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Las señales de que tu nuevo ‘crush’ es tóxico que deberías aprender a identificar

Me gusta especialmente la frase de “El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra” porque tiene una excepción: los maltratadores.

O quizás, más bien, las mujeres que hemos estado en sus manos.

UNSPLASH

Hace ocho años, ese era mi caso. Tras una relación con violencia de todo tipo, amenazas de suicido, persecuciones, etc la terapia con una psicóloga me abrió los ojos sobre un maltrato que, incluso con todo eso a mis espaldas, era incapaz de ver.

Nunca me he sentido agradecida por haber vivido aquello. Sí por salir a tiempo (y vivir para contarlo), pero no por haber tenido la experiencia.

Creo que decir que las mujeres que seguimos teniendo pesadillas con estos seres tenemos que estarles agradecidas porque ahora somos más fuertes es una barbaridad inmensa.

No siento que me haya hecho un favor tratándome de esa manera. O no lo sentía hasta hace poco.

Fue cuando, de nuevo abriendo el corazón, presentía que podía estar ante el comienzo de algo grande, nuevo, bonito, profundo, real, pero ante todo, sano.

Empiezan a darse las primeras discusiones y lo achacas a que os conocéis desde hace poco tiempo, que has podido hacerlo mejor y por eso se ha molestado, que la partida aún se puede remontar.

Y llega otra, y otra después, y otra más. Y ves como por mucho que hagas, nadie te libra del día negro de la semana, ese en el que te sientes físicamente mal, intranquila, sin poder descansar de lo alterada que estás. El día a la semana se convierten en dos y hasta en cuatro (o cinco si no lo empiezas a cortar).

Llegan los comentarios sutiles, las manipulaciones pequeñas, el «¿no te basta lo que te doy yo?» el «pues para subir cosas a Instagram sí que tienes tiempo» y empieza a sonarte familiar.

Porque ya eres capaz de leer entre líneas lo que pasa, lo que quiere decir sin decirlo directamente.

Y es que cambies tu comportamiento, que te amoldes a sus “sugerencias”, a lo que te dice expresándose “fruto de la más pura y sincera honestidad” en el nombre de sus sentimientos más auténticos -esos que tú dañas cada dos por tres con tus actitudes según él-.

Que no es otra cosa más que un intento de que se imponga siempre su voluntad. Simplemente porque la tuya no sirve. Se tiene que plegar.

Solo que esta vez, lo ves venir al vuelo. Eres capaz de adelantarte, reconoces los patrones y sabes lo que viene después.

Sabes que tras machacarte, señalarte, juzgarte e intentar amedrentarte, de ponerte como la que siempre falla de los dos, como vea que quieres escapar, va a cambiar la estrategia.

A la de ponerte de lo peor. Pero no es la primera vez que te acusan de ser cruel o poco humana por hacer valer tus ideas y defender tu libre albedrío. No es la primera vez que, ante un razonamiento impecable, te acusan de atacar.

Todo lo que haga falta con tal de desestabilizarte. Incluso negarte una y otra vez que, lo que oíste con tus propios oídos, nunca llegó a pasar.

El clásico gaslighting para hacerme dudar de unas percepciones que, ocho años atrás, sí me hicieron plantearme si mi juicio atinaba. Esta vez no di la oportunidad.

Y cuando, viviéndolo casi desde un segundo plano, tomas distancia, dejas las cosas claras, le dices que no es bueno para ti y que te vas, llega el momento final de la interpretación. El tercer acto: pena.

Apelaciones al cariño, a su salud psicológica, a que está pasando un día de mierda en el trabajo por tu culpa, de los peores de su vida, a que lleva esperando todo el día la ocasión de hablar, a que no pide tanto, a que lo que ha hecho no es tan grave, que no ha matado a nadie, que no fue con mala intención (pero tú sí eres mala dispensándole ese trato).

Aquí y solo aquí, me he sentido agradecida de haber vivido antes la experiencia. Porque sé al 100% en qué deriva esta toxicidad si se le da margen.

Porque he estado ahí, en lo más oscuro, en el mayor de los miedos, en la anulación de mi voluntad como persona y empezó de la misma manera.

Siempre empieza de la misma manera.

Ocho años después, me he encontrado la misma piedra en el camino. La diferencia es que la he visto a tiempo y no he llegado a caerme. La he saltado -porque saltar implica impulsarte y, por unos segundos, volar- y he seguido adelante.

Es la prueba de que hay que estar siempre atenta a lo que pueda pasar, a quién pueda traernos la vida. Porque yo he evitado caerme a tiempo, pero la piedra sigue ahí, esperando a la siguiente.

Y, por desgracia, no es la única.

Duquesa Doslabios.

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¿Estás en una relación tóxica? Ojo con estas frases

Creo que no somos realmente conscientes de lo poderosas que son las palabras. Pero fijaos hasta qué punto llega su autoridad que son capaces de convertir a dos personas solteras en casadas.

Con los años he empezado a entender el valor y la influencia que tienen no solo en mi vida, sino en la de aquellos que me rodean, y el mejor caso para ilustrarlo fue una relación pasada en la que las palabras formaban sinergia en mi pareja, eran más que la unión de las letras.

GTRES

Comencé a oír una serie de frases que se convirtieron en normalidad dentro de la dinámica que establecí con otra persona. Y no fue hasta que pasó el tiempo que pude realmente entender lo que mi pareja me decía cuando hablaba.

Quizás no era muy consciente en ese momento, pero caló hasta el punto de que una vez descubierto el engaño, la trampa, la verdad que ocultaban, me he quedado atenta para hacer saltar las alarmas en el caso de volver a escucharlas.

«Escríbeme, que si no, me preocupo» fue una de las primeras. Una maniobra que empezó con algo tan inocente como lo de mandar un mensaje avisando de que ya había llegado a casa. Pero eso, muchas veces, sirve como vía de entrada a estar mandando mensajes constantemente. Pasa de ser una vía de control para que la otra persona sepa lo que estamos haciendo constantemente, lo que demuestra que no existe ningún tipo de confianza ni autonomía. De avisar de que has llegado bien a casa a tener que estar mandando fotos o vídeos en directo que prueben que estás donde dices estar, hay un mundo.

«Está muy bien pero…» es una frase que puede tener varios finales. Coge el que más te resulte familiar. «…¿pero no vas demasiado corta?» «…¿pero no llevas mucho escote?» «…¿pero no vas muy maquillada?» «…¿pero no crees que esa amiga tuya te pone demasiados Me gusta en Instagram?» «…¿pero no te va a quitar tiempo de estar juntos?» Una vez más lo que deja al descubierto es la inseguridad en la otra persona y su intento por controlar una vida que no le pertenece. Ante este tipo de situaciones, siempre recordar que somos libres y que nadie debería coaccionarnos si queremos hacer, ser o llevar algo de una determinada manera. Ya lo decía Vicky Larraz: «No controles mi forma de bailar porque es total».

«Nadie te va a querer tanto como yo» es una fruta envenenada y no lo que se comió Blancanieves. Lo que desencadena esta frase en tu cabeza, sin que te des cuenta, es una espiral de negatividad de la que ni siquiera eres consciente. Por un lado sientes agradecimiento y hasta un cierto punto de endeudamiento con esa persona ya que nadie va a quererte así como eres (porque esa es otra, recalcará que con tu forma de ser, que alguien te quiera es como para que te des con un canto en los dientes). Por otro lado produce miedo. Mucho miedo. Miedo de que si esa persona desaparece, solo te queda la soledad. Miedo de que nadie te vuelva a querer o quizás de que no te quieran tanto como tu pareja dice quererte.

«Eres demasiado para mí» o «Yo nunca voy a estar a tu altura» continúa el menú tóxico que empezó la fruta envenenada. La frase es una especie de sandwich de halagos venenoso. Tú lo muerdes porque por un lado tu ego se siente muy complacido (a todos nos gusta sentirnos valorados por nuestra pareja). Sin embargo debemos recordar que no es una competición en la que gana el más alto, listo, guapo, fuerte o quien tiene un salario más alto. Especialmente cuando la frase lo que deja en evidencia es que nuestra pareja tiene problemas de autoestima. Cuando hay amor es sorprendente las cosas que ni tú misma esperabas que te pudieran aportar.

Y para terminar, la más grande, poderosa y efectiva de todas: «Eres todo lo que tengo». Si hay una oración que aparezca como ejemplo cuando buscamos en el diccionario «chantaje emocional» es esta. Tu pareja nunca debe ser tu único motivo para seguir adelante en la vida. La motivación, las ganas de vivir, lo que te impulsa a salir de la cama por las mañanas dependen única y exclusivamente de ti. Si la otra persona no es capaz de encontrar sus propios alicientes, no es tu responsabilidad.

Duquesa Doslabios.

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