La última casualidad de mi vida consistió en un viaje a Valencia mientras leía Una luz tímida, la novela de Àfrica Alonso.
Era inevitable, desde el tren, no ver esos paisajes verdes y amarillos y pensar en que no solo sus protagonistas los habrían mirado con los mismos ojos, sino también las dos profesoras que inspiraron su relato.
Porque Carmen Martínez e Isabel Perelló no son solo las heroínas en las páginas, sino dos mujeres reales que vivieron una época en la que sus sentimientos se veían como un atentado contra la moral.
![Àfrica alonso en la obra de teatro Una llum tímida](https://cdnb.20m.es/sites/108/2024/07/TB-unallumtimida-4-1100x733-1-620x413.png)
TEATRE BARCELONA
Cuando Àfrica sabe de ellas a través de un artículo de sucesos, se queda impactada con la crónica del periódico. Un acontecimiento narrado desde el morbo, desde el suceso final que había pasado entre ellas (me abstengo de contaros más para evitar el spoiler).
«El artículo hablaba de un final trágico, pero lo hacía con muy poca empatía», me comenta la autora, que también reflexiona sobre como pese a haber estado más de 20 años juntas, no se menciona de manera clara que tuvieran una relación.
Y fue aquella sensación agridulce la que llevó a la actriz a escribir, por pura intuición, una obra de teatro que ha representado parte de esta historia.
La otra parte llegaría después, cuando Àfrica pasa temporadas en Manuel y Catarroja para conocer a las personas que sí tuvieron relación con aquellas maestras, a las que los tiempos les negaron vivir su romance, para poder reconstruirla.
«En el artículo había una nota que hablaba de ese sufrimiento y empaticé con Carmen, porque me parecía un grito de auxilio no escuchado», afirma.
«Quería proponer un relato alternativo a esa noticia. Qué podía haber llevado a dos maestras a terminar como acabaron. Un intento de que la gente empatice con lo que hicieron», confirma Àfrica.
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Y vaya si lo hace, es imposible que su escritura no te lleve atrás en el tiempo, a pueblos grises, lunas en el cielo, naranjas, acequias y paredes de pisos pequeños.
Los mismos que formaron parte del día a día de las profesoras que, por desgracia, rompieron vínculos familiares para poder vivir su vida de una manera que era incomprensible para la época.
De Isabel averiguó que pasó un tiempo exiliada en Francia y, de Carmen, que estuvo hospitalizada en un hospital psiquiátrico para encontrarle ‘cura’ a lo que le sucedía, su orientación sexual.
Fue en aquel centro donde los tratamientos de la época (por llamar de alguna manera lo que a día de hoy se consideraría un trato que viola los derechos humanos) le dejarían una serie de secuelas mentales que le acompañarían hasta el final de sus días.
Hacer del sufrimiento esperanza
Sin embargo, el relato de Àfrica Alonso busca la justicia poética de su romance mezclando en su novela lo que ha descubierto y lo que ha querido escribir.
«He hecho el ejercicio de pensar cómo yo habría vivido una situación así si hubiera vivido en la misma época y el mismo lugar. La novela es un manifiesto de cómo entiendo yo el amor», dice la novelista.
Una visión libre, amplia donde todo tiene cabida que, por desgracia no se extiende a nivel nacional. Aún en algunos sectores de la población española todavía sigue anclada una mentalidad relativa a este tema que poco ha evolucionado respecto al franquismo.
«Hay un sector de la sociedad con cada vez más fuerza y menos vergüenza de propagar discursos homófobos, racistas, machistas, tránsfobos etc. Se han puesto una máscara que incluso puede resultar atractiva a la gente joven a día de hoy», afirma Àfrica.
«No hay que olvidar la lucha de muchísima gente hasta ahora para llegar a dónde hemos llegado. Nunca hay que dar nada por sentado», alerta.
Quizás una parte del problema es que esto que pasó, como a muchas otras parejas del colectivo, nos suena demasiado lejano a día de hoy, algo sobre lo que también reflexiona Àfrica: «Hay un distanciamiento generacional muy grande. Me gustaría que las generaciones más jóvenes de chiques del colectivo tuvieran más acceso a los relatos de la gente mayor LGTB».
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«También escribí esta novela porque la gente mayor está muy incomprendida y hay una herida del franquismo en el colectivo que aún mancha bastante. Hay un aislamiento, gente que ha tenido que renunciar a las familias para poder vivir su vida libremente y ahora corren el peligro de sufrir soledad», explica.
No solo resalta la grande necesidad de crear una propia familia dentro del colectivo, sino que «se produjera más acercamiento entre las siglas de este colectivo tan largo y maravillosamente diverso, que se acercaran más las unas entre las otras».
Hace ya unos días que terminé el libro, pero entre mi viaje a Valencia y la semana del Orgullo, siento a Isabel y Carmen como si hubieran saltado fuera de las páginas -y se trataran de dos mujeres a las que he conocido en persona-, por cómo he empatizado con cada palabra.
«Este libro es una conexión entre ese pasado y este presente que es futuro. Creo que la gente que termina el libro, pese a la tristeza de la historia lo acaba con una sensación de esperanza inevitable de que a través de la ternura podemos entender a las personas y acompañarlas en mayor medida de lo que se hizo en el pasado».
Àfrica ha logrado su objetivo.