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La vagina: ni se estira ni se ensancha con el ‘uso’

Hace unos días, haciendo alusión a mi vagina, un desconocido me escribió: «Lo tienes como un calcetín después de hacer el Camino de Santiago».

El comentario aparecía como respuesta a un vídeo en el que reflexionaba sobre la importancia de no darle oportunidad a quienes nos criticaban por ‘kilometraje’.

Es curioso, porque desde que tuve un ginecólogo, ningún hombre había hecho de una manera tan gratuita comentarios sobre mi entrepierna.

Pero sobre todo, ¿quién en su sano juicio se haría el Camino De Santiago con un solo par de calcetines?

mujer juguete sexual

PEXELS

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La opinión de R. no fue la única en esa línea. Otros respondieron en ese mismo reel que mi vagina estaría «como el bolsillo de un payaso» o «como la Puerta del Sol».

Aunque creo que este último no ha ido en su vida a Madrid y realmente se piensa que hay una puerta muy grande en vez de una plaza sin árboles.

Ninguno de los tres hombres había tenido la oportunidad de conocer mis genitales, pero tampoco tenían dudas del supuesto estado cedido de mis partes.

Así que, además de contestarles, he pensado que no estaba de más escribir un artículo al respecto, especialmente para quienes aún tienen dudas de si las vaginas van cediendo con la utilización, como una goma de pelo.

Quiero empezar diciendo que en la vida se me ocurriría poner algo semejante en el perfil de una persona, a la que no conozco de nada, acerca de si su pene está demasiado raído (sobre todo por la sensibilidad que tienen algunos con él).

Pero no deja de ser curioso que el mito de que la vagina cambia por su uso está a la orden del día en mis comentarios de Instagram, pero también en otras redes sociales.

Si pudiéramos disminuir nuestro tamaño y entrar a darnos un paseo por la vagina, además de oscura, comprobaríamos que su estado natural es el de estar toda contraída, cerrada.

Sí, la vagina es una cavidad muscular que se mantiene hermética, por eso cuando nos bañamos en la piscina no nos inflamos como un globo de agua.

Además, de cumplirse el mito, nos resultaría imposible utilizar tampones o copas menstruales, ya que son productos que entran y salen de la vagina en varias ocasiones a lo largo del mes y recogen la sangre sujetos por las paredes vaginales, ya que son flexibles y se adaptan.

Si la leyenda fuera cierto, teniendo en cuenta que la menstruación nos acompaña durante décadas, iríamos dejando un reguero de sangre y productos de higiene.

Pero ahora mismo si ves algo de esto en el suelo es o de alguna despistada, que no ha encontrado otro sitio o que es un poco guarra (amigas, se envuelve en lo que se pueda y se tira en una papelera).

Aunque utilizamos la vagina como zona de ocio la mayor parte del tiempo, su función principal es la de servir de pista de lanzamiento para bebés.

Así que es bastante ambicioso por parte de mis comentadores pensar que un pene, que no es ni una quinta parte de un ser humano recién nacido, tiene el mágico poder de modificar la fisionomía de nuestro cuerpo.

Además, si ese fuera el caso y la vagina se alterara con el uso (y disfrute) lo mismo sucedería con el pene, ya que también está hecho de tejido muscular.

Es más, me atrevo a decir que si fuera cierto que el pene disminuyera de tamaño por su uso, muchos optarían por mantenerse inmaculados antes que perder preciados centímetros.

Resuelta la duda en esta mini clase de educación sexual, solo me queda hipotetizar acerca de quiénes recibimos estos comentarios, las que intuyen que hemos tenido una vida sexual variada.

No les verás poniendo eso en el tablón de Instagram de quien lleva con su novio desde el instituto, se han casado y han tenido tres hijos.

No, pese a que haya tenido sexo todos los días durante varios años, la mujer que ha estado en una relación de pareja monógama no ‘sufre’ de esta condición.

El razonamiento es que si han pasado varios penes flojea, el mismo pene un millón de veces, no. La fisura en esta teoría es evidente.

Lo que se juzga no es la frecuencia de uso, sino que se te mida revisando el historial, una estrategia de control de la sexualidad brillante.

Nada mejor que el miedo a que te perciban como que tu vagina está demasiado usada para que las mujeres continuemos viviendo una vida sexual comedida, ¿verdad? Ahora se entiende que lo que haya trascendido es que la vagina se desgasta y no el pene.

Pero curiosamente, ¿sabes qué es lo que más recomiendan ginecólogas y fisioterapeutas del suelo pélvico para que tengas tu vagina a tono? Orgasmos.

Con quien sea, cuando sea y como sea: con pene, sin pene, con lengua, con manos, con juguetes, con el mango de la ducha, con otras mujeres. Orgasmos.

Mara Mariño

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¿Qué es la erotización de la lubricación?

Cuando recibimos la educación sexual en el colegio (si tenemos suerte de recibirla) estaría bien que entre el ciclo menstrual y cómo colocar un preservativo, nos hablaran de la lubricación.

Eso que a veces brilla por su ausencia por mucho que estés deseando comerte hasta los calcetines de la persona que tienes enfrente y que otras, aparece por sorpresa en las bragas después de un sonoro bostezo.

Creo que hablo por muchas si digo que me habría encantado saber cómo funcionaría eso que iba a acompañarme a diario, pero variando continuamente.

mujer granada

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Y eso sin contar que cada una es un mundo: «A mí me pasa que puedo estar muy cachonda, pero no estar mojada. Al principio me sentía mal por cómo se pudiera sentir la otra persona, porque yo tenía claro mi interés sexual aunque no fuera una catarata».

Las palabras de esa seguidora resuenan y mucho, porque entre en el coloquialismo de nuestras conversaciones se han colado expresiones como que estábamos tan excitadas, que podríamos dejar las bragas pegadas al techo.

Bien es cierto que lubricación es sinónimo de salud, como explica Sara Matesanz (@salud.hormonal), fisioterapeuta especializada en salud hormonal, pélvica y sexual femenina.

«La vagina, el cérvix y la vulva han de lubricar, porque eso es señal de salud en la etapa fértil por los estrógenos. Cuando no hay una lubricación es que algo pasa. No podemos normalizar una vagina y una vulva secas, porque eso genera problemas.»

Otro punto a tener en cuenta, según la experta, es «el enfoque que se le pone a los lubricantes en el mundo de las relaciones sexuales. Si una vulva o una vagina no lubrican en una relación sexual, y no hay problema físico, no hay excitación. No se puede forzar algo que no quiere ser penetrado. Esto genera muchos problemas que después vemos en consulta. Lubricación no es igual a penetración».

Las palabras de Sara habrían resultado de gran utilidad al cuerpo de defensa de Dani Alves, cuando, hace poco menos de un año, llegaron a esgrimir el argumento de la lubricación de la víctima como ‘prueba’ de que el encuentro fue consentido.

«El mensaje se enfoca en lo de siempre, lo poco que se visibiliza a nivel masculino la lubricación. El pene también debería lubricar y lubricarse», reflexiona la fisioterapeuta.

Poco (o casi nada) se habla de que el glande del pene expulsa el líquido preseminal, cuya función es facilitar la penetración.

Sin embargo, por lo general, la expectativa del ‘engrase’ en un encuentro sexual -tanto la de quien nos acompaña como la propia-, recae en nosotras.

¿Cómo no vamos a sentirlo como una exigencia con doble rasero, porque, a fin de cuentas, la lubricación del pene es mucho menor y no parece ser tanto motivo de preocupación?

Esto es algo que podría bautizarse como ‘erotización de la lubricación’, ya que de la misma manera que el squirt, se ha convertido un proceso fisiológico en parte de una performatividad sensual.

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Responsable de esto es, para sorpresa de nadie, la pornografía, gran sustitutiva de la educación sexual y culpable también de estas inseguridades, fruto de las presiones y estereotipos de género.

La narrativa de la lubricación en este tipo de películas pasa por la actriz haciendo hincapié en lo húmeda que está y mostrarlo, como con la eyaculación femenina, con todo tipo de líquidos (artificiales, por supuesto).

Cada una vive esa influencia de una manera diversa, y, entre mis seguidoras, las opiniones son muy variadas.

Porque, como una reflexiona, parece que si no hay un chorro, no demostramos lo que estamos disfrutando: «se sienten atacados o frustrados porque piensan que hay algo que no están haciendo bien y no te gusta».

Quizás por la mezcla entre la falta de conocimientos y la respuesta de nuestra pareja, vivimos la coacción silenciosa de que los lubricantes se presenten como un producto que sí o sí, tenemos que tener nosotras.

«La forma en la que nos lo hacen llegar es un poco incriminatoria, como si la sequedad fuese un problema y como culpables de ello lo tenemos que solventar», dice una.

Como si fuera «nuestra responsabilidad solucionar la sequedad de la vagina», «Ten lubricante, así ni me esfuerzo en ponerte cachonda porque la cosa es que entre bien», me escriben otras seguidoras.

Lubricante vs hidratante

Las que estamos en la etapa fértil podemos sentir especialmente cómo la lubricación va cambiando también según el momento del ciclo menstrual en el que nos encontremos.

Es una de las razones por las que la cantidad no siempre es la misma, pero también, como reflexiona otra de mis seguidoras, «Hay que normalizar que no somos máquinas. Ellos tampoco están igual siempre».

En lo que podemos coincidir es en que no necesitamos más imposiciones añadidas: «Después de sentir con todos los síntomas de menopausia, encima me cargo con más juicios externos», «Siento que de alguna manera ‘fallo’ si necesito usar lubricante», comentan dos seguidoras.

Así que propongo, como alternativa, que dejemos de ver el lubricante como pareja de baile solo de la vagina y empecemos a utilizarlo como facilitador en general.

Mientras que, si hay problemas de salud relacionados con la sequedad vaginal, lo que se deben utilizar son los geles hidratantes.

«Mi recomendación es usar lubricante para mejorar la experiencia sexual conjunta del tipo que sea. Los lubricantes no son para la sequedad vaginal, para la sequedad vaginal se utilizan los hidratantes vulvares o vaginales», comenta Mar Puig, fisioterapeuta de suelo pélvico.

«Estos últimos se suelen recomendar en momentos especiales de la vida de la mujer, como el posparto, lactancia, menopausia, durante un proceso oncológico, etc. Y cuando hay sequedad por algún problema de salud en concreto, se trata con hidratación o medicación en casos especiales, todo eso fuera de la relación sexual».

Como ella misma aclara: «No tenemos que chorrear como las cataratas del Niágara, incluso chorreando, utilizar un lubricante es interesante, para facilitar el juego erótico y la sensación de ‘desliz’ mutua por todo el cuerpo».

Mara Mariño

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¿Te someterías a una cirugía para ‘embellecer’ tu zona genital?

Fue durante el verano de 2021, con la popularización de los minibikinis, cuando se volvió muy solicitada la liposucción del monte de Venus.

Casi un año después, he descubierto otro concepto que me ha hecho reflexionar: la cirugía estética genital.

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Con el objetivo de ‘armonizar’ los genitales, una corriente de juezas de la entrepierna dicen alto y claro lo contrario a lo que se volvió viral en Sex Education.

«No, no todas las vulvas son bonitas. Hay vulvas feas al igual que hay personas feas».

Este comentario, de la boca de cualquier persona, es como una bofetada a mano abierta. Sobre todo si viene de alguien profesional del sector que ve vulvas a diario.

Si encima es mujer, del pinchazo a la sororidad ni hablamos.

Porque, por lo pronto, la belleza es algo tan subjetivo como el gusto musical. Ni a todo el mundo le va a gustar Beethoven ni Rosalía, puede que te gusten ambos estilos, puede que ninguno.

Tildar a uno de malo y al otro de bueno es en base de tu gusto personal, único. Pero tu prisma no convierte a lo que miras en una cosa u otra, solo es cómo tú lo percibes.

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Cada una puede hacer lo que quiera con su cuerpo (de nuestra voluntad depende elegir lo que hacemos con él, por supuesto), pero ¿hay libertad cuando recibes un discurso tan rotundo que te anima a mirarte la vulva para que le encuentres los defectos?

El manual de instrucciones de las anomalías que tienes que cambiar están en la lista de intervenciones de cualquier centro ginecoestético.

Labioplastia de labios menores (te ‘recortan’ los labios internos), vaginoplastia para reducir el diámetro de la vagina que se ha podido dilatar tras los partos, blanqueamiento por si del roce con la ropa se te ha oscurecido por la pigmentación o rellenar los labios externos con ácido hialurónico para que tengan más volumen.

Animándote a que cojas un espejo y te examines, ¿no vas a plantearte si tus labios son demasiado grandes o pequeños, si tu vaina es demasiado ancha o si tu vulva, en general, es demasiado oscura?

Y además, ¿cuáles son los cánones estéticos que dictan que debes tener una simetría digna del Neoclasicismo?

Porque, a diferencia de los prototipos de belleza física, tan presentes en redes sociales o publicidad, las vulvas no se ven a primera vista por la calle.

Que puedas llegar a la conclusión de que ese labio -ligeramente más grande u oscuro que el otro-, necesite un cambio puede deberse a has encontrado vulvas que no se parecen en nada a la tuya (con el porno hemos topado).

O bien porque has recibido un comentario de alguna pareja, que también se ha criado viendo este tipo de imágenes y ha construido la imagen de cómo debe ser la vulva perfecta en su cabeza.

Pero no porque, de un día para otro, decidas que lo que hasta ahora era una parte más de ti, ya no te gusta.

Recuerda que de esa insatisfacción ajena que te han metido en la cabeza -de una manera sutil-, implica llenar los bolsillos a los que se dedican a esto.

Cuánto más inseguras estamos las mujeres con nuestro aspecto, más dinero gastamos en cambiarlo.

Entre 1.500 y 3.500 euros es lo que cuestan este tipo de cirugías ‘armonizadoras’. Pero, alerta de spoiler: el cuerpo no es simétrico y la vulva tampoco.

Personalmente prefiero gastarme el dinero en un viaje con mi pareja a cualquier lado, que es algo que va a ayudarme más a ser feliz que blanquearme los labios.

Así que mi consejo es que, si coges un espejo, que sea para verte y aceptarte de arriba a abajo. Que si no tienes ningún problema funcional, que te impida tener una vida sexual normal, lo que ves entre tus piernas es perfecto (y precioso) para disfrutarte.

#lavulvaesbella

Mara Mariño

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Tenemos que superar el miedo a que nos huela la vagina (de una vez por todas)

Acepto mi celulitis, mis arrugas de expresión que ya empiezan a marcarse, mis estrías que surcan las caderas, mi vello corporal -el que no ves también-, acepto mis tetas, incluso me gustan que sean pequeñas.

Acepto todo de mí con una única excepción. He convertido en un tabú mi olor y mi sabor.

UNSPLASH

Fue cuando, tras una de mis primeras experiencias sexuales, el chico le contó a sus amigos que mi vulva olía.

Olía, por supuesto. A eso que huelen las vulvas y las vaginas. A la acidez de un pH encargado de protegernos de infecciones y microorganismos externos.

Fue hace ya 10 años que me dije que estaba mal algo en mí. Que aquello no tenía que oler a nada.

Que debía llevar la entrepierna siempre a punto, como el agua, inolora e insabora, completamente aséptica.

Y es algo que a día de hoy me toca todavía empezar a aceptar. Aprender que el problema no es mi denominación de origen única y personal.

Me veo todavía llevando siempre un tanga extra en el bolso.

Buscando una excusa para pasar por el baño antes de que pueda pasar nada para eliminar cualquier rastro que revele que mi chocho huele a chocho.

Así tengo a veces que explicar por qué soy tan vergonzosa con ese tema, cuando si se da en el lado contrario, lo vivo con absoluta normalidad.

«¿Que huele a pis? Claro, es que sale por ahí. ¿Que hay tufillo a sudor? Todo normal».

Aceptable siempre y cuando no me pase a mí.

¿Pero cómo voy a vivirlo de otra manera? No tanto por mi compañero de clase, que solo fue el detonante.

Es que desde antes de que me bajara la regla ya recibía mensajes en la misma línea en cualquier anuncio de producto de higiene femenina.

Un catálogo encargado de cubrir cualquier perfume que pueda salirte de la entrepierna y disfrazarlo de un olor químico que teóricamente nos recuerda a rosas.

Compresas empalagosas, geles íntimos mentolados y por supuesto un pubis de menor de edad en el porno, donde no hay un pelo, un pegote de flujo, nada que revele que eso pueda tener identidad odorífera propia y se rompa la fantasía masculina.

La solución a mi problema de autoestima vaginal sé que está en que alguien venga y me diga que todas esas paranoias dan igual.

Que un día me olerá al jabón recién salido de la ducha y otro algo más fuerte por haberme hecho una ruta de 5 kms, que a veces estará sudado, con un minúsculo trozo de papel después de una noche de fiesta y que lo más normal es que lo acepte y no me impida disfrutarlo.

Y ese alguien tengo que ser yo antes que nadie.

Duquesa Doslabios.

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Ni higiénicas ni saludables, la cara B de las duchas vaginales

La primera vez que vi la película La fiesta de las salchichas, tuve que buscar qué clase de objeto era el villano: una ducha vaginal animada.

Y sí, como periodista curiosa, me pudieron las ganas de seguir indagando en lo que era aquella especie de jeringuilla pensada para llenar de líquido la entrepierna.

LELO FACEBOOK

Para mi sorpresa, internet me regaló con la búsqueda imágenes de todo tipo de edemas y productos para ‘limpiar’ bien a fondo la zona.

Yo que pensaba, inocente de mí, que la vagina era lo bastante autosuficiente como para limpiarse sola… Resultaba que el capitalismo había encontrado otra cosa más en las que las mujeres debíamos gastar dinero.

Aquel instrumento -a medio camino entre parte de un set de un juego educativo de química y un instrumento de tortura de la Inquisición-, servía para introducir soluciones líquidas en la vagina mediante una especie de pera, con la promesa de dejar las paredes impecables y con buen olor.

Pero además, hay mucha leyenda negra alrededor de este producto. No sirve para prevenir las ETS por mucho que se hagan antes o después de tener sexo. Es más, es la mejor forma de cargarte el pH de la flora vaginal, lo que significa que queda todavía más expuesta.

Tampoco es anticonceptiva, no va a servir para evitar que los espermatozoides sigan su camino por tus entrañas.

Es más, si se usa con regularidad, puede llegar a producir a largo plazo dificultad para quedarse embarazada o incluso embarazos de riesgo.

Y eso sin hablar de las infecciones o irritación vaginal que suelen ser un clásico efecto secundario de este tipo de artículos.

Entonces, ¿qué hacemos con la vagina? ¿Cómo la limpiamos? Pues en la ducha y como limpias otra parte del cuerpo, con agua y jabón en la vulva, dejando que la zona interior siga con su autolavado.

Nos sale arriesgado lo de obsesionarnos con productos con olor para camuflar nuestro perfume propio, cuando es algo natural y, no una señal de falta de higiene.

Duquesa Doslabios.

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