves uno en la cartera, pero, si lo piensas, es un elemento que suele brillar por su ausencia en la mayoría de ficciones.

Recuerdo a un escritor novel de novela erótica diciendo que no era su responsabilidad dar educación sexual a sus lectores incluyendo métodos de barrera en sus tramas.

Pero la serie es el ejemplo perfecto de que no necesitas salirte de la historia para visibilizar algo que es clave en lo que a cuidar la salud sexual se refiere.

Otro de los momentos que no esperaba es una escena en la que a protagonista le baja la regla en pleno momento de acción, cuando ciclo menstrual y sexo salvaje no son dos cosas que en las series y películas suelan coexistir.

Por un lado es como si las mujeres en la ficción nunca tuvieran la regla y solo se hablara de ella en caso de que falte, lo que sabemos que significa que está embarazada.

Y por otro, el sexo menstrual ni está ni se le espera. Vale que en la miniserie tampoco, otra pequeña barrera a superar (aunque sus motivos hay detrás), pero la respuesta del acompañante es oro.

«A mí no me importa», reitera él dejando claro que quiere seguir. Ni caras de susto ni rechazo, es la tranquilidad que necesitamos independientemente de que según nos encontremos nos apetezca más o menos.

Personalmente, ese fue el momento en el que me ganó la serie.

Porque si bien que te baje la regla antes o en pleno momento de acción es algo con lo que todas nos podemos sentir identificadas, quizás si vemos que en uno de los hits de Netflix el actor dice que le da igual, nos creamos por fin que nuestra pareja también lo dice de verdad.

A eso le sumo que Un cuento perfecto se aleja del coitocentrismo y hay escenas de otras prácticas, en concreto de sexo oral.

En las que además ella quien lo recibe, por lo que la labor de darle protagonismo al placer femenino está conseguida.

Contar con una protagonista que vive su sexualidad de manera plena, pudiendo expresar libremente un «Estoy mojada» como un «Me gusta hablar en la cama» es otra característica muy rompedora de la historia.

Viéndonos reflejadas en heroínas de ficción, que no tienen pudor ni son inexpertas como Babi de Tres metros sobre el cielo o, más recientemente, Noah de Culpa mía, conseguimos alejarnos del estigma que rodea la sexualidad femenina y se refuerza de manera positiva que eso nos parezca normal.

 

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Las series y películas son un factor que alimenta el imaginario colectivo, así que la importancia de mostrar mujeres que conocen su cuerpo, su disfrute y lo expresan en las escenas es la manera de apoyar el cambio social que libera y empodera sexualmente.

Cambio en los roles de género

No voy a pararme mucho en la historia de amor, que puede ser más o menos parecida a otras que hemos visto antes.

Pero sí me parece interesante destacar otras peculiaridades que me han parecido un avance en la pequeña pantalla.

Como por ejemplo que los roles de género estén intercambiados y veamos a un chico dedicándose a una profesión que siempre relacionamos con las mujeres: el cuidado de niños.

Mientras que su sueño es tener una floristería, el de ella es modernizar la imagen de la compañía multinacional de su familia. La clásica historia donde el exitoso hombre de negocios impresionaba a base de su éxito laboral y su fortuna -y esa desigualdad de poder era utilizada-, ha terminado.

Nosotras queremos ser la CEO.

Y, sobre todo, que no vemos a una chica conquistada por un chico malo, más mayor y experimentado, que le da un trato paternalista, controlador y hasta despectivo en ocasiones.

Vemos a una chica conquistada por un tío divertido, algo más joven que ella, que le hace reír, que no es el ejemplo de tener la vida resuelta, pero da igual porque es con quien mejor se lo pasa.

La protagonista no necesita un hombre que le resuelva la vida, se la resuelve sola y, por el camino, tiene a su lado a una persona que le hace disfrutarla todavía más.

Y es que necesitamos que nos recuerden que no necesitamos ser salvadas, que la pretensión del amor debería ser solo encontrar con quien ser feliz y punto.

Mara Mariño

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‘Yo es que no creo en las relaciones’

Hay dos red flags que puedes percibir al poco de conocer a una persona. La primera es que te diga que «No soy machista, pero…«. Porque da igual como termine la frase, es machista.

La segunda, que te salga con que no cree en las relaciones de pareja.

hombre emocionalmente inaccesible

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El 100% de nosotros estamos aquí por una relación, sexual, vale. Pero la inmensa mayoría también porque a esa relación sexual le acompañó una sentimental.

Las relaciones no son los Reyes Magos, no es cuestión de creer o no en ellas porque en el momento que has visto a tus padres seguir juntos, después de tropecientos años de casados, no puedes no ser creyente ni plantearte su existencia.

Entonces, ¿por qué se repite hasta la saciedad y hay quien incluso la suelta con orgullo (como tú alguna vez, por ejemplo)? El trasfondo no es que no se crean en las relaciones, sino que no crees que las relaciones sean para ti.

Y está genial haber llegado a esa conclusión. No tiene nada de malo querer estar a tu aire, sin nadie al lado, ni contemplar la idea de casarte.

Si estás feliz con tu vida así, es perfecto.

Te puede interesar: ¿Por qué a los ‘millennials’ nos da tanto miedo hablar de si somos o no pareja?

El problema es que la frase produce un efecto curioso en quien la escucha. De reto, desafío, ganas por ser -sobre todo si eres mujer- quien le haga cambiar de idea y le demuestre las ventajas de estar en pareja.

Desde aquí le doy las gracias a los mitos románticos por meternos en la cabeza que tenemos que ser centros andantes de rehabilitación del corazón, las salvadoras del amor.

Soy la primera que afirma que sí, que es culpa nuestra cuando nos enganchamos a una persona que, al poco tiempo, ya ha salido con la frasecita.

Es evidente que no busca compromiso, sino una diversión sin fin. Y, por muy en todo su derecho que esté, nos toca el ego.

Como seres sociales, necesitamos sentir que gustamos y que nos quieren.

Así que, cuando eso pasa, es raro que no te venga el pensamiento de qué problema tienes para que te diga eso sin apenas conocerte.

Así que si te ha pasado como a mí, y te toca una persona así, pero sobre todo, tú sí crees en las relaciones, déjala que siga circulando.

Porque está claro que contigo no es.

Porque tú lo vales todo.

Si eres quien se considera ateo del amor, cerrarse en banda, mantenerte siempre emocionalmente inaccesible y no permitirte al menos sopesar conocer a una persona más allá de un ratito, seguirás en tu línea de quedar libre de todo compromiso.

Y seguirás solo también.

Mara Mariño

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Del ‘ghosting’ al poliamor, así han cambiado nuestras relaciones en estos 10 años

Estamos a punto de vivir el cambio de década, -qué bien sonáis, nuevos años 20-, y, ya que se trata de una fecha destacada, hay un poco de nostalgia en el ambiente.

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Todavía recuerdo como si fuera ayer la entrada a 2010. Estaba en el colegio y eran otros tiempos para ligar.

Por entonces era, casi todo, analógico. Vale, puede que empezáramos a hacer nuestros primeros pinitos ligando por internet.

¿Quién no se acuerda de bombardear al que le gustaba de clase a base de zumbidos de Messenger? Y si encima te ponía un comentario en la foto de Tuenti, ya tenías anécdota para contar a las amigas en el recreo.

Desde ese momento hasta ahora, las redes sociales se han convertido en el nuevo punto de encuentro.

Es raro que en algún grupo de amigos no des con una la pareja que se conoció por Instagram o aquellos que lo utilizaron para retomar el contacto después de años.

Internet lo ha puesto tan fácil que en estos diez años hemos vivido el boom de las aplicaciones para ligar. Tinder, Grindr, Happn, Badoo, Meetic…

Las opciones han sido tantas que, si no has ligado a través de alguna de ellas, ha sido -como diría tu abuela-, porque no has querido.

Esa velocidad a la hora de conocer gente y tener encuentros sexuales casi inmediatos (vamos a ser sinceros, nadie usaba las apps para encontrar pareja con la que ir a ver arte al Museo Reina Sofía), se ha traducido también en una serie de tendencias de las que la mayoría hemos salido escaldados.

El ghosting, el benching o el orbiting  nos han pasado factura. Las malas prácticas derivadas del fast dating nos han llenado la década de mensajes leídos y nunca respondidos, enigmáticos ‘me gusta’ que nunca venían acompañados de mensajes o el resurgir de un antiguo ligue sin venir a cuento.

Teniendo esto en cuenta, el panorama sentimental con el que entramos a 2020 no es, precisamente, el mejor.

Aunque me gustaría destacar que parece que, por fin, el consentimiento ha hecho acto de presencia en las relaciones de cualquier tipo, algo que hasta ahora muchos hombres no consideraban que fuera imprescindible.

Respetar el «No», seguirá siendo el básico de los próximos diez y, me aventuro a decir, cien años. Así como seguir debatiendo sobre la explotación sexual hasta erradicarla, así como el revenge porn, difundir imágenes privadas para hacerle daño a una persona.

Desde 2010 las relaciones han evolucionado. Los posmillennials han sido clave en enseñarnos que, aunque sea novedoso, el poliamor también es una opción. Así como su manera de tener sexo, mucho menos heterosexual que la que practicamos las generaciones anteriores.

Afortunadamente, también el final de la década nos deja algunas cosas que merecen la pena.

El despertar del empoderamiento femenino a la hora de reivindicar el placer (los succionadores son el mejor ejemplo) y el slow sex, que invita a poner la intimidad en el lugar que le corresponde dedicándole no solo tiempo sino la totalidad de nuestra atención.

Duquesa Doslabios.

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No estoy más sola, soy más libre

Cada vez que quedo con mi abuela, me pregunta hasta el hastío que cuando me voy a casar, que ella con 26 años ya tenía un hijo (mi padre). Sabe que los tiempos han cambiado, pero no se hace una idea de cuánto.

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La principal diferencia es que las mujeres ya no tenemos miedo de la soledad. Ella creció escuchando que tenía que cuidar la casa, ser buena esposa y buena madre, a cambio su marido se encargaría de todo lo demás.

La generación de mis padres puede que tuviera algo menos de presión, sin embargo continuaban todavía muy lastrada por el modelo familiar tradicional que aún prevalece en España (el hombre sustenta y la mujer vive mantenida). Pero poco a poco, las cosas empiezan a cambiar.

Cada vez somos más libres económicamente hablando gracias a la educación que nos han dado nuestros padres babyboomers. «Que no tengas que depender de nadie» es seguramente una de las frases que más nos han dicho hasta que se nos ha quedado grabada.

Ya no es necesario formar parte de una pareja para tener un sustento, para viajar, para salir, para abrirte una cuenta en el banco o para disfrutar de la vida. Entiendo que en la época de mi abuela todo a lo que podría aspirar una mujer era a hacer de secretaria o taquígrafa, pero la batalla que luchamos contra el techo de cristal nos acerca, espero, a puestos de mayor importancia y, por tanto, a más remuneración económica.

No podemos olvidarnos, si hablamos de la libertad de la mujer, de la Iglesia, por supuesto, ese órgano supresor que te condenaba al infierno si ibas a vivir en pecado con tu pareja sin pasar por el sacramento. Cuando la educación que recibes dice que el centro de tu vida es tu marido, tu Dios, tus hijos y tu casa, ¿qué queda para ti?

¿Qué clase de escapatoria podrían tener quizás de un matrimonio en el que no eran felices si ni siquiera sabían qué les gustaba a ellas mismas? Y claro, ¿cómo tomar esa decisión? Con lo mal visto que iba a estar entre las vecinas. Y ya si se enteraban en el pueblo mejor ni hablamos.

Quizás actualmente estamos tan absorbidas entre el trabajo, las amigas, las series e Netflix y las manifestaciones feministas que lo último que nos preocupa es si vaciamos la lavadora aunque luego suponga una discusión con la compañera de piso de turno.

Y aún con todos estos pasos hacia adelante, hay quien se atreve a criticarlos. Se nos acusa, injustamente, de haber perdido el romanticismo, de no ser lo bastante dedicadas a las relaciones, a las parejas, a la crianza de los hijos. Se nos acusa de lo que los hombres llevan haciendo toda la vida. «Con dinero pero pobres en espíritu» es como una escritora inglesa, Suzanne Venker, nos ha definido a las millennials.

Claro que nuestra percepción del dinero ha cambiado. Dinero es poder, dinero es éxito, el dinero representa felicidad ya que, ¿qué puede hacerte más feliz que trabajar por y para ti misma? Estamos centradas en llegar a la cima de nuestras carreras y si no es la cumbre, todo lo alto que podamos subir mientras tanto.

Por mucho que sepamos hacer la declaración de la renta, construir edificios o salir airosas de operaciones a corazón abierto según ella y sus hordas de seguidores, no tiene ningún valor ya que hemos perdido la noción básica de criar a un bebé. Qué contrariedad. ¿Ya soy menos mujer? Casi parece con esa manera de pensar que por no dejar el trabajo y quedarnos en casa la sociedad está abocada al desastre.

A ella y a quienes compartan ese punto de vista, les pediría que no miraran solo la paja en el ojo ajeno. A fin de cuentas, lo único que consiguen con esas ideas es mantener que son los hombres los que pueden elegir tenerlo todo y nosotras las que, sin más opción, nos toca quedarnos con solo una de las caras de la moneda. Pero es que queremos ambas, queremos lo mismo que ellos, es decir, todo.

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Así que quienes nos compadecen a las mujeres de estas nuevas generaciones, estas que no sabemos cambiar un pañal ni falta que nos hace (además si lo necesitaríamos ya buscaríamos un tutorial en Youtube), que nos ven ricas pero miserables por preocuparnos solo por el trabajo sin centrar todas nuestras energías en encontrar una pareja, decirles que no estamos solas, que somos libres y felices de serlo.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas: «El amor puede con todo»

Mito:
-Conjunto de creencias e imágenes idealizadas que se forman alrededor de un personaje o fenómeno y que le convierten en modelo o prototipo.
-Invención, fantasía

Beatles, que flaco favor nos hicisteis con All you need is love, que al final nos lo hemos tomado en serio.

En el Romanticismo, el amor romántico se convirtió en una verdad inalterable. Presentaba dificultades constantemente, un precio alto, fruto de sacrificios, y una lucha infinita que se justificaba por lo que nos podía proporcionar en nuestras simples y llanas vidas, unas sensaciones imposibles de vivir con cualquier otra cualquier experiencia.

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Pero no es algo que se quedó en los cuentos de los hermanos Grimm, sino que el mito ha ido perpetuándose a lo largo de los años hasta llegar a nuestro tiempo.

Te lo suelto rápido antes de que pienses un argumento en contra de lo que te estoy diciendo: Titanic. Una película que trata de cómo la pareja está todo el rato enfrentándose al mar, a la sociedad e incluso a la muerte en el nombre del amor.

Un amor tan fuerte, poderoso y definitivo que aún años después del hundimiento, con un feliz matrimonio de por medio, Rose solo es feliz volviendo a encontrarse con Jack.

No solo de cine vive el mito, pensemos en los primeros discos de Taylor Swift, en la canción Love Story que no paraba de sonar en Los 40 principales diciéndonos en 2009: «Romeo llévame a algún lugar en el que podamos estar solos, te estaré esperando y todo lo que tenemos que hacer es huir«.

Una tórrida melodía en la que el padre no deja a los amantes estar juntos, pero que da igual, porque, según la cantante «es un amor difícil pero es real».

«Romeo, sálvame. Me he sentido tan sola. Te he estado esperando pero nunca venías» era una de mis estrofas favoritas con 17 años, cuando ya me estaban diciendo que tenía que estar esperando a mi amor y me lo creía a pies juntillas.

Los mitos son tan sutiles a través de todo lo que nos rodea que forman roles en las relaciones de pareja y se asumen de manera diferente. Nosotras crecemos con la idea del príncipe azul por el que hay que aguardar mientras que ellos tienen que ser quienes den el primer paso y que reconozcan la belleza y el amor que les profesa una mujer. Somos los príncipes y princesas del patriarcado.

De hecho nos lo creemos de tal manera que si falla la relación se nos dice enseguida que «No era amor», que «No era tu media naranja» (un mito del que hablaré algún día), que «No se luchó lo suficiente»… Sencillamente tenemos el amor romántico en un pedestal tan grande que no nos importa echarnos la culpa antes que pensar que podemos estar aferrándonos a un concepto demasiado idealizado por nuestra parte.

Fotograma del vídeo ‘Love Story’ de Taylor Swift. YOUTUBE

En mi caso, La Bella y la Bestia era una de mis películas preferidas. Tanto que cuando llegó mi «bestia» yo ya sabía que pasara lo que pasase, al final, la película iba a acabar bien. Eso me habían prometido toda mi vida.

Mi príncipe embrujado no tenía biblioteca llena de libros ni una rosa encantada, pero de mal genio iba sobrado. Por eso cada vez que recibía gritos aguantaba estoicamente, como Bella, porque es lo que se hace por amor.

Esto es simplemente un ejemplo de cómo es precisamente en los momentos en los que estamos viviendo una relación cuando reproducimos esos mitos que tenemos interiormente aprendidos.

Por amor sabía que no podía tirar la toalla en aquella lucha diaria que era nuestra relación, hasta que descubrí que las películas están muy bien pero que la mía no iba encaminada hacia el «y vivieron felices para siempre» por mucho que yo pusiera de mi parte. Y poner de mi parte había sido tolerar los celos, el control e incluso a la violencia.

Hace dos días me escribió mi amiga. Su novio le había montado una escena en un centro comercial y le había agarrado del brazo impidiéndola que se fuera. Le había dejado marca.

Ella le dijo que no quería verle más y él le respondió que estaba reaccionando de una manera exagerada. Que nunca más iba a volver a pasar, que la quería.

Pero querer ya no basta, porque, como vemos en las estadísticas, el amor «no puede con todo» pero puede con nosotras que somos las que tenemos las de perder, ya que en lo que va de año son 25 las mujeres asesinadas por violencia machista, y, la mayor parte de ellas, por sus parejas.

Porque esa idea del amor romántico, mata.

Y ya basta de soportar atrocidades en el nombre del amor. El amor, el de verdad, tiene que empezar por nosotras mismas.

Duquesa Doslabios.

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Desmontando mitos machistas I : «Quien come bien en casa no se va de restaurante»

Desmontando mitos machistas II: «Las mujeres son traicioneras, los hombres son nobles»

Desmontando mitos machistas III: «Tengo celos porque te quiero»

«¿Sois gays? ¿Y quién es el hombre?»

Déjame adivinar. No, en serio, déjame. Alguna vez yendo por la calle has visto a una pareja de lesbianas por la calle y has pensado de una de ellas que seguramente es «el chico» por su manera de vestir o su corte de pelo.

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También, y sabes que es verdad, te ha pasado en el caso contrario. Cuando viendo a una pareja de gays has pensado «Se ve claramente quién es la mujer» al parecerte uno de los dos el más femenino.

Puede que cuando lo pensaras lo hicieras sin ningún tipo de maldad, como una mera apreciación superficial. Pero lo que aparentemente es una observación inocente es en realidad una manera de ver la vida a través de los cristales de la heterosexualidad.

Voy a intentar explicarme. Desde pequeños nos asignan unos roles de género, aprendemos a diferenciar entre azul y rosa, uno para niños, otro para ellas. Te dicen que llorar «es de niñas» y que no te tires al suelo porque no eres tan bruta como los niños. No solo los muñequitos del baño nos dividen por géneros.

Reducimos tantas cosas a «hombre y mujer» que hasta metemos las relaciones homosexuales en el mismo saco. Pero no son nada del estilo, son dos hombres o dos mujeres que no necesitan adoptar otro género para funcionar.

Decir que en una relación entre lesbianas o entre gays hay uno de los miembros que hace papel de «hombre» y otro que hace papel de «mujer» es dar por hecho que el modelo de relación heterosexual es el único existente.

De quedarse corto, el argumento cojea. Por eso, la próxima vez que te pase (porque pasará), recuerda quitarte las gafas con los cristales color heterosexual.

Sí, aunque nos resulte más difícil porque vivimos en una sociedad en la que damos por hecho que, a no ser que digan lo contrario, lo convencional es ser heterosexual.

Aprendamos que, si somos los primeros en decir que «cada relación es un mundo», lo debemos aplicar a todas las relaciones de pareja por igual y sin excepción por el género de los miembros que la formen (y acordaos de seguirme en Twitter y Facebook).

Duquesa Doslabios.

Sexo rápido, amor lento

Si te paras a pensarlo, tiene hasta sentido. Somos la generación más rápida para unas cosas y la más lenta para otras.

Podemos deslizar el pulgar hacia la izquierda a la velocidad del rayo descartando personas y quedarnos estancados dedicando las canciones a través de los stories a una sola durante meses.

Si bien somos capaces de reservar un vuelo a la otra punta del mundo en unos segundos, planeamos minuciosamente los pequeños detalles antes de marcharnos. No queremos sorpresas, tiene que salir todo perfecto. Y en el amor no íbamos a comportarnos de otra manera.

¿A quién le importa guardar los tiempos de espera si te quiero desnudar aquí y ahora? Pero totalmente diferente son las doscientas vueltas a la cabeza pensando dónde o qué hacer estando vestidos.

No tenemos prisa. Y es que si algo ha hecho que a los 20 años todavía no nos sintamos adultos, es que aún estamos aprendiendo a hacer las cosas (que se lo digan a nuestros padres, que a muchos nos ayudan a descifrar la Declaración de la Renta).

Nos caracteriza estar con nuestra pareja varios años. No nos lo tomamos a la ligera, queremos no solo conocernos, sino conocernos bien. Y no solo a la otra persona, sino a nosotros mismos.

Queremos desarrollarnos como individuos, saber a dónde queremos llegar, qué nos gusta y que no. Tener las cosas claras porque la primera persona con quien debemos sentirnos a gusto somos nosotros mismos.

Nuestros problemas de compromiso a la hora de fidelizarnos con una plataforma de vídeo, se traduce en la dificultad que encontramos en mantener nuestra palabra con alguien.

Puede que tu abuela a tu edad (o incluso antes) ya estuviera casada. Antes, el matrimonio, era el primer paso en la vida adulta. Ahora forma parte de los últimos.

Y es que si algo tenemos claro es que si nos decidimos a darlo, será la guinda del pastel. De un maravilloso pastel del que conoces y has construido cada capa, cada cobertura, relleno y topping extra.

Duquesa Doslabios.

Las relaciones (erróneas) que puede que tengas antes de sentar cabeza

Si eres de las afortunadas que dio con el hombre de su vida a la primera, es posible que no cuentes con el «Pasillo de las Conquistas Fallidas» en el que se exponen nuestras relaciones que no anduvieron a buen término.

Son ese tipo de hombres (hablo de hombres porque, como mujer heterosexual, mi relación es con ellos. Pero este artículo funciona igual de bien a la inversa) que te has encontrado o seguramente encontrarás y pensarás que es una buena idea salir con cualquiera de ellos. Pero no.

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El vendemotos: es un experto en comer oreja. Te dice todo lo que quieres escuchar. Ni siquiera sabías que estabas tan interesada en tener con él una escapada romántica, pero ha bastado que él lo mencionara para que no puedas quitártelo de la cabeza en todo el día. Todo es maravilloso en vuestra relación hasta que los planes nunca se realizan, pierde interés y te das cuenta de que todo lo que te había dicho este tiempo no es más que una gigantesca nube de humo.

El fóbico al compromiso: es oírte decir las palabras «relación», «novio», «estado de Facebook» y se sube por las paredes. Él está «viviendo el momento» disfrutando contigo. Te desarmará con frases del tipo «no creo en las etiquetas». Ten en cuenta que puedes pasártelo bien durante un tiempo pero la cosa no irá a más.

El polo opuesto: te justificas pensando que los contrarios se atraen pero la verdad es que esa persona es tu antítesis. Tú de playa, él de montaña, tú de indie, él de reggae, tú de Stranger Things de Netflix, él de Mujeres y Hombres y Viceversa de Telecinco. No compartís ni gustos, ni aficiones, ni maneras de pensar. Ambos sabéis que por mucho que se sucedan las citas, es algo que no va a ningún lado.

El que mete quinta: acabas de conocerle, pero de repente está hablando de presentarte a sus padres, de las vacaciones del próximo año que podéis pasar en pareja y de que su prima se casa y le encantaría que fueras con él a la boda. Cuando estás sacudiendo la servilleta por encima de tu cabeza en el banquete, conociendo a esa persona solo de una semana, es cuando te preguntas cómo has llegado hasta ahí. Las prisas no son buenas.

El que absorbe: quiere, pide y repite. La relación es alrededor de la otra persona. Puede que para ti no sea el ombligo del mundo pero como para él sí, a ver quién es la guapa que se lo dice. Es un tipo de relación que te hará sentir emocionalmente exhausta. Algo que debe ser algo mutuo, si siempre es uno de los dos el que tira y el que da, está destinada al desastre.

El del Síndrome de Peter Pan: se niega a crecer, ya puede tener 27 o 37 años que seguirá comportándose como a los 17. Te choca la mano, viste con camisetas de adolescente y sigue viviendo de fiesta constantemente pese a que ya tiene canas en los laterales de la cabeza. Aprenderás con ellos que la edad no es garantía de madurez.

El intermitente: estar con una persona que te cambia según el día es algo de lo que ya nos previno Katy Perry: «Cause you’re hot then you’re cold. You’re yes then you’re no. You’re in then you’re out. You’re up then you’re down«. Lo más probable es que te acaben volviendo loca con tantas idas y venidas. Nunca te hará sentir estable y no sabrás a que atenerte con eso de que de repente te está encima y al poco desaparece durante varios días.

Duquesa Doslabios.

Miedo por nosotros

(Si lo prefieres, puedes escucharlo leído por mí dándole al play)

Lo sé, no lo esperabas. No creas que yo lo hacía, a mí también me ha pillado por sorpresa, pero ha pasado y no quiero hacer como si nada. Quiero decirlo en alto pese a que, solo de pensarlo, se me encoge el estómago y me secan las palabras la garganta.

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He tenido miedo.

He tenido miedo y lo siento, porque de considerarme intrépida he tenido que asumir, por vez primera, que estaba asustada. He tenido miedo por nosotros. Ya está, ya lo he dicho una vez más. No me pidas que lo haga otra o no podré parar.

No es un miedo ridículo o absurdo, de esos que me entran a veces cuando te digo que no me atrevo a andar a oscuras en casa, por miedo a encontrarme con alguien, ha sido un miedo real, el miedo a no verte más, a imaginar lo que sería una vida en la que tú no estás, no ya lejos de mi lado, sino fuera de ella. Del todo. Borrado.

Y la idea, que al empezar la pelea en el coche, parecía de pequeñita, una gota de agua, se ha hecho lluvia, tormenta, mar y océano en mi cabeza, provocando inundaciones unas plantas más abajo, en el corazón.

Por suerte, eres de esos que se deja algo olvidado en mi mesa para así tener una excusa para vernos tras una discusión. Porque así eres tú, no sé si por despistado o por previsor. Porque es tu forma de rescatarme de los torbellinos en los que yo sola me enredo.

Quiero que conste, y os pongo a todos por testigos, que volverá a sucederme, que volveré a sentir miedo. Te lo he dicho en crudo, a la cara, convencida. «Tendré miedo muchas veces a lo largo de nuestra vida y aunque ya me lo hayas dicho cientos de ellas, volveré a necesitar que me digas que me quieres«.

No te pido que seas más valiente que yo, solo que me repitas una vez más que no estoy sola, que aunque el futuro es incierto, algo que ya me he cansado de escuchar de tus labios, tu estarás en él, en el nuestro, porque quieres hacerlo. Con eso, únicamente con eso, ya consigues que se me pase el miedo.