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De criticar a la vecina por sus gritos sexuales a convertirse en esa vecina

La vida sexual se beneficia de las vacaciones de verano. Lo puedes ver en la rutina más desahogada, que permite dejarse llevar, y lo puedes escuchar.

Abrir las ventanas más a menudo pone en bandeja ‘tropezarse’ auditivamente con alguien que está disfrutando y expresándolo sin cohibirse.

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Eso, en el caso de que no le hayas pillado ya los tiempos a tus vecinos. Sí, a través de esas paredes se escucha todo.

De hecho, lo hablaba el otro día con una seguidora que admitía que, hasta hace nada, criticaba a su vecina por los gritos sexuales.

«Todas hemos sido esa vecina que se quejaba», le dije. Sí, me incluyo.

Además recuerdo que cuando lo escuché por primera vez pensé para mí en lo innecesario que resultaba. Que se podían hacer cosas sin alzar tanto la voz ni hacer partícipe al resto de pisos del edificio.

Una vez incluso tuve la osadía -y sí, hablo de osadía aunque podría decir impertinencia-, de comentarlo con ella.

Como si yo hubiera sido designada policía de la comunidad de vecinos, la encargada de velar porque nada superara una cantidad de decibelios que consideraba aceptables.

Ahora pienso en ese momento y me doy cuenta de lo mal que estuvo por mi parte. No soy nadie para sacar al descansillo un tema íntimo que puede hacer sentir vulnerable a la persona de cuya privacidad hablo tan libremente.

Y menos cuando encima digo que me molesta algo que produce placer a quien tengo enfrente.

Además, que nadie tiene el aguante de estar durante horas con una alta actividad sexual. Mientras tanto siempre podemos poner la serie más alta u optar por cascos. Será por alternativas de tapar el ruido si tanto nos irrita…

La liberación del gemido

La mentalidad cambia, o al menos en mi caso lo hizo, cuando pasa el tiempo y eres tú quien está disfrutando y no quieres cortarte un pelo.

Ni deberías hacerlo, estás en todo tu derecho de disfrutar de todo tu cuerpo (voz incluida).

Además, gemir es altamente beneficioso hasta el punto de que no deberíamos dejarlo solo para esas veces en las que estamos en compañía.

Creo que expresarnos en la cama nos cuesta porque todavía arrastramos la idea que pudieron habernos transmitido nuestras abuelas -directa o indirectamente- de no hacer ruido como las «cualquieras», porque las señoras de bien guardan silencio hasta que se acabe.

Es un poso de culpabilidad que nos deja el disfrutar plenamente de nuestra vida sexual, por el miedo arraigado a ser tildadas de excesivas, sueltas o guarras.

Increíble la necesidad de la que aún tenemos que liberarnos las mujeres de ser tomadas como respetables hasta en la cama (cuando el respeto poco o nada tiene que ver con el placer).

Por otro lado, qué curioso que el gemido es el único sonido que nos incomoda hasta ese punto.

Escuchar a nuestros vecinos discutir, con la televisión alta, aspirando o cantando el Cumpleaños Feliz al sobrino de turno no nos altera tanto como escucharles teniendo sexo.

Para solucionarlo, hay que buscar la liberación por dos vías: la de desprenderse de las creencias rancias de cómo debes o no portarte en la cama, o cuánto ruido está permitido, y por otro normalizar y celebrar que tus vecinos estén pasando un buen rato, sin entrometerte ni llamarles la atención.

Es un respeto que debes en tu vecindario, porque, por muy ruidoso que sea, nadie tiene sexo para molestarte, tienen sexo porque les apetecía un buen rato.

Y quién sabe… A lo mejor escucharles te sirve de estímulo como para animarte a probar por tu cuenta.

Porque, como le dije a mi seguidora, «todas hemos sido esa vecina que se quejaba… Pero ahora somos la vecina de la que podrían quejarse».

Mara Mariño

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