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¿Por qué me agobio cuando me van a hacer sexo oral en vez de disfrutarlo?

Cuando una de mis mejores amigas me confesó que no le gustaba que su pareja le hiciera sexo oral, mi primera pregunta fue: «¿Qué es lo que no te gusta exactamente?».

Podían ser muchas cosas, desde que no le gustara la sensación, que tuviera alguna molestia… Pero lo que realmente le desagradaba era el agobio que sentía ante de idea de que su novio tuviera la cabeza cerca de sus bragas.

pareja

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«Es que mi flujo huele muy fuerte, así que prefiero que hagamos otras cosas sin que él baje», me llegó a decir.

Y, teniendo en cuenta que forma parte de mis amigas que solo ha estado con hombres, nunca había podido comparar olores con los de otras mujeres.

Entonces, ¿por qué tanta preocupación por su vulva?

Lo que le pasa a mi amiga es un sofoco silencioso que muchas arrastramos cuando se trata de quitarnos la ropa interior.

Puede que jamás hayamos visto, probado u olido ningunos genitales femeninos, y a lo mejor, justo por eso, nos parecen tan raros los nuestros propios hasta el punto de considerarlos «demasiado».

Demasiado olorosos, demasiado grandes, demasiado oscuros…

Más que nada porque la única comparación que tenemos viene impuesta por la autocrítica que nos hacemos en función de los estándares de belleza.

Para empezar, está el momento en que vamos al supermercado y todo producto para la higiene femenina lleva perfume para que te sientas «fresca» o cuando las compresas te aseguran eliminar todos los olores.

Si a eso le sumamos que las vulvas que muchas han visto son las del porno -que son seleccionadas para crear un contenido dirigido una audiencia mainstream masculina-, normalizamos un pubis rasurado, unos labios diminutos o esta idea, desde que se han puesto de moda las labioplastias, de que deben ser simétricos.

Preocupaciones que, como buenos pensamientos intrusivos, afectan a la capacidad de relajarse y, como a mi amiga, te impiden disfrutar de la experiencia.

Otros factores que ‘cortan el rollo’

Aunque muchas sentimos que por fin hemos alcanzado la ansiada libertad sexual, no todas viven su intimidad de una manera libre y plena.

En nuestra sociedad, se han establecido ciertos estereotipos de género en relación con la sexualidad, como la idea de que el placer sexual de las mujeres se subordina al de los hombres o es secundario.

Esto puede generar inseguridades y expectativas poco realistas, por lo que es importante recordar que todas las formas de placer son igualmente válidas (y que tú también te mereces gozar de que bajen al pilón).

Y relacionado con esto, aparece la falta de conocimiento sobre el propio cuerpo y las preferencias sexuales, otro factor que puede contribuir a ese agobio.

Si no estás segura de lo que te gusta o cómo comunicarlo a la pareja, todo lo que implique que se acerquen a la zona supone una angustia.

Cómo disfrutar(te)

Para mí, el primer punto es el de la aceptación corporal.

Es la hora de normalizar que, a no ser que tengas un problema de salud, tus genitales huelen a lo que tienen que oler y tienen el aspecto que tienen que tener.

Verte, familiarizarte contigo misma, con una parte de tu cuerpo que está ahí no solo para que le metas tampones o copas, sino para darte un montón de placer, es también clave.

¿Has probado a mirarte alguna vez ahí abajo con un espejo? Es para flipar: tienes vello suave, capas varias, texturas que parecen un coral…

¡Si es precioso! Deberías venerarlo más que a tu pelo y no te sientes ni la mitad de orgullosa de tu vulva que de tu melena.

Una vez te reencuentres contigo, permítete disfrutar tanto sola como en compañía.

Dedícate tiempo a saber qué es lo que te va y, cuando estés con alguien, no tengas miedo a decir lo que te gusta ni a pedir cómo quieres que se haga.

Empoderamiento hasta el coño, amiga.

Mara Mariño

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Así son las láminas para hacer sexo oral (igual de placentero) sin el riesgo de contagiarte nada

Diría que no nos falta concienciación sobre el sexo seguro (gracias, Chenoa) cada vez que vamos la penetración entra en escena.

Pero creo que, en todas las demás prácticas, nos tomamos las cosas con calma o nos preocupa menos pillar algo.

Y eso explicaría también el repunte de enfermedades de transmisión sexual.

pareja beso lengua oral

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A modo de breve repaso de educación sexual, sí, por desgracia todo lo que implique contacto entre mucosas -todas las del cuerpo-, es también un foco de contagio.

Estoy hablando de la vulva, el ano, la boca, y por supuesto, el pene.

Tratándose del último de la lista, el condón nos hace el apaño ya se trate de meter o de chupar , pero ¿y para todo lo demás?

Pues bien, yo había oido hablar -en su momento-, de las láminas de látex, que supuestamente sirven para el resto de zonas del cuerpo.

Pero no me había dado por probarlas hasta que empecé a escribir este espacio.

Así empezó mi aventura de buscar ‘métodos de barrera para poder tener sexo oral en vulva y ano’ o, como iba diciendo por las farmacias «¿Tenéis láminas de látex para comer culos y vulvas?».

En realidad no lo hice así, pero habría sido mucho más divertido.

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En algunos sitios me miraron raro, en otros nunca habían oído hablar del tema y ni sabían que eso existía.

Mientras tanto, las cajas de profilácticos se encontraban bien a la vista y a mano en los estantes.

Pero nada, las láminas que os comento no se venden en farmacia. O al menos en las tres que pregunté.

Está claro que, la protección más allá del pene, en el sexo oral, es algo secundario hasta en las redes de distribución oficiales.

Finalmente las encontré en una tienda erótica, bien resguardadas en una vitrina junto a juguetes sexuales, dados y lubricantes.

No, no fue fácil encontrarlas, primer inconveniente a la hora de querer usarlas. Pero una vez en mi poder, confiaba en que todo se volvería más sencillo.

Cómo funciona el sistema

Las láminas son lo que se anuncian en el reverso de la caja, no hay trampa ni cartón: ‘hojas’ finas rectangulares de látex sin ningún tipo de lubricante o adhesivo, que se colocan donde quieras y se usan para lamer la zona por encima de la lámina.

100% protectoras a la hora de evitar contagiarte donde quiera que metas la lengua y 0% de publicidad engañosa, lo que lees (en la caja) es lo que hay.

Porque tampoco hay ninguna imagen que acompañe. Una vez las abres sí que encuentras dentro un papelito donde te explican cómo se colocan y qué no deberías usar junto a ellas (lubricante de base oleosa).

Aquí quiero destacar el hecho de que, una vez desplegadas, no olieran a globo, algo que sí pasa con los condones.

Fue un alivio, es un olor que me produce náuseas. Las que compré tenían un perfume como a chocolate blanco.

Pero el problema es que siendo tan anchas, una vez estás en faena con la boca ocupada, te cubren la nariz cuando respiras por ella, taponándote los agujeros de lo ligero que es el látex de la lámina.

Otro obstáculo a tener en cuenta. Pero después de haberlo probado, no son todo desventajas.

Puedo confirmar que es mucho más cómoda cuando se trata de quien la disfruta, que para quien la está utilizando para ejecutar el cunnilingus o el annilingus.

La lengua se queda un poco tirante al terminar (algo que igual usando un lubricante a base de agua no sucede, pero yo lo probé tal cual venía en la cajita).

Puede ser porque hay que aplicar algo más fuerza para que la otra persona tenga la misma sensación que si la lámina no estuviera de por medio, que sí hace un poco de resistencia que si no hubiera nada.

Es parecido a cuando te la quemas por haber comido algo muy caliente, pero se termina pasando.

¿Mismo placer?

Respecto a las sensaciones de que te coman con eso puesto, diría que es como cuando te estimulan por encima de la ropa interior.

Sí, se nota ligeramente que hay algo entre tu piel y la lengua, pero la impresión es igual de placentera y se puede llegar de la misma manera al orgasmo.

Mi conclusión es que es una buena idea para practicar sexo oral de manera segura, pero no termina de salir a cuenta (al menos en el aspecto económico).

Para que el uso del producto se volviera más frecuente, deberíamos empezar a acostumbrarnos a tirar de lámina cuando practicamos sexo oral con una persona nueva (que sería lo suyo).

Quiero pensar que, en ese futuro hipotético, la alta demanda haría que las láminas se popularizaran, lo que lograría que llegaran a más puntos de venta cercanos -farmacias incluidas- y, finalmente que su precio bajara.

Porque tenemos que hablar de que, por la friolera de 7 eurazos, te venían solo 2 unidades. Te sale el cunnilingus o annilingus a 3,50 €.

Hay que tener en cuenta que, con las marcas más famosas de condones, la unidad de preservativo cuesta menos de 50 céntimos.

Esto significa que es mucho más rentable comprar una caja de estos, cortar la punta con unas tijeras, hacer otra incisión vertical para que tenga la misma forma rectangular, y hacer el apaño.

Pero eso ya es una decisión personal. Lo que no deberíamos plantearnos es si usar o no un método de barrera cuando bajamos al pilón, que hay mucha infección suelta (y a veces quien la porta ni lo sabe).

Mara Mariño

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Lo que de verdad hace que una noche sea memorable

Me hace gracia del porno que, según la mayoría de películas, un encuentro inolvidable pasa por ser golpeada contra el cabecero de la cama, como si fueras un tornillo y buscaran dejarte clavada a la pared.

Pero para mí, el polvo ideal, se encuentra muy alejado de eso.

pareja cama

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A diferencia del juego de percusión, de quien se piensa que tu vagina funciona como un tambor, le doy importancia a la conexión entre las pieles.

No la que se queda solo en los genitales, la que va mucho más allá.

La piel de dos manos enredándose, de unos dedos recorriendo la cara interna del brazo, bajando por la axila, persiguiendo una cosquilla o un escalofrío.

La misma piel que va, poco a poco, descendiendo por el costado, redondeado un pecho como si lo estuviera sitiando y avisándole de que se aproxima una batalla de cuerpos, deslizándose por el vientre, acariciando el ombligo y yendo, de arriba a abajo, por los muslos.

Es inolvidable un encuentro cuando los besos se vuelven mandones, reclamando el protagonismo. Y dejan una huella invisible a la vista pero no al recuerdo.

Tanto que al día siguiente te parece que todavía puedes sentirlos. Como si la piel recordara la marca de los labios con un cosquilleo. En todas partes, por supuesto.

No soy capaz de olvidar las noches donde la boca ha caído en picado por mi cuerpo hasta hacerme perder, por unos segundos, el conocimiento.

Gracias, desde aquí, a todos los poetas de la lengua castellana que me han comido el verso.

Aunque, si pienso en las más memorables, no todas han venido necesariamente acompañadas de un orgasmo, pero sí de la sensación de seguridad que me han transmitido.

De estar, aunque acabáramos de conocernos, donde quería estar y con quien quería; conjugando el verbo desear en compañía: «yo te deseo», «tú me deseas», «nosotros nos deseamos».

Con alguien que no dudaba en sacarse el preservativo logrando que me pareciera sexy que se preocupara por la salud de los dos.

Y, aunque quizás menos sensual, me quedo también con la ternura del after sex.

Porque sí, independientemente de si hay sentimientos de por medio, el cariño es siempre de agradecer después de compartir un momento íntimo.

Son memorables quienes se han desprendido de esa idea de que, por ser solo algo físico, no podíamos darnos afecto al terminar.

Especialmente si encima me llega el ofrecimiento de una tarta que ha comprado para la ocasión, porque sabe que soy más de dulce y quería tener un detalle.

Con tan buen sabor de boca, es imposible no recordar la noche como un absoluto éxito.

Mara Mariño

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¿Y si la fantasía del hombre empotrador no era para tanto?

Define el amante perfecto, el compañero de vicio ideal, el que fantaseas con tus amigas cuando os ponéis a charlar.

Me juego lo que quieras a que se te viene a la mente la imagen un empotrador (el que sea).

Uno conocido con quien has tenido sexo o uno que, en tu cabeza, tiene que follar a las mil maravillas. Una máquina de penetrar.

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Pero, ¿es el empotrador quien más nos hace disfrutar entre las sábanas?

Porque cada vez estoy más convencida de que, todo este tiempo, estábamos engañadas y no era lo que necesitábamos (aunque sí lo que nos vendían).

Yo soy de las que piensa que el empotrador está sobrevalorado. A la hora de la verdad, lo que nos da placer es otra cosa.

La mayoría de los orgasmos, que solo consigo con una estimulación directa del clítoris, me lo confirman. Por mucho que aparezca un empotrador, ahí no es.

No quito lo placentero del roce, de una buena embestida. Pero que la figura del empotrador sea popular, que todo trate de la penetración beneficia solo sale a cuenta a una mitad de los participantes.

Ah, y que una vez tienen sexo, a follar como bestias. Legitima un sexo que arrolla, destroza y hasta maltrata.

Si bien es agradable si te apetece o te va un rollo más intenso, el empotramiento queda romantizado entre las amigas.

Si no te revienta la vagina -y al día siguiente no caminas como un cervatillo recién nacido-, no cuenta.

Igual mi punto de vista es menos popular, pero me encantaría que se popularizara, en vez del empotrador, el que sabe tocarte en condiciones.

Quiero que se reconozca de una vez a esos que saben hacerte un sexo oral de fantasía, que consiguen que se te olvide hasta que se ha puesto a llover y te has dejado fuera la ropa tendida. Los auténticos expertos en lengua (y no la castellana).

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Los que circulan por tu clítoris a una velocidad digna de autopista y van cortando los hilos de lucidez que te atan al cerebro para que, lo único que alcances a sentir, sea el centro de tu cuerpo, palpitando al ritmo que te marca.

Son quienes se merecen para mí, el máximo reconocimiento. Porque el pene está muy bien, nadie lo duda.

Pero que sepa leerte, entenderte, tocarte, estimularte, complacerte, beberte, comerte y correrte, le da de vueltas a cualquier empotrador.

Mara Mariño

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Y así fue como el anilingus dejó de darte vergüenza

Si me preguntas cuándo me quedé más cortada, la vez que me dijeron que querían comerme el culo o la que me pidieron que lo hiciera yo, diría que la primera.

Y es que, por mucho que te dediques a la limpieza de la zona, nunca las tienes todas contigo de que aquello esté como para recibir la visita de una lengua.

SAVAGE X FENTY

O al menos, eso es lo que siempre me ha echado para atrás.

Pero bueno, no hay problema. Con vergüenza ni se come ni se almuerza, que dice el refrán, así que me ha tocado perderla.

Al menos no tengo el estigma que aprieta a más de uno de que dejar que le coman el culo (y disfrutarlo) es algo poco masculino.

Que el placer anal es solo para disfrutar si eres homosexual, es otro mito del beso negro que toca desterrar en 2022.

Si todos tenemos culo, aprovechémoslo para pasarlo bien.

No quiero volver a ver en una reunión con amigos a los que bajan la mirada si pregunto que por qué no se dejan hacer un anilingus.

Hay quien puede sacar el tema de las bacterias, que por mucho que no se vean, pululan por la zona. Que entre eso o que hay pelo, es poco higiénico.

Vale que puedes depilarte los cuatro (o cuatrocientos) pelos o utilizar un enema si eso te tranquiliza, pero piensa que quien quiere bajar sabe a dónde está yendo de paseo. 

Con agua y jabón de por medio no necesitas montar un puesto de desinfección. También basta con no ir con la boca a cualquier sitio después de la cata anal.

Abrirte de piernas para poner tu culo en bandeja, no significa que des luz verde a que te la metan por detrás.

Una cosa no tiene por qué implicar la otra. Así que si es algo que te preocupa, háblalo antes de empezar.

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Y si por lo que sea te ha pillado un día con dolor de tripa, diarrea o simplemente estás hinchada de la regla y no te apetece jugártela a la ruleta rusa del gas, déjalo para otra ocasión y fuera.

Es una experiencia al límite entre el morbo y el pudor de sentirte expuesta.

Pero vale la pena desprenderse de todo por la oleada eléctrica que te recorre cuando dos manos abren las nalgas para franquearle la entrada a un lametazo.

Duquesa Doslabios.
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Feliz Navidad con este relato erótico sobre sexo oral

Cuando le digo a mi madre que sí, que iré a la farmacia a por una prueba de antígenos antes de comer con la abuela para que se quede tranquila, me doy cuenta de que ha sido la peor de las ideas. La cola de la farmacia dobla la esquina de la manzana. En este punto en el que lo más probable es que me quede sin test -ya ayer se agotaron en menos de una hora- empiezo a pensar que habría hecho mejor en decirle que no iba y me quedaba en casa. Así que normal que explotara cuando vi que te querías colar delante de mí.

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Perdona- digo con ese tono que lo que insinúa en realidad es que te vayas a la mierda-, la cola termina ahí.

Sin apenas girarte me dices que te estaba guardando el sitio tu vecina y le das conversación la mujer de delante. No sé si será verdad o no que la conoces, pero ante la duda, me resulta más sencillo volcar mi enfado sobre ti. Representas todo lo que no me gusta ahora mismo, sexo masculino (dale las gracias al ghosting por esto), el típico corte de pelo de barbería con los laterales rapados -y una mata por encima que parece un ser vivo-, y la sinvergonzonería de colarte en algo tan vital. Cuando la fila empieza a moverse al abrirse la farmacia solo puedo pensar en que más te vale que haya un test para mí.

***

No puedo esperar a llegar a casa, me meto en la cafetería de al lado y hago la prueba en el baño. Aunque no sé cómo he conseguido llevar a cabo el proceso con el mix de palitos y botes de tamaño mini, al final el hisopo ha terminado en la prueba de Covid. Solo me queda esperar. Estoy sentada mirando el test que está sobre la mesa lo que se me antojan como varias horas (y que en realidad son apenas unos minutos). Por fin la línea se empieza a dibujar junto a la ‘C’ y respiro aliviada. Me dura poco, otra línea le acompaña junto a la ‘T’. Positiva en Covid. Tras escribirle a mi madre el mensaje y asumir que voy a pasar las fiestas sola, estoy lista para encargar un cargamento de bollos y pastas. Y cuando voy a levantarme de la mesa, reparo en que tú estás enfrente. No me había dado cuenta de que habías tomado la misma decisión que yo, sin poder esperar a llegar a casa para salir de dudas. Me miras entre los mechones que caen de tu flequillo y sostienes en alto un test con dos rayas. Si es el karma por haberte colado delante de mí, no entiendo que he podido hacer yo mal para que también me haya tocado. Me encojo de hombros mientras te devuelvo una sonrisa que me tapa la mascarilla y se me ocurre la más loca de las ideas.

***

Mi casa se ha convertido en uno de los mayores focos de contagios de Madrid teniendo en cuenta que en apenas 179 centímetros del sofá de Ikea estamos dos personas con coronavirus. Nada más llegar a casa he dejado la mascarilla junto a las llaves, pero tú todavía la tienes puesta. Como si no estuvieras muy seguro de soltarla. De desprenderte de la única barrera que, por lo que nos han dicho, evita la transmisión. Decido por ti y recorto el espacio que nos separa sentándome a tu lado.

Creo que ya no te va a hacer falta eso- te suelto las gomas de detrás de las orejas y dejo la FFP2 junto a tu abrigo, donde aún asoma el test de antígenos con las rayas tan dibujadas que parecen de neón.

No tengo la casa especialmente ordenada, así que el chaquetón plantado en la mesa baja, junto a mis libros, portátil y bolígrafos, parece encajar. Te miro por primera vez la cara desnuda y me sorprendo de que seas más pequeño de lo que pensaba. ¿24? ¿25? Es una diferencia de edad notable, pero no alarmante -nunca los números me han asustado-. Pero no deja de llamarme la atención como, automáticamente, hace apenas una hora, te eché más años de los que tenías. Toda esa seguridad aplastante con la que reivindicaste tu sitio en la cola parece haberse quedado delante de la farmacia. O es que quizás te preocupa recontagiarte, algo ya improbable. De cualquier manera no tuviste ninguna duda cuando te propuse pasar juntos la Nochebuena. Dos extraños asintomáticos aislados del mundo en plena pandemia global.

***

Cuando vuelvo del baño tras lavarme las manos, pareces más relajado. La situación ha pasado de parecerte extraña a divertida. Es algo que deduzco por cómo inspeccionas mis cuadernos de biología marina, con la confianza de quien ha visitado la casa de su anfitrión más veces.

Este verano hice snorkel en Malta y vi unas algas idénticas a estas- dices señalando la foto de la Asparagopsis taxiformis.

Podría seguir la conversación y contarte que no es original del mediterráneo, que es una especie invasora o que puede reproducirse sexual o asexualmente. Que te hayas fijado en una alga cuyo nombre en hawaiano se relaciona con el placer, me parece casi una señal. Me siento junto al libro y te cojo de la mano, guiándola para cerrarlo. Sigo pensando lo mismo que cuando te quitaste la mascarilla, que tus labios, por finos que sean, piden a gritos ser besados. Así que me lanzo. Y tu boca me recibe en lo que por dentro siento como aplausos. Alzo las manos y acaricio tu intento de barba, esa que aún no es cerrada y tiene algún hueco sin vello. Rodeo tu cara mientras te dibujo los labios con la punta de la lengua. Como si lamiera una piruleta que no me sabe a fresa, sino al capuchino de la cafetería de abajo. Te acomodas en el sofá, pero te llevo la contraria. No voy a seguirte a tu terreno, sino que me reclino aún más en la mesa abriéndome espacio entre los libros, cuadernos y tu chaqueta mientras me desabrocho el botón de los pantalones. Pareces saber interpretar la señal cuando tiras de ellos para bajarlos. Un forcejeo que vivo recreándome en tu esfuerzo hasta que los dejas abandonados por el suelo. Empiezas por el tobillo, recorriendo la cara interna de mi pierna con la boca entreabierta. Un camino que llega a su fin cuando alcanzas el borde de mis bragas. Me sacas la lengua y catas, con algodón de por medio, qué te espera debajo de la tela. Queriendo desintegrar la ropa, alargas el momento para sacarme de mis casillas. Muerdes mis muslos y deslizas un dedo que mueves en círculos por donde intuyes que se encuentra mi clítoris (no andas tan desencaminado). Por fin te decides y, con una mano, apartas la ropa interior para hundirte entre mis piernas. Me perfilas con la lengua, primero el labio izquierdo, luego el derecho. Te recreas lamiendo de arriba a abajo pasando por los recovecos de mi cuerpo. Hasta que vuelves a subir y te quedas -ahora sí- en mi clítoris. Deslizándolo de lado a lado, como si fuera la pelota de tenis y tu lengua las raquetas.

Empiezo a encorvarme sobre la mesa  y utilizas tu mano libre (la otra sigue con la tarea de no dejar que la tela de mis bragas corte el transbordo mis labios-tu lengua) para acariciarme con la yema. Y aprovechando mi humedad, que juega a tu favor, hundes el dedo para seguidamente, alzarlo desde dentro. Lo sacas de nuevo y te lo llevas a la boca sin dejar de observarme, con tu mirada fija en mí. No me queda otra escapatoria que no sea ver cómo me catas con el improvisado cubierto en el que se ha convertido tu dedo. Entrecierras los ojos como si lo que has encontrado te hubiera gustado. La imagen me pierde y te pido que repitas el juego gastronómico. Obediente vuelves, esta vez con el doble de dedos y repartes lo que encuentras. Uno termina en tu boca y otro en la mía. Contento con haber compartido tu descubrimiento, vuelves a la carga conmigo. Arrodillado frente a mí, empiezas un nuevo patrón. Mecánico, pero lento y profundo, sigues embistiendo con la mano. Mi cuerpo te da la señal de que cada vez estoy más cerca de que eso se convierta en fuego artificial y me prenda. Me falta el aire, el mismo que mi frecuencia cardiaca pide multiplicar convirtiendo mi respiración en jadeos. Cambias de estrategia y utilizas la boca para apretar, masajear, succionar… Pierdo la cuenta del compás de sensaciones y me dejo llevar a sabiendas que la combinación de tu lengua y el dedo tienen más peligro en mi sangre que un chupito de tequila. Si te pillo por sorpresa, no lo demuestras, sigues manteniendo el ritmo cuando mi cadera se eleva hacia arriba y se me cierran los ojos con fuerza para disfrutar de la corriente eléctrica que me sacude entera. Cuando los efectos del orgasmo desaparecen y cada vez me palpita menos el cuerpo, soy capaz de incorporarme a ver cómo le dedicas a mi vulva los últimos lametazos, más suaves y relajantes que ninguno de los anteriores. Te despegas y apoyándote en mis piernas desnudas, me deseas una Feliz Navidad.

Todavía es Nochebuena- te respondo con risas. Mientras preparo mentalmente un contraataque en el que los primeros en caer van a ser tus vaqueros.

Este producto hace que el sexo oral sea alucinante (y lo puedes compartir con tu pareja)

Como clitoriana de manual, todo lo que implique recibir estimulación directa sobre el clítoris está en mi lista de must haves a la hora de tener sexo.

Acepto soplido, lametazo vertical, horizontal, en forma de círculos, yema del dedo, succionador con batería, succionador bucal, bala vibratoria y todo lo que puedas imaginar que sirva para moverlo de un lado a otro.

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Además, cualquiera de ellos se puede acompañar de acción en la zona de alrededor. Pero llega un punto que, por mucho que intentes innovar, las formas de jugar con una vulva llegan a su fin.

Pasa lo mismo cuando es un pene el que se escurre entre los labios. Que las combinaciones son muchas y dependen tanto de nuestra imaginación como de lo que nos diga la otra persona.

Si nos quedamos cortos de ideas, es el momento de experimentar -con cabeza-. Nada de probar con esa salsa picante que tenemos en la nevera para ver si produce sensación de calor.

La nata, el chocolate o, por qué no, la mantequilla de cacahuete son lo bastante untuosos como para satisfacer tanto a quien da placer como a quien lo recibe.

Más allá de lo que podamos tener por casa, apto para el consumo, la industria de artículos sexuales ha dado rienda suelta con una variadísima gama de lubricantes con sabor que podemos utilizar y que muchos de ellos incluso vienen con efecto de frío o calor.

Pero hay algo más. Y he tenido la suerte de probarlo hace nada.

Imagínate un producto pequeño, fácil de llevar en la cartera junto al preservativo que nunca falta y que da un giro con looping y caída libre a cualquier práctica que implique bajar del ombligo.

Es justo eso lo que se le ha ocurrido a Bijoux Indiscrets con su nuevo invento: unas tiras con sabor a menta que se deshacen en contacto con la lengua.

Y si son el mejor invento para el clítoris después del succionador, tengo que decirlo.

Si a veces buscar algún juguete del arsenal es algo que frena un poco la pasión del momento -por aquello de rebuscar y ponerlo en funcionamiento-, es un problema que no he tenido con las tiras.

Se puede erotizar hasta el momento de abrirlas y ponerlas en una lengua extendida y sedienta, sin quitarle la vista de encima a la otra persona.

Y bajar a comerle -o que te coman-, como si mañana no existiera, carga de erotismo un sexo oral mucho más jugoso que al que estaba acostumbrada.

Una vez notas que la tira empieza a derretirse, es el momento de pasar la zona ardiente de la lengua por el glande o el clítoris, de usarla como si se tratara de un utensilio de la cocina para repartir generosamente esa sensación de cosquilleo.

La misma que, según pasa el tiempo, también nos manda señales de calor o frío (si pruebas a soplar después, vas a alucinar).

Además, para quienes no estén muy reconciliados con su sabor más íntimo, son perfectas para disimular todos los olores y matices del mundo que puedan captar las papilas gustativas (¿ves como lo tienes que llevar en la cartera por si surge que te lo coman en cualquier parte?).

No te quedes ahí. Para en seco, sube de nuevo y prueba la experiencia de besar entrelazando entre las lenguas otra tira. Métela hasta la campanilla y saborea mientras las bocas están encendidas.

Aumentar la temperatura de los besos es otra de las opciones por las que merece la pena experimentar más allá de la entrepierna.

¿Quieres más ideas? Prueba a lamer los pezones, el lóbulo de la oreja o incluso a llamar a golpe de lengua la puerta de atrás. No hay parte del cuerpo que no se pueda convertir en manjar.

Y una vez centrada la atención y el deseo en esas partes encendidas, tú decides si sigue siendo la boca quien lleve el peso de la estimulación o si, condón a mano, pasas a otro tipo de práctica.

Ya que son compatibles con los preservativos, no tendrás que parar a lavarte, solo aprovechar el calentón por partida doble para seguir jugando.

Duquesa Doslabios.

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Condones de sabores: ¿sirven solo para practicar sexo oral?

Una de mis amigas no deja que su novio le practique sexo oral por considerar que el olor de su flujo era demasiado fuerte (según ella).

Y aunque yo le dejé claro que estaba segura de que su entrepierna olía a lo que tenía que oler, es algo que no ha conseguido superar.

Personalmente, soy partidaria de que aceptemos y disfrutemos del cuerpo tal cual. Pero bien para casos como el de mi amiga o por añadirle variedad a nuestra vida íntima, existen alternativas.

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El lubricante de sabores -si lo pruebas con base de agua no solo resulta menos pegajoso, sino que encima lo puedes utilizar para tener sexo anal- es uno de los más populares.

Otra opción son los condones de sabores, que van desde las frutas a la menta o incluso algunos pasando por el chocolate.

Con el objetivo de hacer de una relación una experiencia a medio camino entre el placer físico y el gastronómico, solo queda una duda por resolver.

¿Después de chuparlo y rechuparlo, se puede usar para algo más o es solo para el sexo oral?

Depende de cada marca. Mientras que hay algunas cuyos condones de sabores se pueden utilizar para todo tipo de prácticas, otras recomiendan cambiarlo por uno nuevo.

La excepción a la norma serían aquellos preservativos que incluyen sustancias que retrasan la eyaculación y pueden llegar a adormecer la boca.

También en la lista negra de condones que es mejor no pasar por la boca son aquellos con efecto calor, ya que el lubricante termogénico puede llegar a ser molesto en una zona tan sensible.

Los demás lubricantes con sabor son seguros tanto si se ingieren como si entran en contacto con la mucosa de la vagina o del ano siempre y cuando no contengan azúcares, que es lo que puede provocar infecciones.

Y por último, nada de pegarle un bocado al preservativo ya que están hechos a base de látex o de caucho natural.

Ante la duda, tómate un minuto para leer con atención la caja. Mejor eso que estar unos días más tarde con hongos por no haberle echado un vistazo a las recomendaciones.

Duquesa Doslabios.

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¿Es el 69 la postura más sobrevalorada?

Antes de que en el colegio aprendamos el número π (3,14) hay uno que todos conocemos, el 69. Bien porque te lo ha dicho el espabilado de turno de la clase o porque, investigando con el ordenador de casa, diste con un fondo de pantalla en el que salía acompañado del logo del conejito de Playboy.

Igual no sabías cómo funcionaba la mecánica, pero tenías algo claro: 69 es igual a sexo. Lo mejor es que han pasado unos 20 años y muchos (me incluyo en este grupo) seguimos sin entender todos sus secretos.

«Es que no puede ser tan complicado«, pensabas en un primer momento. «Su cabeza en la entrepierna, la mía en la suya y a comernos».

Pareja en ropa interior

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Ya te toque arriba o abajo, llega un punto en el que piensas «¿Estoy cómoda? ¿Qué hago con esta pierna? Se me está durmiendo el brazo…».

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Porque el 69 tendrá muchas cosas, pero cómoda no es. Ni a la hora de acoplarse por el tema posiciones ni aguantando mucho tiempo en la postura (y menos aún en verano, me recuerda una amiga puntualizando esa fricción que se da entre barrigas).

Es infinitamente más fácil llegar al orgasmo en otras posturas que teniendo que estar concentrándote en hacer una felación mientras intentas que tu culo no le aplaste la nariz.

La falta de concentración es lo que, tras una rápida encuesta en Instagram, mis seguidores seleccionan como principal inconveniente.

«Quien mucho abarca poco aprieta», «Vamos a centrarnos en una sola cosa para hacerla bien», «De uno en uno se disfruta más», «Ya estoy mayor como para tener que hacer todo a la vez», son algunas de las opiniones que salen de la pregunta.

Sin embargo la tenemos erotizada hasta el punto de que hemos tenido que ponerla en práctica para descubrir que es de todo menos eso.

Aunque no todo son desventajas. No ocupará los primeros puestos de la lista de las posiciones más prácticas, pero es innegable el poder que tiene a la hora de conectar.

Por esa razón, no creo que debamos descartarla del repertorio. El hecho de tumbarte sobre alguien dejando -y teniendo- sus genitales a escasos centímetros de la cara, es tan visual que sirve para intimar.

Vale que no es para relajarse y disfrutar. Más bien se trata de una postura activa que, por muchas variantes que le metas (el 69 vertical, el lateral, el medio sentados…) solo gana puntos como complemento de otras posiciones, no como plato principal.

Pero sí que me quedo con su carga erótica al acercar la sexualidad dos personas y quitarnos la vergüenza de que nos vean así: en bolas y primer plano. Con el cuerpo expuesto y el objetivo claro de pasarlo bien y hacer disfrutar.

Duquesa Doslabios.

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Si te cuesta llegar al orgasmo con el clásico 69, es hora de que pruebes el 68 o ’69 hawaiano’

No, yo tampoco sé quién bautiza las posturas sexuales, pero lo de ponerles gentilicios como coletilla es algo que no entiendo.

Como que en España llamemos ‘paja cubana’ a masturbar con las tetas pero en Italia eso se conozca como ‘una española’.

CONTROL ESPAÑA

Nacionalidades aparte, es el momento de conocer esta variedad del 69, que también encuentras como ‘el 68’ (y, de paso, nunca más dejar de practicarla de hoy en adelante).

Personalmente, he pasado por mis fases con la postura original. Al principio no congeniábamos porque me costaba pillar el multitasking de recibir placer y concentrarme en recibirlo al mismo tiempo.

Con el tiempo, ha terminado por ser una de mis favoritas para esos momentos en los que necesitas bajar un poco el ritmo pero seguir disfrutando.

Y aunque la más típica es aquella en la que una persona se tumba boca arriba y la otra se coloca a cuatro patas y en sentido inverso, también me atreví a experimentar con la versión vertical (y averiguar que eso de tener sexo oral mientras me baja la sangre a la cabeza, no es lo mío).

El 68 no tiene ese problema, es más, tiene una ventaja respecto a las otras y es que es perfecta para aquellas que, como yo, tienen problemas a la hora de concentrarse cuando hacen este tipo de posturas en las que tienes que estar pendiente de varias cosas.

La principal diferencia es que se centra solo en uno de los dos miembros (adiós a esos pensamientos que te recuerdan que debes mantener el ritmo).

Pero vamos por partes. Antes que nada, la colocación. La persona que vaya a practicarla, debe tumbarse mirando hacia arriba con las rodillas flexionadas.

La pareja utiliza las piernas como respaldo apoyando el resto del cuerpo sobre el torso y dejando justo sus genitales a la altura de la boca.

Es importante que el peso caiga también sobre los brazos y las piernas para no aplastar mucho a quien hace de apoyo y que aguante lo más cómodamente posible.

Con esta postura, chupar y lamer es facilísimo, sí, pero también utilizar las manos.

Y no solo en los genitales, teniendo el ano tan cerca, es la excusa perfecta para hacerle una visita al vecino de abajo.

Duquesa Doslabios.

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