Una de mis mejores amigas acaba de irse a vivir con su pareja y estoy tan emocionada por ella como agobiada, porque sé lo que viene después.
El temido mes de adaptación en el que te das cuenta que la convivencia no es todo polvos en el suelo del salón y noches viendo Netflix.

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Los platos sucios no se lavan solos, la ropa no se tiende por arte de magia y, pasar tanto tiempo con la misma persona, puede dar lugar a los roces que antes tenías con tu familia o compañeros de piso.
Sin embargo, como me recuerda David Gómez, que es psicólogo especializado en terapia de pareja (le puedes encontrar en davidgomezpsicologo.com o @davidgomezpsicologo), «los problemas en una relación de pareja son algo normal y esto no implica que la pareja vaya mal o esté en crisis».
«Al añadir un nuevo contexto como es el de dos personas que deciden convivir juntas, tenemos que adaptarnos a la nueva situación y a los usos y costumbres con los que vengo y yo y viene mi pareja».
En resumen, que no estáis al borde de la ruptura, simplemente atravesando una etapa de cambios.
La logística del hogar es ese detonante que nos va a llevar a conocer el límite de nuestra paciencia.
«Las tareas del hogar no son problemáticas per se, sino que son algo que va a poner en juego las habilidades de regulación emocional, de comunicación y de solución de problemas que tiene la pareja, aquí es donde pueden surgir los conflictos», afirma el psicólogo.
«Uno de los problemas que tienen las parejas que inician la convivencia juntas es que lo dejan todo en manos del amor. Al fin y al cabo, es lo que socialmente nos han grabado a fuego: el amor puede con todo», dice David.
«Pero realmente el amor no puede con nada, no pasa la mopa él solo. Dejarlo todo en manos del amor es la mejor manera de cargarse la relación de pareja. Por eso es tan importante sentarse a hablar y a negociar».
Aunque, como plantea el terapeuta, todo depende cómo nos lo planteemos, ya que hay una manera de sacar el lado tierno o divertido de la responsabilidad.
«Ir a comprar kiwis al supermercado puede ser un planazo donde la pareja comparte risas o el mayor de los infiernos. Sucede lo mismo con el momento en el que una pareja tiene que sentarse en el sofá para realizar la división y reparto de las tareas domésticas».
«Se puede poner una copa de vino o un té al limón, música de fondo y un organizador de tareas bonito o nos podemos sentar con el hacha de guerra para cuando suenen los tambores de pasar el aspirador», comenta el terapeuta.
Lo que es indiscutible, es que la factura que le pasa a la pareja es tremenda si no se hace un reparto equitativo.
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«Tanto si la gestión de las tareas domésticas es desigual, como si las habilidades que se han puesto en juego son escasas o erróneas, la pareja no se pondrá de acuerdo en la negociación y las tareas quedarán en el libre albedrío, lo que derivará en un deficiente organización del tiempo que llevará una sucesión de conflictos que irán minando progresivamente la relación», avisa el profesional.
Emociones como estrés, ansiedad, tristeza, frustración e ira y culpa son las que aparecen en escena cuando se dan estos casos.
Y lo peor es que vienen acompañadas de otras consecuencias como «falta de intimidad y deseo, discusiones y conflictos, que cambie a peor la imagen que tenemos de la otra persona, falta de tiempo para pasar en pareja, menos planes, falta de compromiso con la relación y cada vez menos intimidad», explica David.
«Esto hace que disminuya el afecto positivo y aumente el afecto negativo. Y como una grieta que sale en el casco de un barco a la deriva, la pareja naufragará hacia la ruptura por la sucesión de cada vez más conflictos y discusiones. Citando a Sabina, ‘cada vez más tú y cada vez más yo, sin rastro de nosotros'».
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Gestionar el conflicto y llegar a acuerdos
La solución según el experto es recurrir a la ‘unión empática’. «Las parejas discuten de la siguiente manera: te escucho para que termines de contar lo tuyo y contar lo mío, que es lo verdaderamente importante. Y esto le ha funcionado a un total de 0 personas en la historia de la humanidad», afirma David.
«La unión empática implica escuchar de manera activa. Esto nos permite entender que no somos el uno contra el otro, sino ambos frente a un problema. Si logramos remar juntos en la misma dirección, avanzaremos hacia la resolución del conflicto, en este caso un reparto corresponsable de todo lo relacionado con la convivencia, tareas del hogar y cuidado de los hijos».
Esa corresponsabilidad, como define el psicólogo, es «el reparto equilibrado y equitativo de las tareas domésticas y responsabilidades familiares. Y que tiren abajo a mazazos las diferencias en cuanto a roles de género (José Luís, toca deconstruirse)».
«Cuando dos personas empiezan a vivir juntas tienen que sentarse a hablar. Hacer un listado de cosas que tienen que quedar repartidas y organizadas, para que no sean un estresor ambiental que derive en discusiones de pareja. Para que estemos a gusto, seamos felices y liberemos recursos para poder cuidar la relación».
Para ello, el experto aconseja «elegir un momento del día con tiempo suficiente, sin prisas. Hacerlo cuando estemos emocionalmente neutros o sintamos emociones agradables. Coger papel y boli y una pizarra de estas para el frigo».
«Hablar desde el cariño, el respeto, la empatía y hacerlo sin imposiciones o exigencias. Entender que somos dos personas diferentes con historias de aprendizaje distintas detrás y que es normal que no veamos las cosas de la misma manera. Fijar un calendario de tareas».
Y, para terminar, «cuando lo hayamos hecho todo darnos un buen revolcón en la cama, la ducha o la encimera de la cocina», recomienda David.
«Y luego probamos. Por ejemplo, estamos un mes con este reparto de tareas. Y volvemos a sentarnos a hablar. Nos damos feedback. Hablamos de cómo nos sentimos y agradecemos a nuestra pareja todo lo que ha hecho por el bienestar del vínculo afectivo. Hay que aceptar que el conflicto en pareja es inevitable, pero podemos elegir cómo lo afrontamos».
Mara Mariño