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Si has sufrido bullying es más probable que termines en una relación de maltrato

Tras salir de una relación de maltrato, estuve un tiempo yendo a terapia y sacando hacia fuera lo que había pasado entre los dos. Todas y cada una de las cosas que había hecho en contra de mi voluntad durante esos meses.

Y una de sus preguntas fue que de dónde creía que me venía esa necesidad de complacer constantemente, incluso hasta el punto de poner por delante los deseos de otra persona antes que los míos.

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Pasé mucho tiempo pensando que podía deberse a lo que había visto en casa, a una madre que hace todo lo que está en su mano por el bienestar de sus hijos.

Que incluso cansada o con otras cosas que hacer, siempre te dice sí a todo y está ahí hasta para la cosa más simple que se pueda necesitar.

Sin embargo, escuchando un podcast en el que se analizaba el bullying, me sentí demasiado identificada con alguna de las consecuencias que comentaban como para no atar cabos.

No, no creo que el ejemplo de mi madre fuera tan decisivo como sí lo fue haber sido acosada en el colegio.

Son unos años donde la pertenencia al grupo se convierte en la única motivación que te garantiza un paso tranquilo por el centro escolar.

Y, en mi caso, el bullying fue evolucionando, sufriendo desde violencia física a verbal para terminar, casi al final de la etapa, sufriendo slutshaming (o la «guarra» del colegio, para que nos entendamos).

Intentaba encajar hasta el punto de que me moldeaba por completo para cumplir unos estándares que me permitieran ser aceptada y querida por el resto.

Ahí empezó esa necesidad de gustar, de caer bien, de hacer lo que otros querían, de cambiar cómo vestía para que no se metieran conmigo, para poder seguir en el grupo como una más y no como el centro de las burlas.

De depilarme para que no hicieran comentarios delante de toda la clase, de hasta quitarme con cera los pelos de los brazos, todo con tal de hacer desaparecer lo que era motivo de insulto.

Cuando llegas a la conclusión siendo tan pequeña de que para no sufrir tienes que amoldarte a los demás, eso te pasa factura en el futuro.

Por eso una parte de mí veía ‘normal’ acceder a todo lo que mi pareja exigía con tal de que siguiera a mi lado. Esa era la manera de evitar más insultos, discusiones o violencia.

Cuidarme de no hacer nada que le pudiera enfadar.

La conexión entre violencia escolar y violencia en pareja

Investigándolo un poco, la cantidad de datos que vinculan sufrir acoso escolar y terminar en una relación de maltrato, son escalofriantes.

Según un estudio realizado por la NHS de Estados Unidos en 2019, las personas que hemos sufrido bullying tenemos el doble de posibilidades de ser víctimas en relaciones de pareja tóxicas que quienes no lo han sufrido.

Y, de la misma manera, en otro estudio descubrían la relación entre la continuación del acoso entre las personas que ejercían bullying en el colegio, ya que ejercían violencia doméstica (fuente: estudiantil de Harvard School of Public Health).

Han pasado 24 años desde la primera vez que una excompañera me pegó en el autobús que nos llevaba a casa.

Pero fue el comienzo de unos cambios que me pasarían factura más adelante cuando empiezas a normalizar las agresiones.

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Cuando estamos creciendo, nuestras primeras relaciones nos condicionan. Y aunque somos muy conscientes de que el bullying se debe combatir, viendo cómo he arrastrado sus consecuencias, pienso que se deberían poner más medidas y protocolos efectivos en los centros.

Sí, el bullying tiene consecuencias a largo plazo como es el de ser más tolerante con un comportamiento violento hacia tu persona.

Y de no atajarlo, es un caldo de cultivo ideal de agresores y víctimas también en la edad adulta.

Porque a lo mejor si no hubiera normalizado que esa niña me empujara para tirarme al suelo, tampoco habría normalizado que mi ex me tirara por las escaleras.

Mara Mariño

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Lo que ha conseguido Jessica Goicoechea al hablar del maltrato en pareja

Hay algo que Jessica Goicoechea ha cambiado sin darse cuenta.

Tras publicarse su entrevista en el canal de Somos Estupendas, organización con la que trabaja Luc Loren, las declaraciones que hizo la influencer rompieron algunos esquemas en redes sociales.

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Hasta hace nada, lo más habitual cuando esto pasaba -siendo «esto» que una mujer hable en cualquier espacio mediático de una experiencia de maltrato con su pareja- la respuesta masiva era la de «¿Y por qué habla ahora? ¿Por qué si su pareja era así, nunca dijo nada antes? ¿Por qué no denunció al instante?»

Una serie de preguntas que no hacen sino menoscabar la credibilidad de la víctima, queriendo decir entre líneas que sería la forma de aprovechar el momento de cualquiera de esas acciones -hablar, denunciar…- para algo.

Pero Jessica es un caso bien distinto. Con su marca de moda a las espaldas y una carrera labrada con mucho trabajo, poco o nada necesita un extra de atención pública (si es que se puede llamar así) concediendo esta entrevista.

Tampoco tiene que tirar del éxito de su pareja para ser famosa -otro clásico argumento con el que se pretende desacreditar la versión de la víctima- cuando el pico de la carrera de su ex River Viiperi es haber sido pareja de Paris Hilton.

(Sé que en la entrevista no se menciona su nombre, pero creo que también nos iría mucho mejor como sociedad si tuviéramos a los maltratados bien identificados para evitar que otras vivan algo parecido por mucho que se cambien de país a empezar de cero como si nada hubiera pasado).

Pero, la principal diferencia, que es lo que convierte a Jessica en precedente, es que nadie pone en duda la versión de la influencer tras haber visto las fotos y vídeos de las agresiones que ha padecido.

Ni todas, ni mucho menos, como ella aclara en la entrevista, pero sí algunas. Más que suficientes.

Recopilándolo como una manera de luchar contra el gaslighting que su ex le hacía (sobre todo tras consumir alcohol), todos hemos tenido acceso a él, bien porque nos ha salido en Instagram o en algún medio online de cuando la policía filtró la información a la prensa.

A estas alturas de la historia, es difícil dar con alguien que crea que es todo una invención. Ni siquiera el discurso de River en Instagram, ‘celebrando la vida’ o diciendo que «esto se va a poner interesante» hace que nos replanteemos cuan doloroso ha sido el infierno que ha vivido Jessica.

Es más, somos capaces de sentir la amenaza velada del «alguien se está cavando su propia tumba», porque quienes hemos topado con maltratadores, hemos aprendido a verles la doble cara porque siguen el mismo patrón de comportamiento.

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Por un lado, no tengo dudas de que el ejemplo de Jessica va a sentar precedente: el de muchas chicas que puedan estar viviendo algo parecido y, recordando su historia, hagan fotos y vídeos de los momentos en los que se sientan amenazadas por su pareja.

Una información que o bien les sirva a ellas para quitarse la venda o puedan utilizarla cuando se sientan preparadas para denunciar.

Porque, como fue mi caso hace unos años cuando salí de una relación del estilo, ni había caído en que ese material habría sido clave en caso de que hubiera necesitado ir a juicio.

Lo que ha hecho Jessica es llevarle la contraria a lo que se nos solía animar a las mujeres: al pacto de silencio que protege a nuestros agresores.

Ese que se mantiene con expresiones tan arraigadas como que los ‘trapos sucios’ se laven en casa, a que los esqueletos no salgan del armario, a no hacer nada público, a llevarlo de forma discreta…

Quizás sin darse cuenta esta haya sido su campaña como influencer de mayor impacto (o al menos la de impacto social más positivo).

Porque no, ni esta situación se va a solucionar por sí sola, ni tratar de arreglarlo sin ayuda externa es la manera de poder salir.

Porque solo expresando a otra persona que se está viviendo esto, compartiendo las pequeñas anécdotas que puede que nos hagan ‘clic’ en el cerebro porque nos suenan familiares, y, sobre todo, cogiendo el teléfono cuando sentimos que ya no podemos, recibiremos la ayuda que necesitamos en ese momento (recuerda que el 016 es el número a víctimas de violencia de género y no queda registrado).

Jessica la tuvo y la seguirá teniendo si lo necesita. Ahora quiero que recuerdes que tú puedes tenerla también.

Mara Mariño

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Maltrato en pareja: por qué se recurre a la violencia, cómo detectarlo… Esta psicóloga resuelve las dudas más frecuentes

‘Esa historia algo tóxica’ es como, a día de hoy, sigo refiriéndome a lo que mi psicóloga llamó «relación de maltrato».

Una especie de salvoconducto que me permite hablar de ello sin que mi mente reproduzca algunas escenas.

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Supongo que no había comprendido que aquel mote le quitaba peso (o más bien gravedad) a la situación.

Era mi particular mecanismo de defensa.

Y ha sido entrevistando a Isabel Zanón, psicóloga feminista (@isabelpsicofem en Instagram), que he entendido mejor este apaño de mi cerebro sobre la forma de expresarme sobre esa historia.

Para la psicóloga, usar «tóxico» nos supone una alternativa sencilla.

«Nombrar la violencia es como mínimo, incómodo. Sin embargo, cuando hablamos de toxicidad en lugar de nombrar la palabra violencia, estamos olvidando el contexto y relegando el problema a una ‘cosa de pareja’, a la esfera privada, lo cual es peligroso», afirma.

Hablar con ella es reabrir mi personalísima caja de Pandora y resolverme las dudas que, ocho años después de haber vivido esa relación, aún me acompañan.

¿Podría haberme defendido? ¿Podría él haberse tratado? ¿Por qué a mí? ¿Por qué él? ¿Por qué todos los casos que conozco son tan parecidos que casi parecen calcados unos de otros?

Sobre la última pregunta, Isabel me explica que esa semejanza tiene su razón en las formas del patriarcado, que «mutan a medida que lo hacen las personas, su estilo de vida y sus códigos sociales».

«Si hablamos de violencia, estaremos poniendo el foco en que hay una estructura, una jerarquía de poder en que una parte ejerce ese poder (el hombre) y la otra se somete (la mujer)», explica.

No son solo el control y los celos las conductas violentas, también se encuentran «las que tienen por objetivo aislar socialmente, las humillaciones en público o en privado, la descalificación, el acoso, la indiferencia afectiva o la manipulación, así como las amenazas. También solemos encontrarnos con unos inicios de relación muy positivos, casi abrumadores».

Me ha rondado la cabeza en varias ocasiones la pregunta de cómo se llega a ese punto. Cuando algo hace ‘clic’ y empiezas a tratar mal a tus parejas.

La clave, como me explica la experta, está en los agentes socializadores, individuos, grupos como la familia o instituciones como el colegio, por poner unos ejemplos.

«Los agentes socializadores de estos hombres que maltratan son muchos: hombres sexistas a su alrededor, carecen de referentes más igualitarios con las mujeres o que asuman que es importante hacer autocrítica sin ponerse a la defensiva, la pornografía es otro importante agente socializador, el grupo de iguales, que a menudo también tiene muy normalizado e incluso romantizado el sexismo y conductas como la dominación, el control o la humillación», aclara Isabel.

«Aprenden de distintos canales y amparados por un sistema violento en muchos más aspectos: vivimos en una sociedad en la que la violencia no tiene demasiadas repercusiones porque se normaliza y se legitima como forma de resolver conflictos y mantener privilegios».

¿Es cierto que el maltrato suele estar relacionado con las inseguridades y personalidades muy narcisistas? Es decir, ¿hay predisposición a que este tipo de personas se conviertan en maltratadoras?
Hay muchos factores de riesgo para que un joven o adulto ejerza violencia contra las mujeres: se ha estudiado que la baja autoestima puede ser uno. También el ponerse siempre por delante en tanto que a los niños se les educa para ser cuidados y pensar en ellos, lo cual no quiere decir que esté mal. El problema es que a nosotras en lugar de en el YO se nos educa en los OTROS y por eso nos ponemos casi sistemáticamente en segundo lugar. A ellos no se les educa en la empatía y a nosotras se nos educa en la sobreempatía: se espera de nosotras que seamos comprensivas incluso con quienes no nos tratan bien. Otros factores de riesgo podrían ser el bajo control de impulsos, las creencias sexistas, las creencias de amor romántico…

Los rasgos narcisistas tienen que ver con sentirse por encima o mejores que otras personas, pero en realidad beben de una autoestima bastante baja. No tienen problema en violar las normas o en saltarse los límites de otras personas con tal de dominar y conseguir una imagen exterior positiva. Son habituales los comportamientos que buscan humillar y crear confusión psicológica.
Sin embargo, no hay un solo perfil de maltratador igual que no hay un solo perfil de mujer que recibe violencia. De hecho, es importante huir de esas visiones estereotipadas que a menudo solo hacen que si nos topamos con un chico con carisma y de maneras tranquilas o con una chica de modales bruscos y con la rabia a flor de piel descartaremos automáticamente que puedan estar en una relación de violencia por el simple hecho de no entrar en el ‘perfil’.

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¿Yendo a terapia pueden cambiar su forma de relacionarse (y por tanto de dañar a sus parejas)?
Opino que sí, pero es muy complicado. Seguramente solo será efectiva una terapia específica y solo suelen acudir a esta por orden judicial, cuando la violencia que han ejercido ha sido tan grave y explícita que se han tenido que tomar medidas judiciales. Y a menudo por desgracia, ya es bastante tarde. El primer paso que tienen que dar es reconocer la violencia y entender que nada la justifica. Que una cosa es tener conflictos en pareja y otra muy diferente responder con violencia, maltrato y trato desigual. Hace falta un trabajo profundo en cómo se ven y viven las relaciones, no es solo una cuestión de trabajar en la empatía, la rabia o la resolución de conflictos.

Además de ser específicas, estas terapias deben durar lo suficiente y en ocasiones no se ponen los recursos adecuados para que así sea. Muchas de estas personas no son capaces de hacer ningún tipo de autocrítica, se ceñirán a su versión de los hechos y en caso de acudir a terapia, podría ser que lo hicieran como una forma de defender su imagen pública o incluso como medio para recuperar a la pareja.

¿De alguna manera pueden los amigos y familiares detectar que se encuentran ante un maltratador?
No es sencillo, pero sí pueden. A menudo se comenta que todas las mujeres conocemos a alguna mujer que está recibiendo violencia, pero curiosamente nadie conoce a ningún hombre que la ejerza. Esto no es prueba de que ellas mientan o exageren. Es prueba de que el sistema social normaliza y ampara la violencia. Por eso es importante que el entorno deje de mirar a otro lado, esté más atento y pueda hablar con la persona en cuestión. Porque es responsabilidad de todo el mundo.

Independientemente de si creemos que esta persona puede o no cambiar, lo ético sería no legitimar a alguien que no trata bien a otras personas. Es posible detectarlo viendo cómo se comporta con su pareja, aunque no siempre lo mostrará en público. Pero a menudo, se escapan gestos de una parte o de la otra que delatan la verdadera naturaleza de la relación: dominación-sumisión.
Es posible prestar atención a cómo habla sobre la relación o sobre su pareja. También es importante observar cómo se comporta su pareja cuando él está cerca y en general, qué estado de ánimo muestra.

¿Hay alguna manera de que la víctima se pueda defender de estas estrategias de control?
Es difícil porque algunas de las secuelas de la violencia de género son que la mujer se inhiba, desconfíe de ella misma (incluso de sus propios sentimientos), disminución de la autoestima, desvalimiento, confusión, culpa y dudas sobre las propias capacidades y sobre todo, una gran dependencia emocional. Lo primero es tener identificadas esas estrategias de control y ponerles nombre. Darles la importancia que tienen. Poner cuanta más distancia mejor, para que sea más difícil volver a entrar en el laberinto.
Hacer uso de la autodefensa feminista, que nos da algunas pistas de cómo defendernos de la violencia.

Por ejemplo, necesitaremos mucho entrenamiento en conectar con nuestra propia intuición, con nuestras sensaciones de malestar y con nuestra voz. Será importante también conocer y reconocer nuestros derechos. Por último, necesitaremos también una red de apoyo, por pequeña que sea, que entienda que lo habitual es normalizar la violencia, también la recibida. Esta red de apoyo, cuando sea conocedora de lo que ocurre, debe estar siempre disponible y armarse de paciencia, para derribar los muros de la vergüenza que normalmente sentirá la víctima; especialmente, si sufre recaídas. En estos casos se necesita una red que no la juzgue en ningún sentido.

¿De qué manera el apoyo es vital tanto para la víctima como para el agresor que quiere cambiar su comportamiento?
Por el mismo motivo por el que el iceberg de la violencia no tiene razón de ser sin la base, que es la estructura social, entre la que se cuentan las otras personas, las redes de cada cual. Y es que el posmachismo resta importancia y niega la existencia o magnitud de la violencia contra las mujeres. El apoyo ha de ir dirigido a romper el aislamiento, a tender puentes, a paliar las secuelas y a ofrecer espacios seguros donde procesar lo vivido e integrar nuevas maneras de relacionarse desde el buen trato.

¿Cómo puede la educación prevenir que nuestro hijo (o hija) se convierta en maltratador?
Con mucha prevención para no llegar tarde. Es importante que los niños aprendan a relacionarse con niñas viendo a hombres
igualitarios relacionarse con mujeres no sumisas. Y es que la violencia en pareja solo puede ser ejercida por quien está en una posición de poder. Claro que hay mujeres que tratan mal a sus parejas, pueden hacer uso de conductas de control, humillación, etcétera. Y esto es intolerable porque no se daña a quien se quiere.

Sin embargo, tanto la estructura social (que legitima la superioridad y dominación de los hombres) como los datos, avalan que son ellos quienes ejercen esa violencia efectiva. Las relaciones de maltrato en la pareja han sido identificadas por el feminismo, pero no es un problema que debamos resolver las mujeres, es un problema que deben resolver los hombres. Y esto empieza por educar a los niños cuando son pequeños. Recordemos que sin agresor, no hay violencia.

¿Cómo gestionar que tu ex, que te ha maltratado, vuelva a contactarte diciendo que ha cambiado?
Tapándote los oídos y observando. Observando cómo se comporta, lo que hace y también observando cómo estás tú, tus emociones y tu cuerpo. A menudo lo que nos dicen, así como lo que nos cuenta nuestra cabeza, hay que contrastarlo con el cuerpo, que no engaña. Recordemos que hay algo llamado ilusión de control, que nosotras mismas podemos sentir (estemos en una relación de pareja de violencia o solo insatisfactoria): y es que los mitos románticos nos predisponen para aguantar, insistir y quedarnos en relaciones que no nos aportan porque nos quedamos atadas a la idea de ‘cambio’ y ‘potencial’ de la pareja.

Creo que es importante gestionarlo contándolo en el entorno, pero también trabajando mucho en nuestra autonomía y en construirnos una vida que nos encante. Es más difícil que nos convenzan cuando llevamos una vida rica y basada en nuestros valores. Si no estamos seguras de poder aguantar sin que nos vuelvan a arrastrar, no esperemos a tocar fondo: hay que pedir ayuda profesional.

Mara Mariño

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Rocío Carrasco o por qué hablar del maltrato no es suficiente

Hace unos meses compartí en una de mis redes sociales la sesión de fotos que me hizo un exnovio que me maltrataba.

Aquellas imágenes, acompañadas de algunos textos en los que contaba lo que no se veía -mis ataques de ansiedad, pánico, el miedo que me quitaba el sueño o el acoso- hicieron que muchas de mis seguidoras me escribieran.

Algunas preocupadas, queriendo saber cómo había llegado a ese punto, otras para darme apoyo y varias para felicitarme por contar uno de los episodios más oscuros de mi vida.

@salvameoficial

Pero con quién me quedé fue con las que, como yo, habían vivido casos parecidos y compartieron sus experiencias conmigo.

Seguidoras que conocía en persona, pero también otras desconocidas, fueron abriéndose y plasmando, bajo mi publicación, algunas de sus historias. Palabras que me resultaban tan familiares que era como estar leyendo diferentes versiones de la mía.

Lo que pude comprobar es que, cuando una mujer habla de esto, se abre y se sincera, saca lo más crudo que ha vivido con una pareja y lo pone sobre la mesa, hay quien tras sufrir algo parecido que se anima a sumarse al diálogo.

No sé si es el efecto ‘bola de nieve’ o que nos sentimos cómodas confiando entre nosotras, incluso cuando no existe amistad de por medio, al tratarse de un tema tan crudo.

Si eso pasó en mi cuenta personal, Rocío Carrasco ha llevado el fenómeno a otro nivel.

Admito que me he voy enterando a trompicones de las entregas del programa. Y aunque no estoy muy puesta en la vida de las celebridades del país, hay un dato que explica la importancia de su testimonio.

Desde que Rociíto ha empezado a hablar por televisión, las llamadas al 016 subieron en un 42% tan solo una semana después de que se emitiera el primer episodio.

Una mujer hablando de cómo había sido maltratada se tradujo en unas 2.050 consultas telefónicas pidiendo información o ayuda, en un incremento de los mails al correo electrónico (016-online@igualdad.gob.es) y al WhatsApp (600 000 016).

Quizás no soy una gran fan de Telecinco o, más allá, de los programas que suele hacer Mediaset. Pero dar la oportunidad de contar su versión, con la influencia que siempre ha tenido la hija de Rocío Jurado y, sobre todo, de narrarlo en un medio nacional, habla por sí solo.

Este problema es interseccional. Afecta a la rica, a la pobre, a la que no tiene estudios, a la que tiene tres carreras, a la empresaria y a la cajera. Afecta a las mujeres en general.

Y mientras Rocío sigue dejándonos en shock con sus palabras, se hace más evidente que no solo necesitamos espacios para alzar la voz ante un maltrato, sino medidas al respecto.

Hablar de ello es el primer paso para ponerlo sobre la mesa, identificarlo y señalarlo. Pero no es suficiente con eso.

Necesitamos cambios: una educación feminista, desterrar el machismo de nuestra sociedad, un nuevo enfoque para las generaciones que vienen…

Si no lo ponemos en práctica, solo nos quedará hablar en redes sociales, pequeños grupos o en televisión, consolarnos entre nosotras y seguir llamando a líneas de ayuda. Y eso es ponerle la tirita a una herida, pero en ningún caso ponerle solución al problema.

Duquesa Doslabios.

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La relación entre Amber Heard y Johnny Depp o por qué es tan difícil posicionarse en el juicio del año

Siempre que una pareja de conocidos discute, queramos o no -aunque sea solo internamente- solemos empatizar más con uno de los miembros. Y aunque Johnny Depp y Amber Heard no forman parte de nuestro círculo de amigos, también su sonadísimo divorcio nos ha llegado de una forma o de otra.

GTRES

Tras su mediática ruptura en 2016, han vuelto a enfrentarse en los tribunales por la demanda que el actor ha puesto al diario The Sun, un juicio que parece haberse convertido en definitivo a la hora de arrojar algo de luz a su compleja relación y declarar, o al menos lo que esperan los fans, quién de los dos era el auténtico ‘monstruo’.

Pero no ha resultado fácil seguir durante estas tres semanas el ritmo de declaraciones. Al tratarse de un caso en el que la violencia se habría visto envuelta en ambas direcciones (aunque no sabemos en qué medida), las acusaciones recíprocas no solo buscan llevar la razón, sino dejar al otro de mentiroso.

Un caso de maltrato es confuso ya de por sí para todos aquellos que lo ven desde fuera. Lógicamente, la persona culpable de las agresiones difícilmente va a querer quedar como tal (y menos si se es una figura de Hollywood con lo que eso supondría para el resto de su carrera).

El de Johnny y Amber –rodeado de estupefacientes, familiares e incluso amigos– es todavía más dudoso.

Ambos son estrellas de éxito en la industria. Quien no recuerde al Capitán Jack Sparrow con un ramalazo de cariño, es que no ha visto suficientes veces la saga de Piratas del Caribe.

Y lo mismo podemos decir de otros grandes papeles que hemos visto interpretar al actor, lo que hace difícil separar las acusaciones que recibe de su carrera.

Quizás Amber Heard no tiene tanto recorrido, pero como Mera en Aquaman también se convirtió en toda una heroína. Algo que ha conseguido aún más al donar el dinero del divorcio a causas benéficas (un hospital infantil y una asociación para la defensa de los derechos civiles).

Por otro lado, al ser violencia doméstica, esas acusaciones que han puesto sobre el estrado han sucedido a nivel íntimo. La ausencia de testigos o de pruebas, mientras otras evidencias que apuntarían a ambos también han salido en el juicio, hacen que resulte muy complicado.

Lógicamente, al tratarse de dos personajes públicos, el circo mediático también parece dividir opiniones. Hay medios que se han posicionado en el bando de Depp y otros apoyan la inocencia de la actriz.

Incluso para mí, que he tenido una pareja tóxica -con la que el maltrato también formaba parte de la relación-, me resulta difícil decir quién de los dos sería el agredido y quien el agresor.

Lo que realmente siento es que, como en la de los actores, haya relaciones en las que la violencia se convierta en la moneda de cambio.

Quizás más que buscar culpables y señalarlos -que por supuesto, tiene que hacerse justicia-, podríamos utilizar este tema para abordar con nuestra pareja qué conductas (si las tenemos) son violentas para erradicarlas lo antes posible y sustituirlas por diálogos serenos, en definitiva, un trato más respetuoso hacia la otra persona.

Duquesa Doslabios.

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¿Qué hay de pegar cuando sufres maltrato por parte de tu pareja?

El caso de Amber Heard y Johnny Depp me resulta familiar. Una pareja, loca de amor al principio, que termina envuelta en una espiral de violencia donde hay que meter, como no podía ser de otra manera siendo dos celebridades, a la prensa y el impacto mediático que eso conlleva.

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De la segunda parte no puedo decir nada, pero puedo hablar (y mucho) de la primera. Sobre todo porque, después de vivir en tus propias carnes una experiencia de ese estilo, reconoces a la primera algunas cosas de las relaciones tóxicas.

La última pieza del puzzle, ha conseguido que los fans del actor den un suspiro de alivio: se han filtrado los audios de Amber en los que admite haber pegado al actor.

Como si eso fuera a todo lo que se reduce el problema. Como si eso la convirtiera automáticamente en la agresora.

No puedo evitar pensar en mi caso. En lo que habría dicho sobre nosotros mi expareja si hubiéramos sido estrellas del universo celebrity.

Más que seguramente, en defensa de su ‘inocencia’ habría declarado que, la última vez que nos vimos, recibió una bofetada por mi parte.

Bofetada que le di cuando, tras pedirle que no se acercara a mí, intentó besarme a la fuerza.

Su reacción se me clavó en el alma. En vez de responder con violencia, como había visto todas las veces hasta ese momento, se tapó la cara gritando que le había pegado, que cómo había sido capaz de hacerle eso.

La culpabilidad por un lado, y la incredulidad por otro, me ahogaban por dentro. Yo, que soy contraria a la violencia física. Yo, que tan mal lo había pasado cada vez que él me había puesto -o incluso acercado- la mano.

¿En qué me convertía que yo hubiera recurrido a la violencia? ¿En una maltratadora? ¿En alguien como él?

Varios meses en la psicóloga me ayudaron a resolver mis dudas. Ni era violenta ni maltratadora por naturaleza. Aquella bofetada no había sido más que el valor de, por primera vez, recurrir a la defensa propia.

Puede que en ese momento él no hubiera mostrado una reacción violenta, pero como tantas otras veces, empezaba a sobrepasarse usando la fuerza en contra de mi voluntad cuando ya le había pedido que no me tocara, que no se acercara, que no me lo hiciera.

Ver a mi ex novio llorando en el asiento delantero del coche, por aquella bofetada, que no fue más que la prueba de que no estaba dispuesta a seguir dejando que abusara de mí, hizo que mis cimientos se tambalearan.

Más tarde comprendí que sus reacciones y las mías no jugaban en la misma liga.

Porque había una gran diferencia entre nuestros usos de la violencia. Cada vez que él me había cogido, estrangulado, tirado al suelo, amenazado con un filo, inmovilizado, reventado algo a golpes hasta hacerse sangre con las manos a lo largo de esos meses, había sido para someterme, asustarme, callarme o ‘castigarme’.

La única vez yo la usé contra él (y con una bofetada, que no le quito peso, pero no fue precisamente un puñetazo en la cara) fue para hacerle ver que solo necesitaba a una persona para protegerme: yo misma. La misma que hasta ese momento se había dejado controlar.

Una reacción que solo quería decir: «Este cuerpo es mío y voy a protegerlo de ti».

Duquesa Doslabios.

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¿Te han hecho ‘gaslighting’? A mí sí

De todas mis manías, hay una que no consigo quitarme. Cada cierto tiempo busco a mi exnovio.

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Me diréis que no es para tanto, que es algo que entre la curiosidad y lo fácil que lo pone internet, nos pasa a todos de vez en cuando.

Pero yo busco al exnovio con el que sufrí maltrato.

Y si más de cinco años después, cada cierto tiempo, tengo que volver a comprobar por dónde van sus pasos, es porque lo que viví con él fue tan irreal en todos los aspectos, que necesito cerciorarme de que él existe y no de que nuestra relación fue algo tan descabellado que me lo imaginé.

Si de algo se encargó en los meses que estuvimos juntos fue de hacerme dudar de todo. Yo, que, hasta ese momento, había sido una mujer con las ideas claras.

Primero empezó con cosas sencillas, como que estaba exagerando o que tenía que tomarme las cosas de otra manera (la que él quisiera, claro).

Luego ya fue afirmar que estaba imaginando y hasta inventando, empezó a achacarme crisis nerviosas que, con el tiempo, él mismo provocaba.

Llegó a confundirme hasta tal punto -porque bien que se encargó de que no quedaran ni familiares ni amigas en mi entorno cercano para contrariarle- que solo podía creer su palabra, al ser la única persona que tenía en mi vida.

Me cosió alrededor de los ojos una venda tan grande, que hasta me hacía dudar de que, unos segundos antes, me había puesto la mano encima.

Luego había moretones o heridas que me lo recordaban, pero su trabajo de inventar historias alternativas que lo justificaran, era digno de película de ficción.

Historias en las que era mi torpeza la responsable de ello.

Pero el mayor dolor iba por dentro. Porque que él dudara de mi palabra, y fuera tan contundente con su discurso, me hizo dudar de la mía.

Hasta el punto de que ni yo me fiaba de lo que decía o de lo que pensaba. Hasta el punto de que necesitaba que estuviera él para asegurarme o desmentirme.

No fue de un día para otro. Desarmarme y desacreditarme ante mí le llevo meses de cuidadosa manipulación. Y yo solo me di cuenta cuando ya no estaba con él y reparé en lo que había hecho.

Me había hecho naufragar en mí misma. Por suerte, y con ayuda, volví a encontrarme.

Duquesa Doslabios.

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De un vagón de metro y de violencia machista

Ayer iba sentada en el Metro de Madrid. A mi izquierda, un hombre iba escribiendo una carta. Si ya de por sí me llaman la atención las personas que escriben en libretas (gajes del oficio, supongo), este, que iba redactando una carta, me intrigó hasta el punto de encontrarme leyendo disimuladamente por encima de su brazo.

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Aquella misiva empezaba con lo que empiezan todas mis cartas favoritas, el amor. Un mensaje destinado a su hijo donde empezaba deseándole que se encontrara bien y le mandaba recuerdos a su madre.

Lo que en un principio parecía una epístola amable y cariñosa, se empezó a convertir en algo menos romántico y más oscuro.

«Te voy a hablar de mi verdad, esa que tu madre te ha ocultado», escribía con rapidez mi vecino de asiento. A continuación empezaba a desglosar una serie de razones que, en su opinión, demostraban el poco afecto que le tenía su madre en realidad, quien, por la carta, pude averiguar había roto la relación con él pidiéndole que se fuera de casa.

El hombre no solo afirmaba por escrito a su hijo que su antigua pareja no le quería, sino que empezó a esgrimir toda la serie de mitos del amor romántico (ese tan machista que, a muchas, nos termina matando), como que el amor verdadero es lucha constante, una fuerza que puede con todo, que su madre no le amaba realmente y que quienes se quieren nunca se abandonan, no como había hecho su mujer.

A continuación diferentes insultos rebajados aparecían sobre el papel para esa mujer a la que tanto decía amar. Una serie de menosprecios destinados a ella, pero que pasarían por los ojos de su hijo previamente.

También le decía al hijo que había intentado hablar con su madre mediante una amiga y que ella había rechazado el contacto, pidiéndole que respetara su decisión.

Su última baza, como dejaba por escrito en la carta, era que su hijo intercediera por él, por su relación de pareja. Una responsabilidad sobre una tercera persona que poco o nada pinta en un matrimonio que se da entre dos.

Una presión para el hijo innecesaria, injusta y, encima, fruto de una manipulación escrita mediante argumentos de novelas románticas machistas que se estaba desarrollando delante de mis narices.

Aquel hombre tildaba la situación de inmerecida mientras escribía con rabia. Pedía otra oportunidad para hablar porque esa vez sí que iba a cambiar. Se había dado cuenta de todo lo que había hecho mal y solo necesitaba que su hijo le hiciera de mensajero para poder volver a verse cara a cara con ella una vez más, y, según él, solucionarlo definitivamente.

Hasta ahí pude leer. Llegó mi parada y me tocó bajarme del vagón, no sin antes sentirme tentada de quitarle aquella carta.

De vuelta a casa, solo pude darle vueltas a aquellas palabras que había leído. A esa maniobra desesperada de retomar el contacto con su expareja que, en un primer momento, me pareció enternecedora para ver cómo se iba convirtiendo, según leía, en una manipulación por escrito con insultos y violencia sobre el papel.

Como víctima de violencia de género -hace unos años me topé con un indeseable de estos- solo puedo confiar en que, si a la mujer de la carta le llega el mensaje, se mantenga firme. Ojalá no se crea nada de todo lo que lee, de todo lo que le dice. Porque él no va a cambiar. Porque nunca lo hace.

Porque el mayor amor que puede profesarse es así misma y esta persona, la misma que la va poniendo en un vagón de Metro por tierra, nunca se lo va a poder dar.

Ojalá no lo haga por la presión de su hijo después de resistir la presión que ya le hizo su amiga. Ojalá él lo respete y recuerde que ella no es su posesión.

Ojalá no le pase nada.

Duquesa Doslabios.

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¿Por qué nos enamoramos de los maltratadores?

En mi vida seriéfila, las últimas ficciones a las que me he enganchado han sido You y Dirty John. Dos series muy diferentes entre sí, pero con un denominador común: relaciones tóxicas que terminan con la vida de la protagonista femenina en juego en manos de su agresor.

FACEBOOK DIRTY JOHN

No solo llegan en el momento justo, estamos más sensibilizados con este asunto como nunca anteriormente, sino que su éxito también se puede achacar a que sacan a la luz los entresijos de este tipo de relaciones.

Para todas las personas que no han tenido una pareja del estilo (ojalá seáis todas), son varias las preguntas que surgen cuando ves tramas al respecto. Las dos principales: «¿cómo ha podido pasar?» o «¿por qué no se dio cuenta antes?».

Puede parecer difícil de entender cuando, en la serie, ves claramente que esa persona no es trigo limpio, pero en la vida real, y como les sucede a las protagonistas, esa información está escondida. Y esa es la clave de su engaño, que no les conoces así.

(Nadie se enamora de un hombre que en la primera cita te coge el móvil para consultar tus movimientos bancarios, te suelta un «puta», te dice que tus amigos son unos cabrones o te sigue por la calle porque no se fía de que le hayas dado la dirección correcta de tu casa.)

Los abusos, las manipulaciones o las mentiras son cosas que no vienen en el momento en el que os estáis conociendo. Es más, cuando un Joe o un John como los de la serie, llegan a tu vida son personas carismáticas, amables, cercanas, divertidas hasta la irreverencia, detallistas, muy románticas y con una química digna de encender una ciudad.

Con esa carta de presentación camuflan el resto de cosas. ¿Os suena la frase «El amor es ciego«? Así funciona en estos casos.

Obviamente no lo ves, al igual que no sabrías decir si un huevo está caducado sin abrirlo, si por fuera parece en perfecto estado. Lo siguiente de lo que te das cuenta es de que la relación avanza a un ritmo acelerado, como ninguna de las que has tenido anteriormente.

Aunque, ¿cómo no iba a hacerlo? Como te repite por activa y por pasiva, nunca ha sentido por nadie lo que siente por ti. A las pocas citas dice que te quiere, sugiere dar más pasos y llega incluso a declararse. Cuando por fin muestran su cara, estás dentro y enredada.

En ese momento el principal problema suele ser que estás tan cegada que te niegas a creerlo o que socialmente, se han normalizado tanto ciertos comportamientos, que le buscas explicaciones lógicas (quiere saber dónde estoy porque se preocupa de que esté a salvo, etc). No ves que sea poco saludable ni que tu libertad esté empezando a disminuir.

Pero la señal de alarma es inequívoca, como rehabilitada de una relación tóxica te aseguro que, en el momento que justificas los hechos, estás totalmente manipulada.

Además del engaño que hábilmente se ha orquestado sobre ti, entran en juego el resto de cosas que has ido absorbiendo a lo largo de tu vida: los mitos románticos de que tienes que luchar por amor, esa dichosa presión social de estar en una relación perfecta…

Una serie de cosas que lo único que logran es que te sientas culpable de que todo no sea tan maravilloso como Disney te había prometido estos años.

Esos son los motivos por los que caemos, las razones que explotan para crear la trampa, para engañar, para tener una nueva presa. E independientemente de la posición que ocupemos, si estamos dentro, si vemos que lo está padeciendo una amiga, una hija o una hermana, recordar que la única culpa de una relación de este tipo, en la que hay manipulaciones, la tiene la persona que engaña, que miente, que enturbia y que daña, no quien se ha visto envuelta en ella.

Duquesa Doslabios.

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Amor, si el karma existe, que no vuelva a ponerme en tu camino

Estoy a punto de cumplir 27 años. La edad que tú tenías cuando me conociste. En aquel momento, los seis años que nos diferenciaban me parecían una tontería por mucho que tú te empeñaras en llamarme «pequeñaja» continuamente.

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Hay quien dice incluso que es hasta recomendable que el hombre sea más mayor. Yo creo que lo recomendable es que sea buena persona.

Voy a cumplir 27 años y, hubo un momento de mi vida, en el que no las tenía todas conmigo de si llegaría a cumplirlos. Por ti, claro. Por ti que me hiciste dudar tantas tardes de si volvería o no a mi casa.

Con los acelerones, los frenazos, las conducciones en sentido contrario con coches viniendo de frente, tus manos fuertes, tus puños llenos de arañazos, tu boca sangrando.

Y todavía alguien se preguntará por qué a punto de cumplir 27 años tengo miedo a la oscuridad. Y al día, no nos engañemos. No me acuerdo de lo que es pasar por mi calle sin miedo, sin el corazón galopándome en el pecho antes de abrir el portal, sin salir de casa mirando antes a ambos lados, sin que se me atenace la garganta cuando veo un Peugeot morado.

Desde que llegaste a mi vida y yo me fui de la tuya, cumplo, cada año, con miedo. Pensando si algún día volverás a cumplir todas las sentencias que me pusiste por escrito. Los mails, mensajes y whatsapps en los que me declaras muerta son tantos que se me antoja aún increíble que no acataras ninguna.

De ahí que nunca esté tranquila. Porque dijiste que sería tuya para siempre. Que, aunque me fuera, seguiríamos perteneciéndonos. Y ahora que he aprendido que no soy de nadie más que de mí misma, me da miedo que vuelvas a terminar el trabajo.

Voy a cumplir 27 años, que es cuando tú te topaste con una yo de 21 y le dijiste que no valía nada y que su único valor residía en el amor que decías sentir por mí.

No me imagino, a mis casi 27 años, amenazando a nadie ni de 21 ni de 22 ni de 30 ni de 60. No me imagino diciendo las cosas que me hiciste escuchar.

Que estaba liada con todos mis amigos, que, si había karma en este mundo, terminaría con sida o algo peor por puta, por zorra. Que cómo me atrevía a moverme por el presente si no era contigo al lado, a tener un pasado, a pelear por mi futuro, en definitiva, a ser yo sin ti.

A punto de cumplir los 27 sigo andando más rápido si siento pasos detrás de mí, sigo con miedo de espacios abiertos con gente donde podamos encontrarnos, sigo evitando pasar por tu Madrid.

Tú decías que, si la justicia poética existe, volveríamos a encontrarnos algún día. Yo rezo porque si realmente hay en el mundo algo así, no vuelva a ponerme en tu camino. Porque sigo con el temor de estar en él sin darme cuenta y de que decidas que hasta ahí han llegado mis pasos.

Escapar de ti fue el más pequeño de los desafíos incluso con cubertería afilada, golpes, gritos, escupitajos, persecuciones y casi un accidente con un conductor de autobús de por medio.

Eso es lo gracioso, que aquella tarde infernal fue lo más sencillo de todo. Lo complicado es llegar así a los 27 años.

Pero puedo garantizarte que, cuando llegue mi día, soplaré esas velas con todo el aire de mis pulmones. Porque el acto más revolucionario que se me ocurre, después de ese amor tan envenenado que trajiste bajo el brazo, es vivir y seguir cumpliendo (y celebrando) los años.

Y aún con miedo seguir saliendo a la calle, seguir riéndome a carcajadas, seguir maquillándome cuando tanto te molestaba, seguir teniendo amigos, compañeros, hombres de confianza, amigas que me quieren y no como las que te encargaste de apartar de mi vida dejándome aislada.

Lo más rebelde de mis 27 años es tener la suerte de darle las gracias a mis padres por apoyarme, por saber que algo pasaba, por pagarme una psicóloga, por darme tanto cariño y apoyo en casa.

Porque el acto más insurrecto de todos ha sido aprender, de nuevo, a querer, a quererme.

Duquesa Doslabios.

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