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El ‘fexting’, la forma de discutir con tu pareja que deberías evitar

Creo que podemos estar de acuerdo en que, a través de una pantalla, todo es peor: leer un libro, intentar conocer a alguien, pero sobre todo discutir con tu pareja.

Lo que no sabía -pese a ser toda una experta en la materia de discutir y de discutir por mensaje-, es que se conoce como fexting (fighting over text), aunque en castellano lo llamamos «tener una movida por WhatsApp».

mujer con teléfono

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Sí, admito que en varias ocasiones, y con diferentes parejas, he caído en la rutina de estar mandando mensajes cada vez más y más enfadada.

En el momento en el que la tecnología nos da la opción de estar en contacto en cualquier momento del día, resistir las ganas de posponer una discusión a cuando se esté en persona, es todo un reto.

Y sobre todo si, como yo, eres de mecha corta y en cuanto te enfadas necesitas soltar el rebote y no dejarlo en reposo.

Pero según los expertos (y como habrás podido comprobar) ponerte al teclado a decirle a tu pareja lo mal que te ha sentado cierta cosa, es la peor de las ideas.

No solo no soluciona nada, sino que encima te sientes peor conforme se desarrolla la conversación. Terminas teniendo que solucionarlo en persona.

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Esto se debe a que no es una manera efectiva de mantener un diálogo. Los fallos en la comunicación se dan por todas partes.

Desde que el enfado se cuela en el mensaje y al no ver cómo afecta a la otra persona sentimos más frustración al hecho de que puede que pillemos a quien recibe los mensajes haciendo otra cosa y no sea capaz de contestar en el momento (provocándonos que nos están ignorando aunque no sea el caso).

El chorreo de sentimientos negativos se traducen en una serie de mayúsculas o exclamaciones -la versión digital de ‘estoy subiendo la voz’- que cuestan de digerir.

En conclusión: todo por mensaje se magnifica y se pierde información lingüística del lenguaje corporal y paralenguaje (cómo se comunica el mensaje a través del tono, volumen, etc).

Menos fexting, más llamadas

En un mundo ideal, si quieres discutir con tu pareja y en ese momento es imposible, deberías ser capaz de aparcar el mosqueo hasta que se dé la ocasión de hablarlo en persona.

Pero si es algo que aún tienes pendiente trabajar o es algo que no puede esperar, la solución no es correr al teclado.

Siempre es mucho mejor hacer una llamada telefónica.

Por mensaje tiendes a soltar todo lo que se te pasa por la cabeza y, al no tener que interrumpir tu discurso para escuchar a la otra persona, los mensajes se solapan y te pierdes entre tanta notificación.

Eso, vía llamada, es más difícil que suceda. Además, escuchar la voz de la otra persona acorta esa distancia física y es un puente tendido hacia la resolución del conflicto.

Para terminar, quiero recordarte que discutir es un punto muy vulnerable para todos los participantes.

Las emociones están a flor de piel y pueden llegar a penetrarse en tu discurso.

No hace falta que te diga que cualquier expresión de enfado o ira va a alejarte más y más de llegar a un punto de encuentro, así como utilizar apelativos ofensivos y hablar de manera pasivo-agresiva.

Lo que sí te ayuda a expresarte y que te entiendan es hablar desde cómo te han hecho sentir las circunstancias que os han llevado a discutir.

No es un «es que tú has hecho/dicho» sino un «es que yo me he sentido así».

Y sobre todo, si quieres progresar con tu pareja, no caigas en el fexting y llama.

Mara Mariño

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Así afecta a tu satisfacción sexual hacerlo por ‘obligación’ o por deseo

Para mí, la principal diferencia entre no ponerle nombre a algo y empezar a llamarlo ‘relación de pareja’, radica en el compromiso.

El compromiso de trabajar en los diferentes pilares de la relación como son la comunicación, la confianza, la afinidad, el cuidado y respeto y la afectividad, muy relacionada con la vida sexual.

pareja satisfacción sexual

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Mostrar la libido y compartir el placer también nutren la relación. Nos hacen sentir que la otra persona nos desea y nos atiende.

Pero siendo una de las esferas de toda pareja hay quien puede vivirla como un deber, especialmente cuando se trata de relaciones largas en las que puede haberse instaurado la monotonía o, directamente la motivación por tener sexo ha caído en picado.

Dentro de que son muchas las causas que entran en juego si se dan estas circunstancias (que antes había mayor tiempo para experimentar e introducir novedades, pero ahora la rutina impide mantener el mismo espacio, por poner un ejemplo), nadie debería hacer nada porque lo siente su deber.

Primero porque el sexo es algo que debería vivirse desde el deseo y segundo porque tiene unas consecuencias desastrosas.

Que es algo que ha revelado un nuevo estudio de la publicación Journal of Sex Research.

Los resultados mostraron que aquellas personas que tenían cualquier tipo de sentimiento de obligación hacia las relaciones sexuales, experimentaban menor satisfacción que aquellas que lo veían como hacer algo bonito por la pareja.

Este grupo tenía la misma satisfacción sexual que las parejas que afirmaron tener sexo por deseo.

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La conclusión a la que llegaron fue que la satisfacción es un factor que está ligado a la percepción que tengas de ese encuentro.

Una deducción que va en la misma línea de otros estudios previos que descubrieron que quienes tenían sexo por la motivación del placer físico, tenían emociones positivas, mayor deseo sexual y satisfacción en la relación.

Mientras que quienes lo hacían por evitar conflictos (tener que dar explicaciones del rechazo, por ejemplo), experimentaban emociones negativas, terminaban teniendo conflictos igualmente y un menor deseo sexual.

A toda esta información es interesante añadir el dato del género de los votantes, ya que la mayoría de las personas que en el estudio eligieron la opción de sentirse obligadas fueron las mujeres, un dato que se ha repetido en una encuesta rápida que he replicado en mi Instagram.

La visión coitocentrista

Y es algo que encaja si tenemos en cuenta dos factores: el primero que cuando hablamos de ‘tener sexo’ pensamos automáticamente en el coito, porque es la práctica que nos han dicho que es perfecta para parejas.

Pero lo cierto es que las mujeres que llegan al orgasmo a través de este método no alcanzan ni el 30%, por lo que si seguimos pensando en la penetración como práctica por excelencia, es normal que la motivación por el placer físico sea menor.

En segundo lugar que somos nosotras quienes a día de hoy seguimos recibiendo mensajes de que si no le ‘damos’ a nuestra pareja lo que quiere, corremos el riesgo de que corra a buscarlo en otro lado.

Si dejamos de pensar en el sexo como una sucesión de polvos en distintas posiciones y más como un universo de exploración, donde todas las prácticas tienen cabida, quizá nosotras también tendríamos el mismo interés.

Y también recordar que si la única motivación que tiene una persona para seguir en una relación es metérnosla, es el momento de buscar nosotras a alguien mejor.

Porque satisfacción sexual es también construir una intimidad al lado de quien te hace sentir valorada al completo.

Mara Mariño

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Estar en relaciones de parejas largas me han enseñado que el sexo…

Fluctúa, porque hay ocasiones en las que se da de manera seguida y otras en las que disminuye de manera drástica.

Y que además es casi imposible prevenir cuándo van a darse las distintas temporadas.

Pareja cama sexo

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Puede ir desde un periodo de vacaciones alejados de todo, donde solo apetece estar desnudos, a un momento de estrés laboral cuando la libido cae en picado.

A diferencia de los encuentros esporádicos con alguien, donde por norma general, cada polvo se vive con la máxima intensidad, fruto de la tensión sexual y la novedad, en las relaciones largas existen los polvos perezosos.

Sí, sabrás a cuáles me refiero si te has despertado de una siesta, aún con sueño, y querías un orgasmo pero sin la parafernalia del sexo.

Uno de esos casuales, fáciles, sin florituras ni adornos, un mete-saca rapidito o tocaros sin más.

El placer de vaguear por partida doble.

En pareja también tienes que aprender a lidiar con la frustración del rechazo. Porque llevando tiempo juntos, eres capaz de entender que no tiene por qué apetecerle y que no tiene nada que ver contigo.

No tomártelo como algo personal, no dejar que afecte a tu autoestima y buscar una alternativa por tu cuenta si lo que quieres es un rato de intimidad, es la manera más sana de asumirlo.

Sobre todo porque tu vida sexual no depende única y de manera exclusiva de tu pareja. Gran parte será en su compañía, cierto, pero al final debes responsabilizarte tú de tu placer cuando se dan esas situaciones.

Y se darán, créeme.

Lo de que estando juntos es mucho más fácil encontrar momentos es una verdad a medias.

Cada uno tiene su vida y su organización de la jornada, pero más allá de eso, el pico de deseo suele aparecer en momentos diferentes del día.

En resumen, coincidir no es el pan de cada día.

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Además, al igual que adquieres el compromiso de trabajar en la relación teniendo conversaciones largas y asertivas sobre algo que queréis mejorar, el enfoque en la vida sexual debe ir por el mismo camino.

Ambas personas deben implicarse activamente y escuchar los deseos y gustos del otro.

Salir de la rutina, encontrar momentos de calidad y probar cosas nuevas son consejos que pueden (y deben servir) a la relación de cara al público y a lo que suceda en la intimidad.

Aunque quizá una de las cosas que más me ha sorprendido es que, el hacerlo a escondidas, o de manera más discreta, no se termina cuando te independizas de casa de tus padres.

Si no que continúa en la edad adulta cuando tienes visitas o cuando entran niños en la ecuación.

Si me tengo que quedar con mi enseñanza favorita después de analizar mis relaciones de pareja más largas, diría la confianza absoluta.

Esa de desnudarte delante de alguien y saber que da igual en qué momento de la regla estés, si por lo que sea has decidido dejar de depilarte -algo muy válido, dicho sea de paso-, o si la pedicura está descascarillada vas a parecerle igual de deseable.

Pero también la seguridad de que puedes experimentar todo lo que se te ocurra y más sabiendo que es con alguien a quien conoces tanto que, con tan solo una mirada, sabe si quieres seguir o necesitas parar.

Mara Mariño

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¿Cómo podemos seguir creyendo en el amor los ‘millennials’?

No es por ser catastrofista, pero el panorama actual de las citas está peor que nunca.

pareja amor millennial

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En la pospandemia vamos arrastrando las consecuencias de un encierro que hizo que nos planteáramos toda nuestra vida.

Queremos libertad absoluta, pasarlo bien, viajar, ser nuestra única prioridad.

Además nos conocemos mejor que nunca, hemos convertido la terapia en una compañera habitual y a medio camino entre el fin de los 20 y los comienzos de la treintena, por fin hemos conseguido gustarnos (de verdad).

Desde fuera parecería que se reúnen las condiciones necesarias idóneas para dar con una pareja a largo plazo, alguien con quien compartir la vida.

Y sin embargo hemos sido la generación que le puso nombre al ghosting, al benching, al orbiting… A las peores conductas posibles, además de sufrirlas de primera mano.

Tengo la sensación de que a los millennials nos ha pasado con el amor algo parecido a lo que nos pasó cuando terminamos la universidad.

Nuestros padres nos habían jurado y perjurado que hiciéramos una carrera universitaria, que lo complementáramos con algún idioma, que nos marcháramos un año de Erasmus para tener más experiencia…

Todo ello tendría como recompensa dar con ese trabajo que, después de tanto esfuerzo, nos merecíamos.

Esa nómina que nos iba a permitir vivir con la misma comodidad que a ellos.

Lo que nos encontramos fueron eternos contratos de prácticas o un salario como lo que nos parecía el futuro, muy limitado.

El amor ha ido por el mismo camino. Todas, repito, todas las películas de nuestra infancia terminaban con un «Felices para siempre» y fueron seguidas por las series de nuestra adolescencia.

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También lo tuvieron Ron y Hermione, Edward y Bella, Troy y Gabriela, Bridget Jones y Mr. Darcy, Carrie y Big, Rachel y Ross (aunque odiemos a Ross) y Chuck y Blair.

Así que, con trabajos precarios, la dichosa inflación o los precios de los alquileres tan inalcanzables emocionalmente como nuestros matches, ¿cómo esperar que mantengamos la esperanza?

¿Cómo seguir creyendo en el amor?

Todo es líquido, instantáneo, fast, de consumo rápido, de «aquí te pillo aquí te follo», «Mejor vamos viendo», «Ya te escribo yo, que tengo mucho lío», «No, no hace falta darnos los teléfonos».

Quizá, justo por ello, somos la generación con más posibilidad de triunfar en el amor.

Porque tenemos todas las ganas del mundo en conocer a alguien, porque sabemos lo que es esforzarnos al máximo, hemos empezado de cero tantas veces que no tenemos problemas ni nos preocupa hacerlo de nuevo.

Porque hemos cambiado de países y hemos mantenido a la gente que nos importaba en nuestra vida, pero sobre todo porque ante tanta incertidumbre en todas partes, ya le hemos perdido el miedo.

Y, como me decía una amiga, «estando dispuesta a que te hagan daño», porque ese riesgo forma parte también de una relación.

El consuelo es que siempre tendremos la ocasión de volver a refugiarnos en las amistades -si sucediera-, que, a diferencia de la prolífica carrera laboral o el triunfo en el amor (los dos grandes mitos para la generación Y), esas relaciones sí nos han salido buenas.

Mara Mariño

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¿Una pareja como nuestro padre?

No sé qué relación has tenido con tu padre, pero según una psicóloga inglesa de la Universidad de Durham, que él hubiera pasado tiempo contigo cuando eras pequeña o si le sentías involucrado en tu crianza, podría significar que buscas (inconscientemente) rasgos como los suyos en tus parejas.

mujer hombre padre

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Pero, aunque te dedicara tiempo y atención, ¿qué ejemplo has tenido de figura masculina a nivel emocional?

Porque es bastante habitual entre las mujeres de nuestra generación contar con padres que estaban completamente volcados en su trabajo (la tasa de reincorporación al trabajo de nuestras madres era aún menor que el 55% actual).

También al ser de la generación del Baby Boom y contar con un tipo de educación muy concreta de sus padres, hijos de la posguerra, ha recibido una idea sesgada de cómo debe ser un hombre.

Masculinos, grandes fanáticos del fútbol, cerrados en banda cuando se trata de hablar de sentimientos, reacios a dar cariño -no vaya a ser que haya quien piense raro-, los proveedores de la casa, la figura que ‘manda’…

Así que, contrariamente a lo que probó la psicóloga, no queremos salir con nuestro padre porque ya tenemos en casa el ejemplo de hombre emocionalmente inaccesible, por desgracia.

Nuestra búsqueda es la contraria, idealmente que mantengan sus cualidades positivas (si tu padre es buena persona), pero que haya llegado a deconstruirse.

Y esta puede ser también la clave de que nos relacionemos de una forma nueva.

Porque si nosotras buscamos un padre (que ya tenemos) y ellos una madre (que ya tienen), seguiremos replicando los comportamientos que hemos vivido en casa sin cuestionarnos si son realmente los que queremos.

Que además, por muy buena que sea la relación entre tus progenitores, siempre hay algo que puedes mejorar en la tuya. Discusiones distendidas en el sofá en vez de gritos, igualdad en el reparto de tareas…

Y, a esos padres que no han tenido mucha más opción que la de salir como han salido, ahora es un buen momento para desprenderse de todo aquello que no les encajaba y sentir que pueden abrirse, compartir sus emociones e incluso llorar.

Que les vamos a querer igual.

Mara Mariño

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Hipergamia femenina: ¿a las mujeres solo nos mueve el interés para encontrar pareja?

Hace unos días subí un vídeo a Tiktok en el que comentaba lo excitante que me resultaba que mi pareja me apoyara en mi desarrollo profesional.

Aquel vídeo se viralizó no por lo que me habría gustado, ya que la mayoría de respuestas que recibí fueron que luego les dejábamos por otro con mejor posición o dinero.

Sobre todo había un término se repetía sin cesar: ‘hipergamia femenina’.

Marc Anthony y Nadia Ferreira

@nadiatferreira

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Una rápida búsqueda en Google me llevaba única y exclusivamente a vídeos de YouTube con la explicación del concepto (todos grabados por hombres, por cierto).

En ellos se comentaba que la hipergamia femenina es una práctica mediante la cual las mujeres solo nos emparejamos con alguien en función de su posición social o su capacidad económica, buscando siempre una comodidad (y sin atender a otros factores).

Dicho en pocas palabras: que nos movemos por el interés y no por el corazón.

Aquello me dejó un poco en shock, especialmente cuando en mi entorno, la mayoría tenemos salarios casi iguales, habiendo también parejas donde ella gana más y no ha ido a buscar otro compañero acorde a su nuevo nivel económico.

Pero no quería sacar conclusiones por mi círculo, así que fui a los datos oficiales, la fuente fiable de información.

En 2019, el Estudio de Condiciones de Vida del INE se hizo esta pregunta y quiso analizar la cantidad de solteros y solteras en función de su renta.

Lo que revelaron los números fue que la cantidad de mujeres sin pareja era la misma tanto si su capacidad adquisitiva era menor como mayor.

En cambio, los hombres con una renta elevada tenían menos posibilidades de estar solteros que los de rentas más bajas.

Así que, si la hipergamia femenina fuera una realidad, sí que se vería reflejada en el estudio mediante una diferencia entre las solteras más y menos pudientes.

Es decir, habría más solteras en el extremo de las que tienen rentas altas ya que no ‘necesitarían’ hombres con dinero, lo que según el razonamiento de la hipergamia, sí hacen las de rentas más bajas.

De la misma manera, en ese último grupo habría menos mujeres solteras.

Lo que sí sucede es la diferencia de solteros en el grupo de hombres, que es lo que podemos ver socialmente completamente normalizado en algunos ejemplos que todos conocemos.

Leonardo DiCaprio, Marc Anthony, Dennis Qaid o Sean Penn son algunas estrellas conocidas por estar con mujeres a las que doblan (o casi triplican) la edad.

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La prueba de que con su posición social, fama o desahogo económico no tienen parejas de su edad, sino que el denominador común de todas sus compañeras es la juventud y la belleza.

Entonces, a ver si no es la hipergamia femenina lo que realmente es preocupante a la hora de encontrar pareja, entre los hombres que tienen menos posibilidades económicas, sino el machismo de toda la vida, que anima a que, en cuanto tengas ocasión, te dejes mimar por un sugar daddy.

A mí, a día de hoy, me siguen llegando propuestas por Instagram, por cierto.

La diferencia es que prefiero a mi lado un compañero que me valore por quién soy, que esté en lo bueno, en lo malo, en lo peor y en lo mejor, independientemente de cuánto sea su nómina a final de mes, es decir, sin mirar quién es mi ‘mejor postor’.

Ya que esa persona solo me vería a cachos, como un cuerpo desechable por el de la siguiente cuando el mío empiece a cambiar por la edad (o la ‘Regla de los 25 de DiCaprio’).

Quizás quienes esgrimen la hipergamia femenina deberían recordar que ya no necesitamos quien nos mantenga, porque la mayoría de nosotras somos mujeres trabajadoras.

Eso a diferencia de nuestras abuelas, que no podían acceder al mercado laboral, por lo que les era imprescindible alguien que trajera el salario a casa.

Justo por eso, por primera vez ya no tenemos que escoger por nuestra seguridad económica. Podemos buscar un buen compañero, que tampoco es fácil.

Así que, a los datos me remito, quizás por esa razón, sea como sea nuestra situación económica, la cantidad de solteras se mantiene constante.

Mara Mariño

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Cuando llevas tiempo en pareja, ¿es posible un San Valentín como la primera vez?

Voy a decirlo: soy una romántica incurable. De las que su estado emocional favorito es ‘enamorada’.

Así que, el hecho de que exista un día para el amor, es algo que me hace muy feliz porque soy de decir «te quiero» todo el rato a mi familia, amigas y, por supuesto, pareja.

pareja san valentín

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Pero lo que me costó aprender es que la fase de emoción propia del principio del enamoramiento se terminaba pasando y, una sensación más tranquila, incluso rutinaria, era la que terminaba por quedarse.

Es algo que explica Laura de Lera, psicóloga y sexóloga colaboradora de Control: «Cuando hablamos de relaciones de pareja con proyección de futuro es importante conocer que hay diferentes fases del amor».

Estas fases serían el enamoramiento, el amor romántico y el amor maduro, además, cada una de ellas tendría diferentes características a la hora de vincularnos con la otra persona.

«La primera es estimulante, excitante y lujuriosa, lo cual desciende a medida que nos sentimos más seguros con nuestra pareja y por lo tanto sentimos menor incertidumbre», lo que explica que, si una relación es sana, nos de sensación de estabilidad y no sea una constante montaña rusa emocional.

También es cierto que hay una diferencia entre que las cosas estén ‘más tranquilas’, por llamarlo de alguna manera, y alejarnos de nuestra pareja.

Porque hay factores del día a día que pueden llevarnos a ese punto, como son el «el estrés y el distanciamiento emocional, las grandes enemigas del deseo sexual, dice la experta.

Mientras que el estrés nos lleva a no tener otras ganas que no sean de ir a la cama a descansar, el distanciamiento puede deberse a dejar de compartir esos momentos en pareja que la hacían especial.

Así que, por muchos años que llevemos a la espalda, sí es posible, trabajando en equipo, traer de vuelta la emoción a San Valentín (o cualquier día del año, vaya).

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No hay amor que se pueda dar si no empezamos por el punto de partida que es el propio, por lo que el primer paso es preguntarse qué necesidad se tiene.

¿Más magia? ¿Más muestras de cariño? ¿O quizás espacio?

Y en segundo lugar, averiguar qué es lo que nos aleja de esa necesidad para solucionarlo.

También «conectar con tu yo del principio de la relación, re-explorar tu sexualidad y una buena comunicación», son las otras claves que, en opinión de Laura de Lera, ‘resetean’ la relación.

Además, una vez trabajadas, la experta afirma que se llega a un siguiente nivel que es el de «disfrutar de nuevo de tu sexualidad y recuperar la magia de las primeras veces con tu pareja».

Mara Mariño

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No lo llames ‘poliamor’, llámalo cuernos o lo que no es tener una relación abierta

Hace unos días me contaba un amigo que los chavales de hoy en día ‘estaban fatal’ después de oír a dos hablando sobre sus relaciones abiertas.

Básicamente lo que hacían era estar en una relación de pareja con sus novias mientras tenían sexo con más mujeres sin que ellas se enteraran.

trío relación abierta

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Algo que se conoce como ‘no monogamia no consensuada’ o, como lo conocemos la mayoría, ‘poner los cuernos’.

Es interesante que, hasta la banda Veintiuno describe algo similar con una estrofa de la canción La vida moderna.

Le llamáis poliamor a los cuernos de siempre

La conclusión parece clara, parte de la población (y ya ni te digo si preguntas a los que nacieron antes de los años 70) relaciona automáticamente ‘poliamor’ o ‘relación abierta’ con adulterio.

Yo entiendo que, pasando de la monogamia, la reina por excelencia de las relaciones de pareja, a una etapa donde se nos han abierto nuevos modelos de estar con otra persona, los comienzos pueden ser confusos.

Además, es difícil que no se dé esa conexión -errónea, por cierto-, entre los términos si hay personas que llaman a lo que hacen algo que no es para nada.

Pero por eso es importante, por básico que resulte, repasar qué es y qué no es una relación abierta (y por qué los chicos que hablaban de sus ‘relaciones abiertas’ al principio del artículo, no pueden estar más equivocados).

Una relación es un acuerdo entre dos, tres o las personas que sean. Ese acuerdo tiene que ser tomado de manera libre y con el compromiso de respetarlo por todas las partes.

Así que ‘monogamia’ es el acuerdo de que la intimidad sexual y emocional se vive con una única persona.

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Todo lo que salga de ahí -trieja, poliamor no jerárquico, swingers, polifidelidad, anarquía relacional…- es lo que se engloba dentro de las ‘no monogamias’.

Los acuerdos aquí son más complejos por la simple razón de que, a más personas, más gestión emocional y por tanto más comunicación y logística de cara a organizarse.

(Que de hecho, ya os confesé que yo en parte era monógama por vaga).

Pero una vez establecidos y respetados, el funcionamiento es igual de bueno y satisfactorio que en la monogamia.

Aquí entra que, en todas las formas de relacionarse que he enumerado, los miembros que pertenecen a ellas están al tanto y consienten a que esa sea la relación.

En cambio, cuando no todos los miembros están conformes y se oculta deliberadamente otros vínculos, es lo que podría definirse como infidelidad o ruptura del contrato.

Independientemente del acuerdo que escojamos, la honestidad y la ética tiene que ser una parte fundamental de este.

Y si bien la monogamia es tan válida como las demás, hay que ser honrados y no eximirnos de la responsabilidad de las (malas) acciones, sacándonos de la manga un término cuya definición no se cumple en absoluto.

Porque, si la monogamia no te encaja, existen un sinfín de alternativas.

Pero mentir, fallar a la otra persona y, por el camino, alimentar una fama negativa inmerecida a las relaciones no monógamas, no debería ser una de ellas.

Mara Mariño

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¿Cómo comunicar las inseguridades sexuales a otra persona?

Hace unos años me quitaron dos lunares de la pierna derecha dejándome dos cicatrices. Si ya sentía vergüenza mostrando algunas partes de mi cuerpo, fue la guinda del pastel.

Bajaba la persiana, apagaba la luz, me colocaba de lado, me tapaba con la sábana… Todo con tal de que no se me viera la pierna.

pareja mujeres hablando cama

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Lo que nunca se me ocurrió, era que podía comentar ese agobio que me entraba, en cuanto me bajaba los pantalones, con la otra persona.

Y, teniendo en cuenta que fue una inseguridad que se me pasó con el tiempo, ahora me doy cuenta de que, si lo hubiera dicho de antemano, nadie le habría dado la dimensión que yo le estaba dando.

Pero esa opción no entraba en mis planes.

Me atrevería a decir que casi cualquier persona tiene algo por lo que se siente poco segura cuando llega el momento de un encuentro sexual.

Puede ser relativo al físico, como mi caso, pero también preocupación respecto a miedos como la duda de si somos deseables, si se estará aburriendo…

O incluso cosas como no sentirse a gusto a nivel sexual o la manera en la que preferimos que nos hagan ciertas cosas (y no saber cómo comunicarlo).

Hay incluso quien evita quedar con nuevas personas para no tener que pasar por lo mismo una y otra vez.

Así que partiendo de la base de que toda inseguridad que se tenga, hay que trabajarla por cuenta propia, en el proceso podemos hacer partícipe a nuestra pareja sexual de lo que está sucediendo.

Si has intentado la comunicación no verbal (poner en práctica los cambios en la habitación o directamente quitar la mano si no querías que tocara alguna parte concreta), y sigues sintiéndote mal, es la señal de que hay que hablar de las cosas.

Hablar de las inseguridades

Para empezar, la palabra mágica: asertividad. Hay que contar la situación de manera asertiva desde el «cómo me siento yo» y no «cómo me haces sentir».

Es decir, dejar claro que esto sale de mí, son mis inseguridades y no tienen que ver contigo.

En segundo lugar, cabe preguntar si a la otra persona le parece bien que te abras. Aquí es importante dejar claro que no necesitas una solución, sino simplemente que te escuche y valide tus emociones.

Por ejemplo, puedes decir que te pasa algo referente a vuestra vida íntima y, a continuación, «¿te parece bien que lo comparta contigo? Eso me ayudaría porque no tienes que decir nada, solo quiero abrirme y que me escuches», por ejemplo.

Una vez puestas las cartas sobre la mesa, es el momento de plantearse de qué manera me sentiría más cómoda con mi inseguridad, ya sea cambiando de posición, modificando la iluminación, cómo quieres que te toquen, si cuando tu inseguridad crezca necesitas parar, daros mimos durante un rato…

De qué manera quiero implicar a mi pareja de forma activa (y hasta qué punto quiere y puede implicarse)

Es un punto medio en el que, mientras se trabajan las inseguridades, se puede tener un encuentro íntimo que resulte cómodo para ambos.

Mara Mariño

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Así es la ‘monogamish’ o monogamia con excepciones

Hace unas semanas os contaba que, de todas las formas de relacionarme, la monogamia era la que más me encajaba.

Aunque sí que es verdad que, como digo yo en cuanto empiezo a conocer a alguien más a fondo, si entra David Beckham por la puerta ofreciéndome una noche de pasión, estoy soltera.

pareja feliz monogamia

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Vale, lo comento a modo chiste porque sé que es bastante improbable que suceda.

Pero el hecho de que tenga esa mentalidad sobre la excepcionalidad si aparece mi amor platónico celebrity, o si es algo que le sucede a mi pareja (que encima es una actriz española y lo tiene más fácil solo por la distancia), es algo que contempla una variante de la monogamia.

Lo que se conoce como «monogamish», que viene de unir «monogamia» e «ish» («casi» en inglés), es un tipo de pacto que permite encuentros de carácter sexual, muy de vez en cuando, dentro de la monogamia.

Esa excepción es la broma que hago acerca de tener un ‘pase libre’ con las celebridades que son nuestros amores platónicos (aunque entre broma y broma, la verdad se asoma).

El término monogamish fue acuñado en 2011 por el periodista especializado en sexo Dan Savage para definir esta situación, pero también una posible formalización más allá del encuentro con nuestro crush famoso.

Es decir, es el pacto de que el «vínculo tiene prioridad sobre cualquier conexión externa, pero que las aventuras ocasionales son aceptables y quizás incluso deseables para mantener encendida la llama».

Puede ser, previo acuerdo, desde tener terceras personas de vez en cuando a una noche donde todo vale.

Según el libro Ética Promiscua, supondría una buena alternativa para las personas que no quieren dar el salto al poliamor, pero les atrae la excitación de tener un «devaneo ocasional fuera de su relación».

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Lo que cabe recordar es que, por muy raramente que suceda esa historia fuera de la relación monógama, la gestión emocional y logística hay que hacerla igualmente.

Es decir, dentro de la monogamish también hay que comunicar de forma honesta los deseos, trabajar la gestión de celos y poner los límites -un ejemplo, que el encuentro no sea en el piso donde vive la pareja-.

Sin olvidar la planificación de cuándo se va a hacer, para que no afecte a otro compromiso que se iba a hacer con la pareja (de manera que siga sintiendo que es la prioridad).

Ahora que conoces de qué va, ¿lo propondrías?

Mara Mariño

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